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E l pueblo de Haquira, en el departamento de Apurímac, al sureste de Perú, alcanzó cierta importancia en la época virreinal por haber sido capital jurídica de la zona y sede de una Caja Real. Esto se tradujo en una arquitectura relevante expresada en sus iglesias, varias casonas, la cárcel de piedra llamada Qaqacárcel o Soqyaqhasa, y su cementerio; este último muestra una riqueza arquitectónica y escultórica muy peculiar, con una tipología de tumbas y mausoleos que incluye patrones muy particulares (como los mausoleos “soldados” y piramidales escalonados) que datan de finales del siglo XVIII y más del XIX e inicios del XX, así como una variada muestra de cruces y grabados, todo esculpido en toba volcánica. El cementerio también es un testimonio de la evolución social ocurrida en el siglo XX, al registrar los cambios de protagonismo en las catego- rías de memoria y memorables. Es intención de este artículo dar a conocer algunas de las peculiaridades de un cemen- terio rural que, a pesar de su descuido y de encontrarse en una zona altoandina secular- mente signada por la pobreza, muestra diversos aspectos interesantes como su sorpren- dente riqueza arquitectónica-escultórica acumulada en más de dos siglos de existencia, su ubicación extramuros definida mucho antes de que las ordenanzas de Carlos IV impusie- ran tal práctica, y su carácter mestizo, a pesar de formar parte de una comunidad campe- sina desligada del núcleo urbano de Haquira. No se ha encontrado información docu- mental específica acerca de él; la correspondiente al vecino templo de San Martín no lo menciona a pesar de que hay indicios para pensar que son casi contemporáneos. Tampoco se nota una organización espacial, por lo que se descarta que haya sido planificado. Por su naturaleza, es muy difícil establecer una tipología para sus monumentos funerarios, pudiendo hablarse a lo sumo de mausoleos, tumbas tipo nicho, plataformas BOLETÍN DE MONUMENTOS HISTÓRICOS | TERCERA ÉPOCA, NÚM. 19, MAYO-AGOSTO 2010 Algunas consideraciones sobre el cementerio de Haquira, Apurímac, Perú RAÚL CARREÑO COLLATUPA* 50 | * Grupo Ayar. Cusco, Perú. Investigador independiente.

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El pueblo de Haquira, en el departamento de Apurímac, al sureste dePerú, alcanzó cierta importancia en la época virreinal por haber sidocapital jurídica de la zona y sede de una Caja Real. Esto se tradujo enuna arquitectura relevante expresada en sus iglesias, varias casonas, lacárcel de piedra llamada Qaqacárcel o Soqyaqhasa, y su cementerio;

este último muestra una riqueza arquitectónica y escultórica muy peculiar, con unatipología de tumbas y mausoleos que incluye patrones muy particulares (como losmausoleos “soldados” y piramidales escalonados) que datan de finales del siglo XVIII ymás del XIX e inicios del XX, así como una variada muestra de cruces y grabados, todoesculpido en toba volcánica. El cementerio también es un testimonio de la evoluciónsocial ocurrida en el siglo XX, al registrar los cambios de protagonismo en las catego-rías de memoria y memorables.

Es intención de este artículo dar a conocer algunas de las peculiaridades de un cemen-terio rural que, a pesar de su descuido y de encontrarse en una zona altoandina secular-mente signada por la pobreza, muestra diversos aspectos interesantes como su sorpren-dente riqueza arquitectónica-escultórica acumulada en más de dos siglos de existencia, suubicación extramuros definida mucho antes de que las ordenanzas de Carlos IV impusie-ran tal práctica, y su carácter mestizo, a pesar de formar parte de una comunidad campe-sina desligada del núcleo urbano de Haquira. No se ha encontrado información docu-mental específica acerca de él; la correspondiente al vecino templo de San Martín no lomenciona a pesar de que hay indicios para pensar que son casi contemporáneos. Tampocose nota una organización espacial, por lo que se descarta que haya sido planificado.

Por su naturaleza, es muy difícil establecer una tipología para sus monumentosfunerarios, pudiendo hablarse a lo sumo de mausoleos, tumbas tipo nicho, plataformas

BOLETÍN DE MONUMENTOS HISTÓRICOS | TERCERA ÉPOCA, NÚM. 19, MAYO-AGOSTO 2010

Algunas consideraciones sobre el cementerio de Haquira,

Apurímac, Perú

RAÚL CARREÑO COLLATUPA*

50 |

* Grupo Ayar. Cusco, Perú. Investigador independiente.

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y túmulos. Lo mismo ocurre con la iconografía,por cuanto se nota vaguedad y variedad estilísti-cas, derivadas de la condición indígena de losalarifes y de los más de dos siglos de historia delcementerio. Sin embargo, en parte de los mau-soleos más antiguos se reconoce cierta prepon-derancia de algunos elementos del barroco an-dino de influencia agustina proveniente delaltiplano del Qollao, Puno, con abundancia deornamentación floral, volutas, cimacios, palme-tas y muy pocas representaciones antropomor-fas. Otras tumbas son más sencillas o de estiloheteróclito.

Cementerios y sincretismo en los Andes

Los pueblos andinos muestran muy bien losefectos del mestizaje cultural que condujo a unrico y variado sincretismo. Más allá de los indu-mentos, de la simbiosis idiomática del español yel kechua —idioma oficial del imperio inka— la

arquitectura y la escultura adscrita evidenciande mejor modo la interrelación entre los ele-mentos europeos y los autóctonos, pues al estiloimpuesto por los españoles se agregaron muchoselementos en apariencia extraños o discordantesque delinearon variantes estilísticas muy pro-pias, como el barroco andino o el llamado cres-po cusqueño, caracterizado por una densa orna-mentación.

Las formas arquitectónicas sacras y de vivien-da que hoy se ven en los Andes son de raíz espa-ñola, pero muestran peculiaridades derivadasdel uso de determinados materiales o de adapta-ciones climáticas o utilitarias que han dado lugara arquitecturas rurales de clara identidad local.

Se debe acotar, por otro lado, que la mayoríade pueblos andinos no son de origen prehispáni-co sino resultado de la política de reduccionesdecretada por las Leyes Nuevas de 1542 —quetanto descontento produjeron entre los españo-les indianos, pues suprimían las encomiendas,lo cual indujo la llamada “Rebelión de los enco-menderos”— y aplicadas en el Perú hacia 1580por el virrey Francisco de Toledo, tanto para faci-litar la evangelización como para el control delos indígenas y la recaudación de tributos.

Pero los cementerios andinos, en su concep-ción vigente, no provienen del traumático perio-do de transculturación desarrollado en tiemposinmediatamente posteriores a la Conquista, sinode mucho tiempo después, por cuanto siguieronla misma senda evolutiva que sus pares deEspaña, es decir que, en un principio, no tuvie-ron mayor importancia pues, como veremosmás adelante, eran considerados prácticamentecomo lugares de ignominia y una confirmaciónde la miseria terrena, prefiriéndose el uso de losespacios considerados sacros o bendecidos; estoes, los que formaban parte de los complejos ecle-siásticos.

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Figura 1. Ubicación de Haquira, en el departamento de Apurímac.

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Breve nota acerca de la concepción del cementerio en los Andes

A riesgo de generalizar, podemos decir que entérminos latos los cementerios de las culturasandinas precolombinas no fueron concebidoscomo espacios muy amplios o exclusivamentededicados a ello. Existen necrópolis, pero siem-pre de dimensiones modestas. En el periodoInka, los personajes locales más importantestenían derecho a sepulcros más o menos aisla-dos, en zonas de difícil acceso y alejadas de laspoblaciones. Hasta hoy se encuentran estas tum-bas al pie de riscos, en abrigos escabrosos, enacantilados, habiendo sido objeto de saqueo per-manente, acentuado en los últimos tiempos, yano tanto por la expectativa de hallar tesoros (lamayoría de ellos pillados durante la Colonia),sino para recuperar restos de textiles y utensiliosque, en la actualidad, han adquirido un valorpecuniario atractivo, por el incremento del turis-mo y del tráfico ilegal de objetos arqueológicos.

En varias culturas preinkas los cementerios,que incluyen mausoleos o ch’ullpas y tumbasmúltiples a manera de fosas comunes y hasta decatacumbas, no son un elemento marginal o ais-

lado de la estructura urbana sino parte de ella. Porejemplo, encontramos que entre los lupaka yotras culturas del altiplano del Qollao, o mesetadel lago Titicaca, las ch’ullpas y fosas comunesestán en su mayoría alineadas en los muros quedelimitan los poblados, muy cerca de las casas. Enesa tendencia, en Mark’ansaya, importante cen-tro arqueológico preinka de la zona que nos ocu-pa, las ch’ullpas y otras tumbas más sencillas,incluso simples osarios, están tanto en los bordesde la ciudad como en medio de ella, junto a otrosedificios y también al pie de viviendas y de calles.

La convivencia con los muertos, considera-dos a veces como guardianes o protectores de laspoblaciones, no tenía entre los antiguos perua-nos la connotación de temor y aislamiento quetrajeron los españoles, quienes harían suscementerios o en los arrabales de las ciudadespara los pobres, o dentro de los complejos ecle-siásticos, que comprendían iglesia, convento,hospital (excepto para enfermedades contagio-sas) y cementerio en espacios que normalmenteocupaban una manzana completa.

Estudios recientes realizados en comunidadescercanas al lago Titicaca indican que se mantie-ne la costumbre de enterrar a los difuntos en “lasorillas de los caminos de herradura, los cruces decaminos o las apachetas” porque “siempre seránrecordados por las personas que transiten porestas moradas”; en otras

[…] las tumbas se encuentran en los linderos desus terrenos de chacra (korpa patjaru), o algunasveces en un rincón del canchón, porque según lascreencias de estos comuneros, el alma cumplediferentes funciones, como, proteger el hogar delas malas intenciones de los ladrones.1

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1 Luperio David Onofre Mamani, “Alma imaña. Rituales mor-tuorios andinos en las zonas rurales aymara de Puno circun-lacustre (Perú)”, en Chungará (Arica), vol. 33 núm. 2, 2001;versión en línea DOI: 10.4067/S0717-73562001000200007.

Figura 2. Muchas iglesias y cementerios se erigieron donde existían adora-torios precolombinos; en este caso una huanka, especie de mojón o menhirde uso ritual, a la izquierda de un mausoleo de raigambre europea y cató-lica (cementerio de Mamara).

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Cabe destacar que Haquira tiene parte de susraíces étnico-culturales en la región del Titicaca,al haber sido parte de los dominios de las cultu-ras preinkas tiahuanaku y lupaka.

Se ha confirmado que durante la Colonia “losmuertos eran desenterrados de sus cristianas se-pulturas para ser llevados junto a los suyos, aúnen lugares distantes de donde los vivos habíansido desalojados como consecuencia de políticasde traslación de poblaciones”.2

A diferencia de las tumbas precolombinas, lasde origen español implican un cambio radical enel concepto de sepultura. Aunque existieron cul-turas como los lupaka, que construyeron susmausoleos a la vera de los pueblos y hasta den-tro de los mismos, con los inkas y otras culturasregionales, las necrópolis fueron emplazadas enlugares alejados y casi inaccesibles.

Como lo señala Herrera,3 tal vez el cambiomás importante de la época virreinal fue la gene-ralización de la práctica de inhumación, tomada

a cargo de la Iglesia católica, en lugar del ente-rramiento o la incineración usuales en la etapaprehispánica.

Una vez implantada la política de reduccio-nes, los enterramientos en la Colonia tuvierondos escenarios: las iglesias y los camposantos;los primeros destinados a los “notables” de cadapueblo; los segundos, a los indígenas. Esto signi-ficó un rompimiento cultural muy importante,además de implicar una segregación étnico-social por demás evidente que influía hasta enlos rituales de la muerte, pues los cementeriosno adscritos a iglesias eran considerados vergon-zantes. La secuela de estas concentraciones for-zadas fue grande, condicionando el desarrollocultural de las comunidades andinas, pues

La creación de las llamadas Reducciones (asenta-mientos nuevos donde se concentraron los gruposdispersos que tradicionalmente venían ocupandoel espacio geográfico, de acuerdo con las posibili-dades ecológicas que éste les ofrecía), rompió susestructuras, dividió a muchos de ellos, y sobretodo perturbó esa relación con su tierra y con susespíritus protectores asentados en ella. Se les pri-vó del asidero espiritual con una naturaleza de laque, a pesar de todo, seguían dependiendo.4

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2 Francisco Gil García, “Donde los muertos no mueren. Culto alos antepasados y reproducción social en el mundo andino.Una discusión orientada a los manejos del tiempo y el espacio”,en Anales del Museo de América, núm. 10, Madrid, 2002, p. 76.3 Ethel Herrera Moreno, “Tipología arquitectónica de los monu-mentos funerarios del Panteón Francés de la Piedad de la Ciudadde México”, en Apuntes, vol. 18, núms. 1-2, Bogotá, p. 106. 4 María Concepción Bravo Guerreira, “Evangelización y sin-

Figura 3. Mausoleos (ch’ullpas) y osario en Mark’ansaya, ciudad posiblemente perteneciente a la cultura preinka de los lupaka.

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Ni las muchas epidemias que sobrevinieronprincipalmente en la segunda mitad del siglo XVI

y durante el siglo XVII lograron que tales cemen-terios eclesiásticos fuesen erradicados; no fuesino hasta finales del siglo XVIII, y más en el XIX,que comenzaron a ser trasladados a los confinesde las ciudades, atendiendo a justas razones de sa-lubridad, pues la permanente hediondez de lasmiasmas y el ser al fin reconocidos como focosinfecciosos los tornaron insoportables.

A manera de paréntesis, cabe preguntarsepor qué las culturas preinkas convivían al pare-cer sin mayor problema con sus cadáveres,mientras que durante la época colonial eran per-manentes las quejas por los productos de lacorrupción de la carne. La respuesta tal vez seencuentre en una tanatopraxia superior, es decir,en mejores métodos de embalsamamiento ymomificación que desarrollaron los peruanos deese tiempo, en tanto que los españoles los ente-rraban sin mayor tratamiento o, en función a sucapacidad económica, los embalsamaban demanera ineficiente, sin fabricar los famosos far-dos funerarios ni sellar tan bien las tumbascomo lo hacían los precolombinos.

En Apurímac, como en todo el ámbito andi-no, los indígenas debían estar separados de losespañoles, porque así lo recomendaban y hastaordenaban los edictos reales, y eso se daba tantoen vida como en la muerte, lo que se traducía enuna diferenciación de sus lugares de sepultura:los hispanos, los caciques indios y sus allegadosmás destacados podían elegir las iglesias parasus sepulcros, porque la costumbre y sus creen-cias religiosas (y sus atavismos) así lo disponían,mientras que los indígenas estaban obligados ausar los cementerios, espacios destinados per sea los más pobres. En tales condiciones, los cam-

posantos coloniales no serían más que simplesaglomeraciones de túmulos de tierra —prontopisoteados, pronto olvidados—, con tal vezhumildes ofrendas de piedra y cruces de palo.Hubo que esperar hasta fines del siglo XVIII paraver establecidos los primeros cementerios extra-muros y, más adelante, su secularización.

Los cementerios de tradición europea en los Andes peruanos

A poco de iniciada la conquista americana, laCorona española produjo instrumentos jurídicosreferidos al urbanismo y ubicación de edificiospúblicos, como las “Instrucciones para poblar”que recibió Pedrarias Dávila en 1513 al ser nom-brado gobernador de Darién, Panamá, donde,entre otros preceptos, se disponía que “la iglesiapóngase aislada un poco en alto, asígnesele man-zana entera de manera que quepa el templo consu crecimiento”; esto involucraba al cementerioadscrito, por cuanto se presuponía que era elespacio mismo de las iglesias, sus naves y hasta lazona del altar donde se sepultaban a los españolesy a los indios nobles y colaboradores cristianiza-dos. Una ordenanza del rey Carlos V disponía que

[…] los Arzobispos y Obispos de nuestras Indias,que en sus Diócesis provean y den orden, comovecinos y naturales de ellas se puedan enterrar yentierren libremente en las Iglesias, o Monaste-rios que quisieren, y por bien estuvieren, estandobenditos el Monasterio o Iglesia, y no se les pongaimpedimento.5

Ante el previsible hacinamiento, tales espa-cios se extendieron más adelante hasta el atrio, elconvento y jardines de los conjuntos eclesiales.

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cretismo religioso en los Andes”, en Historia de América,núm. 19, Madrid, Universidad Complutense, 1993, p. 13.

5 Recopilación de las leyes de los reinos de las Indias. LibroI. Título I. Ley VII, en Ana Hilda Duque, “De enterrados afieles difuntos”, en Diálogos culturales: historia, educación,lengua, religión e interculturalidad (Cuadernos del GIECAL, 2),2006, p. 21.

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El 3 de mayo de 1576, el rey Felipe II emitióla conocida Ordenanza “Para descubrimientos,poblaciones y pacificaciones”, promovida por elvisitador Juan de Ovando, que detallaba las nor-mas y recomendaciones para la ubicación y edi-ficación de ciudades y edificios públicos en lasIndias. Este documento —cuyo antecedenteinmediato fue la Real Ordenanza del 13 de juliode 1573— resulta extraordinario, por los detallestécnicos y el buen criterio de manejo espacial ysanitario que lo sustenta, siendo consideradocomo el primer código urbanístico moderno. Porotro lado, conlleva un cambio de mentalidad,pues, como lo señala Morales Folguera,6 ya no sehablaba de conquista sino de pacificación; con-tenía además normas favorables a los indios. Así,por ejemplo, el artículo 121 de esta Ordenanzadisponía que

El hospital para pobres y enfermos de enfermedadque no sea contagiosa, se ponga junto al templo ypor claustro de él. Para los enfermos de enferme-dades contagiosas, se ponga el hospital en parteque ningún viento dañoso, pasando por él, vaya aherir a la demás población y si se edificare enlugar levantado sería mejor.7

Una vez más, de manera implícita, esto deter-minaba la ubicación de los cementerios en lasiglesias y hospitales; estos últimos tuvieron enEuropa una función funeraria desde el siglo XIII,práctica trasladada a las Américas, en la mayoríade casos como parte de los conventos.

Pero la ubicación de las necrópolis extramurostuvo que esperar casi dos siglos, hasta que se en-tendió que ciertas enfermedades contagiosas esta-

ban relacionadas con la putrefacción. El rey CarlosIII, tras una terrible epidemia que asoló Guipúz-coa en 1781, atribuida a los hedores y exhalacionesde su iglesia parroquial, promulgó en 1787 unaReal Disposición en la cual señalaba:8

[…] en beneficio de la salud pública de mis súbdi-tos, decoro de los templos y consuelo de las fami-lias […] se harán los cementerios fuera de laspoblaciones, siempre que no hubiere dificultadinvencible o grandes anchuras dentro de ellas, ensitios ventilados e inmediatos a las parroquias, ydistantes de las casas de los vecinos y se aprove-charán para capillas de los mismos cementerioslas ermitas que existan fuera de los poblados,como se ha empezado a practicar en algunos conbuen suceso.

Su sucesor hizo lo mismo para las coloniasamericanas, primero mediante la Real Céduladel 27 de marzo de 1789 expedida en Madrid,disponiendo que para

[…] prevenir un daño tan conciderable, […] comomedio urgentíssimo, y conveniente á la saludpública el establecimiento de un cementerio fuerade poblado en donde se enterrassen todos, sinexepción de personaz; pues además de exigirloassí laz reglaz de humanidad, en nada opuestas álas de religión, eran bien palpables los efectosfavorables que ofrecía esta providencia.9

Esta ordenanza fue complementada por otra:

En 1789, Carlos IV pidió informes acerca de loscementerios dadas las quejas sobre su insalubri-dad. A partir de ello, el 15 de mayo de 1804, elmismo monarca emitió en Aranjuez la real Cédula

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6 José Miguel Morales Folguera, La construcción de la utopía:el proyecto de Felipe II (1556-1598) para Hispanoamérica,Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 32.7 Francisco Morales Padrón, Teoría y leyes de la Conquista,Madrid, Ediciones Cultura Hispánica/Centro Iberoamerica-no de Cooperación, 1979, pp. 489-518.

8 Miguel Ángel Cuenya, “Los espacios de la muerte. De pan-teones, camposantos y cementerios en la ciudad de Puebla.De la Colonia a la Revolución”, en Nuevo Mundo, MundosNuevos, Coloquios, 2008. Disponible en http://nuevomun-do.revues.org/index15202.html.9 Ana Hilda Duque, op. cit., p. 48.

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sobre establecimiento de cementerios fuera depoblado en los dominios de Indias, “para el mayordecoro y decencia de los templos y de la saludpública, que tanto me interesa, y a los pueblos”.10

El efecto no fue inmediato y, por distintascausas, se tardó varios años en abrir cementeriosextramuros, por cuanto

Entre los obstáculos para su instauración seencuentran profundas creencias religiosas relati-vas al poder de las reliquias, a la conservación dela memoria del difunto, a la esperanza del efectobenéfico de los lugares sagrados. Ante el deseo deestablecer tal práctica, el problema económicotambién fue importante; en este sentido hay dosaspectos que considerar: en primer lugar, que lasgentes identificaban cementerio con pobreza, estomarcaba una diferencia entre los pobres y aque-llos que poseían una posición social más elevada,y afirmaban el rol de distinción social ligado al ritofunerario […] En segundo lugar, existía una grandificultad para hallar los recursos que se dedica-rían a tales establecimientos.11

La misma autora apunta que, por ejemplo, elprimer cementerio cubano de este tipo se abrióen 1820, con un pretexto más bien fútil: que elcontinuo abrir y cerrar de tumbas en las iglesiasmantenía “desigual y afeado el piso”; también serecordaba que eso inducía la “corrupción y exha-lación” con la consabida secuela de fetidez y con-tagios. Perú estuvo más adelantado en acatar talordenanza, pues los dos primeros cementeriosextramuros se abrieron en 1804 en Arequipa yen 1808 en Lima, aquí como una reacción a losreiterados pedidos de académicos y otros perso-najes encabezados por el sabio Hipólito Unanue,

para desterrar lo que Warren llama “prácticasfunerarias barrocas.”12 Pero lo más extraordina-rio es constatar que Haquira fue un insólito pre-cursor en esto de los cementerios extramuros,pues el suyo, según los indicios, es incluso ante-rior a la ordenanza de Carlos IV.

Haquira

Haquira es la capital del distrito del mismo nom-bre, creado por ley del 2 de enero de 1857; per-tenece a la provincia de Cotabambas, departa-mento de Apurímac, en la parte suroriental dePerú; su altura referencial es de 3671 msnm ysus coordenadas 14º12’36” latitud sur y 72º11’14”longitud oeste. Su fundación española debió dar-se hacia 1578-1583, habiendo sido parte de laencomienda otorgada al licenciado AscensioMaldonado de Torres. Es conocida ante todo porsu célebre Soqyaqhasa o Qaqacárcel —cárcel enroca—, una impresionante ergástula con su res-pectivo tribunal íntegramente excavados en unpeñón de roca volcánica piroclástica, el mismoque, según una leyenda, habría sido el proyectildisparado por un legendario hondero.13 Son tam-bién muy conocidos dos de sus templos, el deSan Pedro y el hoy en ruinas de San Martín.Subsisten, asimismo, casonas coloniales y repu-blicanas abandonadas, con portadas de piedra yalgunos arcos como prueba del carácter señorialde este pueblo, que fue cabeza de doctrina ysede de una Caja Real en tiempos de la Colonia.

Su topónimo sería, según algunos, una defor-mación del nombre de una lengua de la familiaaru (a la que también pertenece el aymara), el

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10 Adriana María Alzate Echeverri, Suciedad y orden. Refor-mas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada (1760-1810),Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Bogotá,Universidad del Rosario (Textos de Ciencias Humanas),2007, p. 209.11 Ibidem, p. 238.

12 Adam Warren, “Piedad barroca, epidemias, y las reformasfunerarias y de entierro en las iglesias limeñas, 1808-1850”,en Horizontes, Bragança Paulista, vol. 21, 2003, p. 10.13 Raúl Carreño Collatupa, “Mitos y leyendas relacionados aprocesos geodinámicos en las regiones de Cusco yApurímac”, en Boletín de Lima, núm. 129, Lima, 2002, p. 115.

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Jake aru o Jakaru, hablado por los pueblos que,provenientes de la meseta del Qollao o Titicaca,ocuparon la zona en la época preinka. Tambiénse dice que alude a una suerte de ideograma omotivo iconográfico usado en los textiles de todaesa región. Pero lo más probable es que el nom-bre derive del vocablo haqque, que en lengua ay-mara, según Bertonio,14 significa peñón; el deri-vado Jaquera o Jaquira sería entonces una claraalusión al mencionado otero de Soqyaqhasa, ysignificaría algo así como “donde está el peñón”o “que tiene su peñón”; esta última forma de po-sesivo es común en la toponimia aymara y que-chua.

Los muy escasos estudios arqueológicos exis-tentes infieren que los asentamientos más anti-guos de la zona —Ñaupallaqta, Mark’ansaya yQhoñaunku— son lupaca y datarían de 800-1000d. C.15 y quizá correspondan a algunos de losenclaves que, según Lumbreras,16 establecierontales pueblos en la sierra central de Perú. La pre-sencia lupaka ha sido determinante incluso en eldialecto kuechua local, que además de muchaspalabras del español ha asimilado numerososvocablos lupaka. Luego hubo ocupación tiahua-naco y huari. Otras versiones refieren la presen-cia de la cultura yanahuara, asentada en la parte

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14 Ludovico Bertonio, Vocabulario de la lengua aymara, segun-da parte, Juli, Casa de la Compañía de Jesús, por Franciscodel Canto, 1612, p. 121.

15 Silvia Peñalva, “En torno a la historia de Haquira,” tesisUNSAAC, Cusco, 1990, p. 10.16 Luis Guillermo Lumbreras, Los orígenes de la civilización enel Perú, Lima, Milla Batres, 1979, p. 128.

Figura 4. El peñón de Soqyaqhasa con una cárcel y un tribunal excavados en la roca.

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sur de Apurímac, y de los condesuyos y qota-panpas, otras etnias regionales preinkas.

Su incorporación al imperio del Tahuantinsu-yo se dio bajo el reinado del quinto Inka, el em-perador Qhapaq Yupanki. Según Gracilaso,17 unejército de casi 20,000 hombres sometió pacífi-camente a la nación yanahuara. Cieza de León18

señala, en cambio, que la conquista fue san-grienta por la mucha resistencia opuesta por loscondesuyos, que fueron dos veces derrotados,perdiendo en la última más de 6,000 hombres.

En la época virreinal, esta región fue partedel escenario de la rebelión del cacique Yana-huara, un indio tullido que movilizó a miles depersonas reivindicando a los dioses y usos pre-hispánicos, como parte del Moro-onqoy, movi-miento mesiánico que buscaba “la liberación ysalvación de un pueblo humillado y explotado”19

y un retorno a la religión precolombina. Des-pués de reclutar a mucha gente, el movimientofue debelado, pero el cabecilla logró evadirse dela prisión para desaparecer sin dejar rastro.

Por las minas de oro y plata explotadas en suterritorio, Haquira conoció cierta bonanza en lossiglos XVII y XVIII, constituyéndose en el pobladomás importante de la parte suroriental del actualespacio apurimeño; fue capital jurídica de lashoy provincias de Cotabambas, Grau, Chumbi-vilcas y Paruro, y sede de la Caja Real que recau-daba los tributos de toda esa zona. Este relativoauge se tradujo en una gran riqueza arquitectó-nica, evidenciada por sus dos grandes templos,sus capillas, sus casonas y un amplio espaciourbano.

Una serie de factores socioeconómicos y cul-turales concurrieron para que un pueblo alejadocomo Haquira cuente con un rico patrimonioarquitectónico:20 haber sido una relativamenteimportante sede administrativa colonial, contarcon un material lítico fácil de labrar (toba volcá-nica), haber estado bajo la fuerte influencia cul-tural y religiosa impuesta por la presencia de laorden agustina en esta región que, entre otros,permitió la edificación de iglesias suntuosas yestablecer una tradición escultórica propia den-tro del barroco surandino.

A propósito de esto último, se debe destacarque Haquira no fue jurisdicción de dicha orden

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17 Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales de los Incas,Lima, Universo (Autores Peruanos, 4), 1609/1973?, t. I., pp.157-163.18 Pedro Cieza de León, El señorío de los Incas, Lima,Universo (Autores Peruanos, 45), 1553/1977, p. 128.19 Waldemar Espinoza Soriano, “Un movimiento religioso delibertad y salvación nativista. Yanahuara-1596”, en Cultura yPueblo, núms. 17-18, Lima, 1970, pp. 8-11.

20 Raúl Carreño y Susana Kalafatovich, Visión de Apurímac,Cusco, GVC-Proyecto Arguedas, 2009, pp. 240-241.

Figura 5. Iglesia de San Pedro y su magnífica portada lateral en estilo barroco andino.

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agustina, pero prácticamente todas las parro-quias circunvecinas más importantes sí lo fue-ron, por lo que, al menos en el aspecto cultural-arquitectónico, su influencia resulta evidente,más aún si consideramos las convergencias esti-lísticas con templos agustinos como los deMamara, Vilcabamba, Ayrihuanca, entre otros,localizados en la hoy provincia de Grau, que has-ta inicios del siglo XX fue parte de la antigua pro-vincia de Cotabambas.

En cuanto a los templos, el principal, ubicadoen la plaza de Armas y consagrado a San Pedro,fue edificado entre 1671 y 1708 con el apoyo delmás célebre de los obispos del Cusco, donManuel de Mollinedo y Angulo, cuando se tras-ladó el núcleo del poblado hacia la zona delpeñón de Soqyaqhasa.

El segundo templo en importancia, adyacen-te al cementerio, prácticamente fuera del núcleourbano, en la comunidad de Huista, está bajo laadvocación de San Martín de Tours. Gutiérrez21

cree que fue erigido en la segunda mitad delsiglo XVIII, cuando el de San Pedro quedó inutili-zado. El cementerio vecino debió fundarse en lamisma época. No falta quienes aseguran que

este templo fue construido por el afamado artis-ta y arquitecto indio cusqueño Juan TomásTuyro Túpac, pero la investigadora Negro22 prue-ba que este alarife no concibió ni dirigió ningu-na obra en Apurímac. Existe, en cambio, undocumento donde, a la par de pedir un cura, elcacique del lugar, Eusebio Vilcaguanaco, afirmaque “habiéndose construido esta Santa Iglesiadesde los cimientos a costa de mi dinero y tra-bajo de los indios de mi comunidad, se hallamuy acabado el templo”.23 En 1858 “en tiemposdel padre Chávez”, se desplomó el techo; desdeentonces la iglesia está abandonada y en ruinas.

El cementerio

El cementerio de Haquira se ubica cerca al cos-tado suroriental del templo de san Martín, enuna cuesta, visible desde lejos, al sureste delperímetro urbano. Cuenta con un cerco demampostería rústica de piedra y su única puertade reja conduce directamente a la sección demausoleos antiguos y modernos, con algunastumbas aisladas en el suelo, muchas apenas per-ceptibles. Aunque se nota el alineamiento de

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21 Ramón Gutiérrez, Arquitectura virreynal en Cuzco y suregión, Cusco, UNSAAC, 1987, p. 168.

22 Sandra Negro Tua, Juan Tomás Tuyru Túpac, Lima, Brasa(Forjadores del Perú, 3), 1995, pp. 27-49.23 Ramón Gutiérrez, op. cit., p. 170.

Figura 6. Iglesia de San Martín de Tours, vecina al cementerio.

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mausoleos en una disposición escalonada, comorespuesta al condicionante topográfico, por eldescuido hay la impresión de cierto caos en ladistribución de las construcciones.

No se sabe cuándo fue habilitado; los archivosde los templos de Haquira no consignan ningu-

na noticia sobre el cementerio. La inscripcióngrabada más antigua, en una cruz sin cabezalhoy tirada en el suelo junto a otras piezas talla-das, data de 1784. Por la cercanía y por el mismoestilo de la mampostería de sus muros de con-torno, es muy probable que el cementerio y el

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Figura 7. Tumbas, mausoleos y entrada del cementerio de Haquira.

Figura 8. El elemento fechado más antiguo (1784), identificado en el cementerio de Haquira.

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templo de San Martín sean contemporáneos, esdecir, de finales del siglo XVIII.

Haquira responde al modelo de pueblo espa-cialmente organizado según las Ordenanzas de1576; lo que no hemos podido averiguar es si suiglesia principal cuenta con catacumbas (pocofactible) o si hay noticia de sepulcros dentro desu nave; es probable que sí. Siguiendo la mismapauta, debió existir un cementerio de indios que,sin duda, no corresponde al actual, pues comoya vimos sólo a mediados del siglo XVIII se inicióun fuerte movimiento para erradicar los cemen-terios eclesiales y fundar otros extramuros, con-firmando la tendencia que el cristianismo seguíaincluso antes del siglo VI en Europa.

El tema de la fecha de institución del cemen-terio merece una sección aparte, por cuanto esalgo insólita. Teniendo en cuenta que el grabadode la citada cruz sepulcral es de 1784, el cemen-terio de Haquira habría estado en funcionamien-to mucho antes de la promulgación de la mencio-nada Real Disposición de Carlos III, promulgadaen 1787 y que obligaba a establecer los cemente-rios extramuros; esto resulta sorprendente, puesseñalaría un caso precursor cuya causal perma-nece desconocida por la ausencia de documenta-ción en los archivos. Por otro lado, hasta donde se

conoce, el vecino templo de San Martín no tienesepulcros en su interior.

Y es también insólito que los notables delpueblo y la parroquia hayan renunciado tanfácilmente a lo que consideraban un derecho ysu privilegio: ser inhumados en las iglesias y,más aún, compartir el mismo espacio funerarioque los pobres, más sabiendo que incluso éstos“[…] hacían hasta lo imposible para enterrar susmuertos en las iglesias; el entierro en el cemen-terio era vivido como un acto que ofendía a lafamilia y agraviaba la memoria del difunto.24

El prejuicio estaba tan generalizado que hastael Diccionario de Autoridades de 1729 decía quelos cementerios (cimenterios) eran lugar sagra-do donde “se enterraban antiguamente todos losFieles; pero oy solo se entierran en él los pobresde limosna, y los que por su devoción, y humil-dad, eligen esta sepultura”.25

Abundando sobre este proceso de deslocali-zación funeraria de los templos hacia los cemen-terios, Oses escribe:26

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24 Adriana Alzate, op. cit., p. 238.25 Ibidem, p. 207.26 Darío Oses, La democratización de los camposantos,http://www.nuestro.cl/chilecronico/cementerios.

Figura 9. Vista general del cementerio de Haquira, en la que se muestra su ubicación extramuros.

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Con la Ilustración borbónica comenzó a elaborarse undiscurso orientado por la razón y la higiene. Se califi-có de degradante y malsana la práctica de convertirlos templos en depósitos de cadáveres. Se propició eldesplazamiento del dolor desde el espectáculo públi-co al sentimiento privado, y la sepultura desde la igle-sia al cementerio “extramuros”, principalmente porrazones sanitarias ya que a las iglesias concurríamucha gente que podía contraer enfermedades poresta cercanía con los cuerpos en descomposición.

Empezaba, así, a esbozarse una pugna entre mo-dernidad y tradición. A la necesidad de sepultar a losmuertos en un espacio sagrado para que esperaranallí el Juicio final, se oponía un pensamiento higie-nista que mostraba más preocupación por el bienes-tar del hombre en este mundo, y objetaba los entie-rros en las iglesias por consideraciones de salubridad.Este ideario del despotismo ilustrado se traspasaríaen gran parte a los primeros gobiernos republicanos.

Tal vez nunca sepamos las causas reales quepermitieron a Haquira y su cementerio convertir-se en abanderados de una revolución ideológica enmateria de convivencia funeraria y de implanta-ción extramuros. Podría aventurarse una razóndemográfica, pues el envío forzado de obrerosindios a las minas de Huancavelica y otras deArequipa (sistema conocido como mita) habíadiezmado tanto la población que, en 1689, el párro-co del lugar, don Antonio Enríquez Camargo, sequejaba de ello e insistía en cortar, al menos tem-poralmente, dicho envío y así disponer de mano deobra para la conclusión y restauración del templo.Ese año, la doctrina de Haquira, que comprendíacuatro ayllus —comunidades indígenas—, teníasólo 70 indios tributarios —unos 100, incluyendo alos del cercano pueblo de Cocha—, “ochentamuchachos y ochocientas indias entre naturalesdel dho. Pueblo y forasteras de todas edades”;27

sólo había 12 españoles, todos comerciantes.

La parte donde se ubica el cementerio pertene-cía al curato de San Martín, cuyo doctrinero, Juande Alarcón, informaba ese mismo año que estaparte contaba con sólo “sentaiocho [sic, ¿68?, ¿78?]feligreses chicos y grandes” y un solo español.28 Unsiglo después, se dieron las mismas condiciones depresión laboral de las minas y obrajes y, peor aún,tras la Gran Revolución de Túpaq Amaru (1780-1781), en la que, según los informes del gobiernocolonial, murieron unas 100,000 personas en el surde Perú, incluyendo Apurímac, donde la poblacióndebió estar aún más mermada. Por ello el cura deHaquira clamaba una fusión con la parroquiade Llajhua, a la que pertenecía San Martín, ya queuna tan menguada población no ameritaba dosdoctrinas, ambas entonces miserables.

A la luz de estos datos, que corresponden a unsiglo antes de que tanto el templo de San Martíncomo el cementerio vecino existiesen, se podríaentender la posición extramuros del recinto fune-rario en un periodo en que tal práctica era casiinadmisible en ciudades y poblados más grandes.Por otro lado, la escasez de españoles (por lo vistotambién pobres) parece igualmente haber influidoen este hecho. Los tiempos de esplendor deHaquira, cuando era cabeza de encomienda yrecaudaciones, habían ya pasado y la gente malvi-vía de sus actividades agropecuarias y comerciales.Por tanto, la demanda real de entierros en el tem-plo por parte de los derechohabientes era ínfima,siendo mayoritaria la de los indígenas, condenadoslegalmente a ser inhumados en los cementerios.

Lo anterior nos hace suponer que los mau-soleos más suntuosos pertenecen a periodosposteriores, al siglo XIX e inicios del XX, cuandodominaban los hacendados y hubo un ciertorenacer económico por la explotación de lasminas de Cochasayhuas y el incremento del

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27 Horacio Villanueva Urteaga, Cuzco 1689, documentos, Cus-co, CERA Bartolomé de las Casas (Archivos de Historia Andi-na, 2), pp. 36-37. 28 Ibidem, p. 40.

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tráfico lanero hacia las fábricas textiles deCusco y Arequipa.

Algunas características arquitectónicas y escultóricas

Son notables dos tipos poco comunes de sepultu-ras a los que denominamos tumbas “soldadas” ymausoleos escalonados. Los primeros están con-formados por dos elementos independientes muypróximos que, en algún momento, fueron unidos

ya sea mediante un tosco relleno de piedra y arga-masa, mortero de barro o cal, o una pared de lamisma textura que las estructuras unidas. Enotros, el elemento de unión no es sólo lateral sinode cabecera; en tal caso, se superponen una cruzy algunos aditamentos ornamentales que coronany unen dos mausoleos. Cuando se trata de dostumbas individuales a ras del suelo, ambas sondel mismo estilo abovedado, es decir, nichos quesólo en algunos casos presentan cipos con crucesque los coronan; en otros, cada elemento, sea

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Figura 10, Tumbas “soldadas”.

Figura 11. Mausoleos o tumbas “soldadas” con plataforma, no niveladas.

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nicho o mausoleo, es distinto, siendo frecuenteencontrar que uno es más alto que el otro.

Los mausoleos escalonados constan por lo ge-neral de un nicho mayor en la base sobre el quecabalga otro más pequeño destinado a un niño,siguiendo un patrón piramidal escalonado yalargado que recuerda en mucho la estructurade las cuppae romanas. Todos constan de sólo

dos nichos superpuestos, con una solera o zóca-lo-plataforma de altura variable. Los nichos sonya sea de sección rectangular o abovedada; estosúltimos son los que mejor se aproximan al mo-delo de las cupas.

Llama la atención el sentido previsor de estetipo de concepción arquitectural, ya que presu-pone el fallecimiento de un niño, antes o des-

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Figura 12. Los típicos mausoleos escalonados o en cuppae de Haquira.

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pués de la muerte de un familiar mayor o vice-versa. Las características constructivas y el esta-do de los materiales y morteros indican queestos mausoleos fueron construidos en una solaetapa. Por la existencia de algún elemento líticofrente a la boca del nicho menor (cipo y cruz,estela-bocanicho, dintel elevado a manera deantefija…) no se llega a entender cómo se intro-ducía el ataúd del niño en él, pues la única for-ma de hacerlo habría sido retirando el elementoparcialmente obstructor o hacerlo por atrás opor un costado, lo cual no parece verosímil.

Grabados, esculturas, epigrafía

Tampoco en este campo hay patrones definidos;se reconocen palmas, ángeles, rosas, volutas,cimacios y ramas de plantas indeterminadas. Lagran mayoría corresponde a decoración en relie-ve, con predominio de altorrelieves. En el cam-po escultórico, aparte de las cruces y maceterosy algunos ornamentos laterales en voluta y encimacio, sólo se tiene un ángel sosteniendo unacruz sobre un plinto exento colocado al costadode un mausoleo de dos nichos de diseño muyparticular. Lo más destacado de esta escultura esque ha sido modelada en un bloque piroclásticode contacto entre un nivel de toba blanca y otro

de toba coloreada, de modo que el cuerpo es par-do-rojizo y las alas claras.

De todos los grabados hay uno muy extrañocon apariencia de un ideograma: una figurahumana con rostro semejante a una calavera,tocado con una especie de gorro frigio o ch’ullo,los brazos extendidos sosteniendo dos objetostriangulares que parecen campanas. Hay ade-más, en la parte superior, otra figura muy desva-ída, también con los brazos abiertos y las patas(pues pareciera una figura felina) abiertas enarco, lo que denotaría un baile. Las dos figuraslaterales parecen representar floreros o macetas;la de la izquierda tiene forma de dos trapecioscontrapuestos con una planta que inicialmentedebió tener seis ramas; la de la derecha tiene ba-se triangular simple, sosteniendo una suerte deplanta de siete ramas; lo llamativo en esta últimaes que la rama que corona el conjunto tiene unperfil que también evoca una calavera, mientrasque el último brazo del lado izquierdo práctica-mente toca uno de los brazos de la figura huma-na central, lo que no ocurre con la otra planta,que está separada.

Podría especularse que se trata de una alego-ría mortuoria, de una representación de la muer-te buscando o llevándose al difunto, de una espe-cie de danza macabra como las representadas en

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Figura 13. Ejemplos de ornamentación escultórica en lápida, hastial y cabezal.

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muchas leyendas europeas o en las historias deqharkachos (condenados) que vienen en lasnoches, bailando, a la caza de nuevas víctimas.

En cuanto a las expresiones epigráficas, los ha-quireños se muestran muy parcos, pues éstas noson abundantes ni muy llamativas y se circunscri-ben a los nombres de los difuntos, los años de naci-miento y de muerte, y, sólo en ocasiones, a cortoshomenajes filiales o invocaciones religiosas, gra-bados muy sencillamente, pues en su mayoría setrata de delgadas incisiones a menudo poco visi-bles. Son escasos los epitafios y no pasan de frag-mentos de impetraciones; se diría que los deudospreferían la ornamentación escultórica a las fra-ses, y hasta a los nombres, pues no son pocas lashuesas anónimas que tienen lápidas sin inscrip-ción alguna. Sólo en tumbas modernas se llegan aencontrar unos pocos ejemplares con inscripcio-nes onomásticas, pero no grabadas sino pintadas.

Son varias las lápidas con sólo ornamentos flo-rales y hasta oraciones o invocaciones que contie-nen campos epigráficos en forma de pergaminodesenrollado sin inscripción alguna —incluso sinnombre—, lo que hace pensar en que se vendíanya hechos, quedando la responsabilidad de la ins-cripción final a cargo de los deudos contratantes.También pudo ocurrir que algunos lapicidas fue-

sen analfabetos, lo cual no tendría nada de raro,teniendo en cuenta los altísimos niveles de anal-fabetismo que hasta hoy imperan en esta región.Existe igualmente la posibilidad de que se hayanutilizado soportes móviles hoy desaparecidos.

Las cruces

A pesar de su relativa pequeñez, el cementerio deHaquira presenta una gran variedad de crucesde piedra. Tomando la referencia taxonómica paracruces y otros símbolos gráficos formulada porKoch,29 entre esculpidas y grabadas se han podidoidentificar los siguientes tipos de cruces que inclu-yen las ineludibles variantes introducidas por losalarifes locales: de evangelistas o de calvario indi-vidual, triunfal, griega engrosada, encuadrada, la-tina, ensanchada, bizantina, potenzada, patée, po-meteada y de Trinidad. La mayoría coronan losmausoleos a manera o parte de cipos y estelas fu-nerarias; otras van como altorrelieves en las lápi-das e incluso en los zócalos o plataformas.30

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29 Rudolf Koch, Libro de los símbolos, http://lossimbolos.blogspot.com/. Historiarte, Enciclográfica, http://www.his-toriarte.net/iconografia/cruces.html.30 Raúl Carreño, “El cementerio de Haquira. Visión prelimi-nar”, en Boletín de Lima, núm. 152, 2008.

Figura 14. Tumba con extraño altorrelieve que parece representar una danza macabra.

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Estado de conservación

El cementerio de Haquira se encuentra en unlamentable estado de descuido, tanto en el aspec-to de mantenimiento general del recinto comoen el de las tumbas; es evidente que el abandonode muchas de éstas —en especial de las más anti-guas—, responde a la ausencia de familiares, alolvido y a la falta de identificación de los últimosdescendientes con sus ancestros, a la simple desi-dia o a los cambios de confesión religiosa, pueslos llamados evangélicos muestran menor pro-pensión al culto tanatológico andino.

Los hundimientos diferenciales y la inclinaciónpor defectos geotécnicos están generalizados: sonpocos los ejemplares que se mantienen aploma-dos. Los senderos son irreconocibles, lo cual obligaa transitar sobre tumbas casi ocultas, algunas sote-

rradas o destruidas por esta causa. No son pocas lastumbas expuestas por el derrumbe espontáneo desus cubiertas, debido a la fatiga de materiales, a ladisgregación de los morteros o a golpes directos.

Desde un punto de vista químico-mineralógi-co, los elementos líticos han sufrido relativa-mente poco deterioro; con excepción de las del-gadas capas de alteración silícica, no son muyvisibles los efectos de la transformación minera-lógica. La presencia de líquenes tampoco es muyconspicua; curiosamente, cuando se da, afectamás a los elementos elevados, especialmente alos cipos y cruces de coronación.31

Es en el aspecto del desgaste o daño mecáni-co donde se observa un alto grado de deterioro ypérdida de elementos líticos, debido a la intrín-seca fragilidad de las tobas. El desgaste de aristases general en mayor o menor grado. Abundanlas piezas rotas, muchas por golpes accidentalesy por caídas. No hay, en cambio, muchos signosde disgregación de las tobas por intemperismo,gracias a la sequedad del clima.

Los elementos más afectados son las cruces;muchas tienen brazos total o parcialmente cer-cenados o cascados; abundan las destruidas ydesaparecidas por caída natural o accidental-mente provocada. Por el contrario, no se hanobservado signos de vandalismo o latrocinio: laspiezas sueltas o caídas se mantienen en su lugaro han sido amontonadas en ciertos lugares.

Acerca de las cuestiones de memoria y memorables

La reflexión respecto a la memoria se sustentaen que los cementerios representan un lugar derecuerdo y un eslabón en el mecanismo de lacontinuidad identitaria tanto familiar como

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31 Raúl Carreño, op. cit.

Figura 15. Parte de los distintos tipos de cruces existentes en el cementeriode Haquira.

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social, donde los monumentos funerarios sonuna forma de ostentación del poder que pareceel mejor instrumento de la memoria cuando estáausente el heroísmo. Así, como en otras cultu-ras, en este “tipo de arquitectura […] convergensimbolismo religioso, rango social y poder políti-co manifestando el interés por asegurar la salva-ción del alma y los valores de propiedad y legiti-midad respectivamente”.32

Por otro lado, el reciente X Encuentro Ibero-americano de Valoración y Gestión de Cemente-rios Patrimoniales propuso como uno de sus ejesde discusión el tema de los memorables: “Losgrupos sociales y los individuos construyen losrecuerdos, es decir, son los que deciden quién oqué es ‘memorable’ y cómo será recordado. Enesta medida cabe preguntarse: ¿Qué determina

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32 Fernando Prados Martínez, “Memoria del poder. Losmonumentos funerarios ibéricos en el contexto de la arqui-

tectura púnico-helenística”, en Cuadernos de Prehistoria yArqueología, Universidad Autónoma de Madrid, núms. 28-29,2002-2003, p. 220.

Figura 16. Muestras de deterioro de los elementos líticos: asentamiento diferencial por deficiencia geotécnica, soterramiento, daño mecánico (rotura) y colapso debóvedas por fatiga de materiales.

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la decisión de quién o qué es digno de recordar-se? ¿Cuáles son las funciones de la memoria?”

Como ya se adelantó, las tumbas del cemen-terio de Haquira traducen de algún modo lasdiferencias étnico-sociales y los cambios en laestructura socioeconómica iniciados por lasreformas del gobierno militar de 1969 a 1975 ypor las migraciones subsecuentes. Todo ello hatenido repercusiones que reflejan una trasfor-mación notable en las formas y expresiones desus propias y subyacentes categorías de memo-ria y memorables, puestas de manifiesto, ennuestro caso, mediante la calidad o suntuosidadde las tumbas. Se percibe en Haquira que losmonumentos funerarios se inscriben en la per-cepción según la cual tales monumentos consti-tuyen “elementos de exteriorización de los ente-rramientos propiamente dichos, que fueronrealizados para señalizar, identificar y honrar alos difuntos”.33

La diferenciación social, como siempre, senota en el tipo de monumentos funerarios: enmausoleos para las familias más encumbradas,en tumbas sencillas o en simples túmulos fune-rarios para la clase más pobre —esto al menospara las tumbas antiguas—, lo cual pone demanifiesto “la carga de simbolismo religioso,rango social y poder político que pudieron tenerlos monumentos”.34

No se nota en los monumentos funerarios deeste cementerio una intención de perpetuarindividuos; no hay indicios de heroificación depersonajes; se intuye más bien que los mauso-leos buscaban establecer la preponderanciafamiliar sobre el resto de la comunidad, es decir,

un signo de distinción social mediante su volu-men y ornamentación. Lo anterior se corroborapor la existencia de varios anepígrafos, en espe-cial “bocanichos” y estelas funerarias, y por laausencia de retratos tallados en las lápidas. Enmuy pocos casos se ve que existieron fotografías,práctica más común en las últimas décadas;incluso los nombres están poco resaltados.

El de Haquira combina los elementos corres-pondientes a los típicos cementerios ruralesandinos y los de tipo señorial que se encuentranen ciertas secciones de poblados más grandes.Aun cuando no hay una clara sectorización porniveles sociales, se nota una mayor concentra-ción de entierros tipo camposanto en la partebaja. También se atisban signos del sincretismoandino-europeo o, según se mire, de resistenciacultural, expresados en la a veces llamativa,incluso ingenua, manera como los indígenas asi-milaron las formas y conceptos que pretendióimponerles la cruzada de transculturación prac-ticada en siglos anteriores.

En los últimos tiempos, el mayor o menorboato de los mausoleos ya no responde tantoa la pertenencia social o al poder económico dela familia sino al apoyo externo que reciben losresidentes de sus familiares que viven en unaciudad mayor, en Lima y, cada vez más, en elextranjero. Los emigrados, como una cuestiónde pundonor, buscan mostrar a sus paisanos eléxito —real o simulado— obtenido en su nuevolugar de residencia. La preeminencia de losnuevos mausoleos en concreto, sin la riquezaescultórica de los antiguos, está determinadapor su ubicación en la parte más alta delcementerio; son muy contados los ejemplareslíticos modernos que se distinguen por su colo-rido y una decoración escultórica no siempreequilibrada. Desde este punto de vista hay unaclara diferencia entre la memoria de un pasado

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33 Abel Morcillo León y Martín Nova Barrero, “Los monu-mentos funerarios hispano romanos y su epigrafía en elMuseo Nacional de Arte Romano de Mérida”, en Tejuelo, Re-vista de Didáctica de la Lengua y la Literatura, núm. 7, Truji-llo-Miajadas, 2010, p. 181.34 Fernando Prados Martínez, op. cit., p. 221.

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más lejano y la más reciente que imponen losemigrantes.

Encontramos así dos niveles de memoria ymemorables: los antiguos que pertenecieron a laclase de los hacendados y las autoridades o nota-bles del pueblo (los mistis y señores) y que hoyhan entrado en la fase del olvido por el aleja-miento generacional y, sobre todo, tras la refor-ma agraria iniciada por el gobierno militar ynacionalista del general Juan Velasco (1969-1975), por la migración masiva y el desarraigo desus descendientes que partieron hacia las ciuda-des. El desarraigo de esta gente, sumado alascenso social de los comerciantes, de las nue-vas autoridades, de la burocracia estatal, deter-minó una nueva dimensión de la memoria.

En la primera fase, era la clase terratenientey sus allegados quienes determinaban la jerar-

quía del recuerdo con sus tumbas de piedralabrada y su ubicación en la parte central delcementerio. En la segunda, las nuevas clasesemergentes han preferido ocupar la parte alta yoptar por el concreto; paralelamente, el olvidoinvade la parte monumental: ausentes los deu-dos, el olvido se traduce en el deterioro y des-trucción de las bellas tumbas de antaño, similaral olvido que aqueja a las tumbas de los máspobres, a los túmulos de tierra simple o, a lomás, candorosamente rodeados por una hilerade piedras que a manera de un sardinel muyprecario delinean su contorno, con la vana espe-ranza de que así la tumba será respetada. Losricos de antes y los pobres de siempre se fundenen un mismo olvido por causas diferentes: losprimeros, por el alejamiento de sus deudos; los se-gundos, porque es menos arraigado en ellos el

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70 | Figura 17. Mausoleos restaurados o modernos pertenecientes a los nuevos “notables” del pueblo.

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sentimiento de la rememoración por la vía delculto a los despojos mortales.

Un cementerio como el de Haquira esconde,además de la mencionada discriminación social,una evidente diferencia cultural pues, como bienlo destaca Chapa Brunet, los fenómenos de convi-vencia entre diferentes grupos de población nonecesariamente desembocan en procesos de acul-turación forzosa. Para las clases dominantes, paralos blancos o señores, las tumbas y su posición enel cementerio eran un vehículo para imponer asus memorables; muerta su sociedad feudal des-pués de la reforma agraria murió también una for-ma de cultura, dándose una consecuente transfor-mación de los valores que, como en la dinámicasocial o en la rueda de la fortuna, impone una nue-va concepción de los memorables. Por el lado deestos sujetos, el cementerio resulta un espaciopara reafirmar una posición, un espacio para elejercicio del poder material que quiere trascenderincluso en el igualitario universo de la muerte.

Resulta paradójico en cambio que el aparenteolvido de los más pobres que muestran las piso-teadas o sobrepuestas tumbas en el suelo nonecesariamente implica una pérdida de sumemoria o que estos grupos marginados no ten-gan su propia dimensión de ella y su propia ca-tegoría de memorables que el cementerio noregistra ni transmite. Esto responde a la dicha di-ferenciación cultural, por cuanto las categoríasfunerarias de los indígenas han conservado mu-cho de las culturas ancestrales. La memoria paraellos no tiene por escenario las tumbas y cemen-terios sino, más bien, la tradición oral. Basta paraello analizar el caso de los héroes campesinosque para reivindicar sus tierras lucharon hacecasi un siglo contra los atropellos de los terrate-nientes o gamonales.

Francisco Yaquis, Leandro Gómez, EstebanHuillkapaqo, Faustino Mendoza, Crisóstomo Mo-

lina, José Loayza (torturado en la cárcel de Ha-quira por enseñar a leer y escribir a los campesi-nos), Fernando Zá y Martín Sullo figuran entre loscabecillas indígenas que lideraron el movimientoreivindicador. Según Carlos Arredondo, en febre-ro de 1922 Zá atacó una hacienda en el cercanopueblo de Quiñota, donde murió un gendarme.Durante la represión, el 30 de agosto de 1923, elindígena Victoriano Jaquis fue muerto atrozmen-te y su cadáver paseado como escarnio sobre uncaballo antes de ser “arrojado en un canchón35

para ser devorado por los perros”36 cerca del pue-blo de Llusco.

Hubo otras incursiones campesinas en lashaciendas para capturar ganado, mientras que,por el lado formal, Huillkapaqo presentaba unmemorial solicitando garantías al presidenteLeguía, aprovechando su condición de alfabeto ysus conocimientos jurídicos adquiridos en sujuventud cuando fue sirviente de un abogado deChuquibambilla, hoy capital de la vecina provin-cia de Grau. Un pelotón formado por gendarmesy acólitos de los hacendados capturó a Huillka-paqo y lo ejecutó en el cementerio; los campesi-nos acuden allí y, siguiendo la antigua prácticade recuperar a sus muertos para tenerlos comosímbolo y protección, exhuman el cadáver lle-vándolo a la plaza de Haquira, donde es expues-to tres días. La justicia no castigó a los culpablesy en septiembre de 1923 fueron tomados variospueblos y haciendas, como Quiñota, Haquira,Progreso, Trapiche…

Los hacendados pidieron refuerzos y el 15 denoviembre un pequeño ejército proveniente deChumbivilcas (Cusco) y Grau (Apurímac) atacólas estancias campesinas, tomó cientos de prisio-

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35 Canchón: en Bolivia y Perú, terreno rústico, amplio y cer-cado.36 Carlos Arredondo, “Wamancha” (Halcón joven). La rebeliónde los indígenas de Haquira y Quiñota, 2008, http://apu-orqontaki.blogspot.com/2008/12/wamancha.

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neros, torturando a muchos y matando a algunosen el Soqyaqhasa o cárcel de piedra de Haquira.Las acciones insurgentes y represivas se prolon-garon hasta 1924 y parte de los reclamos campe-sinos fueron atendidos, pero los hacendadossalieron más favorecidos.

Vemos que los cadáveres de varios héroesdesaparecieron (uno fue tirado a los perros) yotros, sin duda, fueron a parar en fosas comunes,en anónimos entierros; sin embargo, en la para-doja de la memoria colectiva, aun careciendo detumbas, aun sin tener un lugar en el cementerio,el recuerdo de esos héroes se mantiene por enci-ma incluso de los hoy olvidados potentadoscuyos nombres se desvanecen en las lápidas desus llamativos mausoleos.

Y eso es también notorio durante la festividaddel 2 de noviembre, día de los difuntos, e inclu-so, durante la fiesta patronal, cuando la cantidadde visitantes y de ofrendas denota la importan-cia actual de los nuevos memorables que, comodijimos, no son ya los terratenientes sino lasfamilias emergentes que encuentran una mejorsituación económica al migrar, pero que —porlas trampas de la nostalgia y una intrínseca inca-pacidad para un total desarraigo— retornanperiódicamente a su pueblo y, al hacerlo, tratande dar muestra de su “éxito” interviniendo comomayordomos en las fiestas, construyendo visto-sos (pero no necesariamente armónicos) mauso-leos, haciendo donaciones, buscando ser los nue-vos notables, arrastrando en ese intento a susmuertos que, de tal modo, ocupan el espacio delos memorables, aun cuando en vida fuesen gen-te común y corriente. Paralelamente, los memo-rables de antaño, los otrora incontestableshacendados y sus allegados, dejan de serlo al nocontar con descendientes que renueven sumemoria, pues —despojados de sus heredadespor la Reforma Agraria— en su mayoría dejaron

de modo definitivo su tierra, rompieron los lazoscon su cultura, abandonando de paso a susmuertos, cortando así la vena de continuidadque habría permitido mantener su recuerdo y,de esa manera, también el recuerdo de su podery de su tiempo.

Final

El de Haquira no es un cementerio rural o indí-gena como éstos se conciben en la región. Es,más bien, lo que se llamaría un cementerio demistis. La denominación de misti en Perúcorresponde al del mestizo o poblano, es decir, alde gente que podría asimilarse a una clasemedia rural, pero que vive en el pueblo y aspiraa la ciudad. No se considera indio ni “blanco”, enel sentido de “señor”, aun cuando pertenezca algrupo dominante de su localidad.

La presencia de los indígenas es innegable porcuanto el cementerio es ahora de uso general,pero la huella de su presencia es menor y tiendea desaparecer, porque son muy pocos de ellosquienes optan o logran acceder a un mausoleo o,por lo menos, a un nicho de ladrillo o de piedra.Y no es sólo una cuestión económica sino tam-bién ideológica, una forma de percibir y concebir

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Figura 18. Mausoleo y ángel custodio tallados en toba rosácea.

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el estado de la muerte, el culto tanatológico. Lamemoria entre los campesinos no se complacetanto en el monumento funerario sino en la prác-tica del recuerdo, integrando (más bien mante-niendo) al difunto a algunas funciones de protec-ción y vigilancia del hogar. A pesar de que estaconcepción se está perdiendo, lo supérstite de ellainfluye en la visión que los campesinos tienen delcementerio, al que más que por convicción acu-den por obligación formal y por preceptos religio-sos, pues parecen intuir que allí continuarán sien-do discriminados, condenados a usar el suelo, ano tener nichos, a ser rápidamente borrados.

Lo anterior es aceptado quizá por la distintaideología de la muerte que aún impera en el cam-po; así, por ejemplo, en buena parte del mundoaymara, al que Haquira perteneció en su perio-do preinka, la muerte es tomada sólo como un esta-do de sueño (considerado a su vez como unamuerte menor), como un largo descanso (la muer-te mayor), pero siempre como parte de esta vida,un nuevo estado en el que el difunto asumeresponsabilidades de protección de sus familia-res.37

Su temprana ubicación extramuros, comovimos, sólo podría atribuirse al carácter predomi-nantemente indígena de la población de Haquiraen todo el periodo colonial y al empobrecimientogeneralizado de la región después del auge mine-ro. No se cumplió aquí la evolución institucionalque permitió el traslado de los recintos funerarioseclesiales hacia cementerios bien establecidosfuera o al borde de las poblaciones por razonessanitarias. La secularización de los cementerios —ge-neralizada a lo largo del siglo XIX, y que tantosconflictos provocó entre la Iglesia y el Estado envarios países latinoamericanos—, se dio al pare-cer de manera espontánea en este alejado paraje.

Por todas estas razones, y por ser una pecu-liar joya arquitectónica de múltiple significado,este pequeño pero señorial cementerio provin-ciano merece y requiere ser preservado, puesguarda la memoria de más de dos siglos de histo-ria, plena de vicisitudes y olvidos; de una his-toria local, es cierto, pero que trasluce y traduceuna evolución sociocultural más amplia, inclu-yendo la particular expresión artística que susanónimos alarifes plasmaron en la blanca piedra

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37 Luperio David Onofre Mamani, “Alma imaña. Rituales mor-tuorios andinos en las zonas rurales aymara del Puno circun-lacustre (Perú)”, en Chungará, vol. 33, núm. 2, 2001, p. 243.