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COMUNICACIÓN AFECTIVA Para comprender la comunicación afectiva en la familia, se hace necesario conocer cómo se desarrolla la afectividad en las personas, desde su nacimiento a la edad adulta. El presente documento da cuenta del desarrollo afectivo en la niñez temprana, los siguientes documentos que se enviaran abarcarán sucesivamente los diversos estadios del desarrollo humano. Desarrollo de vínculos afectivos El vínculo afectivo es un nexo emocional recíproco y fortalecido entre un infante y la persona que lo cuida, cada uno de los cuales contribuye a la calidad de la relación. Os vínculos afectivos tienen un valor adaptativo para los bebés, garantizando que sus necesidades psicosociales y físicas serán satisfechas. Como ha afirmado Mary Ainsworth, pionera en investigaciones sobre el vínculo afectivo, éste puede ser “una parte esencial del plan básico de la especie humana para

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COMUNICACIÓN AFECTIVA

Para comprender la comunicación afectiva en la familia, se hace necesario conocer cómo se desarrolla la afectividad en las personas, desde su nacimiento a la edad adulta. El presente documento da cuenta del desarrollo afectivo en la niñez temprana, los siguientes documentos que se enviaran abarcarán sucesivamente los diversos estadios del desarrollo humano.

Desarrollo de vínculos afectivos

El vínculo afectivo es un nexo emocional recíproco y fortalecido entre un infante y la persona que lo cuida, cada uno de los cuales contribuye a la calidad de la relación. Os vínculos afectivos tienen un valor adaptativo para los bebés, garantizando que sus necesidades psicosociales y físicas serán satisfechas. Como ha afirmado Mary Ainsworth, pionera en investigaciones sobre el vínculo afectivo, éste puede ser “una parte esencial del plan básico de la especie humana para que un infante se relacione afectivamente con una figura materna” (p.932)

Casi toda actividad por parte de un bebé que conduce a una respuesta en un adulto puede ser un comportamiento en busca de un vínculo afectivo: succionar, llorar, sonreír, abrazarse y mirar los ojos de la persona que lo cuida. A las ocho semanas de vida, los bebés dirigen algunos de estos comportamientos más hacia sus madres que hacia

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cualquier otra persona. Estas expresiones tienen éxito cuando la madre responde con calidez, expresa deleite y da al bebé contacto psicosocial frecuente, así como libertad para explorar (Ainsworth, 1969).

Ainsworth (1964) describió cuatro etapas sobrepuestas del comportamiento del vínculo afectivo durante el primer año:

1. Antes de los dos meses, los infantes responden de manera indiscriminada ante cualquier persona.

2. Alrededor de las semanas 8 a 12, los bebés lloran, sonríen y balbucean más a la madre que a cualquier otro, pero siguen respondiendo a los demás.

3. A los 6 ó 7 meses, los bebés muestran un vínculo afectivo profundamente definido hacia la madre. El miedo ante los extraños puede aparecer entre el sexto y el octavo mes.

4. Entre tanto, los bebés desarrollan un vínculo con una o más figuras familiares, como el padre y los hermanos.

Esta secuencia parece ser común en las sociedades occidentales, pero no necesariamente se aplica a los bebés en culturas en donde hay numerosas personas para su cuidado desde el nacimiento.

Estudio de los patrones del vínculo afectivo

Ainsworth estudió primero el vínculo afectivo a comienzos de la década de 1950 con Jhony Bowlby (1951). Luego, después de estudiar el vínculo en bebés africanos de Uganda, mediante la observación natural en sus hogares (Ainsworth, 1967), Ainsworth cambió su enfoque y diseñó la Situación extraña en el laboratorio,

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una técnica ahora considerada clásica para evaluar los patrones de vínculo entre un infante y un adulto. En su forma habitual, el adulto es la madre (aunque otros adultos también han tomado parte), y la edad de los infantes es de 10 a 24 meses.

La situación extraña consta de una secuencia de ocho episodios (véase tabla 7-4), que toma menos de media hora. Durante ese tiempo, la madre deja dos veces al bebé en un cuarto desconocido, la primera vez con un extraño. En la segunda ocasión, deja al bebé solo y el extraño regresa antes de que la madre lo haga; luego, la madre anima al bebé a explorar y a jugar de nuevo y lo tranquiliza si el pequeño parece necesitarlo (ainsworth, Velar, Waters & Wall, 1978). De particular interés es la respuesta del bebé cada vez que la madre regresa.

Cuando Ainsworth y sus colegas observaron a niños de un año de edad en la Situación extraña y también en casa, encontraron tres patrones de vínculo afectivo: el vínculo afectivo de seguridad (la categoría más común, en donde se encuentra casi el 66% de los bebés estadounidenses), y dos formas de vínculo de ansiedad o inseguridad: vínculo afectivo de evitación (20% de los bebés de Estados Unidos) y en vínculo afectivo ambivalente (resistente) (12%). Más adelante, otros investigadores (Main &Solomon, 1986) identificaron un cuarto patrón, el vínculo afectivo desorganizado-desorientado.

Los bebés con vínculo de seguridad lloran o protestan cuando la madre se va y la saludan con alegría cuando regresa; la consideran como una base segura, dejándola ir y explorar pero regresando en ocasiones para dar confianza. Por lo general, estos niños cooperan y están relativamente libres de ira. Los bebés con vínculo de evitación rara vez lloran cuando se va la madre y la evitan a su regreso. Tienden a estar

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furiosos y no se acercan aunque lo necesiten. Les desagrada que los alcen pero les molesta aún más que los bajen.

Los bebés con vínculo ambivalente (resistente) se ponen ansiosos inclusive antes de que la madre se vaya y se alterna mucho cuando sale; a su regreso, demuestran su ambivalencia buscando contacto con ella al mismo tiempo que se resisten pateando o chillando. Los bebés resistentes exploran poco y son difíciles de complacer. Los bebés con vínculo afectivo desorientado-desorganizado a menudo muestran comportamientos contradictorios e inconsistentes, saludan a la madre con vivacidad cuando regresa, pero después se alejan o se aproximan sin mirarla. Parecen confundidos o temerosos. Éste puede ser el patrón menos seguro. Parece presentarse en bebés cuyos padres han sufrido traumas sin resolver, como pérdida o abuso (Main & Hesse, 1990).

Casi toda la investigación sobre vínculo afectivo se basa en la Situación extraña, pero algunos investigadores han cuestionado su validez. La Situación extraña es extraña; además es artificial. Está integrada por una serie de ocho episodios breves y controlados. Se pide a las madres no iniciar la interacción, se expone a los bebés a entradas y salidas repetidas de adultos, y se espera que los infantes les presten atención. Como el vínculo influye en un campo más amplio de comportamientos de lo que se ven en Situación extraña, algunos investigadores han pedido un método más completo y sensible para medirla, en donde se demuestre cómo interactúan la madre y el infante durante situaciones naturales que no sean estresantes (T.M. Field, 1987).

Se ha sugerido que la Situación extraña puede ser especialmente inapropiada para estudiar el vínculo en niños cuyas madres trabajan, ya que están acostumbrados a las separaciones rutinarias de sus madres y a la presencia de otras personas que los cuidan (K.A. Clarke-Stewart,

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1989; L. W. Hoffman, 1989). Sin embargo, en una comparación de 1153 niños en una muestra, con 15 meses de edad y nacidos en 10 ciudades distintas de los Estados Unidos, quienes habían recibido diferentes cantidades, tipos y calidad de cuidado diario comenzando en diferentes edades, no se encontró “ninguna evidencia… de que la Situación extraña fuera menos válida para los niños que ya habían experimentado el cuidado diario que para quienes no lo habían vivido” (NICHD Early Chile Care Research Network, 1997ª, p. 867). Los bebés que habían recibido un cuidado intensivo no manifestaron más o menos incomodidad durante las separaciones de la madre, y los codificadores entrenados demostraron igual confianza para asignarlos a las categorías del vínculo.

Resumen de episodios en la Situación extraña

Episodio   Personas presentes   Duración  

Breve descripción de la acción

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1 Madre, bebé y observador

30 seg. El observador introduce a la madre y al bebé en el cuarto de los experimentos y luego sale.

2 Madre y bebé 3 min. La madre no participa mientras el bebé explora; si es necesario el juego se estimula después de 2 min.

3 Extraño, madre y bebé 3 min. El extraño entra. Primer minuto: el extraño permanece en silencio. Segundo minuto: el extraño conversa con la madre. Tercer minuto: el extraño se acerca al bebé. Después de tres minutos, la madre sale con discreción.

4 Extraño y bebé 3 min. o menos *

Primer episodio de separación. El comportamiento del extraño se ajusta al del bebé.

5 Madre y bebé 3 min. o más +

Primer episodio de reunión. La madre saluda y tranquiliza al bebé, luego trata de animarlo a jugar de nuevo. Después, la madre sale diciendo "adiós".

6 Bebé solo 3 min. o menos *

Segundo episodio de separación.

7 Extraño y bebé 3 min. o más *

Continuación del segundo episodio de separación. El extraño entra y se ajusta al comportamiento del bebé.

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8   Madre y bebé   3 min.   Segundo episodio de reunión. La madre entra, saluda al bebé, luego lo alza. Entre tanto, el extraño sale con discreción.

* El episodio termina si el bebé está demasiado alterado+ El episodio se prolonga si se requiere más tiempo para que el bebé vuelva a iniciar su juegoFuente: Adaptado a Ainsworth et al., 1978, p. 37

La Situación extraña puede ser menos válida en algunas culturas que no sean occidentales, las cuales tienen expectativas diferentes para la interacción de los bebés con sus madres y en donde éstas pueden estimular diferentes clases de comportamientos relacionados con el vínculo afectivo. Investigaciones con infantes japoneses que se separan con menos frecuencia de sus madres que los bebés de Estados Unidos, demostraron altos índices de vínculo afectivo resistente, lo cual puede reflejar la condición extrema de estrés de la Situación extraña para estos bebés (Miyake, Chen & Campos, 1985). La Situación extraña también parece inapropiada para evaluar el vínculo afectivo de niños con discapacidades como el síndrome de Down (Vaughn et al., 1994).

Algunos investigadores han comenzado a complementar la Situación extraña con otros métodos que permiten estudiar a los niños en sus ambientes naturales. Utilizando la que se conoce como una técnica de clasificación Q, los observadores pueden organizar un conjunto de palabras o frases descriptivas de las características de un niño (“llora mucho”, “tiende a abrazarse”) en categorías que van desde lo más característico del pequeño. La prueba Conjunto de Clasificaciones del Vínculo – CCV (AQS por Attachment Q-Set) de Waters y Deane

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(1985) cuenta con calificadores (de la madre u otros observadores) que comparan las descripciones del comportamiento diario de los niños con descripciones expertas del “niño hipotético más seguro”. Además, las descripciones de las madres del comportamiento “con base segura” fueron casi similares a través de las culturas como dentro de ellas. Estos resultados sugieren que la tendencia a usar a la madre como una base segura es universal, aunque puede tomar formas variadas. Las preferencias de las madres por el comportamiento de vínculo afectivo “ideal” también fueron similares a través de las culturas, aunque madres alemanas e israelitas, por ejemplo, se inclinaron más por enfatizar en la comodidad del contacto físico entre la madre y el hijo, mientras que las madres chinas y japonesas se mostraron más interesadas en lograr que sus bebés interactuaran con otros adultos. (posada et al., 1995).

Un nuevo instrumento para medir el vínculo después de los 20 meses de edad, la Evaluación del Vínculo en Preescolar – EVP (Preschool Assessment of Attachment – PAA) (Crittenden, 1993) tiene en cuenta las relaciones más complejas y las capacidades lingüisticas de los niños de mayor edad en preescolar. La evidencia de su validez se está acumulando con celeridad (Teti, Gelfand, Messenger & Isabella, 1995). Indudablemente se aprenderá más cerca del vínculo afectivo cuando los investigadores desarrollen y utilicen mecanismos más diversificados para medirlo.

Cómo se establece el vínculo

Madres y bebés contribuyen a la seguridad del vínculo afectivo por medio de su personalidad y por la manera como responden uno al otro. Sobre la base de las interacciones de un bebé con la madre, sostuvo Ainsworth, el bebé construye un “modelo de trabajo” de lo que puede

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esperar de la mamá. Los distintos patrones del vínculo emocional representan diferentes manifestaciones cognoscitivas que dan como resultado expectativas distintas. En tanto la madre siga actuando de la misma manera, el modelo se mantiene. Si su comportamiento cambia – no sólo una o dos veces sino de manera consistente – el bebé puede revisar el modelo y el vínculo de seguridad puede cambiar.El modelo de trabajo del vínculo afectivo de un bebé se relaciona con el concepto de Ericsson de la confianza básica. El vínculo de seguridad evoluciona a partir de la confianza; un vínculo inseguro refleja desconfianza. Los bebés cuyo vínculo afectivo es seguro han aprendido a confiar no solamente en las personas que los cuidan sino en su propia capacidad para obtener lo que necesitan. Por consiguiente, los infantes que se inquietan y lloran mucho y cuyas madres responden consolándolos tienden a desarrollar un vínculo seguro (del Carmen, Pedersen, Fuman & Bryan, 1993).

Muchos estudios demuestran que las madres de infantes y niños en la etapa de los primeros pasos cuyo vínculo es seguro, tienden a ser sensibles y a tener una mejor capacidad de respuesta (Ainsworth, Velar, Waters & Wall, 1978; De Wolf & Van Ijzendoorn, 1997).

Aunque la conexión entre el comportamiento de una madre y el vínculo afectivo de su hijo es fuerte en los hogares normales de clase media, esa conexión es más débil entre las familias de clase más baja y las que se encuentran en problemas como para requerir ayuda clínica. Por lo tanto, factores contextuales, en combinación con lo que la madre hace, pueden influir en el vínculo (De Wolf & van Ijzendoorn, 1997). Un factor de esta naturaleza es el trabajo de la madre. En un estudio (Stifter, Coulehan & Fish, 1993), bebés de madres empleadas, que se mostraron más ansiosas al estar lejos de casa, manifestaron una tendencia a desarrollar vínculos de evitación, al someterlos a los 18 meses a la

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Situación extraña. La ansiedad de las madres pareció expresarse con un exceso de intromisión. En una sesión de laboratorio de juego libre, cuando los pequeños tenían 10 meses de edad, estas mujeres los estimularon demasiado, les retiraron objetos cuando los niños todavía estaban interesados en ellos y no les permitieron influir en el objetivo y en el ritmo del juego. El empleo de la madre en sí mismo no parece ser la raíz de ese comportamiento; por el contrario, la causa está en sus propios sentimientos acerca del trabajo y la separación. Algunas madres trabajadoras pueden ejercer un control demasiado grande porque sienten la necesidad de compensar sus frecuentes ausencias.

Se han realizado menos estudios acerca del vínculo con el padre que con la madre; sin embargo, ambos vínculos siguen patrones similares. Contrario a los resultados originales que Ainsworth determinó, los bebés parecen desarrollar el vínculo hacia ambos padres casi al mismo tiempo, y la seguridad del vínculo con uno y con otro es casi similar (Fox, Kimberly & Schafer, 1991). Alrededor del tercer mes después del nacimiento, puede ser posible predecir la seguridad del vínculo entre el padre y su bebé. Los padres que manifiestan agrado con sus hijos de tres meses, que se consideran a sí mismos como importantes en el desarrollo de éstos, que son sensibles a las necesidades del pequeño y le dan gran prioridad al tiempo que pasan con él, tienen la posibilidad de que sus hijos alcancen un vínculo de seguridad al año de edad (M.J. Cox, Owen, Henderson & Margand, 1992). Los padres de infantes con vínculo de seguridad tienden a ser más extrovertidos y complacientes que los padres de infantes inseguros. Esos padres pueden tener matrimonios más amorosos y comunicativos, y reportan una interacción más positiva entre sus papeles de trabajo y de familia ( Belsky, 1996).

El papel del temperamento

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La similitud del vínculo afectivo con ambos padres sugiere que el temperamento del bebé puede ser un factor importante, junto con el comportamiento y los valores que se comparten con los padres (Fox, Kimberly & Schafer, 1991). Sin embargo, los investigadores no están de acuerdo en la cantidad de influencia que el temperamento ejerce ni en la forma como lo hace (Susman-Stillman, Kalkosque, Egeland & Walkman, 1996; Vaughn et al., 1992). Algunos estudios han identificado niveles de frustración, cantidad de llanto e irritabilidad como indicadores temperamentales del vínculo afectivo (Calkins & Fox, 1992; Izard, Haynes, Chisholm & Baak, 1991). Condiciones neuromentales y fisiológicas pueden encontrarse como base de diferencias teperamentales en el vínculo. Por ejemplo, la variabilidad de la frecuencia cardíaca se asocia con la irritabilidad y parece variar más en los infantes con vínculo de inseguridad (Izard, Porges, Simona, Haynes & Cohen, 1991).

Un estudio con infantes entre 6 y 12 meses de edad y sus familias (en donde se emplearon con frecuencia observaciones en el hogar, reportes de las madres y clasificaciones Q, además de la Situación extraña) sugieren que la sensibilidad de la madre y el temperamento de su bebé son importantes para establecer los patrones del vínculo (Seifer, Schiller, Sameroff, Resnick & Riordan, 1996). En otro estudio, la sensibilidad de la madre indicó si el vínculo afectivo sería seguro o inseguro, en tanto que el temperamento del bebé predijo el tipo de vínculo afectivo de inseguridad: de evitación o resistente (Susman – Stillman et al., 1996). De manera similar, en un estudio del vínculo afectivo con el padre, el temperamento del infante no parece influir en el hecho de que el vínculo sea seguro o inseguro pero sí pareció afectar si el vínculo inseguro era de evitación o resistente. Los padres son quienes tienden a considerar a sus niños con vínculo de evitación con características de temperamento más positivas que en los bebés resistentes (Belsky, 1996).

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El temperamento de un bebé puede tener no sólo un impacto directo en el vínculo afectivo sino también un impacto indirecto a través de su afecto sobre los padres. En un estudio de 114 madres blancas de clase media y sus infantes entre 2 ½ y 13 meses de edad, los bebés con vínculo inseguro (de acuerdo con la Situación extraña) lloraron más, exigieron más atención y mostraron más tristeza e ira que los niños con vínculos de seguridad. Las madres de los infantes con vínculo de inseguridad también se sentían más inseguras y desamparadas; ellas eran más malgeniadas y tristes aunque menos dispuestas a manifestar estos sentimiento, que las madres de los bebés con vínculo afectivo de seguridad, quienes mostraron una tendencia a ser más sociables, dedicadas y a establecer relaciones de empatía. El estado emocional de las madres y sus bebés probablemente incidían en forma recíproca. El comportamiento de los bebés inseguros pudo haber hecho que sus madres se sintieran tristes, furiosas y desamparadas; y el comportamiento de ellas, a su vez, quizá afectó a los bebés (Izard, Haynes et al., 1991). Como con otros temas relacionados con el temperamento, la “bondad de ajuste” entre padre e hijo bien puede ser una clave para entender el vínculo de seguridad.

Transmisión intergeneracional de los patrones de vínculo afectivo

¿Puede predecir la manera como una madre recuerda su propio vínculo afectivo con sus padres, la forma como sus hijos estarán unidos a ella? La respuesta parece ser afirmativa. Los padres que pueden describir de manera clara, coherentes y consistente sus propias experiencias iniciales con las personas con quienes establecieron sus propios vínculos afectivos – sean favorables o desfavorables, seguras o

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inseguras- tienden a tener bebés con vínculos afectivos de seguridad hacia ellas (Main, 1995; Main, Kaplan & Cassidy, 1985).

La Entrevista del Vínculo Afectivo del Adulto (EVA) (C. George, Kaplan & Main, 1985) es una entrevista semiestructurada en donde se le pide al adulto recordar e interpretar sentimientos y experiencias relacionadas con su vínculo afectivo de la niñez con padres u otras personas encargadas de su cuidado. A los participantes se les pide describir sus relaciones con sus padres y decir porqué piensas que éstos se comportaron como lo hicieron, en qué medida las relaciones con sus padres afectaron su propio comportamiento y de qué manera han cambiado esas relaciones. Un análisis de 18 estudios utilizando la EVA encontró que la claridad, coherencia y consistencia de las respuestas a esas preguntas predice con un alto nivel de confiabilidad la seguridad con que el hijo del entrevistado se unirá a él (Van Ijzendoorn, 1995).

Resulta evidente que la manera como los adultos recuerdan sus primeras experiencias con los padres o con las personas que los cuidaban afecta la forma como ellos tratan a sus propios hijos. Por ejemplo, una niña con vínculo afectivo de inseguridad con una madre que lo rechaza, crece con un modelo de trabajo mental de sí misma como una persona que no merece ser amada. A menos que esta autoimagen distorsionada se revise más adelante en su vida, quizá a través de psicoterapia, con un vínculo afectivo de seguridad con su esposo o mediante una reflexión madura y analística de sus experiencias en la niñez, los recuerdos de sobre la relación con su madre pueden llevarla a malinterpretar el comportamiento de vínculo de su bebé y a responder a éste de manera inadecuada (“¿Cómo puede este niño amarme? ¿Cómo podría hacerlo alguna persona?”). A su vez, la insensibilidad a las señales del bebé la guían mal, dificultando que el infante forme un modelo de trabajo de una madre amorosa que lo

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acepta y un modelo de sí mismo como un ser amado. De otro lado, una mujer que tuvo un vínculo fue de inseguridad, puede reconocer con precisión los comportamientos del vínculo afectivo de su bebé, responder alentándolo y ayudarle a formar un vínculo afectivo de seguridad con ella (Bretherton, 1990).

Además, el modelo de trabajo que una madre conserva de sus relaciones en la infancia puede afectar la relación con su hijo mucho más allá de la infancia. En un grupo de 45 mujeres que fueron grabadas ayudando a sus hijos de 16 meses a 5 años a resolver un rompecabezas, quienes tuvieron modelos de trabajo seguros (medidos por la EVA) registraron una tendencia a que sus hijos tuvieran vínculo afectivo de seguridad (medido por el CCV) y a mostrar más sensibilidad para interactuar con ellos que las madres inseguras. La calidad del matrimonio de la madre estableció una diferencia; las mujeres inseguras tuvieron más probabilidad de tener hijos con vínculos de seguridad si su matrimonio era sólido (Eiden, Teti & Coros, 1995).Esta línea de investigación parece prometedora para identificar a padres potenciales que se encuentran en riesgo de desarrollar patrones de vínculo afectivo insanos con sus hijos, e intervenir de manera que se pueda cambiar el curso de estas relaciones en riesgo.

Efectos a largo plazo del vínculo afectivo

Cuanto más seguro sea el vínculo afectivo de un niño con un adulto que lo cuida y educa, más fácil parece ser que el niño se convierta en un adulto independiente y establezca buenas relaciones con los demás. La relación entre el vínculo afectivo y las características observadas años después acentúan la continuidad del desarrollo y la interrelación del desarrollo emocional, cognoscitivo y físico.

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Los niños en la etapa de los primeros pasos con vínculo afectivo de seguridad son más sociables con sus compañeros y adultos desconocidos que quienes tienen un vínculo afectivo de ansiedad (Elicker, Englund & Sroufe, 1992; Main, 1983). Entre los 18 y 24 meses tienen interacciones más positivas con sus compañeros y sus propuestas de amistad tienen más probabilidad de aceptación (Fagot, 1997). Desde los 3 a 5 años, los niños con vínculo de seguridad son más curiosos, competentes y confiados, y manifiestan mayor empatía y seguridad en sí mismos, a la vez que se relacionan mejor con otros niños y tienen más posibilidad de establecer amistades estrechas (Arend, Gove & Sroufe, 1979; Elicker et al., 1992; J.L. Jacobson & Wille, 1986; E. Waters, Wippman & Sroufe, 1979; Youngblade & Belsky, 1992). Ellos interactúan de manera más positiva con sus padres, maestros de preescolar y compañeros, y tienen mayor capacidad para resolver conflictos /Elicker et al., 1992), También son más independientes y buscan ayuda de los maestros únicamente cuando lo necesitan (Sroufe, Fox & Pancake, 1983). Cuando están en la edad preescolar y del jardín de infantes, tienden a poseer una autoimagen más positiva (Elicker et al., 1992; Verschueren, Marchen & Schoefs, 1996).

Las ventajas de los niños persisten hasta la niñez intermedia y la adolescencia (Sroufe, carlson & Shulman, 1993). Cuando se observó a un grupo de niños de 10 y 11 años en un día de campo, quienes tenían historiales de vínculo de seguridad lograron mejores resultados para hacer amigos y trabajar en grupo que los que habían sido clasificados con vínculo de evitación o resistente. También manifestaban más confianza en sí mismos, más seguridad y adaptación, y mejor coordinación física. En una reunión con chicos de 15 años que habían ido juntos al campo, los adolescentes que habían tenido vínculos afectivos de seguridad en su infancia tuvieron una calificación más alta en salud emocional, autoestima, flexibilidad de su yo y competencia

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para relacionarse con sus compañeros y consejeros, así como con los investigadores que los observaron.

Si los niños, con base en su experiencia temprana, tienen expectativas positivas acerca de su capacidad para relacionarse con los demás y vincularse a la actividad social de toma y dame, y si tienen una buena opinión de sí mismos, pueden dar origen a situaciones sociales que refuercen estas creencias y a las interacciones gratificantes que resultan de ellas (Elicker et al., 1992; Sroufe, Carlson et al., 1993). Si en la infancia tuvieron una base de seguridad y pudieron contar con sus padres y con las personas que los cuidaban, probablemente sentirán suficiente confianza como para relacionarse con su mundo. En un estudio, niños con modelos de vínculos afectivos de seguridad a la edad de 7 años fueron calificados por sus maestros a los 9, 12 y 15 como más atentos y dispuestos a participar, con mejor rendimiento escolar y parecían sentirse más seguros de sí mismos que los niños que habían tenido modelos de vínculo afectivo de inseguridad (Jacobsen & Hofmann, 1997). Por el contrario, los niños con vínculo de inseguridad tuvieron más adelante problemas frecuentes: inhibiciones a los dos años, hostilidad hacia otros niños a los cinco y dependencia durante los años de escuela (Calkins & Fox, 1992; Lyons-Ruth, Alpern & Repacholi, 1993; Sroufe, carlson et al., 1993). Sin embargo, puede ser que las correlaciones entre el vínculo afectivo en la infancia y el desarrollo posterior surjan, no del vínculo en sí mismo, sino de características de la personalidad que afectan el vínculo y las interacciones padre-hijo después de la infancia (Lamb, 1987ª).

Comunicación emocional con los encargados del cuidado

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La interacción entre el infante y la persona encargada de cuidarlo que influye en la calidad del vínculo afectivo depende de la capacidad de cada uno para responder de manera apropiada a las señales de los estados emocionales del otro. Este proceso se llama regulación mutua. De acuerdo con el modelo de regulación mutua (Tronick & Gianino, 1986), los infantes forman parte activa de este proceso de regulación. Ellos no sólo reciben las acciones de los adultos sino que también inciden en la manera como esos adultos actúan hacia ellos. Estas señales bidireccionales se convierten en un lenguaje preciso de comunicación emocional.

Losa bebés difieren en la cantidad de estímulo que necesitan o quieren. Demasiado poco no les produce interés; mucho, los abruma. De acuerdo con el modelo de regulación mutua, la interacción saludable se presenta cuando una persona que cuida al infante “lee” los mensajes de éste con precisión y responde de manera apropiada. Cuando se satisfacen las metas de un bebé, éste se muestra alegre o, por lo menos, interesado (Tronick, 1989). Si la persona pasa por alto la invitación de un niño a jugar o insiste en hacerlo cuando ha indicado “Ya no quiero”, el bebé puede sentirse irritado o triste. Cuando los infantes no logran los resultados deseados, suelen enviar señales para reestablecer la interacción. Normalmente, las interacciones van de un lado a otro entre estados poco regulados, y los bebés aprenden de estos cambios cómo enviar señales y qué hacer cuando sus señales iniciales no dan como resultado un equilibrio emocional confortable.

Las relaciones con los padres y otras personas encargadas de cuidar a los niños, también ayudan a los bebés a “leer” el comportamiento de otros y a desarrollar expectativas al respecto. La capacidad para descifrar las actitudes de otras personas parece innata, y ayuda a los seres humanos a forman vínculos afectivos con los demás, vivir en

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sociedad y protegerse. Aún siendo muy pequeños, los infantes pueden percibir emociones expresadas por otras personas y ajustar su propio comportamiento de acuerdo con ello. A las 10 semanas de edad, responden con ira a la ira (Lelwica & Haviland, 1983). Alos nueve meses manifiestan más alegría, juegan más y miran a sus madres más tiempo cuando ellas parecen felices, y se muestran tristes y se alejan cuando las madres parecen tristes (Termine & Izard, 1988).

El paradigma del “rostro fijo” es un método de investigación que se utiliza para medir la regulación mutua en infantes entre 2 y 9 meses de edad. En el episodio del “rostro fijo”, que sigue a una interacción normal cara a cara, la madre de repente cambia a una expresión impasible, silenciosa y sin respuesta. Entonces, unos minutos después, ella recupera su interacción normal (el episodio de la “reunión”). Durante el episodio del rostro fijo, los infantes tienden a dejar de sonreir y miran a la madre; pueden adoptar expresiones faciales, emitir sonidos, hacer gestos o tocarse a sí mismos, su ropa o una silla, aparentemente para tranquilizarse o aliviar la tensión emocional creada por el comportamiento inesperado de la madre (J. F. Cohn & Tronick, 1983; Tronick, 1980, 1989; M.K. Weinberg & Tronick, 1996).

¿Cómo reaccionan los infantes durante el episodio de reunión? Un estudio combino un microanálisis de las expresiones faciales de niños de seis meses, durante este episodio, con medidas de su frecuencia cardíaca y reacción del sistema nervioso. Las reacciones de los infantes fueron mixtas. De un lado, mostraron un comportamiento incluso más positivo – expresiones y sonidos divertidos, y miradas y gestos dirigidos hacia la madre- que antes del episodio del rostro fijo. De otro lado, la persistencia de expresiones faciales de tristeza o ira, gestos de “álzame”, distanciamiento e indicios de estrés, lo mismo que una tendencia creciente a agitarse y llorar, surgieron que aunque los

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infantes reciben con agrado el regreso de la interacción con la madre, los sentimiento negativos que se transmiten en el episodio del rostro fijo no se superan con facilidad. Estas complejas reacciones indican lo difícil que puede ser para los bebés afrontar la modificación de una interacción inadecuada (Weinberg & Tronick, 1996).

La regulación mutua continúa durante la etapa de los primeros pasos, aunque toma diferentes formas. En un estudio con niños de 18 a 36 meses, en sus reacciones ante la falta de expresividad emocional de las madres, primero trataron de recuperar la atención de éstas. Cuando sus intentos fracasaron, respondieron acercándose a ellas. Finalmente, mostraron un comportamiento desatento que se semejaba al de la madre –permaneciendo quietos o recorriendo el cuarto-, simplemente no hicieron nada o hicieron intentos negativos por llamar la atención, como golpear a la madre o un juguete, o lanzarle algo a ella (Seiner & Gelfand, 1995).

Leer las señales emocionales permite que las personas encargadas de cuidar a un niño evalúen y satisfagan sus necesidades, y que el pequeño influya o responda al comportamiento de esa persona hacia ellos. ¿Qué sucede, entonces, si el sistema de comunicación queda severamente afectado?

Cómo afecta la depresión de la madre la regulación mutua

La depresión es más que tristeza ordinaria; es un desorden afectivo (un desorden en el estado de ánimo) que hace que la persona se sienta infeliz y, con frecuencia, tenga problemas para comer, dormir o concentrarse (American Psychiatric Association (APA), 1994). Aunque

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son comunes breves ‘bajonazos’ emocionales posparto, la verdadera depresión posnatal es mucho peor (American Psychological Association, 1997).

La depresión temporal posparto puede tener poco o ningún efecto sobre la manera como la madre interactúa con su bebé, pero la depresión severa o crónica que persiste por más de seis meses puede tener efectos graves (S.B. Campbell, Cohn & Meyers, 1995; Teti et al., 1995). Los bebes hijos de madres depresivas pueden enviar señales emocionales y tratar de consolarse succionando algo o meciéndose. Si esta reacción defensiva se vuelve habitual, los bebes aprenden que ellos no tienen poder para producir respuestas de otras personas, que sus madres no son personas de fiar y que el mundo es inseguro.

Algunas madres depresivas toman una actitud de intromisión excesiva: pasan por alto o no tienen en cuenta las señales emocionales de sus bebes. Estas madres son hostiles y castigan a sus hijos, considerándolos fastidiosos y difíciles de cuidar, y sienten como si sus propias vidas estuvieran fuera de control (T.M. Field et al., 1985; Whiffen & Gotlib,1989; B.S. Suckerman & Beardslee,1987). Sus hijos demuestran elevados niveles de hormonas del Stress, que posiblemente indican ira (N.A. Jones et al., 1997). Otras madres depresivas son retraídas, faltas de expresividad, ansiosas y no responden a sus hijos (L. Murria, Fiori-Cowley, Hooper & Cooper, 1996). Sus bebés son menos activos y las miran menos que los hios de madres que se inmiscuyen mucho, aparentemente reflejando el propio comportamiento de la madre. Al cabo de un año, estos bebés tienen calificaciones más bajas en la escala mental Bayley, quizá como reflejo de la falta de estímulo (N.A. Jones et al., 1997).

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Tanto en la infancia como en la etapa del preescolar, los niños con madres víctimas de depresión severa o crónica tienden a presentar vínculos de inseguridad con ellas (D.M. Gelfand & Teti, 1995; Teti et al., 1995) y parecen menos alterados que otros infantes cuando se les separa de sus madres (G. Dawson et al., 1992). Los hijos de madres depresivas están en alto riesgo de padecer perturbaciones emocionales y cognoscitivas (D.M. Gelfand & Teti, 1995). C tienen más tendencias que otros bebés a estar soñolientos o tensos, a llorar a menudo, a parecer cansados o furiosos con frecuencia, así como a mostrar menos interés (T. Field, Morrow & Adelstein, 1993; Pickens & Field, 1993). Están menos motivados a explorar y más dispuestos a preferir tareas relativamente sin desafíos (Redding, Harmon & Morgan, 1990). En la etapa de los primeros pasos tienen menos tendencia a reprimir la frustración y la tensión (P.M. Cole, Barrett & Zahn-Waxler, 1992) y a participar en el juego simbólico. Más adelante es posible que su crecimiento presente deficiencias, que obtengan resultados bajos en pruebas cognoscitivas, sufran accidentes y tengan problemas de comportamiento (T.M. Fiefl et al., 1985; D.M. Gelfand & Teti, 1995; B.S. Zuckerman & Beardslee, 1987). También tienen una probabilidad mayor de ser también depresivos (D.M. Gelfand & Teti, 1995).

¿Se vuelven depresivos los infantes por una falla en la regulación mutua con la madre depresiva que no responde a sus necesidades?, o ¿heredan ellos una predisposición a la depresión o la adquieren a nivel presnatal por la exposición a hormonas u otras influencias fisiológicas?. La evidencia no es concluyente (T. Field, 1995). Por ejemplo, los recién nacidos cuyas madres tienen síntomas de depresión son menos expresivos, menos activos y fuertes, más excitables y menos orientados a los estímulos sensoriales que otros recién nacidos. Esto parecería indicar una tendencia innata, pero es posible que, incluso poco después de nacer, interacciones negativas con una madre depresiva causen un

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daño adicional (Lundy, Field & Pickens, 1996). Bien puede ser que una combinación de factores genéticos, prenatalaes y del ambiente – incluyendo desnutrición, exposición prenatal a la cocaína, nacimiento pretérmino y la ausencia de un padre o de una abuela que pudieran asumir alguna de las responsabilidades del cuidado del hijo que corresponden a la madre depresiva – exponen a los infantes de las madres depresivas a volverse personas depresivas (T. Field, 1995).

Se sabe que los bebés de mujeres depresivas tienden a mostrar patrones inusuales de actividad cerebral, similares a los patrones de sus propias madres. La región frontal izquierda del cerebro parece especializarse en las emociones de “acercamiento” como alegría e ira, mientras que la región frontal derecha controla las emociones de “retirada” como incomodidad y disgusto. En un estudio, bebés de 11 a 17 meses, mientras jugaban con sus madres depresivas, manifestaron menos actividad en la región frontal izquierda con respecto a los infantes de mujeres que no padecían de depresión (G. Dawson et al., 1992). De hecho, los infantes de madres depresivas han presentado actividad reducida en la región frontal izquierda a los tres meses e incluso al primer mes de vida (T. Field, Fox, Pickens, Nawrocki & Soutollo, 1995 N.A. Jones, Field, Fox, Lundy & Davalos, en imprenta). Otra investigación ha encontrado diferentes patrones neurológicos en bebés de dos tipos de madres depresivas. En comparación con infantes de mujeres que manifiestan actitudes de intromisión, los infantes de madres retraídas tienen comparativamente menos actividad en la región frontal izquierda (N.A. Jones et al., 1997). De nuevo, estos resultados pueden respaldar las explicaciones genéticas, prenatalaes y del ambiente.

Los trabajadores sociales profesionales han ayudado a madres depresivas a vincularse con grupos comunitarios, como asociaciones de

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padres, modelando y reforzando interacciones positivas. Las técnicas pueden ayudar a mejorar el estado de ánimo de una madre depresiva incluyen escuchar música, imaginerías visuales, aeróbicos, yoga, relajación y masajes terapéuticos (T. Field, 1995). El masaje también puede ayudar a los bebés depresivos. Infantes de uno a tres meses, hijos de madres adolescentes y solteras, que a las seis semanas de edad recibieron un tratamiento con masajes dos veces a la semana durante 15 minutos, se volvieron más atentos, durmieron mejor, lloraron menos, manifestaron menos estrés, ganaron más peso y fueron más fáciles de consolar y más sociables que los pequeños de un grupo de control a quienes sólo se les meció en brazos. (T.Field et al., 1996). Las interacciones con un adulto que no padezca de depresión – el padre o un maestro de la guardería – pueden ayudar a compensar los efectos de una madre depresiva (T. Field, 1995).

Ansiedad ante extraños y ansiedad por separación

La ansiedad por separación y la ansiedad ante extraños se consideran hitos fundamentales emocionales y cognoscitivos de la segunda mitad de la infancia, que reflejan el vínculo afectivo con la madre. Sin Embargo, la investigación sugiere (como en la experiencia de Margaret Mead con Cathy Bateson) que aunque la ansiedad ante extraños y la ansiedad por separación son bastante comunes, no son universales. Si un bebé llora cuando uno de los padres se va o cuando alguien desconocido se aproxima, se puede decir más acerca del temperamento del bebé o de las circunstancias de la vida que sobre la seguridad del vínculo (R.J. Davidson & Fox, 1989).

Antes de los seis meses de edad, los bebés rara vez reaccionan de manera negativa ante los extraños; por lo general esta situación se

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presenta entre el octavo y el noveno mes y aumenta más y más durante el resto del primer año de vida (Sroufe, 1977). Sin embargo, inclusive entonces, un bebé puede reaccionar de manera positiva ante una persona que no conoce, en especial si la madre le habla positivamente acerca del extraño (Feinman & Lewis, 1983) o si la persona espera un poco y luego se aproxima al bebé gradualmente, con gentileza y de manera divertida.

A diferentes edades, los bebés manejan su ansiedad de un modo distinto. En un experimento de laboratorio, los bebés de seis meses tendieron a fastidiarse y a alejarse del extraño; a los 12 meses, se tranquilizaron succionando su pulgar, y a los 18 meses desviaron su atención hacia algo distinto o trataron de dirigir la interacción con el extraño. También se presentaron diferencias individuales. Los infantes cuyas madres los describieron como cautelosos ante los extraños tendieron a mirar de soslayo a una mujer desconocida por más tiempo que otros infantes y a aferrarse más estrechamente a la madre (Mangelsdorf, Shapiro & Marzolf, 1995).

La cultura establece también una diferencia. Los infantes navajos demuestran menos miedo ante los extraños durante el primer año de vida que los anglosajones. Entonces, hay diferencias dentro de una cultura. Los bebés navajo que tienen muchas oportunidades para interactuar con otras personas – los que tienen contacto frecuente con familiares o viven cerca de una oficina postal - son menos desconfiados de la gente desconocida que otros infantes de su tribu (Chisholm, 1983).

La ansiedad por separación podría no ser del todo el resultado de la separación en sí misma sino de la calidad del cuidado sustituto. Las mediciones de las respuestas fisiológicas y de comportamiento con bebés de nueve meses, ante separaciones breves de sus madres

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demostraron que cuando las personas encargadas de cuidarlos fueron amables y respondieron a las necesidades de los pequeños, y jugaron con ellos antes de que lloraran, los bebés lloraron mucho menos que cuando las respuestas de los encargados de cuidarlos fueron menores (Gunnar, Larson, Herstgaard, Harris & Brodersen, 1992). Esto fue especialmente cierto con bebés temperamentalmente dispuestos a responder con ira en situaciones en donde parecía que perdían el control.

La estabilidad del cuidado sustituto también es importante. El trabajo inicial que realizó René Spitz ( 1945 – 1946) con niños recluidos en instituciones enfatizó en la necesidad de que el cuidado sea lo más parecido posible al de una buena maternidad. La investigación ha resaltado el valor de la continuidad y la consistencia del cuidado que se brinda a los pequeños, de modo que ellos puedan establecer lazos emocionales tempranos con las personas encargadas de cuidarlos.

En la actualidad, ni el miedo temprano e intenso a los extraños ni la protesta intensa cuando la madre se marcha se consideran como signos de un vínculo afectivo de seguridad. Los investigadores ahora miden el vínculo afectivo más por lo que sucede cuando la madre regresa que por la cantidad de lágrimas que el bebé derrama en su partida.

Referencia Social

Si, en una comida normal, una persona debe mirar de reojo para identificar cuál es el tenedor que utiliza quien está a su lado, esa persona está leyendo las señales no verbales para obtener la información sobre cómo actuar. A través de la referencia social, un individuo establece un entendimiento sobre cómo actuar en una

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situación ambigua, confusa o desconocida al buscar e interpretar la percepción que otra persona tiene sobre el particular. Los bebés parecen usar la referencia social al buscar a las personas que los cuidan cuando se encuentran con una persona o un juguete nuevos. Este patrón de comportamiento puede comenzar en algún momento después de los 6 meses de edad, cuando los infantes empiezan a juzgar las posibles consecuencias de sucesos, imitan comportamientos complejos y distinguen y reaccionan ante diferentes expresiones emocionales.

En un estudio con el abismo visual (descrito en el capítulo 5), cuando la caída parecía muy suave o muy profunda, bebés de un año no miraron a sus madres; ellos pudieron juzgar por sí mismos si debían cruzar o no. Cuando no estaban seguros de la profundidad del “abismo”, se detenían en el borde, miraban hacia abajo y luego miraban a sus madres. La mayoría de los bebés cuyas madres demostraron alegría o interés cruzaban la “caída”, pero muy pocos pasaron cuando las madres mostraron ira o miedo (Sorce, Ende, Campos & Klinnert, 1985).

Sin embargo, la idea de que los infantes se vinculan a la referencia social ha sido rebatida (D.A. Baldwin & Moses, 1996). ¿Son conscientes los bebés menores de un año de su propia necesidad de conocimiento y de la capacidad de alguien más para lograrlo?. Aunque infantes de 8 ó 9 meses miran espontáneamente a las personas que los cuidan cuando se enfrentan a situaciones ambiguas, no es claro si están buscando información; ellos pueden buscar tranquilidad, atención, compartir sentimientos o simplemente reasegurarse de la presencia de la persona que los cuida – típicos comportamientos del vínculo afectivo.

Reunir información social, en oposición a la exploración o a la observación directa, es un complejo proceso que requiere capacidades cognoscitivas sofisticadas. Un infante no sólo debe ser capaz de

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decodificar las señales de otra persona y conocer a qué situación se refieren, es decir, ser un consumidor social de información, sino que también debe comprender que dicha información está disponible, reconocer la necesidad de buscarla y ser capaz de deducirla; es decir, ser un buscador activo de información social. Al final del primer año, los infantes son más hábiles como consumidores de información social pero (se sostiene) es solamente durante el segundo año que adquieren de manera gradual las destrezas necesarias para buscar dicha información antes de que se les ofrezca (D.A. Baldwin & Moses, 1996). Esto ocurre cuando se vuelven más conscientes de las diferencias entre ellos mismos y los demás, y son capaces de entender y usar mejor el lenguaje. De acuerdo con este análisis, la verdadera referencia social debe esperar avances que parecen presentarse durante la etapa de los primeros pasos y la niñez temprana: la formación del sentido de sí mismo y la conciencia de la diferencia entre conocimiento e ignorancia, la cual necesita una teoría de la mente.

Bibliografía:

- HOFFMAN, LOIS; PARIS, SCOTT; HALL, ELIZABETH Psicología del desarrollo hoy. Madrid: McGraw-Hill, 1996. 2v.

- PAPALIA, DIANE; WENDKOS, SALLY; DUSKIN, RUTHPsicología del DesarrolloBogota: McGraw – Hill, 2001

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