historia de la decadencia del imperio romano

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HISTORIA DE LA DECADENCIA Y RUINA DEL IMPERIO ROMANO EDWARD GIBBON Ediciones elaleph.com

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  • H I S T O R I A D E L AD E C A D E N C I A Y

    R U I N A D E L I M P E R I OR O M A N O

    E D W A R D G I B B O N

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    Traduccin: Jos Mor Fuentes

    2000 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    Captulo primero

    Extensin y fuerza militar del Imperio en tiempo de losAntoninos.

    En el segundo siglo de la era cristiana, abarcaba el Impe-rio de Roma la parte ms florida de la tierra y la porcin mscivilizada del linaje humano. Resguardados los confines detan dilatada monarqua con la fama antigua y el valor disci-plinado, el influjo apacible y eficaz de leyes y costumbreshaba ido gradualmente hermanando las provincias. Disfru-taban y abusaban sus pacficos moradores de las ventajas delcaudal y el lujo, y conservbase todava con decoroso acata-miento la imagen de una constitucin libre. Posea al parecerel senado romano la autoridad soberana, y trasladaba a losemperadores la potestad ejecutiva del gobierno. Por el espa-cio venturoso de ms de ochenta aos, manej la adminis-tracin pblica el pundonoroso desempeo de Nerva,Trajano, Adriano y los dos Antoninos; y tanto en ste comoen el siguiente captulo, vamos a describir la prosperidad, yluego, desde la muerte de Marco Antonino, a puntualizar las

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    circunstancias ms abultadas de su decadencia y ruina: tras-torno para siempre memorable y todava perceptible entrelas principales naciones del orbe.

    Las grandiosas conquistas de los romanos fueron obrade la repblica, y los emperadores se solan dar por satisfe-chos con afianzar los dominios granjeados por la poltica delsenado, la emulacin de los cnsules o el marcial entusiasmodel pueblo. Rebosaron los siete siglos primeros de incesantesy ostentosos triunfos; pero quedaba reservado para Augustoel orillar el ambicioso intento de ir avasallando la tierra ente-ra y plantear el sistema de la moderacin en los negociospblicos. Propenso a la paz por temple y situacin, raleobvio el echar de ver que a Roma ensalzada a la cumbre lecaban muchas menos esperanzas que zozobras en el trancede las armas; y que en el empeo de lejanas guerras dficult-base ms y ms el avance, aventurbase ms el xito, y re-sultaba la posesin en extremo contingente cuanto menosprovechosa. La experiencia de Augusto fue dando mayorgravedad a estas benficas reflexiones, y vino a persuadirleque con el atinado bro de sus disposiciones afianzara desdeluego cuanto rendimiento requiriesen el seoro y la salva-cin de Roma por parte de los brbaros ms desaforados.Ajeno de exponer su persona y sus legiones a los flechazosde los partos, consigui, por medio de un tratado honorfico,la restitucin de los pendones y los prisioneros cogidos en laderrota de Craso1.

    1 Din Casio (LIV, 736) con las anotaciones de Reimaro, que ha idoagolpando cuanto la vanagloria romana dej sobre este particular. Elmrmol de Ancira, sobre el cual esculpi Augusto sus propias hazaas,

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    Intentaron sus generales, en el primer tercio de su reina-do, sojuzgar la Etiopa y la Arabia Feliz, y marcharon ms detrescientas leguas al sur del trpico; pero luego el ardor delclima rechaz la invasin y apadrin a los desaguerridos mo-radores de tan arrinconadas regiones2. El norte de Europano era acreedor a los gastos y fatigas de la conquista; pues lasselvas y pantanos de Germania hervan con una casta brava,despreciadora de la vida sin libertad, y aunque en el primerencuentro aparentaron ceder al empuje del podero romano,luego, por un rasgo de desesperacin, recobraron su inde-pendencia, y recordaron a Augusto las vicisitudes de la suer-te3. Al fallecimiento de aquel emperador, leysepblicamente en el senado su testamento, que dejaba porherencia de entidad a sus sucesores el encargo de ceir elImperio en aquellos confines que la naturaleza haba coloca-do al parecer como linderos o baluartes permanentes; al po-niente, el pilago Atlntico; el Rin y el Danubio al norte, y

    atestigua que precis a los partos a que le devolvieran las insignias deCraso.2 Estrabn (XVI, 780), Plinio el Mayor (Hist. Nat., VI, 32 y 35) y DinCasio (LIII, 723, y LIV, 734) nos particularizan curiosamente aquellasguerras. Los romanos se enseorearon de Mariaba o Merab, ciudad de laArabia Feliz, muy conocida entre los orientales (vase Abulfeda y laGeografa Nubiense, 52). Llegaron hasta tres jornadas del pas de la especie-ra, objeto ansiado de su expedicin.3 Con la matanza de Varo y de sus tres legiones. Vase el libro primerode los Anales de Tcito, Suetonio, August., 23, y Veleyo Pa-trculo, 11,117, etc. No recibi Augusto la aciaga nueva con la entereza y comedi-miento que corresponda a su temple.

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    los arenales desiertos de la Arabia y del frica por el medio-da4.

    Felizmente para el sosiego humano, acosados de vicios yzozobras, avinironse sus inmediatos sucesores al plcidosistema reencarnado por la cordura de Augusto. Embarga-dos en sus liviandades y tiranas, apenas asomaron los prime-ros csares por sus ejrcitos ni provincias, ni les era genial eltolerar que sus lugartenientes entendidos y esforzados seengriesen con unos triunfos que desatenda su flojedad. Lanombrada militar de un sbdito llevaba visos de invasindesmandada contra las nfulas imperiales; y todo generalromano, a impulsos de su obligacin y de su inters, tenaque resguardar los confines que le competan, sin aspirar aconquistas cuyo paradero no fuese menos aciago para lmismo que para los brbaros avasallados5.

    El nico aumento que cupo al Imperio en el primer siglode la era cristiana se redujo a la provincia de Bretaa. Slo eneste caso, los sucesores de Csar y de Augusto se dejaronllevar por las huellas del primero antes que por el mandatodel segundo. Su inmediacin a la costa de la Galia estabaconvidando a sus armas; y el concepto halageo, aunque

    4 Tcito, Anal., II, Din Casio, LVI, 8331 y la arenga del mismo Augustoen los Csares (Digesto) de Juliano. Queda muy despejada con las notaseruditas de su traductor francs Spanheim.5 Germnico, Suetonio Paulino y Agrcola siempre atados, y luego de-puestos en la carrera de sus victorias; Corbuln, quitado de en medio,acreditan el dicho admirablemente expresado por Tcito de que todasobresalencia militar era en su sentido estrechsimo imperatoria virtus.[Mrito imperial.]

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JACOBO SCHIFTER ([email protected])

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    dudoso, de una pesquera de perlas cebaba su codicia6; ycomo la Bretaa se apareca all como un mundo aislado ydiverso, apenas se miraba su conquista como excepcin delgeneral sistema del arreglo continental. Tras una guerra co-mo de cuarenta aos, entablada por el ms negado7, sosteni-da por el ms disoluto, y terminada por el ms medroso detodos los emperadores, qued la mayor parte de la isla sujetaal yugo romano8. Las tribus diferentes de bretones poseandenuedo sin tino y ansia de libertad sin concordia. Tomaronlas armas con bravo desenfreno y las arrojaron luego, o bienlas volvieron unos contra otros, y mientras peleaban separa-damente y sin tesn, vinieron a quedar avasallados todos. Nila fortaleza de Carctaco, ni la desesperacin de Boadicea, niel fanatismo de los druidas acertaron a evitar la servidumbrede su patria, ni a contrarrestar el ahnco de los caudillos im-periales que seguan afianzando la gloria nacional, mientrashorrorizaba el trono la afrenta de la ms rematada bastarda.Al propio tiempo que Domiciano, emparedado en su alczar,adoleca del pavor que estaba infundiendo, sus legiones, a las

    6 El mismo Csar encubre aquel mvil tan ruin, pero lo menciona elSuetonio, 47. Eran sin embargo las perlas bretonas de poqusimo valor,por su matiz empaado y crdeno; y Tcito repara fundadamente que eraun defecto inherente. Ego facilius crediderim, naturam margaritis deesse quamnobis avaritiam. [Yo hubiera credo que no haba perlas en la naturaleza,antes que pensar que no haba avaricia en nosotros.]7 Claudio, Nern y Domiciano. Asoma en Pomponio Mela, III, 6, queescriba en tiempo de Claudio, all una esperanza de que, progresando lasarmas romanas, la isla y sus salvajes luego se llegaran a conocer mejor.Hace harta gracia el estar leyendo tales pasos en medio de Londres.8 Vase el compendio asombroso que trae Tcito en la Vida de Agrcola,ilustrado copiosa, aunque no tal vez cabalmente, por nuestros anticuariosCamden y Horsley.

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    rdenes del pundonoroso Agrcola, arrollaron las hacinadasfuerzas de los caledonios, a las faldas de la serrana Grampia,y sus escuadrillas, arrojndose a navegaciones azarosas ydesconocidas, ostentaron las armas romanas en torno detoda la isla. Conceptubase ya coronada la conquista deBretaa, y era el intento de Agrcola el acabalar y afianzar sulogro con el allanamiento muy obvio de la Irlanda, para locual bastaba una legin sola con algunos auxiliares9. Podaaquella isla occidental encumbrarse a posesin apreciable, ylos bretones se avendran con menos repugnancia a cargarcon su cadena, en retrayendo de su vista la presencia ejem-plar de la independencia.

    Pero la esclarecida sobresalencia de Agrcola motivluego su remocin del gobierno de la Bretaa y acarre parasiempre el malogro de aquel atinado y grandioso plan deavasallamiento. Antes de separarse el cuerdo adalid, habaprovidenciado el afianzamiento de aquel dominio, pues he-cho cargo de que la isla viene a quedar dividida en dos por-ciones iguales por los golfos contrapuestos, llamados en elda los Freos de Escocia, atravesando el corto trecho de unasdoce leguas, fue planteando una lnea fortificada de puntosmilitares, que se robusteci, en el reinado de Antonino Po,con un malecn de csped, alzado sobre un cimiento depiedra10. La muralla de Antonino, a corta distancia al frentede las ciudades modernas de Edimburgo y Glasgow, vino aser el lindero de la provincia romana. Los caledonios siguie- 9 Los escritores irlandeses, siempre quisquillosos en punto a timbresnacionales, se amostazan sobremanera por este motivo con Tcito y conAgrcola.10 Vase Horsley, Britannia Romana, I, 10.

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    ron conservando, al extremo septentrional de la isla, su desa-forada independencia, que estribaba no menos en sus esca-seces que en su denuedo. Rechazronse con repetidosescarmientos sus correras, mas nunca vino a quedar el passojuzgado11. Los dueos de climas amenos y colmados da-ban con menosprecio la espalda a serranas lbregas azotadaspor aguaceros tempestuosos, a lagos encapotados con cerra-zn pardusca y a unos yermos helados y yertos sobre loscuales huan acosadas las alimaas del bosque por una cua-drilla de brbaros desnudos12.

    Tal era la situacin de los confines romanos, y tales lasmximas del sistema imperial desde la muerte de Augustohasta el advenimiento de Trajano. Educado aquel prncipeactivo y virtuoso a la soldadesca, y dotado de las prendas decaudillo13, troc el ocio pacfico de sus antecesores en tran-ces de guerra y conquista; y por fin las legiones, tras largu-simo plazo, se gozaron capitaneadas por un emperadormilitar. Estren sus hazaas Trajano contra los dacios , na-cin belicossima que moraba tras el Danubio, y que en elreinado de Domiciano insultaba a su salvo a la majestad deRoma14. Hermanaban con la fiereza y pujanza de brbaros elmenosprecio de la vida, dimanado de. su entraable con-

    11 El poeta Buchanan encarece con bro y elegancia (vase su Silv, V) laindependencia intacta de su patria; pero si el testimonio nico de Ricardode Cirencester bastase para formar una provincia romana de la Vespasia-na al norte de la Valla, aquella independencia quedara reducida a estre-chsimos mbitos.12 Vase Apiano In Prom, y la uniforme lobreguez de las poesas deOsin, que bajo todos conceptos son parto de un caledonio castizo.13 Vase el Panegrico, de Plinio, que estriba al parecer en hechos.14 Din Casio, LXVII.

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    cepto de la inmortalidad y la trasmigracin de las almas15.Acreditse Decbalo, su rey, de digno competidor de Traja-no, sin darse por desahuciado hasta apurar el postrer recursode su entereza y desempeo16. Esta guerra memorable, conbrevsimas temporadas de supensin, dur cinco aos; yrbitro el emperador de concentrar todas las fuerzas del es-tado, tuvo por paradero el absoluto rendimiento de los br-baros17. Tena la nueva provincia de Dacia, que formaba lasegunda excepcin del encargo de Augusto, hasta cuatro-cientas leguas de circuito, siendo sus lmites naturales el Teiso Tibisco, el Niester, el Bajo Danubio y el Ponto Euxino.Rastrase todava el camino militar desde la orilla del Danu-bio hasta las cercanas de Bender, paraje muy sonado en lahistoria moderna, como el confn actual de los imperios deRusia y Turqua18.

    Ansioso estaba Trajano de nombrada; y mientras siganlos hombres vitoreando ms desaladamente a sus verdugosque a sus bienhechores, el afn de la gloria militar ser siem-pre el achaque de los nimos ms encumbrados. Las alaban-zas de Alejandro, entonadas por historiadores y poetas,haban encendido una emulacin peligrosa en el pecho deTrajano. A su ejemplo, emprendi el emperador romano unaexpedicin contra las naciones de Oriente; pero se lamentsuspirando de que su edad avanzada cortaba los vuelos a su 15 Herdoto, IV, 94. Juliano, los Csares (Digesto), con las observacionesde Spanheim.16 Plinio, Cartas, VIII, 9.17 Din Casio, LXVIII, 1123, 1131. Juliano, los Csares (Digesto), Eu-tropio, Epitome, Aurelio Vctor, VIII, 2, 6.

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    esperanza de igualar la nombrada del hijo de Filipo19. Des-coll sin embargo Trajano, aunque pasajeramente, con gloriamuy sonada. Los partos, ya degenerados y exhaustos con susdiscordias intestinas, huyeron a su presencia, y baj triunfal-mente por el Tigris desde las cumbres de Armenia hasta elgolfo Prsico. Logr el timbre de ser el primero y ltimogeneral romano que lleg a navegar por aquellos lejanos ma-res. Talaron sus escuadras las costas de Arabia, y engriseequivocadamente Trajano de haberse asomado hasta losconfines de la India20. Atnito el senado, estaba todos losdas oyendo nuevos nombres de naciones rendidas a su pre-potencia. Participronle que los reyes del Bsforo, Colcos,Iberia, Albania, Ofroene, y hasta el monarca mismo de lospartos, haban recibido sus diademas de la diestra del empe-rador; que las tribus independientes de las sierras Carducas yMedas haban implorado su dignacin, y que los opulentospases de Armenia, Mesopotamia y Asiria quedaban reduci-dos a la clase de provincias21. Enlut la muerte de Trajanotan esplendorosa perspectiva, y era fundamento de temerque tantas y tan remotas naciones sacudiran all el recinuncido yugo, en no permaneciendo enfrenadas por la pre-potente mano que se lo haba impuesto.

    18 Vase una memoria de D'Anville sobre la provincia de Dacia, en laAcademia de Inscripciones, XXVIII, 444-468.19 Los sentimientos de Trajano estn brotando al vivo en los Csares deJuliano.20 Eutropio y Sexto Rufo se esmeran en perpetuar aquel embeleso. Vaseuna disertacin agudsima de Freret en la Academia de Inscripciones,XXI, 55.21 Dion Casio, LXVIII, y sus abreviadores.

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    Prevaleca la tradicin inveterada de que, al fundarse elCapitolio por uno de los reyes romanos, el dios Trmino(que presida a los linderos, y se representaba al estilo deaquel tiempo con una gran piedra) fue, de todas las deidadesinferiores, la nica que se neg a ceder su sitio al mismoJpiter. Infirise favorablemente de su pertinacia, interpreta-da por los agoreros que era un presagio positivo de que ja-ms vendran a cejar los confines del podero romano22. Porespacio de largos siglos la prediccin, como suele suceder,cooper para su logro; pero el propio Trmino, que contra-rrest a la majestad de Jpiter, se dobleg al mandato delemperador Adriano23, pues el descarte de todas las conquis-tas orientales de Trajano fue el estreno de su reinado. De-volvi a los partos la eleccin de su soberano independiente,retir las guarniciones romanas de las provincias de Arme-nia, Mesopotamia y Asiria, y en desempeo del encargo deAugusto, restableci en el ufrates el lindero del Imperio24.Zahirense los actos pblicos y los motivos recnditos delos prncipes, y as se tild de envidiosa la disposicin deAdriano, que fue tal vez parto de su moderacin y cordura.Los varios temples de aquel emperador, capaz a un tiempode bastardas y de corazonadas grandiosas, suministran algu-na margen a la sospecha; pero no caba encumbrar ms el

    22 Ovid. Fast., II, 667. Vase Tito Livio y Dionosio Halicarnseo, alreinado de Tarquino.23 Se complace en gran manera San Agustn con la flaqueza de Trmino yla vanidad de los Agoreros. Vase De Civitate Dei, IV, 29.24 Vase la Historia Augustana, 5; la crnica de San Jernimo y todos losEpitomistas. Es de extraar que tan memorable acontecimiento no aso-me en Din, o sea Xifilino.

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    esclarecimiento de su antecesor que confesndose inadecua-do para el intento de resguardar aquellas conquistas.

    Contraponase la gallarda ambiciosa de Trajano con lamoderacin del sucesor; pero descollaba aun sumamente laactividad incesante de Adriano, en cotejo del sociego apaci-ble de Antonino Po. La vida de aqul se redujo a un viajeperpetuo; y atesorando al par el desempeo de guerrero y deestadista, iba regalando su curiosidad con el cumplimiento desus obligaciones. Desentendindose de diferencias de climas,andaba a pie y descubierto por las nieves de Caledonia y losarenales abrasadores del Alto Egipto; ni qued provincia entodo el Imperio que, en el discurso de su reinado, no se hon-rase con la presencia del monarca25. Pero el sosegado templede Antonino Po se vincul en el regazo de Italia, y en elespacio de los veinte y tres aos que empu el timn delestado, las peregrinaciones ms dilatadas de aquel apaciblesoberano fueron tan slo del palacio de Roma al retiro de suquinta en Lanuvio26.

    En medio de la diferencia en su conducta personal, atu-vironse igualmente Adriano y ambos Antoninos al sistemageneral de Augusto. Afanados por sostener la grandiosidaddel Imperio sin dilatar sus lmites, valironse de arbitriosdecorosos para ofrecer su amistad a los brbaros, y se esme-raron en patentizar al mundo todo que el podero romano,encumbrado sobre el apetito de ms conquistas, tan slo seprofesaba amante del orden y de la justicia. Logr su ahnco 25 Din, LXIX, 1158; Hist. August., 5, 8. Aun cuando faltasen todos loshistoriadores, bastaran las medallas, inscripciones y otros monumentospara comprobar los viajes de Adriano.26 Vase la Historia Augustana y los Eptomes.

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    afianzar uno y otro por el perodo venturoso de cuarenta ytres aos, fuera de tal cual hostilidad pasajera que ejercitprovechosamente las legiones fronterizas, ofreciendo losreinados de Adriano y de Antonino Po la perspectiva hala-gea de una paz incesante27. Reverenciado el nombre ro-mano por los mbitos de la tierra, sola el emperador arbitraren las desavenencias que sobrevenan entre los brbaros msbravos; noticindonos un historiador contemporneo habervisto desairados algunos embajadores que venan a solicitarel timbre de alistarse entre los vasallos de Roma28.

    El terror de las armas romanas robusteca y encumbrabael seoro y comedimiento de los emperadores, conservandola paz por medio de incesantes preparativos para la guerra; ymientras la equidad era la norma de sus pasos, estaban pre-gonando a las naciones que se desentendan al par de come-ter y de tolerar tropelas. La fuerza militar, cuya mera plantafue suficiente para Adriano y el mayor de los Antoninos,tuvo que emplearse contra los partos por el emperador Mar-co. Provocaron los brbaros hostilmente las iras del monarcafilsofo, y en desempeo de su justsimo desagravio, logra-ron Marco y sus generales sealadas y repetidas victorias,

    27 Hay que recapacitar, sin embargo, que en tiempo de Adriano se desen-fren una rebelda de los judos con saa religiosa, mas en una sola pro-vincia. Pausanias (VIII, 43) menciona dos guerras precisas y venturosas,capitaneadas por los generales de Po. Primera, contra los moros erran-tes, arrinconados por las soledades del Atlas, y la segunda contra losbrigantes de Bretaa, que haban atropellado la provincia romana. Una yotra suenan con otras varas hostilidades en la Historia Augustana, 19.28 Apiano de Alejandra, en el prlogo a su Historia de las guerras roma-nas.

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    tanto en el ufrates como en el Danubio29. La planta militarque en tal grado afianz el sosiego y podero del Imperioromano se nos ofrece desde luego como objeto grandioso ydigno de nuestra atencin.

    En la primitiva y castiza repblica, vinculbase el uso delas armas en aquella jerarqua de ciudadanos amantes y de-fensores de su patria y haciendas, y partcipes en la forma-cin y cumplimiento puntual de las leyes. Mas al paso que lalibertad general se fue menoscabando con tantas conquistas,vino a encumbrarse la guerra a sistema y arte, asalarindolatorpemente por otra parte30. Las legiones mismas, cuando yase estaban reclutando en provincias lejanas, se suponancompuestas de ciudadanos castizos; distincin que sola con-siderarse, ya como atributo legal, ya como galardn del sol-dado; pero el ahnco se cifraba principalmente en las prendasde edad, fuerza y estatura militar31. En todo alistamiento,eran antepuestos los individuos del norte a los del medioda,y para el manejo de las armas, los campesinos merecan lapreferencia ante los moradores de las ciudades; y aun entrestos, se conceptuaba atinadamente que el ejercicio violentode herreros, carpinteros y cazadores deba proporcionar msbro y denuedo que los oficios sedentarios y dedicados a los 29 Din, LXXI; Hist. August., in Marco. Las victorias prticas franquea-ron campo a un sinnmero de historiadores despreciables, cuya memoriarescat del olvido Luciano ridiculizndolos crtica y traviesamente30 La nfima soldadesca gozaba cerca de cuatro mil reales (Dioniso Hali-carnseo, IV, 17), paga altsima; escaseando tanto el metlico, que unaonza de plata equivala a setenta libras de cobre. Excluido el populachopor la constitucin antigua, logr alistarse indistintamente con Mario.Vase Salust., De Bell. Jugurth., 91.

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    objetos de mero lujo32. Orillado el requisito de propiedad,acaudillaban siempre los ejrcitos romanos oficiales de naci-miento y educacin hidalga; pero los meros soldados, al parde las tropas mercenarias de la Europa moderna, se alistabanentre las heces, y aun con frecuencia entre los mayores fora-jidos que afrentaban el linaje humano.

    La virtud pblica, que los antiguos llamaron patriotismo,nace del entraable concepto con que ciframos nuestro su-mo inters en el arraigo y prosperidad del gobierno libre quenos cupo. Este despertador incesante del incontrastable de-nuedo de las legiones republicanas alcanzaba ya escasamentea mover el nimo en los sirvientes mercenarios de un ds-pota; y se hizo forzoso acudir a aquella quiebra con otrosimpulsos de igual trascendencia, a saber, el honor y la reli-gin. El labriego y el menestral sentan la preocupacin pro-vechosa de ir a medrar en la esclarecida profesin de lamilicia, donde sus ascensos y su nombrada seran parto desu propio valor; y aunque las proezas de un nfimo soldadosuelen ser desconocidas, su peculiar desempeo puede talvez acarrear timbre o afrenta a la compaa, a la legin, yacaso al ejrcito de cuyos blasones es partcipe. Empeaban,al alistarse, su juramento con ostentosa solemnidad, paranunca desamparar sus banderas, rendir su albedro al man-dato de los superiores, y sacrificar su vida a la salvacin delemperador y del Imperio33. El pundonor y la adhesin se

    31 Form Csar su legin Alauda de galos y extranjeros; mas slo fue conel afn de la guerra civil; y tras la victoria, les dio en premio la ciudadana.32 Vase Vegecio, De Re Militari, I, 2-7.33 Renovbase siempre por ao nuevo el juramento de la tropa por elservicio y fidelidad al emperador.

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    daban la mano para vincular ms y ms la tropa con suspendones; y el guila dorada, que encabezaba la legin es-plendorosamente, era objeto de su devocin entraable,conceptundose no menos impo que afrentoso el abando-nar en el trance la insignia sacrosanta34. Dimanaban aquellosestmulos de la fantasa, y se robustecan con los impulsosms eficaces de zozobras y esperanzas. Paga puntual, donati-vos accidentales y premios establecidos tras el plazo compe-tente, aliviaban las penalidades de la carrera militar35, al pasoque no caba a la desobediencia o a la cobarda el evitar susseversimos castigos. Competa a los centuriones el apalear, ya los generales el imponer pena capital, y era mxima inflexi-ble de la disciplina romana que un buen soldado deba temermucho ms a sus oficiales que al enemigo. A impulsos deestas disposiciones, realzse el valor de las tropas imperialescon un tesn y docilidad inasequibles con los mpetus de losbrbaros.

    Estaban adems los romanos tan persuadidos de la inu-tilidad del valor sin el requisito de la maestra prctica, que

    34 Llama Tcito a las guilas romanas Bellorum Deos [Dioses de lasguerras]. Colocbanse en el campamento, dentro de su capilla, y la tropalas acataba al par de las dems divinidades.35 Vase Gronovio, De Pecunia Vetere, 111, 120, etc. Subi el emperadorDomiciano el estipendio anual de la tropa legionaria a doce piezas deoro, que en su tiempo venan a equivaler a mil reales. Esta paga, algntanto ms alta que la nuestra, haba ido y fue despus creciendo segn losmedros en riqueza de aquel gobierno militar, siempre en aumento. A losveinte aos de servicio reciba el veterano tres mil denarios (como diezmil reales), o bien un pegujar de tierra proporcionado a esta cuota. Lapaga y adehalas de la guardia venan a ser duplicadas que en las legiones.

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    una hueste se apellidaba con la voz que significa ejercicio36, ylos ejercicios militares eran el objeto incesante y principal desu disciplina. Instruanse maana y tarde los bisoos, y ni laedad ni la destreza dispensaban a los veteranos de la repeti-cin diaria de cuanto ya tenan cabalmente aprendido. La-brbanse en los invernaderos tinglados anchurosos para quesu tarea importante siguiese, sin menoscabo ni la menor inte-rrupcin, en medio de temporales y aguaceros, con el esme-rado ahnco de que las armas en aquel remedo fuesen depeso doble de las indispensables en la refriega37. No cabe enel intento de esta obra el explayarse en el pormenor de losejercicios, notando tan slo que abarcaban cuanto podarobustecer el cuerpo, agilizar los miembros y agraciar losmovimientos. Habilitbase colmadamente el soldado enmarchar, correr, brincar, nadar, portear cargas enormes, ma-nejar todo gnero de armas apropiadas al ataque o a la de-fensa, ya en refriegas desviadas, ya en las inmediatas; endesempear varias evoluciones, y moverse al eco de la flautaen la danza prrica o marcial38. Familiarizbase la tropa ro-mana en medio de la paz con los afanes de la guerra; y ex-presa atinadamente un historiador antiguo que peleara contraellos que el derramamiento de sangre era la nica circunstan-cia que diferenciaba un campo de batalla de un paraje de

    36 Exercitus ab exercitando. Varro, De Lingua Latina, IV. Cicern en lasTusculanas, 11, 37. Hay campo para una obra interesante en la herman-dad del idioma con las costumbres de las naciones.37 Vegecio, II, y lo restante del primer libro.38 La danza prrica est cabalsimamente ilustrada por Le Beau, en laAcademia de Inscripciones, XXXV, 262, etc. El sabio acadmico, en unaserie de memorias, ha ido recogiendo cuanto dice relacin en los anti-guos a la legin romana.

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    ejercicio39. Esmerbanse generales y aun emperadores enrealzar estos estudios militares con su presencia y ejemplo, ynos consta que Adriano, al par de Trajano, sola allanarse a irinstruyendo a sus bisoos, galardonar a los sobresalientes, ya veces competir con ellos en primor y bro40. Descoll cien-tficamente la prctica en aquellos reinados, y mientras con-serv el Imperio alguna fuerza, mereci la enseanza militarel concepto de cabal dechado de la disciplina romana.

    Nueve siglos de guerra haban ido introduciendo en lamilicia varias novedades y mejoras. Las legiones, segn lasdescribe Polibio41 en tiempo de las guerras pnicas, se dife-renciaban sustancialmente de las que consiguieron las victo-rias de Csar, o defendieron la monarqua de Adriano y delos Antoninos. La planta de la legin imperial puede mani-festarse en pocas palabras42. La infantera recia, que consti-tua fundamentalmente su fortaleza43, se cuarteaba en diezcohortes y en cincuenta y cinco compaas, a las rdenes desus correspondientes tribunos y centuriones. La primeracohorte, poseedora del sitio ms honorfico y del resguardo

    39 Josefo, De Bell. judaico, 111, 5. Debemos a aquel judo pormenorescuriossimos acerca de la disciplina romana.40 Plin. Panegrico, 13; vida de Adriano en la Historia Augustana.41 Vase una digresin asombrosa sobre la disciplina romana en el librosexto de su Historia.42 Vegecio, De Re Militar, 11, 4, etc. Una porcin abultada de su enma-raado compendio se tom de las pragmticas de Trajano y Adriano, y lalegin, segn la particulariza, no puede corresponder a otra temporadaalguna del Imperio romano.43 Vegecio, De Re Militar, 11, 1. En el lenguaje castizo de Csar y Cice-rn, la voz miles vena a vincularse en la infantera, mas luego, all enOriente y en tiempo de la caballera, se sola aplicar a la gente de armasque peleaba a caballo.

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    del guila, constaba de mil ciento y cinco soldados, desco-llantes en lealtad y valenta: las otras nueve se componan dequinientos cincuenta y cinco cada una, y el cuerpo total de lainfantera legionaria ascenda a seis mil y cien hombres. Eransus armas iguales y asombrosamente apropiadas al intento:celada abierta con erguido crestn, peto, cota de malla, gre-bas para las piernas, y en el brazo izquierdo un broquel an-churoso, cncavo y prolongado, de cuatro pies de largo ydos y medio al travs, labrado de madera liviana, y resguar-dado con cuero de buey y chapas de cobre. Adems de unalanza ligera, empuaba el infante su pavoroso pilum, venablopesado que sola alargarse hasta seis pies, terminado por unbote triangular de acero de diez y ocho pulgadas44. Inferiorera a la verdad este instrumento a nuestras armas de fuego,pues slo se desembrazaba a la distancia de diez o doce pa-sos, pero disparado por una diestra pujante y atinada, no sedaba caballera que se arriesgase a su alcance, ni escudo ocoraza que contrastase su poderoso empuje. Desembrazadoel pilum, desenvainaba el romano su espada, abalanzndoseal enemigo. Era su espada una hoja espaola de dos filos quehaca veces de alfanje y de estoque; pero el soldado estabaimpuesto en usar ms bien el arma de punta que de corte,pues as resguardaba su cuerpo y causaba mayor y ms certe-ra herida a su contrario45. Sola formarse la legin a ocho defondo, y como tres pies de espacio venan a quedar a cada

    44 En tiempo de Polibio y de Dionisio Halicarnseo (V, 45), el bote ace-rado del pilum parece que era ms cumplido; en el de Vegecio, menguhasta un pie, y aun a nueve pulgadas. Yo me atengo a un medio trmino.45 En cuanto a las armas legionarias, vase Lipsio, De Militia Romana,III, 2-7.

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    individuo, as entre las hileras como entre las filas46. Uncuerpo de tropas acostumbrado a conservar este orden de-sahogado, en dilatado frente y en el mpetu del avance, esta-ba siempre hbil para desempear el movimiento querequera el trance y dispona el caudillo. Cabale al soldado eltrecho necesario para manejarse con sus armas, y se fran-queaban adems intermedios adecuados, a fin de que pudie-ran ir acudiendo refuerzos para relevar a los que se ibanimposibilitando47. Fundbase la tctica griega o macedoniaen otros elementos, pues la pujanza de la falange estribabaen diez y seis rdenes de lanzones apuntados en rastrillo48;pero luego se ech de ver, por la reflexin y la prctica, queel podero de la falange no alcanzaba a contrarrestar la acti-vidad de las legiones49. La caballera, sin la cual quedaba laprepotencia de la legin descabalada, se divida en diez tro-zos o escuadrones: el primero, como acompaante de laprimera cohorte, constaba de ciento treinta y dos hombres,al paso que los otros nueve se reducan a sesenta y seis indi-viduos; y su planta entera vena, hablando a fa moderna, aformar un regimiento de setecientos veinte y seis caballos,embebidos de suyo en su legin respectiva, pero separados alas veces para obrar en lnea y componer parte de las alas del

    46 Vase el arrogante smil de Virgilio, Gergicas, II, 279.47 M. Guichard, Memorias militares, 1, 4, y Nuevas Memorias, I, 293-311,ha ventilado el punto como literato y como oficial.48 Vase la Tctica de Arriano. Con la verdadera parcialidad de griego,antepuso el describir la falange que haba ledo a la legin que estabamandando.49 Polib., XVII.

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    ejrcito50. No constaba ya la caballera de los emperadores,como en tiempo de la repblica, de la mocedad hidalga deRoma e Italia, que desempeando su servicio de a caballo, seiba habilitando para los cargos de senadores y cnsules y segranjeaba los votos venideros de sus compatricios51. Con elestrago de costumbres y gobierno, los ms acaudalados delorden ecuestre se engolfaban en la administracin de justi-cia52; y si se alistaban para las armas, se les confera inmedia-tamente el mando de un escuadrn a caballo o de unacohorte de infantera53. Formaban Trajano y Adriano su ca-ballera de las idnticas provincias y de la misma clase deindividuos con quienes reponan las filas de la legin. Lasremontas salan de Espaa y de Capadocia generalmente; ylos jinetes romanos menospreciaban aquella armadura cerra-da donde se encajonaba la caballera oriental, siendo sus ar-mas preferentes celada, broquel prolongado, cota de malla yun chuzo y espada larga y ancha para ofender, pues tomaronal parecer el uso de lanzas y mazas de los brbaros54.

    Cifrbanse principalmente en las legiones la salvacin yla gloria del Imperio, pero avenase la poltica romana aechar mano de cuanto fuese conducente para la guerra.

    50 Vegecio, De Re Militari, II, 6. Con su testimonio positivo, que pudieraevidenciarse, debe enmudecer quien defraude a la legin imperial de sucuerpo apropiado de caballera.51 Vase, generalmente Tito Livio, y particularmente XL, II, 61.52 Plin., Hist. Natur., XXXIII, 2. El concepto positivo de aquel pasocuriossimo se deslind despejadamente por De Beaufort, RepblicaRomana, II, 2.53 Como en el ejemplar de Horacio y de Agrcola. Parece que era nulidadfundamental en la disciplina romana, y Adriano trat de obviarla fijandola edad del tribuno.54 Vase la tctica de Ariano.

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    Aprontbanse reclutas comnmente por las provincias quetodava no se haban hecho acreedoras al distintivo de laciudadana. Varios prncipes dependientes o pueblos fronte-rizos gozaban su libertad y seguridad mediante el feudo desu servicio militar55; y aun tercios selectos de brbaros ene-migos tenan que estar consumiendo su azaroso denuedopor climas lejanos en beneficio del estado56. Comprendansetodos stos bajo el nombre general de auxiliares, y por msque fuesen variando segn el nombre y las circunstancias,por maravilla abultaban menos que las legiones57; y aun loscuerpos sobresalientes de los mismos auxiliares iban a lasrdenes de prefectos y centuriones, quienes los adiestrabanesmeradamente en el pormenor riguroso de la disciplinaromana; pero la mayor parte seguan guerreando con lasarmas idnticas y geniales de su pas, a cuyo uso estaban ade-cuadamente avezados. Bajo este sistema, cada legin, con suscompetentes auxiliares, contena en s todo gnero de tropasligeras, y armas arrojadizas, y se hallaba hbil para pelear concualquiera nacin sin menoscabo de armas y de disciplina58.Tampoco careca la legin de cuanto en el idioma modernose llama artillera, constando de diez mquinas de mayor ycincuenta y cinco de menor cuanta, y unas y otras dispara-

    55 Tal era con especialidad la situacin de los btavos. Tacit., Germania,29.56 Precis Marco Antonino a los marcomanos y cuados a aprontarle uncuerpo crecido de tropas, y lo envi en seguida a Bretaa. Din Casio,LXXI.57 Tcit., Anales, IV, 5. Cuantos se atienen a una cuota de infantera,duplicando la caballera, equivocan los auxiliares de los emperadores conlos aliados italianos de la repblica.58 Vegecio, II, 2. Arriano en su formacin de marcha contra los alanos.

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    ban oblicua u horizontalmente a raudales piedras y flechascon mpetu irresistible59.

    Asomaba un campamento romano con muestras de ver-dadera fortaleza60. Delineado el sitio, acudan los cavadoresejecutivamente a despejarlo y allanarlo en cuadrada y debidaforma; y se computa que el recinto de unas mil varas abarca-ba a veinte mil romanos, al paso que, con las tropas nuestras,este crecido nmero ofrecera al enemigo hasta triplicadofrente. Descollaba en medio el pretorio, o vivienda del gene-ral, sobre las dems, ocupando la caballera, la infantera y losauxiliares sus respectivos lugares. Sus calles o andenes erandesahogados, rectos, y dejaban un espacio de cien pies enderredor entre las tiendas y el muro. Este sola tener docepies de altura, con su recia y entretejida estacada y un foso dedoce pies tambin de hondo y de ancho. Este afn corra acargo de los legionarios mismos, tan duchos en el manejo delazadn y del zapapico cual en el de la espada o el pilum.

    59 Desempea el caballero Folard el punto de la maquinaria antigua conagudeza y conocimiento (Polibio, 11, 233-290), anteponindola bajovarios conceptos a la artillera moderna. Hay que reparar que menudems aquel uso en campaa, al paso que fueron menguando en el Imperioromano el valor personal y la inteligencia guerrera, supliendo la escasezde gente con el acopio de mquinas. Vase Vegecio, 11, 25, Arriano.60 Acaba Vegecio su libro segundo y el pormenor de la legin, as ento-nadamente: Universa qu& in quoque belli genere necessaria esse cre-duntur, secum legio debet ubique portare, ut in quovis loco lixerit castra,armatam faciat civitatem. [Se consideraba que todas las cosas necesariasen cada tipo de guerra deban ser llevadas consigo por la legin, para questa, en cualquier lugar en que plantara su campamento, estableciese unaciudad fortificada.]

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    Cabe ser nativo el denuedo; pero tan sufrido esmero slopuede ser parto del sumo ejercicio y consumada disciplina61.

    Al sonido del clarn se rompa la marcha, viniendo ins-tantneamente abajo el campamento, y encajonndose latropa en sus filas sin revueltas ni demora. Adems de lasarmas, que para los legionarios no servan de estorbo, ibancargados con el ajuar de cocina, la herramienta de fortifica-cin y el abasto para varios das62. Con tanto peso, queabrumara a todo soldado moderno, estaban adiestrados enandar ordenadamente como siete leguas en seis horas63; y alasomar el enemigo, deponan su carga, y con prontas y de-sahogadas evoluciones, pasaban de la columna de marcha alorden de batalla64. Escaramuzaban al frente los honderos yflecheros; formaban los auxiliares la primera lnea al arrimodel recio de las legiones; cea los costados la caballera, yquedaban las mquinas a retaguardia.

    Tales eran las artes guerreras con que resguardaban losemperadores romanos sus dilatadas conquistas, y seguanatesorando aquel bro militar, cuando ya todas las demsvirtudes yacan bajo el cieno del lujo y del despotismo. Si enel pormenor de sus ejercicios, tras el bosquejo de su discipli-na, tratamos de puntualizar su nmero, carecemos de datospara conseguirlo. Pudese regular sin embargo que la legin,

    61 En cuanto a la castrametacin romana, vase Polibio, VI, con Lipsio,De Militia Romana. Josefo, De Bell. Jud., III, 25; Vegecio, 1, 21-25; III,9, y Memoria de Guichard, I, 1.62 Cicern, TuscuL, 11, 37. Josefo, De Bell Jud., III, 5. Frontino IV, 1.63 Vegecio, 1, 9. Vanse las Memorias de la Academia de Inscripciones,XXV, 187.64 Vanse las evoluciones perfectamente explicadas por Mr. Guichar,Nuevas Memorias, I, 141-234

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    constando de seis mil ochocientos treinta y un romanos,ascenda, con sus competentes auxiliares, a doce mil y qui-nientos hombres. El total sobre el pie de paz por Adriano ysus sucesores compona hasta treinta de tan formidablescuerpos, y formaban probablemente una fuerza constante detrescientos setenta y cinco mil individuos. En vez de ence-rrarse en el recinto de ciudades muradas, que los romanosconceptuaban de asilos para la flaqueza, acampaban las le-giones por las riberas de los ros mayores, o en los confinesde los brbaros; y como estos apostaderos solan ser invaria-bles, cabe el ir delineando la distribucin individual de latropa. Bastaba una legin para Bretaa; pero la fuerza prin-cipal cubra el Rin y el Danubio, consistiendo en diez y seislegiones bajo la proporcin siguiente: dos en la GermaniaBaja, y tres en la Alta, una en Recia, otra en la Nrica, cuatroen Panonia, tres en Mesia, y dos en Dacia. Defendan el u-frates ocho legiones, seis acuarteladas en Siria, y las otras dosen Capadocia. En cuanto al Egipto, frica y Espaa, porcuanto estaban desviadas del teatro principal de la guerra,acuda una sola legin a conservar el sosiego de cada una deestas provincias. Ni careca tampoco la Italia de su resguardomilitar. Ms de veinte mil soldados selectos y sealados conlos ttulos de cohortes ciudadanas y guardias pretorianas,celaban da y noche y custodiaban al monarca y la capital.Promovedores de cuantas revoluciones vinieron a desencajarel Imperio, los pretorianos han de llamar y aun embargarnuestra atencin; mas no echamos de ver ni en su planta ni

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    en su armamento circunstancia alguna que los diferencie delas legiones, sino su boato e indisciplina65.

    Aparece all la marina de los emperadores como des-proporcionada a su podero; mas era suficiente para acudir alas urgencias del estado. La ambicin romana era toda conti-nental, y as jams descoll aquel pueblo guerrero con lagallarda de Tiro, Cartago, y aun Marsella, que ansiaban dila-tar ms y ms los linderos del orbe, y cuyos navegantes llega-ron a descubrir las costas ms recnditas del Ocano. Aterrsiempre ms que halag el pilago a los romanos66; y volcadaCartago y exterminada la piratera, vino a quedar el Medite-rrneo entero cercado por sus provincias. Cise pues lapoltica imperial a ejercer el seoro de este solo mar, apadri-nando el comercio de sus industriosos sbditos. Bajo estesistema tan moderado situ Augusto dos escuadras fijas enlos puntos ms adecuados de Italia, una en Ravena sobre elAdritico, y la otra en Miseno dentro de la baha de Npoles.Llegaron por fin los antiguos a palpar con la experiencia queen sobrepujando las galeras a dos, o lo ms, tres rdenes deremos, venan a reducirse a mero boato, sin el menor servi-cio efectivo; y el mismo Augusto haba presenciado en lavictoria de Accio la superioridad de sus fragatas veloces (lla-madas liburnias) contra los empinados y torpes castillos de

    65 Tcito (Anal., IV, 5) nos rasguea un estado de las legiones con Tiberio;y Din Casio (LV, 794) con Alejandro Severo. He tenido que esmerarmeen plantear un medio adecuado entre aquellas dos temporadas. Vaseigualmente Lipsio, De Magnitudine Romana, 1, 4, 5.66 Procuraron los romanos encubrir, socolor de asombro religioso, suignorancia y espanto. Vase Tcito, Germania, 34.

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    su competidor67. Compuso ambas armadillas de Ravena yMiseno con estas liburnias, apropiadas para dominar, una ladivisin oriental, y otra la occidental del Mediterrneo, apli-cando la competente marinera a entrambas. Adems de losdos puertos, que eran los apostaderos principales de la ar-mada romana, situronse fuerzas considerables en Frejussobre la costa de Provenza, quedando el Euxino con el res-guardo de cuarenta bajeles y tres mil soldados. Hay que aa-dir la escuadrilla conservadora de la comunicacin entre lasGalias y Bretaa, y un crecido nmero de barcos apropiadosal Rin y al Danubio para infestar el territorio y atajar el trn-sito a los brbaros68. Redondeando la resea general de lasfuerzas imperiales en caballera e infantera, en legiones, enauxiliares, guardias y armada, el cmputo ms crecido nosfranquea apenas en los estados de mar y tierra ms de cua-trocientos y cincuenta mil hombres; podero militar en ver-dad formidable, pero que vino a igualar un monarca del sigloanterior, cuyo reino se reduca a una sola provincia del1mpero romano69.

    Hemos ido manifestando, tanto la fuerza que sostenacomo el sistema que entonaba el podero de Adriano y de losAntoninos: vamos ahora a delinear con algn mtodo y des-pejo las provincias all enlazadas bajo un mismo seoro, y

    67 Plutarco, Marco Antonio, y con todo, si nos atenemos a Orosio, aque-llos castillos tan agigantados sobresalan slo diez pies al agua; VI, 19.68 Vase Lipsio, De Magnitud. Romana, 1, 5. Los diecisiis captulosltimos de Vegecio son relativos a la nutica.69 Voltaire, Siglo de Luis XIV, 29; mas hay que recordar cmo la Franciaest todava adoleciendo de aquel extraordinario ahnco.

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    deslindadas actualmente en estados independientes y aunenemigos.

    Espaa, al extremo occidental del Imperio, de Europa ydel mundo antiguo, ha conservado invariablemente en todostiempos los mismos linderos naturales, a saber: el Pirineo, elMediterrneo y el Ocano Atlntico. Esta pennsula grandio-sa, dividida en la actualidad tan desigualmente entre dos so-beranos, qued repartida por Augusto en tres provincias,Lusitania, Btca y Tarragonesa. Abarca ahora el reino dePortugal el pas belicoso de los lusitanos, y el cercn quetuvo aqul por levante queda compensado por su aumentode territorio hacia el norte. Granada con todas las Andalu-cas, corresponde a la antigua Btica. Lo restante, de Espaa,Galicia, Asturias, Vizcaya y Navarra, Len y ambas Castillas,Murcia, Valencia, Catalua y Aragn, estaba embebido en eltercero y mayor de los gobiernos romanos, el cual, por elnombre de su capital, se llamaba provincia de Tarragona70.Los celtberos eran los ms poderosos, as como los cnta-bros y astures los ms indmitos de todos los brbaros. Alabrigo de sus riscos, fueron los ltimos que se rindieron alyugo romano, y los primeros en sacudir el de los rabes.

    La antigua Galia, abarcando cuanto media entre el Piri-neo, los Alpes, el Rin y el Ocano, era ms dilatada que elactual reino de Francia. A los dominios de esta poderosa

    70 Vase Estrabn, II. Es obvio el suponer que Aragn se deriva deTarraconensis; y varios modernos que han escrito en latn usan aquellasvoces como sinnimos. Es, sin embargo, positivo que el Aragn, ria-chuelo que se despea del Pirineo y desagua en el Ebro, dio su nombre alpronto a una comarca y luego a todo un reino. Vase D'Anville, Geogra-fa de la Edad Media, 181.

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    monarqua hay que aadir, adems de sus nuevas adquisicio-nes de Alsaca y Lorena, los cantones suizos, los cuatroelectorados del Rin y los territorios de Lieja, Luxemburgo,Henao, Flandes y el Brabante. Cuando Augusto fue impo-niendo leyes a las conquistas de su padre, plante una divi-sin de la Galia, no menos adecuada al avance de las legionesque a las corrientes de los ros y a los principales distintivosnacionales, que comprendan hasta cien estados diversos71.Apellidronse por la colonia de Narbona el Langedoque(Languedoc), la Provenza, el Delfinado, y la costa del Medi-terrneo; explaybase el gobierno de Aquitania desde el Piri-neo al Loira; llambase Galia cltica todo el pas situadoentre aquel ro y el Sena, que luego tom su nombre de laclebre colonia de Lugduno o Len. Estaba la Blgica allen-de el Sena, y ceala el Rin en tiempos anteriores; pero losgermanos, poco antes del tiempo de Csar, a impulsos de suvalor desmandado, se apropiaron una porcin considerabledel territorio belga. Abalanzronse los conquistadores roma-nos a proporcin tan halagea, y aplicaron a la Galia fron-teriza del Rin, desde Basilea a Leida (Lrida), los nombresgrandiosos de Germana Alta y Baja72; y as, en tiempo de losAntoninos, las seis provincias de la Galia fueron la Narbone-sa, la Aquitania, la Cltica o Leonesa, la Blgica, y ambasGermanias.

    71 Asoman ciento y quince ciudades en la Noticia de la Galia, y es muysabido que se apellidaban as, no slo las capitales, sino tambin todo elterritorio de un estado. Pero Plutarco y Apiano suben el nmero de lastribus a tres o cuatrocientas.72 D'Anville, Noticia de la Galia Antigua.

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    Tuvimos ya motivo para mencionar la conquista deBretaa y deslindar su provincia romana, que comprendatoda la Inglaterra, Gales y los territorios bajos de Escociahasta los freos de Dunbarton y Edimburgo. Antes del avasa-llamiento de la isla, estaba desigualmente dividida en treintatribus brbaras, siendo las ms notables los belgas al po-niente, los brigantes al norte, los silures al medioda en Ga-les, y los icenos en Norfolk y SufoIk73. En cuanto caberastrear por la semejanza de habla y costumbres, poblronseEspaa, Galia y Bretaa por la misma casta de salvajes vale-rosos; pues antes de rendirse a las armas romanas, batallaronpor el campo y renovaron la lid repetidamente, y aun des-pus de avasallados, vinieron a formar la divisin occidentalde las provincias europeas, explayndose desde las columnasde Hrcules hasta la muralla de Antonino, y desde el desem-bocadero del Tajo hasta los manantiales del Rin y del Danu-bio.

    Antes de la conquista, el pas llamado ahora Lombardano se conceptuaba como parte de Italia, pues se hallaba ocu-pado por una colonia poderosa de galos, quienes, poblandolas orillas del Po desde el Piamonte hasta Romania, dilataronsus armas y su nombre desde los Alpes al Apenino. Habita-ban los ligures la costa peascosa que forma en el da la re-pblica de Gnova. No asomaba todava Venecia, pero elterritorio suyo que cae a levante del Adigio perteneca ya alos vnetos74. El centro de la pennsula, que compone ahora 73 Whitaker, History of Manchester, 1, 3.74 Los vnetos italianos, aunque se suelen equivocar con los galos, eranprobablemente de origen ilrico. Vase Freret, Memorias de la Academiade Inscripciones, XVIII.

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    el ducado de Toscana y el Estado Pontificio, tuvo en lo anti-guo por moradores a los etruscos y umbros, siendo deudorala Italia a los primeros de sus asomos primitivos de civiliza-cin75. Besaba el Tber las faldas a los siete cerros de Roma; yel pas de los sabinos, latinos y volscos, desde aquel ro hastalos confines de Npoles, fue el teatro primero de sus victo-rias. Merecieron los primeros cnsules sus triunfos en aquelsitio decantado, donde engalanaron luego sus quintas lossucesores, y all mismo su posteridad ha fundado conven-tos76. Correspondan a Capua y la Campania el territorioinmediato de Npoles, habitando lo dems del reino variasnaciones guerreras, marsos, samnitas, apulios y lucanos, yfloreciendo la costa con sus colonias griegas. Es de notarque, al dividir Augusto la Italia en once regiones, la cortaprovincia de Istria qued tambin agregada al centro de lasoberana77. Resguardaban el Rin y el Danubio las provinciaseuropeas de Roma, y este grandioso ro, que brota slo a ladistancia de diez leguas del otro, corre por espacio de cua-trocientas leguas, generalmente hacia el sudeste, y se acau-dala ms y ms con el fruto de sesenta corrientes navegables,hasta que por fin desagua por seis bocas en el Euxino, pu-diendo abarcar apenas aquel aumento de aguas78. Apellid-ronse luego Ilricas, o la raya ilrica, las provincias del

    75 Vase Maffei, Verona Illustrata, I76 Ya repararon los antiguos la contraposicin primera. Vase Floro77 Plinio (Hist. Natur., III) va siguiendo la divisin de Italia por Augusto.78 Tournefort, Viajes por Grecia y Asia menor.

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    Danubio79, conceptundose las ms belicosas del Imperio,pero merecen diferenciarse individualmente con los nombresde Recia, Nrica, Panonia, Dalmacia, Mecia, Dacia, Tracia,Macedonia y Grecia.

    La provincia de Recia, que vino luego a extinguir elnombre de los vindelicios, se extenda desde la cima de losAlpes hasta las orillas del Danubio, desde su nacimientohasta su confluencia con el Inn. La mayor parte de las llanu-ras pertenecen al elector de Baviera; la ciudad de Augsburgoes ahijada de la constitucin germnica; guarcense los gri-sones en sus montaas, y el pas del Tirol se cuenta entre lasprovincias numerosas de la casa de Austria.

    El dilatadsimo territorio ceido por el Inn, el Danubio yel Sava, Austria, Suiza, Carniola, Carintia, la Baja Hungra yla Eslavonia: todo se apellidaba antiguamente Nrica y Pa-nonia, cuyos adustos naturales, all en su estado primitivo deindependencia, vivan estrechamente hermanados. Siguierona temporadas unidos bajo el Imperio romano, y permanecentodava como patrimonio de una sola familia. Son ahora laresidencia de un prncipe alemn, con el dictado de empera-dor de los romanos, formando el centro y la pujanza delpodero austraco. No estar de ms el advertir que, fuera deBohemia, Moravia, los derrames septentrionales de Austria yparte de la Hungra entre el Teis y el Danubio, todos losdems dominios de la casa imperial quedaban embebidos enla extensin del Imperio romano.

    79 El nombre de ilrico, all en lo primitivo, corresponda a la costa delAdritico, y los romanos lo fueron extendiendo desde los Alpeshasta elPonto Euxino. Vase Severino, Pannonia, I, c. 3.

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    La Dalmacia, a la cual corresponda ms adecuadamenteel nombre de Iliria, era una especie de faja entre el Sava y elAdritico, y su mejor porcin por la costa, que conservatodava su antiguo nombre, es una provincia de Venecia y elsolar de la pequea repblica de Ragusa. Su interior ha to-mado los nombres eslavones de Croacia y Bosnia: el primeroa las rdenes de un gobernador austraco, y el otro a las deun baj turco; pero todo el pas est acosado por tribus debrbaros, cuya independencia brava apenas seala con alter-nativas el lindero variable de la potencia cristiana y maho-metana80.

    Engrandecido el Danubio con las aguas del Teis y el Sa-va, apellidbase, a lo menos entre los griegos, el Ister81, divi-diendo la Mesia y la Dacia, conquistada la ltima, comohemos visto, por Trajano, y nica allende aquel ro. Si nosparamos a examinar el estado actual de aquellos pases, halla-remos que a la izquierda del Danubio, el Temesvar y la Tran-silvania, tras varias revoluciones, se han agregado a la coronade Hungra, al paso que los principados de Moldavia y Vala-quia reconocen el seoro otomano. Por la derecha del Da-nubio, la Mesia, que en la edad media qued separada en losreinos brbaros de Servia y Bulgaria, yace de nuevo bajo laservidumbre turca.

    80 Un viajero veneciano, el Abate Fortis, nos ha participado ltimamentetales cuales noticias de aquel pas tan arrinconado; pero hay que esperarnicamente la geografa y antigedades del ilrico occidental de la munifi-cencia del emperador su soberano.81 Nace el Sava al confn de la Istria, y los primeros griegos lo concep-tuaban como la corriente mayor sobre el Danubio.

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    La denominacin de Romelia, que aplican todava losturcos a los dilatados pases de Tracia, Macedonia y Grecia,est as conservando la memoria de su antiguo estado bajo elImperio romano. En tiempo de los Antoninos, las regionesbelicosas de Tracia, desde las cumbres del Hemo y Rdope,hasta el Bsforo y el Helesponto, quedaron constituidas enprovincias, pero a pesar del cambio de dueos y de religin,la nueva ciudad de Roma, fundada por Constantino sobre lamargen del Bsforo, ha seguido siendo la capital de una granmonarqua. El reino de Macedonia, que en manos de Ale-jandro avasall al Asia, se granje ventajas ms positivas conla poltica de entrambos Filipos, y con sus dependencias deEpiro y Tesalia se fue dilatando desde el mar Egeo hasta elJnico. Al recapacitar la nombrada de Tebas y Argos, deEsparta y Atenas, se hace trabajoso el conceptuar que tantasrepblicas inmortales de la antigua Grecia vinieran luego aperderse en una provincia sola del Imperio romano, la cualse titulaba Acaya, por el influjo preponderante de la ligaaquea.

    Tal era el estado de Europa bajo los emperadores roma-nos. Las provincias de Asia, sin exceptuar las conquistaspasajeras de Trajano, estn embebidas en el podero turco;pero en vez de ir siguiendo los arbitrarios descuartizamientosdel despotismo y de la idiotez, ser ms acertado y entreteni-do el atenernos a la estampa permanente de la naturaleza.Aprpiase con fundamento el nombre de Asia Menor a lapennsula que, ceida entre el Euxino y el Mediterrneo, seadelanta desde el ufrates hacia Europa. La porcin msextensa y floreciente, al poniente del monte Tauro y del ro

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    Halis, se engrandeci por los romanos con el dictado exclu-sivo de Asia, cuya jurisdiccin abarcaba las antiguas monar-quas de Troya, Lidia y Frigia, los pases martimos de lospanfilos, licios y carios, y las colonias griegas de Jonia, queigualaban en artes, aunque no en armas, la gloria de la me-trpoli. La parte septentrional de la pennsula, desde Cons-tantinopla a Trebi-sonda, perteneca a los reinos de Bitinia yPonto; mas por la parte opuesta, la provincia de Cilicia ter-minaba en las cumbres de Siria, y el interior, deslindado porel ro Halis del Asia romana, y de la Armenia por el ufrates,form all en su tiempo el reino independiente de Capado-cia. Debemos reparar aqu que las playas septentrionales delEuxino, allende Trebisonda en Asia, y el Danubio en Euro-pa, reconocan la soberana de los emperadores, recibiendode sus manos ya prncipes tributarios, o ya guarnicin roma-na. Budzak, la Tartaria, Crimea, la Circasia y la Mingrelia sonlas denominaciones modernas de aquellos pases bravos82.

    Bajo los sucesores de Alejandro, la Siria era el asiento delos Selucidas, quienes reinaron en la Alta Asia, hasta que larebelin triunfadora de los partos estrech su seoro entreel Euxino y el Mediterrneo. Avasallada la Siria por los ro-manos, sirvi de confn oriental a su Imperio: ni le cupierona esta provincia en su mayor ensanche ms lindes que la Ca-padocia al norte, y por el sur los confines del Egipto y delMar Rojo. Agregronse a temporadas la Fenicia y la Palestinaa la jurisdiccin de Siria, siendo la primera una costa estrechay peascosa, y la segunda un territorio muy poco aventajado

    82 Vase el Periplo de Arriano, pues anduvo visitando las costas del Eu-xino, siendo gobernador de Capadocia.

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    a Gales en extensin y fertilidad; pero descollarn entrambaspara siempre en la memoria humana, puesto que Amrica, alpar de Europa, recibi las letras de la una, y la religin de laotra83. Un desierto arenoso, igualmente falto de arbolado yagua, va ciendo sesgamente la Siria, desde el ufrates hastael Mar Rojo. La vida vagarosa de los rabes corresponde a suindependencia, y donde quiera que en tal cual sitio menosestril que los dems se arrojaban a plantear alguna morada,quedaron tambin avasallados al Imperio romano84.

    Solan los gegrafos antiguos mostrarse dudosos acercade la parte del globo en que deban colocar el Egipto85.Hllase aquel decantado reino por su situacin en la penn-sula inmensa del frica, pero es nicamente accesible por laparte del Asia, cuyas revoluciones en todas pocas ha idorendidamente siguiendo. Seorebase un prefecto romanoen el trono esplenderoso de los Tolomeos, y un baj turcoest ahora empuando el cetro de hierro de los Mamelucos.Atraviesa el Nilo el pas por espacio de cerca de doscientasleguas desde el trpico de Cncer hasta el Mediterrneo, y vasealando por ambas mrgenes el mbito de la fertilidad por

    83 Sabidos son los progresos de la religin. El uso de las letras se intro-dujo entre los montaraces de Europa, como mil y quinientos aos antesde Cristo, y lo llevaron los europeos a Amrica, quince siglos despus dela era cristiana; pero en un plazo como el de tres mil aos recibi el alfa-beto fenicio notables alteraciones, pasando por manos de griegos y ro-manos.84 Din Casio, LXVIII, 1131.85 Tolomeo y Estrabn, con los gegrafos modernos, deslindan el Asia yel frica con el istmo de Suez. Dionisio, Mela, Plinio, Salustio, Hircio ySolino se atienen al brazo occidental del Nilo, y aun al gran Catabatmosu bajada; y as los ltimos adjudican al Asia, no slo el Egipto, sino tam-bin parte de la Libia.

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    la extensin de su riego. Cirene, situada al poniente por lolargo de la costa, fue al pronto colonia griega, luego provin-cia de Egipto, y desapareci por fin con el desierto de Barca.

    Diltase la costa de frica, desde Cirene al Ocano, porel trecho de quinientas leguas; pero la cien tan estrecha-mente el Mediterrneo y el Shara o el arenal, que viene areducirse a veinte o veinte y cinco leguas de ancho, y la parteoriental era la que conceptuaban los romanos como la pro-vincia propia y peculiar de frica. Habitaron el pas frtil,hasta la llegada de las colonias fenicias, los libios, sumamentebozales. Emporio y centro fue del comercio bajo la jurisdic-cin inmediata de Cartago; pero ahora ha venido a parar elpas en los estados dbiles e incultos de Tnez y de Trpoli.El despotismo militar de Argel est tiranizando la dilatadaNumidia, unida por algn tiempo bajo Masinisa y Yugurta;pero estrechronse sus linderos en la poca de Augusto, yms de dos tercios del pas se apellidaron Mauritania con elsobrenombre de Cesariense. La Mauritania legtima o pas delos moros, que por la antigua ciudad de Tinji o Tnger sedistingua con el nombre de Tinjitania, es ahora el reino deFez; y Sal, a orillas del Ocano, tan disfamado en el da porsu sentina de piratas, se apuntaba por los romanos como elsumo extremo de su podero y casi de su geografa. Asomatodava una fundacin suya junto a Mequinez, que es la resi-dencia de un brbaro que nos allanamos a apellidar empera-dor de Marruecos; mas no aparece que sus dominios msmeridionales y el mismo Marruecos y Sejelmesa quedasennunca comprendidos en la provincia romana. Los ramalesdel monte Atlas se van internando por la parte occidental del

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    frica, empinando all sus cumbres y fomentando la fantasade los poetas86 bajo un nombre que abarca el dilatado pilagoque separa el antiguo y el nuevo continente87.

    Terminado ya el giro del Imperio romano, notaremosque Espaa est separada del frica por un estrecho de treso cuatro leguas, por el cual se introduce el Atlntico en elMediterrneo. Las columnas de Hrcules, tan decantadas enla antigedad, eran dos montaas que al parecer fueron saja-das por alguna convulsin de los elementos, y la fortaleza deGibraltar est ahora situada a la falda del peasco europeo.Abarcaba el seoro romano toda la extensin del Medite-rrneo con sus islas y costas. Entre las islas ms crecidas, lasdos Baleares, Mallorca y Menorca, que traen su nombre desu magnitud respectiva, con la de Ibiza, pertenecen a Espa-a. Crcega corresponde a la Francia, y dos soberanos deItalia toman su regio dictado de la Cerdea y Sicilia. Creta oCanda, con Chipre y las ms de las islillas de Grecia y Asia,yacen avasalladas por los turcos, mientras el peasco deMalta ha estado burlando su podero, y descoll bajo unaorden militar con decantada opulencia.

    Esta largusima lista de provincias, cuyos trozos han idoformando tantos reinos poderosos, debe en parte inclinarnosa disimular el engreimiento y la ignorancia de los antiguos.

    86 La cordillera dilatada, la elevacin mediana y declive suave del monteAtlas (vanselos viajes de Shaw, 5) se asemejan poco a una cumbre soli-taria que se engolfa por las nubes, en ademn de sostener el cielo. Alcontrario, el pico de Tenerife se empina legua y media sobre la haz delmar, y frecuentndolo all los fenicios, debi llegar a noticia de los poetasgriegos. Vase Buffon, Historia natural, I, 312; Historia de los Viajes, II.87 Voltaire, XIV, sin arrimo histrico ni probable, ha franqueado dadivo-samente las Islas Canarias al Imperio romano.

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    Deslumbrados con el dilatado seoro, la pujanza incontras-table y la moderacin positiva o aparente de los emperado-res, tenan a bien menospreciar, o tal vez trascordar lasdesviadas regiones que se avenan a dejar en el goce de subrbara independencia, y fueron por puntos adoptando laaprensin de equivocar la monarqua romana con el globode la tierra88 pero los alcances y el pulso de un historiadormoderno requieren otro estilo ms esmerado y sensato; ypodr estampar un concepto ms atinado de la grandiosidadde Roma, anotando que el Imperio tena ms de seiscientasleguas de ancho desde la valla de Antonino y los linderosseptentrionales de Dacia hasta las cumbres del Atlas y eltrpico de Cncer, extendindose por su largo en el espaciode ms de mil leguas, desde el Ocano Occidental hasta elufrates; que estaba situado en la parte ms preciosa de lazona templada, entre los veinte y cuatro y cincuenta y seisgrados de latitud boreal, y que se supona contener ms dequinientas mil leguas cuadradas, por lo ms, de terreno frtily bien cultivado89.

    88 Bergier, Historia de las carreteras, 111, 1, 2, 3, 4; coleccin utilsima.89 Vase la Resea del Globo por Templeman, pero desconfo al par dela erudicin y de los mapas del doctor.

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    Captulo XVII

    Fundacin de Constantinopla.Sistema poltico deConstantino y sus sucesores.Disciplina militar.El

    Palacio.La Hacienda.

    Fue el desventurado Licinio el postrer competidor quevino a ostentar la grandeza, y el ltimo cautivo que engalanel triunfo de Constantino. Tras un reinado prspero y bo-nancible, dej el vencedor a su familia la herencia del impe-rio romano; innov capital, poltica y religin, y lasgeneraciones siguientes se avinieron y se avasallaron a todassus innovaciones. Rebosa el siglo del gran Constantino y desus hijos de acaecimientos grandiosos, mas postrarase elnimo del historiador con el nmero y la variedad, si no se-parase esmeradamente los cuadros que slo se enlazan por lapoca que los fue acarreando. Describir las institucionespolticas que robustecieron y afianzaron el imperio, antes deseguir historiando las guerras y revoluciones que atropellaronsu decadencia. Se conformar con la divisin desconocida alos antiguos, de negocios civiles y eclesisticos; la victoria delos cristianos y sus disensiones internas irn suministrando

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    materiales copiosos y reparables, tanto de edificacin comode escndalo.

    Tras la derrota y renuncia de Licinio, su competidorvictorioso trat de poner los cimientos de una ciudad, desti-nada (ao 324) para reinar en lo venidero como seora delOriente y para sobrevivir al Imperio y a la religin de Cons-tantino. Los motivos de orgullo o de poltica que indujeronal pronto a Diocleciano para desviarse del antiguo solar delgobierno, se iban corroborando con el ejemplo de sus suce-sores y la prctica de cuarenta aos. Fuese Roma impercep-tiblemente confundiendo con los reinos dependientes quehaban antes reconocido su primaca, y la patria de los Csa-res se hallaba desatendida por un prncipe guerrero, nacidoen las cercanas del Danubio, educado en las cortes y huestesdel Asia y revestido con la prpura por las legiones de Bre-taa. Los italianos, que haban agasajado a Constantino co-mo a su libertador, obedecan rendidamente las pragmticasque a veces se allanaba a enviar al senado y pueblo de Roma,pero escasebales la honorfica presencia del soberano.Constantino, en la lozana de su edad, segn las varas exi-gencias de guerra o paz, viajaba con lento seoro o con eje-cutiva diligencia por los confines de sus dilatados dominios,y viva siempre apercibido para salir a campaa contra todoenemigo domstico o forastero. Mas cuando hubo alcanzadola cumbre de su prosperidad y la decadencia de la vida, acor-d plantear en situacin ms permanente el podero y al parla majestad del solio. En cuanto a las ventajas de la situacin,antepuso el confn de Europa y Asia para doblegar con bra-zo aterrador a los brbaros aposentados entre el Danubio y

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    el Tanais, y tener siempre clavada la vista sobre el monarcapersa, que se mostraba muy mal hallado con el yugo de untratado afrentoso. Haba Diocleciano con esta mira escogidoy hermoseado su residencia de Nicomedia; mas era funda-damente aborrecible para el favorecedor de la iglesia la me-moria de Diocleciano, y no se desentenda Constantino de laambicin de fundar una ciudad que pudiera perpetuar lagloria de su propio nombre. Durante las operaciones de laguerra contra Licinio, pudo hacerse cargo, ya como militar,ya como estadista, de la situacin de Bizancio, y enterarse decun poderosamente la favoreca la naturaleza contra todoataque enemigo, al paso que era accesible por dondequiera alas ventajas del comercio. Largos siglos antes de Constanti-no, uno de los historiadores ms juiciosos de la antigedad90

    haba retratado al vivo la ventajosa situacin, desde dondeuna escasa colonia griega se alz con el mando del mar y seencumbr a repblica libre y floreciente91.1Si nos ponemos aconsiderar a Bizancio bajo la extensin que se granje con elnombre augusto de Constantinopla, puede representarse sufigura con la de un tringulo desigual, en cuya punta obtusa,avanzada hacia levante y las costas de Asia, se estrella y bra-

    90 Polibio, IV, 423, edic. Casaubon. Advierte que la paz de los bizantinosfue alterada a menudo, y la extensin de su territorio cercenada por lascorreras de los tracios bravos.91 El navegante Byzas, llamado el hijo de Neptuno, descubri esta ciudad656 aos antes de la era cristiana. Los que le acompaaban eran de Argosy Megara. Bizancio fue luego reedificada y fortificada por el general es-partano Pausanias. Vase Escalgero, Animad. ad Euseb., 81. Ducange,Constantinopolis, I, I, 15 y 16. Respecto a las guerras de los bizantinoscontra Filipo, los galos y los reyes de Bitinia, debemos atenernos a losescritores antiguos, que vivan antes que el encumbramiento de la ciudadimperial excitase la lisonja y la ficcin.

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    ma el Bsforo de Tracia. Cie la baha la ciudad por el norte,y la Propntida o mar de Mrmara baa su parte meridional.Mira al poniente la base del tringulo, y remata el continentede Europa; mas no cabe enterarse de la forma asombrosa yde la alternativa de mar y tierra por las cercanas sin un por-menor ms circunstanciado.

    El sesgo canal por donde corren las aguas del Euxinocon rapidsimo raudal hacia el Mediterrneo se apellid Bs-foro, nombre no menos decantado en la historia que en lasfbulas de la antigedad. Un sin-nmero de templos y arasvotivas, all dispersas y medio emboscadas por los recodosde su costa brava, pregonaban el atraso, el pavor y la devo-cin de los navegantes griegos, que, al remedo de los Argo-nautas, fueron escudriando los escollos del tormentosoEuxino. La tradicin conserv por largo tiempo la memoriadel alczar de Fineo, infestado por las hediondas harpas92, ydel reinado silvestre de Amico, que ret al hijo de Leda a lalid del cesto93. Terminan el freo u estrecho del Bsforo lospeascos Cianeos, que, segn la descripcin de los poetas,anduvieron vagando por la haz de las aguas, y estuvierondestinados por los dioses para resguardar la embocadura del

    92 Pocas conjeturas hay tan acertadas como las de Le Clerc (BibliotecaUniversal, 1, 148), en que supone que las harpas eran nica-mente lan-gostas. El nombre siraco o fenicio de estos insectos, su vuelo ruidoso, eldao que causan y el viento norte que los arroja al mar, todo contribuyea la identidad del cuadro.93 Pocas conjeturas hay tan acertadas como las de Le Clerc (BibliotecaUniversal, 1, 148), en que supone que las harpas eran nica-mente lan-gostas. El nombre siraco o fenicio de estos insectos, su vuelo ruidoso, eldao que causan y el viento norte que los arroja al mar, todo contribuyea la identidad del cuadro.

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    Euxino contra el registro de la curiosidad profana94. Desdelos peascos Cianeos hasta el extremo de la baha de Bizan-cio mide el dilatado sesgo del Bsforo ms de cinco leguas95,y su anchura general puede regularse en media legua. Loscastillos nuevos de Europa y Asia estn construidos en am-bos continentes sobre los cimientos de dos templos decan-tados de Serapis y de Jpiter Urio. Los castillos antiguos,obra de los emperadores griegos, estn seoreando la mayorestrechez del canal, en sitios donde las orillas contrapuestasse internan hasta quinientos pasos una de otra. Restableci yrobusteci Mahometo II estas fortalezas, cuando estabaideando el sitio de Constantinopla96; mas ignoraba proba-blemente el vencedor turco que dos mil aos antes habaDaro escogido el propio sitio para enlazar los dos conti-nentes por medio de un puente de barcas97. A corta distanciade los castillos antiguos, se descubre el pueblecillo de Cris-polis o Esctari, que puede casi reputarse como el arrabalasitico de Constantinopla. Al ensancharse el Bsforo en laPropntida, desemboca entre Bizancio y Calcedonia, cuya 94 Ocasionaron el engao varias puntas de rocas que las olas cubran odejaban patentes alternativamente. Hoy da hay dos islitas, una en cadaorilla; la de Europa se designa con el nombre de columna de Pompeyo.95 El cmputo de los antiguos era ciento y veinte estadios o quince millasromanas. Tan slo medan desde los castillos modernos, pero contabanel estrecho hasta la ciudad de Calcedonia.96 Ducas, Hist., 34. Leunclavio, Hist. Turcca Mussulmanica, XV, 577.Durante el imperio griego estos castillos sirvieron de crceles de estado,bajo el horrible nombre de Leta o torres del olvido.97 Grab Daro en caracteres griegos y siracos, en dos columnas demrmol, los nombres de las naciones sujetas a su podero y el nmero desus poderosas fuerzas de mar y tierra, Transportaron luego los bi-zantinos estas columnas a la capital y las colocaron en el altar de susdioses tutelares. Hercloto, IV, 87.

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    ltima ciudad fue edificada por los griegos pocos aos antesque la primera; y la ceguedad de los fundadores, que desa-tendieron las aventajadas proporciones de la costa opuesta,qued tildada con una expresin proverbial de menospre-cio98.

    La baha de Constantinopla, que viene a formar un bra-zo del Bsforo, mereci all en tiempos remotos el dictadode Asta dorada o de oro, pues su recodo es como el asta deun ciervo, o ms bien de un toro99. El adjetivo conceptuosode dorado expresaba el raudal de riquezas que todo vientodesembocaba de las playas ms lejanas en el puerto anchuro-so y bonancible de Constantinopla. El ro Lico, formado porla confluencia de dos riachuelos, vierte en la baha un raudalperpetuo de agua fresca, que purifica sus ensenadas, y ceba elpescado que se acoge a tan cmodas guaridas. Como poraquellos mares apenas se percibe el flujo, la hondura invaria-ble del agua proporciona embarcadero y desembarcadero atoda hora para las mercancas sin tener que barquearlas, ha-bindose notado que en varios parajes los buques mayorestocaban con las proas en el casero, mientras las popas se

    98 Tacit., Annal., XII, 63: Namque aretissimo inter Europam Asiamquedivortio Byzantium in extrema Europa posuere Greci, quibus PythiumApollinem consulentibus ubi conderent urbem, redditum oraculum est,quaererent sedem coerum terris adversam. Ea ambage Chalcedoniimonstrabantur, quod priores illuc advecti, praevisa locorum utilitatepejora legissent.99 Estrabn, Vll, 492 (eclic. Casaub.). La mayor parte de los mogotesestn rotos, o, para hablar menos figuradamente, intiles los fondeaderosdel puerto. Vase Gilio, Bsforo Tracio, I, 5.

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    mecan en la oleada100. Desde la desembocadura del Licohasta el extremo de la baha hay ms de tres leguas de tirada,y su emboque es de ms de quinientas varas de ancho, demodo que caba cerrarlo en ocasiones con una cadena, pararesguardar puerto y ciudad de toda invasin enemiga101.

    Entre el Bsforo y el Helesponto, desvindose las playasde Europa y Asia por ambos lados, abarcan el mar de Mr-mara, conocido entre los antiguos con el nombre de Pro-pntida. La navegacin, desde el desembocadero delBsforo hasta la entrada en el Helesponto, es como de cua-renta leguas, y cuantos surcan la vuelta de poniente por laPropntida pueden a un mismo tiempo estar oteando lasserranas de Tracia y Bitinia, sin perder de vista las empina-das cumbres del Monte Olimpo, perpetuamente nevado102.Van dejando a la izquierda un golfo grandioso, en cuyo senodescollaba Nicomedia, sitio imperial de Diocleciano, y reza-gan los islotes de Czico y Proconeso antes de fondear enGalpoli, donde el mar que separa el Asia de Europa se aca-nala de nuevo.

    100 Procopio, De Aedificiis, I, 5. Confirman su descripcin los viajerosmodernos. Vase Thevenot, I, I, 15. Tournefort, Carta XII Niebuhr,Viaje a Arabia, 22.101 Vase Ducange, C. P., I, I, 16, y sus Observaciones sobre Villehardui-no, 289. La cadena estaba desde el Acrpolis, cerca de la moderna Kiosk,a la torre de Glata, y sostenida a trechos por grandes pilastras de made-ra.102 Thevenot (Viajes a Levante, 1, 1, 14) reduce la medida a 125 millasgriegas. Belon (Observaciones, II J) da una exacta descripcin de la Pro-pntida; pero se contenta con la vaga expresin de un da y una noche denavegacin. Cuando Sandys (Viajes, 21) habla de 150 estadios de largo,as como de ancho, suponemos nicamente que sea algn error de im-prenta en el texto de aquel juicioso viajero.

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    Los gegrafos que con ms exactitud han ido registran-do la forma y extensin del Helesponto le regulan unasveinte leguas de tirada con todos sus muchos recodos, y co-mo una de anchura en su generalidad103. La mayor angosturacae al norte de los antiguos castillos turcos, entre las ciuda-des de Sesto y de Abido. All fue donde el enamorado Lean-dro arrostr el mar embravecido en busca del dolo de susentraas104. All fue tambin, en un paraje donde el trnsitono excede de quinientos pasos, donde Jerjes levant unpuente asombroso de barcas para trasladar a Europa unahueste de milln y medio de brbaros105. Encajonado el maren tan estrechos linderos, mal puede merecer el extrao dic-tado de anchuroso, que tanto Homero como Orfeo suelenaplicar al Helesponto. Pero nuestro concepto de tamao es,como los dems, relativo: el viajante, y ante todo el poetaque surcaba el Helesponto, ciendo tantsimo recodo yoteando la teatral perspectiva que por dondequiera realzaba 103 Vase una disertacin admirable de D'Anville sobre el Helesponto oDardanelos, en las Memorias de la Academia de Inscripciones, XXVIII,318-346. Y an aquel ingenioso gegrafo se complace en suponer nuevasy quizs medidas imaginarias, con la intencin de presentar a los antiguosescritores tan exactos como l mismo. Los estadios empleados por He-rdoto en la descripcin del Euxino, del Bsforo, etc. (IV, 85) induda-blemente deben de ser todos de la misma clase; pero parece imposibleconciliarlos ni con la verdad ni entre s.104 La distancia oblicua entre Sesto y Abido era de treinta estadios,cuento increble de Hero y Leandro lo impugn M. Mahudel, pero De laNauze lo defendi apoyndose en la autoridad de poetas y medallas.Vase la Academia de Inscripciones, VII; Hist., 74; Mem., 240.105 Vase el libro sptimo de Herdoto, que ha erigido un elegante trofeoa su propia fama y a la de su patria. Parece que la revisin fue hecha conexactitud, pero la vanidad de los persas y griegos estaba interesada enponderar el armamento y la victoria. Debo dudar que los invasores hayannunca disminuido el nmero de las fuerzas del pas que atacaban.

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    el horizonte, iba olvidando pausadamente el mar, y su fanta-sa le estaba retratando aquellas decantadas angosturas contodos los visos de un ro caudaloso con sus raudales, embos-cndose por un cauce grandioso en el Archipilago Egeo106.La antigua Troya107, colocada en un cerro a la falda delmonte Ida, oteaba la embocadura del Helesponto, que ape-nas reciba un corto aumento de aguas con los riachuelosinmortales del Simos y el Escamandro. Tendase el campa-mento griego por espacio de cuatro leguas en la playa desdeel promontorio Sigeo al Reteo, y resguardaban sus alas loscaudillos ms descollantes que peleaban a las rdenes deAgamenn. Aposentse en el primero de aquellos promon-torios Aquiles con sus invencibles Mirmidones, y el denoda-do Ayax plant sus tiendas en el otro. Volcado Ayax enholocausto a su desairado orgullo y a la ingratitud de losgriegos, levantse su sepulcro en el paraje donde haba escu-dado la armada contra la saa de Jpiter y de Hctor; y losciudadanos del pueblo recin construido de Reteo solemni-zaban su memoria con honores divinos108. Antes de dar

    106 Vanse las Observaciones de Wood sobre Homero, 320. Con satis-faccin he sacado esta observacin de un autor que, en general, parecehaber burlado las esperanzas del pblico como crtico, y an mucho mscomo viajero. Visit las mrgenes del Helesponto, ley a Estrabn ydebi consultar los itinerarios romanos; Cmo es posible que hayaconfundido a Ilio y Alejandra Troas (Observaciones, 340 y 341), dosciudades que estaban a diecisis millas una de otra?107 Escribi Demetrio Escepsio sesenta tomos sobre las treinta lneas delcatlogo de Homero. Basta a satisfacer nuestra curiosidad el libro XIIIde Estrabn.108 Estrabn, XIII, 595 (890, edic. Casaub.). La disposicin de sacar losbuques a tierra y los puestos de yax y Aquiles estn claramente descri-tos por Homero. Vase la Mada, IX, 220.

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    Constantino su debida preferencia a Bizancio, ide el intentode colocar el solio del Imperio en aquel decantado sitio dedonde tomaban los romanos su origen fabuloso. La dilatadallanura que se explaya a la falda de la antigua Troya, hacia elpromontorio Reteo y el tmulo de yax, qued al prontoescogida para su nueva capital, y aunque luego se abandonla empresa, los grandiosos escombros de muros y torreonesincompletos embargaban la atencin de cuantos surcaban elestrecho del Helesponto109.

    Ya nos cabe ahora el ir puntualizando las ventajas loca-les de Constantinopla, que parece haber nacido para encabe-zar y seorear una grandiosa monarqua. Situada a loscuarenta y un grados de latitud, estaba la gran ciudad impe-rando, desde sus siete cerros110, las playas opuestas de Euro-pa y Asia; era su clima templado y saludable, pinge el suelo,capaz y bonancible su baha, y su ejido angosto y fcilmenteresguardado. Puertas vienen a ser de Constantinopla el Bs-foro y el Helesponto, y el poseedor de ambos precisos pasoslos abra o cerraba a su albedro, en paz o en guerra. Debehasta cierto punto atribuirse la conservacin de las provin-cias orientales a la poltica de Constantino, puesto que losbrbaros del Euxno, que en el siglo anterior se haban inter- 109 Zsimo, 11, 30, 105. Sozomen, 11, 3. Tefanes, 18. Nicforo Calisto,VII, 48. Zonaras, II, XIII, 6. Coloca Zsimo la nueva ciudad entre Ilio yAlejandra, pero esta aparente diferencia puede conciliarse por su grandeextensin. Antes de la fundacin de Constantinopla, menciona Cedrenoa Tesalnica (283), y Zonares a Srdica, como la supuesta capital. Afir-man entrambos, con poca probabilidad, que el emperador, a no habersido prevenido por un milagro, hubiera repetido el engao de los ciegoscalcedonios.

  • H I S T O R I A D E L A D E C A D E N C I A Y R U I N A . . .

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    nado con sus armadas en el corazn del Mediterrneo, orilla-ron luego la piratera, desahuciados de arrollar aquella insu-perable valla. Aun cerradas las compuertas sobredichas,segua la capital disfrutando en su anchuroso recinto cuantose requera para el abasto y el regalo de su crecidsimo vecin-dario. Las costas de Tracia y de Bitinia, y stas ahora bajo lamole de la opresin turca, an se estn revistiendo de vie-dos y sementeras, y siempre se decant la Propntida comohervidero incesante de los ms exquisitos peces, cogidos portemporadas sin afn y sin maa111. Mas una vez patentesaquellos trnsitos para el trfico, iban alternativamente abar-cando las riquezas nativas o artificiales del Norte y del Me-dioda, del Euxno y del Mediterrneo. Cuantos gnerostoscos se recogan por las selvas de Germania y Escitia hastalas fuentes del Tanais y del Borstenes, cuantos artefactoslabraban la Europa y el Asia; el trigo de Egipto y las perlas yespecias de la recndita India, acudan en alas del viento alpuerto de Constantinopla, que por largos siglos embarg elcomercio del antiguo mundo112.

    Hermosura, resguardo y sanidad eran, con su atractivo,muy suficientes para abonar la eleccin de Constantino deaquel solar venturoso. Mas como en todos tiempos all 110 Pocock, Descripcin del Oriente, II, II, 127.