Download - Los imaginarias 1
Los ImaginariasLee. Vive. Imagina. Escribe
Muérete de risa, LimaPayaso callejero por un día
El cronista y reporteroLuis Miranda responde El Barón rampante
La novela favorita de Juana Gallegos
REV
ISTA
DE
PER
IOD
ISM
O Y
LIT
ERA
TUR
A
Lima Año 1 Número 1 Noviembre 2010
Michael Jackson es peruano
FotogaleríaYo fui ImaginariaTestimonio de un ex alumno del Leoncio Prado
Cuentos• Dame la mano
• Eme ataca la ciudad• El bar del tuerto
. . .
. . .
¿Prensa o televisión, escribir o reportear?
Año 1 / Número 1 / Noviembre 2010
Comité Editorial
Diagramación e Ilustración
Editores Gráficos
¿Quieres ser un imaginaria?
Asesor
Alfredo Pérez AndradeJesús Herrera Matos
César Pineda RodríguezIngrid Palomino Velarde
Ingrid Palomino Velarde
Omar Alva CastilloJuan Pablo Ayala
Miguel Patiño
Envíanos tus textos, fotografías, crónicas, propuestas, comentarios u opiniones a:
Esta revista fue imaginada, escrita, vivida y
creada por el Comité Editorial, pero no existiría
sin el apoyo y confianza del decano de nuestra
Facultad R.P. Johan Leuridan Huys.
Dedicado a nuestros amigos que ya no están en estas aulas con nosotros: Sebastian y Mikail.
Búscanos en
Foto Omar AlvaLos Imaginarias 2
ÍNDICE
Carta
Al amigo que perdí
Pág. 15
Muérete de risa, LimaPág. 6
Crónica
Testimonio
Soñando en imaginariaPág. 10
Lado APág. 13
Fotogalería
Michael Jackson es peruanoPág. 14
LibroEl túnelPág. 22
La última
A una semana de egresarPág. 27
Artículos
¿Prensa o televisión?
Pág. 18
Pág. 20
Pág. 23
Cuentos
Eme ataca la ciudadPág. 24
Pág. 25
Pág. 26
Mi novela favorita: El
barón rampante
Bécquer y la mujer del
balcón
Dame la mano
El bar del tuerto
Los Imaginarias 3
Colaboradores
Arkadi Landeo Aliaga.
Estudiante de periodismo.
Aprendiz de literato. Defensor
de la libertad individual, con la
convicción de lograrlo solo en
unidad y hermandad.
Freddy Garay.
Estudiante de Ciencias de la
Comunicación. Futuro publicista.
Aficionado al skate. No le gusta la
hipocresía ni los fanfarrones.
Juana Gallegos.
Reportera del semanario político
“Hildebrandt en sus trece”. Le
gusta leer libros en los buses en vez
de dormir o mirar por la ventana.
Orgen Tigasona.
Estudiante de periodismo. Se
pasa algunas noches leyendo
novelas pero no tiene la más
mínima intención de escribir
alguna.
Juan Pablo Ayala.
Cursa el noveno ciclo. Su adicción es
la música y su pasión la fotografía. Se
declara como un errante observador
que busca temas para investigar y
plasmar, en palabras o imágenes.
Luis Miranda.
Ha sido cronista de El Mundo y Somos.
Actualmente es reportero del programa
de televisión Cuarto Poder. Sus mejores
crónicas han sido publicadas en el libro
El pintor de Lavoes.
Omar Alva Castillo
Ilustre desconocido. Octavo ciclo.
Con las baterías bien cargadas,
cámara en cuello y el dedo siempre
listo, atraviesa las calles y capta lo
que nadie más ve.
José Miguel Silva.
Estudiante del último ciclo de
periodismo. Ha practicado en cuatro
lugares. En todos dejó un recuerdo
muy ingrato. Acaban de contratarlo
en la web del diario La República.
Leonardo Ledesma.
Edita una revista de mujeres y trabaja
en una productora de comunicación
llamada CSI. Su padre es blanco y su
madre negra. Duerme hasta tarde y le
gustan los cigarrillos rubios.
Los Imaginarias 4
Patrick Adán Candia.
Escribe porque le ayuda a desfogarse del
mundo, le ayuda a explorar sus otros yo,
porque piensa que hay más personas
dentro de su ser. Tiene tres blogs pero
no los actualiza constantemente, y a
pesar de todo aún subsisten.
Carta de los editores
Los Imaginarias
Esa mañana no nos había levantado la diana, sino el despertador. A una cuadra de la universidad, un imaginaria
-de la revista y ex alumno del Leoncio Prado- nos da la noticia.
-¡Ha ganado el Nobel!
- ¡Vargas Llosa!
-¡Sí!
Sonrisas, abrazos. Estábamos alegres como si uno de nosotros o un amigo en común hubiera ganado, pero en
realidad sí lo conocíamos muy bien: habíamos leídos sus novelas. Y todavía hoy, que es el cierre de esta revista,
más alegría aún. Entonces nosotros que nos declaramos vargasllosianos, vamos a la casa y tomamos nuestro
ejemplar de La ciudad y los perros de 1967 en la que tiene un mapa de Lima del año 1962 y lo abraza con amor,
porque se le pueden salir las hojas.
***
El primer nombre que le dimos a esta revista fue Los Inconquistables, después fue Los Cachorros hasta que nos
quedamos con Los Imaginarias. ¿Por qué llamar así a esta revista de periodismo y literatura?
Imaginaria. Del latín imaginarĭus. Adjetivo que solo existe en la imaginación. Vigilancia que se hace por turno
durante la noche en cada dormitorio colectivo. Y esto es lo que hacía MVLL cuando estaba en el colegio militar
Leoncio Prado:
“Leía en los recreos y a las horas de estudio, durante las clases disimulando el libro bajo los cuadernos y me es-
capaba del aula para ir a leer en la glorieta junto a la piscina, y leía, en las noches, en mis turnos de imaginaria,
sentado en el suelo de las blancas losetas desportilladas, a la rala luz del baño de la cuadra”.
***
Somos nóveles, nuevos, principiantes, en otras palabras, unos perros. Mejor dicho, unos cachorros en la
profesión de escribir y ser leídos. Y esta no es la verdad de las mentiras, ni mentiras verdaderas, porque al
final de todo, lo único que nos quedarán son un puñado de páginas amarillentas y apolilladas, pero en el
recuerdo tendremos a Santiago “Zavalita” mirando la avenida Tacna sin amor saliendo del diario La Cróni-
ca; al sargento Lituma investigando un crimen lejos de una casa verde; a Pedro Camacho con peluca y es-
cribiendo para entrarse más en el personaje de sus radionovelas, y al Poeta corriendo por la Costanera,
buscando un amor, dejando atrás su colegio militar y escuchando los ladridos de unos perros callejeros.
Esta revista, tal vez, no hubiese existido sin esas historias que leímos durante tantos años, peor aún, tal vez ni
siquiera nos atreveríamos a escribir. Por eso estas páginas están blancas y esperan ser cubiertas de sus crónicas,
relatos y sus fotografías. Así que a leer, a vivir, a imaginar, a escribir. Sé un Imaginaria. *
Cuestión de nóveles imaginarias
Los Imaginarias 6 Los Imaginarias 7
Crónica Gonzo
Cucharita y Cascarita están sin sus trajes de colores y sin maquillaje, pero tienen la misma sonrisa de siempre. Son payasos callejeros, de los que suben de bus en bus, bromeando a los pasajeros, contando los mismos chistes. Debe ser un trabajo duro: hacer reír a esta ciudad. ¿Lima no sabe reír o cada vez se ríe menos?
Se disfraza y escribe Alfredo Pérez Andrade
P a y a s o ca l le jero por un día
Los Imaginarias 6
- Pensamos que ya no venías. ¿De verdad también quieres salir
con nosotros… ser payaso?
- Claroooooo -les digo con voz engolada, con el tonito de voz que
he practicado varias veces frente al espejo.
Caminamos unas cuadras hasta llegar a la plaza Dos de
Mayo. En una esquina sacan los trajes. El mío es de color verde
y naranja. Me pongo el chaleco que termina en dos puntas y el
pantalón ancho con tirantes. La gente pasa y se ríe. Me pasan un
espejo de bolsillo y esa pintura blanca que se untan en la cara.
Me la esparzo, poco a poco, con el dedo. Después, me ponen un
poco de rubor y me dibujan con un lápiz delineador una boca de
payaso. Me miro al espejo y sonrío. En qué cosas me he metido,
pienso.
- Ya casi eres un payaso.
- ¿Qué me falta?
- Subir a un carro…
Estamos los tres en el paradero esperando un bus
“bueno”: sin pasajeros parados. Algunos niños pasan y nos
saludan. Uno viene y se prende de mi pierna gritando: “¡Payaso,
payaso!”. Luz verde del semáforo. Cucharita y Cascarita suben a
un bus. “¡Niño, salte!”, le grito. “¡Payaso!”, chilla el mocoso. El
bus arranca. Cucharita, desde la puerta trasera, grita: “Señora,
coja a su mascota”. La madre del niño viene y lo jala. Corro al
bus que acelera cada vez más. El disfraz vuela con el viento.
Las personas del paradero se ríen de mi payasada que no fue
broma. Logro subir. Chibolo maldito, pienso. Cucharita y Cascarita
se ríen. ”Vamos, comienza. A ver si sirves para ser payaso. Es tu
debut”. Me palmotean la espalda. Con una frenada me voy hacia
adelante. Miro a los pasajeros. Ellos me miran. Respiro hondo y
paso saliva. Llegó la hora de ser payaso.
***
Buenooooo, hemos regresado por tanta llamada
telefónica. Antes usted tenía que ir al circo a ver a los payasos,
ahora los payasos vienen a ti. Acá, la señora oculta la cartera,
piensa que le voy a robar. No se preocupe, seño, yo antes era ratero.
Ahora ya no, me he retirado: es que hay mucha competencia.
Seis soles y un chocolate. Eso nos han dado por mi
debut. Dicen que lo hice bien, pero tengo que poner voz de
payaso. Ahora nos repartimos la paga. Dos soles cada uno y una
mordida. Estamos en la avenida Abancay. Han pasado 15 minutos
sin que algún bus nos quiera dejar subir. Siempre es así. Hay
cobradores que nos botan o choferes que no bajan el volumen de
la música. No respetan el trabajo. De pronto, se escuchan pitos e
insultos. Dos policías han atrapado a un ratero. Una señora le da
de carterazos y le grita: “¡Ahora pues, róbame! ¡Dime algo pues!
¡Payaso eres!”. Cucharita interviene como si estuviéramos en un
show: “No puesss, déjenlo trabajar al hombre. Se gana el pan con
el sudor de la frente, no ve cuánto ha corrido, está sudando”.
Transeúntes, policías, el ladrón y nosotros nos reímos, pero la
señora no cambia de cara.
Miren estas chicas hermosas que salen a pasear solas.
¿Señora, su esposo? No se avergüence. Es un ser humano. Acá
la señorita ha venido con su mascota. Flaco, te felicito porque
has elegido una chica linda. Has tenido suerte en el amor. Usted,
señorita, qué se va a hacer. Vive su realidad. ¿No pudo haberse
conseguido algo mejor?… A ver, hermano, siéntate para que dejes
ver el show. Siéntate al fondo que yo te voy a pagar el pasaje. No
se ría. Es la de verdad. Soy millonario, solo que me disfrazo así para
que no me secuestren.
Después de 15 soles y más de seis carros subidos, nos
vamos a almorzar a Gamarra. Estamos por la avenida Grau. Vamos
a cortar camino, dicen. Un pirañita se aparece aspirando terokal. En
su otra mano tiene una bolsa de caramelos. “Maldito drogadicto,
para tu porquería trabajas”, le grita Cascarita. Él se va sonriendo
con una mueca torcida, aspirando cada vez más, pensando que
fue un chiste.
La verdad es que la gente/ Detesta mi cara de payaso/asustado/Y sobre todo mi bolsillo/
siempre vacío y la oscuridad/en que me muevo entre destello/ y destello.
(Jorge Eduardo Eielson)
Los Imaginarias 7
Los Imaginarias 8
Doblamos una esquina. Es una calle larga con la
pista rota y están quemando basura. En los dos costados
del camino están apostados vendedores de cosas robadas y
chucherías. Siento que el agua me borra el maquillaje. Hay
personas durmiendo en la calle, tomando o peleando. “¿Dónde
estamos?”, pregunto. En Tacora, me responden. Tres hombres
están desmantelando un carro.
“¡Payasos!”, grita un vendedor de fruta por su
micrófono que funciona con batería de carro. Si no estuviera
disfrazado de payaso tal vez me robarían. Seguimos caminando
lento. Cascarita y Cucharita adelante, yo atrás. Hasta que un loco
con ropas sucias y pelo largo se para frente a mí y no me deja
avanzar. Me mira de arriba a abajo.
***
- Oiga, joven, ¿no se puede vestir un poco más serio?
- … soy payaso, señor.
- ¡Sí, es un payaso! Aprenda a vestirse.
Reír es parte de la vida. El dicho dice: “Ríe y te encontrarás con el
mundo, llora y te encontrarás solo”. Sal de tu casa y ríe. Ve a tu
trabajo y ríete. La mujer te saca la vuelta, ríete. Hay jóvenes que
se matan porque su enamorada los deja. A ver, señora, ¿usted
se mataría por su esposo? La señora dice no. Claro, si el vecino
la está correteando.
Comemos un menú de S/ 3.50. La sopa es agua verde
sin sabor y un lomo saltado sin carne. Cucharita cuenta que la
primera vez que hizo de payaso fue cuando tenía 24 años, hace
cinco años. Había renunciado a su trabajo de cobrador en un
micro, porque tenía una relación, de tres años, con una chica del
paradero final. Hasta que ella le propuso que deje a su esposa
y sus dos hijos. Sabía que le iba a hacer problema, por eso
desapareció. No encontraba trabajo. Pasaban los días hasta que
una mañana de julio se preguntó: “¿Y si me disfrazo de payaso
y vendo caramelos?”. Fue a comprar témpera blanca para
pintarse la cara y con un plumón indeleble se dibujó una sonrisa.
Subió a los micros y vendió todas las bolsas, pero cuando llegó
a su casa no podía quitarse el maquillaje. A los dos días se fue
a Gamarra donde compró tela de varios colores y le pidió a su
suegra, que es costurera, que le hiciera un disfraz de payaso.
***
-No llore, señorita.
-Cholo, ven para acá. Mira. La señorita está llorando
- ¿Sabes por qué llora? Porque tú le haces recordar a su primer
enamorado.
- Verdad, cholo.
- Oye sí, gracias.
- La señorita es simpática, hermosa. Sus ojos son dos luceros, su
boca es un coral, por eso cayó del cielo, linda bella y celestial.
La vela por ser vela se derrite de tanto arder, así se derriten los
hombres al lado de una bella mujer… ¿le gustó, señorita?… Sí…
yaaa… colabore.
Estamos en una cantina. “Sólo una chelita”, dice
Cucharita entrando. Está triste porque su esposa lo encontró con
la vecina en el baño y lo botó de la casa. Desde la radio suena la
canción El payaso de la orquesta Papilón: “No hay licor que me
ayude a saciar mi dolor / No hay mujer que me ayude a olvidar este
amor / estoy llorando, estoy sufriendo, ella se fueeeee…/ Llevo la
vida de un triste payaso que ríe por fuera y llora por dentro… Mis
amigos me ven sonreír pero no saben que estoy destrozado de
amor”. Cucharita mira el fondo del vaso y no habla. Quiere llorar,
pero no puede. No se arrepiente. “Es que mi vecina está buenaza”,
dice destapando otra botella. Solo una más, palabra de payaso.
Cucharita aprendió viendo a los payasos de la vieja
guardia. Los seguía en los micros. Se sentaba en la parte de atrás
y los escuchaba. Así fue aprendiendo lo que decían y trataba de
mejorar los chistes. A Cascarita le pregunto cómo se inicio. Se
queda mirando el suelo y su sonrisa desaparece. Se para de la
mesa y se va.
Crónica
Doblamos una esquina. Es una calle larga con la pista rota y están quemando basura. En los dos costados del camino están apos-tados vendedores de cosas robadas y chucherías. Siento que la garúa me borra el maquillaje. Hay personas durmiendo en la calle, tomando o peleando. “¿Dónde estamos?”, pregunto. En Tacora, me responden. Tres hombres están desmantelando un carro.
Los Imaginarias 9
***
- Lo que pasa es que si habla de esas cosas se va a poner
mal. Es que él se inició en un circo. Se enamoró de la
contorsionista y ella de él. El dueño del circo, que es el
padre de la chica, se enteró y lo botó.
Fabio, Cascarita, tiene 34 años de los cuales diez se
ha pasado haciendo reír. Es chato y gordo. En el año 92 vino
a Lima a concursar a un programa de cómicos ambulantes.
Pero perdió. De regalo le dieron una camisa John Holden.
Señores, buenas tardes. Estamos luchando de
esta manera. Haciendo reír sanamente. Somos padres de
familia. Voy a pasar por sus asientos. Levántame la moral
con una monedita. Lo que salga de tu corazón. No somos
ambiciosos. Puede ser cinco, diez soles… Gracias, señor, que
Dios te bendiga. Joven, usted, echa todo… gracias… que Dios
te bendiga, maestro ¿nada?.. que Dios te recoja… apura
pues, amiga, que por las puras no te he dedicado el poema.
Gracias… Señora, usted, gracias. ¿Ella es su hija? Sí, mucho
gusto, yo soy su nuero. A ver las hermanas Bernaola: una
flaca, la otra gorda, gracias. Flaquito, qué pasa, problemas
a ver cuéntame. Qué te ha pasado ¡Cómo! ¿Anoche? Dice
que anoche lo han violado… ¡gracias!
Hace dos años, caminando por la avenida Abancay,
estos payasos se encontraron. Y sentados en una mesa con
unas cervezas se enteraron de que eran vecinos y paisanos,
de Tumbes. Desde ahí salen juntos. Trabajan de once de la
mañana hasta las diez de la noche o a veces antes, si llegan
a los 50 soles que es su tope.
Cucharita subió ayer a un carro y solo sacó un sol
con veinte céntimos. En el otro, nada. Eso lo deprimió. Se
fue donde las peluqueras del centro comercial El Hueco
a enamorarlas. Se distrajo un rato y volvió a subir a un
bus. Sacó cinco soles. Así empezó a mejorar el día. “Los
pasajeros se dan cuenta si estás triste, cansado, cuando no
tienes ganas y así no da risa. A veces es cosa de mentirse a
uno mismo”.
En estos tiempos los contratan para despedidas de
solteros o para baby showers. Los niños de ahora ya no se
ríen de los
p a y a s o s .
Ahora su
público es
gente adulta.
C u c h a r i t a
piensa seguir
de payaso
cinco años
más, después
volverá a
Tumbes y
pondrá un
negocio.
Cascarita se quiere quedar como payaso. Quiere
morir riendo, a pesar de que ya no da risa. Ya son las nueve
de la noche. Los payasos se despiden. Se van hasta sus casas
en Mi Perú, Ventanilla. Yo también me voy. Los pies me duelen
y también la garganta de tanto gritar. He subido a más de 20
buses y nos han botado de más de diez. He tenido que cambiar
mi carácter introvertido a más suelto, de mi rostro sin gestos a
sonrisas exageradas, de mi caminada calmada a casi saltando,
de mi voz baja a una fuerte y graciosa. Y me voy con más de 30
soles en el bolsillo en monedas de 10 y 20 céntimos.
Me voy al paradero pero ningún bus me quiere llevar.
Corro hacia uno que ha parado a recoger una señora con
paquetes. Subo. La gente me queda mirando. El cobrador pide
pasajes.
- Cóbrate.
- No, no, cómo te voy a cobrar. Haz tu show.
- No, no. El show ya terminó. Aquí murió el payaso -le
digo mientras los pasajeros dan la última risa del día.
Los que han colaborado van a tener la vida eterna.
Nunca van a morir. Los que no han colaborado no pasan de
esta noche. Si se quiere salvar voy a pasar otra vez. ¡Gracias!
¡Áaaaaabreme por atrás! ¡La puerta de atrás! ¡Gracias! *
Crónica
Escrito y desvelado por Arkadi Landeo Aliaga
Aún recuerdo la etapa de colegio, sentado afuera de las cuadras, amarrando mis borceguíes, vestido con uniforme camuflado y con cinto blanco. Apenas bordeaba los quince años. Pero todas las historias y anécdotas que uno llega a vivir internado, son imborrables, indelebles. Al igual que Mario Vargas Llosa, también estudié en el Colegio Militar Leoncio Prado, también fui un “perro”-como se les dice a los de tercer grado-y viví a mi modo, una etapa de la que se podría escribir un libro, y un libro podría ser escrito por cada persona que estuvo internada en ese recinto, porque al ser una pequeña ciudad habitada por adolescentes y gobernada por militares, hay muchas historias interesantes que contar, como la de ser imaginaria.
Testimonio
Los Imaginarias 10Los Imaginarias 11
Dentro de la rutina que se sigue -todas
las actividades están contabilizadas- algunos
cadetes aprenden a exigirse menos, burlando la
práctica cotidiana, y haciendo su estancia quizá más
entretenida, por los riesgos de saberse en falta, por
la emoción de estar “cabreado” (término militar
usado para connotar esa burla al sistema impuesto).
Por lo general, casi todos los que han pasado por el
Colegio Militar se han “cabreado” alguna vez, porque
vives una edad caracterizada por la rebeldía: si te
dicen que tienes que correr en el estadio, analizas
tus posibilidades para “cabrearte” en el gimnasio,
si tienes que estar en los casinos, encuentras
el momento para “cabrearte” a las cuadras, del
comedor a los casinos, de las aulas al comedor, y
así...
Las jornadas más recordadas son los turnos
de imaginaria cuando el cadete hace de cuartelero,
y tiene que cuidar las cuadras de noche y dar
reportes a los oficiales sobre alguna novedad que
ocurra durante los turnos (como la pérdida de algún
objeto, si alguien se ha enfermado y lo han llevado
a enfermería o si se han escapado). En los turnos
de imaginaria aparentemente no sucede nada
interesante. El oficial de turno normalmente está
sentado sobre un escritorio, leyendo un periódico o
fumando un cigarro. Los imaginarias están parados
en la puerta de sus cuadras. El batallón de cadetes
se encuentra durmiendo, recuperando energías,
añorando el fin de semana. Sin embargo, aparte de
ellos, de noche nadie controla. Los demás oficiales
también duermen, excepto quienes están de turno,
que por la fría brisa de la Costanera y el silencio de
la noche, parpadean hasta que, en cierta hora, el
sueño les hace cerrar los ojos.
Otra historia comienza de noche. Los
imaginarias se dividen en cuatro turnos de dos horas
cada uno. Empiezan a las diez de la noche, terminan
a las seis de la mañana. Por lógica, el primer turno
es el más fácil. Los cadetes terminan de hacer sus
actividades y se van a dormir, algunos todavía están
en los baños lustrando sus borceguíes, algunos en
sus cuadras encerando el piso, acomodando su
ropero; otros -hay que enfocarnos en estos últimos-
están planificando visitar algún lugar que de día no
está permitido, y son quienes hacen su estancia más
entretenida. A la medianoche termina el primer
turno de imaginaria. A esa hora casi el noventa por
ciento se encuentra bajo sus frazadas, sin ruido
que los moleste hasta el toque de diana o el oficial
ordenando que se levanten. El segundo turno de
imaginaria es un poco más agotador, los imaginarias
son veinte por cada grado, dos por sección. En sus
momentos de ocio están jugando una partida de
ajedrez, fumando un cigarro o escuchando música.
En ese turno, los que antes estuvieron planificando,
salen de sus cuadras, en ropa ligera, buzo o pijama
con zapatillas y el capotín para el frío, portando
linternas, cigarros y quizá algo más.
Algunos no saben que el local donde está
ubicado el colegio fue mucho antes el cuartel “La
Chalaca”, y muchos mitos y leyendas urbanas se han
formado. Los monitores les cuentan a sus “perros”
la historia del “Loco Polichinelas” que está en el
techo de la peluquería y sale a hacer sus ejercicios
a partir de la medianoche. O la historia del cadete
sin cabeza que se cayó del cuarto piso del pabellón
conocido como La Siberia. En el segundo turno de
imaginaria es el momento adecuado para verificar
estas historias, embargados por la curiosidad, o
por el simple hecho de pasar un buen momento
haciendo asustar a algún incauto.
Estas leyendas ya forman parte de las
tradiciones que la historia ha formado en el
Leoncio Prado, y son transmitidas de generación en
generación. Casi todos quieren visitar La Siberia,
Testimonio
Los Imaginarias 12
que es un pabellón con infraestructura muy antigua.
Está en desuso, y se dice que hubo un incendio que
dejó el pabellón inhóspito. Las puertas de ingreso a La
Siberia están cerradas, y siempre hay tropas que cuidan
que nadie ingrese sin autorización. Se podría decir que
es el lugar prohibido que todos quieren conocer.
De hecho, en los segundos turnos de imaginaria
es cuando más visitas recibe La Siberia.Solo basta un
poco de ganas e imaginación para burlar los puntos
donde hay oficiales o tropas cuidando. Se entra por la
puerta principal donde está la banda, o trepando por el
lado posterior que da a la piscina. Como todo es oscuro,
se tiene que ir con linterna, esquivando murciélagos,
nidos de palomas y grafiteando las deterioradas
paredes para que quede grabada tu visita al pabellón
prohibido. Son cinco pisos, y desde la azotea se aprecia
Lima nocturna por un lado, y el Callao nocturno por
otro, lleno de luces. Se ve el faro de la Marina hasta la
cruz de Chorrillos, en un paisaje que hace valer la pena
el recorrido hasta ese lugar.
En las noches también están los malacateros,
trabajadores del colegio, choferes, mecánicos o
cocineros, que se recursean vendiendo golosinas a los
cadetes. El comercio se hace de noche porque está
prohibido, pero la necesidad los obliga a pasearse
por las cuadras bajo responsabilidad de ellos. Los
malacateros también tienen su historia en el Colegio
Militar Leoncio Prado, algunas tan desagradables que
prefiero no detallar, por respeto a las tradiciones. Había
algunos que fidelizaron a sus clientes nocturnos, como
El Diablo, un mozo cincuentón, que de día traía doble
ración de agua y frutas a cambio de zapatillas, ropa o
productos de limpieza nuevos como betunes, talcos,
etc. De noche El Diablo la hacía de malacatero y tenía
gente que le colaboraba y hasta le “guacheaba” si
venía algún oficial.
El tercer turno de imaginaria es el más pesado,
de dos a cuatro de la mañana. Son pocos los que se
levantan a esa hora. Hasta los cabreados ya están
vencidos por el sueño. Los mismos cadetes que están
de imaginaria muchas veces se duermen, sin ninguna
novedad a menos que esa noche esté de turno el
técnico Márquez, un subalterno muy respetado que
siempre pasa revista a los dormilones de los terceros
turnos, y les archiva papeletas, que acumulan faltas
para no salir el fin de semana por no cumplir con su
función de imaginarias.
Cuando se sabía que Márquez estaba de turno,
muchos preferían pagar a otros para que los cubran en
su servicio, pero eran pocos los que aceptaban, ya que
el sueño era pesado y muy cotizado.
El cuarto turno le servía al imaginaria para
ir avanzando con sus otras responsabilidades, como
tender su cama, sacar brillo al piso, arreglar su ropero,
etc. Un nuevo día comienza con el toque de diana,
que indica que las actividades rutinarias empiezan
nuevamente, dejando el saldo de ninguna novedad en
los cuadernos de supervisión, muchos cabreados que
visitaron los lugares prohibidos del colegio, malacateros
contentos o descontentos, terceros turnos dormidos y
con papeletas si estuvo Márquez de turno, y siempre
una nueva historia que forma parte de la vida de
cualquier cadete que ha vivido en el Colegio Militar
Leoncio Prado. *
Artículo
De hecho, en los segundos turnos de imaginaria es cuando más visitas recibe La Siberia. Solo basta un poco de ganas e imaginación para burlar los puntos donde hay oficiales o tropas cuidando.
Los Imaginarias 13
A me pide mi texto. A veces, A puede
llegar a ser molesto (creo que no soy el único que
piensa lo mismo). Sé que A leerá esto, quizá de
una manera obligada. Creo que también será el
primer texto que escriba y que A lea, si es que no
se la ha dado de detective también conmigo. Esa
manía que tiene de buscar y saber las cosas de los
demás –no sé cómo, pero las termina sabiendo-.
A es algo diferente e inusual a las otras personas
que he conocido, por eso debo confesar algo: Al
principio, A me resultaba muy molesto. Es más,
nunca pensé en qué podíamos llegar a ser amigos.
Ya habrán podido deducir que A es hombre.
También, pueda que valga esta aclaración, no soy
gay ni A.
Debo confesar otra cosa. En algún momento
se me cruzó algo por la cabeza. Lo creí, estaba
seguro y totalmente convencido de querer dejar y
abandonar eso por lo que había estado todos estos
años en la universidad: el periodismo. Y fue sobre
eso lo que empecé a hablar con A cuando lo conocí.
Como dije, al principio A simplemente no
me caía. Creo que hay una última cosa que debo
confesar: conocer (y hablar) con A hizo que me
diera cuenta que la idea de dejar el periodismo
fue solo un berrinche de quinceañera engreída.
También, gracias a A estoy escribiendo este intento
de artículo que, quizá, alguien lo termine de leer
por completo, aunque sea una vez. Creo que la
relación entre A y yo se basa, principalmente, en el
periodismo (y también en el hecho de que no nos
gusta, en particular, el fútbol).
Pienso que A tampoco disfrutó de mi compañía
cuando nos obligaron a hacer un trabajo en grupo.
Fue ahí que A se puso serio cuando le pregunté por
su blog. Inmediatamente añadió “no me pagan, por
siaca”. En realidad no sé si eso era lo que quería
saber cuando se lo pregunté, pero él se adelantó a
contestarlo sin que se lo preguntara.
A me convenció de ir a reportear una vez, a
muchos kilómetos de Lima (Sí A, lo admito de nuevo,
después de eso también me resultaste molesto). Esa
noche, en el bus que nos llevaba, hablamos de varias
cosas. De las que más recuerdo era su interés por leer
y reportear, sus historias y el cariño que le tiene a
la novela Conversación en la Catedral. A me contó –
creo- gran parte de su historia y lo que había escrito
y hecho en casi una hora. Pero creo que lo que más
recuerdo fue lo que dijo y lo que yo –pinche aprendiz
de periodismo, tanto como él- no entendía hasta ese
momento: “Todo lo poco que sé lo he aprendido en
la calle”.
Dentro de todo creo que fue bueno conocer a
A. También es bueno que tengamos gustos diferentes
y que, por eso, a veces discutimos. Tengo que decirlo
de nuevo: Nunca pensé que me podría lleva bien con
A, pero por el tiempo que ha pasado puedo afirmar
que de ninguna manera me llevaría bien con alguien
como él.
Por lo pronto A se ha convertido en un
amigo cercano, aunque a veces sea espeso y piense
que no le presto atención a lo que dice. Espero que
lo primero que salga publicado sea este intento de
artículo, pero sé que A me dirá que escriba otra cosa.
Ah, me olvidaba de decirlo: sí, ya me creí eso de que
quiero ser periodista. Gracias, A. *
Artículo
Escribe César Pineda
Lado A
Los Imaginarias 14
Sin embargo, lo que perduró en el tiempo fue esa sonrisa con la que terminaba cada presentación. La misma que parece contagiar de alegría a las llamas de las velas, pero hace derramar lágrimas a los que siempre quisieron conocerlo.
Los Imaginarias 15
Fotogalería
Esa tarde, Jackson reencarnó en todos los que lo recuerdan, en todos a los que su música obligó a imitar sus pasos, en aquéllos que disfrutaron su auge y en otros que heredaron su legado musical. Pues cada canción traspasó fronteras, se filtró entre las nuevas generaciones y va a ser imposible que alguien lo olvide, pues el día que suceda eso, será el día en que realmente muera.*
Fotogalería
Texto y fotos: Juan Pablo Ayala
Michael Jackson no ha muerto ni estaba de parranda. Habita en el recuerdo de los peruanos que el 25 de junio le rindieron tributo. No fue su muerte sino un episodio que se adelantó al tiempo. Un trágico fin que se ha dispuesto a seguir eternamente a las estrellas y esta vez le tocó a la leyenda: a Michael. A un año de su muerte, el Perú se unió al gran tributo mundial al “Rey del pop”. El escenario fue el Parque Keneddy en Miraflores, donde cientos de jóvenes y no tan jóvenes, se reunieron para alzar su voz y piernas en homenaje a uno de los iconos de la música mundial. Cada quién vivía su propia historia: vestían como él, arrastraban los pies como los muertos vivientes de “Thriller”, bailaban con los pasos y gemidos característicos de “Billie Jean”, entrelazaban sus manos con “I´ll be there”, y rompían en llanto con “We are the world”. Velas en mano, se acercaban a los retratos que reflejaban a dos tipos de Michael: uno de piel ébano con un cabello exagerado y nariz ancha; y otro de piel blanca, cabello ondeado y lentes oscuros.
Michael Jackson es peruano
Los Imaginarias 16
El viernes prometiste ir a mi casa y así
lo hiciste, Jhon Gino. Recuerdo que siempre
cumplías lo que prometías. Prometiste buscarme
trabajo, levantar tu casa junto con tu hermano,
montar skate mejor que yo, ser mejor que todos y
así lo hiciste. Recuerdo ese día que nos quedamos
viendo videos de skate hasta muy tarde, y tú tenías
que trabajar al día siguiente. Creo que te fuiste de
boleto y en la tarde estabas en mi puerta para ir
a patinar. Tan empilador, tan terco, tan recio no
dejabas de montar. La alameda lo era todo. Tantas
caídas, torceduras, risas, penas, rones, cigarros,
tierras, mototaxis, y sobre todo diversión. Pero
ya no volverán esos días. Hace más de tres años
fuiste a montar skate al cielo, por culpa de un
maldito que acabó en la cárcel.
Creo que los días donde la pasábamos
de lo mejor eran los sábados. Esos días bajaban
todos de Zapallal, Rosa Luz, Santa Rosa, Ancón,
Ventanilla. Nosotros, de Puente Piedra, nos
rajábamos para darle el mejor truco y toda esa
gente viéndonos como si fuéramos cómicos
ambulantes. Era lo máximo y tú como siempre no
te cansabas. A veces deseaba no cansarme como
tú. La noche caía y era hora de la gaseosita, la
conversa, la joda.
Los domingos todos bajaban en la noche
y así era siempre. Recuerdo cuando llegaste por
primera vez, yo decía: “¿Quién será ese chibolo
que siempre viene a ver nomás?”, y a la semana
llegaste con tu skate y le dabas bien. Creo que
aprendiste con solo mirar. A veces hablábamos
sobre las flacas. Nunca te vi con una. Eras caleta,
resultó que tenías varias.
Recuerdas el viaje a Huaral. Fuimos con
tu hermano que llevó la filmadora, Calamaro,
Leo, Alfonso, Evan y yo. Todos tan empilados, tan
alegres. Fue nuestro primer tour fuera de Lima
y el mejor. Tu hermano no te dejaba de grabar.
Recuerdo que fui el primero en volarme las gradas
del centro de Huaral y tu hermano por grabarte
no filmó, pero qué iba a hacer, tu hermano te
adoraba.
¿Recuerdas el 2006? Creo que para todos
nosotros fue el mejor año para montar skate. Evan
y yo de vagos, tú trabajando por las mañanas,
Alfonso también, Calamaro estudiando. Era el año
perfecto para salir a patinar por las tardes. Era
nuestro año. Comenzamos bien, queríamos que
empiece el verano para irnos a Ancón a patinar,
a imponer nuestro nivel. Al llegar nos quedamos
viendo a las chicas, fuimos a comer como cerdos,
pasear por todo el malecón. Al final terminábamos
más cansados por matar el rato que por montar
skate. A las justas montábamos una hora y luego
la regresada.
Tu lugar favorito era Ventanilla, ahí era
cosa seria. Era “el lugar”. Ver a esos tíos montando
skate, eran pastrulos, cochinillos, pirañitas, pero
terminamos siendo buenos amigos. Ellos nos
daban clases, nos empilaban, nos daban secretos
y nosotros agradecidos poníamos la gaseosita.
Era bacán la hora de la gaseosita, era la hora de
charlar. Nos contaron sobre todos los lugares de
Ventanilla donde se podía patinar. Fue ahí como
nos enteramos de Naval, el mejor lugar hasta
hoy para montar skate. Es un parque completo,
gradas, muros, piso pulido limpio.
Carta
Remitente: Freddy Garay
Al amigo que perdí
Los Imaginarias 17
En Puente Piedra qué no hemos hecho.
¿Recuerdas cuando nos robamos un tubo? Esa
noche, no recuerdo bien quién le metió un floro al
tío que salió de su jato por la bulla que hacíamos.
Le dijimos que éramos de Electra y que estábamos
sacando el tubo porque molestaba la vía pública.
Creo que fue Calamaro, él tenía un floro bravo.
Y así fue como conseguimos nuestro tubito,
luchándola, floreando a la gente, peleando con
cada triciclero-chatarrero que pasaba jodiendo,
fueron buenos días. En junio del 2006, las cosas
cambiaron: mi vieja ya no me quería ver de vago.
Quería que haga algo antes de entrar a la San
Martin y fue ahí cuando me metí a la academia.
Creo que la malogré porque ya no salía mucho
con ustedes ni me encontrabas en mi casa. Yo
mismo me puse mi pare. Pensé: si el próximo año
voy a estar en la universidad, por qué estoy en la
academia. Quiero montar, quiero disfrutar antes
de entrar a esa vida, pero no. Mi vieja me canceló
en una. No podía. Tenía que seguir. Aunque estaba
en la academia, me quitaba a montar. Hacíamos
planes para irnos a Jesús María, Miraflores,
Surquillo y ahí conocí más lugares y la pasábamos
bien de tour en tour por la gran Lima.
En cuestión de meses me enamoré, me
templé, me convertí en un perro como tú solías
decirme. Era por culpa de Laura, de la cual a
veces renegabas. Me decías: “ya huevón, déjala.
Vamos a montar. Luego la ves”. Te juro que no
podía. Quería verla todos los días. Me olvidé
que era ser skater. Tenías celos, mi buen amigo,
celos que tu colega, tu competidor, tu empilador,
tu compañero se fuera con una chica y te dejara
con chacales que no empilaban en lo absoluto.
Te entiendo y te pido perdón. No pensé que a un
buen amigo no se le puede echar de lado, perdón.
Me conseguiste trabajo en la fábrica donde
trabajabas, y yo como siempre, vago, mongol,
aburrido, no fui. A veces pienso cuando es de
noche y no puedo dormir: ¿Y si hubiera trabajado
contigo, ese día que te fuiste? Tal vez te hubiera
empilado para irnos de frente a patinar y así no te
hubieran asesinado. A veces me pongo a pensar
que pude haberte salvado.
Semanas antes, de que partieras, nos
tomamos muchas fotos, como nunca, y en algunas
se te notaba triste. Creo que las cosas pasan por
algo y contra eso no se puede hacer nada. Te
cuento que estoy bien, que sigo con Laura. Estoy
estudiando y que a veces salgo a montar. La cosa
ha cambiando bastante. Hay hartos chibolos
que montan bien, y los que alguna vez conociste
siguen montando, siguen de vagos, siguen de
pastrulos, de pelucones, de cochinos, excepto
Alfonso que estudia y trabaja, Evan que es gerente
de su propia empresa, Calamaro que es profesor
y el Tocha que es administrador. Bueno, John,
me despido. Cuídanos desde allá, guíanos para
dar buenos pasos. Te mando muchos saludos de
parte de toda la gentita que siempre te lleva en
sus corazones. Adiós, mi buen amigo Jhon Gino. *
Carta
12 de enero del 2007. Puente Piedra.
Lima. Al atardecer, Gino Villareal, de 18
años, fue a visitar a su amigo que vivía
a la vuelta de su casa, Henry Castro,
estudiante de ingeniería. Este último le
quitó la vida a Gino sin alguna razón que
hasta el día de hoy es un misterio.
Los Imaginarias 18
con instrumentos que ya existen en la cabeza del pasivo
lector. La escritura es el primer invento de la realidad
virtual, miles de años antes que las atroces conexiones de
The Matrix. Porque las sílabas y sus sonidos, la música de
los periodos y párrafos y los significados que consiguen
las palabras al chocar entre sí, consiguen transportar al
lector gracias un sistema visual y sensorial mucho más
poderoso que el ofrecido por el mero cine 3D.
Eso me gusta de escribir. Que puedo meterme
en la cabeza de otro ser viviente hasta un punto donde,
como la rata de Ratatouille, puedo jalar alambres y
nervios que conducen al lector por paisajes diseñados
por mi mano. Por eso para mí la crónica no es un mero
trasvase de información, sino un llamado de complicidad
para adentrarse conmigo a un mundo reinventado por la
escritura.
Hacer televisión en cambio es otra cosa. Grabar
reportajes es como salir de cacería. Es un trabajo en
equipo, jamás individual. Es un acto de camaradería y
un juego coordinado de pases cortos. Eso fue lo primero
que aprendí cuando osé tomar un micro y salir con
camarógrafo a registrar la calle. El trabajo en equipo es tan
importante que si el chofer que maneja la unidad móvil
amaneció con la mierda revuelta, la nota sale también
con grandes posibilidades de ser una completa mierda.
El buen reportero es el capaz de apasionar a su equipo
completo para que la cacería rinda el fruto esperado: la
presa más gorda.
Carne. Eso es lo que hay que llevarle al editor.
Carne. La mejor carne. Sin buena carne, no se puede hacer
un buen reportaje. Claro, hay editores hábiles que inflan
cualquier molleja o pata de pollo hasta lograr una nota
divertida y espumante, pero no pasa de ser eso: espuma.
Una nota inflada con ritmo en torno a una pata de pollo
raquítica. Y la gente nota que no se ha llenado.
Pero, respondiendo la pregunta planteada, lo que
más me gusta es las dos cosas. Creo que si solo me hubiera
dedicado a escribir, seguiría siendo el tipo tímido, apocado
y nervioso con mucho miedo a hacer el ridículo. Y al revés,
creo que si nunca me hubiera quemado las pestañas
escribiendo hasta conseguir la frase lograda, sería hoy
uno de esos reporteros cantarines que no ven más allá de
lo que deja ver la esquina levantada por el viento de un
diario que cubre a un muerto.
Escribir te da profundidad, perspectiva, elegancia,
vuelo. Hacer TV, concha, audacia, espíritu de lucha. Hasta
para hacer una nota gastronómica o una nota con tema
turístico. No sales a buscar una pata de pollo, sales por la
carne más jugosa.
Ahora mi gran reto es encontrar el equilibrio para
hacer buenos reportajes de TV. Y, a la vez, habituarme a
escribir todos los días alguna página que pueda resistir al
tiempo. Eso es lo que más me gustaría. *
ArtículoArtículo
Los Imaginarias 19Los Imaginarias 19
Hay quienes me preguntan a quemarropa que por qué
trabajo en televisión si lo mío es la crónica periodística.
No me detengo mucho tiempo a pensar si lo que en
realidad tratan de decirme es que por qué un gordito
con facha de vecino común y corriente tiene el descaro
de figurar en un terreno reservado a gente mejor
diseñada por sus padres o el personal trainer. Respondo,
sin complejos, que la televisión me ha dado cosas que
un periódico o una revista jamás me darían: viajes
contÍnuos por todo el Perú y gran parte del mundo,
mejor paga, rápida llegada a mayor cantidad de gente,
aunque me ha quitado horas de lectura y conversación
con los amigos. Y a veces agrego que lo que la gente
quiere es que le cuenten una buena historia antes que
detenerse a ver si el que se la cuenta va todos los días
al gimnasio.
Y entonces la siguiente pregunta suele ser que
si prefiero trabajar en prensa o en televisión, escribir o
reportear. A ver, son dos cosas distintas. Cuando uno
trabaja en prensa y sale a recoger información, uno
empieza un trabajo en solitario que a mí me resulta
apasionante. En mi cabeza empieza a instalarse el
escenario de una historia como si se tratara de un teatro
o un museo en construcción. Mi tarea es alimentar de
detalles ese escenario, dotar de personalidad y gestos a
los personajes de ese gran museo. El siguiente paso es
descubrir las palabras que retratarán mejor lo que tengo
en la cabeza. Deberán ser las palabras y los giros que me
ayuden a componer una escritura colorida a la vez que
concisa y ágil. Y esta es la parte que me demora más y en
las que el trabajo me absorbe como a un monje budista
absorbe la contemplación, hasta convertirme a mí
mismo en un vaivén de palabras, sonidos y significados.
Es la parte que me emparenta con cualquier
alfarero que aplasta el barro y lo estira hasta conseguir
las formas que desea o al menos las que estén al alcance
de su habilidad. Es ahí donde los objetos y decorados de
mi museo o teatro empiezan a encajar en un entramado
lineal que puede tener una forma al empezar el día y
estar patas arriba al ocultarse el sol.
Cuando uno escribe hace uso de un arma
poderosa. Uno fabrica un instrumento agudo como
aguja que puede meterse en el cerebro de cualquier
persona alfabeta y desplegar extremidades y antenas
como los robots de Transformers. Ese robot entonces
reconstruye el escenario pergeñado por el escritor
Escribe Luis Miranda
¿Prensa o televisión, escribir o reportear?
Los Imaginarias 18
Los Imaginarias 20
En el 2008 me quería mudar de casa. Vivía muy lejos
de Lima, en Carabayllo, y estaba harta de tener que
bancarme el tráfico y la distancia cuando iba a mi
trabajo, en Miraflores. Para pasar las casi cuatro horas
que vivía secuestrada en el bus, leía. Por azar, un día
llegó a mis manos un libro viejo que me costó algo
más de cinco soles. Uno de tapa gruesa y de segunda
mano, de la editorial Bruguera, que llevaba el título:
El Barón Rampante de Ítalo Calvino. Me compré
el libro y, mucho después, le di una ojeada, harta
y decidida a sortear la vista de las espaldas de los
pasajeros del bus. La novela empezaba así: “Era el
15 de junio de 1767 cuando Cósimo Piovasco de
Rondó…” hijo del Barón de no sé cuantos, tomó la
loca decisión de subir a un árbol y de ahí no bajar
nunca más. Con sólo doce años, harto de la tiranía
de su familia, porque no quería comer caracoles,
les encaró y les dijo: “Nunca cambiaré de idea. ¡No
bajaré nunca más!”. Cósimo se había convertido
así en mi chico favorito, en mi héroe. No me había
enamorado desde el grito de libertad de William
Wallace en Braveheart (1995), desde el vibrante
acorde de rebeldía de la guitarra de Hendrix.
Era la misma sensación de la vez que le respondí a
un ex jefe tirano. El empujón para irme de una vez
de la casa de mis padres. Era el barón rampante
alzando la bandera de la rebeldía más demente.
Y como a mí me gustan los rebeldes sin causa,
¿necesitaba algo más para no querer anclarme en
la novela?
Después del primer capítulo enterré toda
mi atención en los raros nombres de árboles que
Cósimo trepaba de rama en rama. Cada noche,
Escribe Juana Gallegos
Mi novela favorita
al volver del trabajo, el follaje donde se escondía el
barón rampante camuflaba también mi desesperación
por pasar el interminable semáforo de la Javier Prado.
Cuando sólo se trabaja, no hay mejor forma de vivir
la vida que mediante la literatura, pensaba, con aire
intelectualón, intentando esquivar la cartera que alguna
gorda apoyaba sobre mi libro, cuando el carro iba lleno
y yo tenía la mala suerte de ir en el asiento del pasadizo.
El barón rampante de Ítalo Calvino
Los Imaginarias 21
Ondariva (mi heroína privada).
Además de querer huir de la casa de mis padres,
en aquellos días, también quería huir de una truculenta
relación amorosa. Pero encontrar el final siempre es difícil.
Este es uno de los episodios de la novela que podrían haber
durado todos los semáforos de Lima para ser releído una
y otra vez. Es el diálogo de ruptura entre Cósimo y Viola,
es de ese tipo de las novelas despechadas pero dulzonas.
No importa, a mí me encantó: “Dime lo que quieras que
haga, estoy dispuesto...”, podría haber dicho Cósimo (leía
en el libro, extasiada, al borde las lágrimas). En cambio
dijo: “No puede haber amor si no se es uno mismo con
todas sus fuerzas”. Y Viola habría podido decir: “Tú eres
como yo te quiero...” pero se mordió un labio y dijo: “Sé
tú mismo solo. Adiós entonces”. Y ella se fue y nunca más
volvió. Final triste como ciertos amores imposibles. En vez
de terminar con mi dulce tormento, volví con él (lo que
hace la ficción) Pero ahí no acaba la historia, hay más pan
por rebanar. Sólo puedo decir que además de la historia
hay un fragmento de otra novela del genial Calvino, Las
ciudades invisibles, que me atrapó. Decía: “El infierno
de los vivos no es algo que será. Hay uno, es aquel que
existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días,
que formamos estando juntos”, hasta aquí bien hard, y
sigue: “Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil
para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él
hasta el punto de no verlo ya. La segunda es arriesgarse y
saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es
infierno. Y hacerlo durar y darle espacio”. Y así fue como le
di espacio en mi librero a Calvino y a la historia de Cósimo
Piovasco y Viola.
Vuelvo a decir que leí íntegramente la novela en el
asiente trasero del bus camino a casa. Y dejo un consejo
para los leedores ambulantes: No hagan caso cuando
algún grosero les dice: “vete a la biblioteca a leer” o “piña
pues, si no hay luz” o “entonces bájate” y otras burradas.
Y finalmente, no contaré el final de la historia. Pero sí diré
que al final me mudé a una casa más cercana al trabajo. *
Artículo
Decía que las peripecias del barón rampante
me ataron al asiento trasero del bus (que recomiendo
como el mejor lugar para leer). Desde ahí seguí a
Cósimo, paralizada, viéndolo enamorarse, creando
sus propias reglas, inventando su república llamada
Arbórea, escribiendo la constitución de un Estado ideal
fundado en los árboles y habitada por hombres justos.
Qué más quería para un héroe de cabecera como el
barón, que además de rebelde era inteligente y además
de inteligente era seductor y, a veces, un donjuán. Pero
un donjuán que al fin y al cabo se enamoró. Y lo hizo
de alguien más rebelde, más caprichosa y locamente
incoherente: la marquesita Sofonisba Viola Violante de
Los Imaginarias 22
Esta obra es considerada un clásico de la literatura
latinoamericana. Excelente historia la de Juan Pablo Castel,
un hombre que vive sumergido en sus pensamientos, que no
lo dejan vivir tranquilo porque busca una explicación a todo.
Él es un pintor, y narra la historia (El libro está
escrito en primera persona) de cómo conoció a María
Iribarne, una mujer de la cual se obsesionó por el hecho
de ser la única persona que prestó importancia a un
detalle de un cuadro suyo, en el que había una escena de
una persona en la playa, la cual no guardaba importancia
para los críticos de arte, a quienes Castel detestaba, pero
él al ver a María detenida mirando fijamente esa escena,
inconscientemente se enamoró de ella. No es algo usual que
alguien afirme a secas que fue así, pero Juan Pablo Castel
no volvió a ser el mismo desde aquel día, porque pensó y
repensó encontrarse con ella, simulando encuentros furtivos,
casuales, imaginarios. Se pasó cerca de un
mes planteando hipótesis de cómo sería el encuentro con
ella, cómo entablar una conversación sin conocerla, siendo
él una persona tímida, y seleccionando todas las alternativas
posibles, desde todos los ángulos, hasta que un día la vio
pasar por la calle. Cuando la tuvo frente a frente se le olvidó
todo lo ensayado previamente, y reaccionó de la manera
más torpe, y sin embargo, el encuentro terminó siendo
exitoso porque quedaron en verse nuevamente.
Cuando ambos se dieron cuenta de que no existen
casualidades en la vida, sino que por cuestiones del destino
llegaron uno a la vida del otro, empezaron una relación de
amor escondido, porque María Iribarne estaba casada con
un ciego, y ante estos descubrimientos, el pintor fue-como
de costumbre- analizando cada palabra de María, cada
gesto, para probar que no lo amaba como ella decía, y sin
embargo no podía separarse de ella por el amor que sentía.
Pasaron los meses y la relación nunca tuvo un
equilibrio, sino que las peleas se hacían más constantes, y la
irritación de Juan Pablo Castel llegaba al punto del martirio.
Ella, sin embargo, permanecía a su lado aunque siempre
le recordaba que todo era un error que al final terminarían
sufriendo.
Cuando la historia llega al clímax, en uno de
los tantos distanciamientos, cuando él se excedía en las
ofensas a María, ella decide ir a la casa de campo de la
familia de Allende, el esposo de ella, y Juan Pablo la busca
y conoce a Hunter, el primo de ella, quien finalmente resulta
siendo su amante, cosa que Juan Pablo descubre a través
de todos sus razonamientos y cuestionamientos lógicos y
minuciosos, y finalmente, envuelto en un celo enfermizo y
sin control de sí mismo, decide bajo la tormenta, acabar con
la vida de María.
Loco y solo, Juan Pablo Castel busca a Allende y le
cuenta lo que acababa de descubrir, y termina ofendiéndolo
por su discapacidad física, y termina ebrio y sin un orden
lógico, y al recordar todo lo que hizo se entrega finalmente
a la policía. Es desde ahí donde cuenta su historia, tratando
de ser imparcial en todo momento, demostrando que la
inteligencia y la lógica de su capacidad deductiva terminan
siendo el arma que acabó con su vida, perdido, humillado, y
sin embargo manteniendo un ego tozudo.
Esta historia muestra a lo que nos puede llevar la
mente humana, cuando no equilibramos los sentimientos
con la razón, cuando terminamos siendo más irracionales
que los animales, denigrando nuestra naturaleza humana.
Excelente obra la de Ernesto Sábato, que no hace más que
reflejar el lado oscuro de la humanidad, llena de vicios y
flagrantes delitos, no desde un lado externo, sino examinando
el interior del ser humano, expresando sus pensamientos y
sus sentimientos, demostrando que la confusión permanece,
y haciendo una reflexión sobre nuestra posición en la tierra,
buscando un cambio moral, simplificando lo complicado. *
LIBRO
Comenta Arkadi Landeo Aliaga
El túnel - Ernesto Sábato
Los Imaginarias 23
Un día el joven Bécquer caminaba por una calle
madrileña ensimismado en sus pensamientos. “¿Qué es
poesía? ¿Qué es poesía?”, se preguntaba cuando vio a
una mujer en lo alto de un balcón. Ella era perfecta, bella y
admirable.
Parada en ese balcón de estilo barroco, con adornos de
voluta y arco de medio punto, con enredaderas que caían
hasta el suelo y golondrinas que cantaban alrededor, ella
parecía una diosa del Olimpo, celestial y empírea. La imagen
fue tan devastadora para Bécquer que tuvo que volverse
repetidas veces hasta doblar la esquina, para admirar a esa
imagen que lo había deslumbrado.
Ese fue el inicio, y también su perdición. Ella sería
su musa, la razón de sus desvelos, de su poesía romántica,
del amor que guiase su pluma, pero a la vez su tormento, su
suplicio, el dolor de un amor secreto e inconfesable.
Sus amigos de copas y de letras se dieron cuenta
del cambio de Bécquer: a su personalidad tímida y retraída
se le sumó una introspección tal que ya no salía con ellos.
Tal cambio, pensaron, solo podía deberse a una
mujer, la cual debía ser tan bella y maja para traerlo de esa
manera. Entonces decidieron presentársela para que su
agonía y sufrimiento terminaran, pero Bécquer desistió de
esa idea. Estoicamente dijo ¡No! Sus amigos no entendieron
su decisión ¿por qué negarse a conocer a la mujer que le
quitaba el sueño?
Su respuesta merecía tal vez un análisis diferente
a la de cualquier mortal. Por qué no conocer a su musa,
su inspiración. Porque en el mundo de Gustavo todo era
perfecto, todo encajaba, funcionaba. El amor es puro y
celestial. Se puede querer y ser
perfectamente correspondido.
En el mundo real están las
desilusiones y el desamor. Tal
vez quiso amarla así, para que su
amor no sea contaminado, para no
someterse a la posible indiferencia
de la mujer del balcón, mirarla de
lejos solamente, como se mira
a una estrella. Tal vez Bécquer
fue a mirarla en ese balcón por
última vez y se retiró diciendo en
voz baja:” Y volverán las oscuras
golondrinas/ en tu balcón sus
nidos a colgar, volverán las tupidas
madreselvas,/ pero esas que
aprendieron nuestros nombres/
esas no volverán...” *
Escribe Jesús Herrera Matos
Artículo
Becquer y la mujer del balcón
Cuento
Lima. Siete de octubre 2023. Desde
el techo del nuevo centro comercial Javier
Prado Plaza, Eme arrojó ácido muriát ico a
los transeúntes. Cinco de el los fal lecieron
y catorce terminaron con sus rostros
desfigurados.El caso más terr ible fue el
del pequeño Dany, de siete años: el ácido
le cayó a los ojos.
A los pocos minutos l legaron
los reporteros, seguidos del Servicio
Anticr iminal de la Nación (SAN) que
bloquearon las cal les y atacaron a los
reporteros que registraba la tragedia
para la historia. Poco antes de las seis
de la tarde, el comandante general del
SAN apareció en la televisión nacional
invocando a la ciudadanía a identi f icar
y dar con el paradero del desequil ibrado
“Loco del ácido muriát ico”. Lo único que se
sabía es que en la azotea del edif icio del
centro comercial, el demente había escri to
con spray rojo “Eme”. Duelo nacional al
día siguiente. Eme lo hizo.
El segundo fue atentado contra trece
turistas europeos. Incendió el bus donde se
encontraban los alemanes sexagenarios y
en la madrugada del 23 de septiembre en
los extramuros de la ciudad encontraron
a un ex congresista amarrado a un poste
golpeado, según lo que manifestó, Eme lo
iba a bañar en acido muriático, pero se salvó
Los Imaginarias 24
Escrito por Orgen Tigasona
Eme ataca la ciudad
Los Imaginarias 25
Cuento
Me despierto. Anoche he sufrido lo normal. Tengo
19 años, cabello negro y un brazo menos. Siempre que hay
momentos en los que no tengo mucho que hacer, recuerdo lo
que me pasó hace poco menos de un año. Me baño. Recuerdo.
Era de noche y estaba “completo”. Regresaba a casa y
estaba muy cansado. En el autobús en el que iba solo viajaban un
anciano, una pareja cariñosa, una despistada y yo. Siempre me han
fascinado los buses de noche. En mi mente reconstruyo las historias
de esos pasajeros y pienso “¿Por qué están tan tarde en un bus?”.
Sube alguien más. El cobrador está dormido.
Pasamos un semáforo en rojo. Mala idea. Hay otro chofer que está
apurado. Recuerdo que el anciano salió disparado de su asiento,
que de la pareja cariñosa no quedó nada, más que sangre, que la
despistada. No la volví a ver. Yo tenía un dolor punzante en el brazo.
Con solo verlo sabía que ya nada sería igual.
- Es demasiado grande…
- ¿Pero, entonces qué hacemos?...
- Creo que no queda de otra…
- ¿Seguro?
-Sí. Es una lástima, tan joven y le jodieron la vida…
Luego del accidente vinieron los bomberos. Recién ahí me
di cuenta que el chofer, cual palomo, voló a otro nido, fugó.
Me llevaron a una clínica cercana e informaron a mis padres.
Ellos ahogaron las lágrimas que pudieron sacar. Recibí
amigos y enemigos también. Pero ellos ya no me miraban
a los ojos, ahora lo hacían a la ausencia que dejó mi brazo.
“Pobrecito”, pensarán. Esas miradas de pena no me gustaban.
Regresé a la Universidad pero pareciera que todo cambió
de un momento a otro. Un accidente te marca la vida, dicen. Tienen
razón. Me volví zurdo a la fuerza y las sillas individuales en las que
me sentaba no colaboraban. Extrañaba mi antigua letra desastrosa,
ahora solo veía garabatos. Prestarme cuadernos de otros se volvió
costumbre.
Querer ser periodista y ser manco es difícil. Por lo menos
en el Perú. Mis notas no eran desdeñables, podía conseguir
trabajo fácilmente, o al menos una práctica. Lo intenté. Aceptado
en todos los lugares a los que había enviado mi hoja de vida.
“Puedes acercarte para la entreviste personal”, era la respuesta.
No me quedaba de otra, tenía que ver a mis “nuevos” jefes.
Pero no pasaba de la semana. Todos me despedían de
la misma forma. “Eres hábil, pero tu impedimento físico hace que
te retrases, necesitamos gente rápida”. Lo entendía, o al menos
trataba.
En la Universidad no me iba tan bien como antes.
Días después de haber regresado la amabilidad se borró de la
mente de mis “amigos”. Sus cuadernos ahora eran ajenos a mí.
Su amistad era lejana, casi extinta. Hacer grupo de uno es difícil,
los trabajos se te juntan y te complicas todo. En esos momentos
comprendí que la indiferencia puede llegar a ser cruel, y que
tener que hacer dos trabajos a la vez con una mano es difícil.
Termino de bañarme, de cambiarme de ropa y de
desayunar. Corro apresurado a tomar el bus. He aprendido la
lección, pero soy terco y me digo: “Total, tengo un brazo más,
además para qué están las piernas”. Estoy entre una señora gorda
y un hombre alto. Trato de avanzar, lo consigo. Me aferro al cobre
del auto.
Todos duermen o se hacen los dormidos. Yo los ignoro,
estoy acostumbrado a eso. Ruego a Dios, porque ahora sí creo en
él, que no sufra tanto hoy. El carro frena bruscamente. Me asusto.
Se vienen los recuerdos... *
Escribe Patrick Adán Candia
Dame la mano
por la llegada de la policía que rondaba
esa calles. Nunca se supo por qué Eme lo
quería matar. El ex congresista- acusado
hace varios años de pertenecer a una red
de trata de personas- ayudó a identificarlo.
Dos días después, a Eme lo
encontraron inconsciente y amarrado a
los pies del monumento a José Olaya. Se
le encontró en su mochila algunas fotos de
personas, planos y datos de los anteriores
ataques. Alguien lo atrapó.
Nunca pudieron saber cómo se
llamaba realmente Eme. Lo condenaron
a cadena perpetua y fue llevado al penal
de máxima seguridad de San Lorenzo, una
isla de Lima, donde ni bien fue recibido por
los presos fue agredido sexualmente once
días. Como la cárcel de San Lorenzo es
como un micropaís donde solo habitan los
desterrados de la República del Perú, ellos
decidieron vengarse y lo depositaron en un
barril l leno de ácido. Eme sin decir nada
murió.
Después de enterarse que Eme ha
sido salvajemente asesinado por los de
San Lorenzo, la ciudad de Lima estuvo
más tranquila. Algunas se preguntan quién
es realmente Eme y por qué hizo eso. Otros
se preguntan cuánto durará la tranquilidad
en Lima y los más realistas se preguntaron
¿cuándo aparecerá otro Eme?*
Los Imaginarias 26
Ella me dijo que era un cobarde y que no la volviera a buscar
ni a llamar. Era 24 de diciembre y el reloj me recordaba que solo treinta
minutos me alejaban de la medianoche. Mi chompa celeste se había
manchado con la pintura del edificio donde ella me obligó a partir, y de
eso no me di cuenta hasta que el barman, mientras apuntaba la botella
contra mi vaso vacío, me lo advirtió al oído.
Encendí uno de esos Marlboros rojos que me sobraban para
sentirme macho. Lógicamente debía comprarlos rojos, no podía llegar a
una tienda y pedir algo light, algo suavecito que no me hiciera bombear
más litros de sangre; suficiente ya tenía con ella, que no solo conocía la
manera de acelerar mi corazón sino también el brazo derecho con el que
cogía el vaso de whisky, sin hielo, doble, anaranjado –como su piel y sus
labios- fuerte, muy macho; desde la base de
la barra hasta mis dientes casi amarillos.
Antes de irme de su casa, o de
que me botara sin remordimiento que valga,
me había dicho que odiaba mi manera tan
ligera de mencionar a la muerte: “Dices
que lo vas a matar como si alguna vez
hubieras matado a alguien. Le muestras
la pistola e inflas el pecho mientras agarras tu vaso de whisky como
quien dice ‘yo mismo soy’, manejas como una bestia adelantando a
todo lo que tenga ruedas, que si hubiera un inválido con su silla en
medio de la pista también lo adelantarías mostrándole el dedo”… esa
es una de las últimas frases que recuerdo en sus labios de madera.
Papá y mamá viven en Barcelona y yo llevo algunos años
pasando la Navidad en casa de algún amigo o quizás solo. Este diciembre,
a diferencia de los anteriores, es muy frío, gélido, de esos meses que no te
dejan bañarte en la mañana y que te obligan a preparar café a media tarde
y luego en la noche. Tan frío que mis casacas aún están en el perchero.
Inclusive mi chompa celeste no es suficiente. Me he planteado pasar esta
Navidad con alguien que sea como una familia, así fuera una sola persona,
pero en Lima ya no quedan ni tíos ni primos. Todos, grandes y pequeños,
y hasta los que escogieron despojarse de su libertad, ya no están. Ya no
queda nadie en Lima, solo un bar, un whisky y un barman; ya ni siquiera
ella que no quiere que la vuelva a llamar. “Eres un cobarde, y no porque
te quieras hacer el macho, sino porque sabes muy bien que tú no eres
así, y por eso eres cobarde, porque no tienes los huevos para aceptar tu
propia personalidad. Es más, yo te tengo que botar porque te haces el
macho frente a todos, pero cuando estás conmigo no eres capaz de dar
media vuelta y tirar la reja, no eres capaz de irte sin que te dé un beso y
saber que en la mañana todo estará bien. Te molestas con todos, pero
nunca conmigo ¿Tanto miedo tienes?…eso me jode, que conmigo no te
hagas el macho, sino te achiques como un gatito de cuello negro”.
“¿Quiere otra ronda más?”, insistió el barman. Faltan 15
minutos para la medianoche, para el 25 de diciembre. Este bar es
uno de esos pequeños espacios donde se refugian los cobardes que
prefieren estar solos a enfrentar la
felicidad. (Escena donde se pueden
ver a otros como él que, quizá por
otras razones –es lo más probable-
muestran aquella misma pose de los
caídos: el sentarse con la cabeza gacha
y la mirada perdida o derrotada).
Afuera ya se oyen los estallidos
furibundos de la pirotecnia, las luces en el cielo le dan un tono más
espectral a Lima por esta parte de la ciudad, ya que el mar está
al lado y si miras fijamente hacia el sur será como estar tuerto.
Solo faltan cinco minutos, así que me voy.
Espero que el dinero que deje sobre la barra sea suficiente
para cubrir mi embriaguez y justifique mis ojeras lívidas.
Al ver mi muñeca izquierda me cercioro de que solo faltan dos minutos.
En la calle, al lado de la calzada, me quito la chompa celeste y cierro
los ojos. Me quedo quieto un instante, alzo la cabeza y respiro hondo,
inflando el pecho lo más que puedo y apretando los puños, oigo las
doce tintineadas de mi reloj. Cuando vuelvo a mi estado regular siento
unas manos suaves que rodean mi cintura. Doy la vuelta, sin miedo, sin
cobardía, y la veo delante de mí. Sonriendo y con la yema de sus dedos
cruzando el contorno de mi rostro, y con dos lágrimas en los ojos, ella
me dice: Feliz navidad.*
Escribe Leonardo Ledesma
Cuento
El bar del tuerto
Los Imaginarias 27
Faltan un par de días para dejar la Universidad. Siento
como si no quisiera irme. Pero no es porque ame estas aulas,
ni menos porque el ambiente universitario me sea cómodo,
propicio. Quiero quedarme porque allá, afuera, no tengo nada.
Fue muy bonito, mamá. Fue genial que me pagues sol
a sol estos cinco años de carrera. Si tengo que hacer el balance,
creo que me califico con un 13. Muy bueno preguntando en
clase, muy bueno leyendo cosas fuera de lo que usualmente
nos dejan, pero en el resto, jalado.
Fue tarde cuando busqué prácticas, lo asumo. El
sétimo ciclo no es el
mejor para empezar
a tocar puertas. Lo es
el primero. Al menos
si tienes claro qué
deseas ser. Aunque si
no también es bueno
porque te desanimas
y cambias de rumbo.
Yo no me
desanimé, mamá.
Busqué en el séptimo, algo relacionado a periodismo,
porque por eso entré a la universidad. Siempre me gustó
la idea de entrevistar, escribir y descubrir. Esa debe ser la
meta de todo aspirante a periodista.
Pasé de una radio donde mi jefe invitaba a
salir a sus practicantes, a escribir para los policías.
Vaya contraste, si se tiene en cuenta que los dos eran
prácticas, primero, impagadas, y segundo, comunes en
los estudiantes de mi tipo.
Fue en una web de denuncias, el lugar donde
disfruté más mi elección del periodismo. Allí me crucé
con los capos. Preguntando incluso, intercaladamente
con algunos profesores que veía en horarios de clase. La
verdad es que esta experiencia de pertenecer a un medio
es indescriptible.
De increpar a un profesor despistado a plantearle
una buena pregunta al mismo presidente del Consejo de
Ministros. Todo parecía un sueño hecho realidad.
Sin embargo, las cosas volvieron a la realidad
hace unas semanas, cuando por una entrevista picante,
me sacaron. Sí, me censuraron sin razón explícita y ahora
pateo latas. ¿Cuál es la diferencia entre ese chiquillo que
inició sus prácticas y este
otro? El tiempo. En menos
de unos días estaré del
otro lado y la verdad lo que
menos tengo es dinero. Por
eso les digo, practiquen,
entren y sufran en la calle.
Tampoco cedan ante sus
jefes, más si éstos no te
pagan.
Alguna vez un profesor
me dijo que lo bueno nunca se reconoce y lo malo sí,
y si tengo que resumir las ocasiones en que ejercí el
periodismo, pues esa frase es exacta. Me patearon el
trasero en todos los lugares que practiqué, no por malo,
sino por exigir un mísero sueldo.
Así pues, mi párpado derecho late por miedo
a que esa frase que me repitieron(“Debiste estudiar
derecho”) pueda convertirse en una piedra que cargue
por siempre. Trato de no llorar frente a mi enamorada,
pero en realidad, quizás el abogado corrupto siempre
tendrá dinero, y ese es el camino que una parte de mí
quiere seguir. *
Se sincera José Miguel Silva
La última
A menos de una semana de egresar y sin chamba
“El periodismo ha sido una experencia fundamental para mi trabajo de escritor. Gracias al periodismo he conocido gente, ambientes, hechos que han sido una materia prima fundamental para las cosas que he escrito.”
Mario Vargas Llosa