ettc vizer unidad 1

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1 1 LA TRAM,A (IN)VISIBLE DE LA VIDA SOCIAL: COMUNICACIÓN, SENTIDO Y REALIDAD Eduardo A. Vizer Universidad de Buenos Aires 1. AGRADECIMIENTOS: A una innumerable serie de autores que me enseñaron a pensar. Desde los antiguos a los modernos (aún desde los denigrados sofistas, a los científicos y pensadores críticos). A mis maestros y colegas, a mis colaboradores de Cátedra (compañeros de rutas siempre inciertas) y al desafío constante de los alumnos. A la(s) universidad(es) (en especial a la de Buenos Aires), porque - como el ave Fénix- ha(n) podido resucitar y sostener a lo largo de tiempos trágicos para América Latina, uno de los pocos espacios institucionales capaces de promover una estimulación permanente, y una reflexión profunda y crítica sobre las realidades de nuestro tiempo.

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LA TRAM,A (IN)VISIBLE DE LA VIDA SOCIAL:

COMUNICACIÓN, SENTIDO Y REALIDAD

Eduardo A. Vizer

Universidad de Buenos Aires

1. AGRADECIMIENTOS:

A una innumerable serie de autores que me enseñaron a pensar.

Desde los antiguos a los modernos (aún desde los denigrados

sofistas, a los científicos y pensadores críticos). A mis maestros y

colegas, a mis colaboradores de Cátedra (compañeros de rutas

siempre inciertas) y al desafío constante de los alumnos.

A la(s) universidad(es) (en especial a la de Buenos Aires), porque -

como el ave Fénix- ha(n) podido resucitar y sostener a lo largo de

tiempos trágicos para América Latina, uno de los pocos espacios

institucionales capaces de promover una estimulación permanente,

y una reflexión profunda y crítica sobre las realidades de nuestro

tiempo.

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A los amigos y colegas que tuvieron la paciencia de leer, opinar,

escuchar -y criticar demasiado poco- algunas ideas y capítulos

originales del libro: Jesús M. Barbero, Michael Morgan, Immanuel

Wallerstein (por “Open the Social Sciences”), a Briankle Chang

(por “Deconstructing Communication”), y a mis “sufridos”

compatriotas Gustavo Cimadevilla, Stella Filpo, Cristina Reigadas,

Beatriz Dillon.

A los humildes que me enseñaron el valor y el sentido de la

resistencia, y la resistencia de los valores ante el sinsentido.

A Elena, Andrés, Natalia y Marina. Por su amor y su

"comprensión", y por enseñarme a cultivar los afectos (en las

buenas y en las malas épocas).

Y a mis padres, que aunque ya no estén, dejaron la nostalgia de la

lejana “puszta” (la pampa húngara), para emigrar a éstas pampas

argentinas cuando aún eran "la tierra prometida" (¿?).

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COMENTARIOS DE MICHAEL MORGAN.-

En este trabajo audaz y original, Eduardo Vizer nos guía

por las diversas maneras en que hemos pensado acerca de la

comunicación y nos señala una concepción nueva, más

convincente, dinámica y clara de lo que hemos visto hasta el

presente. Conectando, criticando, y profundizando en una amplia

variedad de tradiciones intelectuales, nos trae un nuevo enfoque,

fresco y provocativo, para entender la comunicación en términos

de "procesos de formación de conjuntos de relaciones de

sentido.”

Con un análisis incisivo y profundo, el autor muestra cómo

"lo real, lo simbólico y lo imaginario" co-existen dentro de un

proceso multi-dimensional, coherente e histórico que implica

instituciones, interacciones, relaciones sociales e identidad,

incluyendo pero superando la intersubjetividad y la

transubjetividad. Ilumina la distinción crítica que existe entre la

realidad estudiada por los científicos y la realidad de la vida social

que viven las personas. En su apasionante exploración sobre "la

construcción del sentido en la vida social," y las “relaciones de

sentido” que surgen de la vida cotidiana (y de narrativas y

símbolos culturales), Vizer expresa la inexpresabilidad de la

comunicación.

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Los que nunca han reflexionado acerca de la comunicación

–así como también los que lo han estudiado intensamente por

años– ya no volverán a pensar acerca de la comunicación en la

misma manera.

- Michael Morgan

Profesor y Director

Departamento de Comunicación

Universidad de Massachusetts/Amherst

ENGLISH.-

In this bold and original work, Eduardo Vizer navigates us through

the diverse layers of ways we have thought about ‘communication’

and points us to a new conception, more compelling and dynamic

and clear than we have ever seen before. Bridging, critiquing, and

expanding a vast range of intellectual traditions, he brings a crisp

and challenging new approach to understanding communication in

terms of “los procesos de formación de conjuntos de relaciones de

sentido.”

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With an incisive and profound analysis, he shows how the real, the

symbolic, and the imaginary co-exist in a multidimensional,

coherent, historical process involving institutions, interactions,

social relations, and identity, including but exceeding

intersubjectivity and transsubjectivity. He illuminates the critical

distiction between the reality studied by scientists and the reality of

the daily social life that people live. In his revelations of "la

construcción del sentido de la vida social," y las “relaciones de

sentido” that emerge from daily life (and from cultural symbols

and narratives), he expresses the inexpressibility of

communication.

Those who have never thought about communication – as well as

those who have studied it intensely for years – will never think

about communication in the same way again.

-Michael Morgan

Professor and Chair

Department of Communication

University of Massachusetts/Amherst

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Dear Eduardo

The chapters you sent are extremely impressive. I am in awe of

the amount of work you did on this book. This is going to be an

EXTREMELY important book, a landmark. You should work to

translate it to reach an even wider audience. It is remarkable that

you could produce it under the circumstances under which you are

working. Again, it is extremely impressive, and it is a hugely

important work. People will talk about it for many decades to

come.

Michael Morgan

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(PARRAFOS DE JESÚS BARBERO PARA LA CONTRATAPA

DEL LIBRO)

Mi primera reacción de lector no puede ser entonces sino

de agradecida sorpresa al encontrar un libro que desde la primera

página se dá como proyecto pensar “la comunicación como una

fase contemporánea dentro de la construcción histórica, social y

epistemológica de las ciencias sociales”.

La puesta en historia del conocer que moviliza la

comunicación encuentra aquí un trazado innovador.

Este libro cumple con lo que promete desde su inicio:

integrar el estudio de las dimensiones ontológicas del comunicar al

trazado de un mapa de las perspectivas teóricas, y de ambos al

análisis de las condiciones intelectuales e institucionales del

desempeño en este campo.

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Prólogo a

LA TRAMA (IN)VISIBLE DE LA VIDA SOCIAL

Comunicación,sentido y realidad

Eduardo A. Vizer

Un libro, y menos un libro como este, no puede ser

presentado sin hacer explícito el lugar desde el que ha sido leído.

Mi lugar de lectura se halla cifrado en esta frase que escribí en un

texto publicado hace apenas unos meses: La comunicación ha

entrado sin duda a ocupar un lugar estratégico en la configuración

de los nuevos modelos de sociedad pero ello está siendo

malinterpretado por una tendencia creciente en los Estudios

Latinoamericanos de Comunicación al autismo epistémico que

pretende aislar a esos estudios de las ciencias sociales

construyendo una pseudo-especificidad basada en saberes

técnicos, taxonomías psicológicas y estrategias organizacionales.

De lo que se trata entonces es de luchar contra el cinismo del

pensamiento fácil que propaga ese autismo, y para ello

necesitamos dibujar el complejo esquema de los mapas

indispensables que nos permitan comprender la comunicación en la

multidimensionalidad de sus procesos y la tranversalidad de sus

ejes de análisis.

Mi primera reacción de lector no puede ser entonces sino de

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agradecida sorpresa al encontrar un libro que desde la primera

página se dá como proyecto pensar “la comunicación como una

fase contemporánea dentro de la construcción histórica, social y

epistemológica de las ciencias sociales”. Proyecto que se carga de

una envergadura aun mucho mayor cuando el autor enuncia su

hipótesis general de que la comprensión de la comunicación, en

una sociedad de complejidad cultural creciente como la nuestra,

necesita darse como horizonte de conocimiento “las diferentes

esferas o dominios ontológicos de la vida social”, domínios que

van desde el físico-natural y el cultural hasta el de la tecnología, la

subjetividad y la transcedencia.

¿Cómo y por qué se escribe hoy un libro sobre

comunicación tan a contracorriente de la doble tendencia

hegemónica: la técnocrático-disciplinaria en el campo

comunicacional, y la académico-especializada de unas ciencias

sociales en las que aun la comunicación no ha encontrado

legitimidad y mucho menos aun su potencialidad? Las razones

aducidas por el autor son convincentes. Por estas

requetempobrecidas y recolonizadas tierras nuestras las

pretensiones de los saberes disciplinariamente especialistas no

alcanzan a aprehender sino fragmentos sueltos de lo social,

incapaces a todas luces de entender –y mucho menos de poder

intervenir transformadoramente- las complejas y desconcertantes

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articulaciones que enlazan los cambios tecnológicos con las lógicas

neoliberales y las mutaciones culturales, los desanclajes del

trabajo y del conocimiento con los nuevos regímenes de lo público

y lo privado, y con las nuevas figuras de la inclusión y la

exclusión social. Porque entonces lo que la propia comunicación

nos pone a pensar son cuestiones de fondo, lo que en la cultura

anglosajona se denomina “fundamentals”, que es a lo que el autor

apunta con su apuesta ontológica. Pues ella es la única perspectiva

capaz de posibilitarnos ver en la comunicación un mapa desde el

que otear los nuevos modos de habitar el mundo y las nuevas,

estratégicas, formas de intervención en él, en sus catástrofes y sus

potencialidades. No es extraño que fuera el fundador de la “Teoria

de las catástrofes”, R. Thom, quien –como nos recuerda Vizer-

supo avizorar las encrucijadas en que se mueve la producción de

conocimiento: los insumos imaginarios de las ciencias

alertándonos que “los mayores progresos científicos van ligados a

expansiones del imaginario”.

La puesta en historia del conocer que moviliza la

comunicación encuentra aquí un trazado innovador. Su arranque se

halla en los sofistas griegos, que fueron los primeros en plasmar

un saber comunicable, esto es, lo contrario del saber manejado por

las castas sacerdotales que atesoraban el saber para las elites. Se

trataba del saber retórico y argumental, que explotaba “los juegos

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de lenguaje” constituyéndose en un saber que actúa, en el doble

sentido de que “hace cosas con palabras” (Austin,Searle) y de que

se halla ligado a una puesta en escena. Todo lo cual nos pone ante

la evidencia de aquello que ocultaba el secreto saber sacerdotal y

des-velaba el saber sofista: que el conocimiento es una

construcción social. La continuidad de ese modo de comunicación

se va a ver enfrentada dentro de la misma Grecia a la proclama

platónica de que la verdad se halla “en otra parte” y que el lenguaje

es una trampa tejida de apariencias –de sofismas-, un mal

necesario; y al realismo aristotélico que asume la retórica como

parte de la Filosofía.

Vizer da desde ahí un salto hasta la modernidad para

reencontrar una nueva figura de aquel modo de saber comunicativo

en el pragmatismo de la Escuela de Chicago a comienzos del siglo

XX: de la comunicación como lenguaje a la comunicación como

conducta, como “interacción humana cargada de significación” en

la medida en que no sólo responde a unas reglas sino que es

reconocida por la colectividad a la vez como inciativa y como

rutina, pues lo que media la acción humana es lo mismo que teje el

lazo social: los símbolos en cuanto “modelos de expectativas

recíprocas” (G. Herbert Mead). La tercera figura de saber

comunicativo es la construida en esa otra Escuela norteamericana

de Palo Alto y constituye la primera concepción explícitamente

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transdiciplinar de la comunicación: en abierta ruptura con su

contemporáneo Shannon –que redujo la “teoria de la

comunicación” a la ingeniería de la transmisión- Gregory Bateson

propone estudiar la comunicación como el proceso socializador por

excelencia pues atraviesa, integra y articula palabra y gesto,

mímica y proxemia, espacialidades y temporalidades, posturas

coporales, emociones e intelecciones. Nacía así la primera visión

ecológica de la comunicación, o mejor, la visión de la

comunicación como ecosistema.

Hay otro recorrido histórico que el autor trata siguiendo las

figuras de la modelización, los modelos de abordaje de la

comunicación: informacionales cibernéticos, de sociológia crítica,

semiolingústicos, etnometodológicos, etc. Y en cuya exposición lo

que llama la atención es el permanente esfuerzo por captar lo que

hay de capacidad de abrir o por el contrario de obstruir la

comprensión de los lazos profundos que hay en la comunicación

entre lenguaje y conducta, entre la dimensión operativo-

instrumental y la expresivo-significante.

Pues lo que en últimas está en juego en la comunicación es,

según Vizer, la construcción del sentido de la vida social, las

“relaciones de sentido” construidas en la vida cotidiana de la gente,

en los relatos de los que se sirve para reconocerse a si misma, en la

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conversación de las costumbres con los medios masivos. Propuesta

que no deriva ni hacia un saber de los saberes generales ni hacia

“una” disciplinada disciplina, sino que traza un campo de

conocimiento que se basa en un proyecto intelectual capaz a la vez

de construir un horizonte ontológico, de fundamentarlo

epistemológicamente y de proyectarlo socialmente. Proceso

misterioso el de comunicación, inabordable desde la exterioridad

manifiesta de los mensajes/textos, ya que en ella “hace sentido” la

vida social, sentido que desborda los significados del lenguaje

enredado como está en la trama de los silencios y las acciones.

Insiste Vizer: la comunicación es de naturaleza paradójica, ya que

inevitable e imposible, conjunción y disyunción, específica y

transversal: ”la comunicación tiene la impertinencia de ser un

proceso transversal, un proceso que cruza todas las fronteras y se

resiste a su delimitación en una u otra disciplina” afirma el autor.

Pues más acá y más allá de lo que comunicamos, o de lo que

quisiéramos comunicar, está la comunicación que nos hace ser

ante los demás y nosotros mismos.

Este libro cumple con lo que promete desde su inicio:

integrar el estudio de las dimensiones ontológicas del comunicar al

trazado de un mapa de las perspectivas teóricas, y de ambos al

análisis de las condiciones intelectuales e institucionales del

desempeño en este campo. De ahí la coherencia que tiene el

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último tramo o “la triangulación recursiva de la investigación”, con

lo que se denomina la imposibilidad de investigar la comunicación

sin asumir las condiciones sociales del comunicar y sin proyectar

socio-políticamente los conocimientos en el mundo de vida de las

mayorias y especialmente de los más excluidos, incomunicados,

desconectados. Es sintomática a este respecto la recuperación de la

casi olvidada idea de praxis para nombrar el hacer investigación,

lo que ella hace o mejor lo que debería hacer como comunicación

en lo social, lo que ella implica de “capital social” puesto en red,

tanto ciberespacial como territorial.

Me preocupa que la apuesta de fondo de este libro, pueda

ser percibida distorsionadamente en algún grado, primero, porque

la insistencia en la dimensión ontológica de la comunicación sea

malentendida, confundida con una especie de invocación a la

metafísica para hacer frente a la versión hipertecnológica de la

cultura que hoy predomina; o en otras palabras, un salto hacia

adelante cuando carecemos de horizonte de futuro, o éste aparece

como vacío, mera repetición del presente. Segundo, me preocupa

que la inserción del estudio de la comunicación en el campo

histórico de las ciencias sociales resulte, a fuer de redundante,

vulnerable a las des-configuraciones y desfiguraciones que hoy

presentan, y que no veo claramente tematizadas. Y en tercer lugar,

me preocupa que la reivindicación de la investigación-acción, en el

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sentido abierto en que me parece estratégica, quede excesivamente

ligada a la experiencia metodológico-política que llevó su nombre

en Latinoamérica, experiencia valiosa pero con la que aun nos falta

distancia para reinventarla sin las complicidades y mesianismos

que la lastraron pesadamente.

Neutralizando esas preocupaciones me queda la lucidez y

valentía de este libro para revistar dimensiones de lo social y

problemáticas ya pretendida y pretenciosamente “superadas” por la

hegemonía de los saberes tecno-mercado-lógicos. Y viniendo de

un país des-hecho política y culturalmente, y socialmente arrasado

como la Argentina, la afirmación esperanzada y actuante de la

dimensión óntica del comunicar humano, es mucho más de

agradecer.

Desde Bogotá de nuevo, en enero del 2003,

Jesús Martín-Barbero

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(NOTA DE "CONTRATAPA" DEL LIBRO)

SI LAS RESPUESTAS FALLAN, VOLVER A LAS PREGUNTAS !

Las ciencias sociales producen y legitiman saberes

disciplinarios -y construyen sus objetos de estudio- al costo de

fragmentar la realidad. La propia "cultura disciplinaria" de los

investigadores emerge de una división del trabajo intelectual y del

tipo de preguntas que se hacen sobre la sociedad: las

transformaciones de la economía (la tecnología y el trabajo), la

política, la cultura, las instituciones y la vida cotidiana. En este

libro (pensando "lo real social" asociado a una perspectiva

"comunicacional"), se discuten ideas y teorías sobre la formación

de las relaciones sociales, las instituciones, y los diferentes

dominios -simbólicos e imaginarios- de la cultura. Y se exploran

los procesos en los que se generan y circulan creencias, sentidos, y

valores, como una manifestación (transubjetiva) del “mundo de la

vida”.

La violencia y la complejidad de las transformaciones han

quebrado el sentido espacial y temporal en los lazos sociales (se

han roto los colectivos, la urdimbre del "cultivo ontológico” de la

vida social). Los individuos y las comunidades pierden la

confianza fundamental (en sus instituciones y sus

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"representantes"), y quedan marcados por la incertidumbre, la

inseguridad, la "intemperie" y el sinsentido. Pero tras el desencanto

y la frustración, surge la reacción (la resiliencia): los "excluídos"

buscan expresarse y demandar por sus derechos perdidos (trabajo,

techo, salud); las "minorías" exigen el reconocimiento de su

identidad y su diferencia (sexual, cultural, etc.). Y el "ciudadano

medio", busca recrear afiliaciones simbólicas a causas de "bien

público" (las Ong´s por ej.). Por último, algunos abrazan dogmas y

utopías reaccionarias de destrucción masiva.

Las ciencias de la comunicación pueden realizar un aporte

considerable tanto a la comprensión, como al diagnóstico y la

intervención social en éstas condiciones críticas. Pero deben

asumir el desafío de producir un saber a la vez transdisciplinario y

accesible a la gente. Y también se debe desarrollar un “discurso del

método” asociado a la práctica de la intervención, y la

construcción de espacios de participación. La comunicación

implica no solo al proceso de recreación de los vínculos y del lazo

social. Implica su concreción en actos y en valores. La

comunicación –en tanto praxis- debe ser el lugar del sentido.

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PREFACIO

Afirmar que las sociedades humanas nunca han atravesado

un período de cambios tan radicales, acelerados y dramáticos

como los del siglo XX, es ya un lugar común. Se glorifica –y

también se teme- a la ciencia y la tecnología, a las transformaciones

económicas y geopolíticas; se describen –pero no se entienden bien-

a la mayoría de estos cambios, y se repiten frases hechas sobre la

pérdida de la solidaridad y la confianza, el quiebre de los lazos

sociales, la “crisis de valores” y el “desencanto” con respecto a

las ideas sobre el desarrollo, y se multiplican los editoriales sobre

el empeoramiento de las condiciones de vida y la marginalización

de cientos de millones de seres humanos. Los medios de

comunicación han hecho visibles estas realidades de acuerdo a sus

propios dispositivos de producción mediática, llevándonos de la

curiosidad al asombro, y del entretenimiento a la dramatización y al

horror, y finalmente a cierta insensibilización e impotencia por la

saturación permanente de información (la saturación puede ser

también una sutil estrategia de desinformación). Pero desde las

ciencias sociales no es tan común escuchar voces que puedan dar

explicaciones que vayan mas allá de la descripción de datos y de

indicadores que muestran tendencias a la expansión o al retroceso

de las condiciones materiales de vida y de las fronteras del

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bienestar material que se expande para los mas favorecidos y se

reduce dramáticamente para los pobres. Mas allá de los datos y los

hechos empíricos sobre las “realidades objetivas”, parece que no

hay una interpretación válida o demasiado interés por comprender

como “vivencian” sus vidas y su realidad, y como construyen (y

construímos) sentidos y valores a partir de la propia existencia y la

experiencia de vida, tanto desde un hipotético “nosotros” como en

la mirada dirigida hacia los “Otros”: mujeres, juventudes,

extranjeros. Como interpretan (“ellos y nosotros”), como

fundamentan (y como fundamentamos) y como se crea o se vacía

de sentido y de valores a la propia “realidad” y a los modos de

“ser en el mundo” (usando una terminología existencialista que hoy

parece ya relegada a un desván metafísico). Es la vivencia misma

de una crisis profunda en el sentido y el valor de la existencia (o

una subsistencia sin esperanzas y sin objetivos valederos) el que se

ha transformado en el gran drama y desencanto de la sociedad y la

cultura moderna globalizada.

Los cientistas sociales parecen tener cierto pudor al

enfrentar en estos términos las crisis de transformación de la

sociedad moderna. El positivismo mantiene su exigencia por los

hechos empíricos y los números aún entre quienes han renegado de

él (la cuantificación es un lenguaje eficiente, siempre que se hagan

interpretaciones correctas y no reduccionistas del mismo). Así que

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es perfectamente válido y enriquecedor el intento de rastrear claves

-generalmente ocultas- que ayuden a la construcción de modelos y

estrategias interpretativas que permitan reflexionar más

metódicamente sobre esas realidades vividas, a las que la

Fenomenología de Hüsserl y el pensamiento social alemán

denominaron “Lebenswelt”. Esta es la problemática tratada en el

capítulo IV ("Raíces de la comunicación..."), donde se exploran

teorías, autores y conceptos de fuerte tradición (como estructura,

acción social, institución, etc.), las que sirven de referencia para

construir diferentes dispositivos teóricos que ayuden a abordar "el

mundo de la vida", si son enriquecidos con los aportes de nuevos

paradigmas, y nuevas perspectivas teóricas, en especial las de las

teorías y las metáforas de la comunicación. Para los científicos

sociales formados en la escuela de los hechos y los datos

“objetivos” y la búsqueda de estructuras, leyes y explicaciones,

estudiar el “mundo de la vida” no solo parecía una labor algo

romántica y poco científica, sino también un deslizamiento hacia el

terreno de la psicología y la subjetividad, además de permanecer

en el nivel mas bajo de la escala científica: la mera descripción de

la realidad. Explicar los procesos históricos y sociales desde la

perspectiva de su “interioridad” implica ciertamente una recaída

en el idealismo mas puro, pero negar su incidencia y su estudio

como un dominio de conocimiento legítimo, y como proceso que

atraviesa todos los dominios de la sociedad y la cultura, nos

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retrotrae a un materialismo elemental. No existe hombre alguno que

viva la "realidad de los hechos en bruto" (esta clase de objetividad

es una construcción formal de la ciencia moderna). Los hombres y

las sociedades viven y construyen sus realidades mediatizándolas

por las creencias, los imaginarios instituídos por la cultura, el

lenguaje, la observación, la subjetividad y la propia acción sobre lo

real. Este "magma" indefinible (para usar un término de

Castoriadis) es la verdadera "materia ontológica" con la cual todos

los seres humanos construímos nuestras certezas: sobre lo que es

"real" y lo que no lo es, sobre las realidades pasadas o sobre

realidades ideales, futuras o idealizadas.

Ahora bien, como todo conocimiento científico se construye

a través de la objetivación y del recorte de un dominio de

"realidad" (de hechos, de acontecimientos, de realidades naturales,

sociales, o psíquicas), el problema epistemológico fundamental

radica en definir cómo concebimos y cómo abordamos teórica y

prácticamente ese objeto de conocimiento. Esta es la problemática

de una "epistemología histórica" -tratada aquí brevemente- en la

Introducción y el capítulo I. Se presenta una historia de las "fases"

que ha atravesado la construcción histórica, social y epistemológica

de las ciencias naturales y las ciencias sociales, así como de la

formación de sus objetos de conocimiento. La influencia social y

cultural de las ciencias (naturales, sociales y "psi", o psicológicas)

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sobre la cultura y los imaginarios de la sociedad, ha sido tal que ha

llegado a "fundar" y a reconstruir nuevos dominios, nuevos

universos de sentido, nuevas metáforas y discursos sobre la

realidad, y por ende nuevas formas de concebir y apropiarse de "lo

real", tanto cognitiva, como cultural e imaginariamente. La

Modernidad tiene como marca distintiva la construcción objetivada

de nuevas realidades: tanto naturales como sociales, culturales,

técnicas y subjetivas. A lo que podríamos agregar que la técnica, y

en especial las llamadas "Nuevas" Tecnologías de Información y de

Comunicación (TIC´s), representan su imaginario distintivo de

poder, de desarrollo y control sobre toda realidad, como un rasgo

expansivo e ilimitado. Y las TIC´s junto a la biotecnología,

representan la fundación de una cultura tecnológica (Vizer, 1982) y

una sobremodernidad (M. Augé, 1990) que han abierto una nueva

fase de realidades: las construídas por las tecnologías (las

realidades virtuales, la digitalización ilimitada, la producción de

nuevos organismos biotecnológicos, etc.). El Capítulo VII ("Cultura

tecnológica: metáforas y realidades") precisamente se refiere a las

transformaciones sociales y la necesidad de contar con nuevas

metáforas para abordar y pensar estas nuevas realidades.

En otras palabras, si hemos elegido por objeto de estudio a

los modos y los procesos por medio de los cuales las sociedades

"viven su mundo de la vida", como viven y construyen sus

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realidades, debemos ser conscientes de que nos hallamos en las

fronteras -o en las "orillas"- de la ciencia (como lo definió un

comunicólogo argentino). Nuestro desafío es construir los "puentes"

a los que aludía Heidegger. Puentes que al intentar la unión de lo

que se ha separado, ponen en evidencia la propia separación (la

diferencia y la distinción): entre la ciencia y las humanidades (las

"dos culturas" de nuestro tiempo a las que alude Snow, Prigogyne y

otros); puentes entre "la psico-génesis y la socio-génesis" de los

procesos sociales; entre la naturaleza y la sociedad; entre el mundo

de la naturaleza y el de la cultura; entre las "cosas" y sus

significaciones; entre las conductas y las acciones de los hombres y

sus universos de sentido, y sus imaginarios; entre "los datos y los

hechos" y el conjunto interpretativo en que cobran sentido; y aún

entre la consciencia y lo inconciente que habita en todos nosotros.

Entre los intentos para construir un dominio de

conocimiento específico debemos aprender de los errores y

falencias de una fallida teoría de las ideologías, de las -en su

momento- prometedoras experiencias del paradigma semiológico

así como de la sociología del conocimiento; la “nueva”

etnometodología y muy especialmente el multifacético paradigma de

la comunicación. En la breve y creativa historia de las “ciencias de

la comunicación” -objeto de reflexión de los capítulos II y III,

"Existe la comunicación" y "Pensar la Comunicación",

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respectivamente- podemos diferenciar entre dos tendencias difíciles

de reconciliar: la escuela de comunicación “humana”, que tiende a

concebir (reducir?) el análisis social desde la intersubjetividad de

las relaciones interpersonales, y otras escuelas que desarrollan un

programa más “macrosocial y mediológico” de trabajo –

fundamentalmente una concepción mediatizada de los procesos

comunicativos-. Estos últimos comenzaron por el estudio de los

“efectos” de los medios de comunicación sobre los públicos y la

cultura, y prosiguen actualmente en los Social Studies y el

paradigma de “comunicación y cultura”, donde ambos términos

representan algo así como las dos caras de una misma moneda.

Esta ampliación e “interiorización” del campo de estudio hacia las

relaciones entre los sistemas y los procesos sociales de

comunicación y los procesos de formación de la subjetividad ha

traído oxígeno a un ámbito de las ciencias sociales que había sido

marcado por decenios de positivismo, desconfiando y relegando a la

sociología comprensiva que había buscado incluir el análisis del

sentido -subjetivo- de la acción social, en los estudios “objetivos”

sobre los procesos, los sujetos y las estructuras de la sociedad.

Sin embargo, como el conocimiento sobre la sociedad se

halla inevitablemente marcado por creencias y valores, se hace

difícil evitar la exageración en las tendencias y la caída en uno u

otro “ismo”. En los últimos años, se han levantado voces que

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critican -con mucha razón- cierto “olvido” de un objeto de

análisis fundamental no solo para la sociología sino también para

la fundamentación teórica y ontológica de la constitución de la

sociedad: la estructura social. Las estructuras sociales que

encuadran las reglas subyacentes y los límites de los contextos en

que los actores sociales entienden (o sobreentienden) que se

inscriben sus actos posibles y la formación de sentido subjetivo que

guía la acción. Entiendo que estas “estructuras” no deben ser

reificadas y que una concepción de la cultura como marco de

estructuración y fijación de las “reglas subyacentes” puede ayudar

a crear un puente entre la ciencia social “objetiva y nomológica”

(en busca de leyes estructurales) y una ciencia social que

reconozca e incluya en sus análisis a los procesos de formación de

sentido que hacen los actores en la vida social. I. Wallerstein

(1998) proponiendo un enfoque “holístico” e histórico de la

sociedad, afirma la convencionalidad de separar las

interpretaciones “objetivas” de las “subjetivas” y pone el ejemplo

del análisis económico y la noción “objetiva” de mercado: “Los

sistemas de producción están organizados como una serie de

relaciones sociales que encarnan sistemas de creencias

particulares”

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Pero no es éste el lugar para confrontar escuelas de

pensamiento. Es más poductivo indagar y exponer las claves para

un análisis que busca por un lado explorar un campo de

“realidades construídas y vividas” por los hombres que podemos

concebir más apropiadamente como “transsubjetivas”, porque

relacionan y atraviesan todos los órdenes de la vida social: desde

las instituciones a la cultura y la subjetividad. Y en segundo término

elaborar hipótesis sobre los modos en que se articulan estos

procesos con la tradición de las investigaciones “objetivas”, con la

“dureza” de las estructuras y las realidades que describen y

reconstruyen los científicos sociales. En otras palabras, abordar la

problemática ontológica y epistemológica de la naturaleza

aparentemente dual de los procesos de construcción y

reproducción de la vida social, evitando reduccionismos en uno u

otro sentido.

En buena medida, el campo de investigación que se propone

está asociado a la problemática que constituyó el fundamento

ontológico de la “ideología”, o de lo que la antropología clásica

denominaba “cultura simbólica”. Desde la perspectiva de las

teorías de la comunicación influenciadas por los paradigmas del

constructivismo radical y el social, se puede concebir la existencia

de procesos transsubjetivos que “comunican” a los sujetos y los

actores (como agentes sociales) entre sí y con las instituciones,

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construyendo -o destruyendo- “universos de sentido”, operando

sobre las instituciones, las creencias y las expectativas en la

formación de valores y normas de existencia social. Me propongo

explorar los fundamentos culturales e imaginarios de ciertos

dispositivos socioculturales y simbólicos por medio de los cuales se

(re)construyen en nuestras mentes, en nuestras prácticas y en las

instituciones, las condiciones de existencia, de fundamentación

ontológica de las certezas -así como también del quiebre de éstas

certezas- sobre las realidades cotidianas. Certezas asentadas en el

"sentido común", construídas por medio de la acción social y el

lenguaje (dos procesos elementales de comunicación). Certezas

sobre la asociación entre "sentido y realidad", las que han sido

construídas por la sociedad y la cultura (que son las que

fundamentan, reproducen y transforman las dimensiones de

formación del sentido y de la realidad a lo largo de procesos

históricos). Certezas sobre el futuro, sobre la naturaleza y la

sociedad, sobre las relaciones humanas, sobre "la moral", sobre la

política y las instituciones, sobre "el sistema", sobre la justicia y

sobre nosotros mismos.

Vivimos realidades desencantadas, interpretamos y

construímos sentidos y valores en conflicto permanente. Certezas

diluídas, anomia e incertidumbre. Los ideales y las pasiones

revolucionarias de la "libertad, igualdad, y fraternidad", se han

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diluído (y a veces degradado en la forma de una dictadura). Pero

generalmente han seguido el camino "políticamente correcto" que

va de la utopía a la "administración" de los mismos (reflexionemos

por un momento sobre lo que sentimos al pensar en la

"administración" de ésta justicia, de ésta equidad, y sobre todo de la

"fraternidad" (¿?); todo esto sin las pasiones que acompañaron a

su génesis en la historia; es como el camino que va del

enamoramiento apasionado del comienzo, a una convivencia

resignada, o aún peor, por conveniencia). Nos hallamos

condicionados como ciudadanos a un mero rol de consumidores, o

de eventuales electores de gobernantes neutros. Condicionados por

estructuras sustentadas en enormes tramas de poderes políticos y

sobre todo económicos sobre los cuales hemos perdido el control. Y

también nos sentimos desencatados, y hemos delegado una

representación imaginaria en las voces de los artistas, los músicos,

las artes populares y las industrias culturales (los jóvenes que

asisten masivamente a los espectáculos de rock en todo el mundo

“entienden” esto aunque no lo pongan en palabras eruditas). Tal

vez ha llegado el momento en que las ciencias sociales puedan

retomar –con más modestia- una esperanza relegada del gran

proyecto de los padres fundadores, y reconstruír un discurso con

"sentido" que tenga algo importante para decir sobre nuestros

tiempos, o al menos algo que decir sobre la vida cotidiana.

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El “mundo en que vivimos”, se nos ha hecho mucho más

complejo que el de nuestros padres, e infinitamente mas complejo

que el de los pueblos originarios (la sociología clásica hablaba de

“comunidades basadas en la solidaridad mecánica, y de sociedades

modernas con solidaridad orgánica”). La unidad integrada de las

sociedades “primitivas” se ha ido transformando en la pluralidad

de las “sociedades complejas”, produciendo separaciones

dramáticas entre diferentes dominios de la sociedad, de la cultura,

la naturaleza, la tecnología, el individuo y la subjetividad, y además

de la fé y la religión (los cultos y las creencias institucionalizadas

como el dominio de “lo sagrado”). Todos éstos órdenes de la

sociedad y la cultura se articulan entre sí en forma prácticamente

indisoluble, en una trama que los teóricos de la comunicación han

denominado la “construcción social de la realidad”. Una

“realidad” a la vez unitaria y plural, concebida como una trama de

dominios ontológicamente diferentes pero con una historia propia,

establecida por la cultura y el lenguaje. En este sentido, las

disciplinas de la comunicación bien pueden definir su objeto como

el estudio transdisciplinario de los procesos de naturaleza histórica,

social y simbólica que dieron origen a diferentes dominios de

realidad (re)producidos y habitados por el hombre. La constitución

de la vida humana tal como la conocemos hoy en día (mas allá de la

diversidad antropológica y cultural) sería inimaginable sin estas

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distinciones epistemológicas y ontológicas en las cuales los

hombres “sienten” y dan por sentado que viven “en” y participan

de la construcción de “la” realidad humana. Realidad histórica que

ha sido instituída siempre como un espacio público tanto real como

simbólico (la del hombre como “ser político, ser social”). Pero esta

vida pública –tanto real como imaginaria- con sus espacios, sus

tiempos y sus instituciones, se ha ido enajenando (alienando?): ya

sea en el Estado o en el mercado, en la vida privada o en la evasión

a través de medios tecnológicos (en promedio, los jóvenes de 18

años han pasado en sus cortas vidas unas 20.000 horas frente a la

televisión o a los juegos electrónicos). Así como la noción de

sociedad denota hoy casi una abstracción, la de “sociedades

complejas” califica también una característica de esta abstracción,

la “complejidad y virtualidad de la realidad social”, realidad que

se ha hecho día a día más incierta, difícil de descifrar, y sobre

todo incontrolable e insegura.

Éstas son las temáticas abordadas a lo largo de los capítulos

IV y VI, ("Raíces de la comunicación...Aportes a una ontología

social", y "Capital social y/o “cultivo social?", respectivamente) y

presentadas brevemente en la Introducción. En la última parte del

cap. IV se desarrollan ciertas propiedades de los diferentes

dominios -ontológicos, imaginarios?- que operan como sustento de

las tramas de la vida social (podriamos llamarlas "teorías sobre

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realidades subyacentes": sobre la naturaleza, la sociedad, la

cultura, la vida psíquica, la técnica y lo sagrado). En el cap. VI se

presenta el ejemplo de una nueva teoría, la del capital social,

discutida y contrastada con otra metáfora teórica sobre los

procesos de formación y reproducción de "valor" en las relaciones y

las asociaciones sociales: la metáfora del mundo de la vida como un

"cultivo social".

Las diferentes prácticas y creencias que tradicionalmente

fundamentaron la construcción de un "lugar" propio y cargado de

sentido, y de las instituciones en la vida humana (representaciones,

lenguajes, relatos, actividades, ceremonias, rituales) brindaron

siempre una “seguridad ontológica”, que aseguró la reproducción

material, simbólica e imaginaria de la sociedad, y permitió otorgar

sentido a las transformaciones históricas, a las temporalidades

objetivas y las subjetivas, ofreciendo dispositivos específicos de

adecuación a los procesos y las formas organizativas y culturales.

La incertidumbre ontológica implica una “pérdida de sentido de

realidad” –una “desrealización”- para los sujetos, en tanto

imposibilidad de asegurar las prácticas adecuadas para la acción,

los intercambios y la formación de “sentidos” en la interacción

social. Este es el proceso de reconstrucción de la vida humana que

actualmente se encuentra en crisis y fuera de control: los

dispositivos de adecuación entre “conciencia y realidad” se han ido

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mediatizando, virtualizando y relativizando. Volver a reflexionar

sobre ciertas fuentes históricas que fundamentaron y legitimaron

una sensación de seguridad ontológica (siempre relativa) a

generaciones pasadas no es al fin y al cabo un trabajo inútil. Un

antiguo proverbio africano dice que "Cuando no sabemos hacia

donde vamos, no debemos olvidar de donde venimos"

Estoy plenamente consciente del rechazo (o al menos

desconfianza) que algunos sentirán hacia una propuesta que en

resúmen, puede correr el riesgo de ser "acusada" de encuadrarse en

un programa radical de sociología del conocimiento. Pero tal vez

debamos intentar "poner de cabeza" la propuesta -positivista- de

Durkheim, e invertir los términos de su famosa tesis: "considerar

los hechos sociales como cosas". Porqué no intentar la proposición

contraria: considerar las cosas como hechos sociales, como

"constructos" sociales? ("La sociología del conocimiento debe

ocuparse de la construcción social de la realidad", P. Berger y T.

Lukman, 1968). Si Marx pudo "poner de cabeza" a Hegel, tal vez

sea hora de proseguir un camino que ha comenzado a ser transitado

por no pocos teóricos y críticos de las vertientes positivistas, las que

han intentado "medir al hombre" con la vara de las ciencias

naturales. En vez de comparar las ciencias sociales con los criterios

de objetividad de aquéllas, tal vez debamos comenzar la labor de

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"objetivar al propio objetivador", incluyendo al sujeto de

conocimiento en el proceso de conocer. El conocimiento en las

ciencias sociales tiene por objetivo ético des-reificar y des-cosificar

críticamente a las propias realidades -históricas- construídas por

los hombres. Objetivar debe ser lo opuesto de reificar. En lugar de

estudiar al sujeto como objeto, en lugar de hacer la vivisección del

mundo de la vida -cosificando en ella el sentido, los valores y las

emociones con que los propios sujetos construyen sus vidas

cotidianas-, tal vez sea hora de intentar construir conocimientos

sobre el propio proceso interno de formación de sentido que

"instituye" a la cultura, a la sociedad y a los propios individuos en

cada instancia de construcción objetiva de sus propios mundos de

la vida.

En la construcción de conocimiento sobre "lo" social, creo

que hace tiempo que ha llegado la hora de adoptar una perspectiva

epistemológica que intente objetivar tanto las condiciones histórico-

sociales "objetivas", como las condiciones de una

"transubjetividad" social, histórica y cultural. Al fin de cuentas, es

en la articulación entre ambas de donde emergen las múltiples

formas y manifestaciones de los procesos de construcción de

sentido; y éstos sentidos forman la propia sustancia -ontológica- de

los mundos de la vida. El abordaje de los diferentes dominios y

procesos de formación de sentido en la vida social -como sentidos

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de realidad en los mundos de la vida- permite reconciliar la escisión

entre el saber y la acción, entre el sujeto como "observador" de la

realidad y el sujeto como actor y constructor de su(s) realidad(es).

En el capítulo V ("La investigación-acción: aportes y reflexiones")

se describen las particularidades de este método, que incluye al

sujeto-objeto de conocimiento (el "observado") y al sujeto activo del

conocer (el observador) en un proceso de inter-acción mutua. Se

presenta la noción de "triangulación recursiva" como una técnica

particular de investigación social de la realidad, que permite

compartir entre ambos la co-construcción de un proceso de

objetivación y de intervención sobre la realidad, en tanto ambas

partes se asumen como actores-observadores sociales. El

investigador coordina con el sujeto de la investigación, un proceso

de construcción de conocimiento sobre su realidad, y el desarollo de

un método para diagnosticar, analizar y también intervenir sobre la

realidad de acuerdo a objetivos compartidos (ver "dispositivo-

analizador", al final del cap. IV).

Esto no implica rechazar la cientificidad sino expandir tanto

los universos teóricos como los universos de realidad que deben

abordar, y sofisticar los métodos para su análisis. En última

instancia, representa la "otra cara de la epistéme",

complementando los vacíos que la ciencia natural y el positivismo

inevitablemente produjeron en la cultura y en el mundo de la vida.

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Explorar cómo los hombres "construyen sus propias ecologías"

(ecologías físicas, tiempos y espacios ambientales, socioculturales e

imaginarios); como reconstruyen su medio ambiente transformando

la naturaleza, a sus propias culturas, sus estructuras e instituciones

sociales, sus tecnologías, sus vínculos con el Otro; explorar como se

construye el sujeto y sus fantasías...equivale a explorar los

procesos por medio de los cuales ha construído sus propias

realidades y las ha dotado de sentido. La imagen bíblica de Dios

creando todo lo que existe e insuflando con su aliento un alma en

los hombres, es una alegoría sobre el hombre, construyendo sus

propios mundos e insuflándolos de sentido.

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INTRODUCCIÓN

SI LAS RESPUESTAS FALLAN, VOLVER A LAS PREGUNTAS !

Las ciencias sociales producen y legitiman saberes

disciplinarios -y construyen sus objetos de estudio- al costo de

fragmentar la realidad. La propia "cultura disciplinaria" de los

investigadores emerge de una división del trabajo intelectual y del

tipo de preguntas que se hacen sobre la sociedad: las

transformaciones de la economía (la tecnología y el trabajo), la

política, la cultura, las instituciones y la vida cotidiana. En este

libro (pensando "lo real social" asociado a una perspectiva

"comunicacional"), se discuten ideas y teorías sobre la formación

de las relaciones sociales, las instituciones, y los diferentes

dominios -simbólicos e imaginarios- de la cultura. Y se exploran

los procesos en los que se generan y circulan creencias, sentidos, y

valores, como una manifestación (transubjetiva) del “mundo de la

vida”.

La violencia y la complejidad de las transformaciones han

quebrado el sentido espacial y temporal en los lazos sociales (se

han roto los colectivos, la urdimbre del "cultivo ontológico” de la

vida social). Los individuos y las comunidades pierden la

confianza fundamental (en sus instituciones y sus

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"representantes"), y quedan marcados por la incertidumbre, la

inseguridad, la "intemperie" y el sinsentido. Pero tras el desencanto

y la frustración, surge la reacción (la resiliencia): los "excluídos"

buscan expresarse y demandar por sus derechos perdidos (trabajo,

techo, salud); las "minorías" exigen el reconocimiento de su

identidad y su diferencia (sexual, cultural, etc.). Y el "ciudadano

medio", busca recrear afiliaciones simbólicas a causas de "bien

público" (las Ong´s por ej.). Por último, algunos abrazan dogmas y

utopías reaccionarias de destrucción masiva.

Las ciencias de la comunicación pueden realizar un aporte

considerable tanto a la comprensión, como al diagnóstico y la

intervención social en éstas condiciones críticas. Pero deben

asumir el desafío de producir un saber a la vez transdisciplinario y

accesible a la gente. Y también se debe desarrollar un “discurso del

método” asociado a la práctica de la intervención, y la

construcción de espacios de participación. La comunicación

implica no solo al proceso de recreación de los vínculos y del lazo

social. Implica su concreción en actos y en valores. La

comunicación –en tanto praxis- debe ser el lugar del sentido y la

significación.

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I. LAS CREENCIAS Y LA VIDA SOCIAL.-

El tema central del libro se puede describir como el análisis

de los procesos y la historia de la formación de creencias y certezas

en el mundo de la vida social. Se refiere a la constitución de

sentido -y en especial de los "sentidos de realidad"- a partir de los

cuales se fundamentan las creencias que aseguran la construcción

de la vida social, tanto por parte de los individuos como las

comunidades. Las "realidades" humanas, por mas complejas y

cambiantes que sean, son construidas por los hombres (y las

mujeres). Pero a diferencia de los animales, los hombres precisan

atribuir sentido y valor a sus acciones, en especial cuando se ven

obligados a observar e interpretar una situación, a elegir entre

alternativas, y a decidir entre ellas (aunque se debe aclarar que este

proceso no es solo "consciente y racional", como sostiene una

teoría económica). Hace tres siglos atrás, y con gran lucidez,

Pascal lo sintetizó vívidamente: "el corazón tiene razones que la

razón no comprende". Las acciones de los individuos en sociedad

no son aleatorias, pero tampoco predeterminadas: la propia cultura

produce los códigos que regulan las creencias y las prácticas que

hacen posible la vida en sociedad. En el interjuego entre las

experiencias vividas, las creencias y las acciones se produce el

sentido, y si éste proceso se establece en forma eficaz y sólida en la

vida cotidiana (o sea, si se instituye), genera las certezas y las

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certidumbres que a su vez fortalecen y legitiman a las

instituciones, en el proceso de reconocimiento que hacen los

sujetos. En términos clásicos para las ciencias sociales, podemos

decir que las creencias, así como el lenguaje, los relatos y las

metáforas sobre las que se fundan, corresponden al ámbito de la

cultura; las acciones -en tanto praxis-, corresponden al ámbito de la

sociedad y de los actores sociales. Y por último, en el mundo de la

vida (Lebenswelt), son los individuos en sus interacciones mutuas,

y en sus reconocimientos, los que articulan las relaciones que

"instituyen una realidad", y recrean los contextos sociales: las

acciones con creencias, significados, sentidos y certezas (1). Es el

triángulo también clásico: cultura, individuo y sociedad.

Las "realidades" que estudian los científicos sociales, no

siempre coinciden con éstas realidades de la "vida social" que

viven los hombres. Las ciencias construyen sus objetos de estudio,

y los investigadores elaboran sus argumentaciones y sus certezas

por medio de la teoría, del lenguaje, y de la práctica metódica de la

investigación en sus disciplinas. Y éstas interpretan y describen las

realidades, pero también las construyen. Por esto es importante

explorar posibles modos de establecer puentes entre las

"diferentes" realidades: las de los científicos y las que construyen y

llenan de sentido los hombres, las sociedades. Los seres humanos

(incluyendo a los científicos, claro está) no podríamos vivir sin

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ciertas certidumbres (relaciones previsibles entre significados y

realidades): certidumbres sobre el mundo material, sobre nuestros

vínculos humanos, sobre nosotros mismos, sobre la cultura y el

lenguaje, y en especial sobre el futuro. Sin embargo, en las

complejas sociedades modernas, la vida social no se construye

sobre los acuerdos y las armonías, sino sobre todo a través de

reglas que regulan el conflicto y la lucha por el control y la

imposición de diferentes -y a veces opuestas- definiciones sobre

los significados, los derechos, los valores y las necesidades.

Como en el famoso cuento "Alicia en el país de las

maravillas", no parece importar tanto cuál es la "verdad", sino

quien la afirma. La sociedad puede ser vista como un sistema de

controles y regulaciones, pero también como una praxis de actores

sociales que luchan y forman alianzas para acceder al control de

los recursos del propio sistema. Recursos -o capital (como se

describe en el cap. VI)- que pueden ser físicos, estructurales,

sociales, culturales, de conocimiento y aún emocionales. No

siempre quienes controlan instituciones y "dominios" de la realidad

social (hablando metafóricamente sobre el poder de ciertas

instituciones y grupos para definir una realidad por medio de las

creencias y el control de los recursos), controlan en forma

hegemónica los significados y la formación de sentidos. Las

instituciones políticas y económicas por un lado, y las religiones

por el otro -y en especial la iglesia católica-, han lidiado durante

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muchos siglos por sus respectivas hegemonías sobre la producción

y la reproducción de la vida social (en la forma de la praxis de

producción de la sociedad por un lado, y de su re-producción

fundada en las construcciones de sentido por el otro). Toda la

Edad Media lleva el sello de ésta división dual de influencias entre

el poder terrenal y un poder celestial, entre el mundo de la

necesidad y el reino de Dios. Entre el mundo del trabajo y de la

lucha terrenal por un lado (o sea, de los campesinos y de los

señores), y por el otro el reino de la fé (la palabra, el sentido, y la

liberación del alma). Pero el equilibrio histórico se ha quebrado: a

partir de la Modernidad tardía, la ciencia y la tecnología han

transformado las lógicas de ambos procesos, y esto significa que

nuestros mundos de la vida ya nunca serán los mismos. La

asociación entre ciencia, tecnología, la economía y el poder,

subvierten constantemente lo que entendemos por realidad, y por

consiguiente se han vaciado los viejos universos de sentido y

nuestras certezas asociadas a ellas. Precisamos de nuevas

metáforas capaces de generar sentido de orientación hacia nuevas

formas de praxis social (ver cap. VII).

El investigador de la comunicación Briankle Chang -de la

Universidad de Massachusetts-, publicó en 1996 un libro de

análisis filosófico epistemológico sobre la comunicación, bajo el

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sugestivo título de “Deconstructing Communication.

Representation, Subject, and Economies of Exchange". En la

Introducción, cita a un anónimo pasajero del subte neoyorkino:

“aquellos que hablan sobre la comunicación, no saben de qué

están hablando”. Es un juicio duro y chocante para los que

deberíamos saber "de qué estamos hablando los que investigamos

la comunicación". Sin embargo, tanto a Chang como a mí nos ha

obligado a reflexionar. Creo que encierra la clave de un tema

inquietante y crítico para cualquier estudioso de la sociedad:

ejemplifica el divorcio que existe entre el lenguaje y las creencias

de sentido común del hombre de la calle, y la sofisticación

construída por la teoría y la práctica de los científicos sociales,

cualquiera sea su disciplina y especialidad (en este sentido, la

hiperespecialización de las disciplinas nos transforma a todos

nosotros en “hombres de la calle”, o en "sabios ignorantes", como

lo definió ya en los años veinte el filósofo español Ortega y

Gasset). Existe un verdadero abismo entre el lenguaje con que nos

manejamos en la vida cotidiana, y los términos y los significados

que se establecen en las múltiples especializaciones de los

científicos sociales (identificados con sus instituciones, sus

discursos y creencias profesionales, con las prácticas sofisticadas

de esas instituciones modernas que son los centros de investigación

y las universidades, poblados de extraños seres humanos que se

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interesan en observar y saber como viven, como son, que hacen, y

en que creen el resto de sus congéneres).

Además del problema de los lenguajes especializados,

cuyos significados se nos escapan a los legos, está el problema de

la verdad, la verdad asociada a las proposiciones científicas sobre

la realidad: de qué realidades estamos (o están) hablando? La

relación entre el lenguaje -como comunicación- y el "sentido" que

se construye es también una construcción social. Siempre me ha

fascinado la vehemencia con que muchos individuos -científicos,

economistas, intelectuales o "gente común"-, sostienen sus

creencias y opiniones particulares, (y un misterio la fuente de sus

certezas y la sensación de seguridad con que afirman argumentos

cuando menos dudosos o débiles). Todas las sociedades humanas

han creado religiones y ceremonias, creencias e ideologías que

permitieran generar cierto distanciamiento con la realidad y los

problemas cotidianos, y el acceso a "verdades, valores y certezas

últimas o eternas", a "seguridades ontológicas", o a verdades

trascendentes. Las creencias se han manifestado en el lenguaje, en

relatos, en mitos, en imágenes y en construcciones de sentido que

ayudan a ordenar la vida social, y en especial a dar sentido a

situaciones caóticas o inmanejables, a promover una visión

liberadora de un presente angustioso, o una revelación del mas

allá; y muchas veces instalando dogmas y fanatismos fervientes,

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ceremonias de exorcización de males o de toda clase de

"demonios" (demonios rojos, demonios blancos, el Gran Satán de

occidente, etc.). Ante las crisis de certidumbre, todas las

sociedades han buscado -desesperadamente- nuevas fuentes, o más

fuentes de certidumbre: a través de la fé en profetas, en líderes, en

shamanes o en la magia de talismanes, en las estrellas y los

horóscopos.

Los hombres siempre han necesitado creer en algo y

ponerlo en palabras y en imágenes. La Modernidad se caracterizó

por reemplazar despectivamente los viejos saberes, por nuevas y

fervientes creencias en la razón y la consciencia (Descartes): en las

ciencias experimentales; el desarrollo económico y tecnológico; en

los valores jurídicos; la igualdad de derechos; las instituciones

políticas y la democracia representativa como régimen de

gobierno. Pero solamente la sociedad occidental y capitalista

(posmoderna, sobremoderna?), ha logrado relegar a un segundo

plano toda otra creencia, toda otra certeza que no sea la que se

pueda materializar en la forma de una acción, un objeto, una

imagen, un producto, o una mercancía. El materialismo ya no es

una creencia, es un dogma reprimido sobre una realidad "fetiche".

Irónicamente, reniega de toda idea de "certidumbre ontológica".

Suplanta la argumentación por la evidencia: la evidencia científica

y empírica, la eficiencia, la utilidad, el valor de uso. En términos

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filosóficos: ha suplantado la ontología por lo óntico, la historia

social por el sistema (el "sistema" económico o político) y el

tiempo por el aquí y el ahora, el único tiempo posible: el presente.

Es el camino que ha ido de la pasión hasta el desencanto, y del

reemplazo de la verdad por los criterios de conveniencia, de

eficiencia y de éxito. Y en este camino, el sujeto han perdido el

sentido del anclaje en "la realidad". Las certidumbres construídas

sobre "los hechos", han dado lugar a la in-certidumbre sobre lo que

"es" (ya sea la "verdad", o "la realidad"). Nada es, y por ende, todo

puede ser. La realidad no tiene pasado, ni tampoco deviene, es un

eterno presente. Esto es lo que las religiones temen, denuncian y

combaten como relativismo moderno. La iglesia católica (como

institución terrenal, depositaria de la fé en la verdad revelada),

combatió sin éxito por más de tres siglos a la Modernidad, como

representación del materialismo óntico y el relativismo epistémico.

Por otro lado, en los países del Este, a la caída del dogma

comunista y a las creencias sobre "el sentido objetivo de la

historia" y el "hombre nuevo" -después de una breve euforia de

liberación- solo le ha seguido el desencanto, la libertad de

mercados y la vuelta de algunos a los templos (para gran decepción

del Papa Pablo VI).

Sin embargo, y a pesar de la crisis de sentido, y de la "crisis

de valores", las comunidades siguen "construyendo sus

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realidades" en el espacio y en el tiempo. No hay "fin de la

historia", solo un corrimiento en la formación del sentido y nuevas

búsquedas que se abren: en la cultura, en la sociedad y en la

subjetividad. Y esta búsqueda toma la forma del proverbio africano

"el que no sabe adónde se dirige, que no olvide de donde viene".

La historia -que siempre vuelve y se reescribe- no es solamente la

búsqueda de los hechos del pasado, sino la búsqueda de los

significados, la exploración de un sendero recorrido, la

interpretación de los proyectos que guiaron a los actores que lo

transitaron. La historia política investiga sobre los proyectos y las

acciones de los grandes actores sociales; la historia social intenta

recrear los mundos de la vida, las realidades y los sentidos de los

"pequeños actores". Por último, la historia intelectual intenta

"deconstruir" el origen y la formación de las claves y las categorías

por medio de las cuales nuestros antepasados buscaron interpretar

y construir sentidos, palabras y argumentos sobre la propia

realidad.

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II. LA BÚSQUEDA DE SENTIDO. DOS PARADIGMAS

HISTÓRICOS DE LA COMUNICACIÓN: ENTRE LAS

CONVERSACIONES EN LA PÓLIS, Y “LA VOZ DE DIOS EN

LA MONTAÑA” (LA PALABRA DE LA FÉ).-

Los filósofos de la Grecia antigua, han sido los primeros en

occidente en sospechar que -mas allá de los caprichos de los

dioses-, los hombres son capaces, y por ende responsables, de

reflexionar en forma sistemática sobre la construcción humana del

mundo, y en tomar consciencia de los límites: de la naturaleza, de

la sociedad, del hombre y de la palabra. Han sido los fundadores

de la ontología, la reflexividad y la separación metódica: primero

de la realidad y la conciencia, luego de la conciencia y la palabra

(y por ende fundando la Retórica como disciplina autónoma y

precursora de la comunicación). Crearon las herramientas de la

objetivación y la indagación sistemática instalando la duda, la

curiosidad, y el método que les permitió elaborar una racionalidad

reflexiva y crítica (Sócrates). Con Platón y Aristóteles, instituyeron

la “objetividad” como instancia de racionalidad en las relaciones

entre los hombres y la naturaleza, luego el ejercicio de la

objetivación y el análisis de las relaciones sociales y la política en

el ámbito público de la pólis (como modelo de la democracia

deliberativa). Las creencias y las certezas ya no deberían surgir de

los mitos y del estado de ánimo de los dioses, sino de la razón y la

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argumentación, como lo habían demostrado los primeros -y tan

criticados- comunicólogos-educadores de la historia: los sofistas

(Gorgias, Protágoras). Éste ha sido el "modelo" original de

construcción de un espacio público, constituído por prácticas de

comunicación, donde los ciudadanos se "constituyen" a sí mismos

en tanto "instituyentes" de un espacio común compartido. Espacio

social en el que se establecen de común acuerdo los códigos y los

procesos que regulan y construyen las relaciones humanas, la

identidad de sus actores y la propia "realidad" de la vida social (al

menos para la selecta minoría de los ciudadanos "libres" de

Atenas).

Otra fuente de cosmovisiones, de metáforas y creencias que

han marcado a fuego 2.000 años de tradición occidental, han sido

el judaísmo y el cristianismo. Hay profundas raíces históricas y

culturales que llevaron a los profetas judíos –sobre todo a partir

de Moisés- a concebir la originalidad de la primera historia de las

relaciones de un pueblo con su dios (el Talmud, el Antiguo

Testamento). En el origen no está la duda o el asombro (como en

Grecia) sino la búsqueda de la liberación a través del

reconocimiento de la verdad revelada del monoteísmo, de Jehová

como el único Dios. Los términos fé, revelación y liberación, tres

mil años después de haber sido instituídos, aún son dispositivos de

producción de valores y de sentido; con una enorme fuerza y

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efectividad mas allá de la religión, como lo ha demostrado la

historia contemporánea con el ejemplo de la idea-fuerza de una

palabra mágica: liberación. Así también la fuerza de la palabra:

"Dios", y los relatos expresados en un "Texto" sagrado como única

fuente de verdad, como fuente de fé y de generación de valores.

Hace ya casi 2000 años, cuando el pueblo judío fue dispersado por

los romanos, nadie hubiera dado un centavo por la supervivencia

del “pueblo de Dios”. Su único anclaje y referencia con la historia

y la identidad pasada era un libro -el Libro, el texto de los profetas-

, accesible solo a un puñado de intérpretes y lectores privilegiados.

Intérpretes que descifraron y revivieron una cultura y una identidad

a lo largo de dos milenios, e -increíblemente y contra toda lógica-

promovieron la utopía del “retorno”, de la construcción de un

espacio, de un Estado-nación.

Ambas cosmovisiones sentaron las bases históricas de

mayor influencia en la formación de los valores y las creencias

fundamentales de la cultura occidental. Los filósofos griegos

instituyeron lo que podemos sintetizar como la fé en la palabra, en

la razón y la argumentación (una actividad sumamente refinada de

comunicación y producción de sentido, establecida ya por los

presocráticos). La tradición de los profetas judíos y luego las

religiones cristianas, instituyeron lo que es posible sintetizar -

inversamente a la tradición griega- como "la palabra de la fé", la

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palabra revelada, y volcada por los profetas y los apóstoles en los

textos sagrados. Son dos lógicas de creación de sentido y de valor

diferenciadas, y en gran medida opuestas. Por un lado, la fé en la

argumentación, la dialógica, la construcción cooperativa y

reflexiva de creencias y conocimientos, pero donde el hombre

deberá renunciar al sentido trascendente (a la fé). Esta "soledad", y

este vacío de sentido -como última realidad existencial para el

sujeto- es el que la religión ha intentado cubrir a través de la fé en

Dios, y del "re-ligare" social de los ritos y las ceremonias. El

problema de la soledad del sujeto ni se plantea en Grecia, ya que la

pólis, el espacio público del hombre como "animal político", como

ciudadano, no puede concebir al individuo aislado de la sociedad

(el peor castigo era el destierro). Entre los antiguos judíos tampoco

se concebía la separación individual. La "separación" era -

inevitablemente- la de un pueblo, en la búsqueda de una identidad

y una tierra, un pueblo cuyo acto de "fundación" se halla en la

liberación de los egipcios, y un pacto con Jehová, cuarenta años

antes de constituirse físicamente sobre un espacio de tierra (la

figura de la "realidad de la tierra prometida").

Como todo acto de fundación, precisa -y construye- la

figura de un líder (Moisés), un pacto fundacional (la observación

de los 10 Mandamientos); una marca de identidad (la circuncisión)

y una identificación con una fuente simbólica de formación de

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sentido y de valores (Jehová) que pudiera revelar la verdad y el

sentido profundo de la vida y del propio ser (el "pueblo de Dios").

La revelación es también un acto de comunicación y constitución

de sentido a través de la fé, y precisa de la figura del profeta, cuyo

poder es un poder de intermediación, ejercido a través de la palabra

revelada. La iglesia católica mantuvo esta lógica de

intermediación, pero reemplazando los profetas desaparecidos por

los santos, y fundamentalmente por la institución Iglesia (ecclesia).

Con la Reforma, el protestantismo propone una relación personal

(comunicación uno a Uno con Dios), y la interpretación subjetiva

de la Biblia (otra vez la palabra, el texto). Sobre el individuo y la

"soledad", ha sido el propio Cristo el que funda la novedad de

apelar a la conciencia, la conversión, el corte con una identidad

social y cultural, para formar parte de una nueva comunidad de

sentido, de creencia y de trascendencia ("conoceréis la verdad, y la

verdad os hará libres").

Creo que no es un hecho irrelevante tomar en cuenta que

ambas tradiciones culturales, la grecoromana y la judeo cristiana,

tienen su origen en el universo social y cultural del mediterráneo,

así como el protestantismo desde hace medio milenio lo tiene en el

norte de Europa, y luego en el norte de América. No sabemos hasta

donde éstas fuentes culturales tan diversas no se hallan

condicionando la propia realidad económica y geopolítica de

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nuestros tiempos presentes ("el norte es el norte y el sur es el sur").

En este sentido, América del Sur -y del centro- se hallan en el

proceso de constitución de nuevas matrices sociales y culturales a

las que la globalización obliga a sufrir desafíos y transformaciones

profundas, entre la marginación y la integración forzosa a nuevos

códigos de vida social.

La duda y la búsqueda de diferentes interpretaciones de la

realidad siempre estuvieron en las mentes, en las ceremonias y en

las expresiones culturales de todos los pueblos, expresados en los

relatos, las creencias y en valores que dieran cierto orden y sentido

a la existencia humana. Esta no es la primera época en la historia

de los pueblos en que las cosmovisiones -como fuentes de

formación de sentido- se universalizan, en la forma de las grandes

religiones, o bien como imperios. Pero sí es la primera vez que este

proceso se hace prácticamente instantáneo y global por medio de la

tecnología, y en especial por las denominadas Tecnologías de la

Información y la Comunicación. Podemos enumerar varios temas

que nos inquietan sobremanera: la influencia de la televisión sobre

los niños –y también sobre los adultos-, los “reality shows” y la

ficción, pero también los noticieros con las imágenes terribles

sobre hechos y realidades que suceden al mismo tiempo que las

estamos observando y oyendo desde la intimidad de nuestros

hogares. Nos preocupan mucho las drogas como escape de la

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realidad en los adolescentes, pero no nos preocupa aún tanto la

realidad virtual, o la “teleinmersión” (combinación de informática,

robótica, video y realidad virtual) que nos conecta con personas y

ambientes distantes no en una realidad imaginaria diseñada por

especialistas (el caso de la realidad virtual) sino en el mundo real.

Nos preocupa también el poder universal de las tecnologías de

transformación y liberación de la energía y sus usos destructivos,

controlados por los sistemas de información. Nos preocupa por

último la nueva realidad de la manipulación de la información

genética y el poder de producir y controlar seres vivos y cuerpos

humanos (o partes del mismo). Las tecnologías de recolección y

control de datos, su transferencia y utilización como instrumento

de control y transformación de procesos físico-naturales y

humanos, modifican radicalmente cualquier visión que hayamos

tenido hasta el presente sobre lo que es real y lo que no lo es, sobre

las relaciones entre el hombre, la sociedad, la cultura, la naturaleza

y mas aún las difusas esperanzas sobre la existencia de un ámbito

de lo sagrado.

Existe una increíble ingenuidad y un desconocimiento

social sobre las implicancias profundas de la revolución científico

tecnológica y las transformaciones sociales y culturales que la

están instituyendo como paradigma y utopía de la sociedad, y que

hace veinte años atrás denominé aún con cierta incertidumbre

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como Cultura Tecnológica. Sirvan como ej. los modelos

prospectivos de sociedad futura que el mundo de las corporaciones

y los think tank nos imponen como modelo de realidad “futurible”

e idealizada: Sociedad de la información; sociedad de la

comunicación; sociedad –y economía- del conocimiento;

cibercultura, etc. Una de las tareas más fascinantes consiste en

explorar con criterios críticos los procesos y los presupuestos sobre

los que se basan diferentes creencias sociales sobre “realidades”

supuestas, prospectivas o idealizadas, naturales o imaginarias, ya

que en última instancia fueron (son) construcciones y

transformaciones realizadas por los propios hombres, por la

sociedad y la cultura. Pueden concebirse como diferentes

realidades constituídas como “dominios ontológicos” separados,

que la sociedad concibe como ámbitos y dominios reales, como

espacios y tiempos efectivos creados por la acción y la

imaginación humana. Realidades o bien simulacros de realidades

surgidas como hongos de los procesos de creciente complejidad

social y de la variedad de las producciones y la “creatividad”: en

la ficción y el arte, en los profesionales de los medios de

comunicación, en las ciencias y las tecnologías, en la proliferación

de sectas y creencias religiosas, en los movimientos

fundamentalistas, en las prédicas de ideólogos y los partidarios de

cualquier causa, en las justificaciones economicistas de los

traficantes de dinero, en los pequeños y los grandes líderes

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políticos, en los gurús de la economía y la administración social,

sin olvidar a los cultores del New Age, la moda -pasatista?- de las

drogas alucinógenas, y también la de los ingenieros de sistemas. La

realidad cotidiana del habitante de la villa y la de los grandes

planificadores de los organismos internacionales.

Todo el mundo considera “realidad en sí” en una u otra

instancia y en un sentido ontológico del término: a la naturaleza,

la sociedad, al individuo o la cultura. En este sentido, el problema

a abordar es el de la construcción social de los “universos de

realidad y los universos de sentido” como realidades construídas

por los hombres a lo largo de historias particulares, en las cuales

los individuos, los grupos, las instituciones y la cultura

reconstruyen sus formas y condiciones de existencia y de

formación de sentido específicamente "social” (en un sentido

constructivo y positivo, y no solo en la concepción clásicamente

negativa dada por la noción equívoca de ideología). Es también

una perspectiva de abordaje de la clásica problemática de la

reproducción social, al menos desde las dimensiones de la

reproducción simbólica y cultural, donde los misterios de la

comunicación humana revelan su máxima efectividad y su

eternamente evanescente naturaleza específica. Sabemos que no

hay cultura sin comunicación, y más aún, que la cultura es

comunicación, y que no hay sociedad ni reproducción social sin

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comunicación, y que el principal exponente de las

transformaciones sociales y económicas ha surgido de la

revolución de las hoy ya no tan nuevas -aunque permanentemente

renovadas- Tecnologías de la Información y la Comunicación

(TIC’s). Pero aún no sabemos que es la comunicación, ni que

“tipo de realidades” construye, aunque sí creemos efectivamente

que sin la comunicación no se podría construir ni reconstruír las

evanescentes relaciones que articulan la trama de la realidad social

entre los hombres, las instituciones, la cultura y la naturaleza. Pero

si algunos dudan acerca de la existencia de este misterioso proceso

que llamamos comunicación, pueden llamarlo con otro nombre.

Eso no invalidaría la necesidad de comprender porqué el hombre

“no está solo”, porqué Robinson Crusoe es sólo una metáfora, y

porqué si no existiera la comunicación, deberíamos inventarla.

Al mismo tiempo, podemos volver a hacernos preguntas

fundamentales sobre la naturaleza de lo social, y afrontar las dudas

y las críticas que han surgido sobre la “naturaleza” ontológica y

específica del mundo social, por un lado separado de la naturaleza,

y por el otro -siguiendo a los clásicos- evaluando la validez de la

separación de “lo social” de lo psicológico (o sea la objetivación y

problematización separada de los procesos sociales con relación a

la subjetividad, y para ciertos autores hasta una escisión con

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respecto a la historia, como es el caso de ciertos sociólogos

“sistemáticos” y los positivistas extremos).

Con respecto a las ciencias sociales, cabe repensar nuestras

disciplinas como formaciones conceptuales que interpretan y

reinterpretan interminablemente sus objetos de estudio, intentando

poner en evidencia sus presupuestos ontológicos y

epistemológicos, así como su construcción eminentemente

discursiva. Las ciencias sociales siempre se dirige a un mismo

objetivo: la producción de inteligibilidad, de comprensión y de

comunicabilidad de un cierto orden de sentido dentro de la

realidad caótica del mundo de los hechos. En esta incertidumbre,

se busca la elaboración de interpretaciones sobre diferentes

dominios de realidad que permitan construir un "orden", un

universo de sentido dentro de un universo con sentido. Para

Habermas (1989) se trata de “desarrollar una determinada

estrategia conceptual para las ciencias sociales y hacer plausible

su fecundidad”. Y “la primera decisión en punto a estrategia

conceptual que es de fundamental importancia para un programa

de teoría sociológica, consiste en admitir o rechazar el sentido

como concepto fundamental”. Desde la semiología, el italiano

Paolo Fabbri afirma que “Nuestro problema es uno: el sentido es

construído, no es una evidencia del mundo... .La significación está,

es como la vida, difusa: nosotros hablamos, hacemos sentido en

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mil modos. Pero después, cuando debemos comprender como

hacemos sentido, es necesario que construyamos un mínimo de

organización conceptual. Esta organización conceptual,

encontrando la nebulosa del sentido, de la significación... produce

el significado. Por eso, nuestro problema es como se construyen

los significados. Los sociólogos a veces no se interesan por cómo

se construyen los significados, sino que lo toman por evidencia

empírica”.

Hace años ya que se ha instalado la duda sobre las

esperanzas puestas por algunas generaciones de investigadores

sociales en la epistemología positivista que había producido los

enormes avances en el conocimiento y el control de los procesos

físicos. En el dominio de lo humano, producir “información

objetiva” ha significado ni más ni menos que producir

“representaciones”, datos, descripciones siempre sujetas a

interpretaciones diferentes. La información no construye sentido -

ni aún significados-, produce una materia prima, signos, textos.

Solo la interpretación procesa la información con el fin de

construir posibles significaciones, valores y sentidos. En otras

palabras, las ciencias sociales cumplen la función de

“metalenguajes” que tienen como objetivo explorar la complejidad

“holística” (no disociable en partes?) de los procesos de

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construcción de la vida social de los hombres en tanto prácticas,

acciones, representaciones y expresiones de sentido.

Si consideramos a la sociedad a partir de un paradigma de

construcción y reproducción permanente, podemos hablar de un

paradigma generativo. Volviendo a citar a Habermas “Un

programa teórico de este tipo (generativo) tiene que responder a

tres preguntas. Suponiendo que la sociedad se entiende como un

proceso generativo de una realidad estructurada en términos de

sentido: a) ¿Quién es el sujeto de ese proceso de generación, o es

que no se dá ningún sujeto? B) Cómo hay que pensar la manera de

ese proceso de generación: como actividad cognoscitiva (Kant,

Hegel), como manifestación linguística (Humboldt), como trabajo

(Marx), como creación artística (Schelling, Nietzsche), como

pulsión (Freud)? Y finalmente c) los sistemas de reglas

subyacentes, conforme a los que se construye la realidad social,

¿son invariables para todos los sistemas sociales o se da también

una evolución histórica de estos sistemas abstractos de reglas y

quizá también una lógica interna de esa evolución, que por su

parte sería susceptible de reconstruirse?” (la negrita no se halla

en el original). La intención de este libro consiste en poder

reconocer ciertas claves que puedan ayudar a elaborar algunas

respuestas a estas preguntas. Curiosamente, me encuentro con el

texto anterior ya con el libro prácticamente terminado, así que las

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respuestas anteceden a las preguntas de Habermas, lo que significa

que mis preguntas originales no han sido muy diferentes.

III. DOMINIOS DE SENTIDO, DOMINIOS DE REALIDAD

(DOMINIOS del IMAGINARIO?)

Podemos abordar el problema de la generatividad de la

sociedad desde perspectivas diferentes. Podemos elaborar una

hipótesis general sobre la existencia de diferentes esferas o

“dominios ontológicos” de la vida social, que en un nivel

simbólico y de formación de sentido se manifiestan como

construcciones culturales, -o mas bien “transculturales”- que se

han ido constituyendo a lo largo de siglos –milenios- de

intercambios y transculturaciones entre civilizaciones diversas, a

través de adopciones pacíficas, o de guerras e integraciones

forzadas entre pueblos. La creciente complejidad social y cultural

de nuestras sociedades modernas (o posmodernas, amenazadas por

la “homogeneización hegemonizante” de la tecnología y el poder

económico) ha dado lugar a la creación de topologías y dominios

de acción social diferenciados -aunque no autónomos-, los que a su

vez construyen universos de sentido y lenguajes específicos.

Intuitivamente (o existencialmente) consideramos hoy a estos

dominios diferentes como la trama fundamental (the “fabric”, el

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material constitutivo) de la realidad ontológica del mundo

moderno.

TESIS: Las sociedades modernas construyen sus mundos

de la vida influenciadas por una matriz histórica y cultural que es

el producto de la amalgama entre las dos grandes tradiciones

milenarias, con las matrices y las experiencias particulares de cada

sociedad. Sobre ésta "identidad sincrética tradicional" desde hace

tres siglos (dependiendo de cada país y de cada cultura particular)

se le vienen subvirtiendo, u oponiendo los patrones intelectuales,

cognitivos y -neutralmente- afectivos del logos y de la techné

científica. Las ciencias han construído y legitimado histórica e

institucionalmente sus modos de acceder al logos del

conocimiento, a los criterios de verdad, y a las formas de definir,

acotar y abordar lo que se concibe como real (en tanto logos, o sea

en tanto forma de conocer la realidad). Y así como también los

modos correctos de actuar técnica e instrumentalmente sobre la

realidad (como techné). En síntesis, a partir de la Modernidad, las

ciencias han establecido los modos legítimos y correctos de

acceder al saber y al accionar sobre la realidad, para lo que

previamente se ha establecido un orden epistémico que asegure

qué y cómo debe ser "construída" cada la realidad (y que desde

nuestra perspectiva es siempre una "construcción social").

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En un segunda instancia, la ciencia clásica debe (¿?) negar

este proceso de "construcción" porque debilita y relativiza el

apriori de la objetividad, de la ley y de la verdad (es el mismo

argumento que Platón utiliza contra el método de argumentación

de los sofistas, como manipuladores de una verdad a la cual el

razonamiento puede acceder). Este proceso de negación

implícitamente ha establecido un divorcio entre un conocimiento

sistemático y uno histórico. Las leyes de la física deben no

solamente ser objetivas sino también atemporales; el tiempo y la

historia nuevamente debilitarían la legitimidad de los enunciados

sobre las leyes físicas. La negación del tiempo lleva a la lógica de

la reversibilidad: las relaciones entre causas y efectos serían una

mera formalidad, dado que se los podría revertir, siempre y cuando

se conozcan y controlen las leyes que los regulan. Pero cuando el

objeto de conocimiento no es físico o natural, sino social o

cultural, el tiempo es inevitablemente un proceso y una realidad

irreversible (no hay vuelta atrás en la historia humana). Como las

ciencias naturales, la sociología y la economía han buscado

construir su objeto de conocimiento como objetos regidos por

leyes sistemáticas y objetivas (ciencias nomológicas): estructuras,

formas de organización, conductas y relaciones estables que

aseguren la permanencia y reproducción de la sociedad y sus

instituciones. El tiempo (la historia), la subjetividad, y el sentido

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pasaron a ser dimensiones difíciles -aunque no imposibles- de

articular dentro de la metáfora de la sociedad como un objeto, o un

sistema estable (éste ha sido el talón de Aquiles del paradigma

funcionalista y del estructuralismo).

Aunque la sociedad no deja de ser un sistema social e

histórico (un "sistema lejos del equilibrio", diría Prigogine, o bien

un "sistema complejo") y las ciencias y las tecnologías modernas,

son una emergencia de la historia social de su logos y de su

techné. Este logos de racionalidad, de conocimiento y de técnica,

ha configurado lo que podemos llamar una cultura tecnológica,

con sus imaginarios propios, sus lenguajes, sus creencias, sus

cosmovisiones, sus formas de concebir y aprehender la realidad, y

de construir relaciones de sentido-realidad: nuevos universos de

sentido. Este proceso tiene su propia historia, y se manifiesta en el

lenguaje, los imaginarios, la cultura, los símbolos, y ergo, en las

formas en que las sociedades modernas "construyen sus"

arquetipos de individuos, y sus mundos de la vida: reales,

deseables, imaginados, o execrados. Cualquier antropólogo, así

como cualquier viajero con una mínima capacidad de

observación, es capaz de reconocer este proceso en el

extrañamiento de lo diferente. Más aún, podemos afirmar que está

en la base de toda la industria del turismo, del exotismo, de la

búsqueda y la fascinación por lo extraño o lo exótico. Esta

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asociación sólida entre mundos reales y universos de sentido

asegura el surgimiento de certezas, de regularidades y expectativas

respecto de nuestras relaciones con el mundo natural, de las

interacciones con los hombres, de la fortaleza de las instituciones,

de la inteligibilidad de los signos que empleamos en la vida

cotidiana y en el reconocimiento de lugares, de espacios y de

tiempos que constituyen nuestra vida social. Las certezas son una

defensa contra la incertidumbre, y ésta última el primer factor de

quiebre de las relaciones entre sentido y realidad (los momentos de

crisis en los pueblos y los individuos sujetos a fuertes dosis de

incertidumbre y ansiedad constituyen un ejemplo concreto y

dramático de ésto).

Todas las sociedades han generado instituciones encargadas

de crear y mantener instituciones que proyectan y estructuran un

orden o un universo de sentido, de certeza y permanencia de las

relaciones: entre la sociedad y la naturaleza; de las relaciones de

los hombres entre sí (y las mujeres, los niños, los extranjeros, etc.);

de la vigencia y permanencia de los signos, los valores y las

formas culturales; de la certeza sobre la utilidad instrumental de la

técnica, y las tecnologías empleadas por un grupo humano en sus

acciones cotidianas. Y por último, toda sociedad ha creado,

legitimado y protegido sus shamanes, sus sacerdotes, sus

ceremonias y las instituciones que han oficiado de "puentes con el

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mas allá" (puentes hacia lo desconocido, hacia las "fuerzas

ocultas", o -en otros términos- la apelación y el reconocimiento de

las sociedades humanas de que "debe haber" un orden no visible

que "sostiene" la realidad, y al cual hay que dar reconocimiento

por medio de la palabra y de las ceremonias, y en ciertos casos, de

grandes sacrificios humanos).

En tanto las sociedades modernas también viven en (y

"con", o mas bien "contra") la naturaleza, dentro de estrechas

relaciones sociales, en mundos culturales y simbólicos, y

dependientes de complejas tecnologías .., nuestras sociedades no

son la excepción. Ellas (o sea nosotros) solo se diferencian de las

sociedades tradicionales en el grado de complejidad y evolución

desarrollado por la sociedad occidental en los últimos siglos y por

el influjo transformador y universalizador de la ciencia y la técnica

en la era moderna.

Se puede concebir que la sociedad moderna ha construído

históricamente "su realidad ontológica", sustentada en las tramas

de realidades subyacentes, como dominios tanto reales como

imaginarios, que pueden ser analíticamente categorizados y

diferenciados:

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Se puede pensar la “realidad” social como "sociedad", en

un sentido restringido, concebida como un conjunto de “agentes o

actores sociales” (empíricamente representada por los hombres,

las organizaciones, la comunidad, el Estado, etc.). Un segundo

"dominio" (dominio de sentido, dominio de realidad) representado

por la cultura. Una topología que “crea espacios y regula los

tiempos sociales”, y es constituída por el mundo de los objetos,

los lenguajes, los símbolos y entes portadores de significado. Un

tercer dominio es el de lo sagrado, como dominio de sentido de lo

"imaginario" (en estado puro e "ideal" en su acepción weberiana).

Dominio de lo sagrado y trascendente (las instituciones de

religión, las construcciones simbólicas, ceremonias, rituales, etc.,

las que si bien forman parte de la cultura, fundan su sentido en lo

trascendente, en la fé en una realidad o en un mundo “otro” que el

material o físico, tal como se expresa -por ej.- en la tradición

judeocristiana). Un cuarto dominio (naturaleza física) "surge" con

la ciencia moderna, como dominio "natural y material"

(objetivado como dominio de los objetos y las cosas en "estado

puro"). Históricamente se manifiesta en las ciencias naturales, y la

construcción y reconstrucción de disciplinas institucionalizadas

que tienen por referente a los hechos y los objetos de estudio

particulares. Se presentan como diferentes topologías, con

teorías y prácticas científicas que objetivan el dominio físico-

natural, como la única “materia” de la que toda realidad está

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hecha, incluyendo nuestros cuerpos y sus genes transhumanos, a

partir de los cuales algún día se podría explicar la estructura y el

funcionamiento de los procesos de la psiquis y la subjetividad.

A este cuadro histórico-epistemológico, se agrega la

herencia del siglo XIX. Desde Hegel -al que Jung (1977:114)

describe ingeniosamente como "un psicólogo encubierto que

proyectaba grandes verdades del reino del sujeto a un cosmos por

él construído"-, pasando por el romanticismo y el psicoanálisis,

hasta finalmente, concebir a la “construcción social” de un nuevo

dominio de investigación y de conocimiento: el de la psique y la

subjetividad humana (Freud habló de una topología del aparato

psíquico y del inconsciente, y se considera válido hablar de

procesos de la “realidad subjetiva”, aunque se lo considere una

ficción literaria o idealista).

Por último, el siglo XX agrega a los dominios anteriores la

hegemonía creciente de las nuevas tecnologías que atraviesan

aceleradamente todos los demás dominios y sus respectivos

procesos. Las tecnologías de información y comunicación (TIC’s)

y su articulación por un lado con las tecnologías de control y

modificación del tiempo y del espacio físico, social y simbólico, y

por otro lado con la biotecnología, la inteligencia artificial, la

realidad virtual, los sistemas experto; para mencionar solamente

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algunas innovaciones. La omnipresencia de la tecnología –

intrínsecamente asociada al mercado- obliga a repensar el rol y

los peligros –además de las promesas- de la ciencia y la

tecnología como una herramienta de control, de transformación y

de recreación de nuevas formas de la existencia humana.

Estos seis dominios de fundamentación de "sentido de

realidad" conforman una ontología de base a partir de los cuales el

sentido común (el common sense) de los hombres construye la

experiencia y la certeza de hallarse vivo. La certeza sobre la

permanencia de su entorno material, de su identidad social, de su

propia conciencia subjetiva e intersubjetiva, de manejar y controlar

los instrumentos de las tecnologías cotidianas que utiliza en una

sociedad crecientemente marcada por la técnica. La certeza de

contar con los recursos de la cultura: las palabras, los gestos, y los

textos, las imágenes, los códigos, las modalidades de actuar, etc. Y

por último, la (in)certeza de que más allá de todo lo anterior, y

después de este tiempo en la tierra, aún existe otro tiempo y otro

espacio en un mas allá trascendente reservado a los creyentes.

Evocando a Castoriadis, podríamos decir que estos dominios

constituyen "la institución imaginaria" de la vida social (ya que

Castoriadis hablaba sobre la institución imaginaria de la sociedad).

Podemos decir que estos dominios instituyen nuestras realidades

por medio de la constitución social de la acción y la formación de

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sentido, como sentido de realidad. Sentido, realidad y

comunicación conforman algo así como una "santísima trinidad"

de la vida social, y un modo de interpretar la fructífera noción de

Lebenswelt, planteada como el mundo de la vida por Hüsserl.

La idea de una fundamentación ontológica no obedece

solamente a una inquietud filosófica, y ya que Castoriadis -

nuevamente- lo ha puesto en términos claros (a pesar de que la

claridad no ha sido precisamente una cualidad suya), podemos

ponerlo en sus palabras (1977: 275) "la idea de una ciencia de los

hechos que no implicara una ontología, nunca ha dejado de ser

una fantasía incoherente que, como tal y en su contenido, expresa

ya una metafísica particular y particularmente incoherente".

Nuestra inquietud sería entonces, la pregunta sobre la(s)

ontología(s) que constituyen el "mundo de la vida", y las tramas

con las que se fabrica (the "fabric" of social life).

El paradigma (o “los” diferentes paradigmas) de la

comunicación se ha(n) constituído en una fuente inspiradora para

replantear problemas de las ciencias sociales desde nuevas

perspectivas. Las tres preguntas fundamentales para un modelo

generativo de la sociedad que plantea Habermas pueden abordarse

a través de estrategias teórico-epistemológicas que no hubieran

podido ser imaginadas hace medio siglo atrás. Pero las ciencias de

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la comunicación tienen aún un largo camino por recorrer y muchos

recursos por desarrollar. L. Sfez (1995) dice al respecto: “En el

área de la comunicación, debemos ocuparnos de un núcleo

epistémico que reúne alrededor de puntos comunes una gran

diversidad de saberes: la vida académica y la pública, hoy y aquí,

dan abundante testimonio de ello: biología, psicoanálisis, mass

media studies, instituciones, derecho, ciencia de las

organizaciones, inteligencia artificial, filosofía analítica, etc.

Estos conceptos comunes a las ciencias de la comunicación, al

parecer constituirían poco a poco los elementos de una forma

simbólica en gestación. Dicho de otro modo, ciertos conceptos,

trabajados por las élites de la ciencia comunicacional, se

convierten en realidades del mundo social y político, pasan a la

vida corriente y forman la pantalla por medio de la cual

construímos el mundo y que ni siquiera podemos percibir, tanto la

utilizamos, tanto nos envuelve”. Y señala dos aspectos clave para

distinguir rasgos específicos: “la fuerza de lo tecnológico y la

fuerza de las tecnologías del espíritu”.

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IV. ETAPAS FUNDACIONALES EN LA HISTORIA Y LOS

IMAGINARIOS DE LA CIENCIA.-

Los dominios de sentido a los que hice referencia, como

mapas de un territorio imaginario, sirven de guía -y también de

construcción de certezas- para orientarse en los territorios de la

vida social. Más aún, a partir de los sobreentendidos y las

experiencias sobre los que se construyen los fundamentos de esa

vida, los sujetos construyen los contextos, las tramas y los relatos

de sus mundos de la vida. El problema que pretendo abordar es el

de las profundas transformaciones en los dispositivios de

formación de sentido y realidad, a partir de tres siglos de "cultura

científica y tecnológica". Las transformaciones fundamentales que

han tenido lugar en la interpretación sobre la naturaleza física, la

sociedad, la cultura, el individuo y la subjetividad, y la

racionalidad instrumental de la tecnología (aunque las influencias

sobre la interpretación de lo sagrado también han sufrido grandes

mutaciones).

Mas allá de la relatividad de toda periodización en la

historia de las ciencias, creo que es interesante establecer y resaltar

ciertas características diferenciales que marcan etapas históricas

en la creación de dominios de conocimiento, tan innovadores que

constituyen auténticas creaciones ontológicas por parte de la

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teoría y la práctica de la ciencia occidental. Éstas construcciones

de nuevas ontologías (de la naturaleza, de la sociedad y la cultura,

del individuo y de la subjetividad, acompañadas generalmente de

auténticas “rupturas epistemológicas”) se difundieron en la

sociedad y en la cultura universal dando origen a nuestras actuales

visiones y creencias sobre la realidad (¿o bien realidades, en

plural?). En “El (los) objeto(s) de la razón científica, 4 “fases”

históricas” (en “Ciencia, objeto y sentido”, Vizer 1998,

monografía) he abordado estas etapas como fases sucesivas en las

que el pensamiento científico ha ido produciendo un corte

epistemológico con la concepción unitaria de la “realidad”, para

escindirla en campos de conocimiento autónomos. Este proceso de

fraccionamiento de los objetos de estudio es consecuencia de la

división del trabajo intelectual y la acumulación incesante de

información así como de las limitaciones en el manejo de la

misma. Y es paralelo al proceso de complejización creciente de las

sociedades modernas (como “sociedades complejas”, no por

oposición a sociedades tradicionales que nunca son simples, sino

por el desarrollo de propiedades y de características cualitativas y

temporales de creciente variedad en su organización y

especialización internas, las que modifican constantemente los

procesos de estabilidad dinámica y de reproducción del sistema).

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El proceso histórico de ruptura con la concepción medieval

de dos realidades, una terrenal y otra celestial, dentro de una

dinámica de mutua oposición e interdependencia (y la pugna entre

el alma y el cuerpo, el reino de Dios y el de los hombres, lo

sagrado y lo profano) comienza con el redescubrimiento de los

clásicos griegos y romanos, y con la conciencia gradual de que es

el hombre el que objetiva y define su propio punto de vista: un

ejemplo de esto es la creación de la perspectiva en la pintura y en

las imágenes virtualmente tridimensionales del Renacimiento (la

perspectiva implica un reconocimiento de la posición del

observador respecto a la distancia de los objetos, lo que no existía

anteriormente en las imágenes bidimensionales). La lógica de la

experiencia en la Modernidad, ha ido constituyéndose a partir del

principio de la representación de la realidad, representación que

se instituye luego más allá de las imágenes y del texto, para fundar

una nueva lógica política y social en las instituciones del

liberalismo. Otro ejemplo histórico fué la dificultad para aceptar

que la humanidad había estado engañada por la simple observación

visual, que parecía confirmar que la tierra era el centro del

universo. En una primera etapa fundacional para la nueva

cosmología científica, racional y universal, se produjo una nueva

visión de los fenómenos de la naturaleza, expresada en las

experiencias de la física, la química y la astronomía (las que se

iban separando de la alquimia y la astrología, respectivamente).

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Desde la perspectiva de análisis que proponemos, partiendo

de las fuerzas de transformación de los actores sociales, y del

mundo de la cultura como generador de recursos simbólicos de

interpretación de la realidad, y como fuente de nuevas ontologías,

la Naturaleza comenzaba a ser concebida como “un universo

objetivado”; separado del mundo sagrado y del humano, sujeto a

leyes propias y a la necesidad de exploración y de técnicas de

control experimental. Podemos decir que en esta primera fase

inaugural de la separación entre el sujeto que conoce y el objeto de

la razón -a ser conocido-, se inicia para la cultura occidental la

realidad natural, la realidad objetiva y objetivable, la primera

expresión de un futuro relativismo ético y un materialismo

ontológico. Paralelamente, se vá produciendo la representación

intelectual de un segundo "dominio": el político y social. Y este

nuevo dominio (el de los hombres, su gobierno y el Estado) es una

realidad dual: los individuos tienden a poner su propio interés

individual por sobre el interés colectivo, por lo que hace falta un

dispositivo de creación de sentido y de valores que los reintegre a

la sociedad y a formas organizadas de vida y de gobierno. Este

dispositivo es propuesto por Hobbes a mediados del siglo XVII (y

asumido un siglo después por los pensadores del Iluminismo): este

dispositivo es el contrato, -el futuro contrato social-, sustentado en

la representación. Éste es el acta de nacimiento de un nuevo

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dominio: el del "gobierno", un Estado que es ya conscientemente

"producido" por los propios hombres, mediante un contrato, para

representarlos. Las guerras religiosas, fogueadas por el

enfrentamiento entre la iglesia católica y el protestantismo (el

centro sur de Europa versus el norte), habían puesto en evidencia

la convencionalidad, y por ende la fragilidad de las instituciones

del poder terrenal: las monarquías (es dudoso que Hobbes hubiera

pensado en escribir su Leviatán, si la revolución de Cromwell no

hubiera destruído a la monarquía inglesa en esos años).

Pasando a la segunda mitad del siglo XVIII, la cosmovisión

científica toma por objeto de exploración y de análisis crítico a la

sociedad y a sus instituciones, y en especial al absolutismo

monárquico. También se instituye la separación analítica entre los

procesos de producción de bienes (Adam Smith y David Ricardo

fundan la ciencia económica), y los del gobierno y las instituciones

de poder y el control social. Montesquieu, Locke, Rousseau, entre

otros antecedentes ilustres como Maquiavelo, Tomás Moro y el

propio Hobbes, fundan una epistemología crítica del poder y la

política, además de producir una nueva complejidad

organizacional en el cuerpo de la sociedad a través de la

separación entre los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y

Judicial). Se genera así el paradigma de las instituciones de la

democracia como una nueva -y sofisticadamente conflictiva-

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disociación de la realidad social en tres campos ontológica y

epistemológicamente separados y enfrentados: los hacedores de la

Ley –el poder legislativo-, los grandes ejecutores y decisores de la

política, y las instituciones de control social (el sistema judicial,

como un garante del poder de interpretación y ejecución de la

letra de la ley, y la policía y como su instrumento físico en el uso

de la violencia oficial). El proyecto del Iluminismo, del siglo de

las Luces y de la Modernidad constituyen el programa directriz

para una nueva concepción de la ontología social. Se instituye la

objetividad de los hechos sociales, y la idea de la autonomía de los

procesos de producción de bienes, manifestada en el crecimiento

de una nueva clase social y de una todopoderosa institución: el

mercado.

Dos factores caracterizan estas transformaciones sociales.

Por un lado una nueva concepción omnipotente sobre las

posibilidades de la tecnología, como el motor de una dinámica

expansiva e ilimitada en la producción de bienes materiales.

Ambas -tecnología y mercado- como fuentes ilimitadas de

creación de bienestar, estrechamente asociadas a la expansión

colonial y la creación de nuevos mercados (en el siglo XVIII los

ingleses destruyen los sofisticados telares hindúes para tejer la

seda, eliminando así la competencia). El otro factor corresponde a

la formación de nuevos actores sociales (las nuevas clases de la

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Revolución Industrial). El surgimiento de estos nuevos actores y

su demanda de mayor representación política y libertad de acción

impone la presencia de una nueva problemática, la que a su vez

requiere de nuevos analistas (como "productores de significados y

de sentidos"), como representantes intelectuales concientes o

inconscientes de las nuevas realidades. Esta nueva intelligentzia

desarrolla el método de la crítica de las instituciones y de la

práctica política, llevando a las nuevas concepciones sobre la

división de poderes y del rol del Estado. También se instituye la

separación legal del individuo en relación a la sociedad y al

Estado (se instituye por ley el “sujeto de derecho”). La doctrina

liberal define al individuo como ciudadano libre, y esa definición

legalizada –institucionalizada como libertad económica y política-

crea el contexto simbólico, la información y los recursos

necesarios para que todo individuo que tenga acceso a los mismos,

se conciba a sí mismo como una persona legal con derechos y

deberes de ciudadano. Para cerrar un círculo recursivo, el orden

simbólico del sujeto legal termina por constituirse en un sujeto real

y ontológico. Los sujetos que históricamente habían demandado el

reconocimiento de sus derechos individuales, una vez que estos

son legalmente reconocidos, conforman una nueva realidad –

legalmente legitimada-, la que a su vez sirve a nuevas generaciones

de sujetos para afirmar sus propios derechos y demandas, dando

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por evidente y “natural” los derechos que “construyen” su

identidad como persona. Se ha creado un nuevo sujeto.

Esta ontologización de los valores y derechos individuales

y las libertades consiguientes también sentó las condiciones para

la próxima fase histórica: la etapa de la construcción cultural, la

expresión y "liberación" de la subjetividad humana. Una

subjetividad que se expresa como la búsqueda de la identidad,

generalmente considerada como una forma de "esencia" en el

sentido platónico, pero que es "un modelo de organización de la

experiencia subjetiva que se construyó en la modernidad, y que

consiste en la ilusión de que nuestro modo de ser, de amar, de

comprender el mundo es nuestra esencia" (S. Rolnik, 2001).

Curiosa ambivalencia, por un lado la modernidad se manifiesta en

ámbitos nuevos y aparentemente muy opuestos ontológicamente:

hacia el "afuera", una expansión transformadora de las prácticas

de producción material, del espacio exterior del mercado. Y

paralelamente, un florecimiento y una objetivación de los espacios

y los tiempos culturales de expresión de la subjetividad,

expresados en la filosofía y en la expansión de las artes, que se

manifiestan como la búsqueda de nuevas formas de representación

de la identidad (cultural, nacional, y personal).

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Al mismo tiempo que Bacon, Newton y Galileo inician la

revolución de la ciencia física y natural, Descartes inaugura la era

de la razón autoconciente y subjetiva. La razón crítica y metódica,

y por ende la consciencia como fundamento de toda evidencia

científica y objetiva. La razón objetivante, que dialécticamente se

construye como sujeto desde el momento que es capaz de contruir

un objeto de reflexión. Pero con este proceso, Descartes deja afuera

las “razones no razonables, las razones de la sinrazón”, por las que

Pascal reclama por las “razones que la razón no entiende”. Un

siglo después, Kant intenta una reparación mediante la

construcción de tres modalidades diferentes y legítimas de la

razón: una razón pura para las ciencias de la naturaleza, una razón

práctica (moral) sobre las leyes de la sociedad, y por último la

experiencia estética y la posibilidad de reconocer la validez de los

juicios críticos. En este proceso de desarrollo de la historia

intelectual, el Historicismo y el Romanticismo expresan el

“retorno de lo reprimido” (2) y el nacimiento de nuevas

perspectivas para el sujeto, la identidad y la subjetividad en el

campo de las artes y la filosofía, reaccionando también en contra

de la naturalización y la objetivación que las ciencias naturales

instituyeran como premisa para el conocimiento objetivo de la

realidad. Dilthey afronta al reduccionismo naturalista proponiendo

establecer dos campos diferenciados de conocimiento científico, el

de las ciencias naturales y el de las ciencias de la cultura (a las que

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llamó “ciencias del espíritu”). Una pregunta que podemos hacernos

es si estos dos campos se hallan ontológicamente separados entre sí

(la teoría de las 2 culturas); o si ambas conforman una expresión

diferenciada de un mismo proceso de formación de sentido por

parte de la sociedad. Cuando Montesquieu propone un estudio

comparativo entre las instituciones europeas y las de otros pueblos

del mundo, establece un principio equivalente al de la perspectiva

en el Renacimiento: reconocer la separación entre el observador y

lo observado (las culturas extrañas). Con la expansión europea, la

Antropología se consolidó como un dispositivo intelectual ad hoc

para interpretar y organizar (controlar) a los diferentes pueblos del

mundo.

Para fines del siglo XIX, un psiquíatra vienés –médico y

científico de la mente- elabora un método de análisis que permite

"separar" al sujeto consciente, de un “objeto de estudio” que

subyace al propio sujeto, y que constituye el fundamento invisible

de la realidad del individuo: el inconsciente. Freud “descubre” que

lo que la sociedad, la moral y la racionalidad habían considerado

como el centro del universo de la realidad consciente, era apenas

una tenue envoltura para una realidad subyacente. Freud había

"descubierto" al inconsciente como el objeto de estudio racional de

la “realidad del Aparato psíquico”, y a la palabra como el

instrumento de análisis, “no es posible comparar el trabajo del

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sueño y el pensamiento de la vigilia. El trabajo del sueño no

piensa ni calcula, en forma general lo que hace es transformar”.

Había nacido la ontología –nunca del todo reconocida- del

inconsciente y la subjetividad y con ella nuevas creencias y nuevos

discursos, y también nuevas técnicas (el psicoanálisis construye su

propia versión de las "tecnologías de la palabra"). Mas aún, la

teoría y la epistemología del inconsciente permitían un doble

triunfo: por un lado el “retorno de lo reprimido” por mas de un

siglo de ciencia positiva, de ciencia natural y materialista que

negaba toda verdad y realidad que no pudiera ser empírica y

experimentalmente controlada. Por otro lado, el segundo triunfo

representaba también una consagración indirecta para el proyecto

de la Razón: el psicoanálisis permitiría objetivar el dominio de la

subjetividad, y racionalizar la lógica –irracional- del inconsciente.

Históricamente, este lenguaje del inconsciente se había expresado

en todas las culturas a través del orden sagrado, de la fé y de los

sacerdotes, de la magia, de los rituales y las ceremonias, del poder

del imaginario y de los misterios de “otra” realidad posible para el

creyente. El nuevo paradigma psicoanalítico produciría

precisamente la operación de objetivación y ontologización del

orden de lo irracional y la subjetividad humana. Un triunfo

definitivo (en apariencia, ya que ninguno lo es) de la Razón

objetiva. Pero esta ontología del inconsciente y de la subjetividad

está permanentemente asediada y hasta ridiculizada por los

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desarrollos de las investigaciones experimentales sobre el

funcionamiento del cerebro y las ciencias cognitivas. Los ateos-

creyentes en la ontología de un materialismo reduccionista,

herederos de la primera revolución científica, prosiguen su avance

imparable y exitoso, en última instancia positivo para el bienestar

material, el desarrollo económico y para la medicina (todos

sabemos por experiencia médica personal lo fundamental que es

un diagnóstico correcto –una interpretación- adecuada de los datos

que presentan los instrumentos con que se detecta el

funcionamiento de nuestro cuerpo, y la adecuación del pronóstico

para el tratamiento).

Finalmente, el siglo XX marca una nueva etapa en la

historia de la ciencia y la tecnología con sus implicancias sociales.

Es sobre todo esta última la que lleva los procesos anteriores al

ámbito de la sociedad, del mercado, y la cultura. La consecuencia

revolucionaria de la tecnología en sí misma fué la posibilidad de

producción ilimitada de oferta de bienes, a tal punto que por

primera vez en la historia, la escasez deja de ser un problema

técnico y de falta de recursos, las limitaciones son sólo de

naturaleza socioeconómica y sujetas a la demanda de los mercados,

y éstos, dependientes de los ingresos de la gente. En este sentido,

las consecuencias realmente transformadoras para la sociedad no

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han sido las posibilidades de creación ilimitada de oferta –

condición técnica-, sino la aceleración exponencial en la creación

de nuevos mercados consumidores y sus consecuencias

económicas, sociales y culturales, y por ende condicionantes del

surgimiento de nuevas formas de la subjetividad. Pero casi ninguna

ciencia fué responsable de las transformaciones que masificaron la

producción y el consumo, sino –obviamente- fue la tecnología en

sociedad con el mercado. El responsable del desencadenamiento de

los procesos de desarrollo, y auténtico motor de las revoluciones

industriales fué el desarrollo del mercado, y la expansión global de

éste –siguiendo el modelo inglés- fué responsabilidad conjunta de

la nueva burguesía apoyada por el Estado y una visión estratégica

sobre el futuro compartida entre ambas (una nueva clase social

apoyada y promovida por el Estado). Resulta ejemplificador de

nuestra línea de análisis, remarcar el hecho de que la creación de la

moderna ciencia económica (David Ricardo, Adam Smith) es

contemporánea al surgimiento objetivo de la Revolución Industrial

y el mercado en Inglaterra (curiosamente, -para nuestra mentalidad

actual- la cátedra desde la que Ricardo desarrolla sus primeros

análisis se llamaba “Filosofía moral”).

Los inventos del cine, la radio y la televisión también son

una consecuencia ejemplar del mismo proceso de desarrollo del

mercado (la mayoría de los inventores trabajaban con los ojos

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puestos en él), y tuvieron como consecuencia principal la

aparición de nuevas organizaciones de producción y reproducción

de productos culturales para la transformación de un mercado de

consumo simbólico -mercado potencial en un comienzo- hasta

transformarse en un mercado de consumidores real y global. La

producción específica de la industria cultural y de los medios de

comunicación, son los productos para el consumo cultural, pero la

consecuencia fundamental de los medios fué la creación de nuevos

públicos masivos en la primera mitad del siglo XX. La

reproducción técnica ilimitada de los sonidos y las imágenes por

parte del cine, luego de la radio y la televisión - como se ha dicho

muchas veces-, ha sido responsable de las tranformaciones en la

percepción y en los procesos de representación de la realidad, y de

los ejes del espacio y del tiempo. Esto se hizo posible por medio de

las tecnologías que transformaron el modo de registrar y recrear

realidades en ficciones y ficciones en realidades. Realidades

captadas y registradas en cámaras, grabadoras, procesadoras y

reproductoras. En una nueva etapa (las dos últimas décadas del

siglo XX), el “producto ségnico” material, elaborado y procesado

por la industria cultural (películas, videos, libros, etc.), es

crecientemente digitalizado y difundido a todo el mundo merced a

las nuevas tecnologías informáticas y en red. Este proceso se ha

expandido hasta el punto de que no debe haber lugar en el mundo

donde no sea posible su "realización". El gran tema para los

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investigadores de la comunicación social fué por decenios el

problema de los “efectos” y la mediatización social. Conocer que

efectos producen los medios y hasta donde inciden en la cultura, la

sociedad y los diferentes públicos. Hubo muchas investigaciones y

muchos datos pero no hay acuerdo definitivo sobre los efectos a

corto o largo plazo.

Con la 1ª. “revolución” de la comunicación, podemos

hablar de una transformación perceptual, de un cambio cualitativo

en las relaciones entre realidad y fantasía, ambas mediadas por la

tecnología, y vislumbradas casi mesiánicamente por Mc Luhan.

Pero recién en las últimas tres décadas del siglo XX, con el

desarrollo explosivo de la 2ª. revolución –la de las “Nuevas”

tecnologías de la información y la comunicación”- se han dado las

condiciones para lo que podemos considerar la cuarta etapa en esta

historia de la razón científica; la que por primera vez toma un

caracter eminentemente tecnológico e instrumental (la “razón

instrumental”). La apertura de un campo de conocimiento que

efectivamente podemos considerar como un nuevo dominio

ontológico para la sociedad, la cultura y las transformaciones de la

subjetividad. Ya no se trata solamente de nuevas formas de

recepción y de consumo cultural, ahora nos hallamos ante nuevas

“fuerzas productivas” de producción simbólica (producción e

intercambio de información, producción de conocimientos). Se

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produce una gran autonomía de decisión y la capacidad de crear

canales, redes y estructuras globales capaces de operar sobre

realidades locales en tiempo real (sin necesidad de perder un

tiempo precioso para la difusión de la información). Los que tienen

acceso a las TIC´s y los medios y recursos necesarios, pueden

transformarse en actores estratégicos de nuevos procesos de

producción, y lograr el acceso a mercados mundiales; o bien

pueden transformarse en nuevos actores con un grado creciente de

capacidad de expresión, y de generación de "comunidades

virtuales". A diferencia de la revolución industrial, no precisan ser

los propietarios de sus medios de producción, les basta con tener

acceso a ellos. De ahí la gran importancia que recibe actualmente

al tema del acceso a las tecnologías de información y

comunicación. Sin las TIC´s no se hubieran dado las condiciones

básicas para la concepción de la “Nueva Economía”, ni hubiera

sido posible la nueva revolución biotecnológica (de los dos

equipos que trabajan en el proyecto del Genoma humano, uno

surge por la apuesta al uso masivo de los procesadores para

adelantar el proyecto; y la clonación tampoco sería una posibilidad

sin los nuevos conglomerados científico-tecnológicos). Podemos

decir que la revolución tecnológica (y sus expresiones culturales)

atraviesa aceleradamente no sólo a la mayoría de los órdenes de la

vida social, sino a la propia naturaleza física. Para quienes tienen

acceso a las TIC´s y a los productos tecnológicos de avanzada, las

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limitaciones del tiempo y el espacio físico disminuyen

rápidamente. La transmisión instantánea de información y datos

reemplazan el tiempo y el espacio físico por el tecnológico, así

como la misma realidad puede ser “clonada” por tecnologías de

realidad virtual. Y la aparatología que se “engancha” a las redes de

TIC´s permite gradualmente tomar decisiones que inciden en

forma precisa, directa e instantánea en acciones concretas que se

hacen producir a miles de kilómetros de distancia. Una conclusión

evidente del cambio cualitativo que se ha desencadenado es que las

fantasías –y aún las peores locuras de las mentes mas enfermas-

pueden ahora transformarse en realidad en cualquier parte del

mundo, por decisiones tomadas también en cualquier otro lugar

del mundo (basta con recordar la Guerra del Golfo, o los peores

temores hacia nuevas formas de terrorismo, o la multiplicación del

terrorismo informático, amén de las inquietantes consecuencias

que surgirán del uso generalizado de los bancos de datos y las

informaciones privadas sobre las personas).

En resúmen, una característica esencial del presente

(señalada críticamente por Adorno, Horkheimer y Habermas) es el

pre-dominio de la racionalidad tecnológica, que atraviesa y tiende

a hegemonizar los dominios de la cultura, las instituciones

sociales y la subjetividad. Se transforma a la propia naturaleza y se

elimina insensiblemente la ansiedad por sustentar algún tipo de

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argumento sobre la existencia de un "misterio", de lo sagrado y lo

trascendente. Sin embargo, la racionalidad científica moderna no

ha logrado eliminarlos en éstos cinco siglos que han pasado desde

la Edad Media. La necesidad de la fé y la búsqueda de lo sagrado

(que la razón ha sustituído por la búsqueda de la interpretación y el

“sentido” de lo que aún no se conoce) parece sobrevivir a lo largo

de los siglos y todos los cambios impuestos por la modernidad.

Para Sfez, “lo sagrado es en parte el secreto que se revela sólo

progresivamente (y nunca del todo) por el uso intensivo del

comentario y del comentario del comentario y de historias que

recuerdan una historia que recuerda una historia...” Es la

búsqueda del sentido oculto, la hermenéutica de los textos, y la

interpretación de la interpretación (infinita) que busca develar el

sentido. Claramente, estamos hablando de comunicación en su

sentido mas profundo, y contrapuesto a las versiones

instrumentales y light de la comunicación “transparente” y obvia.

Para reseñar, podemos decir que la modernidad se ha

caracterizado por diferentes etapas interdependientes en la

construcción de dominios de conocimiento y de racionalidades

objetivantes: de la fé en el mundo sagrado de la Edad Media a una

nueva concepción de la naturaleza y sus leyes objetivas. Podemos

describirlo como la refundación social -y científica- del reino de la

naturaleza. Casi contemporáneamente, comienzan a surgir las

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concepciones sobre una posible refundación racional de la

sociedad y las instituciones; y por ende la posibilidad de producir

transformaciones y acuerdos conscientes (el "contrato social")

entre los actores sociales y su representación en el Estado Esta

sería la lógica subyacente de los procesos históricos y políticos en

los siglos XIX y XX, manifestada en la creación de los partidos,

las constituciones democráticas, así como también de las

ideologías totalitarias, o la posibilidad de diseñar y planificar la

economía y la sociedad (entre otros muchos ejemplos que nos

brinda la historia contemporánea).

Una 3ª. fase en esta “historia intelectual y epistemológica”

de los procesos de construcción de dominios sociales -o de sus

territorios y de sus respectivos "mapas" de sentido- se inaugura con

el “des-cubrimiento” del inconsciente y el reconocimiento de la

validez de investigar los procesos de la subjetividad. Esto es una

valoración del poder de la razón para acceder a los procesos que no

pueden ser objetivados y medidos, y que se expresan por otros

tipos de “racionalidad”: como las artes, o las creencias populares.

Por último, en el siglo XX se ha producido otro cambio cualitativo,

motorizado esta vez por fuerzas que han adquirido una

característica objetivamente sistémica y universal: la alianza

indisoluble entre el mercado y la tecnología, y muy especialmente

las TIC´s. Se inaugura así un nuevo tipo de racionalidad? Capaz

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de objetivar, transformar y procesar ya no solamente información,

sino cualquier tipo de objeto real o virtual: físico, biológico, de

naturaleza social o subjetiva. El sueño de la razón puede llegar a

transformarse aceleradamente en una pesadilla de la locura (el

Holocausto, o la estrategia del “equilibrio del terror” en los

cuarenta años de Guerra Fría, no son mas que algunos de los

ejemplos a los que hemos logrado sobrevivir) (3).

No es difícil entender que una misma lógica subyace a los

"sueños y las pesadillas de la razón": si el hombre ha logrado

construir los dispositivos intelectuales para entender como

funciona(n) la(s) realidad(es), y diseña los dispositivos técnicos

que le permiten operar e intervenir sobre la realidad .., lo hará,

antes o más tarde. En el proceso, modificará las realidades, e

intentará acomodarlas a sus intereses, sus posibilidades y sus

recursos. Eso es, a su poder, un poder muy selectivo y mal

distribuído. Esta es la lógica de sentido, y la lógica del poder que

construyó la historia contemporánea: el control de la naturaleza, el

control social del propio pueblo y de otros pueblos, y la búsqueda

de medios sofisticados para controlar -o al menos condicionar-

aspectos de la cultura, las creencias y los imaginarios de la gente.

Hemos vivido con la lógica del Leviatán, y sujetos al poder y la

tecnología del terror. Milagrosamente, hemos logrado sobrevivir a

algunas de sus demostraciones (guerras mundiales, el equilibrio

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por el terror al mutuo aniquilamiento, los totalitarismos mas

abyectos y el horror de los campos de concentración y las

persecuciones). Pero el poder de todas las nuevas tecnologías nos

obliga a rechazar la figura de un nuevo Leviatán, y a pensar en

nuevos contratos sociales, esta vez a escala mundial.

(1) M. Augè (1992) nos recuerda que “La etnología se preocupó

durante mucho tiempo por recortar en el mundo espacios

significantes, sociedades identificadas con culturas concebidas en

sí mismas como totalidades plenas: universos de sentido en cuyo

interior los individuos y los grupos que no son más que su

expresión, se definen con respecto a los mismos criterios, a los

mismos valores y a los mismos procedimientos de interpretación”.

“De estos universos, en gran medida ficticios, se podría decir que

son esencialmente universos de reconocimiento. Lo propio de los

universos simbólicos es constituir para los hombres que los han

recibido como herencia, un medio de reconocimiento más que de

conocimiento: universo cerrado donde todo constituye signo,

conjuntos de códigos que algunos saben utilizar y cuya clave

poseen, pero cuya existencia todos admiten, totalidades

parcialmente ficticias pero efectivas, cosmologías que podrían

pensarse para hacer las delicias de los etnólogos”.

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(2) S. Caletti, en referencia a las consecuencias “represivas” de la

nueva cosmovisión científica, dice “En el territorio de los

problemas sociales y humanos, el “florecimiento” del nuevo

discurso científico supuso una implantación especialmente

violenta: se trataba de asentar un eje sustituto de referencias, por el

sometimiento, por la liquidación o, en fin, por el sencillo

procedimiento de la descalificación, precisamente allí donde

habitaban y se acumulaban los más viejos y densos saberes de

Occidente, para aniquilar su validez social luego de haberlos vuelto

a una noción empequeñecida de lo filosófico”.

(3) Si alguien duda del poder de las “tecnologías del espíritu” (en

la terminología de Sfez) para amalgamar creencias, acciones y

realidades en nuestros tiempos, reproduzco textualmente partes de

un informe publicado por el Financial Times y aparecido en el

diario Clarín, el 4 de marzo del 2001 bajo el título “Nuevas

Fronteras del Marketing: Esta fé mueve montañas”. La agencia

Young & Rubicam realizó una encuesta en 19 países, y llegó a la

conclusión de que “la fé en las marcas de productos de consumo es

un sustituto de las creencias religiosas en su posibilidad de dar

sentido a la vida humana. Las marcas son la nueva religión”. “Las

marcas exitosas son aquellas que transmiten creencias fuertes e

ideas originales. Las que poseen la pasión y la energía para

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cambiar el mundo y convertir a la gente a sus modos de pensar a

través de una comunicación sobresaliente”. “Desde 1991, 12.000

personas se casaron en Disneylandia y en los E.E.U.U. se está

volviendo habitual que los aficionados a las motos Harley-

Davidson sean enterrados en ataúdes marca Harley”. “ Los actuales

constructores de marcas pueden compararse con los misioneros

que predicaron el cristianismo y el Islam en todo el mundo: era la

pasión con la que transmitían sus creencias la que logró que

millones de personas las adoptaran”. Y para hacer una

interpretación actualizada y marketinera de la religión, se pone el

ejemplo de la cruz: “la fé cristiana tiene uno de los mas antiguos y

renombrados dispositivos de marca de todo el mundo: la cruz”.

Evidentemente, hicieron falta 2000 años de misterio, y el

desarrollo del marketing para llegar a aclarar las verdaderas

razones de la permanencia del cristianismo en el mundo. Un buen

dispositivo de marca.

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Capítulo I:

CONSTRUYENDO DOMINIOS DE CONOCIMIENTO.-

“Las ciencias, después de todo, son nuestra propia creación,

incluídos todos los severos standards que parecen imponernos”.

P. Feyerabend

I. LAS CIENCIAS SOCIALES CONSTRUYEN SUS PROPIOS

OBJETOS DE ESTUDIO.-

Wallerstein propone en “Impensar las ciencias sociales”,

una forma de volver a las fuentes y los problemas originales

asentados en el nacimiento de las ciencias sociales en el siglo XIX

(y evitando la tentación de caer en la moda Derrideana de la

“deconstrucción”). Vale la pena reproducir unos párrafos

lapidarios desde el propio título: “No existen fenómenos

económicos característicos que puedan distinguirse de los

fenómenos políticos y sociales: el todo es una madeja inseparable”.

“Las ciencias sociales del siglo XIX nos dejaron un terrible

legado: la afirmación de que la realidad social ocurre en tres

escenarios diferentes y separados –el político, el económico y el

sociocultural. Hemos edificado nuestras instituciones del

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conocimeinto con base en esta distinción, y en nuestra literatura

hablamos de tres grupos de factores o variables. Por fenómenos

económicos nos referimos a los relacionados con el mercado

ficticio, los fenómenos políticos son los relacionados con la toma

de decisiones del estado, y los fenómenos socioculturales son

aquéllos determinados por nuestros estados de ánimo (en general

se piensa que son más “subjetivos” en contraste con las

limitaciones mas “objetivas” del mercado y el estado). Pero esto

carece de sentido en lo que se refiere a como funciona el mundo

realmente. Nadie, de manera subjetiva, tiene tres motivaciones

segregadas: la económica, la política y la sociocultural; y tampoco

existen instituciones reales que de hecho estén en un solo

escenario”

Lamentablemente, es bastante frecuente leer trabajos de

autores e investigadores sociales que afirman que su objeto de

estudio (cualquiera sea éste) determina el método que utilizan. Esto

es una verdad a medias que lleva a confusión y una falacia en un

sentido estricto. Un objeto de estudio es siempre una construcción

teórica, y formalmente puede ser abordado desde diferentes

metodologías porque la técnica que elijamos para su abordaje

dependerá del enunciado básico y de las hipótesis que

construyamos, de la definición que hagamos del "problema" a

estudiar, y de las elecciones y decisiones que tomemos como

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investigadores de carne y hueso. A su vez, todo dependerá de las

"prehipótesis" que vayamos elaborando mentalmente de acuerdo a

nuestra formación teórica, nuestras inclinaciones "ideológicas"

(valores, creencias, percepciones y experiencias personales o bien

inducidas por el contexto social), y también - obviamente - por los

instrumentos teóricos y conceptuales de la disciplina y el método y

las técnicas de la racionalidad científica.

Los objetos de estudio de las ciencias sociales son en

primer lugar prefigurados por convenciones de la propia

comunidad intelectual, luego por los supuestos epistemológicos

con los cuales abordamos el mundo de los “hechos”, y esto no

debe ser confundido con la realidad del “objeto ontológico” sobre

el cual volcamos la atención. En realidad no hay un objeto o

proceso ontológico objetivo, sino un conjunto de hechos sobre los

que hemos realizado un recorte y organización de observaciones y

distinciones. La afirmación de la "realidad ontológica" de las

instituciones, de los hechos históricos, de conflictos o de crisis

económicas, de la pobreza, de la marginación social o del Estado,

constituyen afirmaciones ontológicas preteóricas, construídas por

el sentido común, la sociedad y la cultura, y retomadas por una u

otra disciplina social. Curiosamente, las disciplinas se conforman a

partir de una posición de distanciamiento y observación de “la

realidad”. A partir de una problematización y una

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conceptualización que permita su objetivación. En otras palabras, a

partir de la interpretación y de una postura epistemológica, previa a

los hechos y afirmaciones de naturaleza ontológica. Estas

“afirmaciones ontológicas” surgen a posteriori de la investigación

y de las interpretaciones, y toman la forma de enunciados, textos,

y comunicaciones sobre las conclusiones realizadas por los

investigadores. Y es en esta fase de los procesos científicos donde

surge la “ilusión de realidad”. Lo que ha sido el resultado de un

proceso de objetivación, de interpretación y transformación

intelectual a través de un tratamiento metodológico, termina fácil e

ingenuamente confundido con verdades que “representan”, y para

ciertas mentes ingenuas “reflejan la realidad”. Por este motivo, el

análisis crítico de las ciencias sociales solamente puede partir de

una “decontrucción” del proceso y del método, de un desandar

epistemológico y ontológico, de una “vuelta a las fuentes”, y de

nuevas búsquedas epistemológicas, pero por sobre todo de nuevas

formas de acceder a la reconstrucción de una ontología social o de

lo “real social”.

Una realidad predefinida por la comunidad académica

como ontológicamente "social" (puede ser un hecho o un proceso

político, económico o cultural, definido como un objeto o una

realidad específicamente "social") implica en primer lugar haber

hecho una elección ontológica. Una decisión sobre un "recorte" de

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la realidad en cuestión, dejando de lado los aspectos físicos, o

biológicos o psicológicos, etc. Salta a la vista la arbitrariedad y aún

la relatividad histórica de estas decisiones sobre como y por donde

hacer los recortes de la realidad que un investigador, o una

comunidad de investigadores define como legitimidad de un

campo po un objeto de estudio. Los científicos objetivistas "duros"

y los que se abocan al estudio de los procesos sociales, cualquiera

sea su naturaleza (procesos colectivos, institucionales o

correspondientes a agentes individuales) chocan siempre en lo que

podemos denominar la "frontera ontológica" que delimita lo social

de lo biológico o lo físico, lo observable de lo no observable

(conductas versus subjetividades, acciones versus significaciones)

los procesos "sistemáticos" y replicables de los casuísticos e

históricos. El hecho único no es relevante por sí mismo, sino que

se hace relevante en relación a un conjunto de otros hechos (lo

“óntico” como manifestaciones de una realidad y de procesos

subyacentes, una ontología social subyacente y generalmente

accesible solo a la interpretación y a las conjeturas). El factum, el

hecho, se hace interpretable e inteligible sólo a partir de

determinados contextos y marcos teóricos que elabora un

investigador, una comunidad científica específica o bien la

sociedad (o sea la relevancia social y cultural que construye el

“contexto interpretativo” dentro del cual un hecho determinado

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resalta, como resalta la “figura dentro del fondo” de acuerdo a la

teoría de la Gestalt).

Pero creo que ya es hora de que empecemos a reconocer

que estas fronteras, si bien no pueden ser livianamente calificadas

de imaginarias, si de arbitrarias (como creo que efectivamente lo

son), y producidas a lo largo del desarrollo de la Modernidad como

una auténtica construcción de la historia de la tradición científica.

El fraccionamiento de las disciplinas tiene sus orígenes en el

racionalismo cartesiano, el empirismo de las ciencias naturales, en

el Iluminismo racionalista de la Ilustración, y finalmente en los

éxitos de la ciencia y la tecnología modernas, que han creado y

legitimado la “imposición” universal de la realidad científico-

tecnológica como única fuente de legitimación de la verdad

objetiva. Pero en que consiste ésta sino en una nueva realidad

histórica y social de definir lo que entendemos por "realidad"? Sus

fronteras no son parte de la propia realidad "objetiva", las fronteras

son fundamentalmente "construcciones y universos de sentido",

modos sociales y culturales por medio de los cuales la modernidad,

o la posmodernidad, construye realidades sociales e históricas -por

diversas condicionantes de todo tipo que no viene al caso exponer

en este trabajo-. Sin embargo, los hechos y los procesos de la

realidad científico-tecnológica tienen una frontera delimitada, no

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son "toda" la realidad. Sus límites se perciben cuando se percibe su

naturaleza básicamente epistemológica, ideológica y cultural.

En otros términos, el mundo de los objetos y de los hechos

es fundamentalmente un mundo que cargamos de sentido, de

significados, de construcciones simbólicas e imaginarias. La

frontera está en las mentes, en las teorías, en los instrumentos

conceptuales. Las decisiones que tomamos, son elecciones

epistemológicas, pero son decisiones dentro de un "ontos". Y estas

decisiones generalmente inciden en mayor o en menor grado sobre

la propia realidad. En primer lugar sobre el propio lenguaje, sobre

las propiedades de lo que designa. Construye un orden de sentido

dentro del cual nos movemos, hablamos, pensamos, y tomamos

decisiones. Se produce un proceso instituyente, un proceso de

"institución" de un universo de sentido de lo "real social

ontológico", por medio del lenguaje y de la praxis.

La fragmentación de esta realidad ontológica a través de

las operaciones del lenguaje y la praxis instituída por diferentes

disciplinas y especializaciones, ha terminado por reificar los

discursos técnicos especializados, confundidos con la realidad

social. Pero esto no sucede de la misma manera en todas las

disciplinas. Algunas entran en una crisis de disociación entre la

realidad y sus discursos (ciertos campos de estudio de la

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Sociología por ej.), otras en cambio gozan de una hegemonía casi

indiscutida, donde la reificación de la realidad social llega a ser la

regla y no la excepción (la Economía, o las ciencias de la

organización y la Administración por ej.).

II. TÉRMINOS TEÓRICOS Y METÁFORAS.

En las ciencias sociales, el uso de términos teóricos como

metáforas es doblemente útil. Por un lado la metáfora puede

cumplir la función de comunicar y sintetizar conjuntos de términos

teóricos -a veces como imágenes transportadas de otras ciencias o

bien tomadas del lenguaje cotidiano- pero generalmente bastante

abstractos y alejados del uso social; por el otro sirve como

herramienta heurística para la construcción de hipótesis,

proposiciones, argumentaciones e interpretaciones sobre la

realidad social.

A diferencia de las ciencias "duras" (las ciencias en el

sentido tradicional y normal del término, como las ciencias

naturales, las exactas o nomológicas que buscan determinar

regularidades en forma de leyes objetivas sobre sus objetos de

estudio) las ciencias "blandas"(las ciencias sociales y en buena

medida las humanidades) tienen en la sociedad y el hombre, un

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objeto de estudio en el que las palabras, el símbolo, el lenguaje y la

comunicación son parte intrínseca e indisociable del objeto-sujeto

de estudio. El objetivo de las ciencias humanas es

fundamentalmente el conocimiento de la historia y los procesos de

formación y desarrollo de los diversos conjuntos y colectivos

humanos en el espacio y en el tiempo, así como los procesos

culturales y de formación del individuo que los acompañan. Una

característica intrínseca de las ciencias humanas es lo que la

literatura anglosajona ha denominado la "reflexividad", y que en el

pensamiento social alemán de fines del siglo XIX dio lugar a la

sociología comprensiva, desarrollada en los trabajos de Max

Weber (en buena medida como respuesta al objetivismo positivista

de Durkheim y de la escuela francesa). La denominada sociología

interpretativa ha sobrevivido a los estructuralismos y a los

postulados positivistas que niegan en la investigación social el rol

del actor social y la comprensión del significado que le atribuye a

la acción. Se valoriza el rol de las redes, de los procesos de

comunicación y del lenguaje como recursos de los que se valen los

individuos, los grupos, las instituciones y las comunidades para

"construír" su vida cotidiana y su propia identidad social y cultural,

en un sentido similar al que Bourdieu denomina el "habitus". En

otras palabras, el lenguaje, los actos y la comunicación como un

proceso primario y fundamental de "construcción de lo real" tal

como es vivido por los hombres, y como lo abordan los Estudios

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Culturales y la etnometodología (en un sentido más amplio que el

que el propio M. Weber adjudicó a la "acción racional con arreglo

a fines")

Las ciencias se han especializado hasta el punto de

transformarse en cotos cerrados de especialistas, y en constructores

no de una torre de Babel sino de una infinidad de ellas. En la

producción de teoría e investigación social, el uso deliberado de la

metáfora puede constituirse en un "puente" de articulación

conceptual - así como para el caso de la divulgación científica -

siempre que se tenga en claro que se trata "solamente" de

metáforas, de construcciones verbales, pero no de los objetos y las

realidades en sí mismas (lo que llevaría al engaño, a la confusión

y al "missplaced concreteness" denunciado por el físico inglés

Whitehead).

El intento de rearticular epistemológicamente las ciencias

sociales, de superar distorsiones y reduccionismos disciplinarios,

precisa de la construcción y el uso de nuevos (o renovados?)

términos teóricos para diseñar estrategias de reflexión y de

investigación que les devuelva un rol significativo para la

comprensión de los enormes y acelerados cambios que han tenido

lugar en los últimos decenios (las nuevas tecnologías, la

globalización, la crisis del trabajo, de las instituciones y del

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Estado, las nuevas formas de desigualdad y de expresiones de la

sociedad civil, etc.). El término teórico se entreteje en una red de

relaciones tanto lógicas como semánticas con otros términos,

generalmente en el interior de un conjunto, un modelo o un

paradigma. Podemos decir que se transforma en un instrumento

dentro de un dispositivo conceptual, un dispositivo de

interpretación y adjudicación de significados, que construyen una

argumentación con cierto "sentido específico y comunicable" sobre

hechos sociales o históricos, sobre procesos, objetos de análisis,

etc.

La mayor productividad de un término teórico se relaciona

con los enunciados de base que hipotetizan una determinada

perspectiva sobre la realidad social. Digamos -por ej.- que el

término clase social tiene una "productividad" teórica diferente en

la teoría marxista y sus dispositivos de análisis que en otras teorías

sociales. El significado del término "clase" se construyó dentro de

un determinado paradigma y de acuerdo a los enunciados de base a

partir de los cuales se ha hipotetizado sobre la estructura

fundamental de la sociedad: la realidad social capitalista como un

campo de conflicto permanente entre clases sociales que ocupan

posiciones irreconciliables entre sí.

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En un siglo y medio de historia institucional (académica e

intelectual) de las ciencias sociales, pero en especial en la historia

de la sociología, el conflicto entre una concepción (y una

epistemología) positivista versus una visión "comprensiva" sigue

en pié. Mientras la primera surge bajo un paradigma y una

metáfora fuertemente organicista asimilando la sociedad a un

"cuerpo social", y sujeto a procesos equivalentes (desarrollo,

regulación, funcionamiento, etc.), la segunda, en su intento por

incluir la "reflexividad" de los sujetos sociales en sus teorías e

investigaciones (Dilthey las denominaría las "Ciencias del

Espíritu", como contrapuestas a las Ciencias de la Naturaleza), ha

chocado con innumerables dificultades de diversa índole, desde

limitaciones metodológicas a críticas de subjetivismo, idealismo,

etc. En forma involuntaria, ambas fueron asimiladas (considero

que equivocadamente) a perspectivas de abordaje diferentes -sino

antagónicas- sobre la naturaleza de lo social: objetividad versus

subjetividad; macro vs. micro; colectivo vs. particular; público vs.

privado; praxis social vs. acción social; relaciones vs. interacción

social; estructura vs. proceso; sincronía vs. diacronía (como

suplantación epistemológica de la historia y del tiempo).

Las ciencias sociales, bajo el influjo de la física y una

concepción determinista de la realidad, tendieron a neutralizar la

incidencia del tiempo y la historia como una dimensión

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constructiva de los procesos sociales, la cultura y los valores que

definen la identidad de un pueblo, del "nosotros y de los otros", los

relatos de su pasado y las proyecciones de futuro. Pero no

solamente la dimensión temporal fue tergiversada, sino también el

espacio (real, físico y natural) donde los grupos y asentamientos

humanos viven y del que han dependido por milenios, fue

reemplazado por una formalización abstracta (a excepción de la

geografía). El dominio de lo social pasaba implícitamente a ser un

dominio separado de la naturaleza, un espacio formalizado y

generalmente atemporal, "construído" por medio de términos

abstractos que definían relaciones entre otros términos teóricos

(fundamentalmente, una construcción discursiva, constituída

originalmente por un lenguaje tomado del uso cotidiano, pero

reelaborado en sofisticados enunciados por los especialistas de

cada una de las diferentes disciplinas). El ejemplo de los términos

que usan los economistas para referirse a la determinación de las

leyes económicas y a los castigos que nos esperan si las

desconocemos, así como las frustraciones que nos depara a los

ciudadanos comunes la sensación de impotencia frente a las

"dictaduras" financieras y económicas, son el ejemplo tal vez mas

dramático y cotidiano que podemos imaginar. El lenguaje y la

cuantificación económica, unida a los instrumentos de control y de

intervención política (ya sea pública o privada) han creado el

modelo por antonomasia de dispositivo de control social.

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Dispositivo sin dueños o caras visibles (solo en los medios de

comunicación aparecen algunos "actores económicos" que parecen

"humanizar" un sistema impersonal). La mano invisible del

mercado global se ha naturalizado, como las leyes de la naturaleza,

no se la puede ver, pero sabemos que premia o castiga (y como es

muy selectiva, no castiga a todos por igual).

Con estas aclaraciones previas intento plantear una

aproximación particular al problema de la articulación inter

(trans?)disciplinaria entre diversos campos del conocimiento

social. Aproximadamente a partir de mediados del siglo XIX, las

ciencias sociales fueron constituyéndose –e instituyéndose en la

academia- como familia “menor” dentro del campo de la Gran

ciencia (física, química, ciencias naturales, fisiología, biología,

etc.). Al propio tiempo, debieron confrontar con las clásicas

disciplinas humanísticas (retórica, filosofía, ciencias jurídicas) por

la definición de un objeto de estudio, una teoría y metodología

autónomas. Este “proyecto disciplinario de conocimiento social”,

recién adquiere reconocimiento universal a partir de la segunda

mitad del siglo XX. Pero los avances son muy desiguales: mientras

la ciencia económica, siguiendo los paradigmas y los presupuestos

epistemológicos de las ciencias “nomológicas”, desarrollan teorías

y técnicas de cuantificación y control (y la Academia Nobel

reconoce los logros científico-tecnológicos con premios

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consagratorios), la sociología, la antropología y las ciencias de la

comunicación permanecen en una eterna efervescencia crítica. Las

metodologías interpretativas, el relativismo, y los “ismos”

(estructuralismo, sistemismo, marxismo) sufren una situación

ambigua: por un lado, son rechazados por investigadores y teóricos

que buscan –a veces en forma patética- no perder subsidios o

aceptación entre sus colegas- Y por otro lado, estas metodologías

son cultivadas con cierto aire transgresor por investigadores que se

resisten a ser asimilados a restricciones formales de la comunidad

científica e intentan ejercer una auténtica función de analistas

críticos. Un autor argentino define esta situación como “desde las

orillas de la ciencia”.

III. LA REALIDAD DESREALIZADA.- (LA BÚSQUEDA DE LA

REALIDAD PERDIDA)

En la vida social se tiende a describir la “realidad social”

como compuesta de tres dimensiones (ya sea que se llamen

sistemas, estructuras o niveles): económico, social y cultural. Su

separación ontológica y conceptual es mas bien una forma

cotidiana de representar y clasificar ámbitos, instituciones y

formas de acción de los hombres. La división del trabajo

intelectual impuesta por la Modernidad y la tradición racionalista y

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positivista de hacer ciencia, impuso la creación de disciplinas que

se ocuparan estudiar y desarrollar experiencias y lenguajes que

describieran cada uno de los objetos (teóricos, por otra parte) y los

dominios respectivos de acción social: la economía, la política, la

cultura. Se han institucionalizado la economía, la sociología como

ciencias nomológicas (en búsqueda de leyes de funcionamiento), y

en menor medida las ciencias de la cultura como ciencias

“humanísticas”, o Humanidades (como ejemplos ilustrativos de la

teoría de Snow sobre "las 2 Culturas", la humanística y la

científica). La economía y la ciencia política, por ej., se han

institucionalizado como disciplinas porque son aceptadas como

saberes legítimos, y se aceptan como saberes legítimos porque se

ha institucionalizado una relación efectiva entre esos saberes y sus

respectivos campos de acción, los que por otro lado reflejan la

importancia que las sociedades modernas han adjudicado a la

economía y la política. Y lo han hecho porque han desarrollado

dispositivos de razonamiento, técnicas de investigación para

expandir su campo de conocimiento, instrumentos de exploración

y de prueba. En otras palabras, han construído un dominio de

conocimiento y de acción, de instrumentación y de control sobre

aspectos de la realidad, lenguajes y términos propios de la

disciplina con los que comunicarse (en primer lugar entre los

miembros del propio campo disciplinario) y proposiciones e

hipótesis pasibles de contrastación e idealmente de cuantificación.

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En algunos casos extremos, muchos análisis y programas

económicos y financieros han llevado a situaciones de profecía

autocumplida.

Hace ya muchos años que los cientistas sociales pensaron

que era más “científico” explicar cómo se produce el conocimiento

sobre la propia realidad social, cuáles son los procesos sociales,

culturales, ideológicos y psicológicos implicados en su formación

(verbigracia, la sociología del conocimiento). El análisis

descriptivo de diferentes ámbitos culturales quedaba en cambio

relegado a cierta categoría considerada de menor rigor: el estudio

histórico, las áreas (sociología del arte, de la religión, de la

ciencia, de las ideas, etc.). Esta división intelectual del

conocimiento se correspondía totalmente con la concepción

tradicional de las ciencias como procedimiento de análisis

especializado, de avance del conocimiento por acumulación de

investigaciones y por etapas sucesivas que permitirían ir desde un

nivel meramente descriptivo a uno explicativo de la realidad social.

Creo que es válido intentar un camino alternativo. A partir

de la multiplicidad de “universos o dominios de sentido”,

implícitamente aceptados como dominios de realidad construídos

en la vida cotidiana, avalados por la cultura, el “sentido común” y

los medios de comunicación, se puede construir un universo de

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interpretación fascinante. Se puede explorar dominios de

conocimiento y de realidad considerados tan evidentes a la

tradición y a la razón práctica, pero al mismo tiempo tan

incongruentes con la vorágine de las transformaciones sociales,

económicas y tecnológicas, que han llegado a tornarse en

verdaderos problemas. Se requiere un delicado proceso de análisis

y reconstrucción de las representaciones y expresiones sociales.

Enhebrar nuevas interpretaciones para entender difusas

construcciones de sentido, relatos y creencias sobre la naturaleza,

sobre transformaciones y reconfiguraciones de la vida social, la

subjetividad individual, la cultura y las implicancias (apocalípticas

o no) de las innovaciones tecnológicas en todos los dominios de la

vida y la reproducción social.

La fragmentación de las disciplinas no “humanas” ha

favorecido el desarrollo y la precisión de las técnicas de control

sobre sus respectivos objetos. Pero en el desarrollo del

conocimiento humano, es éste el fin que se debería buscar? Esta es

la filosofía de la denominada “ciencia administrativa”: no se

reconoce abiertamente el control social mas que sobre “conductas

desviadas” o antisociales, pero sí una amplia gama de tecnologías

de la “persuasión” y la seducción, muy asociadas a las que L. Sfez

llama las “tecnologías del espíritu”. La fragmentación de los

dominios de conocimiento sobre la sociedad, la economía, la

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conducta y la cultura, tienden consciente o inconscientemente a

favorecer la construcción de conocimientos “administrativos” mas

que comprensivos. La decontextualización de los saberes favorece

la neutralidad ética en función del conocimiento instrumental

(propaganda, persuasión y desarrollo de estrategias de control

social).

Existen ciertas dimensiones ontológicas que deberíamos

tomar primordialmente en consideración para construir

conocimiento? O serían estas dimensiones de naturaleza

epistemológica, o sea problemas y perspectivas teóricas que deben

ser fundamentadas y a partir de las que –parafraseando a

Whitehead- “construímos las redes mediante las cuales vamos a la

pesca de los hechos”? Por último, no se hace mas claro desde el

“sentido común” y el lenguaje cotidiano simplemente hablar de

esferas de realidad diferenciadas culturalmente, y aceptadas como

evidentes desde la modernidad temprana?

Estas esferas o dominios “ontológicos” constituirían

diferentes topologías de construcción de universos de sentido que

casi intuitivamente (o existencialmente) consideramos hoy como

la “fábrica” -la urdimbre fundante- de la realidad del mundo

moderno: la realidad social (empíricamente representada por los

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hombres, las organizaciones, la comunidad, el Estado, etc.), la

realidad de la cultura (topología de objetos materiales, lenguajes,

símbolos y entes portadores de significación); la “realidad” de lo

sagrado y trascendente (las instituciones religiosas, las

construcciones simbólicas, ceremonias, rituales, etc., que si bien

forman parte de la cultura, fundan su sentido en lo

trascendente, en la fé en una realidad o en un mundo “otro” que

el material o físico); con el surgimiento de la ciencia moderna, la

construcción y reconstrucción permnente de diferentes

topologías científicas del mundo físico-natural, como la

“materia” de la que la propia realidad está hecha, incluyendo

nuestros cuerpos y sus genes transhumanos. A este cuadro

histórico-epistemológico se agrega la herencia del siglo XIX y la

construcción del dominio de la subjetividad humana (Freud

habló de una topología del aparato psíquico y del inconsciente, y

se considera válido hablar de procesos de la “realidad subjetiva”,

aunque se lo considere una ficción idealista). Por último, el siglo

XX agrega a los dominios anteriores la hegemonía creciente de

las nuevas tecnologías que atraviesan aceleradamente todos los

demás dominios y sus respectivos procesos. Las Tecnologías de

Información y Comunicación ( TIC’s) y su articulación por un

lado con las tecnologías de control y modificación del tiempo y

del espacio físico, social y simbólico, y por otro lado con la

biotecnología, la inteligencia artificial, la realidad virtual, los

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sistemas expertos, para mencionar solamente algunas

innovaciones.

Creo que es importante, aunque parezca obvio, aclarar que

estas dimensiones de representación y de expresión social y

cultural no serían dominios "reales" a clasificar y acotar, sino mas

bien “construcciones simbólicas y culturales”, universos de

significación y de creación de sentido a ser problematizados;

dominios de ordenamiento simbólico y valorativo que durante

generaciones ha ido construyendo el “sentido común” de la praxis

en la vida cotidiana y la cultura, y no realidades objetivas. Al fin

de cuentas, no hay nada "ahí afuera" que sea estrictamente

económico, o político o cultural, aunque en el lenguaje cotidiano y

en los medios de comunicación se tiende a diluir el proceso de

construcción social y lingüística de las acciones humanas y a

estereotiparlas o esquematizarlas a fin de conseguir una

comunicación eficaz (que en realidad significa crear un fetiche por

medio del lenguaje). Y para evitar esto último, hay que tomar en

cuenta el carácter arbitrario de toda “clasificación”, así como la

cantidad de categorías. Cada dominio podría llevar a una casi

infinita subdivisión, de modo que la elección de los seis

mencionados simplemente remarca diferencias fundamentales

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entre los mismos así como características comunes y compartidas

claramente definidas en el seno de cada una.

Por ejemplo en el dominio social, la tradición occidental ha

vulgarizado la idea de que las dimensiones básicas correspondan a

la división en tres ámbitos: económico, social y cultural, aunque

cada una plantea esquemáticamente un dominio de problemas, de

acciones, de procesos e instituciones específicas pero

interdependientes.

El objetivo consiste en explorar los procesos sociales y

culturales de representación y expresión que configuran la

“construcción”, la justificación y la legitimación por parte del

“sentido común” de diferentes órdenes de “realidad humana”

producidos en la propia cultura, la sociedad, los grupos e

instituciones, así como los omnipresentes medios de comunicación.

Como contraparte a las dimensiones “externas”, podemos

explorar las dimensiones “internas” de la subjetividad; las mutuas

“interretroacciones” (en términos de E. Morin) con los procesos

de formación de la subjetividad humana. Es a ésta última forma

de “realidad subjetiva” que la psicología social y las ciencias de

la comunicación han intentado “socializar” y objetivar mediante

nociones como intersubjetividad (relaciones intersubjetivas).

Puede ser factible explorar la construcción sociocultural de las

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creencias sobre diferentes “realidades” con la ayuda de la

noción-guía de “transsubjetividad”, como un proceso de

realización, de objetivación-subjetivación y –generalmente- de

reificación humana.

Es interesante transcribir las siguientes

observaciones de A Giddens.sobre la “materia de la sociología y la

reproducción social”, las que son ampliamente válidas para las

ciencias de la comunicación: “El observador sociológico no puede

tornar asequible la vida social como un “fenómeno” para la

observación, independientemente de utilizar su conocimeitno sobre

al misma a modo de un recurso mediante el cual la constituye

como un “tema de investigación”.

“La inmersión en una forma de vida es el medio único y

necesario por el cual un observador puede generar

caracterizaciones reconocibles de la actividad social”.

“Los conceptos sociológicos obedecen a lo que llamo una

doble hermenéutica: 1) Todo esquema teórico generalizado de las

ciencias naturales o sociales es en cierto sentido una forma de

vida en sí mismo, cuyos conceptos tienen que ser dominados, como

un modo de actividad práctica, generando tipos específicos de

descripciones. 2) La sociología no obstante se ocupa de un

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universo que ya está constituído dentro de marcos de significado

por los actores sociales mismos, y los reinterpreta dentro de sus

propios esquemas teóricos, mediando el lenguaje corriente y el

técnico” (pág. 165/66, op. cit.)

Es bastante común la afirmación de que el desarrollo de la

ciencia moderna y la tecnología, así como la disolución de las

creencias tradicionales, a las que se agrega también la de “los

grandes relatos” que daban un sólido sentido trascendente a la

vida, han dado lugar al desasosiego, a una sensación de

insatisfacción permanente, a la pérdida de la fé tradicional y en

última instancia a una vivencia de “desrealización” del individuo y

la sociedad. La aparición del fundamentalismo se presenta

obviamente como una reacción dramática para detener un proceso

de cambios inevitables. La desrealización, como “pérdida de

sentido de realidad y de valores” (pérdida de una ontología y una

axiología social) puede analizarse en múltiples dimensiones: desde

la crisis de la subjetividad, a los procesos de deslegitimación de

las instituciones fundantes de la vida social (la política y la patria,

la justicia y el sentido del trabajo y el matrimonio), los procesos de

desafiliación social (los individuos aislados de las raíces

identitarias de la familia, de la comunidad, del trabajo, la política y

en general de las instituciones que representan el “cultivo” social y

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simbólico en el que el individuo se nutre transsubjetivamente de

sentido de realidad y de valores en relación con un Otro

significativo). No es tanto la pérdida de valores la que marca este

cambio de siglo (milenio), sino más bien la instalación hegemónica

de un solo dominio de realidad, una sola fuerza de producción de

las relaciones transsubjetivas: el mercado. No hay mas vínculos

profundos en la trama social (solo la familia, el club deportivo, o

las relaciones de trabajo, mientras duren?). Hay vida “privada”,

pero privada en el sentido de aislada, perdida en la impersonalidad

del sistema, único garante de una realidad efectiva. Otras formas

de anclaje en realidades y en vínculos que no sean los

económicos, o las del consumo y del deseo inducido y permanente

–y por ende siempre insatisfecho- pierden rápidamente valor como

garantes de la vida social. El individuo no sufre pérdida de valores,

sufre pérdida de sentido de realidad (posiblemente el alarmante

crecimiento de casos de depresión clínica esté asociado a este

proceso). El valor no existe en sí mismo, sino que es generado y

expresado en la relación y el vínculo con el otro, con las

instituciones, con la cultura o con lo sagrado.

Como remate crítico, vale la pena transcribir una parte de

“Las trampas de la sospecha”, el sugerente subtítulo que M.

Barbero dedica a la crisis y transformación de la episteme

moderna. “Hace tiempo la sospecha inició su trabajo. Freud mina

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la conciencia. Nietzsche la voluntad y Marx la “realidad”, la

historia. La sospecha siguió hasta invadir los signos, hasta que

sea el discurso sobre el discurso el sospechado. Se acabó la

inocencia: el ojo no vé lo que cree ver, el lenguaje no dice lo que

dice, el sujeto no es mas que diferencia lograda con objetos, y el

objeto ya no es lo que está ahí sin más, porque lo que es, es menos

que lo que significa y el significar...Todo empezó sin embargo mas

atrás, cuando el saber y el celebrar se separaron.. Cuando se

rompió el uno y unas cosas empezaron a representar otras, y unos

hombres a vivir de los otros. Estamos recogiendo lo sembrado: la

paradoja del progreso-fracaso de un pensar que idiotiza porque en

lugar de hacer verdad falsea, la paradoja de lo claro-oscuro.

Nuestra época es el fin de la evidencia, o del disfraz que dá

seguridad. El fin de la imposible humanidad que soñara Occidente

tantos siglos. El fin del logos griego y la repartición burguesa de

las ciencias-que allí nacía- y de todas las bien ordenadas, claras y

distintas reparticiones: hasta aquí la política, allí la economía,

mas acá el arte, detrás la ética, esto es filosofía, esto otro ciencia,

la materia es distinta de la forma, la práctica nada tiene que ver

con la teoría, esto es la tierra, aquello el cielo, estos los buenos y

los otros los malos. Vivimos –o asistimos- al nacimiento, o mejor a

la fundación, de una nueva episteme, o en todo caso a la

disolución de la vieja. La sospecha ha cumplido.” Y luego

prosigue “De todas formas, el círculo: la sospecha que mina los

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signos trabaja desde ellos, contra ellos y con ellos. Las palabras-

sospecha siguen siendo palabras.” (op.cit., pág. 30) He resaltado

estas dos últimas frases, no por su poética –que está en todo el

texto-, sino porque marcan los límites “materiales” de la

posibilidad de expresar la crítica y la interpretación comunicable:

la comunicación no se reduce a la palabra, pero es inexpresable –

incomunicable- sin la palabra.