julian lebaron el despertador de conciencias

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32 33 Es un campesino del noroeste de Chihuahua. Dejó todo atrás para unirse al Movimiento por la Paz encabezado por el poeta Javier Si- cilia. Ahora recorre el país buscando despertar la conciencia de los ciudadanos contra la violencia criminal causada por la guerra contra el narco. Es pacifista, pero está a favor de que las familias tengan ar - mas para hacer frente a los criminales. Que nadie espere que otro lo proteja. El dolor, dice Julián LeBarón, abre los ojos y la conciencia. Su hermano y su cuñado fueron asesinados por exigir justicia. Considera que el primer logro es que las víctimas sean visibles y tengan voz. TEXTO: Elia Baltazar FOTOS: David Eisenberg JULIÁN LEBARÓN EL DESPERTADOR DE CONCIENCIAS

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Es un campesino del noroeste de Chihuahua. Dejó todo atrás para unirse al Movimiento por la Paz encabezado por el poeta Javier Sicilia. Ahora recorre el país buscando despertar la conciencia de los ciudadanos contra la violencia criminal causada por la guerra contra el narco. Es pacifista, pero está a favor de que las familias tengan armas para hacer frente a los criminales. Que nadie espere que otro lo proteja. El dolor, dice Julián LeBarón, abre los ojos y la conciencia. Su hermano y su cuñado fueron asesinados por exigir justicia. Considera que el primer logro es que las víctimas sean visibles y tengan voz

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Es un campesino del noroeste de Chihuahua. Dejó todo atrás para unirse al Movimiento por la Paz encabezado por el poeta Javier Si-cilia. Ahora recorre el país buscando despertar la conciencia de los ciudadanos contra la violencia criminal causada por la guerra contra el narco. Es pacifista, pero está a favor de que las familias tengan ar-mas para hacer frente a los criminales. Que nadie espere que otro lo proteja. El dolor, dice Julián LeBarón, abre los ojos y la conciencia. Su hermano y su cuñado fueron asesinados por exigir justicia. Considera que el primer logro es que las víctimas sean visibles y tengan voz.

texto: Elia Baltazar fotos: David Eisenberg

Julián leBarón el

despertador de

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–¿Tú no tienes miedo?–Sí, sí tengo miedo. Pero el miedo es una fan-

tasía porque siempre a lo que le tenemos miedo todavía no ha ocurrido, y si te quedas nomás con eso, no tienes nada.

Julián no espanta el miedo; lo compara: “La desgracia es mucho peor que la muerte. A todos nos va a tocar la muerte, en algún momento. Pero vivir con una humillación como la que nos ocu-rrió a nosotros, no es soportable. Por eso creo que debemos siempre oponernos a lo que nos humilla, y hacerlo con todo el valor de nuestras conviccio-nes. Si no, para qué las tienes”.

El secuestro de su hermano Eric, en 2009, fue la primera de sus desgracias. No pagaron el rescate y, sin embargo, lograron su liberación a fuerza de protestas y movilizaciones que encabezó Benjamín LeBarón, el mayor de los hermanos. Él fue asesinado un año después, junto con su cuñado Luis Widmar. Eso cambió a Julián.

“Sentí tanta rabia, quería agarrar un rifle para ir a buscar a esos cabrones y matarlos. Mi herma-no fue obispo de la iglesia y nunca le hizo daño a nadie. Fue mi íntimo amigo, la persona que yo buscaba para conversar a cualquier hora. Estaba enfurecido porque no podía entender ese tipo de maldad. Luego aprendí que el perdón no solamente es enseñanza de Cristo; también tiene una lógica: si tú eres violento, no puedes decir que es una consencuencia de lo que te hicieron, es como per-mitir ser herido doblemente. Y no es que no crea en la justicia, pero creo que el amor y el perdón son la justicia más alta”.

–Sicilia dice que eres un poeta–¿Que soy poeta? Siempre me ha gustado mu-

cho la poesía, tengo muchos años leyendo a los poetas ingleses: Shelley, Keats... Yo creo que la poe-sía tiene un poder para sanar heridas y también para consolar. La poesía es un gran instrumento de fortaleza porque puede estimular la capacidad de uno de sentir. Sin eso es como si dejaras de vivir.

–Has hablado del dolor y la alegría como los dos componentes básicos de la vida. Sabemos de tu dolor, pero no de tu alegría.

–Yo vivo con una alegría muy profunda. La poesía te puede enseñar que uno puede ser lo que quiera, sin importar las circunstancias, y creo que ultimadamente estar bien y sentirte bien es tu deci-sión y nadie te puede quitar eso. Y el dolor ayuda mucho. Cuando el dolor toca a las personas como que les abre los ojos. Además, la conciencia se cul-tiva haciendo visible el dolor, la violencia y otras cosas que no hacen felices a las personas.

Lejos de casaJulián LeBarón dejó su casa, su trabajo, su pequeña empresa, para unirse al Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad. Su esposa lo apoya, porque ella también sabe lo que es perder a un hermano: “Lo levantaron porque le querían poner una chinga, por-que un narco estaba enamorado de su novia y lo mandó matar. Mi esposa buscó justicia por cuatro años y las autoridades se burlaban”. Sólo le preocu-pa una cosa: “Pienso que mi familia se va a morir de hambre si sigo en esto y es una contradicción decir que quiero hacer algo por el país, mientras en tu casa tu familia no tiene lo que necesita. Pero siempre se abren puertas, casi como un milagro, para que uno tenga aunque sea lo mínimo”.

–Entonces ¿por qué viniste? ¿Cómo te sentías?

La poesía saLvaJulián es robusto, fuerte. Un hom-bre de campo y trabajo que con sus manos ha levantado más de 200 casas desde que era niño. Es alto, de por sí. Pero lo parece más

cuando abraza y se inclina para besar las cabezas de quienes buscan su consuelo. Su tamaño ha crecido, sin duda, desde que empuñó un asta con la bande-ra de México y caminó, en Cuernavaca, al lado de Javier Sicilia en aquella primera marcha que comenzó a reunir las historias de agravio dispersas por todo el país. No conocía al poeta, sino al padre que había perdido a un hijo, como él a un hermano.

Julián estaba en su comunidad cuando escuchó a aquel hombre emplazar al gobernador de Morelos. Recuerda bien las palabras que lo hicieron dejar su casa desde entonces. “Javier le dijo: ‘si Usted no detiene a las personas que asesinaron a mi hijo, este dolor va a venir a exigir su renuncia, la suya y la de todos los presidentes municipales que no están haciendo nada’. Cuando leí eso, dije: ‘él sí tie-ne dignidad, por fin alguien habla así, y yo quiero juntarme con gente así’”. Ese mismo día viajó y se encontró con Sicilia. “Vi a Javier y no necesité decirle una sola palabra, nomás nos abrazamos y lloramos”.

Javier Sicilia y Julián LeBarón son las figuras más emblemáticas del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que ya recorrió en caravana medio país hacia la frontera de Ciudad Juárez, se trasladó a Michoacán para visitar Cherán –el pueblo que resiste al crimen organizado– y espera ahora recorrer la otra mitad de México hacia el sur, has- ta la frontera con Guatemala, donde la delincuencia se traga a los migrantes. Tan larga ha sido la ruta de la caravana como la transfomación de Julián. “Nunca me imaginé como activista. Ni siquiera aca-bé la secundaria. Es un cambio radical pero uno ve lo que tiene que hacer y lo hace para estar bien”.

Julián LeBarón quisiera estar hoy con su familia. Allá en Galeana, Chihuahua, aguardan por él una espo-sa, 11 hijos, 11 hermanos menores, una madre y sus muertos: su hermano Benjamín, su amigo Luis Wid-mar y su cuñado Alfredo Apodaca. Todos asesinados. un sistema

paternalista, un país

de apáticosJulián LeBarón reflexiona:“Como le dije al presidente: la manera como yo entiendo las cosas es que somos una nación de apáticos, cobardes y sinvergüenzas, que permitimos la violencia y creemos que porque le apuntamos el dedo a alguien, nosotros no tenemos responsabilidad.“Este sistema paternalista es lo que nos tiene jodidos, jodi-dos: siempre queremos que otras personas nos resuelvan nuestros problemas. En casi todas las mesas de diálogo de Juárez hubo listas y listas de lo que quieren que otros hagan por nosotros.“El momento que más me gustó de la reunión allá en Cha-pultepec fue cuando el presidente está hablando de la guerra y el narcotráfico y del daño que le está haciendo a la socie-dad. Entonces Javier (Sicilia) lo interrumpe y le dice: señor presidente, nomás quiero saber si me puedo fumar un ciga-rro... Fue precioso. O sea, derrotar la reverencia, esa solem-nidad estúpida, fue para mí precioso.“Queremos que se acabe esta guerra, descriminalizar las drogas, ya vimos que la prohibición no funciona, nunca ha funcionado. Los drogadictos son considerados peores que criminales, no los tratan como enfermos y si los asesinan los consideran daño colateral.“Las instituciones y los gobernantes son empleados nues-tros, de la nación, pero nosotros tenemos que retomar esa responsabilidad de establecer un respeto mínimo a la vida”.

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–Totalmente solo. Y todavía me siento así con mi comunidad. Pero ya tengo otra...

–¿Qué pasa en tu comunidad?–Son una bola de culitos, igual que el resto.

Creemos que de alguna manera nos vamos a esca-par. Mira, en septiembre, antes del desfile del 16, yo propuse una marcha a Chihuahua para repudiar lo que había pasado con Benjamín y decirle a la autoridad que no habían hecho su trabajo. La comu-nidad dijo: ‘sí, es una excelente idea’. Y cuando tocó ir, fui solo, con mi mamá, mi hermana y mi tío, éramos cuatro o cinco personas, fuimos con mucha dignidad y toda la prensa nos atendió. Invité a los menonitas y dijeron: ‘sí, vamos a ir con ustedes’, y no fueron. Hace unos días los sicarios los busca-ron a ellos: ‘ya sé cuántas hectáreas tienen, dónde viven, quiénes son sus hijos, y si no nos dan el 30 por ciento del valor de todo lo que cosecharon, los vamos a matar, a ustedes y a todas sus familias’. Y están pagando. Yo hablo con ellos y les digo: lo que ustedes están haciendo es cometer un crimen en contra de mi familia. Cualquier persona que paga una extorsión o un secuestro participa en el crimen y todos somos culpables de eso, de cierta manera.

–Pero es mucho pedir a la gente que se niegue a pagar, es una decisión sobre la vida de otro...

–No, no está canijo. Es muy simple, muy sim-ple: aceptamos esa esclavitud porque no tenemos dignidad. Y tú no tienes la decisión sobre la vida de otro. Eso es una pendejada. Es una patética excusa que sostenemos desde un lugar del miedo. Que te van a matar a tu familia, mátala, pero para mí pagar es matar a mi familia y hacerlo yo. Ellos, los sicarios, los narcos, los que secuestran, son una minoría, tan pequeña que sus actos de violencia tienen que ser así de drásticos para aparecer como si fueran gigantes, pero son gente que tiene mucho más miedo que uno.

–¿Miedo a qué?

“Si yo fuera presidente buscaría en cada cuadra a los padres de familia que la gente aprecia y en quienes confía y mandaría al Ejército a entregarles a ellos las armas, porque si la gente tiene con qué de-fenderse, se acaban los malos y se acaba el problema”.

–¿Estás entonces a favor de que tengamos con qué defendernos?

–Es que cuando se te acaba tu manera de defenderte, se te acaba tu libertad. Y eso de que la autoridad puede defederte, no me digan... Nuestro error es que queremos que otros nos protejan. Al úl-timo, lo que sucede es que las armas las tienen los que nos secuestran. Yo creo que cada cuadra, cada pueblo, cada ciudad, tiene la única autoridad legíti-ma para decidir quién se encarga de su seguridad.

Al final de la entrevista, Julián se permite una anécdota de su apellido como un paréntesis de calma. Dice que es inventado, una derivación del nombre de Francis Bacon, el consejero de la reina Isabel de Inglaterra y su antepasado directo. Tam-bién cuenta que sus ancestros viajaron a Estados Unidos a bordo del May Flower, huyendo de la intolerancia en Europa. Después huyeron a México, también perseguidos por sus creencias: “somos cris-tianos mormones”. En el siglo xix, Porfirio Díaz alojó a los LeBarón en un valle serrano de Chihuahua, donde vivieron en paz y seguros, hasta ahora. “Por todas partes a mi alrededor están matando gente. ¿Cómo puedo seguir trabajando, tener una vida nor-mal después de que mataron a mi hermano?”.

Ha llegado el momento de hablar del encuen-tro con Felipe Calderón en el Castillo de Chapul-tepec, de lo que significó para la víctimas y de las críticas de las que han sido objeto. “¡Me vale madres! Todos esos cabrones que dicen que fuimos a pactar con el diablo, que le digan eso a las víctimas que estuvieron allí, que les digan que lo que hicieron estuvo mal. Lo que sucedió allí fue histórico. Fue un acto consumadamente republicano

–Puede ser a cualquier cosa, pero yo creo que el peor miedo en México es la necesidad. Miedo de no tener lo que necesito o quiero. Yo creo que la pobreza es una raíz muy profunda de la violencia. La gente no es narco o sicario porque quiere, sino por dinero. Mira nomás cómo son las cosas. En un país tan rico, tenemos a mucha gente viviendo en la pobreza. ¡Es absurdo! Se me hace absurdo que le hayamos entregado la economía a un puñado de gente y que lo sigamos consintiendo. Cuando nos vamos a otro país, a Estados Unidos, somos los me-jores trabajadores, hacemos el trabajo de chalanes, en un país que nos desprecia y nos trata como delincuentes porque queremos una oportunidad.

“si yo fuera presidente...”Julián cree firmemente que la idea de comunidad es la solución a muchos de los problemas, “porque sólo en comunidad se puede derrotar el miedo”. Incluso apoya la autodefensa como un medio para acabar con la violencia y la inseguridad.

el hecho de que nosotros estuviéramos allí, con la autoridad, para que se entienda que no vivimos en una casa prestada, que no fuimos allí a pedir limosna, sino a exigir lo que es nuestro”.

–Pero en una ocasión dijiste que los pactos y los diálogos no sirven para nada.

–No, no, lo que veo es que esos pactos y esos diálogos y la Constitución y la ley y todo lo que tú quieras no vive dentro de nosotros, son como un papel que vale madre porque les falta el único in-grediente que les da validez y eso es el compromiso.

–¿Qué hizo diferentes las cosas en Chapultepec?–Estamos esperanzados en que esto funcione por-

que yo creo que hasta el presidente no pudo evitar humanizarse con lo que escuchó, y a todos nosotros nos ha pasado eso en esta caravana. Estoy seguro que después de esa reunión, de que un presidente se sentó con unas víctimas para que ellas exigieran ser escuchadas, abrió una puerta que había estado sellada. En todo caso lo más importante fue lo que pasó con nosotros, aceptar que este país es nuestro, y que si no lo rescatamos, nosotros tenemos la culpa. Bueno, no me gusta la palabra culpa. Más bien, noso-tros somos responsables. Eso nos debe mover a vivir y actuar de manera totalmente diferente. Creo que la solución es una capacidad indivual de indignarse, de tener dignidad. Nosotros estamos inflando ese espíri-tu y eso puede ser muy contagioso.

–Y las víctimas, Julián, ¿que ha cambiado para ellas?–Le tienen menos miedo a la muerte. El amor

te hace ver eso como algo más natural. Y yo siento un gran privilegio de poder estar con toda esa gente porque así como ellas se alimentan del consuelo y del conduelo, pues uno también y eso es algo bueno.

A Julián LeBaron le preocupa, por último, una cosa: conseguir el dinero para mandar a hacer las placas para las 40 mil víctimas fatales de la vio-lencia. “Es lo más importante que podemos hacer: darle un nombre a todos”.