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mucho Jimena de la Frontera (Cádiz) contar que Cuadernos de literatura de tradición oral Nº 8 (I)

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mucho

Jimena de la Frontera (Cádiz)

contarqueCuadernos de literatura de tradición oral

Nº 8 (I)

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Jimena de la Frontera tiene MUCHO QUE CONTAR

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Jimena de la Frontera tiene MUCHO QUE CONTAR LITERATURA DE TRADICIÓN ORAL RECOGIDA EN JIMENA DE LA FRONTERA (CÁDIZ, ESPAÑA) © Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez © De esta edición, Asociación LitOral (www.weblitoral.com) Trabajo de campo realizado entre 1998 y 2008 Se permite la reproducción de los textos siempre que se indique la procedencia de los mismos Edición digital Andalucía, 2008

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Colección MUCHO QUE CONTAR Cuadernos de literatura de tradición oral

Nº 8 (I)

Jimena de la Frontera tiene MUCHO QUE CONTAR

Trabajo de campo, transcripción y clasificación realizados por Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez

Asociación LitOral 2008

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ÍNDICE Presentación ............................................................................................ 9

Textos narrativos Cuentos de encantamiento ............................................................... 11 Leyendas ................................................................................................ 32 Cuentos anecdóticos y sucedidos .................................................... 36 Informantes ........................................................................................... 57 Este es un libro inacabado ................................................................. 56

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Presentación

Suele decirse, no sin cierta dosis de nostalgia, que la literatura de

tradición oral se pierde inexorablemente por el empuje de nuevas formas de comunicación y por los cambios operados en los estilos de vida.

Cierto es que los más jóvenes no suelen tener acceso espontáneo a las mismas manifestaciones culturales que transmitían de viva voz sus antepasados, pero también es importante resaltar, por un lado, que las personas de más edad (y no sólo las ancianas) aún pertenecen a esa generación que escuchó cuentos, canciones, poemas y otras expresiones anónimas de boca de sus mayores; y, por otra parte, que en la actualidad siguen transmitiéndose historias anónimas entre los jóvenes que resultan igual de interesantes que las tradicionales.

No tiene sentido, pues, lamentarse ante una posible situación sin retorno. Antes bien, se impone la necesidad de intervenir para devolver el sentido a la tradición oral como manifestación cultural de primer orden.

LitOral, asociación especializada en la búsqueda, catalogación y difusión de este patrimonio inmaterial colectivo, trabaja por esta revalorización de personas, textos, formas y costumbres, una tarea que cada día sentimos más necesaria como respuesta a distintas problemáticas:

• La necesidad de comunicación entre generaciones y entre iguales.

• La importancia de conocer las raíces colectivas (familiares, geográficas, sincrónicas) para reconocerse como miembros de un grupo.

• La convivencia entre culturas de diversas procedencias.

• La importancia de los aspectos socio-afectivos en una sociedad que tiende a la individualización y a la automatización.

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Entre los trabajos que nos planteamos periódicamente en nuestra asociación se encuentran las campañas de recuperación y puesta en valor de la literatura popular en barrios o localidades concretos y en comarcas administrativas o naturales.

Estas campañas, bajo la denominación MUCHO QUE CONTAR, plantean una sistemática recogida de textos orales de tradición popular cuyo objetivo principal es elaborar un catálogo de textos de tradición oral de la zona para evaluar su transcendencia artística, social e histórica, así como tomar el pulso a los intereses locales en relación a dicho patrimonio.

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Textos narrativos

CUENTOS DE ENCANTAMIENTO

El príncipe pájaro INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esto era un rey que tenía un hijo que era muy malo, que cuando era chico se iba por ahí sin avisar a sus padres y, además, le pegaba a los criados. Cuando el niño ya se hizo mayor, le dio por jugar a las cartas y en eso se gastaba todo el dinero que llegaba a sus manos. El padre, como era rey, vivía abochornado por ese hijo tan desgraciado que tenía, así que un día pensó: “Lo voy a encantar en un pájaro a ver si se enmienda”. Habló con gente que sabía de encantamientos y lo encantaron en un pájaro. Justo lo que quería el rey. Mientras tanto, el muchacho se había echado una novia. Y desde que lo encantaron, todos los días, el príncipe pájaro entraba a las doce en punto en la habitación de su novia. Ella dejaba abierta las ventanas y él venía volando y se colaba. Pero un día la muchacha no se acordó de abrir las ventanas y el pájaro, confiado, se chocó con el cristal. Se hirió la cabeza y se enfadó con la novia, y le dijo: -Ahora, si me quieres ver más, tienes que ir sola al Castillo de Irás y No Volverás. Pasaron varios días y el pájaro no aparecía por las ventanas, así que la muchacha no tuvo más remedio que ir al castillo. No había caminado mucho cuando se encontró con un águila, un cuervo y una hormiguita que se estaban peleando por comerse un burro. Pero armaban tanto jaleo que no se les entendía nada. Entonces la muchacha les preguntó: -¿Qué os pasa? ¿A qué viene tanto ruido? Y los animales le contestaron: -Es que estamos peleándonos por comernos este burro.

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-No os peleéis más. Yo haré las particiones. Toma, hormiguita, para ti la cabeza, que tiene sitios pequeños por donde tú te puedes meter. Toma, cuervo, para ti las patas, que tienes un pico fuerte para romper los huesos. Y toma, águila, para ti las tripas, que tú no tienes dientes. Se pusieron a comer y, cuando se fue la niña, dijo el águila: -Hay que ver lo bien que ha hecho las particiones y no le hemos dado ni las gracias. -Pues llámala, que se las vamos a dar. Fue el águila detrás de ella y la niña, que la vio, pensó asustada: “Ay, madre mía, eso es que ya se han comido el burro, ya se han hartado y ahora me quieren comer a mí”. Pero se volvió para atrás y le preguntó: -¿Qué queréis? -No, que no te hemos dado las gracias. El águila se arrancó una pluma y se la dio, y le dijo: -Cuando me necesites, sólo tienes que decir: “Yo y águila” y saldrás volando. La hormiguita le dio un pelo de sus antenas y le dijo: -Si te hace falta, di: “Yo y hormiga” y te harás pequeña como una hormiga. Y el cuervo también le dio una pluma. -Cuando me necesites, grita: “Yo y cuervo” y te convertirás en un cuervo como yo. La chiquilla cogió las tres cosas y se fue corriendo. Por el camino se encontró con una casita donde vivía un anciano muy viejo y muy sucio. La casa también estaba muy sucia, sin barrer, los platos sin fregar..., y dice ella: -No se preocupe, abuelo, ahora mismo se lo hago yo todo. Le fregó los platos, le hizo de comer, le lavó la ropa y le dio de comer. Al otro día, le dijo al anciano: -Mire, ya me tengo que ir. -¿Dónde vas? -Al Castillo de Irás y No Volverás. -Ese es un sitio muy peligroso. Mira: cuando llegues, te vas a encontrar muchos perros a un lado del camino y toros en el otro lado. Los toros tienes puesta carne para comer y los perros tienen puesto grano. Como tienen la comida cambiada, pues

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todo el que pasa por allí no sale vivo, se lo comen entre unos y otros. Cuando tú llegues, lo primero que tienes que hacer es ponerles a los perros la carne y el pienso a los bueyes. Y así puedes pasar por su lado sin que te pase nada. Así lo hizo. Fue cambiando los cestos de un lado a otro y pasó sin peligro. Llegó al castillo y empezó a dar vueltas por un lado y por otro, pero todas las puertas y todas las ventanas estaban cerradas y no conseguía entrar. Entonces vio una ventana muy alta que estaba abierta y gritó: “Yo y águila” y echó a volar hasta que alcanzó esa ventana y entró en el castillo. Cuando estaba dentro, se encontró que todas las puertas estaban cerradas, así que dijo: “Yo y hormiga”, se volvió hormiga y entró por debajo de las puertas hasta que encontró al príncipe, que estaba encerrado allí, pero ya en forma de persona. El príncipe estaba acostado boca arriba, sin poder moverse, y le explicó que la única forma de desencantarlo era trayendo un huevo de paloma y estrellándoselo en la frente. La muchacha no se lo pensó dos veces y gritó: “Yo y cuervo”. Se convirtió en cuervo y salió volando del castillo hasta que encontró un palomar y robó un huevo de paloma. Volvió al castillo y le estrelló el huevo en la frente y entonces se le quitó el encantamiento al príncipe. Volvieron los dos a palacio, se casaron y tuvieron dos hijos muy buenos que no eran como su padre. Y se acabó este cuento con pan y pimiento y rabanillos tuertos.

El hombre que entendía el habla de los animales INFORMANTE: Antonia González Navarro

Este era un hombre que tenía la gracia de entender el habla de los animales, pero no se lo podía decir a nadie porque tenía la promesa de no contarlo nunca. Un día estaba sentado y vino cerca de él su buey, que había estado todo el día arando. Venía muy cansado y se tiró al suelo. No quería comer de cansado que estaba. El caballo, que lo vio, le dijo al buey: -Quillo, qué cansado estás.

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-Estoy reventado, todo el día trabajando. -Pues tú eres tonto –le dijo el caballo-. Mírame a mí: como bien, no trabajo, casi no salgo, sólo algunas veces cuando mi señorito quiere que lo lleve a algún sitio... -Vale –dijo el buey-, pero... ¿qué hago yo? -Pues hazte el malo, no comas y acuéstate y así no te llevarán a trabajar. El hombre, que los había estado escuchando, le dijo a uno de sus trabajadores: -Mira, mañana, en vez de llevarte al buey, te llevas al caballo para arar. El caballo estuvo todo el día trabajando y por la noche, cuando volvieron, el caballo llegó reventado y se tiró al suelo. Entonces el buey le preguntó: -Caballo, ¿qué te pasa, no quieres comer? -¡Aaaay, no te lo quiero ni decir! -Pero, ¿qué te ha pasado? -Nada, que ha dicho el señorito que como tú estás malo y no puedes trabajar, pues que te van a llevar al matadero y te van a matar. Y el buey: -¿Y ahora qué hago yo, por Dios? -Mira, tú ahora te lo comes todo y así, mañana, él verá que ya te has puesto bueno y no te llevará al matadero. Bueno, pues el buey comió muy dispuesto y por la mañana se lo llevaron a trabajar. El caballo se echó a reír y el hombre también, sobre todo de ver lo granuja que era el caballo. Entonces su mujer le preguntó: -¿De qué te ríes? -De nada –contestó el hombre, que no podía romper la promesa de no contarle a nadie que entendía a los animales. Y la mujer: -Pues tú me tienes que decir por qué te ríes. -Por nada, que me han dado ganas de reírme. -Si tú no me lo dices en cinco días, me mato. Pasaron cuatro días y el hombre estaba muy triste sentado a la puerta de la casa. Y en esto que cantó el gallo: -Quiquiriquí.

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Y el perro: -¿No te da vergüenza cantar con lo que tenemos encima? -¿Y qué tenemos? -Pues que la mujer del amo le ha dicho que si no le dice por qué se ríe, se mata. Y mañana ya es el último día. -¿Sabes lo que te digo? –le contestó el gallo-. Que el señorito es tonto porque no puede con una sola mujer. Yo tengo cuarenta y puedo con todas. -¿Y cómo va a poder? -Mira, lo que tiene que hacer es darle dos o tres palos buenos y ya ella no querrá saber nada más del asunto. El hombre, que estaba escuchando, cogió un palo. Y qué palo le daría que su mujer le dijo: -Ay, marido mío, ya no quiero saber nada de ti, ya no me meteré más en tus cosas.

La muchacha tuerta y sin mano INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esta era una muchacha que era muy guapa y que tenía una madrastra. La madrastra le tenía muchos celos y le decía: -Yo soy más guapa que tú. Y la niña contestaba: -No, yo soy más guapa. Cogía el espejito: -¿Quién es más guapa, mi entená o yo? Y decía el espejito: -Tu entená. Y la madrastra pensaba: “Pues yo la tengo que quitar de aquí para que no sea más guapa que yo”. Un día, la madrastra le dijo al padre que llevara a la niña al campo y la dejara allí. Y lo hizo. Pero pasaron tres o cuatro días y la niña volvió a casa. La madrastra volvió a preguntar al espejito y, cuando le dijo otra vez “tu entená”, ella gritó de coraje: -Pero si mi entená está muerta. -¡Qué va!

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Y empezó a pelearse con el marido. -¿Ves como tú no la llevaste donde te dije? Bueno, pues ahora llévatela, córtale la lengua y me la traes. El padre pensó: “¿Cómo voy a hacer eso?” y la llevó al campo pero le cortó la lengua al perro y se la llevó a la mujer. A los pocos días, la niña regresó a la casa. -¿Ves? Otra vez me has engañado –le dijo al marido-, tú no le has hecho nada a la niña. Ahora la tienes que llevar y le tienes que cortar una mano y sacarle un ojo. El padre: -¿Pero cómo voy a hacer eso si es mi hija? -Pues lo tienes que hacer –le gritó la madrastra. Fue el padre al campo y le cortó una mano y le sacó un ojo y la ató a un árbol para que se la comieran los bichos. Pasó por allí un príncipe que iba de cacería y llevaba muchos perros. Cuando echó de comer a los perros, había una perra que se llevaba el trozo de pan y no se lo comía. Así estuvo dos o tres días hasta que el príncipe siguió a la perra a ver qué hacía con el pan. Entonces vio a la muchacha amarrada al árbol sin un ojo y una mano. Pero era muy guapa. El príncipe se la llevó a su palacio y le dijo a su madre que se iba a casar con ella, pero la madre le decía: -¿Cómo te vas a casar con una mujer a la que le falta un ojo y una mano? Pero el príncipe se casó. Y la muchacha se quedó embarazada. Había por entonces una guerra y el príncipe se tuvo que ir. La muchacha se quedó en el palacio con su suegra. Y, mientras su marido estaba fuera, ella tuvo mellizos, un niño y una niña. El príncipe le escribió a su madre: “¿Qué ha tenido mi mujer?”. Y la madre le contestó: “Ha tenido un perro y una perra porque, mientras tú no estabas, ella se ha acostado hasta con los perros”. “Bueno –le contestó el príncipe-, perro o perra, tú los dejas quietos hasta que yo vuelva”. Mientras, la suegra le decía a la muchacha que se fuera de allí. Y la muchacha le pidió que le hiciera dos talegas para llevar a los niños al hombro.

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La suegra le hizo dos talegas, una para cada niño, le echó comida en un bolso y la muchacha se fue con sus hijos. Iba por un camino cuando se encontró con un charco muy grande. En ese momento, uno de los niños se puso a llorar y ella pensó que se había hecho caca. La muchacha lo limpió, le puso un trapito limpio y se levantó para seguir su camino. Entonces, escuchó una voz que le decía: -¡Mete la mano partida en el agua! Ella la metió y enseguida le salió una mano. La voz dijo entonces: -Ahora échate agua en los ojos. Ella se echó agua en los ojos y le salió otra vez el ojo que le habían sacado. Siguió caminando y llegó a un pueblo. Fue al ayuntamiento y explicó que llevaba dos niños pequeños, que dónde podrían dormir. Un hombre le contestó: -Mire, ahí hay una casa, pero todo el que se mete en ella, por la mañana está muerto. Así que si quiere usted meterse... -Sí, sí, yo me meto. Fue y se metió. En la casa había de todo. Hizo de comer, acostó a sus niños y, cuando se quedó sola, siente una voz que le dice: -¿Caigo o no caigo? Y dice ella: -Cae. Y cayó un cuerpo. Al ratito escucha: -¿Caigo o no caigo? Y dice ella: -Pues cae. Y cayeron dos piernas que se unieron al cuerpo. Al ratillo: -¿Caigo o no caigo? Y dice ella: -Pues cae. Y cayó la cabeza, que se unió al cuerpo. Al ratillo siente: -¿Caigo o no caigo? Y ella: -Cae.

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Y cayeron los brazos, que se unieron al cuerpo y se formó un hombre. -Mira, todos los que han ido viniendo a esta casa se morían del susto, pero veo que tú no. Ve a aquella losa, quítala y coge todo el dinero que hay. -¿Quién es usted? -Yo estoy penando por un dinero que robé y que tengo ahí escondido. No me puedo ir a la gloria hasta que alguien que no me tenga miedo quiera llevarse este dinero. Ella cogió el dinero. Por la mañana vino el enterrador y los del ayuntamiento a por ella, pero se llevaron una sorpresa: -¡Pero si no se ha muerto! -Pues no, no me he muerto, que estoy aquí. -¡Ah, pues quédate en el pueblo si quieres! Alquiló una casa grande y puso una sastrería y colocó a muchas muchachas del pueblo para trabajar con ella. Pasó el tiempo y los niños crecieron. Mientras tanto, el príncipe había llegado de la guerra y le dijo a su madre: -¿Y mi mujer y mis hijos? -¿Tu mujer? Tu mujer se fue, cogió a los niños y se fue. -Pues voy a buscarla. Después de mucho andar, llegó al pueblo donde ella vivía. Pero él preguntaba por una mujer a la que le faltaban un ojo y una mano y así, claro, nadie la conocía. Pero una mujer del pueblo le dijo: -Mire, aquí hace poco llegó una mujer con un niño y una niña y puso una sastrería aquí enfrente. Él llevó tela para que le hiciera un traje y empezó a hablarle para ver si era ella. -Mire, yo he venido de la guerra y mi mujer se quedó con mi madre, pero se fue de casa y la estoy buscando. Los niños se le sentaron cada uno en una pierna. Y la madre les decía: -Bajarse, niños, que estáis molestando. Y le hablaba al hombre: -Pues mire, a mí me ha pasado un caso parecido. Mi madrastra mandó que me sacaran un ojo y me cortaran una mano y me amarraron a un árbol. Entonces, un perro me llevaba pan hasta

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que un príncipe me llevó a su palacio y me casé con él. Pero también se fue a la guerra y yo me quedé con mi suegra. Ella me echó a la calle con los dos niños. -¡Ah, pues entonces es a ti a la que yo voy buscando, que soy tu marido! Se quedaron allí con el dinero que ella había cogido de la casa y con sus niños. Y se acabó el cuento con pera y pimiento.

Mariquita y su hermanastra INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esto era un hombre viudo que tenía una hija. La madre se había muerto hacía poco tiempo y la niña vivía siempre muy triste. Cuando la niña iba a la escuela, la maestra le decía: -Mariquita, ¿qué te pasa? -Que mi madre se ha muerto y estoy muy solita. -Pues dile a tu padre que se case conmigo y así tú te vienes a mi casa. Mira, yo tengo una hija como tú, si te vienes vas a poder estar todo el día con ella y te vas a encontrar muy bien. Llegó la noche y la niña le dijo a su padre: -Papá, dice la maestra que te cases con ella. -No, hija, yo no me caso con nadie, que no quiero ponerte madrastra. Y la niña se quedó callada. Al otro día le pregunta la maestra: -¿Se lo has dicho a tu padre? -Sí, pero mi padre me ha dicho que no quiere ponerme madrastra y que no se casa. -Bueno, pues cuando venga esta noche de trabajar se lo dices. Verás que cuando se lo digas muchas veces lo hace. Cuando vino el padre por la noche, la niña le volvió a preguntar: -Papá, ¿por qué no te casas con la maestra? -Que no, niña, que no me caso. Y así estuvo la niña tres o cuatro días más. Y a los tres o cuatro días le pregunta:

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-Papá, ¿por qué no te casas con la maestra? -Bueno, mira, pues me voy a casar. Compra unos zapatos y los pones ahí, y cuando se rompan los zapatos me caso con la maestra. Llegó la niña a la escuela y le pregunta la maestra: -¿Qué te ha dicho tu padre? -Se ha comprado unos zapatos y los ha puesto allí. Y me ha dicho que cuando se rompan los zapatos se casa con usted. -Pues mira, esta noche te meas en los zapatos y los pones en la candela. Así todas las noches hasta que se rompan. La niña lo hacía. Se meaba todas las noches en los zapatos y los ponía en la candela. Hasta que a los zapatos se les hicieron rajas. -¡Papá, papá! Ya se han roto los zapatos. -Pues dile a la maestra que voy a hablar con ella. Arreglaron el casamiento y se casaron. Los primeros días estaban muy contentas con Mariquita: “Mariquita esto, Mariquita lo otro...”, pero después la madrastra empezó a darle para que fregara los platos, para que cosiera, para que limpiara la casa, la chimenea..., y la pobre siempre estaba que era una cenicienta, muy sucia, muy estropeada. Y dice un día: -Papá, la maestra es muy mala. -¿No te lo decía yo, no te dije que las madrastras eran muy malas? Pues ya no puedo hacer nada, tienes que aguantarte. Un día, la maestra le dijo a la niña: -Mariquita, vamos a matar un cochino y tú tienes que ir a lavar las tripas al río para hacer las morcillas. Mataron un cochino y Mariquita preparó las tripas en un baño y fue al río a lavarlas. Cuando las estaba lavando sintió que lloraba un niño. Y dice: -¡Huy! Hay un niño llorando. ¿Dónde será? Empezó a buscar y vio una casa. Dentro estaba el niño llorando. Lo cogió, lo cambió, lo lavó y le dio un biberón y lo acostó. Al salir por la puerta, cuando ya se iba, se encontró con tres mujeres, que le dijeron: -Mariquita, muchas gracias. -Es que estaba el niño llorando y lo he lavado. Y las tres mujeres le dijeron:

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-Yo te voy a conceder que lleves el sol en la cara y que resplandezcas como él. -Yo te voy a dar la gracia de que cada vez que abras las manos eches monedas de oro. -Y yo, que no tengas que tocar las tripas del cerdo, que se pongan blancas sin tocarlas. Y se fue Mariquita con las tres gracias que acababan de darle. Llegó al río, cogió sus tripas y se fue para su casa. Cuando la vio llegar su hermanastra, dijo: -Mamá, mira qué brillo trae Mariquita en la cara. ¡Qué guapa viene! La hermanastra se metió en el cuarto con Mariquita. -¿Qué quieres? -Verte, porque hay que ver lo guapa que estás. Mariquita abrió las manos y se lió a echar monedas de oro al suelo. -¡Huy, lo que ha hecho, la de monedas que ha echado! -Mariquita, cuéntame qué es lo que has hecho. -Mira, yo estaba en el río y sentí a un niño llorar. Entonces fui, le di una paliza y lo puse negro. Se había cagado. Cogí la caca, se la refregué por toda la cara y después me fui. Después vinieron las maris y me dieron las gracias. -¡Mamá, mamá, mata un cochino! Y ahora voy a ser yo la que vaya a lavar las tripas. La madre mató otro cochino y su hija fue a lavar las tripas. Y sintió al niño llorar. Y le dio una paliza, le refregó la caca y lo dejó tirado. Al salir se encontró a las tres mujeres. -¿De dónde vienes? -De darle una paliza a ese niño que no para de llorar, a ese niño cochino. Le he dado la grande. Y las tres mujeres empezaron a hablar entre ellas: -A ésta, yo le voy a dar que las tripas del cerdo se le pongan negras y las tenga que tirar. -Yo, que cada vez que abra las manos eche cagajones de burro por todas partes. -Y yo, que le salga un hopo en la frente y cuanto más se lo corte más largo le salga.

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La niña se volvió a su casa y llegó con un rabo en la frente. Y su madre: -¡Ay, hija! ¿Qué te ha pasado? -Mamá, he hecho lo que Mariquita me ha dicho y mira lo que me ha pasado. Y cuando abrió las manos mientras hablaba, empezaron a caer tantos cagajones de burro que puso la habitación perdida. Y las tripas del cerdo, cuando las vio su madre, las tuvo que tirar. Después fue a la habitación de Mariquita. -Mira, Mariquita, lo que me ha pasado. Abrió las manos y Mariquita le dijo: -Vete de aquí, que me vas a poner la habitación hecha una porquería. La niña se fue llorando al cuarto de su madre. En ese momento, escucharon que por las calles iban anunciando que el príncipe iba a dar una fiesta para encontrar una novia. Y dice la maestra: -A esta fiesta hay que ir. -Sí, sí, mamá, yo quiero ir. -Pero ¿dónde vas tú con ese hopo en la frente? -Tú me lo cortas con unas tijeras a cada instante. -Venga, vale, pero tú te estás calladita. La maestra llamó a Mariquita. -Mariquita, nos tienes que hacer a cada una un vestido para ir a la fiesta. Mariquita estuvo varios días cosiendo sin descanso hasta que hizo los dos vestidos. Y cuando llegó el día de la fiesta, la maestra y su hija se pusieron los vestidos, se colgaron un bolso grande y se fueron a la fiesta. Mariquita se fue al patio a llorar y en estas bajó una dama: -Mariquita, ¿por qué lloras? -Porque todas las muchachas del pueblo se han ido a la fiesta y yo me he quedado aquí. Mira cómo estoy. -¿Tú quieres ir? -Es que no tengo ropa, mira qué sucia estoy. -Yo te traeré la ropa. Le trajo un vestido y unos zapatos preciosos y una carroza.

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-Te vamos a dejar en la puerta de palacio, pero antes de las doce te tienes que venir Llegó Mariquita y la enterá del hopo la conoció. Y dice abriendo las manos: -¡Mamá, esa es Mariquita, esa es Mariquita! Y la madre: -¡Ay, niña, estate quieta, que estás llenando toda la habitación de cagajones! Y la madre recogiendo cagajones. Pero como no tenían dónde meterlos, tuvieron que llenar los bolsos. Y a cada instante le tenía que cortar el hopo con las tijeras. Mariquita bailó con el príncipe, pero miró el reloj y, cuando vio que eran las doce, salió corriendo y de ligera que iba se le cayó un zapato, pero no se volvió a cogerlo. Al príncipe le había gustado Mariquita cuando bailó con ella, así que escribió un bando en el que decía que se casaría con la muchacha a la que le quedara bien el zapato. Fueron de casa en casa probándoselo a todas las muchachas. Cuando llegó a casa de Mariquita, se lo probó a su hermanastra, que gritó: -¡Aaay! Me duelen mucho los dedos. Su madre le dijo: -Córtate un poquito los dedos y cuando ya estés en palacio te los curas y ya está. Se cortó un pedazo de dedo. La sangre chorreaba y el príncipe dijo: -No, no, este pie no es para este zapato. Entonces, el príncipe le preguntó a la maestra: -¿Usted no tiene más hijas? -Yo no. Y uno de los que venían con el príncipe dijo: -Sabemos que tiene usted otra hija. -Pero mire usted, esta está muy sucia y no va a ningún sitio, ella no sale. -Bueno, sáquela usted. Metió el pie Mariquita y le estaba que ni pintado. -Esta es la que buscamos.

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Se la llevaron a palacio y se casó con el príncipe. Mariquita se llevó a su padre, a la maestra y a su hija. A su hermanastra la puso a fregar el suelo, a su madrastra a coser y al padre lo puso hecho un rey. Y se acabó el cuento con pan y pimiento.

Periquito y Mariquita INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esto era una mujer que tenía un hijo y una hija llamados Periquito y Mariquita. Un día le dijo a la niña: -Mira, Mariquita, tú vas a ir a por agua y tú, Periquito, vas a ir a por una poquita leña para hacer la comida. Al que venga antes le doy de merendar pan y queso. Periquito corrió mucho para llegar antes y comerse el pan y el queso. Pero cuando llegó a la casa dijo: -Mamá, yo lo que tengo es sueño y me quiero acostar. -Si tienes sueño, acuéstate en la cama de tu tío. -No, no, que tiene muchas pulgas. -Pues acuéstate en la cama de tu padre. -No, que la cama de mi padre está muy dura y tiene muchas chinches. -Pues acuéstate en la mía. -No, que tiene muchos piojos. -Entonces, ¿dónde te vas a acostar? -En este lebrillo. Entonces se metió en un lebrillo grande que tenían para amasar. Cuando Periquito se quedó dormido, la madre calentó una olla de agua y fue y se la echó al niño por encima y lo quemó. Se le cayó el pelo y lo metió en una olla. Vino Mariquita y preguntó por su hermano: -¡Mamá! ¿Y Periquito? Y la madre le contestó: -Todavía no ha venido. Mira, yo voy a un mandado. La olla está en la candela, no la destapes. Cuando pasó un rato, Mariquita destapó la olla y vio a su Periquito allí metido.

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-¡Ay, mi Periquito, que está en la olla! Y se sentó en la puerta a llorar. Entonces pasó una mujer y le preguntó: -Mariquita, ¿qué te pasa? -Que mi madre ha matado a mi Periquito, lo ha metido en la olla y se está cociendo en la candela. -Pues mira, tú no llores, y cuando tu madre se vaya a comer a Periquito, tú no comas, tú coges todos los huesos que vayan dejando, los pone en un cestito y los echas al pozo. Vino la madre y dijo: -Venga, Mariquita, que vamos a comer. -No, que es mi Periquito. -¡Qué va, si Periquito todavía no ha vuelto! La niña hizo lo que le había dicho aquella señora: no comió y fue reuniendo todos los huesecitos que dejaban la madre y el padre y los echó todos en el pozo. En ese momento salió Periquito del pozo con un canasto de flores precioso. Y dice la madre: -¡Ay, qué flores más preciosas! Dame una, Periquito. -No –dijo Periquito-, que me mataste, me comiste y no me lloraste. Y entonces dijo Mariquita: -¡Dame una flor, hermanito! -Tómalas todas, que tú ni me mataste, ni me comiste y sí me lloraste.

Juan Pipeta INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esto era un hombre que no quería hacer la mili. Lo llevaron al cuartel y él se escapó y salió por esos campos a buscarse la vida. Caminando iba cuando se encontró a tres hombres. -¿Dónde van ustedes? -Vamos buscándonos la vida por ahí. -Pues yo me voy con ustedes. -No, con nosotros no, que nosotros nos vamos a quedar muy poco tiempo por aquí.

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-No importa, yo me quedo con ustedes el tiempo que sea. Y se fueron los cuatro. Por el camino vieron una casa vacía y se metieron los cuatro. Entonces le preguntaron los tres al hombre: -¿Tú cómo te llamas? -Yo, Juan Pipeta. -Pues yo Pedro, este se llama Jesús y éste Juan. El que se llamaba Jesús le dijo: Mira, Juan Pipeta, ¿tú ves aquellas cabras? Pues dile al pastor que te dé una. -Sí, hombre, yo le voy a decir que me dé una cabra y él me la va a dar. ¿Cómo va a ser eso si yo no lo conozco de nada? -Tú vas y se la pides. -Bueno, y una vez que me la dé, ¿cómo la traigo si no tengo cuerda para amarrarla? -Tú la llamas y ella se vendrá detrás de ti. -Sí, hombre, detrás de mí se va a venir la cabra. -Anda, Juan Pipeta, ve y lo haces. Y tú, Pedro, ve a aquel cortijo de allí y que te den pan. Y tú, Juan, tráete la leña para hacer de comer. Fue Juan Pipeta donde las cabras. -Mire, que aquel que está allí me ha dicho que coja una cabra. -Sí, hombre, coge la que quieras. Cogió una cabra y se la llevó adonde estaba Jesús. Luego vino Pedro con el pan y Juan con la leña. Y dice Juan: -¿Quién va a guisar la cabra? -Yo, yo –contestó Juan Pipeta-, que he sido cocinero. -Bueno, pues tú la guisas. Nosotros nos vamos por ahí y cuando vengamos comeremos. Juan Pipeta encendió la candela, partió la carne y vio que la asadura de la cabra estaba muy doradita. Cogió un pedazo y se lo comió y al ratito dice: “Yo me voy a comer otro trozo” y después otro y otro. Así, casi sin enterarse, se la comió toda. Al rato llegaron Jesús, Juan y Pedro. -¿Ya has guisado? Pues vamos a comer. Se pusieron los cuatro a comer y Jesús dijo: -Oye, Juan, ¿tú te has comido alguna tajada de asadura? -Yo no. -¿Y tú, Pedro?

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-Yo no. -¿Y tú, Juan Pipeta? -Mira este. ¿Tú te crees que yo voy a mirar lo que como? ¡Yo qué sé si me he comido la asadura o si era un trozo de carne! Al rato dice Jesús otra vez: -Juan, ¿tú has cogido una tajada de asadura? -Yo no. -¿Y tú, Pedro? -Yo tampoco. -¿Y tú, Juan Pipeta? -¿Otra vez me vas a calentar tú la cabeza con la asadura? Te he dicho que yo como y no sé lo que como. Cuando terminaron de comer, se entera Jesús de que cerca de allí se estaba muriendo un hombre muy rico. Por lo visto, todos los médicos lo habían visto ya y, al no poder salvarla, habían acudido a algún curandero a ver si lo podía curar. Dijo Jesús entonces: -Voy a ir a curarlo. Y Juan Pipeta: -Yo voy contigo. -No, yo tengo que ir solo, vosotros os quedáis aquí. -No, no, no, de eso ni hablar, yo voy contigo que seguro que tú le pides muy poco dinero. -Bueno, le pediré una cantidad grande pero tú te quedas aquí. -Que no, que yo voy contigo. -Bueno, venga, vente conmigo. Llegaron a la casa y Jesús dijo: -Vengo a curar al enfermo. -¿Y qué necesita usted? –preguntaron los de la familia. -Mira, en la habitación del enfermo me ponen una candela grande y comida para poder comer yo. Pusieron jamón, pan, fruta y una candela muy grande. Entonces dijo Jesús: -Juan, tú te quedas aquí y por este boquete miras todo lo que yo esté haciendo. Jesús cogió al enfermo, lo puso en la candela y lo quemó. Cogió la ceniza del enfermo, la puso en el suelo haciendo un montoncito y apagó la candela. Después sopló y salió el

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hombre muy hermoso y muy colorado. Y Juan Pipeta, mirando por el agujerito lo que había estado haciendo. -Bueno, aquí está el enfermo –dijo Jesús a la familia. Juan Pipeta le dijo a Jesús: -Ahora no vayas a pedir una porquería, pide un dinero bueno. Jesús pidió una cantidad y a Juan Pipeta no le pareció bien. -¿Ves qué poco has pedido? Llegaron a la casa y Jesús y sus dos amigos se despidieron: -Bueno, Juan Pipeta, nosotros nos vamos para el pueblo. -Pues yo me voy con vosotros. -No, con nosotros no. Voy a hacer las particiones del dinero que me han dado. Este montoncito para Juan, este para Pedro, este para Juan Pipeta, este para mí... Y sacó un montoncito más. Entonces saltó Juan Pipeta: -Pero... ¿no somos cuatro? ¿Por qué haces cinco montones? -Calla, Juan Pipeta. Toma, Juan. Toma, Pedro. Este para ti y este para mí. Y otra vez Juan Pipeta: -¿Y este para quién, eh? Y le contesta Jesús: -Este para el que se comió la asadura de la cabra. -Ah, pues yo, me la comí yo. -Bueno, pues quédate con todo el dinero, que nosotros nos vamos. Se fueron y se quedó Juan Pipeta solo. Entonces escuchó que había un hombre en el pueblo que estaba enfermo y que daban mucho dinero al que lo curara. “Pues yo lo voy a curar, que ya he visto cómo lo hacía Jesús”, pensó Juan Pipeta. -Vengo a curarlo –le dijo a los familiares. -¿Qué necesita usted? -Pues sólo una candela y comida, mucha comida. Juan Pipeta se metió en el cuarto del enfermo, lo echó en la candela y lo hizo un chicharrón. Después cogió la ceniza, la puso en el suelo, la sopló y de allí no salía nada. -¡Ay, madre mía! ¿Ahora cómo salgo? Jesús, que lo había estado viendo, fue a ayudarle. Se presentó en la habitación y sopló hasta que salió el hombre ya curado. Juan Pipeta no paraba de decirle:

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-¿Y tú para qué has venido? Ahora voy a pedir mucho dinero por el trabajo que he hecho. Salió Juan Pipeta y pidió una cantidad grande de dinero. Entonces Jesús le dijo: -Juan Pipeta, esto no lo hagas más que ya no vendré más a salvarte. Ya se fueron Jesús, San Juan y San Pedro y Juan Pipeta se quedó en aquel pueblo.

El hombre que se encontró con la Muerte INFORMANTE: Antonia González Navarro

Era un hombre que tenía cinco hijos y que iba todos los días con su borriquito a por leña y la vendía para poder comer. Ganaba muy poquito y por eso tenía a los niños desmayaditos, en cueros y descalzos. El pobre estaba desesperado, no sabía qué hacer porque no ganaba casi nada; con la poquita leña que vendía, comían. Un día que estaba lloviendo y no había ganado nada, se fue a ver lo que encontraba. Por el camino dio con una mujer que le preguntó cómo le iba la vida y él se lo contó todo. La mujer, que en realidad era la Muerte, le dijo entonces: -Mira, yo te voy a ayudar, te voy a dar para que comáis tú y tus hijos. Y le siguió diciendo: -Te vas a ir para tu casa. Cuando llegues, me tienes que traer al primero que salga a recibirte. Y yo, mientras, te voy a dar un mantel que, sólo con decirle “¡Componte, mantel!”, te llenará la mesa de todo lo que tú quieras comer. El hombre pensó que, como siempre el primero que le salía era el perro, no era mala la idea que le había propuesto aquella mujer, así que le contestó: -¡Vale, vale, dentro de dos meses volveré! Se fue el hombre y el primero que salió a recibirle fue su hijo más pequeño. -¡Ay, Dios mío! ¿Qué he hecho? Bueno, voy a ver si lo del mantel es verdad.

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Cogió el mantel y le gritó: -¡Componte, mantel! Y se llenó toda la mesa de comida. Fue corriendo y le explicó a su mujer todo lo que le había ocurrido y ella, en vez de enfadarse, le dijo: -No te preocupes. Como faltan dos meses, ya lo solucionaremos. Todos los días comían muy bien, pero pasaron los dos meses y, como el hombre no iba a llevarle el niño a la Muerte, ella fue a su casa y le dijo: -Vengo a por el primero que encontraste. -Mire, encontré al niño y es muy pequeño, él siempre está con su madre... Si quiere, me voy yo. -Bueno, vale, me da igual. Y se fueron. Por el camino, la Muerte le dijo: -Mira, veas lo que veas, no digas nada. Como ella caminaba más de prisa, el hombre se fue quedando atrás y vio a un leñador que intentaba colocar la leña en la burra, pero le pesaba mucho; entonces, la bajaba y echaba más leña y, claro, menos podía. Lo hizo varias veces y él le dijo: -Pero... ¡Usted está tonto! ¡Tiene que quitar, no poner! Y el leñador le empezó a pegar. El hombre salió huyendo y alcanzó a la mujer: -¡Eh, mujer! Un leñador me ha pegado porque le he dicho que se equivocaba. -¡Pero, bueno! ¿No te dije que, vieras lo que vieras, no hicieras nada? Veas lo que veas, tú callado. Y siguieron adelante. El hombre vio a una mujer vieja subida en lo alto de una higuera que se comía los higos verdes y tiraba los maduros. -Yo no le digo nada porque me va a pegar. Aunque, pensándolo bien, qué me va a hacer una mujer. Se fue para la vieja y le gritó: -¡Oiga! ¿Por qué tira los maduros y se come los verdes? -¿Y a usted qué le importa? –dijo la mujer, y empezó a pegarle tortas. Otra vez se fue para adelante y se lo contó a la Muerte y ella volvió a replicarle:

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-¿Pero no te he dicho que no te metas en nada de lo veas? Y siguieron adelante. Entonces que vio a un hombre que quería que su burro anduviera para atrás. -Ay, yo se lo diría, pero me va a pegar. Bueno, a lo mejor este es más bueno. Y lo llamó: -¡Oiga, mire usted! Déle usted la vuelta y así el burro andará hacia delante. -¿Y a usted qué le importa? –y también empezó a pegarle. Entonces, llamó a la Muerte: -¡Eh, señora, espere usted! Ya me han dado tres palizas y no puedo más. -Ya te dije que no te metieras en nada de lo que vieras y tú vas y te metes. Pues allá tú. Por fin, llegaron a una casa y había muchas mariposas apagadas, otras apagándose y otras encendidas. La mujer cogió al hombre y le dijo: -Yo soy la Muerte y estas mariposas son las personas. Tú eres aquella mariposa que ya se está apagando porque ya te vas a morir. Por eso te he traído conmigo. Al escuchar esto, al hombre se le quitaron los dolores de las tres palizas y gritó: -¡Ay, no, échele usted aceite! Salió corriendo y registró la casa hasta que encontró una garrafa de aceite y se la echó a la mariposa, que empezó a arder otra vez con fuerza. Así fue que no se murió y este cuento se acabó.

Cuentecillo del viento, el agua y la vergüenza INFORMANTE: Señora sin identificar

Dicen que había tres cosas: el viento, el agua y la vergüenza. Y dice el viento: -Pues yo, si alguna vez me pierdo, buscadme por los sitios más altos, que me encontraréis. Y dice el agua: -Pues yo, si alguna vez me pierdo, buscadme por los sitios más profundos, que también me encontraréis.

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Y dice la vergüenza: -Pues yo, si alguna vez me pierdo, que yo sí que puedo perderme, no me busquéis que no me encontraréis.

LEYENDAS

La fortuna de los viejecitos INFORMANTE: Catalina Caballero

Esto pasó en la Estación de Jimena. Había una pareja de viejecitos que ni comían bien con tal de ahorrar. Vivían como pobres, todo el mundo sabía que ganaban dinero pero nadie tenía idea de dónde lo guardaban. Un día se les hundió en el suelo la pata de la cama y la criada que tenían descubrió que habían estado guardando todo el dinero debajo de una losa, que todas las noches tapaban con la pata de la cama. Lo que no se sabe es si la criada se llevó el dinero o qué es lo que pasó.

El tesoro de la cabra negra INFORMANTE: Lorenzo García Domínguez

Había un hombre que vivía aquí al lado, en el Puente de las Cañillas, y tenía al compadre en Barcelona. Una noche, el compadre de Barcelona soñó tres veces que encontraba un tesoro debajo de una piedra donde se montaba una cabra negra y el hombre se quedó muy impresionado con ese sueño, así que se vino para acá y le contó a su compadre lo que había soñado. Pero él no lo creyó: -¡Anda ya, venir de Barcelona por un sueño! -Pero es que la piedra era como esa que tienes tú en el corral. -Sí, ahí siempre se monta una cabra negra pero ahí no hay tesoro que valga. Y tanto que le insistió, que tanto, que tanto, que cuando fueron pues cortaron la piedra y allí estaba el tesoro.

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Parece que era el tesoro de una gobierna que se llamaba doña Josefa Ramírez. Yo no lo sé, pero vamos, eso pasó, le pasó a uno que vivía aquí, pero de esto hace ya siglos. No ha sido hará cuarenta o cincuenta años, hace mucho más tiempo. Y esas son las cosas. Pero para que sea verdad hay que soñar el mismo sueño tres veces. Y no contárselo a nadie ni a la segunda vez. Este lo soñó tres veces y fue verdad.

La cabeza del toro INFORMANTE: Lorenzo García Domínguez

En la Pilita la Reina [enclave de la Sierra del Aljibe] había una piedra con forma de cabeza de toro adonde todo el mundo se acercaba para buscar un tesoro. Al lado habían puesto un letrero bien grande que decía: EN FRENTE DE LA CABEZA DEL TORO ESTÁ EL TESORO Pues, claro, todos iban enfrente cargados con espiochas y barras para excavar zanjas y ver qué es lo que podían sacar. Después de tanto tiempo había unas zanjas tan hondas que ni aquellas sepulturas que tú te montas encima de otro y no se ve. Pero de allí nadie sacaba nada. Y ahora, pues de los muchos que llegaban hasta allí vino uno que estaba medio tonto y bajó solo a la zanja a cavar. Estuvo todo el día cavando hasta que al final cogió un porro de hierro y dijo: “Ya esto se va a acabar, esto de que enfrente de la cabeza del toro está el tesoro se va a acabar”. Y con las mismas le pegó en la cabeza a aquel toro de piedra con el porro y empezaron a salir joyas y monedas. Y es que el tesoro estaba allí metido, en frente, en la frente del toro estaba el tesoro. Pero la gente iba a cavar enfrente de la piedra y nunca pensaron que estaba en la frente del toro. Esto pasó hace muchos años, tantos que ninguno de los que estamos aquí habíamos nacido, ni los que están muertos habían pensado en nacer. Y pasó en verdad allá en la Pilita la Reina. Hay cosas que son mentiras, pero esta no.

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El tesoro de la orza INFORMANTE: Ana Pérez Navarro

Dicen que había un hombre que estaba escondiendo en su patio una orza llena de monedas y de joyas y un vecino lo vio desde su azotea. Una noche, el vecino entró en el patio y la robó. Dicen que se puso rico, pero el dueño de la orza, por lo visto, echó una maldición a quien se la había robado y dicen que el final no fue muy bueno porque el ladrón se ahorcó. Yo sabía hasta el nombre del que la escondió, pero ya no me acuerdo. Creo que fue en la calle Sevilla.

Tres tesoros custodiados INFORMANTE: Alfonso Pérez Sánchez

En el puente de Garcibravo, en el arroyo del Canario, habían enterrado un tesoro hacía mucho, mucho tiempo, pero la gente no se atrevía a parar en aquel sitio, todos pasaban lo más deprisa que podían. Por lo visto, si alguien se paraba a husmear, le salía una vieja del puente que daba tanto miedo que no le entraban ganas de volver a pasar por allí. Lo mismo pasaba en el cortijo de los Morcillos. Una vez estaba yo trabajando allí y tenía que pasar la noche dentro. Yo pasaba cerca de un pozo donde contaban que habían hecho un boquete y había un tesoro escondido. Yo iba con reservas, por si salía la vieja. Y, justo al pasar, se cayó la tapa del pozo y yo subí la cuesta que me las pelaba. Al llegar al cortijo me dicen: -¿Qué te pasa, chiquillo? -Que la vieja me ha salido y ha tirado hasta el cubo del pozo. También en un sitio que le dicen La Coronilla había huerto donde habitaba un susto. La gente pasaba por la vereda muy asustada, sobre todo cuando llegaban a una casita caída que había allí, donde los esperaba otro susto que guardaba algún tesoro.

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El tesoro de la Misericordia INFORMANTE: Alfonso Pérez Sánchez

En la iglesia de la Misericordia también he escuchado yo que había un tesoro y que estaba guardado por un alma en pena. Mi abuelo me contaba que el alma salía todas las noches abrazada a unas cadenas a rastras, y la gente del pueblo estaba asustadita perdida. Donde está el bar de Vargas, una noche llegó un tío con mucho valor y esperó hasta que el fantasma apareciera. Cuando lo vio le pegó dos tiros y lo dejó allí. Después le miraron la cara y resultó que era el cura, que por lo visto se disfrazaba todas las noches para que nadie le robara el tesoro que guardaba en la iglesia.

El tesoro de la Fuente Chica INFORMANTE: Federico Sánchez

En el huerto que hay frente al lugar de Marchenilla (término de Jimena) hay una fuente que le llaman la Fuente Chica. Justo al lado hay una piedra de arenisca que llama la atención porque tiene una hendidura de tanto ser golpeada. Y es que se cuenta que esa piedra guarda un tesoro que sólo se puede conseguir golpeando la piedra convenientemente y en el lugar apropiado. Esto me lo contó Javier Pajares, un vecino de Marchenilla.

Huellas de gigantes INFORMANTE: Antonio, guarda de la huerta Esquivel

Por aquí, por el río, dicen que pasaban los gigantes y un poquillo más arriba hay una huella de un pie que la dejaron ellos. (Este señor nos acompañó a ver la huella, que resulta ser una hendidura de un metro de largo practicada en una gran roca en un remanso del río Hozgarganta.)

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CUENTOS ANECDÓTICOS Y SUCEDIDOS

El capitán y su asistente INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esto era un capitán que tenía un asistente muy gracioso y a todas partes lo llevaba porque se reía mucho con él. Y un día iban los dos, el capitán delante y el asistente detrás. El capitán se tiró un peo y dice: -Si me traes el peo te doy un mes de permiso. Y contesta el otro: -¡Bueno! Pero el muchacho pensaba: “¿Cómo le llevo yo a este el peo?” Y venga a pensar. Y a los tres o cuatro días, va y dice: -Mi capitán, ¿me da usted su permiso? -Pasa, pasa. -Ya le traigo el peo. -Adelante me traes el peo? -Sí. -A ver, pues venga. Y hace: “Puuum”. Otro día le dice el capitán: -Mira, asistente, coges y le llevas al comandante esta cajita con este regalo. Le puso una esquelita que decía: “Ahí lleva usted tres brevas de las primeras que ha echado mi higuera”. El asistente se va con su cajita y por el camino la abre y ve las tres brevas tan buenas y dice: -Yo me voy a comer una. Al rato dice: -Anda, con lo buenas que están las brevas... ¡Yo me voy a comer otra! Y se la comió. Y llegó donde el comandante. -Comandante, de parte del capitán que tome usted. El comandante abrió la caja y vio aquella breva tan buena y leyó la esquela, y dice: -Pero, bueno, si dice que hay tres brevas, ¿cómo que sólo hay una?

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-Pues una. -Pero, ¿cómo una, si dice tres? -Pues tres. -Es que no se explica usted. Dice tres y viene una. ¿Cómo se ha podido usted comer esas brevas? -No, yo no me las he comido. -¿Cómo que no? Dígame, ¿cómo se las ha podido comer usted? -Así. Y cogió la breva que quedaba y se la comió. Otro día dice el capitán a unos amigos: -Mirad, tengo un asistente muy gracioso. Hoy nos lo vamos a llevar a un bar y nos vamos a reír con él. Eran dos amigos, el capitán y él. Llegan al bar y en el bar daban comidas. Y dice: -Pon cuatro cubiertos, pero en el de aquel muchacho no pongas comida. A cada uno de los otros le puso una perdiz. Todos hablaban pero no se comían la perdiz. Y él mirando que en su plato no había nada. Y ya no pudo aguantar más y dice: “¿Qué, qué?”. Y sale corriendo para la calle gritando: “¡Ay, ay!”. Y sale el capitán y el otro y el otro: -¿Qué te ha pasado? -Que ha venido un tío y me ha llamado. ¿Usted no lo ha sentido? -Sí que lo hemos sentido. -Pues me ha dado un palo y me ha dejado doblado. ¡Ay, que me duele! Lo cogieron por los brazos, lo llevaron a la mesa y lo sentaron en otra silla que no era la suya. -¡Ay, qué palo más grande me han dado! Como que si lo cogiera... Cogió el tenedor. -Mire usted, si lo cogiera le haría así, ¡toma, toma!... Y fue cortando la perdiz y se la comió. Y dice el capitán a los amigos: -¿Véis, no os dije que era muy gracioso?

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Otro día se va con el capitán de cacería y se lió a llover mucho y no podían seguir con tanta agua como caía. Vieron una casita y se acercaron. Allí vivían dos viejecitos, un viejo y una vieja, que le dijeron que se quedaran allí esa noche. La vieja puso un colchón en el suelo y se acostaron. Los viejos estaban comiendo gachas y les sobró una poquita. Ellos, aunque tenían mucha hambre, les dijeron que no tenían ganas. Pero estaban esmayaítos. La casa era una sola habitación y en un rincón tenían la cama los viejos y en otro les pusieron a ellos el colchón. El viejo y la vieja se acostaron, ellos también, y vieron que en la pared tenían un pedazo de jamón colgado. Y dice el asistente: -Capitán, capitán, yo tengo mucha hambre. Me voy a levantar y me voy a comer las gachas que les han sobrado. Y a usted, si quiere, le traigo el pedazo de jamón. -Bueno. Se levantó el muchacho y cogió el pedazo de jamón y las gachas. Como la casa estaba a oscuras y no sabía por dónde iba, se fue para la cama de los viejos y chocó con ellos. A la mujer, por moverla, pues se le fue un pedo y al soldado no se le ocurre otra cosa que decir: -No hace falta que sople, mujer, que ya están frías.

Las tres hermanas y el cura INFORMANTE: Antonia González Navarro

Eran tres muchachas que fueron a un pueblo a buscar trabajo. Por la carretera se encontraron a un cura: -Buenas tardes. ¿A dónde van ustedes? -Vamos a buscar trabajo al pueblo. -¿Y vais a regresar esta noche? -No, vamos a dormir en una pensión. -Pues yo también me voy a quedar en una pensión. ¿Tú cómo te llamas? –le preguntó a una de ellas. -Huy, padre, yo tengo un nombre muy feo, no se lo digo. -Hija, dímelo, que todos son nombres de santos. -Ay, no, que es muy feo.

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-Venga, sí, dímelo. -Bueno. Mire usted, padre, yo me llamo Cagarquiero. -¿Cagarquiero? -Sí, padre. -Pues mira, es muy bonito –le dijo para disimular, y se dirigió entonces a la otra: -¿Y tú? -¿Yo? Mi hermana se lo ha dicho, pero yo no, que tengo un nombre feísimo. -Ay, pues dímelo, que es nombre de santo. -Que no, padre. -Venga, dímelo. -Bueno, pues yo me llamo Quemecago. -Muy bonito que es –y miró ahora a la más chica: -¿Y tú? -Yo sí que no lo digo. -¿Por qué? -Porque mi nombre es muy feo. -Pues el de tu hermana no es tan feo como decía. Dímelo, anda. -Yo me llamo Yacagué. -Pues mira, muy bonito que es. Siguieron caminando y llegaron al pueblo. Se colocaron todos en la misma pensión, las niñas todas en un cuarto y el cura en otro, y cuando cenaron se acostaron. Y al rato dice el cura: -Yo voy a llamar a las muchachas, que no tengo sueño y así me quedo un ratito charlando con ellas. Y empezó a golpear en la puerta gritando: -¡¡Cagarquiero, Cagarquiero!! Las muchachas no contestaban, así que el cura pensó que no estaban y se fue. Al rato fue otra vez y llamó a la otra hermana: -¡¡Quemecago, Quemecago!! Y las niñas calladas. Y el cura se fue otra vez a dormir. La chica se levantó en ese momento: -¡Ay, qué dolor de barriga tengo! ¡Aaayyy, que hago del cuerpo! Y la hermana que la escuchó le dice: -Pues sal ahí fuera y haz donde primero pilles.

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En el patio de la pensión estaban durmiendo unos arrieros con sus bestias y tenían por allí todas sus cosas. La chiquilla se levantó y cogió el sombrero y la bota de un arriero y los llenó. Y se volvió a acostar. El cura se volvió a levantar y llamó otra vez a la puerta de las muchachas, pero dirigiéndose a la chica: -¡¡Yacagué, Yacagué!! En ese momento se levantó el arriero y le gritó: -Me cago en la madre que te parió. Has estado toda la noche con “cagar quiero, que me cago” y ahora que dices que ya has cagado, te lo haces encima de mis cosas. Cogió el arriero un palo y empezó a pegarle al cura hasta que este cuento se acabó.

La apuesta INFORMANTE: Antonia González Navarro

Había una vez un matrimonio. La mujer era muy guapa y no salía a la calle porque le echaban muchos piropos. Y a ella no le gustaba. Un día, el marido se fue al casino con los amigos y uno que era muy fanfarrón le dice: -Pues yo me acuesto con la mujer que encarte. Y el marido le contestó: -Pues yo estoy seguro de que con mi mujer no te acuestas. -Yo me acuesto con tu mujer y con toda la que se me antoja. -Pues vamos a hacer una apuesta a ver si te acuestas con mi mujer. -¿Qué nos vamos a poner? -Nos vamos a poner la vida. -Vale, la vida. -Dentro de cinco días nos juntamos aquí y tú me tienes que dar señal de cómo es mi mujer. -¡Muy bien! El marido fue a su casa y le dijo a su mujer: -Mira, me voy de viaje y voy a estar cinco días sin venir. -Vale –dijo la mujer.

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El otro hombre estaba en la puerta de la casa mirando a ver si salía la mujer por los balcones o a la puerta, pero no la veía, cuando pasó una anciana y le dijo: -¿Qué te pasa que estás mirando por la ventana y por el balcón, hombre? -Mire, abuela, me he apostado la vida que me acuesto con la mujer de este hombre. -No te preocupes. Mañana te doy yo noticias del cuerpo de ella. La abuela llenó un canasto con huevos y un ramo de flores y llamó a la puerta diciendo: -¿Cómo estás? Yo soy hermana de tu madre y te he traído estos huevos. ¡Cuánto tiempo sin verte! -Yo no la conozco, pero si usted dice que es hermana de mi madre... Cenaron y luego se fueron a acostar. La mujer iba a acostar a la anciana aparte, pero esta dijo: -Ay, yo no me puedo acostar sola, yo contigo. Y la mujer, por no disgustarla, le hizo caso. Se acostaron y cuando la mujer se quedó dormida la anciana empezó a mirarla para descubrir detalles de su cuerpo. Y, ya por la mañana, dijo: -Me voy, hija, ya vendré otro día. -Cuando usted quiera. La anciana buscó al hombre y le contó lo que había visto: -Mira, en el pecho derecho tiene un lunar y se ha puesto un camisón celeste con el nombre del marido. Pasaron los cinco días y el marido volvió. Fue al casino y el otro le contó que se había acostado con su mujer. -¿Y qué señales me puedes dar? -Mira, en el pecho derecho tiene un lunar y se pone un camisón celeste con tu nombre. -Pues es verdad. Yo he perdido. -Pues tal día te tengo que matar. Y el marido se fue para su casa. La mujer le preguntó: -¿Te pongo de comer? -Déjame, déjame. -¿Qué te pasa?

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-Que te retires de mi vera. Y se fue. Ella se enteró por una vecina de lo que había pasado, así que fue a comprarse unos zapatos y sólo se puso uno. Y después se fue donde iban a matar al marido. Había mucha gente en el lugar para presenciar la muerte y ella se puso al lado del hombre que había ganado la apuesta y le dijo: -¡Ay, ladrón! -¿Qué te pasa? –le preguntó la gente. -Que este ladrón me ha quitado el zapato. -A ver, ¿por qué le ha quitado usted el zapato a esta señora? -Pero si yo no me he arrimado a esta señora nunca, si no la conozco de nada. -Pero... ¡si usted le ha quitado el zapato! -¿Yo? Les repito que no la he visto en mi vida. -Entonces, ¿cómo va diciendo por ahí que usted se ha acostado conmigo? Y todos los que estaban allí gritaron: -¡Venga, que lo maten a él! Soltaron al marido y lo mataron a él.

El enterrador INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esto era un enterrador que había en Jimena. Era muy mayor, tenía una casa muy sucia y vivía muy malamente. Cuando se moría alguien, le echaba sólo un poquito de tierra y cuando se iba la familia lo desenterraba y le quitaba los zapatos, porque antes se enterraba a la gente con los zapatos, y además nuevos. También le quitaba la ropa para los hijos, para la mujer o para él. En fin, que era una gente muy baja, muy sucia. Había una mujer maestra barbera que era viuda y tenía cuatro hijos. Eran de clase media, estaban bien. Tenía una barbería donde trabajaban los tres varones y una hembra que tenía. La mujer amasó una torta con azúcar y aceite y la llevó al horno. Más tarde fue a por la torta, pero la mujer del horno se

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equivocó y le dio la del enterrador. Después vino el enterrador y se llevó la de la barbera. El enterrador dijo: -Esta no es mi torta. -Pues entonces –dijo la panadera- la suya se la ha llevado la maestra barbera. Fueron a su casa y se encontraron que ya se la habían comido. Y con todo esto que pasó le sacaron una copla en el pueblo: Decían los cuatro hermanos:

Estas sí que son fatigas, a muerto me está a mí oliendo

lo que tengo en la barriga. Después que se la comieron

y tan buena les sabía, todos estaban provocando

y de asco se morían. ¡Ah! Y el enterrador se comió la torta de la maestra barbera.

El pedacito de pan INFORMANTE: Jacinto Coronil Sarria

En los años de las hambres, como hubo tanta hambre, pues llegó un hombre que iba cogiendo tagarninas a un cortijo y... -Hombre, ¿no tendrían un pedacito de pan? -Tome usted. Le da la telera y corta una chispita y el otro le dice: -Corte usted más. -No, si el mío es el de abajo.

Las rebanadas de pan-1 INFORMANTE: Francisco Pérez Sánchez

Hacía tantos días que los chiquillos no comían nada que un día que el padre pudo recoger un pan todos se volvieron locos, pero para tener para todos tuvo que cortar las rebanadas muy finitas. Entonces va el más chico y le dice: -Papá, mira, que esta rebanada es muy finita.

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-Hijo, es que hay que mirar por el día de mañana. El niño se puso a mirar por la rebanada y le contestó al padre con un poquito de guasa: -Es verdad, por aquí veo hasta el día en que me voy a casar.

Las rebanadas de pan-2 INFORMANTE: Jacinto Coronil Sarria

Cortaban el pan tan finito para que hubiera para todos. Y un niño se puso la rebanada delante de la cara y le dijo a su padre: -Papá, ¡que te veo y no quisiera verte!

El cafelito INFORMANTE: Jacinto Coronil

Un señor que llegaba todas las mañanas a un bar: -¡Un cafelito! -Se toma su café y al otro día otro y al otro día otro cafelito. Le dice el camarero: -Ahí tiene usted uno de ayer. -Pues quítelo, que ya estará frío.

Poner una bombilla INFORMANTE: Andrés Pérez

Uno muy flojo entró en una casa y le dicen: -Ven acá, que me vas a ayudar a poner una bombilla. No tenían escalera y dice: -Te voy a coger yo en los hombros y, mientras, tú pones la bombilla. Y el otro allí quieto. -Chiquillo, ¿qué haces? -Esperando a que me des vueltas.

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El que fue a por tres pavos INFORMANTE: Jacinto Coronil

Había uno que se dedicaba a corredor: te vendo, te compro, y lo mandaron a por tres pavos. Y de los tres sólo entregó dos. Y le decía el dueño de los pavos: -Yo te he mandado a por tres. -Pues tres. -Pues aquí na más que vienen dos. -Pues dos. Y de ahí no salían. Y no salieron.

Un huevo frito para siete INFORMANTE: Pedro Gómez Moreno

Llegó otro día el padre y les dijo: -Hoy nos vamos a comer un huevo frito. Pone el huevo frito encima de la mesa y ellos eran siete y el huevo uno solo. -Vamos a comérnoslo al estilo de Semana Santa, con el ritmo del tambor. Cogió una sopita en la mano cada uno y cada vez que el padre decía “pom”, un niño mojaba en el huevo. Y cuando llegó el turno del padre, en vez de hacer “pom”, se escucha el redoble: -Porromporromporrompompón. Y comió el padre más que ninguno.

Juanillo el aceitero INFORMANTE: Antonio Gil Ríos

Era uno de Estepona que de apodo lo llamaban “el Juanillo”. Su familia se dedicaba a traer aceite desde los molinos hasta el pueblo y por eso les decían “los aceiteros”. Pues bien, a Juanillo el aceitero le dio por dedicarse a comprar gallinas para después venderlas, es decir, que era recovero.

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Un día le compró una gallina a una mujer y se la llevó a su casa. Al rato de llegar se le murió. Entonces no tuvo más remedio que ir a la casa donde la había comprado para decirle lo que había pasado y a devolverla para que le diera el dinero, porque le había costado nada más y nada menos que un duro. La mujer le contestó: -Mira, si se te ha muerto la gallina, yo no sé nada, así que no te puedo devolver el dinero. Pasó el tiempo y llegaron los carnavales. Juanillo era un chirigotero bueno y no tuvo otra idea que sacarle una copla a la mujer que le vendió la gallina. Todavía me acuerdo que decía así:

Juanillo el aceitero, como ya todos sabemos,

se dedica a la recova. En la calle Caravaca

había comprado una polla, no pasó ni media hora

cuando observó con sorpresa que la polla al muchacho

se le había quedado muerta. Se dirigió a la casa

donde la polla compró para que le dieran un duro

que era lo que le costó, pero entonces aquella mujer le contestó con franqueza: “yo me quedo con el duro

y tú con la polla tiesa”.

El marqués y su criado INFORMANTE: Miguel Órpez

Le dice el marqués a su criado: -Llévale estos tres higos al obispo. Y coge la burra y cuando va a de camino dice: -¡Ay, qué higos más hermosos! Yo me voy a comer uno.

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Se come un higo y cuando va a llegar dice: -¡Ay, qué higo más hermoso! Y yo con tanta hambre. ¡Me voy a comer otro! Cuando llega, le da la nota al obispo y dice: -Señor obispo, que el marqués me da esto. -Pero, bueno, en la nota dice que me manda tres higos y aquí no viene nada más que uno. -Es que me lo he comido. Y dice el obispo enfadado: -¡No reventaras! -¡Como no sea con este! Y se comió también el tercero.

El forastero y los muertos de Jimena INFORMANTE: Alfonso Pérez Sánchez

Una vez llegó a Jimena un forastero y, como se emborrachó, empezó a decir: -Aquí, en Jimena, los muertos no valen ni un duro. La gente lo escuchaba, pero él seguía: -Vamos, eso lo digo yo aquí y en la puerta del cementerio. Dicho y hecho. Se fue a la puerta del cementerio y siguió gritando. Entonces, uno del pueblo, harto ya de escucharlo, cogió una porra y le pegó dos palos. Y el borracho se quedó muy quieto diciendo: -Me cago en diez, no sabía yo que aquí enterraban a los muertos con los bastones y tó.

La capa enganchada INFORMANTE: Alfonso Pérez Sánchez

Antes los chiquillos jugaban en el cementerio y se apostaban a ver quién tenía más valor. Uno que consiguió entrar en el cementerio después de darle muchas vueltas a la cabeza, quiso demostrar que había estado allí.

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-¿Qué hago yo para que vean que es verdad que he llegado? Tengo que dejar alguna señal. Y, como llevaba un martillo y algunos clavos, pues clavó uno en la puerta del cementerio y, cuando se iba a volver para atrás, salió corriendo y notó que le tiraban de la capa. Al llegar donde los otros les dijo que alguien lo había cogido de la capa dentro del cementerio, pero que él había mirado y que no había visto a nadie. Y era que con el mismo clavo se había cogido la capa. Y creo que se murió de eso, le dio una impresión y se murió.

El capitán y su asistente INFORMANTE: Antonia González Navarro

Esto era un capitán que tenía un asistente muy gracioso y a todas partes lo llevaba porque se reía mucho con él. Y un día iban los dos, el capitán delante y el asistente detrás. El capitán se tiró un peo y dice: -Si me traes el peo te doy un mes de permiso. Y contesta el otro: -¡Bueno! Pero el muchacho pensaba: “¿Cómo le llevo yo a este el peo?” Y venga a pensar. Y a los tres o cuatro días, va y dice: -Mi capitán, ¿me da usted su permiso? -Pasa, pasa. -Ya le traigo el peo. -Adelante me traes el peo? -Sí. -A ver, pues venga. Y hace: “Puuum”. Otro día le dice el capitán: -Mira, asistente, coges y le llevas al comandante esta cajita con este regalo. Le puso una esquelita que decía: “Ahí lleva usted tres brevas de las primeras que ha echado mi higuera”. El asistente se va con su cajita y por el camino la abre y ve las tres brevas tan buenas y dice:

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-Yo me voy a comer una. Al rato dice: -Anda, con lo buenas que están las brevas... ¡Yo me voy a comer otra! Y se la comió. Y llegó donde el comandante. -Comandante, de parte del capitán que tome usted. El comandante abrió la caja y vio aquella breva tan buena y leyó la esquela, y dice: -Pero, bueno, si dice que hay tres brevas, ¿cómo que sólo hay una? -Pues una. -Pero, ¿cómo una, si dice tres? -Pues tres. -Es que no se explica usted. Dice tres y viene una. ¿Cómo se ha podido usted comer esas brevas? -No, yo no me las he comido. -¿Cómo que no? Dígame, ¿cómo se las ha podido comer usted? -Así. Y cogió la breva que quedaba y se la comió. Otro día dice el capitán a unos amigos: -Mirad, tengo un asistente muy gracioso. Hoy nos lo vamos a llevar a un bar y nos vamos a reír con él. Eran dos amigos, el capitán y él. Llegan al bar y en el bar daban comidas. Y dice: -Pon cuatro cubiertos, pero en el de aquel muchacho no pongas comida. A cada uno de los otros le puso una perdiz. Todos hablaban pero no se comían la perdiz. Y él mirando que en su plato no había nada. Y ya no pudo aguantar más y dice: “¿Qué, qué?”. Y sale corriendo para la calle gritando: “¡Ay, ay!”. Y sale el capitán y el otro y el otro: -¿Qué te ha pasado? -Que ha venido un tío y me ha llamado. ¿Usted no lo ha sentido? -Sí que lo hemos sentido. -Pues me ha dado un palo y me ha dejado doblado. ¡Ay, que me duele!

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Lo cogieron por los brazos, lo llevaron a la mesa y lo sentaron en otra silla que no era la suya. -¡Ay, qué palo más grande me han dado! Como que si lo cogiera... Cogió el tenedor. -Mire usted, si lo cogiera le haría así, ¡toma, toma!... Y fue cortando la perdiz y se la comió. Y dice el capitán a los amigos: -¿Véis, no os dije que era muy gracioso? Otro día se va con el capitán de cacería y se lió a llover mucho y no podían seguir con tanta agua como caía. Vieron una casita y se acercaron. Allí vivían dos viejecitos, un viejo y una vieja, que le dijeron que se quedaran allí esa noche. La vieja puso un colchón en el suelo y se acostaron. Los viejos estaban comiendo gachas y les sobró una poquita. Ellos, aunque tenían mucha hambre, les dijeron que no tenían ganas. Pero estaban esmayaítos. La casa era una sola habitación y en un rincón tenían la cama los viejos y en otro les pusieron a ellos el colchón. El viejo y la vieja se acostaron, ellos también, y vieron que en la pared tenían un pedazo de jamón colgado. Y dice el asistente: -Capitán, capitán, yo tengo mucha hambre. Me voy a levantar y me voy a comer las gachas que les han sobrado. Y a usted, si quiere, le traigo el pedazo de jamón. -Bueno. Se levantó el muchacho y cogió el pedazo de jamón y las gachas. Como la casa estaba a oscuras y no sabía por dónde iba, se fue para la cama de los viejos y chocó con ellos. A la mujer, por moverla, pues se le fue un pedo y al soldado no se le ocurre otra cosa que decir: -No hace falta que sople, mujer, que ya están frías.

Mundo, mundo INFORMANTE: Andrés Pérez Sánchez

Era un hombre que se murió y lo pusieron en su casa para el velatorio. La mujer del difunto no paraba de decir:

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-¡Mundo, Mundo!, que te los llevas uno a uno y de los mejores. La gente que estaba acompañándola asentía con la cabeza y, mientras tanto, un gato iba y venía llevándose unos boquerones que tenía la mujer en un plato. Cada vez que pasaba el gato, la mujer volvía a decir dándose golpes de pecho: -¡Mundo, Mundo!, que te los llevas uno a uno y de los mejores. El gato volvía a pasar y ella repetía lo mismo: -¡Mundo, Mundo!, que te los llevas uno a uno y de los mejores. Y es que el gato se llamaba Mundo y ella veía que la estaba dejando sin los boquerones más grandes. Pero la gente, que no se daba cuenta y creía que se refería al difunto, le decía que sí con la cabeza y la volvía a acompañar en el sentimiento.

El sastre y su aprendiz INFORMANTE: Andrés Pérez Sánchez

Antes salían los sastres por el campo a cortar y a hacer los trajes y siempre, igual que los barberos tenían sus ayudantes, que eran chiquillos, los sastres también tenían los suyos. Unos ayudantes o aprendices que cuando se ponían a cortar cortaban más con la boca que con las tijeras. Pues había un sastre que nunca dejaba a su aprendiz que comiera lo que le ponían en las casas. Y le dice un día el aprendiz a la dueña de la casa donde habían ido a trabajar: -Cuando usted vea que el maestro está cortando, tenga cuidado porque le puede dar un ataque de alferecía. La mujer preparó un rato más tarde un pepito de leche migá y le dijo al sastre: -Llame usted al niño. -No, al niño no le gusta la leche cocida. Y se lo tomó todo él solo. Al rato, mientras el sastre estaba cortando, le dice la mujer: -Siéntese usted, no vaya usted a caerse. -¡Pero si a mí no me pasa nada! -Sí, a usted le entra la alferecía.

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-¿Quién le ha dicho a usted eso? -El niño. -Niño, ven acá. ¿A ti quién te ha dicho que me entra la alferecía? -El mismo que le ha dicho a usted que a mí no me gusta la leche cocía. Y de esta manera el muchacho hizo ver a su maestro lo que pasaba.

El soldado y las morcillas INFORMANTE: Andrés Pérez Sánchez

Un soldado volvía para su casa esmayaíto perdío y pasó por una casa. Total, le dijeron que se quedara allí y cuando se acostó vio unos palos llenos de morcillas colgando. ¡Ojú! En cuantito se quedaron dormidos los de la casa, él cogió el macuto y se puso a hacer como si desfilara mientras iba cogiendo las morcillas: -Un, dos, un, dos... Y cuando cogió el morcón dijo: -Tú, so melón, a la fila. Hasta que llenó el saco.

La apuesta de los sueños INFORMANTE: Francisco Pérez Sánchez

Se juntaron un día tres amigos y quedaron en que el que llegara más lejos en un sueño se podría comer el único huevo que tenían. Y, cuando despertaron, cada uno explicó lo que había soñado: -Yo he estado en Alemania. -Pues yo he ido adonde hierran a las moscas. -¿Y tú, dónde fuiste? -Yo, como os fuisteis tan lejos, me quedé aquí guardando el huevo frito y no tuve más remedio que comérmelo.

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El arriero y la leña

INFORMANTE: Francisco Pérez Sánchez

Había un arriero que tenía fama de bruto y, acercándose los fríos, se subió al monte a recoger leña. Después de echar varias cargas en el burro vio que todavía le quedaban y decía: -Esta leña me la tengo yo que llevar. Voy a hacer otro haz, me la echo yo a cuestas y así, de esa manera, no la lleva el burro encima. Y allá que iba. Se echó a la espalda el haz de leña y, por el camino, se montó en el burro. Y se encuentra con uno que le dice: -¿Dónde vas con tanta leña y subido en el burro? -Es para que él no lleve tanto peso. De algo le tenía que venir la fama.

Quedarse sin padre o sin sopa INFORMANTE: Francisco Pérez Sánchez

Era una familia con tres hijos que pasaban mucha hambre. Un día, el padre los echó a que los socorrieran y así pudieron recoger unos pedacitos de pan. Cuando el padre llegó a la casa, hizo unas sopas cocidas que no veas, con muy poco aceite pero con mucho pan. Claro, los niños chicos no tenían la dentadura tan buena como el padre y este se puso pim pam, pim pam con la cuchara. Y los angelitos querían coger algo porque veían que el padre se lo estaba comiendo todo, hasta que en una de esas, como el pan no estaba bien hecho, pues se le fue una miga y el padre se quedó medio muerto. Y en ese enmedio los niños se pudieron comer la sopa. Cuando el padre volvió en sí, dice: -Hijos, habéis estado expuestos a quedaros sin padre. Y los niños contestaron: -Y sin sopa, papá, y sin sopa.

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El arriero y los nombres de sus burros

INFORMANTE: Francisco Pérez Sánchez Era un arriero viejo que tenía cuatro burros. Uno se llamaba Ojalá, otro Alegría, otro Contento y una burra que se llamaba Pena. El primero se estaba muriendo y el hombre decía en voz alta desde dentro de su casa: -Ojalá, no te mueras, que me dejas con Alegría y Contento y tengo que vender la Pena para enterrar tu cuerpo. Y los vecinos, que lo escuchaban desde la calle y desde sus casas, pues pensaban que se refería a otras cosas.

La mujer que besó al cura INFORMANTE: Andrés Pérez Sánchez

Iban dos mujeres por la calle cuando se encontraron con un cura y una de ellas fue y le dio un beso en la cara al cura. Y le dice la otra: -¿Le vas a dar un beso al cura? La otra le contestó: La madre que me parió a mí parió a la madre del cura que va ahí. Y es que el cura era su hijo.

La herencia está en el patio INFORMANTE: Martín Cano Vera

Un matrimonio tenía varios hijos. Los padres eran muy mayores y el padre estaba ya muy malo, estaba dando la voceá, se iba a morir, así que reunió a los hijos y les dijo: -Os he reunido aquí para repartir las tierras que tengo. Al mayor le voy a dejar diez, al otro cinco, al otro cuatro y al chico tres.

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Los hijos se miraron como diciendo que ellos nunca habían visto más tierras que las del patio de la casa, y dice entonces el más chico: -Papá, ¿y dónde tiene usted esas tierras que nunca las hemos visto? Y el padre le contestó: -Ahí en el patio las tenéis, lo único que el que quiera conseguirlas tiene que cavar y así, para abajo, para abajo, las encontrará. Y el que quiera más, que cave hondo.

(CONTINÚA EN EL VOLUMEN II)

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INFORMANTES

Nombre

Año de nacimiento

Alfonso Pérez Sanchez 1923 Francisco Pérez Sánchez 1933 Andrés Pérez Sánchez 1929 Pedro Gómez Moreno 1929 Jacinto Coronil Sarria 1927 Martín Cano Vera 1930 Antonia González Navarro 1914 Catalina Caballero Ayala 1930 Lorenzo García Domínguez 1926 Ana Pérez Navarro 1930 Federico Sánchez Tundidor 1956 Antonio, guarda huerta Esquivel c. 1930 Antonio Gil Ríos 1949 Miguel Órpez (n. en Martos, Jaén) 1940

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ESTE ES UN LIBRO INACABADO

Seguramente, el lector estará pensando que otros muchos textos podrían haberse incluido en este libro. Claro que sí. Algunos los hemos dejado para un próximo volumen, pero otros no nos los llegaron a contar.

Por eso, con objeto de completar el repertorio de la zona, animamos a realizar un pequeño esfuerzo memorístico o un sencillo trabajo de campo en su entorno más cercano y a ponerse en contacto con la Asociación LitOral, donde clasificaremos sus textos y les daremos difusión en próximas ediciones.

No olvide recoger datos referentes a la persona informante (nombre y apellidos, lugar y fecha de nacimiento...), así como aportar sus propios datos personales para incluirle como colaborador de la obra.

CONTACTO: Asociación LitOral

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