los imaginarias 1

15
Los Imaginarias Lee. Vive. Imagina. Escribe Muérete de risa, Lima Payaso callejero por un día El cronista y reportero Luis Miranda responde El Barón rampante La novela favorita de Juana Gallegos REVISTA DE PERIODISMO Y LITERATURA Lima Año 1 Número 1 Noviembre 2010 Michael Jackson es peruano Fotogalería Yo fui Imaginaria Tesmonio de un ex alumno del Leoncio Prado Cuentos • Dame la mano • Eme ataca la ciudad • El bar del tuerto . . . . . . ¿Prensa o televisión, escribir o reportear?

Upload: los-imaginarias

Post on 19-Feb-2016

246 views

Category:

Documents


9 download

DESCRIPTION

El primer número

TRANSCRIPT

Page 1: Los imaginarias 1

Los ImaginariasLee. Vive. Imagina. Escribe

Muérete de risa, LimaPayaso callejero por un día

El cronista y reporteroLuis Miranda responde El Barón rampante

La novela favorita de Juana Gallegos

REV

ISTA

DE

PER

IOD

ISM

O Y

LIT

ERA

TUR

A

Lima Año 1 Número 1 Noviembre 2010

Michael Jackson es peruano

FotogaleríaYo fui ImaginariaTestimonio de un ex alumno del Leoncio Prado

Cuentos• Dame la mano

• Eme ataca la ciudad• El bar del tuerto

. . .

. . .

¿Prensa o televisión, escribir o reportear?

Page 2: Los imaginarias 1

Año 1 / Número 1 / Noviembre 2010

Comité Editorial

Diagramación e Ilustración

Editores Gráficos

¿Quieres ser un imaginaria?

Asesor

Alfredo Pérez AndradeJesús Herrera Matos

César Pineda RodríguezIngrid Palomino Velarde

Ingrid Palomino Velarde

Omar Alva CastilloJuan Pablo Ayala

[email protected]

Miguel Patiño

Envíanos tus textos, fotografías, crónicas, propuestas, comentarios u opiniones a:

Esta revista fue imaginada, escrita, vivida y

creada por el Comité Editorial, pero no existiría

sin el apoyo y confianza del decano de nuestra

Facultad R.P. Johan Leuridan Huys.

Dedicado a nuestros amigos que ya no están en estas aulas con nosotros: Sebastian y Mikail.

Búscanos en

Foto Omar AlvaLos Imaginarias 2

ÍNDICE

Carta

Al amigo que perdí

Pág. 15

Muérete de risa, LimaPág. 6

Crónica

Testimonio

Soñando en imaginariaPág. 10

Lado APág. 13

Fotogalería

Michael Jackson es peruanoPág. 14

LibroEl túnelPág. 22

La última

A una semana de egresarPág. 27

Artículos

¿Prensa o televisión?

Pág. 18

Pág. 20

Pág. 23

Cuentos

Eme ataca la ciudadPág. 24

Pág. 25

Pág. 26

Mi novela favorita: El

barón rampante

Bécquer y la mujer del

balcón

Dame la mano

El bar del tuerto

Los Imaginarias 3

Page 3: Los imaginarias 1

Colaboradores

Arkadi Landeo Aliaga.

Estudiante de periodismo.

Aprendiz de literato. Defensor

de la libertad individual, con la

convicción de lograrlo solo en

unidad y hermandad.

Freddy Garay.

Estudiante de Ciencias de la

Comunicación. Futuro publicista.

Aficionado al skate. No le gusta la

hipocresía ni los fanfarrones.

Juana Gallegos.

Reportera del semanario político

“Hildebrandt en sus trece”. Le

gusta leer libros en los buses en vez

de dormir o mirar por la ventana.

Orgen Tigasona.

Estudiante de periodismo. Se

pasa algunas noches leyendo

novelas pero no tiene la más

mínima intención de escribir

alguna.

Juan Pablo Ayala.

Cursa el noveno ciclo. Su adicción es

la música y su pasión la fotografía. Se

declara como un errante observador

que busca temas para investigar y

plasmar, en palabras o imágenes.

Luis Miranda.

Ha sido cronista de El Mundo y Somos.

Actualmente es reportero del programa

de televisión Cuarto Poder. Sus mejores

crónicas han sido publicadas en el libro

El pintor de Lavoes.

Omar Alva Castillo

Ilustre desconocido. Octavo ciclo.

Con las baterías bien cargadas,

cámara en cuello y el dedo siempre

listo, atraviesa las calles y capta lo

que nadie más ve.

José Miguel Silva.

Estudiante del último ciclo de

periodismo. Ha practicado en cuatro

lugares. En todos dejó un recuerdo

muy ingrato. Acaban de contratarlo

en la web del diario La República.

Leonardo Ledesma.

Edita una revista de mujeres y trabaja

en una productora de comunicación

llamada CSI. Su padre es blanco y su

madre negra. Duerme hasta tarde y le

gustan los cigarrillos rubios.

Los Imaginarias 4

Patrick Adán Candia.

Escribe porque le ayuda a desfogarse del

mundo, le ayuda a explorar sus otros yo,

porque piensa que hay más personas

dentro de su ser. Tiene tres blogs pero

no los actualiza constantemente, y a

pesar de todo aún subsisten.

Carta de los editores

Los Imaginarias

Esa mañana no nos había levantado la diana, sino el despertador. A una cuadra de la universidad, un imaginaria

-de la revista y ex alumno del Leoncio Prado- nos da la noticia.

-¡Ha ganado el Nobel!

- ¡Vargas Llosa!

-¡Sí!

Sonrisas, abrazos. Estábamos alegres como si uno de nosotros o un amigo en común hubiera ganado, pero en

realidad sí lo conocíamos muy bien: habíamos leídos sus novelas. Y todavía hoy, que es el cierre de esta revista,

más alegría aún. Entonces nosotros que nos declaramos vargasllosianos, vamos a la casa y tomamos nuestro

ejemplar de La ciudad y los perros de 1967 en la que tiene un mapa de Lima del año 1962 y lo abraza con amor,

porque se le pueden salir las hojas.

***

El primer nombre que le dimos a esta revista fue Los Inconquistables, después fue Los Cachorros hasta que nos

quedamos con Los Imaginarias. ¿Por qué llamar así a esta revista de periodismo y literatura?

Imaginaria. Del latín imaginarĭus. Adjetivo que solo existe en la imaginación. Vigilancia que se hace por turno

durante la noche en cada dormitorio colectivo. Y esto es lo que hacía MVLL cuando estaba en el colegio militar

Leoncio Prado:

“Leía en los recreos y a las horas de estudio, durante las clases disimulando el libro bajo los cuadernos y me es-

capaba del aula para ir a leer en la glorieta junto a la piscina, y leía, en las noches, en mis turnos de imaginaria,

sentado en el suelo de las blancas losetas desportilladas, a la rala luz del baño de la cuadra”.

***

Somos nóveles, nuevos, principiantes, en otras palabras, unos perros. Mejor dicho, unos cachorros en la

profesión de escribir y ser leídos. Y esta no es la verdad de las mentiras, ni mentiras verdaderas, porque al

final de todo, lo único que nos quedarán son un puñado de páginas amarillentas y apolilladas, pero en el

recuerdo tendremos a Santiago “Zavalita” mirando la avenida Tacna sin amor saliendo del diario La Cróni-

ca; al sargento Lituma investigando un crimen lejos de una casa verde; a Pedro Camacho con peluca y es-

cribiendo para entrarse más en el personaje de sus radionovelas, y al Poeta corriendo por la Costanera,

buscando un amor, dejando atrás su colegio militar y escuchando los ladridos de unos perros callejeros.

Esta revista, tal vez, no hubiese existido sin esas historias que leímos durante tantos años, peor aún, tal vez ni

siquiera nos atreveríamos a escribir. Por eso estas páginas están blancas y esperan ser cubiertas de sus crónicas,

relatos y sus fotografías. Así que a leer, a vivir, a imaginar, a escribir. Sé un Imaginaria. *

Cuestión de nóveles imaginarias

Page 4: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 6 Los Imaginarias 7

Crónica Gonzo

Cucharita y Cascarita están sin sus trajes de colores y sin maquillaje, pero tienen la misma sonrisa de siempre. Son payasos callejeros, de los que suben de bus en bus, bromeando a los pasajeros, contando los mismos chistes. Debe ser un trabajo duro: hacer reír a esta ciudad. ¿Lima no sabe reír o cada vez se ríe menos?

Se disfraza y escribe Alfredo Pérez Andrade

P a y a s o ca l le jero por un día

Los Imaginarias 6

- Pensamos que ya no venías. ¿De verdad también quieres salir

con nosotros… ser payaso?

- Claroooooo -les digo con voz engolada, con el tonito de voz que

he practicado varias veces frente al espejo.

Caminamos unas cuadras hasta llegar a la plaza Dos de

Mayo. En una esquina sacan los trajes. El mío es de color verde

y naranja. Me pongo el chaleco que termina en dos puntas y el

pantalón ancho con tirantes. La gente pasa y se ríe. Me pasan un

espejo de bolsillo y esa pintura blanca que se untan en la cara.

Me la esparzo, poco a poco, con el dedo. Después, me ponen un

poco de rubor y me dibujan con un lápiz delineador una boca de

payaso. Me miro al espejo y sonrío. En qué cosas me he metido,

pienso.

- Ya casi eres un payaso.

- ¿Qué me falta?

- Subir a un carro…

Estamos los tres en el paradero esperando un bus

“bueno”: sin pasajeros parados. Algunos niños pasan y nos

saludan. Uno viene y se prende de mi pierna gritando: “¡Payaso,

payaso!”. Luz verde del semáforo. Cucharita y Cascarita suben a

un bus. “¡Niño, salte!”, le grito. “¡Payaso!”, chilla el mocoso. El

bus arranca. Cucharita, desde la puerta trasera, grita: “Señora,

coja a su mascota”. La madre del niño viene y lo jala. Corro al

bus que acelera cada vez más. El disfraz vuela con el viento.

Las personas del paradero se ríen de mi payasada que no fue

broma. Logro subir. Chibolo maldito, pienso. Cucharita y Cascarita

se ríen. ”Vamos, comienza. A ver si sirves para ser payaso. Es tu

debut”. Me palmotean la espalda. Con una frenada me voy hacia

adelante. Miro a los pasajeros. Ellos me miran. Respiro hondo y

paso saliva. Llegó la hora de ser payaso.

***

Buenooooo, hemos regresado por tanta llamada

telefónica. Antes usted tenía que ir al circo a ver a los payasos,

ahora los payasos vienen a ti. Acá, la señora oculta la cartera,

piensa que le voy a robar. No se preocupe, seño, yo antes era ratero.

Ahora ya no, me he retirado: es que hay mucha competencia.

Seis soles y un chocolate. Eso nos han dado por mi

debut. Dicen que lo hice bien, pero tengo que poner voz de

payaso. Ahora nos repartimos la paga. Dos soles cada uno y una

mordida. Estamos en la avenida Abancay. Han pasado 15 minutos

sin que algún bus nos quiera dejar subir. Siempre es así. Hay

cobradores que nos botan o choferes que no bajan el volumen de

la música. No respetan el trabajo. De pronto, se escuchan pitos e

insultos. Dos policías han atrapado a un ratero. Una señora le da

de carterazos y le grita: “¡Ahora pues, róbame! ¡Dime algo pues!

¡Payaso eres!”. Cucharita interviene como si estuviéramos en un

show: “No puesss, déjenlo trabajar al hombre. Se gana el pan con

el sudor de la frente, no ve cuánto ha corrido, está sudando”.

Transeúntes, policías, el ladrón y nosotros nos reímos, pero la

señora no cambia de cara.

Miren estas chicas hermosas que salen a pasear solas.

¿Señora, su esposo? No se avergüence. Es un ser humano. Acá

la señorita ha venido con su mascota. Flaco, te felicito porque

has elegido una chica linda. Has tenido suerte en el amor. Usted,

señorita, qué se va a hacer. Vive su realidad. ¿No pudo haberse

conseguido algo mejor?… A ver, hermano, siéntate para que dejes

ver el show. Siéntate al fondo que yo te voy a pagar el pasaje. No

se ría. Es la de verdad. Soy millonario, solo que me disfrazo así para

que no me secuestren.

Después de 15 soles y más de seis carros subidos, nos

vamos a almorzar a Gamarra. Estamos por la avenida Grau. Vamos

a cortar camino, dicen. Un pirañita se aparece aspirando terokal. En

su otra mano tiene una bolsa de caramelos. “Maldito drogadicto,

para tu porquería trabajas”, le grita Cascarita. Él se va sonriendo

con una mueca torcida, aspirando cada vez más, pensando que

fue un chiste.

La verdad es que la gente/ Detesta mi cara de payaso/asustado/Y sobre todo mi bolsillo/

siempre vacío y la oscuridad/en que me muevo entre destello/ y destello.

(Jorge Eduardo Eielson)

Los Imaginarias 7

Page 5: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 8

Doblamos una esquina. Es una calle larga con la

pista rota y están quemando basura. En los dos costados

del camino están apostados vendedores de cosas robadas y

chucherías. Siento que el agua me borra el maquillaje. Hay

personas durmiendo en la calle, tomando o peleando. “¿Dónde

estamos?”, pregunto. En Tacora, me responden. Tres hombres

están desmantelando un carro.

“¡Payasos!”, grita un vendedor de fruta por su

micrófono que funciona con batería de carro. Si no estuviera

disfrazado de payaso tal vez me robarían. Seguimos caminando

lento. Cascarita y Cucharita adelante, yo atrás. Hasta que un loco

con ropas sucias y pelo largo se para frente a mí y no me deja

avanzar. Me mira de arriba a abajo.

***

- Oiga, joven, ¿no se puede vestir un poco más serio?

- … soy payaso, señor.

- ¡Sí, es un payaso! Aprenda a vestirse.

Reír es parte de la vida. El dicho dice: “Ríe y te encontrarás con el

mundo, llora y te encontrarás solo”. Sal de tu casa y ríe. Ve a tu

trabajo y ríete. La mujer te saca la vuelta, ríete. Hay jóvenes que

se matan porque su enamorada los deja. A ver, señora, ¿usted

se mataría por su esposo? La señora dice no. Claro, si el vecino

la está correteando.

Comemos un menú de S/ 3.50. La sopa es agua verde

sin sabor y un lomo saltado sin carne. Cucharita cuenta que la

primera vez que hizo de payaso fue cuando tenía 24 años, hace

cinco años. Había renunciado a su trabajo de cobrador en un

micro, porque tenía una relación, de tres años, con una chica del

paradero final. Hasta que ella le propuso que deje a su esposa

y sus dos hijos. Sabía que le iba a hacer problema, por eso

desapareció. No encontraba trabajo. Pasaban los días hasta que

una mañana de julio se preguntó: “¿Y si me disfrazo de payaso

y vendo caramelos?”. Fue a comprar témpera blanca para

pintarse la cara y con un plumón indeleble se dibujó una sonrisa.

Subió a los micros y vendió todas las bolsas, pero cuando llegó

a su casa no podía quitarse el maquillaje. A los dos días se fue

a Gamarra donde compró tela de varios colores y le pidió a su

suegra, que es costurera, que le hiciera un disfraz de payaso.

***

-No llore, señorita.

-Cholo, ven para acá. Mira. La señorita está llorando

- ¿Sabes por qué llora? Porque tú le haces recordar a su primer

enamorado.

- Verdad, cholo.

- Oye sí, gracias.

- La señorita es simpática, hermosa. Sus ojos son dos luceros, su

boca es un coral, por eso cayó del cielo, linda bella y celestial.

La vela por ser vela se derrite de tanto arder, así se derriten los

hombres al lado de una bella mujer… ¿le gustó, señorita?… Sí…

yaaa… colabore.

Estamos en una cantina. “Sólo una chelita”, dice

Cucharita entrando. Está triste porque su esposa lo encontró con

la vecina en el baño y lo botó de la casa. Desde la radio suena la

canción El payaso de la orquesta Papilón: “No hay licor que me

ayude a saciar mi dolor / No hay mujer que me ayude a olvidar este

amor / estoy llorando, estoy sufriendo, ella se fueeeee…/ Llevo la

vida de un triste payaso que ríe por fuera y llora por dentro… Mis

amigos me ven sonreír pero no saben que estoy destrozado de

amor”. Cucharita mira el fondo del vaso y no habla. Quiere llorar,

pero no puede. No se arrepiente. “Es que mi vecina está buenaza”,

dice destapando otra botella. Solo una más, palabra de payaso.

Cucharita aprendió viendo a los payasos de la vieja

guardia. Los seguía en los micros. Se sentaba en la parte de atrás

y los escuchaba. Así fue aprendiendo lo que decían y trataba de

mejorar los chistes. A Cascarita le pregunto cómo se inicio. Se

queda mirando el suelo y su sonrisa desaparece. Se para de la

mesa y se va.

Crónica

Doblamos una esquina. Es una calle larga con la pista rota y están quemando basura. En los dos costados del camino están apos-tados vendedores de cosas robadas y chucherías. Siento que la garúa me borra el maquillaje. Hay personas durmiendo en la calle, tomando o peleando. “¿Dónde estamos?”, pregunto. En Tacora, me responden. Tres hombres están desmantelando un carro.

Los Imaginarias 9

***

- Lo que pasa es que si habla de esas cosas se va a poner

mal. Es que él se inició en un circo. Se enamoró de la

contorsionista y ella de él. El dueño del circo, que es el

padre de la chica, se enteró y lo botó.

Fabio, Cascarita, tiene 34 años de los cuales diez se

ha pasado haciendo reír. Es chato y gordo. En el año 92 vino

a Lima a concursar a un programa de cómicos ambulantes.

Pero perdió. De regalo le dieron una camisa John Holden.

Señores, buenas tardes. Estamos luchando de

esta manera. Haciendo reír sanamente. Somos padres de

familia. Voy a pasar por sus asientos. Levántame la moral

con una monedita. Lo que salga de tu corazón. No somos

ambiciosos. Puede ser cinco, diez soles… Gracias, señor, que

Dios te bendiga. Joven, usted, echa todo… gracias… que Dios

te bendiga, maestro ¿nada?.. que Dios te recoja… apura

pues, amiga, que por las puras no te he dedicado el poema.

Gracias… Señora, usted, gracias. ¿Ella es su hija? Sí, mucho

gusto, yo soy su nuero. A ver las hermanas Bernaola: una

flaca, la otra gorda, gracias. Flaquito, qué pasa, problemas

a ver cuéntame. Qué te ha pasado ¡Cómo! ¿Anoche? Dice

que anoche lo han violado… ¡gracias!

Hace dos años, caminando por la avenida Abancay,

estos payasos se encontraron. Y sentados en una mesa con

unas cervezas se enteraron de que eran vecinos y paisanos,

de Tumbes. Desde ahí salen juntos. Trabajan de once de la

mañana hasta las diez de la noche o a veces antes, si llegan

a los 50 soles que es su tope.

Cucharita subió ayer a un carro y solo sacó un sol

con veinte céntimos. En el otro, nada. Eso lo deprimió. Se

fue donde las peluqueras del centro comercial El Hueco

a enamorarlas. Se distrajo un rato y volvió a subir a un

bus. Sacó cinco soles. Así empezó a mejorar el día. “Los

pasajeros se dan cuenta si estás triste, cansado, cuando no

tienes ganas y así no da risa. A veces es cosa de mentirse a

uno mismo”.

En estos tiempos los contratan para despedidas de

solteros o para baby showers. Los niños de ahora ya no se

ríen de los

p a y a s o s .

Ahora su

público es

gente adulta.

C u c h a r i t a

piensa seguir

de payaso

cinco años

más, después

volverá a

Tumbes y

pondrá un

negocio.

Cascarita se quiere quedar como payaso. Quiere

morir riendo, a pesar de que ya no da risa. Ya son las nueve

de la noche. Los payasos se despiden. Se van hasta sus casas

en Mi Perú, Ventanilla. Yo también me voy. Los pies me duelen

y también la garganta de tanto gritar. He subido a más de 20

buses y nos han botado de más de diez. He tenido que cambiar

mi carácter introvertido a más suelto, de mi rostro sin gestos a

sonrisas exageradas, de mi caminada calmada a casi saltando,

de mi voz baja a una fuerte y graciosa. Y me voy con más de 30

soles en el bolsillo en monedas de 10 y 20 céntimos.

Me voy al paradero pero ningún bus me quiere llevar.

Corro hacia uno que ha parado a recoger una señora con

paquetes. Subo. La gente me queda mirando. El cobrador pide

pasajes.

- Cóbrate.

- No, no, cómo te voy a cobrar. Haz tu show.

- No, no. El show ya terminó. Aquí murió el payaso -le

digo mientras los pasajeros dan la última risa del día.

Los que han colaborado van a tener la vida eterna.

Nunca van a morir. Los que no han colaborado no pasan de

esta noche. Si se quiere salvar voy a pasar otra vez. ¡Gracias!

¡Áaaaaabreme por atrás! ¡La puerta de atrás! ¡Gracias! *

Crónica

Page 6: Los imaginarias 1

Escrito y desvelado por Arkadi Landeo Aliaga

Aún recuerdo la etapa de colegio, sentado afuera de las cuadras, amarrando mis borceguíes, vestido con uniforme camuflado y con cinto blanco. Apenas bordeaba los quince años. Pero todas las historias y anécdotas que uno llega a vivir internado, son imborrables, indelebles. Al igual que Mario Vargas Llosa, también estudié en el Colegio Militar Leoncio Prado, también fui un “perro”-como se les dice a los de tercer grado-y viví a mi modo, una etapa de la que se podría escribir un libro, y un libro podría ser escrito por cada persona que estuvo internada en ese recinto, porque al ser una pequeña ciudad habitada por adolescentes y gobernada por militares, hay muchas historias interesantes que contar, como la de ser imaginaria.

Testimonio

Los Imaginarias 10Los Imaginarias 11

Dentro de la rutina que se sigue -todas

las actividades están contabilizadas- algunos

cadetes aprenden a exigirse menos, burlando la

práctica cotidiana, y haciendo su estancia quizá más

entretenida, por los riesgos de saberse en falta, por

la emoción de estar “cabreado” (término militar

usado para connotar esa burla al sistema impuesto).

Por lo general, casi todos los que han pasado por el

Colegio Militar se han “cabreado” alguna vez, porque

vives una edad caracterizada por la rebeldía: si te

dicen que tienes que correr en el estadio, analizas

tus posibilidades para “cabrearte” en el gimnasio,

si tienes que estar en los casinos, encuentras

el momento para “cabrearte” a las cuadras, del

comedor a los casinos, de las aulas al comedor, y

así...

Las jornadas más recordadas son los turnos

de imaginaria cuando el cadete hace de cuartelero,

y tiene que cuidar las cuadras de noche y dar

reportes a los oficiales sobre alguna novedad que

ocurra durante los turnos (como la pérdida de algún

objeto, si alguien se ha enfermado y lo han llevado

a enfermería o si se han escapado). En los turnos

de imaginaria aparentemente no sucede nada

interesante. El oficial de turno normalmente está

sentado sobre un escritorio, leyendo un periódico o

fumando un cigarro. Los imaginarias están parados

en la puerta de sus cuadras. El batallón de cadetes

se encuentra durmiendo, recuperando energías,

añorando el fin de semana. Sin embargo, aparte de

ellos, de noche nadie controla. Los demás oficiales

también duermen, excepto quienes están de turno,

que por la fría brisa de la Costanera y el silencio de

la noche, parpadean hasta que, en cierta hora, el

sueño les hace cerrar los ojos.

Otra historia comienza de noche. Los

imaginarias se dividen en cuatro turnos de dos horas

cada uno. Empiezan a las diez de la noche, terminan

a las seis de la mañana. Por lógica, el primer turno

es el más fácil. Los cadetes terminan de hacer sus

actividades y se van a dormir, algunos todavía están

en los baños lustrando sus borceguíes, algunos en

sus cuadras encerando el piso, acomodando su

ropero; otros -hay que enfocarnos en estos últimos-

están planificando visitar algún lugar que de día no

está permitido, y son quienes hacen su estancia más

entretenida. A la medianoche termina el primer

turno de imaginaria. A esa hora casi el noventa por

ciento se encuentra bajo sus frazadas, sin ruido

que los moleste hasta el toque de diana o el oficial

ordenando que se levanten. El segundo turno de

imaginaria es un poco más agotador, los imaginarias

son veinte por cada grado, dos por sección. En sus

momentos de ocio están jugando una partida de

ajedrez, fumando un cigarro o escuchando música.

En ese turno, los que antes estuvieron planificando,

salen de sus cuadras, en ropa ligera, buzo o pijama

con zapatillas y el capotín para el frío, portando

linternas, cigarros y quizá algo más.

Algunos no saben que el local donde está

ubicado el colegio fue mucho antes el cuartel “La

Chalaca”, y muchos mitos y leyendas urbanas se han

formado. Los monitores les cuentan a sus “perros”

la historia del “Loco Polichinelas” que está en el

techo de la peluquería y sale a hacer sus ejercicios

a partir de la medianoche. O la historia del cadete

sin cabeza que se cayó del cuarto piso del pabellón

conocido como La Siberia. En el segundo turno de

imaginaria es el momento adecuado para verificar

estas historias, embargados por la curiosidad, o

por el simple hecho de pasar un buen momento

haciendo asustar a algún incauto.

Estas leyendas ya forman parte de las

tradiciones que la historia ha formado en el

Leoncio Prado, y son transmitidas de generación en

generación. Casi todos quieren visitar La Siberia,

Testimonio

Page 7: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 12

que es un pabellón con infraestructura muy antigua.

Está en desuso, y se dice que hubo un incendio que

dejó el pabellón inhóspito. Las puertas de ingreso a La

Siberia están cerradas, y siempre hay tropas que cuidan

que nadie ingrese sin autorización. Se podría decir que

es el lugar prohibido que todos quieren conocer.

De hecho, en los segundos turnos de imaginaria

es cuando más visitas recibe La Siberia.Solo basta un

poco de ganas e imaginación para burlar los puntos

donde hay oficiales o tropas cuidando. Se entra por la

puerta principal donde está la banda, o trepando por el

lado posterior que da a la piscina. Como todo es oscuro,

se tiene que ir con linterna, esquivando murciélagos,

nidos de palomas y grafiteando las deterioradas

paredes para que quede grabada tu visita al pabellón

prohibido. Son cinco pisos, y desde la azotea se aprecia

Lima nocturna por un lado, y el Callao nocturno por

otro, lleno de luces. Se ve el faro de la Marina hasta la

cruz de Chorrillos, en un paisaje que hace valer la pena

el recorrido hasta ese lugar.

En las noches también están los malacateros,

trabajadores del colegio, choferes, mecánicos o

cocineros, que se recursean vendiendo golosinas a los

cadetes. El comercio se hace de noche porque está

prohibido, pero la necesidad los obliga a pasearse

por las cuadras bajo responsabilidad de ellos. Los

malacateros también tienen su historia en el Colegio

Militar Leoncio Prado, algunas tan desagradables que

prefiero no detallar, por respeto a las tradiciones. Había

algunos que fidelizaron a sus clientes nocturnos, como

El Diablo, un mozo cincuentón, que de día traía doble

ración de agua y frutas a cambio de zapatillas, ropa o

productos de limpieza nuevos como betunes, talcos,

etc. De noche El Diablo la hacía de malacatero y tenía

gente que le colaboraba y hasta le “guacheaba” si

venía algún oficial.

El tercer turno de imaginaria es el más pesado,

de dos a cuatro de la mañana. Son pocos los que se

levantan a esa hora. Hasta los cabreados ya están

vencidos por el sueño. Los mismos cadetes que están

de imaginaria muchas veces se duermen, sin ninguna

novedad a menos que esa noche esté de turno el

técnico Márquez, un subalterno muy respetado que

siempre pasa revista a los dormilones de los terceros

turnos, y les archiva papeletas, que acumulan faltas

para no salir el fin de semana por no cumplir con su

función de imaginarias.

Cuando se sabía que Márquez estaba de turno,

muchos preferían pagar a otros para que los cubran en

su servicio, pero eran pocos los que aceptaban, ya que

el sueño era pesado y muy cotizado.

El cuarto turno le servía al imaginaria para

ir avanzando con sus otras responsabilidades, como

tender su cama, sacar brillo al piso, arreglar su ropero,

etc. Un nuevo día comienza con el toque de diana,

que indica que las actividades rutinarias empiezan

nuevamente, dejando el saldo de ninguna novedad en

los cuadernos de supervisión, muchos cabreados que

visitaron los lugares prohibidos del colegio, malacateros

contentos o descontentos, terceros turnos dormidos y

con papeletas si estuvo Márquez de turno, y siempre

una nueva historia que forma parte de la vida de

cualquier cadete que ha vivido en el Colegio Militar

Leoncio Prado. *

Artículo

De hecho, en los segundos turnos de imaginaria es cuando más visitas recibe La Siberia. Solo basta un poco de ganas e imaginación para burlar los puntos donde hay oficiales o tropas cuidando.

Los Imaginarias 13

A me pide mi texto. A veces, A puede

llegar a ser molesto (creo que no soy el único que

piensa lo mismo). Sé que A leerá esto, quizá de

una manera obligada. Creo que también será el

primer texto que escriba y que A lea, si es que no

se la ha dado de detective también conmigo. Esa

manía que tiene de buscar y saber las cosas de los

demás –no sé cómo, pero las termina sabiendo-.

A es algo diferente e inusual a las otras personas

que he conocido, por eso debo confesar algo: Al

principio, A me resultaba muy molesto. Es más,

nunca pensé en qué podíamos llegar a ser amigos.

Ya habrán podido deducir que A es hombre.

También, pueda que valga esta aclaración, no soy

gay ni A.

Debo confesar otra cosa. En algún momento

se me cruzó algo por la cabeza. Lo creí, estaba

seguro y totalmente convencido de querer dejar y

abandonar eso por lo que había estado todos estos

años en la universidad: el periodismo. Y fue sobre

eso lo que empecé a hablar con A cuando lo conocí.

Como dije, al principio A simplemente no

me caía. Creo que hay una última cosa que debo

confesar: conocer (y hablar) con A hizo que me

diera cuenta que la idea de dejar el periodismo

fue solo un berrinche de quinceañera engreída.

También, gracias a A estoy escribiendo este intento

de artículo que, quizá, alguien lo termine de leer

por completo, aunque sea una vez. Creo que la

relación entre A y yo se basa, principalmente, en el

periodismo (y también en el hecho de que no nos

gusta, en particular, el fútbol).

Pienso que A tampoco disfrutó de mi compañía

cuando nos obligaron a hacer un trabajo en grupo.

Fue ahí que A se puso serio cuando le pregunté por

su blog. Inmediatamente añadió “no me pagan, por

siaca”. En realidad no sé si eso era lo que quería

saber cuando se lo pregunté, pero él se adelantó a

contestarlo sin que se lo preguntara.

A me convenció de ir a reportear una vez, a

muchos kilómetos de Lima (Sí A, lo admito de nuevo,

después de eso también me resultaste molesto). Esa

noche, en el bus que nos llevaba, hablamos de varias

cosas. De las que más recuerdo era su interés por leer

y reportear, sus historias y el cariño que le tiene a

la novela Conversación en la Catedral. A me contó –

creo- gran parte de su historia y lo que había escrito

y hecho en casi una hora. Pero creo que lo que más

recuerdo fue lo que dijo y lo que yo –pinche aprendiz

de periodismo, tanto como él- no entendía hasta ese

momento: “Todo lo poco que sé lo he aprendido en

la calle”.

Dentro de todo creo que fue bueno conocer a

A. También es bueno que tengamos gustos diferentes

y que, por eso, a veces discutimos. Tengo que decirlo

de nuevo: Nunca pensé que me podría lleva bien con

A, pero por el tiempo que ha pasado puedo afirmar

que de ninguna manera me llevaría bien con alguien

como él.

Por lo pronto A se ha convertido en un

amigo cercano, aunque a veces sea espeso y piense

que no le presto atención a lo que dice. Espero que

lo primero que salga publicado sea este intento de

artículo, pero sé que A me dirá que escriba otra cosa.

Ah, me olvidaba de decirlo: sí, ya me creí eso de que

quiero ser periodista. Gracias, A. *

Artículo

Escribe César Pineda

Lado A

Page 8: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 14

Sin embargo, lo que perduró en el tiempo fue esa sonrisa con la que terminaba cada presentación. La misma que parece contagiar de alegría a las llamas de las velas, pero hace derramar lágrimas a los que siempre quisieron conocerlo.

Los Imaginarias 15

Fotogalería

Esa tarde, Jackson reencarnó en todos los que lo recuerdan, en todos a los que su música obligó a imitar sus pasos, en aquéllos que disfrutaron su auge y en otros que heredaron su legado musical. Pues cada canción traspasó fronteras, se filtró entre las nuevas generaciones y va a ser imposible que alguien lo olvide, pues el día que suceda eso, será el día en que realmente muera.*

Fotogalería

Texto y fotos: Juan Pablo Ayala

Michael Jackson no ha muerto ni estaba de parranda. Habita en el recuerdo de los peruanos que el 25 de junio le rindieron tributo. No fue su muerte sino un episodio que se adelantó al tiempo. Un trágico fin que se ha dispuesto a seguir eternamente a las estrellas y esta vez le tocó a la leyenda: a Michael. A un año de su muerte, el Perú se unió al gran tributo mundial al “Rey del pop”. El escenario fue el Parque Keneddy en Miraflores, donde cientos de jóvenes y no tan jóvenes, se reunieron para alzar su voz y piernas en homenaje a uno de los iconos de la música mundial. Cada quién vivía su propia historia: vestían como él, arrastraban los pies como los muertos vivientes de “Thriller”, bailaban con los pasos y gemidos característicos de “Billie Jean”, entrelazaban sus manos con “I´ll be there”, y rompían en llanto con “We are the world”. Velas en mano, se acercaban a los retratos que reflejaban a dos tipos de Michael: uno de piel ébano con un cabello exagerado y nariz ancha; y otro de piel blanca, cabello ondeado y lentes oscuros.

Michael Jackson es peruano

Page 9: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 16

El viernes prometiste ir a mi casa y así

lo hiciste, Jhon Gino. Recuerdo que siempre

cumplías lo que prometías. Prometiste buscarme

trabajo, levantar tu casa junto con tu hermano,

montar skate mejor que yo, ser mejor que todos y

así lo hiciste. Recuerdo ese día que nos quedamos

viendo videos de skate hasta muy tarde, y tú tenías

que trabajar al día siguiente. Creo que te fuiste de

boleto y en la tarde estabas en mi puerta para ir

a patinar. Tan empilador, tan terco, tan recio no

dejabas de montar. La alameda lo era todo. Tantas

caídas, torceduras, risas, penas, rones, cigarros,

tierras, mototaxis, y sobre todo diversión. Pero

ya no volverán esos días. Hace más de tres años

fuiste a montar skate al cielo, por culpa de un

maldito que acabó en la cárcel.

Creo que los días donde la pasábamos

de lo mejor eran los sábados. Esos días bajaban

todos de Zapallal, Rosa Luz, Santa Rosa, Ancón,

Ventanilla. Nosotros, de Puente Piedra, nos

rajábamos para darle el mejor truco y toda esa

gente viéndonos como si fuéramos cómicos

ambulantes. Era lo máximo y tú como siempre no

te cansabas. A veces deseaba no cansarme como

tú. La noche caía y era hora de la gaseosita, la

conversa, la joda.

Los domingos todos bajaban en la noche

y así era siempre. Recuerdo cuando llegaste por

primera vez, yo decía: “¿Quién será ese chibolo

que siempre viene a ver nomás?”, y a la semana

llegaste con tu skate y le dabas bien. Creo que

aprendiste con solo mirar. A veces hablábamos

sobre las flacas. Nunca te vi con una. Eras caleta,

resultó que tenías varias.

Recuerdas el viaje a Huaral. Fuimos con

tu hermano que llevó la filmadora, Calamaro,

Leo, Alfonso, Evan y yo. Todos tan empilados, tan

alegres. Fue nuestro primer tour fuera de Lima

y el mejor. Tu hermano no te dejaba de grabar.

Recuerdo que fui el primero en volarme las gradas

del centro de Huaral y tu hermano por grabarte

no filmó, pero qué iba a hacer, tu hermano te

adoraba.

¿Recuerdas el 2006? Creo que para todos

nosotros fue el mejor año para montar skate. Evan

y yo de vagos, tú trabajando por las mañanas,

Alfonso también, Calamaro estudiando. Era el año

perfecto para salir a patinar por las tardes. Era

nuestro año. Comenzamos bien, queríamos que

empiece el verano para irnos a Ancón a patinar,

a imponer nuestro nivel. Al llegar nos quedamos

viendo a las chicas, fuimos a comer como cerdos,

pasear por todo el malecón. Al final terminábamos

más cansados por matar el rato que por montar

skate. A las justas montábamos una hora y luego

la regresada.

Tu lugar favorito era Ventanilla, ahí era

cosa seria. Era “el lugar”. Ver a esos tíos montando

skate, eran pastrulos, cochinillos, pirañitas, pero

terminamos siendo buenos amigos. Ellos nos

daban clases, nos empilaban, nos daban secretos

y nosotros agradecidos poníamos la gaseosita.

Era bacán la hora de la gaseosita, era la hora de

charlar. Nos contaron sobre todos los lugares de

Ventanilla donde se podía patinar. Fue ahí como

nos enteramos de Naval, el mejor lugar hasta

hoy para montar skate. Es un parque completo,

gradas, muros, piso pulido limpio.

Carta

Remitente: Freddy Garay

Al amigo que perdí

Los Imaginarias 17

En Puente Piedra qué no hemos hecho.

¿Recuerdas cuando nos robamos un tubo? Esa

noche, no recuerdo bien quién le metió un floro al

tío que salió de su jato por la bulla que hacíamos.

Le dijimos que éramos de Electra y que estábamos

sacando el tubo porque molestaba la vía pública.

Creo que fue Calamaro, él tenía un floro bravo.

Y así fue como conseguimos nuestro tubito,

luchándola, floreando a la gente, peleando con

cada triciclero-chatarrero que pasaba jodiendo,

fueron buenos días. En junio del 2006, las cosas

cambiaron: mi vieja ya no me quería ver de vago.

Quería que haga algo antes de entrar a la San

Martin y fue ahí cuando me metí a la academia.

Creo que la malogré porque ya no salía mucho

con ustedes ni me encontrabas en mi casa. Yo

mismo me puse mi pare. Pensé: si el próximo año

voy a estar en la universidad, por qué estoy en la

academia. Quiero montar, quiero disfrutar antes

de entrar a esa vida, pero no. Mi vieja me canceló

en una. No podía. Tenía que seguir. Aunque estaba

en la academia, me quitaba a montar. Hacíamos

planes para irnos a Jesús María, Miraflores,

Surquillo y ahí conocí más lugares y la pasábamos

bien de tour en tour por la gran Lima.

En cuestión de meses me enamoré, me

templé, me convertí en un perro como tú solías

decirme. Era por culpa de Laura, de la cual a

veces renegabas. Me decías: “ya huevón, déjala.

Vamos a montar. Luego la ves”. Te juro que no

podía. Quería verla todos los días. Me olvidé

que era ser skater. Tenías celos, mi buen amigo,

celos que tu colega, tu competidor, tu empilador,

tu compañero se fuera con una chica y te dejara

con chacales que no empilaban en lo absoluto.

Te entiendo y te pido perdón. No pensé que a un

buen amigo no se le puede echar de lado, perdón.

Me conseguiste trabajo en la fábrica donde

trabajabas, y yo como siempre, vago, mongol,

aburrido, no fui. A veces pienso cuando es de

noche y no puedo dormir: ¿Y si hubiera trabajado

contigo, ese día que te fuiste? Tal vez te hubiera

empilado para irnos de frente a patinar y así no te

hubieran asesinado. A veces me pongo a pensar

que pude haberte salvado.

Semanas antes, de que partieras, nos

tomamos muchas fotos, como nunca, y en algunas

se te notaba triste. Creo que las cosas pasan por

algo y contra eso no se puede hacer nada. Te

cuento que estoy bien, que sigo con Laura. Estoy

estudiando y que a veces salgo a montar. La cosa

ha cambiando bastante. Hay hartos chibolos

que montan bien, y los que alguna vez conociste

siguen montando, siguen de vagos, siguen de

pastrulos, de pelucones, de cochinos, excepto

Alfonso que estudia y trabaja, Evan que es gerente

de su propia empresa, Calamaro que es profesor

y el Tocha que es administrador. Bueno, John,

me despido. Cuídanos desde allá, guíanos para

dar buenos pasos. Te mando muchos saludos de

parte de toda la gentita que siempre te lleva en

sus corazones. Adiós, mi buen amigo Jhon Gino. *

Carta

12 de enero del 2007. Puente Piedra.

Lima. Al atardecer, Gino Villareal, de 18

años, fue a visitar a su amigo que vivía

a la vuelta de su casa, Henry Castro,

estudiante de ingeniería. Este último le

quitó la vida a Gino sin alguna razón que

hasta el día de hoy es un misterio.

Page 10: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 18

con instrumentos que ya existen en la cabeza del pasivo

lector. La escritura es el primer invento de la realidad

virtual, miles de años antes que las atroces conexiones de

The Matrix. Porque las sílabas y sus sonidos, la música de

los periodos y párrafos y los significados que consiguen

las palabras al chocar entre sí, consiguen transportar al

lector gracias un sistema visual y sensorial mucho más

poderoso que el ofrecido por el mero cine 3D.

Eso me gusta de escribir. Que puedo meterme

en la cabeza de otro ser viviente hasta un punto donde,

como la rata de Ratatouille, puedo jalar alambres y

nervios que conducen al lector por paisajes diseñados

por mi mano. Por eso para mí la crónica no es un mero

trasvase de información, sino un llamado de complicidad

para adentrarse conmigo a un mundo reinventado por la

escritura.

Hacer televisión en cambio es otra cosa. Grabar

reportajes es como salir de cacería. Es un trabajo en

equipo, jamás individual. Es un acto de camaradería y

un juego coordinado de pases cortos. Eso fue lo primero

que aprendí cuando osé tomar un micro y salir con

camarógrafo a registrar la calle. El trabajo en equipo es tan

importante que si el chofer que maneja la unidad móvil

amaneció con la mierda revuelta, la nota sale también

con grandes posibilidades de ser una completa mierda.

El buen reportero es el capaz de apasionar a su equipo

completo para que la cacería rinda el fruto esperado: la

presa más gorda.

Carne. Eso es lo que hay que llevarle al editor.

Carne. La mejor carne. Sin buena carne, no se puede hacer

un buen reportaje. Claro, hay editores hábiles que inflan

cualquier molleja o pata de pollo hasta lograr una nota

divertida y espumante, pero no pasa de ser eso: espuma.

Una nota inflada con ritmo en torno a una pata de pollo

raquítica. Y la gente nota que no se ha llenado.

Pero, respondiendo la pregunta planteada, lo que

más me gusta es las dos cosas. Creo que si solo me hubiera

dedicado a escribir, seguiría siendo el tipo tímido, apocado

y nervioso con mucho miedo a hacer el ridículo. Y al revés,

creo que si nunca me hubiera quemado las pestañas

escribiendo hasta conseguir la frase lograda, sería hoy

uno de esos reporteros cantarines que no ven más allá de

lo que deja ver la esquina levantada por el viento de un

diario que cubre a un muerto.

Escribir te da profundidad, perspectiva, elegancia,

vuelo. Hacer TV, concha, audacia, espíritu de lucha. Hasta

para hacer una nota gastronómica o una nota con tema

turístico. No sales a buscar una pata de pollo, sales por la

carne más jugosa.

Ahora mi gran reto es encontrar el equilibrio para

hacer buenos reportajes de TV. Y, a la vez, habituarme a

escribir todos los días alguna página que pueda resistir al

tiempo. Eso es lo que más me gustaría. *

ArtículoArtículo

Los Imaginarias 19Los Imaginarias 19

Hay quienes me preguntan a quemarropa que por qué

trabajo en televisión si lo mío es la crónica periodística.

No me detengo mucho tiempo a pensar si lo que en

realidad tratan de decirme es que por qué un gordito

con facha de vecino común y corriente tiene el descaro

de figurar en un terreno reservado a gente mejor

diseñada por sus padres o el personal trainer. Respondo,

sin complejos, que la televisión me ha dado cosas que

un periódico o una revista jamás me darían: viajes

contÍnuos por todo el Perú y gran parte del mundo,

mejor paga, rápida llegada a mayor cantidad de gente,

aunque me ha quitado horas de lectura y conversación

con los amigos. Y a veces agrego que lo que la gente

quiere es que le cuenten una buena historia antes que

detenerse a ver si el que se la cuenta va todos los días

al gimnasio.

Y entonces la siguiente pregunta suele ser que

si prefiero trabajar en prensa o en televisión, escribir o

reportear. A ver, son dos cosas distintas. Cuando uno

trabaja en prensa y sale a recoger información, uno

empieza un trabajo en solitario que a mí me resulta

apasionante. En mi cabeza empieza a instalarse el

escenario de una historia como si se tratara de un teatro

o un museo en construcción. Mi tarea es alimentar de

detalles ese escenario, dotar de personalidad y gestos a

los personajes de ese gran museo. El siguiente paso es

descubrir las palabras que retratarán mejor lo que tengo

en la cabeza. Deberán ser las palabras y los giros que me

ayuden a componer una escritura colorida a la vez que

concisa y ágil. Y esta es la parte que me demora más y en

las que el trabajo me absorbe como a un monje budista

absorbe la contemplación, hasta convertirme a mí

mismo en un vaivén de palabras, sonidos y significados.

Es la parte que me emparenta con cualquier

alfarero que aplasta el barro y lo estira hasta conseguir

las formas que desea o al menos las que estén al alcance

de su habilidad. Es ahí donde los objetos y decorados de

mi museo o teatro empiezan a encajar en un entramado

lineal que puede tener una forma al empezar el día y

estar patas arriba al ocultarse el sol.

Cuando uno escribe hace uso de un arma

poderosa. Uno fabrica un instrumento agudo como

aguja que puede meterse en el cerebro de cualquier

persona alfabeta y desplegar extremidades y antenas

como los robots de Transformers. Ese robot entonces

reconstruye el escenario pergeñado por el escritor

Escribe Luis Miranda

¿Prensa o televisión, escribir o reportear?

Los Imaginarias 18

Page 11: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 20

En el 2008 me quería mudar de casa. Vivía muy lejos

de Lima, en Carabayllo, y estaba harta de tener que

bancarme el tráfico y la distancia cuando iba a mi

trabajo, en Miraflores. Para pasar las casi cuatro horas

que vivía secuestrada en el bus, leía. Por azar, un día

llegó a mis manos un libro viejo que me costó algo

más de cinco soles. Uno de tapa gruesa y de segunda

mano, de la editorial Bruguera, que llevaba el título:

El Barón Rampante de Ítalo Calvino. Me compré

el libro y, mucho después, le di una ojeada, harta

y decidida a sortear la vista de las espaldas de los

pasajeros del bus. La novela empezaba así: “Era el

15 de junio de 1767 cuando Cósimo Piovasco de

Rondó…” hijo del Barón de no sé cuantos, tomó la

loca decisión de subir a un árbol y de ahí no bajar

nunca más. Con sólo doce años, harto de la tiranía

de su familia, porque no quería comer caracoles,

les encaró y les dijo: “Nunca cambiaré de idea. ¡No

bajaré nunca más!”. Cósimo se había convertido

así en mi chico favorito, en mi héroe. No me había

enamorado desde el grito de libertad de William

Wallace en Braveheart (1995), desde el vibrante

acorde de rebeldía de la guitarra de Hendrix.

Era la misma sensación de la vez que le respondí a

un ex jefe tirano. El empujón para irme de una vez

de la casa de mis padres. Era el barón rampante

alzando la bandera de la rebeldía más demente.

Y como a mí me gustan los rebeldes sin causa,

¿necesitaba algo más para no querer anclarme en

la novela?

Después del primer capítulo enterré toda

mi atención en los raros nombres de árboles que

Cósimo trepaba de rama en rama. Cada noche,

Escribe Juana Gallegos

Mi novela favorita

al volver del trabajo, el follaje donde se escondía el

barón rampante camuflaba también mi desesperación

por pasar el interminable semáforo de la Javier Prado.

Cuando sólo se trabaja, no hay mejor forma de vivir

la vida que mediante la literatura, pensaba, con aire

intelectualón, intentando esquivar la cartera que alguna

gorda apoyaba sobre mi libro, cuando el carro iba lleno

y yo tenía la mala suerte de ir en el asiento del pasadizo.

El barón rampante de Ítalo Calvino

Los Imaginarias 21

Ondariva (mi heroína privada).

Además de querer huir de la casa de mis padres,

en aquellos días, también quería huir de una truculenta

relación amorosa. Pero encontrar el final siempre es difícil.

Este es uno de los episodios de la novela que podrían haber

durado todos los semáforos de Lima para ser releído una

y otra vez. Es el diálogo de ruptura entre Cósimo y Viola,

es de ese tipo de las novelas despechadas pero dulzonas.

No importa, a mí me encantó: “Dime lo que quieras que

haga, estoy dispuesto...”, podría haber dicho Cósimo (leía

en el libro, extasiada, al borde las lágrimas). En cambio

dijo: “No puede haber amor si no se es uno mismo con

todas sus fuerzas”. Y Viola habría podido decir: “Tú eres

como yo te quiero...” pero se mordió un labio y dijo: “Sé

tú mismo solo. Adiós entonces”. Y ella se fue y nunca más

volvió. Final triste como ciertos amores imposibles. En vez

de terminar con mi dulce tormento, volví con él (lo que

hace la ficción) Pero ahí no acaba la historia, hay más pan

por rebanar. Sólo puedo decir que además de la historia

hay un fragmento de otra novela del genial Calvino, Las

ciudades invisibles, que me atrapó. Decía: “El infierno

de los vivos no es algo que será. Hay uno, es aquel que

existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días,

que formamos estando juntos”, hasta aquí bien hard, y

sigue: “Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil

para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él

hasta el punto de no verlo ya. La segunda es arriesgarse y

saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es

infierno. Y hacerlo durar y darle espacio”. Y así fue como le

di espacio en mi librero a Calvino y a la historia de Cósimo

Piovasco y Viola.

Vuelvo a decir que leí íntegramente la novela en el

asiente trasero del bus camino a casa. Y dejo un consejo

para los leedores ambulantes: No hagan caso cuando

algún grosero les dice: “vete a la biblioteca a leer” o “piña

pues, si no hay luz” o “entonces bájate” y otras burradas.

Y finalmente, no contaré el final de la historia. Pero sí diré

que al final me mudé a una casa más cercana al trabajo. *

Artículo

Decía que las peripecias del barón rampante

me ataron al asiento trasero del bus (que recomiendo

como el mejor lugar para leer). Desde ahí seguí a

Cósimo, paralizada, viéndolo enamorarse, creando

sus propias reglas, inventando su república llamada

Arbórea, escribiendo la constitución de un Estado ideal

fundado en los árboles y habitada por hombres justos.

Qué más quería para un héroe de cabecera como el

barón, que además de rebelde era inteligente y además

de inteligente era seductor y, a veces, un donjuán. Pero

un donjuán que al fin y al cabo se enamoró. Y lo hizo

de alguien más rebelde, más caprichosa y locamente

incoherente: la marquesita Sofonisba Viola Violante de

Page 12: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 22

Esta obra es considerada un clásico de la literatura

latinoamericana. Excelente historia la de Juan Pablo Castel,

un hombre que vive sumergido en sus pensamientos, que no

lo dejan vivir tranquilo porque busca una explicación a todo.

Él es un pintor, y narra la historia (El libro está

escrito en primera persona) de cómo conoció a María

Iribarne, una mujer de la cual se obsesionó por el hecho

de ser la única persona que prestó importancia a un

detalle de un cuadro suyo, en el que había una escena de

una persona en la playa, la cual no guardaba importancia

para los críticos de arte, a quienes Castel detestaba, pero

él al ver a María detenida mirando fijamente esa escena,

inconscientemente se enamoró de ella. No es algo usual que

alguien afirme a secas que fue así, pero Juan Pablo Castel

no volvió a ser el mismo desde aquel día, porque pensó y

repensó encontrarse con ella, simulando encuentros furtivos,

casuales, imaginarios. Se pasó cerca de un

mes planteando hipótesis de cómo sería el encuentro con

ella, cómo entablar una conversación sin conocerla, siendo

él una persona tímida, y seleccionando todas las alternativas

posibles, desde todos los ángulos, hasta que un día la vio

pasar por la calle. Cuando la tuvo frente a frente se le olvidó

todo lo ensayado previamente, y reaccionó de la manera

más torpe, y sin embargo, el encuentro terminó siendo

exitoso porque quedaron en verse nuevamente.

Cuando ambos se dieron cuenta de que no existen

casualidades en la vida, sino que por cuestiones del destino

llegaron uno a la vida del otro, empezaron una relación de

amor escondido, porque María Iribarne estaba casada con

un ciego, y ante estos descubrimientos, el pintor fue-como

de costumbre- analizando cada palabra de María, cada

gesto, para probar que no lo amaba como ella decía, y sin

embargo no podía separarse de ella por el amor que sentía.

Pasaron los meses y la relación nunca tuvo un

equilibrio, sino que las peleas se hacían más constantes, y la

irritación de Juan Pablo Castel llegaba al punto del martirio.

Ella, sin embargo, permanecía a su lado aunque siempre

le recordaba que todo era un error que al final terminarían

sufriendo.

Cuando la historia llega al clímax, en uno de

los tantos distanciamientos, cuando él se excedía en las

ofensas a María, ella decide ir a la casa de campo de la

familia de Allende, el esposo de ella, y Juan Pablo la busca

y conoce a Hunter, el primo de ella, quien finalmente resulta

siendo su amante, cosa que Juan Pablo descubre a través

de todos sus razonamientos y cuestionamientos lógicos y

minuciosos, y finalmente, envuelto en un celo enfermizo y

sin control de sí mismo, decide bajo la tormenta, acabar con

la vida de María.

Loco y solo, Juan Pablo Castel busca a Allende y le

cuenta lo que acababa de descubrir, y termina ofendiéndolo

por su discapacidad física, y termina ebrio y sin un orden

lógico, y al recordar todo lo que hizo se entrega finalmente

a la policía. Es desde ahí donde cuenta su historia, tratando

de ser imparcial en todo momento, demostrando que la

inteligencia y la lógica de su capacidad deductiva terminan

siendo el arma que acabó con su vida, perdido, humillado, y

sin embargo manteniendo un ego tozudo.

Esta historia muestra a lo que nos puede llevar la

mente humana, cuando no equilibramos los sentimientos

con la razón, cuando terminamos siendo más irracionales

que los animales, denigrando nuestra naturaleza humana.

Excelente obra la de Ernesto Sábato, que no hace más que

reflejar el lado oscuro de la humanidad, llena de vicios y

flagrantes delitos, no desde un lado externo, sino examinando

el interior del ser humano, expresando sus pensamientos y

sus sentimientos, demostrando que la confusión permanece,

y haciendo una reflexión sobre nuestra posición en la tierra,

buscando un cambio moral, simplificando lo complicado. *

LIBRO

Comenta Arkadi Landeo Aliaga

El túnel - Ernesto Sábato

Los Imaginarias 23

Un día el joven Bécquer caminaba por una calle

madrileña ensimismado en sus pensamientos. “¿Qué es

poesía? ¿Qué es poesía?”, se preguntaba cuando vio a

una mujer en lo alto de un balcón. Ella era perfecta, bella y

admirable.

Parada en ese balcón de estilo barroco, con adornos de

voluta y arco de medio punto, con enredaderas que caían

hasta el suelo y golondrinas que cantaban alrededor, ella

parecía una diosa del Olimpo, celestial y empírea. La imagen

fue tan devastadora para Bécquer que tuvo que volverse

repetidas veces hasta doblar la esquina, para admirar a esa

imagen que lo había deslumbrado.

Ese fue el inicio, y también su perdición. Ella sería

su musa, la razón de sus desvelos, de su poesía romántica,

del amor que guiase su pluma, pero a la vez su tormento, su

suplicio, el dolor de un amor secreto e inconfesable.

Sus amigos de copas y de letras se dieron cuenta

del cambio de Bécquer: a su personalidad tímida y retraída

se le sumó una introspección tal que ya no salía con ellos.

Tal cambio, pensaron, solo podía deberse a una

mujer, la cual debía ser tan bella y maja para traerlo de esa

manera. Entonces decidieron presentársela para que su

agonía y sufrimiento terminaran, pero Bécquer desistió de

esa idea. Estoicamente dijo ¡No! Sus amigos no entendieron

su decisión ¿por qué negarse a conocer a la mujer que le

quitaba el sueño?

Su respuesta merecía tal vez un análisis diferente

a la de cualquier mortal. Por qué no conocer a su musa,

su inspiración. Porque en el mundo de Gustavo todo era

perfecto, todo encajaba, funcionaba. El amor es puro y

celestial. Se puede querer y ser

perfectamente correspondido.

En el mundo real están las

desilusiones y el desamor. Tal

vez quiso amarla así, para que su

amor no sea contaminado, para no

someterse a la posible indiferencia

de la mujer del balcón, mirarla de

lejos solamente, como se mira

a una estrella. Tal vez Bécquer

fue a mirarla en ese balcón por

última vez y se retiró diciendo en

voz baja:” Y volverán las oscuras

golondrinas/ en tu balcón sus

nidos a colgar, volverán las tupidas

madreselvas,/ pero esas que

aprendieron nuestros nombres/

esas no volverán...” *

Escribe Jesús Herrera Matos

Artículo

Becquer y la mujer del balcón

Page 13: Los imaginarias 1

Cuento

Lima. Siete de octubre 2023. Desde

el techo del nuevo centro comercial Javier

Prado Plaza, Eme arrojó ácido muriát ico a

los transeúntes. Cinco de el los fal lecieron

y catorce terminaron con sus rostros

desfigurados.El caso más terr ible fue el

del pequeño Dany, de siete años: el ácido

le cayó a los ojos.

A los pocos minutos l legaron

los reporteros, seguidos del Servicio

Anticr iminal de la Nación (SAN) que

bloquearon las cal les y atacaron a los

reporteros que registraba la tragedia

para la historia. Poco antes de las seis

de la tarde, el comandante general del

SAN apareció en la televisión nacional

invocando a la ciudadanía a identi f icar

y dar con el paradero del desequil ibrado

“Loco del ácido muriát ico”. Lo único que se

sabía es que en la azotea del edif icio del

centro comercial, el demente había escri to

con spray rojo “Eme”. Duelo nacional al

día siguiente. Eme lo hizo.

El segundo fue atentado contra trece

turistas europeos. Incendió el bus donde se

encontraban los alemanes sexagenarios y

en la madrugada del 23 de septiembre en

los extramuros de la ciudad encontraron

a un ex congresista amarrado a un poste

golpeado, según lo que manifestó, Eme lo

iba a bañar en acido muriático, pero se salvó

Los Imaginarias 24

Escrito por Orgen Tigasona

Eme ataca la ciudad

Los Imaginarias 25

Cuento

Me despierto. Anoche he sufrido lo normal. Tengo

19 años, cabello negro y un brazo menos. Siempre que hay

momentos en los que no tengo mucho que hacer, recuerdo lo

que me pasó hace poco menos de un año. Me baño. Recuerdo.

Era de noche y estaba “completo”. Regresaba a casa y

estaba muy cansado. En el autobús en el que iba solo viajaban un

anciano, una pareja cariñosa, una despistada y yo. Siempre me han

fascinado los buses de noche. En mi mente reconstruyo las historias

de esos pasajeros y pienso “¿Por qué están tan tarde en un bus?”.

Sube alguien más. El cobrador está dormido.

Pasamos un semáforo en rojo. Mala idea. Hay otro chofer que está

apurado. Recuerdo que el anciano salió disparado de su asiento,

que de la pareja cariñosa no quedó nada, más que sangre, que la

despistada. No la volví a ver. Yo tenía un dolor punzante en el brazo.

Con solo verlo sabía que ya nada sería igual.

- Es demasiado grande…

- ¿Pero, entonces qué hacemos?...

- Creo que no queda de otra…

- ¿Seguro?

-Sí. Es una lástima, tan joven y le jodieron la vida…

Luego del accidente vinieron los bomberos. Recién ahí me

di cuenta que el chofer, cual palomo, voló a otro nido, fugó.

Me llevaron a una clínica cercana e informaron a mis padres.

Ellos ahogaron las lágrimas que pudieron sacar. Recibí

amigos y enemigos también. Pero ellos ya no me miraban

a los ojos, ahora lo hacían a la ausencia que dejó mi brazo.

“Pobrecito”, pensarán. Esas miradas de pena no me gustaban.

Regresé a la Universidad pero pareciera que todo cambió

de un momento a otro. Un accidente te marca la vida, dicen. Tienen

razón. Me volví zurdo a la fuerza y las sillas individuales en las que

me sentaba no colaboraban. Extrañaba mi antigua letra desastrosa,

ahora solo veía garabatos. Prestarme cuadernos de otros se volvió

costumbre.

Querer ser periodista y ser manco es difícil. Por lo menos

en el Perú. Mis notas no eran desdeñables, podía conseguir

trabajo fácilmente, o al menos una práctica. Lo intenté. Aceptado

en todos los lugares a los que había enviado mi hoja de vida.

“Puedes acercarte para la entreviste personal”, era la respuesta.

No me quedaba de otra, tenía que ver a mis “nuevos” jefes.

Pero no pasaba de la semana. Todos me despedían de

la misma forma. “Eres hábil, pero tu impedimento físico hace que

te retrases, necesitamos gente rápida”. Lo entendía, o al menos

trataba.

En la Universidad no me iba tan bien como antes.

Días después de haber regresado la amabilidad se borró de la

mente de mis “amigos”. Sus cuadernos ahora eran ajenos a mí.

Su amistad era lejana, casi extinta. Hacer grupo de uno es difícil,

los trabajos se te juntan y te complicas todo. En esos momentos

comprendí que la indiferencia puede llegar a ser cruel, y que

tener que hacer dos trabajos a la vez con una mano es difícil.

Termino de bañarme, de cambiarme de ropa y de

desayunar. Corro apresurado a tomar el bus. He aprendido la

lección, pero soy terco y me digo: “Total, tengo un brazo más,

además para qué están las piernas”. Estoy entre una señora gorda

y un hombre alto. Trato de avanzar, lo consigo. Me aferro al cobre

del auto.

Todos duermen o se hacen los dormidos. Yo los ignoro,

estoy acostumbrado a eso. Ruego a Dios, porque ahora sí creo en

él, que no sufra tanto hoy. El carro frena bruscamente. Me asusto.

Se vienen los recuerdos... *

Escribe Patrick Adán Candia

Dame la mano

por la llegada de la policía que rondaba

esa calles. Nunca se supo por qué Eme lo

quería matar. El ex congresista- acusado

hace varios años de pertenecer a una red

de trata de personas- ayudó a identificarlo.

Dos días después, a Eme lo

encontraron inconsciente y amarrado a

los pies del monumento a José Olaya. Se

le encontró en su mochila algunas fotos de

personas, planos y datos de los anteriores

ataques. Alguien lo atrapó.

Nunca pudieron saber cómo se

llamaba realmente Eme. Lo condenaron

a cadena perpetua y fue llevado al penal

de máxima seguridad de San Lorenzo, una

isla de Lima, donde ni bien fue recibido por

los presos fue agredido sexualmente once

días. Como la cárcel de San Lorenzo es

como un micropaís donde solo habitan los

desterrados de la República del Perú, ellos

decidieron vengarse y lo depositaron en un

barril l leno de ácido. Eme sin decir nada

murió.

Después de enterarse que Eme ha

sido salvajemente asesinado por los de

San Lorenzo, la ciudad de Lima estuvo

más tranquila. Algunas se preguntan quién

es realmente Eme y por qué hizo eso. Otros

se preguntan cuánto durará la tranquilidad

en Lima y los más realistas se preguntaron

¿cuándo aparecerá otro Eme?*

Page 14: Los imaginarias 1

Los Imaginarias 26

Ella me dijo que era un cobarde y que no la volviera a buscar

ni a llamar. Era 24 de diciembre y el reloj me recordaba que solo treinta

minutos me alejaban de la medianoche. Mi chompa celeste se había

manchado con la pintura del edificio donde ella me obligó a partir, y de

eso no me di cuenta hasta que el barman, mientras apuntaba la botella

contra mi vaso vacío, me lo advirtió al oído.

Encendí uno de esos Marlboros rojos que me sobraban para

sentirme macho. Lógicamente debía comprarlos rojos, no podía llegar a

una tienda y pedir algo light, algo suavecito que no me hiciera bombear

más litros de sangre; suficiente ya tenía con ella, que no solo conocía la

manera de acelerar mi corazón sino también el brazo derecho con el que

cogía el vaso de whisky, sin hielo, doble, anaranjado –como su piel y sus

labios- fuerte, muy macho; desde la base de

la barra hasta mis dientes casi amarillos.

Antes de irme de su casa, o de

que me botara sin remordimiento que valga,

me había dicho que odiaba mi manera tan

ligera de mencionar a la muerte: “Dices

que lo vas a matar como si alguna vez

hubieras matado a alguien. Le muestras

la pistola e inflas el pecho mientras agarras tu vaso de whisky como

quien dice ‘yo mismo soy’, manejas como una bestia adelantando a

todo lo que tenga ruedas, que si hubiera un inválido con su silla en

medio de la pista también lo adelantarías mostrándole el dedo”… esa

es una de las últimas frases que recuerdo en sus labios de madera.

Papá y mamá viven en Barcelona y yo llevo algunos años

pasando la Navidad en casa de algún amigo o quizás solo. Este diciembre,

a diferencia de los anteriores, es muy frío, gélido, de esos meses que no te

dejan bañarte en la mañana y que te obligan a preparar café a media tarde

y luego en la noche. Tan frío que mis casacas aún están en el perchero.

Inclusive mi chompa celeste no es suficiente. Me he planteado pasar esta

Navidad con alguien que sea como una familia, así fuera una sola persona,

pero en Lima ya no quedan ni tíos ni primos. Todos, grandes y pequeños,

y hasta los que escogieron despojarse de su libertad, ya no están. Ya no

queda nadie en Lima, solo un bar, un whisky y un barman; ya ni siquiera

ella que no quiere que la vuelva a llamar. “Eres un cobarde, y no porque

te quieras hacer el macho, sino porque sabes muy bien que tú no eres

así, y por eso eres cobarde, porque no tienes los huevos para aceptar tu

propia personalidad. Es más, yo te tengo que botar porque te haces el

macho frente a todos, pero cuando estás conmigo no eres capaz de dar

media vuelta y tirar la reja, no eres capaz de irte sin que te dé un beso y

saber que en la mañana todo estará bien. Te molestas con todos, pero

nunca conmigo ¿Tanto miedo tienes?…eso me jode, que conmigo no te

hagas el macho, sino te achiques como un gatito de cuello negro”.

“¿Quiere otra ronda más?”, insistió el barman. Faltan 15

minutos para la medianoche, para el 25 de diciembre. Este bar es

uno de esos pequeños espacios donde se refugian los cobardes que

prefieren estar solos a enfrentar la

felicidad. (Escena donde se pueden

ver a otros como él que, quizá por

otras razones –es lo más probable-

muestran aquella misma pose de los

caídos: el sentarse con la cabeza gacha

y la mirada perdida o derrotada).

Afuera ya se oyen los estallidos

furibundos de la pirotecnia, las luces en el cielo le dan un tono más

espectral a Lima por esta parte de la ciudad, ya que el mar está

al lado y si miras fijamente hacia el sur será como estar tuerto.

Solo faltan cinco minutos, así que me voy.

Espero que el dinero que deje sobre la barra sea suficiente

para cubrir mi embriaguez y justifique mis ojeras lívidas.

Al ver mi muñeca izquierda me cercioro de que solo faltan dos minutos.

En la calle, al lado de la calzada, me quito la chompa celeste y cierro

los ojos. Me quedo quieto un instante, alzo la cabeza y respiro hondo,

inflando el pecho lo más que puedo y apretando los puños, oigo las

doce tintineadas de mi reloj. Cuando vuelvo a mi estado regular siento

unas manos suaves que rodean mi cintura. Doy la vuelta, sin miedo, sin

cobardía, y la veo delante de mí. Sonriendo y con la yema de sus dedos

cruzando el contorno de mi rostro, y con dos lágrimas en los ojos, ella

me dice: Feliz navidad.*

Escribe Leonardo Ledesma

Cuento

El bar del tuerto

Los Imaginarias 27

Faltan un par de días para dejar la Universidad. Siento

como si no quisiera irme. Pero no es porque ame estas aulas,

ni menos porque el ambiente universitario me sea cómodo,

propicio. Quiero quedarme porque allá, afuera, no tengo nada.

Fue muy bonito, mamá. Fue genial que me pagues sol

a sol estos cinco años de carrera. Si tengo que hacer el balance,

creo que me califico con un 13. Muy bueno preguntando en

clase, muy bueno leyendo cosas fuera de lo que usualmente

nos dejan, pero en el resto, jalado.

Fue tarde cuando busqué prácticas, lo asumo. El

sétimo ciclo no es el

mejor para empezar

a tocar puertas. Lo es

el primero. Al menos

si tienes claro qué

deseas ser. Aunque si

no también es bueno

porque te desanimas

y cambias de rumbo.

Yo no me

desanimé, mamá.

Busqué en el séptimo, algo relacionado a periodismo,

porque por eso entré a la universidad. Siempre me gustó

la idea de entrevistar, escribir y descubrir. Esa debe ser la

meta de todo aspirante a periodista.

Pasé de una radio donde mi jefe invitaba a

salir a sus practicantes, a escribir para los policías.

Vaya contraste, si se tiene en cuenta que los dos eran

prácticas, primero, impagadas, y segundo, comunes en

los estudiantes de mi tipo.

Fue en una web de denuncias, el lugar donde

disfruté más mi elección del periodismo. Allí me crucé

con los capos. Preguntando incluso, intercaladamente

con algunos profesores que veía en horarios de clase. La

verdad es que esta experiencia de pertenecer a un medio

es indescriptible.

De increpar a un profesor despistado a plantearle

una buena pregunta al mismo presidente del Consejo de

Ministros. Todo parecía un sueño hecho realidad.

Sin embargo, las cosas volvieron a la realidad

hace unas semanas, cuando por una entrevista picante,

me sacaron. Sí, me censuraron sin razón explícita y ahora

pateo latas. ¿Cuál es la diferencia entre ese chiquillo que

inició sus prácticas y este

otro? El tiempo. En menos

de unos días estaré del

otro lado y la verdad lo que

menos tengo es dinero. Por

eso les digo, practiquen,

entren y sufran en la calle.

Tampoco cedan ante sus

jefes, más si éstos no te

pagan.

Alguna vez un profesor

me dijo que lo bueno nunca se reconoce y lo malo sí,

y si tengo que resumir las ocasiones en que ejercí el

periodismo, pues esa frase es exacta. Me patearon el

trasero en todos los lugares que practiqué, no por malo,

sino por exigir un mísero sueldo.

Así pues, mi párpado derecho late por miedo

a que esa frase que me repitieron(“Debiste estudiar

derecho”) pueda convertirse en una piedra que cargue

por siempre. Trato de no llorar frente a mi enamorada,

pero en realidad, quizás el abogado corrupto siempre

tendrá dinero, y ese es el camino que una parte de mí

quiere seguir. *

Se sincera José Miguel Silva

La última

A menos de una semana de egresar y sin chamba

Page 15: Los imaginarias 1

“El periodismo ha sido una experencia fundamental para mi trabajo de escritor. Gracias al periodismo he conocido gente, ambientes, hechos que han sido una materia prima fundamental para las cosas que he escrito.”

Mario Vargas Llosa