benítez rubio, fco. javier - la bioética frente a la muerte entre el sufrimiento y la eutanasia
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LA BIOÉTICA FRENTE A LA MUERTE
ENTRE EL SUFRIMIENTO Y LA
EUTANASIA
EXPERTO BIOÉTICA Y BIODERECHO. UNED
AÑO 2010
FRANCISCO JAVIER BENÍTEZ RUBIO
LA BIOÉTICA FRENTE A LA MUERTE
ENTRE EL SUFRIMIENTO Y LA EUTANASIA
EXPERTO EN BIOÉTICA Y BIODERECHO. UNED.
Fco. Javier Benítez Rubio Página 2
“Reconozcamos que la muerte hace siempre una justa distribución de la nada”
Mario Benedetti
LA BIOÉTICA FRENTE A LA MUERTE
ENTRE EL SUFRIMIENTO Y LA EUTANASIA
EXPERTO EN BIOÉTICA Y BIODERECHO. UNED.
Fco. Javier Benítez Rubio Página 3
Página
INDICE:
Prólogo 3
BIOÉTICA
¿ES POSIBLE EL CONSENSO DE CONTENIDOS MÍNIMOS EN BIOÉTICA? ¿ES DESEABLE Y
NECESARIO? 6
APUNTES DE CARTOGRAFÍA 9
LOS DERECHOS HUMANOS COMO GUÍA BÁSICA EN LA RELACIÓN ENTRE LA BIOTECNOLOGÍA Y
LA BIOÉTICA 11
BREVES REFLEXIONES EN TORNO A LA DIGNIDAD HUMANA COMO LÍMITE NATURAL DE LA
INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA 12
ANÁLISIS ÉTICO-JURÍDICO DE LA RES BIOÉTICA 14
EL MURO Y EL ABISMO 17
HITOS FUNDAMENTALES EN LA HISTORIA DE LA BIOÉTICA 20
LOS PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA 22
EL CAMPO DE BATALLA DE LA BIOÉTICA 26
LA JURIDIFICACIÓN DE LA BIOÉTICA 27
Anotaciones 30
MEMENTO MORI 32
Anotaciones 36
EUTANASIA
SOBRE BIENES, MALES Y DERECHOS. REFLEXIONES AL VUELO. 37
EL UNIVERSO ÉTICO (I) 38
EL TECHO JURÍDICO 44
EL UNIVERSO ÉTICO (y II) 46
LO QUE NO SE VE, LO QUE NO SE DICE, LO QUE NO SE CUENTA. UNA CONCLUSIÓN INCONCLUSA. 50
Anotaciones 54
ANEXO I 60
ANEXO II 61
BIBLIOGRAFÍA 64
LA BIOÉTICA FRENTE A LA MUERTE
ENTRE EL SUFRIMIENTO Y LA EUTANASIA
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Fco. Javier Benítez Rubio Página 4
Prólogo
Morimos. Moriremos todos y sólo el recuerdo quedará de nosotros. Pero si
morir fuera solamente morirse no habría lugar para la reflexión del cómo vamos o
tenemos que morir. Y como es palmario que desde siempre nos morimos con
dolor, sufrimiento y, en muchos casos, larga agonía, surge la reflexión por la
búsqueda de una buena muerte.
Mueren. Mueren todos ante nuestros ojos, los seres queridos, aquellos a los
que detestamos y la gran mayoría de seres humanos anónimos que nunca llegamos
a conocer pero que conforman el mundo en el que vivimos. Y es que siempre nos
toca reflexionar sobre la muerte del otro porque a la nuestra nunca se nos invita a
reflexionar. Hemos de dar por supuesto que será como la de los otros a las que
hemos asistido, y en base a esa información montamos nuestros entramados
mentales.
Mayoritariamente, la reflexión es individual y personal, y sólo transita por el
ámbito privado. Es más, la muerte ha sido siempre un tema peliagudo para la
mayoría de las personas. Cuesta trabajo y hay que armarse de mucho valor para
afrontar en la soledad del pensamiento semejante cuestión. A lo sumo, suelen
preferirse las narraciones ajenas generalmente en la literatura o el cine para
abordar de pasada el asunto. Sigue habiendo personas que no quieren ni oír hablar
del tema, y mucho menos pensar sobre el mismo, o participar en conversaciones
sobre la cuestión, vaya a ser que atraiga sobre él la mala suerte.
Pero el problema surge cuando todo este maremágnum rebasa el ámbito de
lo privado. Como tendremos tiempo de ver, el asunto de la muerte, en abstracto, y
el asunto del morirse la persona en concreto, no es algo nuevo. Lo que es nuevo es
el contexto cultural en el que habitamos, en el que lo tecnológico y lo científico
tiene tan peso específico, inoculando muchas de sus categorías en los
comportamientos de millones de seres humanos. Y añadir la nada desdeñable
novedad de la intercomunicación cuasiautomática en la que vivimos. Ambas
categorías, lo técnico-científico y la inmediatez, convierte a nuestro mundo, en
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relación a la reflexión sobre la muerte y el morirse, en un lugar donde el tema
supera el ámbito de lo privado, colocándolo en medio, casi, de la plaza pública. Y es
aquí, en este mismo contexto donde surge también la bioética. Como forma y modo
de vertebrar en coherencia todas las reflexiones que surgen sobre el ser humano y
sus vicisitudes (y la muerte lo es ¡cómo no!).
La pregunta básica del ámbito privado es ¿cómo quiero morirme cuando
llegue mi hora? Y creo que unánimemente respondemos que en paz, sosiego y
dignidad, sin fútiles sufrimientos, rodeado de los nuestros. Pero, ¿podemos los
seres humanos, con la libertad natural e innata que nos define, decidir que se
cumpla este deseo? ¿Podemos poner todos los medios a nuestro alcance para que
se cumpla este íntimo anhelo? Todos hemos visto el sufrimiento del mal morir.
Todos lo conocemos, no es algo que pueda ocultarse hoy en día, o que sólo atañe a
unos cuantos parias. A estas alturas del partido, pocas son ya las personas en cuyo
entorno familiar no ha habido una mala experiencia. Quizás un padre o una madre,
quizás un marido o una esposa, quizás una hermana, algún sobrino, quizás un
amigo de la infancia o un compañero del trabajo; quizás, el más doloroso de todos
esos quizás: un hijo o una hija.
¿Concuerda esas vivencias, muchas veces de primera mano, con nuestros
deseos? Por este sufrimiento es por lo que se llega a la determinación de querer
para uno mismo la buena muerte. Pero al hacerlo puede que se rompa una cadena,
un muro; y como todo actuar, ésta conlleva una consecuencia. No hay monedas de
dos caras. Y es aquí, en este momento, donde de lo íntimo y lo privado se salta a la
palestra de lo público y lo compartido, de lo legislado. Y es aquí, por eso mismo,
donde surge el bioderecho como el necesario telón de fondo en el que lo íntimo y lo
compartido convivan razonablemente bien avenidos.
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BIOÉTICA
El castizo refranero patrio nos deja muchas pepitas de oro escondidas
dentro de sus frugales sentencias. Este trabajo vamos a empezarlo haciendo caso a
uno de ellos: ‘poner el parche antes de que salga el grano’. Un aviso a navegantes
sobre las dificultades que entraña la bioética y el bioderecho.
Luego, llegado el momento de entrar en materia, hemos de comenzar
profundizando en los Derechos Humanos y la Dignidad Humana, por que han de
ser estos los primero baluartes que tenemos que fijar, para no olvidarnos nunca
que estamos tratando con seres humanos antes que nada.
A continuación, tras un breve repaso por la historia de nuestra disciplina,
llegará la reflexión sobre los principios que ha de guiar a la bioética. Concluyendo
con un tema fundamental: la juridificación de la bioética.
No me alargo más. Comenzamos.
¿ES POSIBLE EL CONSENSO DE CONTENIDOS MÍNIMOS EN
BIOÉTICA? ¿ES DESEABLE Y NECESARIO?
La Historia de la Ciencia relata desde hace muchos siglos cómo el ser
humano se las ingeniaba para hacer frente al mundo que le rodeaba. Fueron
muchas las satisfacciones que provocaron los éxitos de medrar lentamente desde
la elaboración de lascas de piedra con la técnica Levallois hasta el Genoma Humano
y el Bosón de Hicks. La ciencia fue arrancando poco a poco los secretos que tenía
guardados la Naturaleza. Una parte importante se los ha ido entregando a la
sociedad en forma de avances tecnológicos que han transformado por completo la
cultura del hombre. Otra parte quedó relegada a lo esotérico de los laboratorios.
Evidentemente el nivel de abstracción alcanzado era tal que se fue alejando del
mundo del sentido común cotidiano. El nivel de sofisticación, tanto en la
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metodología como en la conceptualización, aumentó in crescendo hasta convertir a
la Ciencia en una cuestión propia de mandarines elegidos para la gloria.
Pero además, podemos completar este rápido bosquejo con un tercer nivel
resultado de los dos anteriores. La Ciencia tiene un valor más allá de lo evidente,
de lo empírico, más allá de sus propias categorías de cuantificación. Hemos de
preguntarnos por el sentido y luego por las consecuencias sobre la vida de los
hombres. Más aún, cuando por la evolución de la ciencia se terminó asociando
inextricablemente al poder, al mercado y a la monetización. Un análisis conjunto de
la relación hombre-ciencia, aun siendo muy resumido como éste, no sería justo si
no mencionamos los fantasmas de la ciencia: Auschwitz e Hiroshima. El progreso
científico nos ha terminado de colocar en una posición de determinación
desconocido hasta ahora1.
Hasta no hace mucho la ciencia dirigía su atención hacia el afuera de la
Naturaleza. Pero con Darwin y con Mendel, comenzó la Ciencia a mirar con fuerza y
atención al adentro de la Naturaleza: al propio hombre. El resultado de ese giro ha
llenado centenares de libros de diversa índole. Ese largo encadenamiento de
acción-reacción-repercusión que la literatura detalla nos coloca finalmente y en la
actualidad reciente en una época de miedos e incertidumbres, que lejos de ser
obviadas o ninguneadas deben ser atacadas con resolución. Si bien pudiera haber
un consenso amplio hasta aquí, a partir de ahora nos movemos en suelos
resbaladizos, al no estar muy claros los límites de la intervención. La
indeterminación del universo moral y los diferentes universos culturales en los
que habita el hombre hacen difícil el establecimiento de ese horizonte. Es, y será
siempre, loable sacramentar al diálogo como fundamento de la convivencia
pacífica, pero también es importante anunciar que no es una panacea que
soluciona todos los problemas con sólo nombrarla. Los dialogantes, sin ellos no
hay diálogo, porque ni las piedras ni los libros dialogan entre sí, no deben dejarse
atenazar por sus preconcepciones cuando han de sentarse a la mesa para buscar
esos mínimos. Si los dialogantes no son capaces de superar sus máximos ningún
mínimo será posible, por mucho que digamos lo excelso del diálogo. Por tanto, y he
aquí la gran dificultad, el diálogo fructífero requiere la renuncia consciente de
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algunas de las posturas de partida. ¿Es posible esa renuncia a la tradición pretérita
en la que cada uno decide insertarse? Así todo diálogo será nominal, y en todo
punto infructuoso. Es en este momento cuando afrontamos las preguntas del
comienzo.
La segunda pregunta tiene una respuesta clara y simple: sí. Evidentemente
responder a esta segunda pregunta no es ir más allá de una declaración de
intenciones. Pero para responder de manera correcta a la primera tenemos que ir
más allá de las buenas intenciones y de un rutinario ejercicio de voluntarismo. Los
temas que trata la bioética no son desde luego pecata minuta, como tampoco lo son
las consecuencias que conllevan el poner en práctica lo que se piensa. Ni mucho
menos las opiniones y los compromisos vertidos en ella son livianos. No seamos
ingenuos, la bioética es una trinchera excavada en medio de un campo de batalla
junto a otras muchas. Hay que colocarse en algún sitio, hay que elegir un
posicionamiento. Aunque se pretenda no participar en la contienda, no es esté un
lugar de neutralidades, por muy frías, racionales y asertivas que se nos muestren.
Ya sabemos cómo determinadas instancias hacen de su capa un sayo y
aniquilan el principio lógico de tercio excluso. No se puede estar a favor de hacer
algo y a la vez estar a favor de no hacer algo. La bioética no debería, por su bien,
adoptar estas deformaciones del ámbito político. También sabemos cómo otras
instancias ascienden a nivel de Verdad inamovible e inmutable el fruto de su
reflexión. La bioética no debería, por su bien, adoptar estas deformaciones del
ámbito religioso. No debería subyugar sus principios racionales a una serie de
dogmas, basados en el principio de autoridad, que se han ido transformado a lo
largo de los siglos. La autonomía de la Bioética y el Bioderecho debería ser
condición sine qua non de su ser. Si no es así, sería un apéndice más al servicio de
la demagogia y el populismo de unos; o bien convertirse en el atizador de
conciencias descarriadas de otros.
¿Qué concepción ética debe presidir la acción legislativa? ¿Debe ser el campo
legislativo un espacio neutro? […] ¿Debe el Derecho configurar unos mínimos éticos?
¿Debe el Derecho permanecer neutral frente al pluralismo moral?2. Dejemos aquí,
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por el momento, el hacer preguntas de profundo calado que tendrán un bosquejo
de respuesta cuando hablemos de ‘juridificar la bioética’.
Toda persona de buena voluntad, reflexiva, educada cultural y éticamente,
suele mostrar, además, una exquisita prudencia a la hora de expresarse, y sobre
todo a la hora de dictaminar sobre cualquier cuestión. Es como el ave rapaz que
antes de atacar a su presa gira y gira en el cielo acechándola y vigilándola. Lo que
ocurre es que si finalmente no se lanza en picado a por ella, habrá estado
perdiendo el tiempo en maniobras superfluas. Lo mismo pasa con el pensador o el
filósofo o el jurista o el científico que reflexiona sobre las relaciones entre la
Biociencia, el Derecho y la Bioética. Al final, tras muchas reflexiones, debe atacar al
problema que tiene entre manos y colocarse en una posición estable y coherente.
Ha de tomar partido de forma fundamentada. Buscar su sitio en la trinchera,
apretar los dientes y tirar para adelante, que la batalla sigue teniendo lugar delante
de nuestras narices
APUNTES DE CARTOGRAFÍA3
La bioética no solo plantea al derecho un problema de contenidos en el que
el jurista juegue un único papel de discutir la coherencia sistemática de las normas.
La bioética muestra que el estricto normativismo deja muchas cuestiones por
resolver. El normativismo jurídico es muy válido en muchas situaciones y/o
determinados contextos políticos; pero no sirve en otras instancias, como es el
caso de la bioética. Efectivamente, el modelo jurídico normativista, su praxis
axiológicamente neutral es un instrumento indispensable en la práctica política
decisional. Pero su error es apretar la realidad del mundo en paradigmas estancos
y cerrados. Su formalismo se torna estéril al enfrentarse al ser del hombre. El
mundo en el que vivimos ha puesto contra las cuerdas a muchas de las instancias
de sentido que antes eran incontrovertibles. Entre ellas a la experiencia jurídica de
sello normativista.
Hay un consenso casi generalizado respecto al nombre que otorgamos a la
epocalidad que vivimos: el posmodernismo. Y casi el mismo consenso encontramos
a la hora de determinar que es un tiempo extraño y complejo lleno de
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posibilidades, pero también de brutales ponzoñas. Ahora bien, a la hora de
determinar cuáles fueron los caminos que nos llevaron hasta aquí, y cómo salir de
semejante atolladero existencial, la cuestión se vuelve intrincada y obtusa, ya que
son muchos los pareceres al respecto, muchos de ellos francamente encontrados.
D´agostino apunta que en nuestra época hay generado un vacío, una nada, una
radical ausencia de valores y sentidos. Y frente a este nihilismo como la pregunta
clave de nuestro tiempo, se han dado hasta el momento dos respuestas. La primera
de ellas fue dada por el ínclito Friedrich Nietzsche: la voluntad de dominio. La
segunda, compartida ex aequo con la ecología, es el miedo. El gran problema surge
al darnos cuenta que ni en la voluntad de poder subjetiva, ni el miedo a priori,
pueden fundamentar legítimamente una bioética autónoma.
¿Qué bioética es posible y aconsejable en estos tiempos que corren?
D´agostino pone el dedo sobre dos grandes amenazas. Las Escila y Caribdis de la
Bioética son por un lado el moralismo que trata de atenazarla; y por otro, el
procedimiento decisional (por voto) típico del racionalismo político democrático.
O bien llenamos a la bioética con una montaña de ‘post it’ llenos todos de
ocurrencias moralizantes. O bien, nos juntamos aquí tres o cuatro como en una
pachanga, levantamos nuestras manos y el que consiga el número más alto de
dedos levantados gana y todos para casa.
El filósofo y jurista italiano no pretende caer en el error que critica,
intentando concluir tan ardua cuestión con eslóganes de fácil consumo. Al
contrario, no oculta la gran dificultad de nuestra disciplina. La bioética no cuadra
fácilmente en los modelos tradicionales de pensamiento jurídico. Pero no deja de
ser cierto, que la Bioética, y la ecología, son necesarias en este mundo, ya que son
el contrapunto reflexivo a realidades complejas que son o ninguneadas o tratadas a
la ligera o con terribles dogmatismo de cuño religioso. Nuestro autor aconseja
antes que nada la renuncia a todos los dogmas nihilistas y funcionalistas, como
primer paso en la elaboración de una bioética autónoma.
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LOS DERECHOS HUMANOS COMO GUÍA BÁSICA EN LA RELACIÓN
ENTRE LA BIOTECNOLOGÍA Y LA BIOÉTICA
Y siguiendo transitando por esta senda que se nos ha abierto:
“… la biotecnología tiene hoy la capacidad de alterar muy profundamente el
curso de los dinamismos naturales que han guiado durante milenios el nacimiento y
el desarrollo de los seres vivos. Y esta inusitada capacidad ha hecho que muchos
hombres contemplen el horizonte de los avances biotecnológicos bajo la presión de
dos sentimientos difícilmente conciliables: de un lado, la esperanza en un
considerable despegue de la calidad de su vida y, de otro, el temor a unos riesgos que
se entrevén amenazadores y tremendamente graves para el futuro de la humanidad.
[…] en esa conciencia escindida, es donde surge el preocupante enigma ético de los
deslumbrantes avances biotecnológicos y la consiguiente necesidad de contar con
unos principios o valores que puedan ser generalmente asumidos como patrón de
contrastes de su corrección o incorrección. ¿Dónde encontrarlos?”4.
En los Derechos Humanos, por supuesto.
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La relación entre los Derechos Humanos y la Bioética ha de ser entendido
como una relación de complementariedad, y no de conflicto. La reflexión profunda
y pausada creo que debería ser el punto de partida necesario. Hay que sopesar
seriamente los beneficios, los riesgos y los daños. Muchas veces recurriendo a los
casos del pasado, pero creo que también es importante vislumbrar las
posibilidades del futuro próximo. Si la Biotecnología ayuda a la mejora de los
derechos primarios del ser humano será bienvenida. Esto es algo palmario para
cualquier persona normal y corriente y que no haya sido abducida por prácticas
alienantes. Pero si produce daños irreparables, por pequeños que sean, para la
vida y la salud de los seres humanos (también los animales y la vegetación) las
prácticas biotecnológicas deben ser radicalmente censuradas.
“El interés o bien objetivo de los hombres, como individuo y como humanidad,
es, pues, el principio supremo y definitivo para la valoración ético-jurídica de
cualquier actuación biotecnológica”5.
BREVES REFLEXIONES EN TORNO A LA DIGNIDAD HUMANA
COMO LÍMITE NATURAL DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA
Es conveniente determinar primero, y antes de entrar en otras
profundidades, ¿qué es la dignidad humana?, para luego poder consignar lo que es
posible éticamente en la investigación científica. Definir y acotar la cuestión como
paso previo a la actuación de poner limitaciones. Tenemos dos perspectivas acerca
de la dignidad. La primera6 es la perspectiva ética o fenomenológica y se relaciona
con la acción personal y los comportamientos prácticos. Aquí dignidad significa
excelencia, grandeza, decoro, gravedad, ser distinguido e ilustre. Usando una
expresión más coloquial, diríamos que eres como haces las cosas: “cada individuo
se hace acreedor de un grado determinado de dignidad o indignidad en función de
sus actos. La segunda7 es la perspectiva ontológica, también llamada digneidad.
Esta es la dignidad intrínseca de todos los seres humanos por igual, independiente
de los actos. Las personas son dignas per se, por eso no pueden ser maltratadas, ni
torturadas, ni condenadas a muerte, aunque cometan actos indignos. El ser es
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digno, esto es, tiene digneidad con independencia de la dignidad o no de sus actos.
Una vez delimitado el concepto de dignidad podemos hablar de límites.
Uno de los asuntos más difíciles de tratar con la ciencia, y los científicos, es
el de sus límites. ¿Cuáles han de ser los límites de la ciencia? Yo diría mejor, ¿cuáles
han de ser los límites de los científicos en sus investigaciones científicas? Y lo digo
así porque pienso que al decir solamente ‘Ciencia’ se cae en una vaguedad, ya que
la ciencia no hace ciencia, son los científicos, personas de carne y hueso insertos en
contextos sociales, culturales e históricos, los que hacen ciencia. Igualmente ni la
‘Filosofía’ hace filosofía ni el ‘Derecho’ hace Derecho; son las y los filósofos y las y
los juristas los que hacen Filosofía y Derecho. ¿Han de ser solamente los límites
técnicos los que limiten a la práctica científica? ¿Han de existir otros? ¿Cuáles?
¿Cómo mostrárselos a la comunidad científica para que los adopte? ¿Qué hacer con
aquellos que hacen caso omiso a los límites establecidos?
Yo creo que la mayoría de los científicos saben que sus disciplinas no están
por encima del bien y del mal y aceptan con naturalidad que “la actividad científica
e investigadora no está exenta de condicionamientos éticos o legales”8. También que
su labor persigue el beneficio y una mejor calidad de vida en la humanidad. ¿Por
qué entonces ha de hablarse de límites? Primero porque la historia más reciente
nos ha mostrado los grandes peligros de una ciencia desbocada. Y segundo, con
sólo arañar ese primer argumento, son los intereses bastardos que pueden, y de
hecho consiguen, manipular a la ciencia a través de los científicos: las ideologías
racistas y totalitarias de los experimentos nazis, el ansia de dominio imperial de la
carrera armamentística nuclear, y finalmente, los enormes intereses económicos
que algunos vislumbran con la futura manipulación del código genético humano o
la investigación en farmacología. Efectivamente, hay fantasmas que acechan a la
ciencia, y a los científicos. El mundo de la literatura y del cine ha dejado muestras
fehacientes de las posibilidades cacotópicas que alberga una ciencia sin
humanidad.
Por tanto creo importante “establecer qué es lo que está permitido y lo que, si
llega el caso, deba prohibirse o regular las condiciones de su ejercicio”9. Y el criterio
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que ha de regir esto, eso que ha de marcar la línea infranqueable, es la Dignidad
Humana y el respeto a los Derechos Humanos que vimos en el punto anterior.
La libertad de los científicos para investigar lo que quieran y en las
condiciones que consideren oportunas han estar fuera de toda duda. Esa libertad
es plenamente equiparable a la libertad de pensamiento, de expresión o de credo
religioso. Libertad que es reconocida por la Constitución de nuestro país por
ejemplo y por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es más, toda
investigación que proporcione al ser humano una mejora en su vida, ha de ser
alentada. Pero cuando la investigación pueda dañar al ser humano habrá que
poner una frontera. Y alguien debe controlar con firmeza esa frontera. El autor nos
dice que será el Estado el que tendrá que “regular los límites y las condiciones del
ejercicio de la libertad”10. La propia Declaración Universal relaciona claramente a
las investigaciones científicas con el beneficio al ser humano, “porque el derecho a
la libertad de investigación sólo se justifica por el principio de beneficencia o al
menos de no-maleficencia pero el derecho a la investigación nunca podrá atentar
contra otros derechos de la persona”11.
ANÁLISIS ÉTICO-JURÍDICO DE LA RES BIOÉTICA
Los avances científicos son neutros. La ética es la que califica la relevancia
moral de los mismos de acuerdo a parámetros estrictamente morales. Luego será
el derecho quien garantice que las recomendaciones de la ética no caigan en saco
roto. Así que la Bioética nace con el propósito de elaborar esos “criterios ético-
jurídicos que sirvan al Derecho positivo eficientemente a la hora de enfrentarse a la
difícil tarea de regular todo aquello que tiene que ver con la biotecnología”12. La
“ética es un proceso de reflexión, esto es, que se fundamenta en el razonamiento”13.
Al ser así, es muy común que choquen las distintas líneas de argumentación que
parecen igualmente razonables a quienes la elaboran. Por eso la historia de la ética
no es única, sino diversa.
Diversos son también los análisis que hacen los expertos en este tema. En
primer lugar tomaremos en cuenta el trabajo de Lora & Gascón y a continuación el
de Beriain.
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Estos son, groso modo, los dos universos irreconciliables de la ética, y por
ende de la bioética. Desde el punto de vista de la ética de mínimos, ella se
considera a sí misma como una ética pública, y ‘hace referencia al mínimo común
denominador en una sociedad pluralista’14, es el nivel mínimo ético exigido.
También desde el punto de vista de la ética de mínimos, la otra, la de máximos, se
convierte una ética de uso privado con los máximos opcionales según sus propios
ideales de perfección.
El punto de vista de la ética de máximos no coincide con la anterior.
Primero porque no reconocen esa dualidad de esferas. Y luego, lo que otros
consideran como ceguera o actitudes cerriles o dogmáticas, para ellos es un
fundamento innegociable. Entienden que hay cuestiones que, por su propia
naturaleza, son de una importancia tal que no pueden estar pendientes de
discusiones, teorías de juegos, negociones multilaterales, estrategias optimizantes
y cosas similares.
Por su parte, para el Profesor de Miguel Beriain, los dos grandes troncos de
la historia de la ética son la ética teleológica y la ética deontológica. La complejidad
de los asuntos tratados por la bioética desborda a ambos modelos cuando actúan
independientemente, por lo que propone un modelo ecléctico, en el que la ética
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deontológica lleva la voz cantante, pero en el que la ética teleológica se puede, y se
debe, introducir en determinas situaciones. Principios que preserven valores
primero, y luego, en algunas situaciones puntuales, conductas de actuación
utilitaria concretas. Merece la pena leer gran parte de su razonamiento.
“El modo de obrar humano debe, a nuestro juicio, ajustarse a una serie de
principios que permitan la preservación de unos valores que consideramos
fundamentales, y que aquí hemos resumido en dos: la vida humana y la dignidad del
hombre. … en muchos casos, cabe emplear en nuestro análisis argumentos de corte
consecuencialista que nos permiten ver con mayor claridad cuál ha de ser la
conducta más adecuada en cada caso concreto. Se trataría de optar por una Ética
deontológica hasta el momento en que debemos razonar de acuerdo con criterios
utilitaristas.
[…] los principios morales tienden a resultar contradictorios en algunos casos.
En tales circunstancias, no nos queda más remedio que elegir entre unos y otros,
misión para la que resultan más necesarios parámetros como los que nos
proporcionan las teorías consecuencialistas.
[…] en qué momento una Ética de principios ha de dejar paso a los que hemos
llamado utilitarismo de extremos. …en primer lugar, el tránsito entre un tipo de Ética
y la otra sólo podrá producirse cuando ninguna estrategia que respete estrictamente
los principios que más tarde enunciaremos pueda lograr el objetivo buscado; y, en
segundo lugar, el objetivo a alcanzar ha de tener la entidad suficiente como para
justificar la ruptura de esos principios”15.
Existe un acuerdo más que amplio a la hora de ponerle nombre a las
etiquetas de los cajones éticos. Pero cuando luego hay que llenarlos, comienzan los
problemas. Así ocurre con los valores fundamentales de ‘dignidad humana’ y la
‘vida’, que siendo ambos básicos sobre los que deben girar la ética, luego no hay
consenso para determinar sus características.
Dignidad humana. Los seres humanos tenemos una dignidad superior a la
de otros seres vivos pero idéntica entre nosotros. Hasta aquí todos de acuerdo,
pero no podemos ignorar una serie de interrogantes que se plantean. ¿De dónde
procede esta dignidad? La dignidad puede partir de las capacidades y facultades
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racionales del ser humano; o se puede entender de modo holístico y ser todo el
conjunto humano el que tiene un valor incomparable. Ambas son posturas
inmanentes e intrínsecas. Pero no podemos obviar que existe otra valoración de
mucho peso e historia que entiende la dignidad humana como algo extrínseco y
trascendente. ¿Qué es exigible para respetarla? Lo deseable sería entender al ser
humano como fin, pero eso choca con la realidad cotidiana que nos dice que es un
medio. En definitiva, problemas y desencuentros. La conclusión ha de ser que no
hay condiciones objetivas suficientes que nos permitan dilucidar que seres son dignos
y cuáles no16. Hemos de centrarnos en la búsqueda de consensos mínimos, que
seguramente es lo máximo que tendremos.
Vida humana. La existencia tiene un valor y merece ser respetada. Una vez
más, todos de acuerdo. Una vez más desacuerdo a partir de la pregunta ¿cuál es ese
valor? Para la tradición cristiana, que es la predominante en el ‘topos’ donde
vivimos, al ser la vida un don divino, su valor es absoluto: sólo Dios tiene derecho a
arrebatarla. Esta es una concepción heterónoma de la vida, arrebatada al viviente
real que vive, y se asocia a la concepción extrínseca y trascendente de la dignidad
humana. No olvidemos por un momento que durante siglos, no sólo era esta la
única explicación, sino que era imposible, so pena de grandes riesgos, intentar
buscar otro tipo de explicaciones. Frente a este valor absoluto aparece el concepto
de ‘calidad de vida’, que toma la vida como valor relativo: ante el sufrimiento
extremo hay vidas que no merecen ser vividas en esas condiciones, con lo que es
posible anteponer el valor de la dignidad de la persona. Y lo que afirma ese
‘relativo’ es que va acompañado de otros valores, que entra en diálogo con ellos,
que no trata de imponerse brutalmente sobre todo; no indica, por tanto, ningún
rasgo de laxitud o debilidad, de sencillez, simplicidad o de que todo vale.
EL MURO Y EL ABISMO
Siendo realistas, es muy difícil que existiendo una ética de máximos pueda
una ética de mínimos ser viable, ya que siempre habrá un tope que será insalvable,
ese máximo, porque qué hacer con quién no quiere negociar. Y una ética de
máximos siempre verá con desconsuelo y pesimismo como sus grandes valores
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son rebajados a meros trámites en una mesa de negociación. Hablando en términos
coloquiales que todos puedan entender: la ética de mínimos puede “conformarse”,
y tratarlas como un triunfo, con consecuciones menores conseguidas incluso en
arduas negociaciones. Para la ética de máximos todo lo que no sea conseguir la
totalidad es descorazonador.
En los tiempos que corren, de posmodernismo capitalista y de laicismo, las
éticas de máximos, siempre vinculadas a poderes fácticos confesionales,
especialmente la religión católica apostólica romana, han retrocedido en su auge
popular, pero no en la fortaleza de las convicciones de sus iniciados. Aunque no
mantengan los poderes pretéritos sobre la vida y la muerte de las personas si se
enrocan con fuerza en sus creencias, porque entienden que la reordenación de
papeles de estos tiempos es una subversión de la verdad que les ha encomendado
proteger. Pero el hecho de que decrezca el interés por unos no ha hecho que
aumente el interés por los otros; puesto que, en muchos ámbitos de la vida,
incluido la bioética, esa ética de mínimos es tomada por muchos como la
igualación, de facto, de mínimos con nada, y que todo está permitido, que no
existen ni fronteras ni criterios. Así que la ética de mínimos principialista se debate
procelosamente entre un muro y un abismo. Entre la crítica de unos y el pasotismo
de otros tantos. La ética de máximos la censura gravemente y otras instancias de la
sociedad la ningunea ostensiblemente. Un pueblo, una sociedad, una ciudadanía
que en gran mayoría hace caso omiso a su responsabilidad de reflexión sobre los
temas que le atañen.
¿Cómo solucionar semejante infortunio? Como dos vectores contrapuestos
chocan y se empujan el uno al otro, la una con su pertinaz contundencia con la que
se afirma, la otra con la racionalidad que parece explicarlo todo. La pelota está en
el tejado de los que defendemos un modelo racional y articulado que serpentee por
los recovecos y las aristas de estos problemas sin tener que tirar muros a
cañonazos. Es por esa magnífica llama de la razón que todo lo ilumina cuando pasa
y que no es capaz de convencer a otros que no seamos nosotros mismos. La razón
ilustrada iluminadora de mentes cavernosas sigue sin entran en muchos lugares.
Creo que ya llevamos suficiente tiempo de existencia para saber que no toda
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irracionalidad que toca la razón se vuelve automáticamente racional (y menos aun
cuando lo que está en juego es nada más y nada menos que la posibilidad de la
muerte). Al final parece que los que defienden esta bioética son un puñado de
vaqueros parapetados en sus carromatos posicionados en círculo mientras que son
rodeados y tiroteados por una horda de furibundos pieles rojas.
Y ya no solo hay debate en los despachos, en los libros, o en los grandes
Simposios donde asisten expertos multititulados. Aparecen las dificultades de todo
tipo en el plano empírico del día a día. ¿Qué es todo esto? En la práctica diaria a los
médicos les cuesta no adoptar esa postura paternalista tan contraria al principio
de autonomía. A los gestores de los distintos servicios de salud, cargos políticos
por cierto, interesados básicamente en cuadrar sus balances de inputs y outputs
que no haga peligrar sus respectivas carreras en los escalafones de sus diferentes
partidos, les cuesta trabajo no tirar por la borda el principio de justicia. Y el sujeto-
paciente-votante enfermo, preocupado por lo que tiene encima, no tiene muchas
veces en su poder la magnificencia psicológica y moral de tomar las riendas de su
vida (y seguramente su próxima muerte) y afrontar con entereza lo que tiene
delante, y (muchas veces por la entrada en escena de la familia) se deja llevar por
ese ansía paternalista de los médicos y enfermeras que rondamos por allí, que
queremos ‘ayudar y cuidar’. El día a día está lleno de peculiaridades y de matices,
hasta un punto casi infinitesimal, que la racionalidad cibernética del derecho y sus
cuitas de tabularlo absolutamente todo en forma de reglas, disposiciones,
sentencias y leyes resbalan como si de un suelo mojado se tratase. No estoy
diciendo que sea algo superfluo, al contrario, la utilidad es manifiesta. Lo que
quiero decir es que la dificultad es un hecho profundamente ineludible. Y
soslayarla, al menos minimizarla en rangos manejables, porque desde luego es
ineliminable, no sólo es un asunto de la bioética teleológica o de la deontológica;
no sólo es asunto del Derecho y la Legislación vigente. Esto trasciende estas
instancias. Tiene también que ver, y mucho, con otro modelo de entender la vida y
las relaciones humanas. Tiene que ver, sobre todo con la educación que recibe el
espíritu de los pueblos. Y entiendo que este no es lugar para esas grandes
disquisiciones. Pero entiendo también que han de ser tenidas en cuenta. Por mucha
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ética y por muchas leyes que queramos plantear, si no se aspira a modificar eso
otro, sólo se conseguirá arañar la solución definitiva. Mientras habrá que subsistir
en el constante choque de trenes, a la búsqueda del mejor de los peores posibles.
HITOS FUNDAMENTALES EN LA HISTORIA DE LA BIOÉTICA
Siglos VI – I a. C. ‘Juramento de Hipócrates’ y el Corpus Hippocraticum.
Siglo I a. C. ‘Juramento de iniciación’, Caraka Samhita procedente de la India.
Siglos III – IV d. C. ‘Juramento de Asaph’ procedente del mundo médico judío.
Siglo X d. C. ‘Consejo de un médico’ procedente del mundo médico árabe.
Siglo XVII. ‘Los cinco mandamientos y las diez exigencias’ procedente del mundo
médico chino.
Siglo XIX. ‘Medical Ethics or an Code of institutes and precepts adapted to the
professional conduct of physicians and surgeons’ de Thomas Percival.
Siglo XIX. Aparición de los primeros colegios médicos y los primeros códigos
deontológicos.
1945. Tribunal contra los crímenes de guerra en Nuremberg (Alemania).
1946. Código Nuremberg. Tras las aberraciones perpetradas por los nazis en la II
G.M., el Tribunal Internacional Militar juzgó y condenó a muchos de aquellos
criminales. De aquí surgió una declaración de diez puntos sobre lo que debe estar
permitido en cuanto a la investigación con seres humanos siendo el
consentimiento informado, en el primero de esos puntos, la piedra angular de toda
investigación.
1948. Declaración Universal de los Derechos Humanos.
1948. ‘Declaración de Ginebra’ en la 1ª Asamblea de la Asociación Médica Mundial.
1949. ‘Código Internacional de Ética Médica’ en la 2ª Asamblea de la Asociación
Médica Mundial.
1953. James Watson y Francis Crick describen la estructura molecular del ADN.
1962. Creación del Kidney Center´s Admission and Policy de Seattle para la
distribución de recursos sanitarios relacionados con la hemodiálisis.
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1964. Declaración de Helsinki en la 18º Asamblea de la Asociación Médica Mundial.
El mundo biomédico se otorgó su propia autorregulación haciendo hincapié en la
integridad moral y la responsabilidad del médico. No fue este un documento
redondo y sufrió varias modificaciones: 29º Asamblea en Tokio 1975, 35º
Asamblea en Venecia 1983, 41º Asamblea en Hong Kong 1989, 48º Asamblea en
Somerset West, Sudáfrica 1996 y 52º Asamblea en Edimburgo 2000.
1966. En el New England Journey of Medicine aparecen hasta 22 artículos
publicados en revistas científicas que eran objetables desde el punto de vista ético.
1967. Primer trasplante de corazón de la historia realizado por Barnard en
Suráfrica.
1971. ‘Bioethics: a Bridge to the Future’ de Van Rensselaer Potter. Puede definirse
como el estudio sistemático de la conducta humana y de la atención sanitaria, en
cuanto se examina esta conducta a la luz de valores y principios morales.
1971. André Hellegers y el ‘Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of
Human Reproduction and Bioethics’
1972. ‘Carta de los Derechos de los Enfermos’ de los hospitales privados
estadounidenses. El pilar básico será el Consentimiento Informado.
1974–1978. National Commission for the Protection of Human Subjects of
Biomedical and Behavioral Research y el ‘Informe Belmont: Principios éticos y
pautas para la protección de sujetos humanos en la investigación’ creados como
respuestas al llamado Experimento Tuskegee. En el estado sureño de Alabama,
durante cuatro décadas, se estuvo denegando el tratamiento contra la sífilis a
individuos de raza negra afectados, para poder estudiar el curso de esta
enfermedad. El Informe traza la distinción entre investigación y práctica, una
discusión de los tres principios básicos y observaciones sobre la aplicación de esos
principios.
1976. El caso Quinlan y el suicidio asistido en EUA.
1986. En España se aprueba la Ley General de Sanidad. El Derecho básico donde
queda anclada la autonomía como manteníamos anteriormente es: el respeto a la
personalidad, a la dignidad humana y a la intimidad, sin que se pueda ser
discriminado.
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1996. Revés judicial a la pretensión de Ramón Sampedro de que se le ayudara a
morir.
1996. Científicos escoceses logran la clonación en animales: la oveja Dolly.
1997. Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos. El
genoma humano es patrimonio de la humanidad.
1997. Convenio de Oviedo o Convenio relativo a los derechos humanos y la
biomedicina.
2000. 52º Asamblea de la Asociación Médica Mundial. Es la última modificación
hasta la fecha de la Declaración de Helsinki. En este documento desaparece la
distinción entre investigación terapéutica y no terapéutica. Menciona también la
protección a los grupos más vulnerables y la protección a los que son incapaces de
prestar su consentimiento.
2000. Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea aprobada en la
cumbre de Niza. La Unión está fundada sobre los valores individuales y universales
de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad…
2002. En España se aprueba la Ley básica reguladora de la autonomía del paciente
y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica.
2005. Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos. Pretende
establecer unos principios universales que fundamenten las respuestas que la
humanidad ofrezca a los dilemas y controversias planteados por la ciencia y la
tecnología a la especie humana.
LOS PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA
Aunque la bioética tenga sus padrinos de bautismo reconocidos e
instituciones internacionales de varias siglas que aportaron documentos de
nombres interminables para su desarrollo; creo entender que hay dos escritos que
por su especial relevancia y por la maestría en su elaboración, hacen las veces de
documentos maestros y fundamentadores para todos los que luego se han
dedicado e estas cuestiones. Me refiero al Informe Belmont y al libro de
Beauchamp y Childress ‘Principles of Biomedial Ethics’. Es en estos documentos
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donde se desarrollan los 4 grandes principios-raíces que regulan y que son el
centro neurálgico de toda la reflexión bioética.
Veamos como los expertos desarrollan sus análisis.
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“La bioética es un lugar de tensión en el que las cuestiones de la ética o
filosofía moral, tradicionalmente solventadas en términos formales o teoréticos, se
ven obligadas a confrontarse con una realidad que las somete a prueba”17. La
bioética está en constante revisión, no sólo porque por honradez tenga la
pretensión de dar respuesta franca a cada vez que es apelada a dirimir situaciones
difíciles; sino porque la velocidad de la propia realidad y los acontecimientos que
en ella acaecen, le muestra las nuevas puertas abiertas por las que deberá
transitar, so pena de dejar sin luz ni guía a los científicos que sí las cruzan. Por eso
la ética de principios debe convertirse en una ética de responsabilidad, porque no
hay actos neutros y sin consecuencias en los asuntos concernientes a la
biotecnología. Nada es inocuo, o hay consecuencias positivas o hay consecuencias
negativas. Por tanto es conveniente reforzar las primeras, y minimizar o eliminar
las segundas. Pero siempre, y todo caso, que el que perpetre las negativas se haga
plenamente responsable de sus actos.
EL CAMPO DE BATALLA DE LA BIOÉTICA19
El paso de los principios a las reglas es la auténtica trinchera de combate de
la bioética en el día a día. Como diría Unamuno, los principios se hacen carne y
hueso, lo etéreo y abstracto ha de materializarse en una praxis. Los principios no
tiene supuesto de aplicación. Ni ordenan, ni prohíben, ni permiten nada a nadie en
unas determinadas circunstancias. Los principios habitan en la órbita de lo
universal. Lo que hacen es establecer puntos de orientación sobre determinados
fines ideológicos promoviendo su realización. No salen del ámbito de la conciencia
individual. Para que un principio pueda ser aplicado debe transformarse en una
regla. Una regla sí que tiene supuesto de aplicación y convive con nosotros en la
realidad fenoménica cotidiana. Lo ideal sería que tuvieran la estructura de la lógica
de enunciados, más concretamente la del Modus Pones y la del Modus Tollens18,
pero de ahí a la materialización completa todavía queda un trecho. Las reglas
introducen en los principios las condiciones particulares que la generalidad del
principio no contempla en su definición. Y en estas, entramos en…
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LA JURIDIFICACIÓN DE LA BIOÉTICA20
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La Ética y el Derecho llevan siglos de fructífero diálogo interdisciplinar, que
ahora, cuando ambas tratan de lo científico-biotecnológico sobre lo humano, no
solo no se ha interrumpido, sino que se ha estrechado. Bioética y Bioderecho han
de convivir estrechamente en este mundo globalizado donde las cosas suceden a
una velocidad endiablada. Tanto la una como la otra se caracterizan por el sosiego
y la profundidad de sus procederes, y este paso de tortuga, por comparación
relativa y no por definición absoluta, es un importante escollo en todo esto que nos
ocupa. Otra mala noticia es la eliminación por desbordamiento de las fronteras que
quita gran parte del poder de actuación de las leyes ceñidas a los territorios, hoy en
día ya convertidos en locales.
Es por esto, que la relación entre bioética y bioderecho debe ser más bien
avenida que nunca. Que haya entre ambas una doble comunicación y préstamo de
pertrechos de trabajo. Que la una enseñe a la otra la nueva visión de la vida y que la
otra entregue a la primera sus instrumentos jurídicos. En los tiempos que corren
no es malo, ni mucho menos, que la bioética se juridifique, que se recubra de este
especial manto de lo jurídico. El bioderecho ha de positivizar la bioética. El
Derecho lleva siglos ponderando, a través de sus métodos, toda suerte de conflictos
entre principios y también de cuestiones concretas21. Y más allá del espíritu, de las
abstracciones que una y otra puedan entregarse, han de ponerse manos a la obra
en la realidad de las personas y sus acciones. Así si los Principios los aporta la
bioética, el paso estrictamente necesario a las reglas de aplicación en lo cotidiano
lo aportará el bioderecho.
Una primera vía de juridificación serán las legislaciones. Una segunda vía es
la judicialización. Ambos caminos plantean ventajas y serios inconvenientes. Nos
interesa detenernos brevemente en estos últimos. La velocidad a la que transitan
los adelantos técnicos en nuestra sociedad hace casi siempre que toda ley que en
un momento dado puede ser vista como una panacea se convierta en poco tiempo
en una antigualla de museo. Legislar se convierte en actuar, casi siempre, a priori,
así que, lo que debería ser un trazo fino se convierte en un brochazo soez e
inservible. La misma velocidad hace que muchos actúen por su cuenta y riesgo,
aplicando la política de hechos consumados, que termina mandando a los juzgados
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todos los conflictos, con el consiguiente abotargamiento del sistema judicial.
Judicializar se convierte en actuar, casi siempre, a posteriori, así que, lo que
debería ser una toma de decisión rápida y resolutiva se convierte en una auténtica
prueba del laberinto.
O nos quedamos cortos o nos pasamos. ¿De qué modo y manera se podría
juridificar la bioética de manera centrada y certera? El tercer camino es la
implantación de Comités de Bioética que jugarían un papel de vital importancia en
ese actuar que ataje lo concreto para no quedarnos cortos y que sea resolutivo en
un tiempo razonable. Dando forma así, en palabras del Profesor Junquera, a una
cuasi-jurisprudencia22 de prestigio y relevancia a la que remitirse. Un Comité
Nacional de Ética “podría utilizar el método judicial de ponderación de los
principios”, afirma el Doctor Atienza23, “como un modelo plausible de racionalidad
práctica”. Del mismo modo que hay establecida en el ámbito nacional una red
jerárquica de tribunales, podría establecerse una nueva red de los citados Comités
de Bioética que actuarían, como no, de manera pública.
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Anotaciones:
1. Ayllón, Jesús, BIOCIENCIA Y JURISPRUDENCIA, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.),
Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004, pp. 82-83
2. Ibídem, p. 86 y 89.
3. Dr. Francesco D´agostino, LA BIOÉTICA COMO PROBLEMA JURÍDICO. Breve análisis de
carácter sistémico sobre la bioética en el campo jurídico. Traducción del original italiano: Ana
María Marcos del Cano, Filosofía del Derecho, UNED, Madrid.
Fuente: http://bioetica.com.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=205&Itemid=115]
En su breve pero intenso ensayo, D´agostino elabora una ‘hoja de ruta’ para la bioética.
Plantea los grandes escollos por los que ha de transitar, tanto en la sociedad-mundo actual en un
plano más general, como en el mundo del Derecho en particular. Creo que es un buen punto de
partida a la hora de entrar en la Bioética, al tratarse de un fino ejercicio de cartografía que puede
ayudar a que desde un primer momento las dudas y complicaciones de nuestra disciplina no
disipen nuestro entusiasmo y entrega. Al marcar sobre el mapa los hitos más importantes del
camino, el pensador-actuante sabe ya lo que puede estar esperándole en los recodos del camino,
sabe ya adónde ha de lanzar los focos de su atención.
4. Castro Cid, B., BIOTECNOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS: ¿COMPLEMENTARIEDAD O
CONFLICTO?, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-
MELILLA, 2004, pp.15-16.
5. Ibídem, p. 26.
6. Martínez Morán, Narciso, LOS DERECHOS HUMANOS COMO LÍMITE A LA LIBERTAD
EN LAS INVESTIGACIONES BIOMÉDICAS, en Junquera de Estéfani, Rafael (Director) Bioética y
Bioderecho. Reflexiones jurídicas ante los retos bioéticos. Granada COMARES 2008, p. 74.
7. Ibídem, pp. 74,77-78.
8. Martínez Morán, Narciso, LA DIGNIDAD HUMANA EN LAS INVESTIGACIONES
BIOMÉDICAS, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-
MELILLA, 2004, pp. 170.
9. Ibídem, pp. 173.
10. Ibídem, pp. 189.
11. Ibídem, pp. 190.
12. de Miguel Beriain, Iñigo, El embrión y la biotecnología. Un análisis ético-jurídico.
Granada COMARES 2004, pp. 4.
13. Ibídem, p. 26.
14. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, BIOÉTICA PRINCIPIOS, DESAFIOS, DEBATES.
Alianza Editorial. Madrid 2008, p. 37.
15. de Miguel Beriain, Iñigo, op. cit., pp. 37-38
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16. Ibídem, p.44.
17. González R. Arnaiz, Graciano, BIOÉTICA: SABER Y PREOCUPACIÓN en Junquera de
Estéfani, Rafael (Director) Bioética y Bioderecho. Reflexiones jurídicas ante los retos bioéticos.
Granada COMARES 2008, p. 11.
18. Modus Ponens: Si tenemos X entonces haremos Y, como se da el caso de que tenemos X,
entonces será Y. Modus Tollens: Si tenemos X entonces será Y, como no se da Y, entonces no será X.
Alfredo Deaño. INTRODUCCIÓN A LA LÓGICA FORMAL. Alianza Universidad Textos
19. Atienza Rodríguez, Manuel, JURIDIFICAR LA BIOÉTICA en Isonomía nº8 Abril 1998 p.
96. “El problema fundamental de la bioética es el de pasar del nivel de los principios al de las reglas; o,
dicho de otra manera, construir, a partir de los anteriores principios (…) un conjunto de pautas
específicas que resulten coherente con ellos y que permitan resolver los problemas prácticos que se
plantean y para los que no existe, en principio consenso”.
Uno de los portales temáticos que podemos encontrar en la Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes es el de ‘Filosofía del Derecho. DOXA’. En la Hemeroteca de ésta nos encontramos con
‘Isonomía. Revista de Teoría y Filosofía del Derecho’. De aquí he extraído el trabajo de Manuel Atienza.
http://www.cervantesvirtual.com/portal/DOXA/
http://www.cervantesvirtual.com/portal/DOXA/isonomia.shtml
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/35706177436793617422202/isonom
ia08/isonomia08_05.pdf
20. Junquera de Estéfani, R., EL DERECHO Y LA BIOÉTICA, en A.M. MARCOS DEL CANO,
(coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004, pp. 119-137.
21. Atienza Rodríguez, Manuel, op. cit. pp. 82-83.
22. Junquera de Estéfani, R. op. cit. p. 130.
23. Atienza Rodríguez, Manuel, op. cit. p.98.
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MEMENTO MORI
XIX. “Queda la cuarta causa, la que más parece angustiar y tener en vilo a los de nuestra edad, la
cercanía de la muerte, que ciertamente no puede estar lejos de la vejez. ¡Pobre anciano el que a lo largo de su vida
no haya visto que la muerte ha de ser despreciada! Ésta, o debe ser mirada con la mayor indiferencia, si es que el
alma se extingue por completo, o debe ser incluso deseada si es que la conduce a algún lugar donde haya de ser
eterna”.
Marco Tulio Cicerón.
“Si vis vitam, para mortem”
Sigmund Freud.
Quisiera permitirme el lujo de “integrar”, a modo de collage, las opiniones y
pensamientos que otros importantes autores han dejado a la posteridad sobre la
muerte. He querido comenzar1 con la templanza grandiosa que Cicerón muestra
ante la muerte y la tremenda advertencia que hace Freud a todos los vivientes.
La muerte no deja a nadie impasible, no pasa desapercibida, ni tampoco
podemos decir que no deja secuelas psicológicas y vitales. En la muerte ajena de un
ser querido se apodera del hombre el dolor, la congoja y el miedo; en la muerte
ajena de un prójimo desconocido, el sentimiento es de perplejidad; en la muerte
ajena de un grupo de prójimos el sentimiento dominante es de anonadamiento.
Ahora bien en “la experiencia del morir ajeno revierte sobre la posible muerte
propia, y nos sugiere que cuando el prójimo muere algo en nosotros queda
fundamentalmente afectado”2. Algo nos recuerda que a nosotros también no llegará
la hora. La muerte propia se nos aparece como injustificable, absurda y sin sentido,
y nos llenamos de rebeldía contra ella. Pero si nos paramos a reflexionar, nos
exhorta Ferrater Mora, y observamos la muerte desde el punto de vista de la vida
podemos llegar a vislumbrar un nuevo sentido. La muerte elimina la
“insignificancia ontológica de la persona, la muerte otorga a ésta una hasta entonces
no advertida dignidad y hasta una singular nobleza”3.
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Siguiendo por esta senda de mesura y análisis, J.L.L. Aranguren4, uno de los
grandes maestros de Ética de nuestro tiempo, también reflexiona sobre la muerte,
las actitudes ante ella y su sentido ético. Para Aranguren estas actitudes envuelven
una estimación ética o una negación de su sentido, y de su valor moral. Veamos las
cinco actitudes y la conclusión a la que llega el pensador abulense.
1. La Muerte Eludida: Es la más frecuente. La muerte es lo contrario de la
vida, paraliza y extingue la vida. El pensamiento de la muerte perturba y
paraliza la vida. Es un pensamiento morboso, antivital y condenable. La
muerte y la preocupación por la muerte son enemigas de la vida. La
muerte no puede ser eliminada, la preocupación por la muerte sí, de
diferentes maneras:
♦ Imposibilidad natural de la representación de la muerte, no podemos imaginar
nuestra propia muerte, nuestra eliminación del mundo.
♦ Represión natural del pensamiento de la muerte: alejar la muerte de nuestro
pensamiento especialmente durante la juventud.
♦ Fomentar el equívoco de que el alejamiento de la idea de la muerte
corresponde al alejamiento de la realidad de la muerte, especialmente
potenciado por los avances técnicos, científicos y médicos.
♦ Ver la muerte como algo artificial o accidental. La existencia humana se mueve
cada vez más en el plano de lo artificial, también por los mismos avances antes
comentados. Artificialidad ésta que no elimina el fallo, la contingencia y el azar.
La muerte termina siendo reducida a uno de esos fallos que aun se escapa a la
ciencia.
♦ La muerte como espectáculo, pero eso sí, sólo la muerte del otro.
♦ Pero finalmente la muerte aparece, a veces ocurre de repente, otras se la ve
venir. ¿Cómo eludir la muerte propia? No podemos ni con ‘mentiras piadosas’
ni con los distintos lenitivos que ofrece la sociedad.
2. La Muerte negada: Consiste en quitar gravedad a la muerte
considerándola como simple pasaje.
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3. La Muerte Apropiada: Considerar a la muerte como constitutivo mismo
de la vida, la muerte es coexistensiva a la vida. Se pueden dar dos
interpretaciones:
4. La Muerte Buscada: La gente que busca y quieren la muerte expresan la
actitud y la creencia en la nada tras la muerte.
5. La Muerte Absurda: Esta postura es defendida por Sartre, que piensa
que, la muerte como hecho es puro azar, contingencia, exterioridad y no
interiorización. La muerte priva a la vida de toda significación y no
puede ser una estructura ontológica de mi ser, en tanto que “para mí”,
sino a los ojos del otro.
Concluye afirmando que los hombres no podemos comprender la muerte,
no sabemos si es porque es absurda o porque finalmente es un misterio.
La muerte es algo ineludible, más aun, el pensar en ella, también lo es. Pero
esto lejos de ser terrible, es un comienzo. Y es que el pensar en la muerte es el
pistoletazo de salida para el pensamiento: “(...) la conciencia de la muerte nos hace
madurar personalmente (...) crecemos cuando la idea de la muerte crece dentro de
nosotros. Por otro lado, la certidumbre de la muerte nos humaniza, nos convierte en
verdaderos humanos, en mortales”5. Es extraño empezar por el final, pero es cierto
que sin ese final tampoco podría haber un comienzo.
A lo ineludible de la muerte y del pensamiento de la muerte, añade Savater
una tercera cuestión ineludible: hacernos preguntas sobre el posible destino tras la
muerte, si es la nada lo que nos espera o si es el paraíso. Con todo este depósito de
gravedad acumulado en nuestra mente, la muerte sirve para que afrontemos con
seriedad lo que tenemos ‘entre manos’, que no es otra cosa que la vida: “Así que la
muerte sirve para hacernos pensar, no sobre la muerte sino sobre la vida. Como en un
frontón impenetrable, el pensamiento despertado por la muerte rebota contra la
muerte misma y vuelve para botar una y otra vez sobre la vida. Más allá de cerrar los
ojos para no verla o dejarnos cegar estremecedoramente por la muerte, se nos ofrece
la alternativa mortal de intentar comprender la vida”6.
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Para terminar lo haremos con Tolstoi y su relato ‘La muerte de Iván Ilich’.
Aquí se nos muestra la vida de este juez de apelaciones ruso y su proceso de
muerte. El juez implacable que somete a todos los que ante él se presentaban es
ahora el que se postra al implacable juicio sumarísimo. Se nos narra la muerte más
temida de todas, la muerte tras una enfermedad, tras un largo y penoso tránsito, de
desgaste, soledad, penurias y sufrimiento. Para Vania el morirse es realmente su
proceso de muerte entre sufrimientos físicos y mentales. Podemos ver reflejado en
este relato las mismas constantes que hemos visto acompañan a la muerte.
La muerte del otro, tomada a la ligera, como si a uno nunca le fuera a tocar
el turno.
”Aparte de las consideraciones que esta muerte suscitó en cada uno acerca de traslados y
posibles cambios en los empleos, el hecho en sí del fallecimiento de una persona muy conocida
despertaba en todos, como siempre, un sentimiento de alegría, pues resulta que ha muerto otro y no
yo"7.
El terrible descubrimiento del fatal desenlace:
“El problema no está en el intestino ciego ni el riñón, sino en la vida y... la muerte. Sí, tenía
vida, y ahora se va, se va y no puedo retenerla”8.
Detrás de silogismos de inquebrantable lógica nos encontramos una
imparable rabia negadora:
“Cayo, en efecto, es mortal y es justo que muera; pero yo, Vania, Iván Ilich, con todos mis
sentimientos y pensamientos, es otra cosa. No es posible que yo tenga que morir. Sería demasiado
horrible”9.
La búsqueda desesperada e infructuosa de un sentido:
“Resistir es imposible. Pero si por lo menos pudiera comprender el porqué de todo esto.
También ello resulta imposible. [...] ¡No hay explicación! Dolor, muerte... ¿Para qué?”10.
Y finalmente, el ‘acto final’, la rendición, ya no más búsquedas de sentido, ya
no más sufrimiento ni dolor, se encuentra ‘a las puertas del instante’ y con la
‘muerte’ del sufrimiento, la muerte desaparece:
“Buscó su habitual miedo a la muerte y no lo encontró. ¿Dónde está? ¿Cómo es la muerte? No
tenía miedo de ninguna clase, porque tampoco ella existía. [...] ¡Se ha terminado! –exclamó alguien. El
oyó estas palabras y las repitió en su alma: Se ha terminado la muerte –se dijo -. Ya no existe”11.
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Fco. Javier Benítez Rubio Página 36
Anotaciones:
1. Marco Tulio Cicerón. DE SENECTUTE. 1ª Edición, Madrid, Triacastela, 2001.
Traducción: Mª. Nieves Fidalgo Díaz, pp. 193 y 195. (Edición Bilingüe).
Freud, Sigmund. CONSIDERACIONES DE ACTUALIDAD SOBRE LA GUERRA Y LA MUERTE,
en EL MALESTAR EN LA CULTURA. Alianza Editorial Madrid 1996, p. 123.
2. Ferrater Mora, José. EL SER Y LA MUERTE, Alianza Universidad, Madrid 1998, p. 131.
3. Ibídem, p.132.
4. López-Aranguren Jiménez, José L., ÉTICA, Alianza Universidad Textos, Madrid, 1995,
pp. 298-308.
5. Savater, Fernando, LAS PREGUNTAS DE LA VIDA, Ariel, 2ª Edición Barcelona 2010, p.
28.
6. Ibídem, pp. 41-42.
7. Tolstoi, León. LA MUERTE DE IVAN ILICH. Biblioteca de Clásicos Universales Ediciones
Orbis 1982, p. 9.
8. Ibídem, p. 58.
9. Ibídem, p. 62.
10. Ibídem, p. 88.
11. Ibídem, p.95.
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EUTANASIA
“El día que la ciencia dio por imposible curarme la parálisis, pensé, con la desesperación del animal
atrapado en la trampa infernal de algún cruel y despiadado cazador, en la bondad de la muerte”.
Ramón Sampedro1
“Nunca se insistirá demasiado en lo importante que es para los enfermos incurables toda la atención
humana hasta el final”.
Hans Küng2
SOBRE BIENES, MALES Y DERECHOS. REFLEXIONES AL VUELO.
Entre el Parque Genovés, hablo de Cádiz por supuesto, y la Alameda
Apodaca, transita el Paseo de Carlos III, un auténtico remanso de paz y
tranquilidad. Entre árboles milenarios, pintorescas farolas negras y antiguas
garitas se encontraron cierto día de verano dos amigos que hacían largo tiempo
que no se veían. Por cuestiones que no vienen al caso perdieron la comunicación
durante años. Ahora, con mucha vida a cuestas, se encuentran los antiguos
camaradas; y apalancados, sobre las barandillas de innumerables columnas
blancas, comienzan a charlar de sus cosas. La mala suerte nos hace encontrarnos
con que uno de nuestros personajes, el que permaneció en la Tacita de Plata,
atraviesa duros momentos vitales. El otro, el que salió a recorrer el mundo y volvió
triunfante y cargado de medallas, escucha atentamente el razonamiento de su viejo
compañero. El uno sabe que el otro es un hombre sabio y que podrá entender lo
que pasa por su atribulado espíritu. El otro sabe del uno que es un hombre bueno y
responsable y se apresta a escuchar atentamente.
La vida es el mayor bien que poseemos los vivientes. Las enfermedades y el
sufrimiento son los peores males que nos atenazan. Pero, ¿es morirse un mal?, o si
no lo es ¿será un bien entonces? Si no es ni una cosa ni la otra ¿qué será
éticamente? ¿Podemos otorgar a semejante suceso estas categorías éticas? ¿Si lo
hacemos con la vida, de la que decimos que es un bien, por qué es tan difícil
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hacerlo con la muerte? Y si la vida nos embarca en una pavorosa serie de dolores y
sufrimientos ¿podemos argumentar que sea un mal? O ¿seguirá siendo un bien a
pesar de los terribles dolores que me atenazan mañana y noche? El silencio solo
roto por el batir de las olas dio paso a otra andanada.
¿Quién es propietario último de la vida? Cada uno de la suya. ¿Puede
entonces disponer cada uno de su vida según sus criterios? Sí que puede. ¿Puede
uno elegir la profesión que desarrollará, la ropa que vestirá cada día, la ciudad
donde vivirá, los amigos con los que hablará, a la pareja con la que compartirá su
vida, al Dios al que entregará sus mejores pensamientos? Sí, por supuesto. ¿Hasta el
punto de quitarse la vida en casos de sufrimiento extremo o de enfermedad
incurable? Y mirando al profundo horizonte atlántico, pregunta por último, ¿tengo
derecho a morir del mismo modo que me dices que tengo derecho a vivir?
EL UNIVERSO ÉTICO (I)
El morirse no es meramente la fase final de la vida. Es mucho más que eso.
Es una de las dimensiones más importantes de la vida que tiene una enorme
influencia en todas y cada una de las etapas de la vida. El auténtico memento mori
no es una amenaza, cual espada de Damocles, sino la apertura a una nueva actitud
vital que haga vivir cada momento con una consciencia diferente. Efectivamente, es
el recuerdo de nuestra finitud lo que hace que muchas personas vivan su vida con
gran dignidad. Por eso el asunto de la muerte digna comienza con el vivir
dignamente. Y si una persona se preocupa, se esfuerza, se responsabiliza de vivir
con dignidad, también tiene todo el derecho a preocuparse, esforzarse y
responsabilizarse de morir con dignidad.
La buena muerte. La primera parada en toda reflexión que hagamos sobre
la eutanasia tendrá que ser, forzosamente, el preguntarnos por el ámbito o el
contexto en el que ha de ser aplicado este término con legitimidad.
Para que podamos hablar con propiedad sobre el término eutanasia, la
persona ha de estar en un contexto de cercanía a su muerte, o que exista la
participación de un tercero3. Pero entiendo que podemos añadir algo más. Para
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que podamos hablar con propiedad sobre el término eutanasia, la persona ha de
estar situada en un contexto de vida indigna y de quebranto físico irreversible e
insoportable.
“Por eso la eutanasia,…, no tiene que ver con la muerte digna sino con la muerte cuando la vida ya no es
digna ni hay esperanzas de que lo vuelva a ser”4.
“La situación de quebranto físico irreversible proporciona una razón relevante para considerar una
excepción de protección absoluta de la vida”5.
Y son tres los supuestos de indignidad irreversible6: los procesos terminales
de muerte, la existencia dramática y la persistencia de la vida vegetativa. Eutanasia
tiene que ver con esto, con el dolor extremo, con enfermedad incurable o con
terribles suplicios físicos y emocionales, y no con caprichosas maldades. Es en este
contexto en el que existe eutanasia, en atención a la persona sufriente7, cuya vida
es ciertamente un mal, por su ínfima o nula calidad.
Cuestión de nombres. La literatura al respecto ofrece un buen número de
posibilidades para encuadrar las diversas formas de eutanasia8. Recojo, primero la
distinción de Lora & Gascón y luego la de Marcos del Cano.
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Cada vértice de este cuadro tiene una serie de notas esenciales que
provocan la suma total que llamamos acto eutanásico. Si faltara una de estas notas
ya estaríamos hablando de otra cosa. Tenemos dos sujetos, uno activo y otro
pasivo, el otro interpela al primero mediante un requerimiento y el primero
interactúa sobre el paciente bien por acción o por omisión. Importante destacar
sobre el sujeto pasivo que: primero está abocado a una muerte próxima; segundo,
la solicitud ha de ser expresa al sujeto activo; tercero, ha de mantener la lucidez
mental; cuarto, ha de conocer cuál ha sido el curso de su enfermedad, y quinto, que
tenga plena capacidad de obrar. Respecto al requerimiento, éste ha de ser
indelegable, intransferible y personal. Finalmente reseñar respecto a la conducta,
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que ésta exige una motivación no criminal sino piadosa y misericordiosa, de
compasión y solidaridad hacia el sufriente.
¿Sobre qué estamos discutiendo?9 Respecto a la eutanasia, entiendo que
primero hay que preguntarse sobre qué cuestiones se ha de discutir; y segundo,
sobre cuáles otras no hay discusión. Para empezar, es indiscutible la eutanasia
forzosa e impuesta, siempre que sea involuntaria, que merece el claro calificativo
de asesinato a sangre fría10. Y si obligar a morir es un delito, obligar a vivir en
determinadas circunstancias no lo es, pero es éticamente reprobable. Por tanto,
tampoco tiene discusión la distanasia: la lucha en favor de la prolongación de la
vida no puede llegar hasta el encarnizamiento terapéutico. Efectivamente, el
derecho a la vida no ha de ser impuesto a ultranza11. Estos dos son los extremos
que han de ser evitados: el obligar a morir y el de imponer ominosamente la vida.
Sigamos avanzando sobre las cuestiones que no deberían tener discusión.
Conservar la vida nunca debe ser incompatible con aliviar el dolor y paliar el
sufrimiento. Salvar vidas, no es lo mismo que prolongar agonías. No es por tanto
errónea la pregunta de, ¿hasta qué punto se han de llevar las actuaciones de
prolongación de la vida? La respuesta me parece clara, las medidas extraordinarias
han de servir para facilitar la vida y nunca para evitar la muerte inevitable. Cada
vez son más las voces que afirman que si ya no puedes curar centrémonos en
cuidar12. Por ejemplo, una analgesia adecuada a cada momento del estado y
aproximación personalizada al paciente terminal.
Podemos incidir algo más sobre este punto. La práctica médica actual, aún
con reticencias, se va abriendo a la medicina paliativa. Cuando se trata de
enfermedades agudas lo más importante son el diagnostico certero y el pronto
tratamiento. Pero cuando las dolencias se cronifican y terminan por convertirse en
procesos irreversibles es donde deben comenzar los cuidados paliativos, que son
una práctica tan médica como los actos quirúrgicos, el uso de modernos aparatos
de diagnósticos o el estudio de cualquier novedoso y deslumbrante fármaco de
última generación. Del mismo modo que se le presta atención a la medicina de la
curación se le ha de prestar atención a la medicina del cuidado, y los cuidados
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paliativos son con toda seguridad los más importantes ya que atañen a los mayores
sufrimientos humanos. Actualmente, el ámbito médico, sensible a todas estas
problemáticas, también tiene sus propias aportaciones13, pero huyendo de las
calificaciones que hemos tratado, eutanasia pasiva y activa14, tabulando sus
actuaciones como prácticas adecuadas y no adecuadas.
Así, las medidas de actuación más importantes dentro de la Medicina
Paliativa serán el control de síntomas, las medidas terapéuticas de confort, cuidado
emocional, actuación en el medio familiar, y llegado el momento, la LET o
limitación del esfuerzo terapéutico en sus tres variantes15, y la sedación paliativa o
terminal16. Sobre las dos últimas es donde surge la controversia. Éstas, son
consideradas como prácticas adecuadas ante la situación terminal de un paciente.
Por el contrario, el encarnizamiento terapéutico sí que es considerado como
práctica no adecuada. Ambas medidas, especialmente la sedación, son opciones
terapéuticas que como cualquier otra intervención sanitaria requiere su adecuada
indicación y su correcta aplicación técnica. Es más, tal y como recoge el Código de
Ética y Deontología Médica17, es un deber inexcusable la atención a las personas en
situación terminal.
Pero retomemos de nuevo nuestro sendero filosófico y ético, esta vez
afrontando las polémicas en los casos de eutanasia pasiva. ¿Cómo justificamos
éticamente este tipo de actuaciones? La manera correcta de hacerlo sería mediante
la conjugación efectiva de dos líneas de argumentación: el consentimiento del
sujeto afectado y la calidad de vida. Traducido a principios serían los principios de
autonomía y de beneficencia18. Si el sujeto está en disposición de consentir, no
debería de quedar resquicio alguno de duda en el respeto a la autonomía moral de
las personas y en la toma de decisiones que afectan a sus propias vidas (incluidas,
o especialmente incluso, la de su muerte). Si por el contrario no estuviera en
disposición de consentir, evitar el sufrimiento o no prolongar de manera artificial
una vida sin calidad ni dignidad, sería respetar el principio de beneficencia: es
bueno para la persona dejar sufrir atroces padecimientos. Aunque éticamente las
cosas encajan, el debate no puede ni debe estar cerrado, pero también es cierto que
cada vez son más los sectores sociales que aceptan esto19.
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EL TECHO JURÍDICO
Las disquisiciones éticas acerca de los principios rectores por ejemplo, o
cómo éstos entran en conflicto, no reconocen las lindes que la historia y la política
han ido trazando a lo largo del tiempo y la geografía. La ética concierne al Ser
Humano. Pero, al fin y al cabo, este ser humano vive en un determinado contexto
espacio-temporal, administrativo, político y legal al que debe remitirse. Tras
muchas argumentaciones y contrargumentaciones éticas a las que podamos asistir
incapaces ambos bandos de conseguir el tres en raya, siempre se llega a un punto,
el techo, en el que la legalidad vigente en cada país se debe imponer. Otra cuestión,
y no baladí, es la porosidad y permeabilidad de las legislaciones a las inquietudes
éticas de la sociedad.
20
El panorama legal nos coloca en un espacio cerrado por uno de sus lados, y
en el otro, una especie de pantano tenebroso en el que no encontramos caminos
despejados por los que transitar. Como la mayoría de las decisiones eutanásicas,
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incluidas las limítrofes, corresponden al personal médico, éste se encuentra contra
la espada y la pared en muchas ocasiones, muchas más de las que estarían
dispuesto a reconocer. En España, respecto a la eutanasia activa, hay que remitirse
a la Ley Orgánica 10/1995 de 23 de noviembre del Código Penal, en su artículo
143, que castiga al que induce al suicidio, la cooperación con actos necesarios y si
tal cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte21.
«1. El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años.
»2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de
una persona.
»3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de
ejecutar la muerte.
»4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la
petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que con-
duciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar,
será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.»
En cuanto a las actuaciones limítrofes, que podrían caer en la denominación
de eutanasia pasiva, nomenclatura rechazada por el sector biomédico en general,
tampoco terminan de ser puestas en práctica, a pesar de que el propio código
deontológico médico no la ve como moralmente rechazables. El colectivo médico
todavía no tiene claro, ni científica ni legalmente, respecto al final de la muerte, qué
prácticas serán consideradas punibles y cuáles serán designadas como buena
praxis. Seamos claros, a nadie le gusta verse involucrado en un procedimiento
judicial, con abogados, fiscales y jueces por medio, con los medios de comunicación
metiendo cizaña. La inseguridad judicial es terrible para el estamento médico, y
por supuesto, para el sufriente paciente terminal. Un apunte final:
“…en el supuesto de que la práctica de la eutanasia llegue a ser considerada como la menos mala de
todas las soluciones que puedan aplicarse a una determinada situación de deterioro vital, la correspondiente
regulación deberá determinar con precisión cuáles son los supuestos en que se está ante una enfermedad
terminal, cuándo se da el tipo de acción eutanásica, quién está legitimado para realizar esa acción, cómo y
cuándo puede/debe manifestarse la petición o requerimiento del enfermo, en el supuesto exigido, etc.”22
La práctica médica actual, a lo largo de su modernidad, se ha instaurado en
un modelo de actuación en el que casi todo su universo está tabulado y regulado
por estructuras jerarquizadas. En el nivel burocrático se dividen claramente las
diferentes áreas de gestión, o las especialidades, los distintos escalafones, por
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ejemplo. Pero en la práctica médica directa ocurre lo mismo. Se manejan
constantemente unos protocolos herméticos en el que se escalonan los pasos a dar
(los árboles de decisión de urgencia son un claro ejemplo). Cuando hay que
enfrentarse a una patología concreta, el personal médico actúa siguiendo unos
parámetros procedimentales estandarizados, los protocolos, que indican
claramente los pasos a seguir. Incluso la moderna enfermería y su afán científico
tabula ya sus actuaciones siguiendo sus propios protocolos: valoración inicial,
NANDA (Diagnósticos Enfermeros), NIC (Intervenciones) y NOC (Resultados). El
mundo biomédico se esfuerza, y mucho, por no dejar nada al azar o al capricho
personalista. En el apunte anterior se habla de regulación y de precisión, cosas que
hoy en día no tiene el personal biomédico respecto a estos temas tan delicados.
EL UNIVERSO ÉTICO (y II)
La muerte misericordiosa23. ¿Sobre qué cuestiones sí que hay discusión y
debate24? Está claro, sobre la eutanasia activa directa y voluntaria. A un lado se
encuentran los que la entienden como éticamente justificable y piden que sea
despenalizada. Al otro lado, los que defienden que siga siendo penalizada al ser,
además de éticamente reprobable, un delito. Los que están en contra aducen la
existencia de otras alternativas, especialmente los cuidados paliativos (los que
están a favor de la eutanasia, que yo sepa, no se oponen en absoluto a estos
cuidados), y siempre, humanizar la situación del enfermo terminal. Uno de sus
principales argumentos éticos es el siguiente: otorgar reconocimiento al 'derecho a
la muerte' es también reconocer que una persona puede quitar la vida al que se lo
pide. Y en ese momento, esa persona, hace dejación de algo de lo que no puede
hacer dejación: traspasar a otra persona el derecho a su vida25.
Los que son contrarios a la eutanasia activa, ética y legalmente, se
posicionan claramente. Es más, en la práctica totalidad de los países, la eutanasia
activa voluntaria y el suicidio asistido son actividades reprobadas y punibles. Pero
luego, así lo entiendo al menos, encontramos a los que no se alinean directamente
a favor de la eutanasia, sino que se alinean a favor de que existan más posibilidades
a la simple y austera negación-prohibición. Se puede argumentar en contra de la
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eutanasia, claro está, pero de ahí afirmar sin reparos que la muerte misericordiosa
es, directamente, un asesinato o un genocidio es equivocarse de facto. Desde
determinadas instancias, que evitan el fondo del debate, se esfuerzan por calificar
la eutanasia como acto criminal. Por suerte hay quienes tienen fuerzas para
templar su discurso: “Es falso identificar sin más con el asesinato cualquier forma de
eutanasia activa, como si se tratase de una acto de violencia impuesto al enfermo
contra su voluntad y no de un 'acto de gracia' pedido expresamente por el
interesado”26.
Hay que dejar los subterfugios y centrarse en lo verdaderamente
importante: ¿tiene el hombre derecho a disponer de sí mismo y de su vida? ¿Tiene
el ser humano derecho a la autodeterminación en la vida y también ante la muerte,
mejor dicho, ante SU muerte?27. A un lado se encuentran los que defienden el
derecho a la autonomía del ser humano y expresan que ningún credo religioso, por
muy mayoritario e histórico que sea, tampoco el Estado, puede tutelar la vida y
también la muerte de la Humanidad. Los hay incluso, que entienden que un
testamento vital o un documento de voluntades anticipadas, que pueda incluir
inclusive la eutanasia activa ha de ser jurídicamente vinculante28. Al otro lado nos
encontramos a los que dan por sentado que el hombre no puede moralmente
disponer de su vida. Entre estos encontramos a los que plantean argumentos éticos
y los que aportan argumentos religiosos. Los primeros entienden que la vida es el
valor primario, el derecho humano fundamental que debe tener primacía sobre
todos los demás. Para los segundos, es Dios, sólo y exclusivamente Dios, el que
tiene el poder de disponer sobre el hombre, al hombre solo le queda aguantarse
con el 'fin dispuesto'29.
“La vivencia del cristianismo concibe la vida como un don y una bendición que ha recibido de Dios y de
la que no puede disponer”30.
Pero estos argumentos religiosos no son definitivos porque siempre
podemos recordarle a los teólogos que lanzan anatemas y castigos divinos, al
Jesucristo sanador de enfermos, el que alivia sufrimientos físicos y del alma, el
cercano a los enfermos y necesitados31; y que tampoco es incompatible, que siendo
la vida un don de Dios constituya, además, una tarea personal, quedando a nuestra
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responsable disposición hasta en esta dimensión tan crucial que es la muerte. Sin
negar su argumento, que hay algo más que santidad en la vida de las personas. Hay
que contar con la dignidad y la calidad de vida. Las decisiones tomadas en
conciencia y con autonomía responsable han de ser aceptadas; así, “la eutanasia
debe ser entendida como una drástica ayuda a la vida”32.
Volvamos por donde empezamos, al punto de vista ético. Todos los
argumentos que se han aportado aquí, los de un lado y otro, giran en torno a un
mismo concepto, el de la dignidad humana. Estamos ante un mismo punto de
partida y dos hermenéuticas que van separándose poco a poco de manera
irremediable sin posibilidad de posturas intermedias33.
Aunque parece claro que la persona no ha de perder nunca el derecho a la
autodeterminación, resulta que esto, hasta sus últimas consecuencias, en el caso de
la muerte, no es así. El ámbito legal y jurídico así lo confirman. La vida es un bien
del que no dispone su titular ¿Si la vida no pertenece al viviente, hasta sus últimas
consecuencias, a quién pertenecerá entonces, al Estado, a la Ley, a los aparatos
judiciales y sus ramificaciones, o a los criterios de alguna de las confesiones
monoteístas cuya influencia es más que evidente? Este es uno de los frentes de
batalla futuros más importantes: el aceptar o no la concepción de la vida como un
bien indisponible para su titular34.
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LO QUE NO SE VE, LO QUE NO SE DICE, LO QUE NO SE CUENTA.
UNA CONCLUSIÓN INCONCLUSA.
La Eutanasia no es una discusión nueva35 que tenga que ver con el modo de
vida en el Posmodernismo este en el que nos movemos. La pretensión y esperanza
de los humanes por el buen morir lleva anclada en nuestros corazones desde hace
mucho tiempo. Lo nuevo es el mundo en el que vivimos y cómo la pluralidad de
seres y estares, de interpretaciones y doxáticas se retuercen aprisionando al ser
humano en un maremágnum de ideas y discursos. Hasta no hace mucho nos
encontrábamos con la línea trazada que había que seguir y con la disidencia de los
genios, los locos y los apestados. Actualmente proliferan las verdades y sus
guardianes. Cada uno de los cuales quiere arrimar a su orilla al mayor número de
adeptos, con lo que el conflicto se ha convertido en una de las categorías
definitorias de nuestra epocalidad. Y el tema de la eutanasia no va a ser menos.
Si hemos llegado al punto de hablar de eutanasia, es que antes hemos
llegado al pensamiento de la muerte. Cuando se piensa en la muerte encontramos
las dificultades propias de un tema que se nos escapa y rebasa con creces. Pero la
ineludible curiosidad del ser humano, no puede dejar de preguntarse por ese
momento desconocido al que tememos. Preguntas encaminadas a entender el
antes y el después, porque tengo la sensación de que la muerte ‘en sí’ es
inaprehensible, tanto si es un instante como si es una eternidad. En el antes
buscamos el sentido de la vida, vivimos el envejecimiento y a veces nos vemos
perseguidos y atenazados por dudas y miedos, en el peor de los casos, la muerte
termina siendo el estadio final de un penoso proceso. En el después, las teorías y
enfoques abundan, y todos los pasos que damos son en el aire.
Sobre el “después”, podría encadenar una serie de preguntas sin respuesta.
¿Hay “algo” más después de este “algo” al que llamamos Vida? ¿Hay “algo” más
después de este “algo” que llamamos Mundo? ¿Hay “algo” más después de este
“algo” que llamamos Yo? Ante estas preguntas vuelven a surgir otras preguntas,
¿qué?, ¿dónde?, ¿cómo?, y ¿porqué?. Y ante estas nuevas preguntas, surgen la
Religión, la Filosofía y la Ciencia para contestarlas. Sigamos un poco más:
¿Seguiremos teniendo sentidos después de este “algo”? ¿Seguiremos teniendo
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sentimientos después de este ”algo”? ¿Seguiremos teniendo razón después de este
“algo”? Si mantenemos todo lo anterior, no cambiaría nada o casi nada en ese “otro
algo”, si todo cambia es “algo” completamente diferente. Yo sólo conozco este
“algo” que llamamos vida, cuando hablo o pienso lo hago en referencia a este “algo”
y cuando comparo, también, lo hago respecto a este “algo”. ¿Cómo se puede hablar
de un “algo” que no es este “algo” que siento y razono? ¿Por qué no me limito a
pensar en este “algo” que vivo? ¿Por qué nos sentimos atraídos por ese otro “algo”,
cuando con este nos sobra y basta, hasta estar desbordados?
Ante la muerte tratamos de anteponer toda clase de lenitivos, bien sean
físicos o ideales. Pero a pesar de todos los intentos, estos lenitivos tampoco
consiguen despegarnos de ella. Tras los primeros efectos sedantes, finalmente la
realidad se impone. Si una persona cree que su ser y su vida es lo más preciado que
tiene y no un peldaño más de una escalera, es normal que quiera vivir su vida en
plenitud y dignidad. Más aun, si una persona piensa que su vida es la única y
definitiva vida que va a vivir y no un regalo de un ser trascendente, es normal que
desee vivir cada momento al timón de sus circunstancias. Pero esto no queda aquí,
ya que la realidad supera con mucho todo los planteamientos teóricos y abstractos
que pudiera hacerse. Cuando tratas con la muerte, ya nada es igual, tanto si ‘sólo’
piensas en ella, como si forma parte de tu trabajo (como es mi caso), como si te
afecta de primera mano. Es algo muy duro y muy intenso.
Tratar temas como el de la eutanasia es encontrarse con grandes rechazos y
enormes silencios, también con hipocresías. Encuentras muchas personas que han
tenido la gran suerte de no pasar ni de lejos por situaciones graves relacionadas
con enfermedades propias o de sus seres queridos, y que además, ingenuas ellas
como avestruces, creen que nunca les pasará, y que estos asuntos les parece como
llamar a la puerta de algo muy malo para que les entre en su casa y corren
despavoridos huyendo de estas conversaciones.
Encuentras a muchas personas que pasan o han pasado por situaciones
difíciles de las antes mencionadas y que en ningún momento aceptaron o aceptan
la realidad tal y como se la encuentran. De nuevo encontramos una forma de
miedo, pero esta vez tamizada de una singular forma de egoísmo, sí como suena
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egoísmo. Entre el dolor y el sufrimiento se cuela una emoción de no querer perder
al ser querido, y aunque se aducen muchas razones entre llantos y sollozos, la
realidad interna es que la persona no quiere que se vaya algo que considera
propiedad suya y que es él o ella el que verdaderamente pierde, es suya la tragedia.
El ‘que será de mi entonces’ es su pensamiento más intenso. ‘Mi’, ‘yo’, ¿dónde queda
entonces la persona querida que sufre terriblemente, de la que bien poco queda tal
y como la conocimos? Hablar con estas personas de la eutanasia es poco menos
que un insulto. Lo toman muy mal. Y bueno, un diálogo que comienza con
agresividad pocas veces retoma el buen rumbo.
Encuentras a muchas personas imbuidas o arrebatadas por la verdad.
Creyentes se hacen llamar todos ellos, pertenecientes a muchas y variadas
facciones y confesiones, con poca o ninguna autonomía y espíritu crítico, incapaces
de pensar por ellos mismos. Que ante cualquier situación delicada siempre echan
mano al zurrón de las ideas aprendidas antiguas y mohosas. Es sin duda lo peor de
la religión. Ese dogmatismo duro y rocoso, impenetrable, inhumano y salvaje que
se mete en lo más profundo de estas personas. Con sus hieráticos ademanes y su
insultante condescendencia, hablar de la eutanasia con ellos es todo un ejercicio
titánico. En este punto, quisiera detenerme. La religión es parte fundamental del
ser humano, por tanto debe ser escuchada en este tema y respetada su opinión
(entre muchas otras). Y no es justo meter a todos en el mismo saco. También los
hay que hacen muchos menos ruido y tiene menos lugares donde expresarse, que
sin renunciar a su fe y sin dejar de creer en lo que creen, y sin dejar de estar en
contra de la eutanasia, son capaces de entender otros puntos de vista y respetarlos.
Creyentes como ellos deben ser aceptados en todos los ámbitos de la vida. Y hablar
con ellos de la eutanasia es algo necesario y privilegiado. Por eso la lectura de Küng
me parece imprescindible36.
Encuentras a muchas personas en nuestra profesión, enfermer@s y
médic@s, que dicen una cosa pero que luego hacen otra bien distinta cuando el que
está en la cama yaciendo entre dolores y sufrimientos es alguien cercano, pariente
amigo o familiar cercano. Hablar de eutanasia con los compañeros de gremio es
imposible, es uno de los grandes tabúes. Nadie habla a las claras de lo que piensa
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porque es tanto el miedo y la desinformación que todos andamos con pies de
plomo vaya a ser que nos metamos en problemas legales.37
Yo tengo ya a mis espaldas unos cuantos años como profesional de la
Enfermería. He vivido situaciones muy duras y claro está, estos temas no me cogen
por sorpresa, ni me echan para atrás. He vivido situaciones a los dos lados de la
cama, como profesional he tratado a pacientes sin esperanza ninguna de salvación
con una entereza digna de héroes, he oído pedir a gritos la muerte por unos
dolores que ni los más potentes calmantes eran capaces de paliar, también he visto
a familiares aferrados a esperanzas fútiles, y también he visto cosas tremendas de
las que ni quiero hablar ni quiero acordarme. Pero también he vivido los últimos
días de mis abuelos, que tras una larga vida vieron como al final les estaba
esperando el sufrimiento más rastrero y mezquino, en todo punto inmerecido e
inaceptable. Tras una vida larga y creo que fructífera, habiendo amado y siendo
amados hasta el último de sus días, y con su presencia constante en nuestro
recuerdo, mis abuelos fallecieron en paz y rodeado de familiares y en casa de una
de sus hijas. Aunque no me correspondía tomar la decisiones, mi consejo a mi
familia siempre fue el de aceptar la realidad que se imponía por la fuerza, y por
supuesto, evitar minuciosamente hasta el más leve de los sufrimientos. Perder a mi
abuelo y luego a mi abuela en menos de un año, ni es una derrota ni es un castigo,
es ley de vida. Dolorosa realidad, pero insoslayable. Amar a una persona,
respetarla y convivir con ella sí es algo de lo que podamos decir que fracasamos si
no lo hicimos. Pero la muerte no nos corresponde. La vida sí, y cómo se vive
también. Yo creo que si una persona ama a alguien y le desea una buena vida, no
hay mayor rasgo de amor que desearle una buena muerte.
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Anotaciones:
1. Ramón Sampedro. CARTAS DESDE EL INFIERNO. Booket 9060 Editorial Planeta 9º
Edición 2005 Barcelona, p. 12.
2. Hans Küng, Morir con dignidad, en Hans Küng y Walter Jens, MORIR CON DIGNIDAD.
UN ALEGATO A FAVOR DE LA RESPONSABILIDAD. Mínima Trotta, Madrid, Tercera Edición
ampliada, 2010, p. 43.
3. Javier Gafo, Eutanasia, en 10 PALABRAS CLAVE EN BIOÉTICA. Editorial Verbo Divino,
Estella, 8ª edición, 2006, p. 94.
Andrés Ollero, LA INVISIBILIDAD DEL OTRO. EUTANASIA Y DIGNIDAD HUMANA, en A.M.
MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004, p. 148.
En el Anexo I, al final del trabajo, se aporta un esquema resumen con algunas definiciones
del término eutanasia.
4. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, BIOÉTICA PRINCIPIOS, DESAFIOS, DEBATES. Alianza
Editorial. Madrid 2008, p. 236.
5. Ibídem, p. 244.
6. Ibídem, pp. 237-238.
7. Ibídem, p. 239.
8. El primer cuadro ha sido reconstruido a partir del libro de Lora & Gascón (Ibídem, pp.
240 a 242). El segundo y tercero a partir de Marcos del Cano, A.Mª, LA EUTANASIA ESTUDIO
FILOSÓFICO-JURÍDICO, Marcial Pons – UNED, 1999, Madrid, pp. 47 a 69.
9. Hans Küng, op. cit. p. 46. “La discusión actual,…, gira en torno a qué tipo de eutanasia es
humana, digna de personas y por tanto moralmente permitida”.
10. Javier Gafo, op. cit. 118. Cita los casos de Michaela Roeder
(http://www.elpais.com/articulo/sociedad/ALEMANIA/Proceso/enfermera/acelero/muerte/enfermos/terminales/elpepis
oc/19890111elpepisoc_3/Tes/) y las auxiliares del Hospital Lainz de Viena
(http://www.elpais.com/articulo/internacional/AUSTRIA/escuadron/muerte/hospital/Lainz/elpepiint/19890416elpepiin
t_7/Tes/).
11. Hans Küng, op. cit. p.63. “El derecho a prolongar la vida no es de cumplimiento obligado;
el derecho a la vida no es una imposición de la vida”.
12. Javier Gafo, op. cit. p. 117.
13. VVAA, Diego Gracia y Juan J. Rodríguez Sendín (Directores). GUÍAS DE ÉTICA EN LA
PRÁCTICA MÉDICA. ÉTICA EN CUIDADOS PALIATIVOS. Fundación de Ciencias de la Salud. Madrid
2006. ISBN Tomo 2: 84-8473-535-4.
http://www.fcs.es/ y http://www.fcs.es/publicaciones/etica_cuidados_paliativos.html
'No existen enfermedades sino enfermos' es una frase que se maneja en el mundo sanitario, pero no
por ser de uso frecuente pierde su verdad. Cada caso tiene un curso distinto, pero también es verdad que
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ciertos parámetros o se repiten o son similares, con lo que bien pueden establecerse líneas de actuación
basadas en la ponderación racional de la casuística.
Este texto en particular defiende que la ética en el ámbito sanitario debe aspirar a lo óptimo en
cuanto a la salud de las personas. En este sentido, lo que ha de buscar es optimizar la calidad en la toma de
decisiones, especialmente en aquellas en las que varios valores entran en conflicto. La ética no le dice al
profesional biomédico qué es lo que tiene que hacer. La ética es una guía procedimental que puede capacitar al
profesional en el análisis de situaciones en las que los valores entran en conflicto. Por tanto, la ética no da
soluciones, la ética ofrece un modus operandi para resolver conflictos de modo prudente, o responsable. Por
esto surgen este tipo de Guías para enseñar a los profesionales a deliberar, esto es, tomar decisiones
razonables.
Cuando dos o más valores de un mismo rango se convierten en antagonistas surge un conflicto moral
entre valores. Se debe realizar, por tanto, un ejercicio reflexivo de deliberación que dirima este pleito. De este
ejercicio de deliberativo se encarga la ética, con lo que queda patente que ésta es una disciplina práctica, no
meramente abstracta. La deliberación conduce a la toma de decisiones, al qué debemos hacer. Efectivamente,
la deliberación ha arrojado un número, más o menos amplio, de salidas posibles llamadas cursos de acción. De
ellos los primeros en identificarse suelen ser los cursos extremos que como tales deben ser descartados al
lesionar uno de esos valores en liza. Luego, con esfuerzo, se identificaran los cursos intermedios de los que se
entresacará el más óptimo, que será el que menos lesione los valores en conflicto.
14. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. p. 242. “…en el lenguaje de los juristas pero
sobre todo en el de los médicos, se considera preferible aludir a la doctrina del doble efecto, mientras
que la expresión ‘eutanasia indirecta’ es cada vez más rechazada”.
15. VVAA, Diego Gracia y Juan J. Rodríguez Sendín (Directores), op. cit. pp. 10, 13 y 23.
Las tres variantes son:
- Retirada de medidas de soporte vital.
- No iniciación de medidas de soporte vital.
- Aplicación de tratamiento en intensidad proporcional a la intensidad del sufrimiento. Es
lo que recibe el común nombre de doctrina del doble efecto. Realmente la sedación terminal caería
en este punto, pero actualmente tiene tanta importancia que se desgaja para poder analizarla
correctamente.
16. Ibídem, p.11. “Consiste en la administración de fármacos con el objeto de conseguir la
paliación o eliminación de un síntoma somático refractario o de la manifestación de un sufrimiento
insoportable, a través de una disminución profunda e irreversible de la conciencia”.
17. Ibídem, p. 55. Art. 27.1. “El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del
paciente siempre que sea posible. Y cuando ya no lo sea, permanece su obligación de aplicar las
medidas adecuadas para conseguir el bienestar del enfermo, aún cuando de ello pueda derivarse, a
pesar de su correcto uso, un acortamiento de la vida”.
18. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. pp. 244 y 245.
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A esto se le pueden hacer puntualizaciones: “Toda legitimación de la eutanasia se hace girar
sobre dos pivotes: el sufrimiento (la baja calidad de vida) y el consentimiento del paciente. Por un lado,
el sufrimiento tanto físico como psíquico y, sobre todo, la vivencia de ese dolor hace que no existan dos
casos iguales y que sea muy difícil el medir la ‘insoportabilidad’ de ese sufrimiento. Por el otro, dadas
las circunstancias en las que se halla el enfermo es muy posible que se encuentre con una autonomía
reducida para expresar un consentimiento válido jurídicamente”.
Marcos del Cano, A.M. CUIDADOS PALIATIVOS Y EUTANASIA: ESPECIAL REFERENCIA A
LA LEGISLACIÓN BELGA, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla,
UNED-MELILLA, 2004, p. 209.
19. Incluso instancias tan conservadoras como la Iglesia Católica Apostólica Romana aceptó
en su día la eutanasia activa indirecta (doctrina del doble efecto) aunque a alguno de sus seguidores
se le olvide. Ver en Javier Gafo, op. cit. p. 103. Dice así Pío XII: “Si entre la narcosis y el acortamiento
de la vida existe nexo causal alguno directo, puesto por la voluntad de los interesados o por la
naturaleza de las cosas… y, si por el contrario, la administración de narcóticos produjese por sí misma
dos efectos distintos, por una parte el alivio de los dolores y, por otra, la abreviación de la vida,
entonces es lícita”.
Y como se suele decir coloquialmente, con la Iglesia hemos topado, no estaría de más
también recordar lo que en 1980 declaró la Congregación para la Doctrina de la Fe (DECLARACIÓN
«IURA ET BONA» SOBRE LA EUTANASIA), que pasa a ser la postura oficial de Roma frente al tema
de la eutanasia. Aquí se condena tanto la eutanasia activa como el encarnizamiento terapéutico. El
camino aceptable es el de la ortotanasia, 'muerte a su tiempo', que evite tanto las abreviaciones
como las prolongaciones desproporcionadas. Entresaco de la totalidad del texto lo que me parece
más remarcable y luego, en el plano personal, que cada cual extraiga libremente sus conclusiones:
I. Valor de la vida humana.
3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio;
semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de
amor.
II. Eutanasia.
Ahora bien, es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un
ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además
puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo
explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de
una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de
un atentado contra la humanidad.
III. El cristiano ante el sufrimiento y el uso de los analgésicos
Sin embargo, según la doctrina cristiana, el dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida,
asume un significado particular en el plan salvífico de Dios; en efecto, es una participación en la pasión de Cristo y
una unión con el sacrificio redentor que Él ha ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre. No debe pues
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maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos
una parte de sus sufrimientos y asociarse así de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado
(cf. Mt 27, 34). No sería sin embargo prudente imponer como norma general un comportamiento heroico
determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de
las medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor, aunque de ello se deriven, como efectos
secundarios, entorpecimiento o menor lucidez. En cuanto a las personas que no están en condiciones de
expresarse, se podrá razonablemente presumir que desean tomar tales calmantes y suministrárseles según los
consejos del médico.
IV. El uso proporcionado de los medios terapéuticos
— Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia
tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y
penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares.
Por esto, el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiera prestado asistencia a una persona en peligro.
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19800505
_euthanasia_sp.html
20. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. pp. 246 a 265.
21. Ibídem, p. 256. “En nuestro país, pues, la eutanasia (voluntaria) directa es una conducta
castigada por el artículo 143.4 del Código Penal. A pesar de ello, dicho precepto ni se ha aplicado
nunca ni parece que exista voluntad de política criminal de hacerlo”.
22. Marcos del Cano, A. M., De Castro Cid, B. EUTANASIA Y DEBATE SOBRE LA
JERARQUÍA DE LOS VALORES JURÍDICOS en Persona y derecho: Revista de fundamentación de las
Instituciones Jurídicas y de Derechos Humanos, nº. 41, 1999
23. Hans Küng, op. cit. p. 50.
24. Tal y como apuntan Ollero (Op. cit. p. 142) y Küng (Op. cit. p. 73), entre el clericalismo
de autoridad y el laicismo antirreligioso ha de crearse un espacio de reflexión y argumentación
sosegada y respetuosa. En este debate son muchos los que meten baza, pero entiendo que para que
fluya de manera productiva, los extremos o han de ser llamados al orden racional o, si siguen en sus
treces de lanzar anatemas patibularios, serán obviados. Tenemos instancias que se niegan en
rotundo a la aprobación ética y a la despenalización de la eutanasia; y no sólo eso, niegan siquiera
que pueda haber debate al respecto. Su portazo estruendoso hace mucho daño a la sociedad en la
que vivimos, pero sus actos los retratan claramente ante la opinión pública que no es ni mucho
menos tonta. También hay instancias que aprueban sin miramientos ‘el todo vale’ con la eutanasia y
tampoco quieren entablar debates al respecto. Con estos extremos conviven los que estando a favor
o en contra, e incluso los que están aún por determinarse, tratan de formarse e informarse sobre
estos asuntos; y luego dialogan, más o menos acaloradamente pero siempre intentando dar
respuesta a la necesidad imperiosa de disminuir el sufrimiento de las personas que, por desgracia,
enferman y ven como el final de sus vidas están colmados de penurias.
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25. Javier Gafo, op. cit. 137. Gafo, contrario a la despenalización de la eutanasia activa
directa, no pone reparos a la Ortotanasia y entiende que hay una serie de documentos que la
recogen y justifican: Ley de California, etc. (pp. 126 a 128). Luego propone una especie de balanza
donde irá sopesando los argumentos a favor y en contra de la legalización de la eutanasia activa
directa. De los posibles argumentos a favor, destaca el cuarto, (p. 133) que vienen a decir que el ser
humano debe tener derecho a la vida y también a una muerte digna. Este derecho se fundamenta en
la libertad, la autonomía y la dignidad inherente a todo ser humano. De los argumentos en contra
destaca el séptimo, que es el que ha sido reseñado.
26. Hans Küng, op. cit. p. 52. En esta obra el filósofo y teólogo de Tubinga acepta las 5 tesis
que H.M. Kuitert, teólogo protestante holandés, expuso para considerar una eutanasia como
legítima. Hans Küng las comparte y añade que ha de ser eliminada la inseguridad jurídica (op. cit. p.
67), proponiendo la regulación legal de las responsabilidades, y sobre todo, y ante todo, respetar las
decisiones en conciencia. (op. cit. pp. 73 y 74). Años más tarde, en 2008, completando este mismo
texto, presenta hasta 20 argumentos-tesis sobre la eutanasia.
27. Ibídem, p.67.
28. Frente a este argumento encontramos:
“…el hecho de que se exprese la voluntad con anterioridad impide tener la certeza de que la
decisión originaria persiste cuando es ejecutada, extremo que se considera imprescindible, ya que bien
podría darse el caso de que el enfermo hubiera querido modificar su primera disposición sin que le
hubiese sido posible hacerlo por múltiples impedimentos. Así pues, parece que lo más oportuno sería
otorgar a estos instrumentos un valor meramente orientativo en orden a determinar la auténtica
voluntad presente en los enfermos”
Marcos del Cano, A. M., De Castro Cid, B. EUTANASIA Y DEBATE SOBRE LA JERARQUÍA
DE LOS VALORES JURÍDICOS en Persona y derecho: Revista de fundamentación de las Instituciones
Jurídicas y de Derechos Humanos, nº. 41, 1999
29. Hans Küng, op. cit. p. 56.
30. Javier Gafo, op. cit. p.102.
31. Hans Küng, op. cit. p. 57.
Nos topamos con la curación a un leproso (Mt. 8 1-4), al hijo del centurión romano (Mt. 8 5-
13), a unos ciegos (Mt. 9 27-31) y una mujer hemorroisa (Mt. 9 18-26) entre otros.
Me parece interesante reseñar en este punto que una buena forma de profundizar en el
microcosmos de la teología católica apostólica y romana, en relación a la vida humana y hasta qué
punto algunos de sus argumentos son un ‘escapismo formalista’ (palabras del autor), sería la
lectura del ensayo de Marciano Vidal (Moralia 1979) llamado ‘¿Inviolabilidad de la vida humana?
Ambigüedades de un valor ético en la historia de la Moral’.
32. Ibídem p.126.
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33. El Cuadro-Esquema de la página 47 ha sido desarrollado por mí a partir de estos dos
trabajos:
Marcos del Cano, A. M., DIGNIDAD HUMANA EN EL FINAL DE LA VIDA Y CUIDADOS
PALAITIVOS en Martínez Moran, N. (Coord.) Biotecnología, Derecho y dignidad humana, Granada,
2003, Comares, pp. 237-257.
Marcos del Cano, A. M., De Castro Cid, B. EUTANASIA Y DEBATE SOBRE LA JERARQUÍA
DE LOS VALORES JURÍDICOS en Persona y derecho: Revista de fundamentación de las Instituciones
Jurídicas y de Derechos Humanos, ISSN0211-4526, Nº. 41, 1999 (Ejemplar dedicado a: Estudios en
homenaje al Profesor Javier Hervada (2)), pp. 353-378.
34. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. p. 260.
35. En el Anexo II, al final del trabajo, relato muy brevemente los antecedentes históricos
de la eutanasia. Entiendo que repasar los avatares históricos de la eutanasia tiene cierta
importancia desde el punto de vista del conocimiento y del reconocimiento de un tema tan
importante que no ha surgido de la nada, sino que tiene una dimensión histórica y cultural. Pero no
puede servir nunca de justificación para nosotros los modernos el seguir haciendo lo que proponían
los antiguos. No sería lícito ya que en todo punto son igualables los contextos civilizatorios.
36. “…como cristiano y como teólogo me siento alentado a defender públicamente, tras
prolongada ‘ponderación de bienes’, una vía media, cristiana y humanamente responsable entre un
libertinaje antirreligioso (‘derecho ilimitado a la muerte voluntaria’) y un rigorismo reaccionario
desprovisto de compasión (‘aun lo insoportable hay que soportarlo como dado por Dios y poniéndose
en sus manos’). Lo hago porque como cristiano y teólogo estoy convencido de que el Dios todo
misericordia que ha donado la libertad al hombre y le exige la responsabilidad de su vida también ha
confiado precisamente al ser humano moribundo la responsabilidad y la decisión en conciencia sobre
el modo y momento de su muerte. Una responsabilidad que ni el Estado ni la iglesia, ni el médico ni el
teólogo pueden arrebatarle”. Hans Küng, op. cit. p. 73.
37. No hace mucho en España hemos vivido el llamado ‘Caso Lamela’ en el que el político
que da el nombre a este suceso iniciara medidas legales contra personal sanitario del Hospital
Severo Ochoa por hacer su trabajo.
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Morir/dolor/privilegio/elpepisoc/20080130
elpepisoc_1/Tes
Otro apunte: En de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. pp. 258 a 260, los autores
comentan la encuesta que en 1999 realizó el CIS, a instancia del Senado, a más de un millar de
profesionales de la medicina. Los resultados que destacan los autores son: La eutanasia activa
indirecta (doctrina del doble efecto) y la eutanasia pasiva en los supuestos de enfermedad terminal
constituyen prácticas aceptadas. La mayoría se muestra favorable a la legalización de la eutanasia
activa voluntaria, pero sólo una minoría está dispuesta a aplicarla si se le pide.
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ANEXO I
SELECCIÓN DE DEFINICIONES DE ‘EUTANASIA’
“Es la acción de acortar voluntariamente la vida de quien,
sufriendo una enfermedad incurable, la reclama seria e insistentemente
para hacer cesar sus insoportables dolores”. QUINTANO RIPOLLÉS
“Una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención,
causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor”.
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
“Es la deliberada producción de la muerte de una persona sobre la
base de que en su situación se considera mejor morir que continuar
viviendo”. D. DOYLE
“Existe eutanasia si a) se precipita la muerte; b) de un enfermo
terminal; c) que la desea; d) con el objetivo de evitar un daño mayor; e)
la acción u omisión la realiza una tercera persona” A. CALSAMIGLIA
Marcos del Cano, A.Mª, LA EUTANASIA ESTUDIO FILOSÓFICO-JURÍDICO,
Marcial Pons – UNED, 1999, Madrid, pp. 36 A 38.
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ANEXO II
BREVE REPASO HISTÓRICO DE LA EUTANASIA
En la Antigüedad lo que actualmente llamamos suicidio se encontraba muy
extendido. Incluso lo que hoy llamamos eutanasia activa, la causación de la muerte
por otro, se consideraba generalmente permisible si las circunstancias eran las
correctas. ¡Quién no recuerda el suicido de Sócrates o el de Séneca! En las
sociedades clásicas griega y romana se entendía que el paciente era capaz de
adoptar una decisión razonada: quitar la vida no podía ser un acto impulsivo; tenía
que ser una decisión razonada. Asimismo, existía un amplio acuerdo sobre que el
proceso de morir no debía ser alargado, y sobre que en cualquier circunstancia
había que evitar intervenciones médicas inútiles. La naturaleza constituía el
fundamento objetivo de la moralidad. La naturaleza debe seguir su curso, y si la
vida fluye hacia la muerte no se debía de retrasar. En definitiva, en las culturas
clásicas griega y romana, lo que hoy entendemos como eutanasia activa y pasiva
eran prácticas ampliamente extendidas.
Aunque estas eran las prácticas socialmente comunes, entre los filósofos del
mundo clásico encontramos diferentes valoraciones. Aristóteles considera que el
suicido es una acción éticamente ilícita. Quien se suicida obra injustamente, pero
no contra sí mismo, sino contra la ciudad, contra la sociedad: el suicidio es un
crimen social. Para los epicúreos la muerte a manos propias era una alternativa
para nuestra libre elección cuando la vida se presenta como algo insufrible. En su
Carta a Ático, Cicerón emplea la palabra eutanasia como muerte digna, honesta y
gloriosa. Séneca defiende sin tapujos el derecho a quitarse la vida. Para el hispano
lo que es bueno no es el mero vivir, sino el vivir bien; lo que ha de importar no es la
cantidad, sino la calidad de su vida. Morir bien significa escapar del peligro de vivir
mal.
Algunas prácticas de la era pagana fueron sin embargo aceptadas por la
cultura cristiana en la medida en que se adecuaban a los estándares de la moral
basada en la Ley Natural. Lo que en la actualidad denominamos eutanasia pasiva se
convirtió en práctica moral cristiana: cuando el tratamiento es inútil debe ser
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retirado. Incluso lo que denominamos eutanasia activa era comúnmente practicada
sobre los soldados medievales heridos en combate: después de una batalla era
habitual que los campos se hallasen sembrados de moribundos para los que no
existía ninguna ayuda médica disponible; con frecuencia yacían muriendo y
gimiendo en su agonía, lo que a menudo llevaba a otros soldados a rematarlos
movidos por la compasión. De hecho, los guerreros portaban pequeños cuchillos
en sus cinturones que usaban en tales circunstancias, armas que recibían el
nombre de «misericordia». El acto en sí era denominado «impulso de
misericordia» o «acto de gracia».
¿Cuál es el hecho significativo que enlaza todas estas prácticas? El alivio del
dolor, por supuesto. Dada la falta de sofisticación médica, en algunos casos la única
manera de aliviar el dolor pasaba por quitar la vida a la persona que sufría.
Con la cultura judeocristiana la realidad de la muerte cobró un significado
diferente: la vida era un regalo de Dios, un objeto de la providencia divina. Incluso
el sufrimiento y la muerte se creían dispuestos por Dios. El sufrimiento se concebía
como una imitación de Jesús, un instrumento de salvación y un ejercicio de virtud.
El quitar una vida se entendía como la usurpación de un derecho divino. San
Agustín argumentó que el sufrimiento debe ser soportado y que el momento y las
circunstancias de la muerte se hallan en las manos de Dios. Tomás de Aquino,
añadió nuevos argumentos al razonamiento del santo de Hipona. El suicidio (y lo
que hoy entendemos como eutanasia) violaba el amor de Dios, el amor a uno
mismo y el deber frente a la comunidad. En el año 1284, el Sínodo de Nimes se
establece la prohibición de exequias religiosas para los suicidas, y la prohibición
de sepultura en campo santo.
A Sir Francis Bacon, en el siglo XVI, debemos el uso que actualmente damos
al término eutanasia. También introdujo el término eutanasia en el ámbito
anglosajón, para referirse a una muerte con un adecuado alivio del dolor a cargo de
los médicos, pero dejó fuera de él el significado de matar activamente, e incluso el
de matar por piedad. El humanismo renacentista del mundo católico supuso la
resurrección de una versión más suave de lo que la buena muerte había significado
en el período clásico: la buena muerte como una muerte natural. El médico debía
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hacer posible una buena muerte en el sentido de una muerte tranquila y sin dolor.
Los teólogos morales españoles del siglo XVI distinguieron entre tratamiento
«ordinario» (efectivo y fácil de soportar) y «extraordinario» (fútil o difícil de
soportar) como una vía para justificar el dejar morir en paz: los pacientes podían
rechazar los tratamientos extraordinarios, pero no los ordinarios.
En el siglo XVIII y la Ilustración, volvió a practicarse, a nivel social, la
eutanasia en el sentido pagano de una buena muerte. Pero un pensador tan
importante como Kant la sanciona con dureza, tal y como hizo Aristóteles. Lo que
para Kant hace que el suicidio sea una conducta absolutamente ilícita es el
principio de dignidad y de libertad humana. El suicidio significa la negación de la
moralidad, porque implica la destrucción de la condición que hace posible la
moralidad misma, esto es, el sujeto moral.
El budismo sostiene una postura contraria a la eutanasia: constituye un
error disponer de la propia vida, cualquiera que sea el motivo, ya que la finalidad
de ésta es superar la rueda de reencarnaciones llamada samsara, y la muerte
voluntaria no nos libra de la misma; no resuelve nada, porque debemos aceptar el
Karma que a cada uno corresponde, para liberarnos de las reencarnaciones
sucesivas y llegar al Nirvana final liberador. El judaísmo ortodoxo se inspira en el
Antiguo Testamento, en el cual se percibe una clara aversión hacia la libre
disposición de la propia vida y con ello hacia la eutanasia (si bien no la menciona
explícitamente), lo cual no obsta a la aprobación de algún suicidio indirecto por
motivos religioso-patrióticos, como en el ejemplo de Sansón. Entre los cristianos
protestantes encontramos posturas actuales bastante reticentes con respecto a la
eutanasia, aunque no existe una doctrina oficial.
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Fco. Javier Benítez Rubio
Verano 2010
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