la cámara - mayt

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    La cámaraMayt

    Descargo: Xena, la Princesa Guerrera, Gabrielle, Argo y todos los demás personajes que aparecen en la serie detelevisión Xena, la Princesa Guerrera, así como los nombres, títulos y el trasfondo son propiedad exclusiva deMCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir sus derechos de autor con este fanfic. Todoslos demás personajes, la idea para el relato y el relato mismo son propiedad exclusiva de la autora. Este relato no sepuede vender ni usar para obtener beneficio económico alguno. Sólo se pueden hacer copias de este relato para usoparticular y deben incluir todas las renuncias y avisos de derechos de autor.

    Antecedentes: Esta historia hace alguna referencia a mis demás historias, en cuanto a la forma en que la relación deXena y Gabrielle llegó a ser totalmente íntima. Si tenéis dudas sobre el desarrollo de su relación, encontraréis misrespuestas en Silencios y Silencios II. No es necesario que leáis esos relatos antes de La cámara. El acontecimientoque pone en marcha los hechos de La cámara tiene lugar antes de Cara a cara con la muerte.Comentarios: Siempre se agradecen, los buenos y los no tan buenos.Subtexto: Esta historia describe una relación amorosa entre dos mujeres. Si sois menores de 18 años o si paravosotros es ilegal leer este texto, no continué[email protected].

    Título original: The Chamber. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2006

    1: La cámara

    El espacio era negro. Pasó la mano por el borde del camastro, midiendo su longitud y suanchura. Alargó la mano más allá del borde para dar con el suelo. El instinto la llevó a apartar lamano. No sabía qué había debajo y por ahora ejercitaría su paciencia con la esperanza de que elnuevo día cortara la oscuridad con su luz.

    No oía nada aparte de sus propios movimientos. Se quedó inmóvil. Sólo oyó el latido de sucorazón y su respiración. Se abrazó a sí misma. Intentó recordar cómo había acabado en estaoscuridad. Fue una emboscada. Ella, Xena y un pequeño contingente de su tribu volvían de unaexitosa cacería. La escapada había sido un regalo que le había hecho a Xena. Fue idílico. Laguerrera y la bardo. La reina y su campeona. Las amantes. Era de noche. Estaban dormidas.Gabrielle alargó la mano en la oscuridad, anhelando a su compañera en la vida y en la muerte.Encontró el vacío.

    Le dolía la cabeza. Se tocó la sien y notó los restos de sangre seca y la piel desgarrada. Laherida era reciente. No recordaba el golpe que se la había causado. Debió de ser lo que la dejósin sentido. Con la inmovilidad era totalmente consciente de su cuerpo. No notaba más cortes ni

    golpes. Sólo esta herida le había tocado la carne. Su anhelo por Xena insinuaba una violaciónmucho más profunda.

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     Era difícil calcular cuánto tiempo había pasado. Ahora oía ruidos, pasos que agitaban metal, yvoces apagadas. Alguien se acercaba. Calculó tres o cuatro en total. Volvió la cabeza hacia laizquierda, atenta al ruido de llaves en una puerta. La pesada puerta se abrió con violencia. Sabíaque todo era cuestión de efecto, la fachada del que o la que quería intimidar contra la persona ala que trataba de intimidar. Con antorchas en la mano, tres figuras entraron en la habitación. Lasllamas la cegaron y alzó la mano para protegerse de la luz despiadada. Notaba el calor cerca deella, pero tuvo cuidado de no apartarse demasiado rápido. Su concentración tenía un propósito,que era conservar el control de sus actos y reacciones, evitando cualquier muestra de debilidadante su enemigo.

    El líder se daba aires. Era un hombre grande y fornido, cuya fealdad se debía más a su falta deaseo que una deformidad física.

    —Vaya, estás despierta. Bien.

    —¿Quién eres? —preguntó Gabrielle, apartando ligeramente la vista.

    Draxis se detuvo. La prisionera estaba haciendo preguntas como si esperara una respuesta. Esono le gustaba. Sin embargo, decidió contestar. Adoptó una pose satisfecha.

    —Me llamo Draxis. Recuérdalo. Si tú no lo recuerdas, otros lo harán. He cambiado el curso dela historia.

    —¿Cómo has hecho eso?

    —Xena está muerta.

    Gabrielle se quedó perpleja. Por mucho dolor que sintiera, no iba a hacer ademán de apartarse

    de este hombre.

    —No eres el primero que cree haber matado a Xena.

    Draxis se echó a reír.

    —Tienes razón. Sabes, amazona, he oído historias sobre vosotras dos. Toda Grecia y toda Romasaben que yo he hecho lo que César no logró hacer. He metido a la Princesa Guerrera en unatumba de la que jamás saldrá. Está enterrada bajo tierra. Ahora es pasto de los gusanos. Puedesvisitarla cuando me entreguen el rescate.

    Gabrielle no reveló emoción alguna. No se vendría abajo ante la fachada jactanciosa de Draxis.

    Decepcionado por la respuesta impasible de Gabrielle, Draxis se esforzó por disimular su egoherido.

    —Bueno, parece que no te importa mucho. Eso demuestra que no hay que fiarse de lasleyendas. Los muertos, cuanto antes se los olvide, mejor. Tú, amazona, harías bien enpreocuparte más por tu propio pellejo. Los dos vamos a descubrir la clase de reina que teconsidera tu tribu. Lo que exijo como rescate es un precio altísimo del que ningún hombre seríadigno, y mucho menos una mujer.

    —Mi tribu tiene orden de no negociar jamás por mi vida.

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    —Bueno, puede que sea cierto, pero las amazonas no son más que unas mujeres lastimosas ysentimentales. Negociarán. Eres la reina de una panda de necias y tú eres la más necia de todaspor pensar que no van a intentar salvarte.Gabrielle sabía que su pueblo intentaría salvarla. Sólo que las amazonas no pagan rescates.Matan a quien desea hacerles daño.

    Draxis se volvió hacia los carceleros.

    —Ya conocéis vuestras órdenes.

    Una voz áspera respondió:

    —Sí, señor.

    Draxis echó a andar hacia la entrada de la cámara. Fue entonces cuando, con las tres antorchasportadas por tres hombres distintos situados en distintos rincones de la estancia, Gabrielle pudotomar la medida al espacio que la encerraba. Era bastante grande, construido con piedra, con un

    orinal en un rincón y una silla en el otro. Draxis se detuvo y se volvió de nuevo hacia Gabrielle.—Los dos veremos cómo aguantas mi hospitalidad.

    Draxis y el segundo portador de una antorcha salieron. El tercero se quedó allí en silencio. Lavoz áspera lo llamó:

    —Malcolm, vamos, chico.

    El tercero, Malcolm, se acercó vacilante a la puerta. La silueta del hombre, o en realidadmuchacho, era lo único que veía Gabrielle. Se volvió hacia ella un momento y luego salió ensilencio, cerrando la pesada puerta de la cámara. Al poco, se abrió una contraventana por

    encima de ella. Gabrielle vio los techos altos, la ventana con barrotes, el brillo fragmentado delsol. Aguardó vigilante hasta que pasó una sombra y sintió que nadie la observaba. Entonces, enprivado, cayó de rodillas. Gabrielle levantó la mirada hacia la luz. El llanto de la reina amazonaera implacable. Se tapó la boca con las manos, intentando sofocar el sonido de sus sollozos. Suscarceleros no obtendrían la satisfacción de su dolor.

    Una vez agotado el llanto, sintió que la oscuridad la oprimía. Necesitaba la luz. Conocía unaherramienta que nadie podría arrebatarle. Clavó los ojos en el vacío negro que tenía delante.

    —Canto sobre Xena...

    2: La pesadilla

    El ruido de la angustia despertó a la joven. Alzó la cabeza. Su vista atravesó las brasas de unahoguera ahora apagada hasta la guerrera tumbada al otro lado. La mente de Xena, atrapada porMorfeo, se había trasladado a la tierra de los malditos. La joven se sentía insegura, confusa. Laguerrera invencible yacía atormentada. Había visto la vulnerabilidad de Xena cuando como hijase presentó ante su madre en busca de perdón. La reconciliación con Cirene no había bastado.Gabrielle se incorporó y observó a Xena. No sabía si debía intervenir.

    La mano de la joven tocó con cautela a la guerrera. Su voz, un mero susurro, salió de unoslabios casi pegados al oído de Xena. Gabrielle repitió el nombre de Xena una y otra vez envano. La joven se había fijado en los brazos y las manos de la guerrera. Conocía su fuerza ysabía que tenía que hacer gala de una gran cautela si quería evitar daños.

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    Los ojos de Xena derramaban lágrimas. La guerrera farfullaba palabras, súplicas de perdón,exclamaciones de negación. La joven decidió cambiar de táctica. Cogió el brazo de Xena con lamano, apretándolo al tiempo que decía el nombre de la guerrera.

    El cuerpo de Xena se echó hacia delante y el brazo que tenía sujeto se movió para librarse de lamano de la joven. El impulso pilló a Gabrielle desprevenida y salió despedida hacia atrás.Exclamó para defenderse:

    —¡Xena, no! ¡Soy yo!

    La guerrera posó la mirada en la joven. Gabrielle percibió la profunda crueldad que había en susojos. La joven habló para explicarse antes de que se dictara sentencia:

    —Estabas soñando, tenías una pesadilla.

    —¿Y has intentado despertarme? —La voz de la guerrera resultaba áspera e hiriente para ladelicada joven.

    Gabrielle hizo un esfuerzo, traicionando su miedo, y balbuceó una sola palabra:

    —Sí.

    El miedo de la joven penetró las defensas de Xena.

    —No lo hagas.

    —¿Xena?

    —Te podría haber matado.

    —Tú no me harías daño.

    La guerrera reflexionó sobre la sinceridad y la inocencia de la joven. Gracias a la interrupción,logró hacerse con el control de sus energías desbocadas.

    —No sabría que eras tú. Por puro reflejo, te habría hecho daño.

    —He tenido cuidado.

    —No deberías despertarme a menos que sea absolutamente necesario.

    —La pesadilla...

    Xena volvió a su ser.

    —Tendrás que acostumbrarte a ellas. Las tengo a menudo.

    —¿Qué te atormenta, Xena?

    La joven había ido demasiado lejos. El tono de Xena se volvió severo.

    —Vuelve a la cama.

    Gabrielle estuvo a punto de responder, pero la frialdad del tono de Xena la dejó helada. Regresóa su petate. No se volvió a oír una palabra.

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     Mientras el sol cortaba el horizonte, Xena observaba a la joven. ¿Qué iba a hacer con lachiquilla? Había cosas que Gabrielle tenía que aprender si quería sobrevivir. Xena le habíapermitido un acceso que pocas personas en su vida habían tenido. Xena agradecía que Gabrielleno fuese su enemiga. La joven podría haberle clavado fácilmente un puñal a la guerrera en elcorazón durante la noche. Como señora de la guerra, Xena no era consciente de sentirseatormentada. Ahora, los pecados del pasado pesaban como una losa sobre su alma y por ellosentía una inquietante vulnerabilidad.

    Cómo envidiaba a la joven. Llegaría el momento en que Gabrielle se enfrentara a un desafío,pero no por causa de la guerrera, sino por causa de la vida misma. Xena se preguntaba si labondad podía triunfar en el mundo. Tal vez la joven le enseñaría un mundo nuevo, un mundoque la guerrera creía fuera de su alcance. ¿Qué te atormenta, Xena? Xena no podía niimaginarse diciendo la verdad. La verdad ahuyentaría a cualquiera, sobre todo a esta inocente.Costaba razonarlo, pero Xena sabía que por el momento agradecía la inesperada compañía. Erauna pequeña brecha en su profunda soledad.

    Xena sabía que había estado desagradable. Esperaba que el cuenco de moras frescas que habíarecogido fuese suficiente compensación y aliviara la tensión que había entre ellas. Dejaría a la joven dormir hasta mediodía de ser necesario. Al contrario que en las mañanas previas, hoy nodespertaría a Gabrielle. A Xena sólo le cabía esperar que su gesto comunicara lo que iba aquedar sin decir.

    Gabrielle había dormido mal tras haber sido enviada de vuelta a su petate. Se sorprendió aldescubrir la fuerza de los rayos del sol en los ojos. Ni Xena ni Argo estaban en el campamento.Por un instante temió que la guerrera la hubiera abandonado. Soltó un suspiro de alivio cuandotras un rápido repaso a su entorno vio que el petate y las demás pertenencias de Xena estabandispuestos y preparados para la recogida. En la hoguera había brasas humeantes con una tazacolocada junto al borde. Al lado de la taza había un plato tapado con un paño. La joven alargó la

    mano, apartó el paño del plato y descubrió un cuenco de moras frescas, con queso y pan a cadalado. Se llevó una mora a los labios y la mordió para saborear su jugo dulce y fresco. Se dijo a símisma:

    —Disculpas aceptadas.

    El desayuno fue una alegría. Sólo podría haber mejorado si hubiera estado en compañía de laguerrera.

    En la soledad de la prisión, Gabrielle alzó la voz:

    —Xena, ¿me oyes? ¿Estás al lado de Miguel y los demás arcángeles? Un cuenco de moras y técaliente: esa mañana estuve segura de la ternura que llevabas en el corazón. Aprendí a fijarmemás en tus actos que en tus palabras. Aprendí a esperarme que te dejaras llevar por tu genio,pero también a aguardar, porque con el tiempo me mostrarías tu compasión. Volviste a mí alcabo de una marca. Te di las gracias por el desayuno. Te encogiste de hombros y te pusiste acargar nuestras cosas sobre Argo. ¿Sabías que vi los arañazos que tenías en la mano? Arañazosde la zarza. ¿Sabías que fue en ese momento, en el momento en que vi los arañazos que teníasen las manos, cuando empecé a quererte?

    3: Privaciones

    Llegó la noche y con ella Gabrielle vio la luz de una, dos, tres estrellas que entraba por el marcode la ventana del techo. No eran estrellas suficientes para crear una imagen aparte de una figura

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    de tres lados desiguales. Suficiente para recordar las noches pasadas bajo el dosel deinnumerables luces individuales. ¿Dónde estaba la luna? Echaba de menos la luna. ¿Seríacreciente o llena? Tal vez esta noche era nueva y también estaba a oscuras.

    —Maldita sea, chico, son órdenes. —La voz áspera rompió el silencio. Le siguió el cierreestrepitoso de las contraventanas. La oscuridad completa regresó y con ella volvió el silencio.

    Falta de luz, falta de sonido, por ahora a Gabrielle le resultaba soportable, pero se preguntócuánto continuaría así. No se podían contar las marcas. No se podía medir el tiempo más quecon su respiración y los latidos de su corazón. El hambre le daba una pista adicional. A medidaque disminuía el dolor de su herida, el hambre iba en aumento. Si tenía suerte, los guardiasseguirían al menos una costumbre.

    4: La fiebre

    Xena desnudó despacio a Gabrielle. Hacerlo le resultaba incómodo. La joven nunca había

    descubierto su figura completa ante la guerrera. A Xena no le quedaba más remedio. Tenía queenfriar a la bardo y el río era la mejor opción. Envolvió a Gabrielle en una manta y la levantó enbrazos. En la orilla del río quitó la manta y la dejó en la hierba. Xena se metió en el agua hastala cintura y sumergió con cuidado a Gabrielle en la corriente. El cuerpo de la joven se contrajocomo reflejo por el frío. Xena la sujetó con más fuerza.

    Xena habló suavemente al oído de Gabrielle:

    —Confía en mí, Gabrielle, esto ayudará a bajarte la fiebre.

    Gabrielle suplicó débilmente:

    —Xena, por favor, tengo frío.

    —Un poquito más. Te prometo que jamás te haré daño.

    Para calmar a la joven Xena se puso a cantarle. La canción no tenía letra. Era una melodía quepertenecía a las aves canoras. La joven se acurrucó pegando el cuerpo a quien la cuidaba. Larendición se obtuvo no por la fuerza, sino por la compasión. Xena sintió que se le abría elcorazón mientras observaba cómo se movía el largo pelo rubio de Gabrielle en el agua. Examinóel cuerpo sin cicatrices. Retrataba una perfección engañosa. La inocente no era tan inocente.Gabrielle sabía lo que era ser capturada por tratantes de esclavos. Gabrielle, en el poco tiempoque se conocían, había visto derramamientos de sangre que ninguna jovencita debería conocer.Xena sintió las primeras punzadas de dolor por una vida que estaba cambiando bajo su

    protección. Eran cambios que Xena no podía impedir y que en algunos sentidos estabaprovocando. Xena consideraba sus actos como nada menos que un crimen consentido. Luchabacontra él intentando apartar a la joven. Y sin embargo, esta joven poseía una terquedad que nose doblegaba ante los bruscos argumentos de la guerrera. Gabrielle se mantenía firme,convencida de que su sitio estaba al lado de la guerrera en sus viajes. Xena advirtió que larespiración de Gabrielle se había hecho más lenta y fatigosa. La joven no podría soportar muchomás el frío de las aguas.

    Gabrielle dormía en brazos de Xena. Ésta notaba los temblores del frágil cuerpo de la joven.Había pasado mucho tiempo. En realidad Xena no recordaba cuándo había sido la última vezque sostuvo a alguien con tanto cariño con la sola intención de consolar, no de manipular, ni deconquistar sexualmente.

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    La guerrera sostuvo a la bardo mientras la luz iba muriendo y durante toda la noche. Xena sentíapalabras que no se atrevía a decirle a la joven. En lugar de palabras la guerrera depositó un besoen la frente de su paciente. Era un gesto privado. Ojalá sus labios pudieran transmitir su fuerza ala joven y devolverle la salud a Gabrielle.

    Al mediodía siguiente, la fiebre de Gabrielle cedió y los ojos de la joven se abrieron a la calidezdel sol. La guerrera se mostraba fría y estoica mientras se ocupaba de las tareas delcampamento. Gabrielle se dio cuenta más tarde de su desnudez. Tenía un vago recuerdo del ríoy de la canción de la guerrera. Por osada que pudiera ser la bardo, no comentó el tema de suscuidados con la guerrera. El cuerpo recuerda lo que la mente no se atreve. Gabrielle cerró losojos y recordó el fuerte abrazo y el tierno beso. En el fondo de su corazón, sabía que era cierto.La guerrera que ahora le daba de beber un caldo sin revelar el menor matiz de preocupación sehabía mostrado de otra manera la noche antes. Lo que había surgido entre ellas en el curso de laestación pasada era todavía demasiado nuevo para reconocerlo. Gabrielle sabía que hablarsupondría un riesgo demasiado grande. Ésta fue su primera lección de silencio.

    5: El día olvidadoComo tenían por costumbre, la joven y la guerrera estaban echadas la una frente a la otra con lafogata en medio. Xena observaba la espalda de Gabrielle. La oía llorar y veía cómo se agitabasu cuerpo con cada sollozo apagado. Xena no pudo seguir presenciando la tristeza de la jovensin manifestar su preocupación. La voz de la guerrera flotó suavemente por encima del fuego.

    —Gabrielle, ¿qué te pasa?

    Gabrielle se sintió expuesta. Tomó aliento, intentando controlar el torrente de lágrimas queamenazaba con destruir la poca serenidad que le quedaba.

    —Nada... es una tontería.

    La guerrera estaba decidida a resolver el misterio.

    —Cuéntame.

    —Xena, duérmete.

    —Me cuesta un poco con tanto llanto. Gabrielle, por favor, a lo mejor te puedo ayudar.

    —No puedes.

    —Déjame intentarlo. Has estado callada todo el día. ¿No te encuentras bien?

    —Estoy bien. —La vergüenza de la joven se estaba transformando en impaciencia.

    —¿Es que he hecho algo?

    —No.

    —¿Es que no he hecho algo?

    La joven no quería mentir a la guerrera, de modo que guardó silencio.

    —Es eso. ¿De qué se trata?

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    —Xena, no lo sabías.

    —¿Qué no sabía?

    Habría que insistir más para lograr una confesión.

    —Gabrielle, estoy perdiendo la paciencia.

    —Es mi cumpleaños.

    Xena miró a la tímida joven, tan alejada de su habitual locuacidad. Xena se imaginó lascelebraciones que había tenido Gabrielle en el pasado. De repente, la guerrera se sintió muyinsuficiente.

    —Echas de menos a tu hermana y tus padres.

    La voz de Gabrielle flotó con la brisa hacia un lugar lejano.

    —Mi madre me haría una tarta.

    Xena sabía que eso superaba sus capacidades. La guerrera se puso de pie.

    —Vamos.

    Obedeciendo la orden, Gabrielle se incorporó.

    —¿Dónde? ¿Ahora?

    —Sí, ahora. Sigue siendo tu cumpleaños, ¿no?

    —Sí, pero...

    —Nada de peros. Vamos.

    Xena sacó dos velas de su alforja y le dio una a Gabrielle. Luego se acercó al fuego y encendiósu propia vela. Vela en mano, fue hasta la joven y encendió la de Gabrielle.

    —Sígueme.

    Xena llevó a Gabrielle por un estrecho sendero en cuesta. Incluso con las velas no era fácil verpor dónde iban.

    —Xena, mi cumpleaños no es tan importante como para correr el riesgo de matarnos.

    La sonrisa de Xena pasó desapercibida a la joven.

    —Ya casi estamos.

    Gabrielle protestó sin ganas:

    —Siempre dices lo mismo.

    —¿No es cierto siempre? —la retó Xena.

    Reconoció la derrota:

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     —Sí, pero...

    Xena la interrumpió:—Por aquí. —La guerrera subió a una alta peña de un salto. Se volvió hacia la joven, se agachópara cogerle la mano y la subió hasta la roca plana—. Bueno, ¿qué te parece?

    Gabrielle miró a su alrededor. Estaban rodeadas de oscuridad. En lo alto y hasta el horizonte, elcielo relucía lleno de constelaciones. La joven se quedó anonadada. Dijo algo obvio:

    —Es distinto desde aquí arriba.

    Xena se mostró satisfecha.

    —Sí que lo es.

    Gabrielle se quedó callada. Xena esperaba que el motivo fuera positivo.

    —¿El paseo ha merecido la pena?

    —Sí. —En el tono de la joven había un matiz de tristeza.

    La guerrera sintió su propia decepción.

    —Ya sé que no es un regalo de verdad.

    Gabrielle protestó. Posó la mano en el brazo de la guerrera.

    —Xena, de ahora en adelante, cuando mire las estrellas recordaré esta noche. Recordaré que me

    apreciabas lo suficiente para traerme hasta aquí.

    Xena observó a su compañera. La joven era sincera. La guerrera no dejaba de asombrarse por elvalor que daba Gabrielle a las cosas más sencillas. Xena no le había dado a la joven nada másque un recuerdo agradable y sin embargo, para Gabrielle era tan preciado como una joyaimpagable.

    6: Presentación de la voz áspera

    —¡Eh, reina! —Un puño golpeó la puerta—. Despierta. —Más golpes. Gabrielle percibía elregocijo de su tono—. Aquí tienes la comida. —El guardia abrió un ventanuco situado en la

    parte inferior de la puerta de la cámara—. ¿Lo ves, reina? Cógelo antes de que lo huelan lasratas y se cuelen. No queremos ratas en tu celda, ¿verdad?

    Los ojos de Gabrielle se acostumbraron a la rendija de luz. Vio el plato de comida y empezó aacercarse a él. El guardia no tenía paciencia.

    —Vamos, reina. ¡Coge la comida o me la llevo!

    Gabrielle se agachó para coger el plato.

    —¡Bien! —El guardia cerró el ventanuco de golpe, dejando a Gabrielle de nuevo en laoscuridad.

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    Se apoyó en la pared. No sabía si merecía la pena comerse esa bazofia, pero tenía muchahambre y sabía que tenía que conservar las fuerzas. Usó los dedos para coger los trozos másgrandes del estofado. Con cautela, se puso la carne en la boca. Estaba salada.Sorprendentemente, no se le revolvió el estómago. Exploró el plato con la mano, buscando loque pensaba que era un trozo de pan. Lo encontró y partió un trozo. Estaba recién hecho. Comiórápidamente, devorando hasta la última gota de estofado. Se dejó caer despacio al suelo. Nosoltó el plato. Todavía no. Era algo sólido. Le aseguraba que iba a ver luz, aunque sólo fuese porun instante.

    7: El punto

    —¿Yo?

    —Sí, tú.

    —Pero no puedo.

    —Gabrielle, preferiría no ir sangrando por todas partes, y por muchas cosas que sepa hacer, nome alcanzo el omóplato.

    —¿No podemos buscar a un sanador?

    —¿Dónde? Estamos a un largo día a caballo del pueblo más cercano. Te he visto coser. No esnada difícil.

    —Xena, eso es para arreglar la ropa. Esto es distinto. Estamos hablando de tu carne.

    —¿Te crees que no lo sé? Vamos, Gabrielle. Confío en ti.

    Gabrielle introdujo la aguja por primera vez.

    Xena gritó de dolor. Gabrielle soltó la aguja y retrocedió.

    —Por los dioses, Xena, lo siento.

    Xena se echó a reír.

    —Era broma.

    —¿Qué?

    La miró por encima del hombro.

    —Era broma. Sólo quería que te relajaras.

    —Xena, no ha tenido gracia.

    Siguió sonriendo sin que Gabrielle la viera.

    —Sí, tienes razón. Perdona. Jo, debería tener más cuidado. ¿Todavía tienes la aguja?

    —No lo voy a hacer.

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    —Oh, ya lo creo que lo vas a hacer. Tienes que acostumbrarte a este tipo de cosas si quieresviajar conmigo.

    —Sí, y hacerte daño.

    —Gabrielle, por lo que más quieras. No me has hecho daño. Mira, te prometo que me quedoquieta. No diré ni una palabra.

    Xena respiró hondo para calmarse. La pobre joven estaba nerviosísima. Ya encontraría unamanera de pedirle disculpas por su falta de delicadeza.

    —¿Gabrielle?

    —Aquí estoy.

    —Coge la aguja. —Xena sintió un ligero tirón en la herida—. ¿La tienes en la mano?

    —Sí.—Bien. Ahora da un solo punto. Concéntrate en la herida y olvídate de que soy yo.

    Xena notó el punto. El trabajo de la bardo era delicado y suave. Tras el pinchazo de tres puntos,Xena notó otra sensación. Una gota y luego otra sobre su hombro. Levantó la vista hacia el cieloencapotado. Comentó en voz alta:

    —No me digas que está empezando a llover. ¿Y qué más?

    Entonces se dio cuenta de que no caía lluvia a su alrededor. La guerrera volvió la cabeza y miróa Gabrielle, concentrada en su tarea e incapaz de contener el torrente de lágrimas. Xena guardó

    silencio y volvió a posar la mirada en sus propias manos callosas. Las punzadas de otro puntotras otro siguieron adelante. Y entonces no sintió nada.

    Gabrielle dijo suavemente:

    —He terminado.

    Xena sintió alivio, más por la joven que por sí misma.

    —Haz un nudo en el hilo. Usa mi cuchillo para cortarlo.

    Gabrielle hizo lo que se le decía.

    —Te lo voy a vendar.

    Xena se volvió y cogió a Gabrielle de la mano. Gabrielle intentó ocultar la cara. Xena murmuró:

    —Gracias.

    —Qué blanda soy. Sé que tengo que mejorar para que me dejes seguir contigo.

    Xena protestó:

    —Oye. Yo nunca he... de aquí no te mueves.

    Gabrielle dijo abatida:

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     —Por ahora.

    —Gabrielle, mírame.

    La joven alzó los ojos hacia la guerrera.

    —No estaríamos viajando juntas si no quisiera que vinieras conmigo. ¿Me crees?

    La bardo asintió. Xena se levantó y cogió la cara de Gabrielle entre sus manos.

    —Bien. —La seriedad de la guerrera quedó suavizada por su sonrisa acogedora.

    8: Malcolm

    El ruido de la cerradura de la puerta al girar llamó la atención de Gabrielle. El guardia entró con

    una antorcha en la mano. Al igual que en todas las ocasiones anteriores, la luz de las llamas eracegadora. Se tapó los ojos con el brazo.

    —Lo siento, no tardaré. —Era el guardia más joven, Malcolm. Su voz era amable, con un matizde sincera preocupación.

    —¿Dónde está el otro guardia?

    —¿Ogden? Se está curando una herida de cuchillo. Tengo entendido que le dijo algo que nodebía a un hombre que no debía cuando estaba bebiendo en una taberna.

    —¿Tú te llamas Malcolm?

    —Sí. Me han dicho que eres una reina amazona.

    Gabrielle no contestó. No estaba de humor para aguantar burlas.

    —No pretendo faltarte al respeto, pero sería más fácil si supiera cómo te llamas. Ogdentampoco lo sabe.

    Gabrielle desconfiaba de los motivos del guardia. Pensó que si no dejaba de tener presente laamenaza de manipulación, podía permitirse correr un riesgo.

    —Gabrielle.

    —Gabrielle. Suena bien. Ga-bri-elle. Dime, ¿alguien te llama Gabby?

    Gabrielle se quedó pensativa.

    —Mi hermana Lila y un amigo mío, Joxer.

    Malcolm emprendió la tarea de inspeccionar la celda. Completó su labor metódicamente.

    —Yo tenía una hermana. Murió de la fiebre.

    —Lo siento.

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    —Fue hace tiempo. Ah, qué incordio era cuando éramos pequeños. Siempre quería estarconmigo. Era más pequeña que yo... ¿Tú eras la pequeña o la mayor?

    —La mayor.

    —Entonces ya sabes cómo son esas cosas.—Sí, lo recuerdo.

    Malcolm se acercó y se detuvo ante ella. Gabrielle lo miró desconcertada.

    —¿Qué pasa?

    —Tengo que pedirte que te muevas. Tengo que inspeccionar el catre.

    Gabrielle se levantó y fue al rincón del fondo. Observó mientras él quitaba las mantas y elcolchón. Comprobó el correaje y las juntas de la madera. Lo hacía con mucha atención.Devolvió con cuidado el catre al estado en que lo había encontrado.

    —Hala, ya he terminado.

    Gabrielle quiso darle las gracias, pero sabía que no había motivo. Se había asegurado de que ellano había hecho nada que pudiera indicar un intento de fuga. Malcolm regresó a la puerta yempezó a abrirla. Se detuvo y se volvió hacia la prisionera.

    —Gabrielle, tengo órdenes estrictas sobre lo que puedo o no puedo hacer por ti. Si pides algo yno he recibido una orden en un sentido u otro, estoy dispuesto a tener en cuenta tu petición.

    Sus palabras fueron recibidas en silencio. Se volvió para marcharse.

    —¿Malcolm?

    —¿Sí?

    —¿Ha salido el sol?

    —No, Gabrielle, es de noche.

    —Gracias.

    —De nada.

    Los ojos de Gabrielle se clavaron en la llama cuando ésta devoró la sombra que era Malcolm.Por sus mejillas empezaron a caer lágrimas silenciosas.

    9: Jugando

    La guerrera y la joven caminaban la una al lado de la otra. Xena llevaba las riendas de Argo enuna mano.

    —¿Jugar? —El tono de la guerrera era incrédulo.

    —Sí, jugar —contestó Gabrielle.

    —Yo no juego —afirmó Xena con su tono más tajante.

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     —¿Por qué no? —insistió la joven.

    —Los guerreros no juegan.

    La irritación de Gabrielle salió a la superficie.—¿Quién se ha inventado esa regla?

    —¿Podemos cambiar de tema? —Xena no estaba de humor para discusiones.

    La joven se mostró implacable.

    —No. ¿Por qué tienes que estar siempre tan seria? La única vez que te veo sonreír de verdad escuando estás en medio de un buen combate.

    —¡Eso es mentira! —Xena no estaba dispuesta a aceptar el retrato que hacía Gabrielle de ella.

    La joven se detuvo y se apoyó en su vara.—Está bien. Entonces, ¿cuándo sonríes?

    Xena se paró.

    —Sonrío siempre.

    —Menciona una sola vez que hayas sonreído la semana pasada.

    —Gabrielle. —La guerrera reemprendió la marcha.

    —No, en serio, Xena, di una vez —exclamó la joven mientras seguía a la guerrera.

    La guerrera sabía qué le daba alegría. Estar con la joven le provocaba una sonrisa constante,pero reconocía que esas sonrisas las mantenía lejos de la vista de Gabrielle. Su respuesta teníaque ser más neutra. Xena le dijo a Gabrielle por encima del hombro:

    —Cuando estuve pescando.

    —¿Pescando?

    —Sí, pescando. —El tono de Xena era malhumorado.

    Gabrielle suspiró.

    —Vale. Te creo.

    —¡Oh, gracias! —Xena se había hartado. Había llegado el momento de enzarzarse en una peleacon palabras.

    —Pescar es muy parecido a jugar —argumentó Gabrielle.

    La guerrera no daba crédito a la insistencia de la joven.

    —¿Cómo que es muy parecido a jugar? ¿Qué consideras tú que es jugar? ¿Tienes una definiciónexacta?

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     —¡Ni lo digas, guerrera!

    La guerrera se sintió libre de echarse a reír suavemente. Este momento era una prueba de laalegría que afectaba a su vida todos los días. Miró a su caballo.

    —Argo, ¿tú crees que algún día lo entenderá?

    Era de noche y las viajeras estaban sentadas la una frente a la otra. La hoguera ardía entre ellas.La expresión pensativa de Gabrielle llamó la atención de Xena.

    La tierna voz de la guerrera expresó la pregunta:

    —¿Qué te pasa, Gabrielle?

    La pregunta sacó bruscamente a Gabrielle de sus reflexiones. Miró a Xena y ladeó la cabeza,indecisa.

    —Pareces estar en otra parte.

    Gabrielle habló sin preocuparse de censurar sus palabras.

    —Estaba pensando en ti. Intentaba imaginarte de niña. Algún día espero que me cuentes... —La joven se quedó callada.

    —¿Que te cuente el qué?

    —Nada de especial. Debes de tener algunas historias que contar. ¿Historias felices?

    Una expresión de tristeza veló el rostro de Xena, pero entonces recuperó un recuerdo y sonrió,con esa sonrisa magnífica que tenía. La sonrisa que Gabrielle ansiaba ver más a menudo durantesus primeros años juntas. En ese momento, Gabrielle sospechó que Xena había regresado a otrolugar, a otro tiempo.

    —Siempre estábamos juntos Liceus y yo. Madre decía que desde el día en que nació fuimosinseparables. Cuando llegamos a una edad en que madre se fiaba lo suficiente para dejarnos anuestro aire, nos dedicamos a explorar el bosque. Yo lo pasaba en grande viendo cómo Liceusdescubría cosas nuevas. El nido de un pájaro que se había caído, distintas flores, la diversión deperseguir conejos, quedarnos sentados inmóviles, cosa que, te advierto, a él le resultaba casiimposible, para poder ver un ciervo. Le enseñé a subirse a los árboles y empezamos a aprendermaniobras con la espada usando ramas peladas. Llegó un día en que le pedimos a madre que nos

    dejara pasar la noche fuera. Madre consintió después de elegir un lugar para acampar no muylejos de la posada. Teníamos una tela de lona como tienda de campaña, comida que nos habíapreparado madre, pedernal para hacer fuego y nuestras cañas de pescar. Era una noche clara.Nos tumbamos en nuestros petates. Había luna llena. Era verano. La noche era cálida y soplabauna ligera brisa que se movía por las copas de los árboles. Los dos éramos muy pequeños, peronos teníamos el uno al otro. Cuando los ruidos nocturnos del búho o de los grillos o de saben losdioses qué animal que se movía empezaron a oírse a nuestro alrededor, noté que Liceus sepegaba más a mí. Yo era su hermana mayor y aunque yo misma empezaba a sentir miedo, sabíaque no podía dejar que él lo notara, por lo menos en ese momento. Al cabo de un rato, Liceus sequedó dormido y yo lo seguí. Por la mañana me despertó todo emocionado. Lo noté en sus ojos.Estaba orgullosísimo de sí mismo por haber conseguido pasar toda la noche fuera sin volvercorriendo a casa con madre. Y sé que se sentía agradecido por haberme tenido ahí con él. Nuncallegué a decirle que yo también tenía miedo y lo necesitaba tanto como él a mí.

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    La tristeza regresó y Gabrielle supo que Xena estaba llorando una vez más la muerte de suhermano. La joven se dio cuenta de que la mujer de Anfípolis nunca estaba perdida del todo.Xena cuidaba de ella todos los días como había cuidado de Liceus. No hacía falta decir mucho.En realidad, Gabrielle sabía que cualquiera que estuviera al cuidado de Xena sabía lo quesignificaba para la guerrera. No era posible que Liceus no hubiera comprendido el amor de suhermana.—¿Xena?

    La guerrera salió de su ensueño.

    —Sí.

    —¿Mañana podemos parar un poco para nadar? Me vendría bien un descanso.

    —Claro.

    Se hizo un silencio incómodo. Gabrielle sentía que su conversación había quedado sin terminar.

    También sentía que ya se había inmiscuido suficiente por un día y no quería seguir presionando.—¿Gabrielle?

    —Sí, Xena.

    —No, nada. —Xena se detuvo con atípica incertidumbre. Eso se notó también en lo último quedijo—: Deberías descansar un poco.

    —Dentro de nada. Quiero escribir un rato. —Gabrielle supo entonces que había algo sinexpresar en la vacilación de la guerrera. Sólo le cabía esperar que llegara un día en que Xenadejara de dudar y compartiera sus pensamientos con más libertad.

    A la mañana siguiente, en lugar de ir directamente a la orilla del lago que Gabrielle había vistoel día anterior, Xena le dijo a la joven que viajarían cuatro marcas más antes de detenerse. Habíaotro lago que la guerrera quería enseñarle. Xena le prometió a Gabrielle que acamparíantemprano y descansarían. Se desviaron del camino principal y subieron por un paso de montañabien disimulado.

    El lago no era muy grande. Estaba rodeado de abruptos acantilados. En el extremo orientalhabía una cala natural excavada en la roca. En el lado norte, desde lo alto del acantilado, unacascada alimentaba una pequeña poza que luego se vaciaba en el lago principal. Las dos sequedaron en silencio, la una al lado de la otra. Gabrielle cogió la mano de Xena. La joven sentíaque Xena le había hecho un regalo y quería darle las gracias.

    La guerrera habló primero, alzando la mano.

    —¿Ves esas burbujas de ahí, junto al sauce?

    Gabrielle asintió.

    —Debajo hay una fuente termal. El agua está siempre caliente y no es muy profunda.

    La joven murmuró:

    —Parece casi un crimen meterse en la poza.

    —Sería un crimen mayor no aceptar los pequeños placeres que nos da la vida.

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     —A veces llegan cuando menos te los esperas.

    Xena miró fijamente a la joven.

    —Sí, así es.

    El manantial mantenía la poza caliente, pero Gabrielle tenía ganas de nadar y pasó al lago. Susaguas eran frías, refrescantes. Gabrielle sabía que sólo tenía que regresar a la poza para entrar encalor. Xena no se unió a ella. Gabrielle salió a la superficie y se quedó flotando, mirando a sualrededor. Xena montaba reconfortante guardia a distancia. Gabrielle la saludó agitando lamano. Su recompensa fue la sonrisa de Xena. Gabrielle se sumergió para explorar el mundoazul y verde donde el movimiento parecía tenue y los sonidos apagados. Sus ojos se posaron enuna serie de piedras que reposaban en el fondo del lago. Gabrielle recogió la más brillante, nomás grande que una moneda ateniense, y regresó a la superficie. Buceó varias veces más hastaque consiguió dos piedras definitivas, una azul y otra verde. Ni zafiro ni esmeralda: eran las

     joyas de una chica pobre. Gabrielle nadó hasta Xena. Al llegar a la poza, sus pies tocaron fondo

    y fue andando hasta la guerrera. El calor que sentía Gabrielle tenía poco que ver con las aguasdel manantial.

    —Xena, dame la mano.

    Gabrielle observó mientras Xena calculaba si la joven se traía una travesura entre manos o no.Xena decidió correr el riesgo o simplemente darle un gusto a la joven que tenía delante. Laguerrera alargó la mano. En ella Gabrielle depositó las dos piedras.

    Xena las contempló pensativa. Con una sonrisa, preguntó:

    —¿Así que éste es tu tesoro?

    Como ocurría con tanta frecuencia en sus primeros tiempos, Gabrielle habló sin vacilar.

    —Hace ya tiempo que tengo mi tesoro. —Las palabras se colaron libremente en el momento.Gabrielle notó que se ruborizaba. Pero siguió adelante—. Ojalá pudiera darte un zafiro a juegocon el color de tus ojos.

    La mirada de Xena era firme.

    —Gabrielle, he tenido zafiros. Ninguno significaba nada para mí. Pero estas piedras me las voya quedar. Es decir, si puedo.

    Gabrielle asintió llena de timidez.

    —Gracias. —De nuevo se hizo el silencio, pero esta vez Gabrielle sintió que se producía trasalgo que había quedado completo, o al menos tan completo como podía quedar entre ellas.

    —Oye, ¿has visto peces ahí abajo? Ya es casi la hora de comer.

    —Había algunos bailando por ahí.

    —Bailando. Bueno, pues vamos a bailar con los peces. —Xena se levantó y colocó las piedrasencima de su camisa, que se estaba secando en la orilla. Volvió con Gabrielle y la cogió de lamano—. Sabes, Gabrielle, tú eres la que se merece tener joyas. —Los ojos de la guerrera

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    regresaron a las piedras—. Algún día encontraré una esmeralda que te haga justicia. —Xenavolvió a sumirse en un silencio pensativo. Gabrielle casi no se atrevía a interrumpir la quietud.

    —¿Xena?

    La expresión de la guerrera se aclaró.

    —Venga. Vamos a jugar.

    Y, efectivamente, jugaron. Gabrielle se dio cuenta aquel día de lo mucho que jugaban. Pocastareas se vivían como tareas pesadas. Xena inyectaba una sensación de aventura en muchos desus quehaceres cotidianos.

    10: Olores

    La cámara de la reina estaba limpia. Draxis quería hundir su mente y su espíritu a toda costa,

    pero no estaba dispuesto a poner en peligro su salud física. No, no habría enfermedades para lareina amazona. El suelo era de madera, las paredes de piedra y mortero en los cuatro lados, lapuerta de metal negro. Olía a almizcle. Gabrielle se agachó y se tumbó en el suelo. Sus manosse movieron despacio, palpando la fibra. Aspiró el olor de la madera. Era dulce.

    Y luego estaba la pequeña abertura de arriba. Sabía que Draxis estaba jugando con ella. El actode abrirla y cerrarla no coincidía con el paso del día y la noche. Draxis quería desorientarla,hacer que dudara de todo, romper los cimientos mismos de su vida, desmoronar su realidad.

    Aceptaba que mientras estuviera en esta cámara, jamás sabría cuántos días y noches habíapasado en cautividad. Se acordó de que Xena le había dicho lo fácil que podía ser dominar a unhombre, torturarlo sin orden ni concierto. Llega un momento en que el hombre siente auténtica

    gratitud hacia sus torturadores por la más mínima muestra de humanidad, un sorbo de agua, uncontacto que no cause dolor. Gabrielle se aferraba a ese conocimiento. Jamás se permitiría sentirgratitud por recibir comida, agua o luz.

    11: La putilla

    Gabrielle había terminado su historia. Los clientes de la taberna aplaudieron. Había doshombres sentados a una mesa cerca de Xena. Uno había bebido demasiado, el otro el doble queél. Las exclamaciones y comentarios de éste, un tipo grande y pendenciero, habían sido bastanteinocuos. Ahora, con otra jarra de hidromiel, su tono cambió.

    —Esa putilla no tiene mal aspecto, ¿no crees?

    El más pequeño miró a la bardo y dijo:

    —Ya lo creo.

    El grandullón anunció:

    —Cuando termine de contar historias, me la llevaré a la cama.

    Su amigo se echó a reír.

    —¡Ja! Eso dices tú.

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    —¿Y por qué no? ¿Quién se atrevería a impedírmelo?

    —Eric, a lo mejor no te desea.

    —Fíjate lo que me importa. No veo a ningún hombre con ella. Cualquier moza que se dedique aviajar sola está pidiendo compañía a gritos.

    Una nueva voz invadió la mesa.

    —Disculpadme, chicos. —Xena se inclinó hacia ellos con cuidado—. No he podido evitar oírvuestra conversación. Sólo quiero que tú —posó la mirada directamente en Eric, con laintención de penetrar su bruma alcohólica—, sepas que esa bardo de ahí —señaló a Gabrielle—,es amiga mía. La conozco bien y esta noche no va a querer compañía.

    —¿No? —preguntó Eric, atontado por la bebida.

    —No —afirmó Xena.

    —Vaya —respondió Eric, más para sí mismo que para los demás. Tras una pausa, dio laimpresión de despertarse. Y sintió una nueva acometida de beligerancia. Golpeó la mesa con elpuño. Sacudiendo la cabeza, declaró—: Pues yo digo que no. Será mía. —El hombre procedió alevantarse. Se encontró cara a cara con la guerrera.

    El tono de Xena era severo.

    —No te conviene hacer esto.

    Eric miró a Xena de arriba abajo. Sonrió lascivamente.

    —¿Tú conoces a esta bardo?

    —Sí, la conozco.

    Eric se echó a reír.

    —Dime, ¿eres bastante hombre para ella?

    No tendría que haber dicho eso. No iba a permitir que nadie, absolutamente nadie, sobrio oborracho, insinuara lo que acababa de decir él, de esa forma tan repugnante. Con el dorso de lamano, Xena le quitó al hombre la sonrisa de la cara. Atónito, retrocedió tambaleándose.

    —¡Zorra!

    Xena avanzó un paso.

    —Escucha, a mí puedes llamarme lo que quieras. Lo he oído todo. Pero ella —señaló de nuevoa Gabrielle—, ella es intocable.

    La respuesta de Eric fue poco afortunada.

    —¿Quieres decir que tu puta es sensible?

    Xena había estado intentando no excederse, no montar una escena demasiado llamativa quedesviara la atención de la actuación de la bardo. Cierto, lo había intentado, pero este hombre se

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    había pasado de la raya y sintió que no tenía elección. Tal vez no lo mataría, pero para cuandoacabara con él, habría uno o dos huesos rotos.

    —¿Xena? —La voz de la bardo confirmó que Xena no había logrado disimular su presencia.

    La guerrera habló sin apartar los ojos de Eric.

    —Sí, Gabrielle.—Me lo prometiste.

    —No he roto mi promesa. Eric y yo vamos a dar un paseíto para charlar sobre lo que es eldecoro apropiado al hablar de las señoras. ¿Verdad, Eric? —Dicho lo cual, agarró al borrachopor el pescuezo y lo obligó a salir por la puerta de detrás.

    Gabrielle los siguió hasta el umbral. Se detuvo a escuchar y se encogió al oír el impacto y elquejido resultante. Uno. Dos. Tres. El último fue el definitivo. La bardo retrocedió y esperó aque Xena regresara.

    —¿Ha aprendido la lección?

    —No sé yo. Era un poco lento de entendederas. Vamos, tienes historias que contar.

    Gabrielle, tumbada en el catre, sonrió al recordarlo. Cómo intentaba Xena protegerla en susprimeros años, como si hubiera una forma de salvarla de la crudeza de la vida.

    12: La borracha

    Xena se despertó con un sabor horrible en la boca seca. Había sido una fiesta amazona en toda

    regla y ella había participado lo suyo. La guerrera estaba echada en un camastro en la cabaña dela reina. No había ni rastro de Gabrielle. La guerrera se estiró. Oh, había bebido demasiadovino. Sus recuerdos eran difusos, una neblina densa y continua. Le vendría bien un poco de té.El sol brillaba con fuerza. Veía los rayos que atravesaban el interior en penumbra. Sí, el té levendría bien.

    Xena se encaminó a la cabaña del comedor comunal. Ephiny estaba fuera con Eponin. Las dosobservaban con gran interés a Xena mientras se acercaba. Ephiny habló primero:

    —Xena, antes de que entres.

    Xena se sentía impaciente.

    —Ephiny, ¿no puede esperar?

    Ephiny insistió.

    —Xena, ¿qué recuerdas de anoche?

    Fue el tono de la regente lo que preocupó a la guerrera.

    —No mucho, ¿por qué?

    Ephiny se volvió a su hermana amazona.

    —Eponin, ¿nos disculpas?

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     Aliviada, Eponin se marchó.

    Ephiny habló en voz baja.

    —Xena, no oí lo que os decíais, pero algo ocurrió entre Gabrielle y tú que dejó a mi reina muyafectada.

    Xena dijo con sinceridad:

    —No me acuerdo. —Y tras pensar un momento—: ¿Gabrielle está dentro?

    —Sí, y no ha hablado una palabra con nadie. No es propio de Gabrielle estar tan callada.

    Con una taza de té en la mano, Xena se detuvo ante Gabrielle.

    —¿Puedo sentarme contigo?

    Los ojos de Gabrielle tenían una expresión distante.

    —Sí. —El silencio que había entre ellas era incómodo. Gabrielle habló sin ganas—. ¿Qué talhas dormido?

    Xena agradeció un motivo para hablar.

    —Bien. ¿Tú te has levantado temprano?

    No hubo respuesta. La incomodidad de Xena fue en aumento. Decidió mostrarse directa con la joven.

    —Gabrielle, confieso que no recuerdo gran cosa de anoche. ¿Hice algo que no debía?

    Gabrielle respondió con tono apagado:

    —No hiciste nada.

    —Me emborraché —dijo Xena, afirmando lo evidente.

    —Igual que la mitad de la Nación Amazona.

    —No te gusta que beba.

    Intentando desviar la conversación, Gabrielle ofreció a Xena un poco de tolerancia.

    —Xena, tampoco es que te pases la vida bebiendo.

    Xena no se dejó distraer.

    —Pero...

    Gabrielle confesó:

    —Es difícil. Nunca sé si vas a ser la Xena dulce y tontorrona o la guerrera furiosa y brutal.

    —¿Cuál de ellas fui anoche?

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     Gabrielle dudó.

    —Las dos.

    Xena conocía muy bien a su amiga. El dolor de Gabrielle había salido a la superficie.

    —Te hice daño.—No me tocaste —argumentó Gabrielle.

    Xena habló con ternura.

    —Hay más de una manera de causar dolor. ¿Qué dije?

    El temple de la joven se despertó.

    —Dijiste que no era más que una niña.

    —Y...

    Gabrielle se sintió inmediatamente aplastada por una ola de decepción. Xena no lo comprendía.

    —Eso fue todo.

    Xena miró a la joven y dijo la verdad:

    —Gabrielle, eres joven.

    La muchacha se irguió con dignidad.

    —Soy una reina.

    —Una reina joven.

    La siguientes palabras de Gabrielle mostraron el filo de su rabia.

    —Ephiny me tiene más respeto.

    Xena se quedó desconcertada.

    —¿Te falté al respeto?

    La reina se sentía desalentada.

    —Olvídalo.

    Xena se preguntó si lo que le había dicho a la joven había sido en broma o con crueldad. Nocreía que la reacción de Gabrielle hubiera sido tan fuerte si lo hubiera dicho bromeando ohaciendo el tonto. Pero, si lo había dicho con crueldad, tenía que haber un contexto que lo

     justificara. A Xena le costaba aceptar que pudiera haber dicho nada para herir a su compañera.Había llegado a querer a la joven como a una amiga, como más que a una amiga, aunque nuncahablaría de esa emoción. Lamentaba haber bebido hasta el extremo de no recordarlo.

    Xena interrumpió el silencio.

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    —Gabrielle, ¿soy aceptada por la Nación Amazona?

    La confusión de Gabrielle era evidente.

    —¿A qué te refieres, Xena?

    —¿Soy parte de la Nación Amazona?

    —Siempre niegas ser una amazona.

    Xena insistió.

    —¿Tú me consideras amiga de las amazonas?

    —Sí, por supuesto.

    —¿Soy la campeona de la reina?

    —Siempre.

    Xena se levantó. Gabrielle sabía en el fondo de su corazón que, de las dos, Xena era la que teníaun aire más regio. La guerrera poseía una nobleza ganada a pulso. Gabrielle era la aprendiza deXena, su tutelada, y cada día Gabrielle aprendía de Xena una nueva lección en el arte de liderar.La guerrera se sacó la espada de la vaina y la sostuvo en horizontal sobre las dos manos. Elgesto fue muy elegante. El arma parecía flotar en el aire. La guerrera miró a la reina hasta quesus ojos se encontraron. Inclinó entonces la cabeza ligeramente al tiempo que se llevaba el armaa los labios, y besó la empuñadura. La guerrera, la maestra, la amiga que sujetaba la espada searrodilló ante la reina.

    Xena habló con voz clara, espléndida, fuerte y generosa.

    —Gabrielle, reina de las amazonas. Mi reina. Juro que mi espada protegerá a tu majestad detodo aquel que quiera haceros daño a ti y a tu nación. Si alguna vez traiciono este juramento, sialguna vez te hago daño, te permito que me quites la vida con esta espada. Sin tu fe en mí, mivida no tiene valor.

    Gabrielle se quedó atónita por el pronunciamiento. Que Xena se postrara públicamente ante ellahabía sido algo inimaginable hasta este mismo instante. No cabía duda de la sinceridad de Xena.Esto no era un acto para apaciguar a una joven enfurruñada. Esto era claramente unademostración de respeto y admiración. Tan herida como se había sentido Gabrielle la nocheanterior, tanto más se animó esta mañana. No sabía qué decir, pero sí sabía que como reina no

    podía librarse de la responsabilidad de responder, dado que tanta gente había detenido susquehaceres para ser testigo del profundo gesto de Xena.

    La reina alzó la mano y la puso en el hombro de su campeona. Cuando la joven habló, laprimera palabra transmitió la emoción de su corazón. El resto de su declaración pertenecía denuevo a la reina.

    —Xena, tu juramento me honra y te acepto como mi campeona. Estoy segura de que nunca medarás motivo para dudar de ti.

    Una vez más, Xena inclinó la cabeza ligeramente.

    —Mi reina.

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    Se puso en pie, envainó la espada, se dio la vuelta y se marchó sin decir nada más. Losmiembros de la tribu se apartaron, abriendo paso a la campeona de la reina. No había nadie,incluida Ephiny, que no se sintiera conmovida por lo que acababa de suceder. Era muysignificativo, tanto en el caso de la reina como de la guerrera.

    Xena sabía que había declarado su amor por la bardo, su bardo, de la única manera aceptableque conocía. Aunque Gabrielle fuera demasiado inocente para comprenderlo, estaba claro por laforma en que Ephiny tocó brevemente el brazo de Xena cuando la guerrera abandonó elcomedor que la regente reconocía la naturaleza y la profundidad del compromiso de Xena. Éstano lamentaba lo que había hecho. Sentía alivio.

    Ephiny acudió a Gabrielle ya más avanzado el día. La intención de la regente era vencer elsilencio de su reina. Pasearon por el prado del norte.

    —¿Me quieres contar qué te dijo Xena anoche?

    Gabrielle se sintió avergonzada.

    —No fue nada. Al pensarlo ahora me parece tan trivial comparado con lo que ha hecho Xenaesta mañana.

    —Cuéntamelo.

    —Le comenté lo felices que parecían Jesa y Tamara desde su unión. Xena dijo que era la luz deun amor joven. Yo dije que esperaba tener algún día esa clase de amor. Ella se rió de mí y dijoque no era más que una niña. Dijo que no podía saber lo que era el amor verdadero. Ephiny, nofueron sólo las palabras. Fue la dureza con que las dijo. Como si la hubiera herido y quisierahacerme sangre para vengarse.

    —Lo siento.

    —¿Cómo puede tener tan baja opinión de mí por la noche y entregarme su vida a la mañanasiguiente?

    La regente se daba perfecta cuenta de qué era lo que había motivado el ataque de la guerrera.Por desgracia, sabía que no le correspondía a ella explicarle la verdad a su reina. La esperanzade amar que tenía Gabrielle era una cruel herida para la guerrera que amaba a la joven reina,pero que jamás podría albergar la esperanza de ver su amor correspondido. Borracha, Xenadebió de sentir el amor con la acritud de la bilis y lo escupió con asco. A la luz de la mañana,con la mente despejada y un corazón devoto, no pudo hacer menos que ofrecer su vida comocompensación.

    —Xena se atravesaría con su propia espada antes que hacerte daño a propósito. —Ephiny hizouna pausa y cogió a Gabrielle del brazo—. Eso lo sabes, ¿verdad?

    Al mirar a Ephiny a los ojos, Gabrielle supo que era la verdad. Por segunda vez en el día, ellugar que ocupaba Xena en su vida se veía confirmado.

    —Lo sé. —Lo que Gabrielle no sabía era cómo había ocurrido. Algo había cambiado entre lasdos. Lo que había sido sutil y nebuloso ahora era tangible, con peso propio, aunque igualmenteinexpresivo.

    La reina y su campeona no iban a volver a verse a solas hasta esa noche. Durante el resto del díahubo una especie de timidez entre ellas. Gabrielle entró en la cabaña de la reina. Xena estaba

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    sentada en su camastro afilando la espada. La reina soltó un suspiro y luego se sentó al lado dela guerrera.

    —¿Xena?

    Sin perder el ritmo, contestó:

    —Sí.

    —¿Me prometes una cosa? —Gabrielle se detuvo sin saber cómo expresar su petición. Xenadejó de trabajar y volcó toda su atención en la joven. La incomodidad de Gabrielle siempre eramotivo de preocupación para la guerrera.

    La voz de Gabrielle traicionó su vulnerabilidad.

    —Prométeme que nunca...

    Xena intentó ayudarla.—¿Que nunca qué, Gabrielle?

    —Ya sé que cuando estoy ahí fuera soy la reina y que tú debes tratarme como a una reina...

    —Es lo que quieres, ¿no?

    —Sí. —Gabrielle se esforzó por encontrar las palabras—. Xena, por mucho que necesite turespeto ahí fuera, aquí dentro te necesito más como amiga. Por favor, prométeme que nunca serétu reina en la intimidad de nuestro...

    Gabrielle no pudo decir la última palabra, "hogar". Xena conocía la palabra, la palabra nopronunciada, y percibió el peligro que entrañaba.

    —Todo lo que te he dicho esta mañana, lo he dicho en serio. Me enorgullece dejar que todo elmundo me vea y me oiga entregarte mi espada.

    —Eres mi amiga.

    —Siempre.

    Buscando seguridad, Gabrielle preguntó:

    —Y ser mi campeona no lo cambiará.

    —Todavía no lo ha hecho. Jamás lo hará. —Xena dejó a un lado la espada y la piedra de afilar.Se agachó sobre una rodilla ante la joven—. Gabrielle, escúchame. Eres joven. Eso no es unacrítica. Es la verdad. Me tienes a mí. —La guerrera hizo una pausa para calmar susemociones—. Y tienes a Ephiny para darte consejo y protección. No hay nada malo en ello.Crecerás y aprenderás y con el paso de las estaciones nos necesitarás cada vez menos hasta quetu sabiduría sea lo bastante grande para ayudarte en los momentos más difíciles. No tengas prisapor crecer. Todo tiene su momento y su lugar. Date tiempo y perdóname si alguna vez digo ohago algo que te disminuye. Posees una sabiduría impropia de tus años. Tu compasión hace queme sienta humilde. Seré tu amiga hasta cuando quieras y me sentiré privilegiada y agradecidapor ello.

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    La prisionera sintió un escalofrío. Pasarían años antes de que Xena y ella volvieran a recordaraquel día comprendiendo claramente lo que había ocurrido entre ellas. Gabrielle tenía quereconocer que había sido joven y, sin embargo, hasta el día de hoy se preguntaba lo distinta quepodría haber sido su vida si Xena o ella hubieran confesado su amor a la otra en los primerostiempos de su amistad. Al mirar atrás, Gabrielle era también muy consciente de que si Xena sela hubiera llevado a la cama en aquella época, posiblemente ella nunca habría crecido hastaadquirir su propia luz.

    13: Voces

    Ciega en la oscuridad, sorda en el silencio.

    —Entono un canto —dijo débilmente. ¿Ese sonido era suyo o era su imaginación? Gabriellelevantó la mano y en el curso del movimiento, cerró el puño. Fue el puño el que cayó sobre elcatre. Oyó y sintió el impacto. Draxis no podía privarla de todos sus sentidos. El pan más

    anodino tenía sabor. La cámara tenía su propio olor. Podía sentir calor y frío físicos por igual.Oía el sonido de sus movimientos y a veces los sonidos de la vida al otro lado de la piedra y elmortero. Era de noche cuando los sonidos ya no ascendían hasta la cámara ni obtenía consuelode la luz del sol, pero tampoco de la luna y las estrellas.

    Hubo un fuerte golpe en la puerta de la cámara. Gabrielle saltó del catre. Agachó el cuerpo,alerta, tensa. Esperó. Entonces oyó la risa.

    —Hijo de bacante.

    —Pues presta atención, imbécil, o te estampo contra otra pared. Eres un soldado penoso. Ven.Te invito a una copa para consolar tu ego herido.

    Los dos salieron arrastrando los pies. Se fueron. El silencio regresó. Gabrielle se preguntó quéera la vida cuando una se sentía agradecida por los ruidos de sus carceleros.

    14: Madre e hija

    Habían regresado a Anfípolis para visitar a la madre de Xena. Cirene tenía unos cuantoshuéspedes en la posada, de modo que ofreció a sus hijas habitaciones separadas. Gabrielle miróa Xena con la esperanza de que dijera algo para poder pasar toda la noche juntas, pero no lohizo.

    A Gabrielle le resultaba extraño dormir fuera del alcance de Xena y no poder verla al levantar lamirada. Gabrielle se despertó en medio de la noche y buscó a la guerrera. Tardó unos segundosen darse cuenta de dónde estaba y por qué Xena no estaba con ella. Gabrielle fue abajo conintención de ponerse un vaso de leche. En realidad, no quería estar sola, sentirse tan sola. Sedetuvo ante la puerta cerrada de Xena. Quería entrar, estar con su amiga, pero no sabía cómoexplicarlo.

    Gabrielle oyó voces en la cocina. Cirene estaba sentada a una mesa, centrada en la figura alta einquieta de su hija.

    —Hija, ¿has tenido una pesadilla?

    —No, madre. Ahora las tengo con menos frecuencia.

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    Gabrielle se dio cuenta de que Cirene guardaba silencio con la esperanza de que Xena le dijeraalgo por su propia voluntad.

    —¿Cuánto tiempo vas a estar de morros?

    —No estoy de morros.

    —Cuéntame. —En la voz de Cirene se oía la compasión de una madre.

    Gabrielle supo ahora de dónde salía esa palabra que le decía Xena tan a menudo cuandointentaba hacer hablar a la bardo. Era la palabra de Cirene. Una puerta que una madre abre a unahija y una amiga a otra.

    —No creo que lo entiendas.

    —Dame la oportunidad de intentarlo.

    Gabrielle también sentía curiosidad y esperaba que Xena pudiera expresarse. Gabrielle sabíaque no debía estar escuchando, pero no se movió de su escondrijo.

    —Echo de menos...

    —¿Echas de menos?

    —A Gabrielle.

    Gabrielle se quedó sin aliento. Cirene sostuvo tiernamente a su hija con los ojos. Xena continuó.

    —Ojalá no nos hubieras dado habitaciones separadas.

    —¿No podrías haberme dicho que no?

    —¿Cómo podría haberlo explicado?

    —¿Es que hay algo que explicar?

    —Sí, que a la feroz Princesa Guerrera no le gusta dormir sola.

    La bardo no pudo evitar sonreír al oír la descripción que hacía Xena de sí misma.

    —¿No te gusta?

    —No, no me gusta. Estoy tan acostumbrada a oír la respiración de Gabrielle. Ahora quecolocamos los petates el uno al lado del otro, a veces me despierto y me la encuentro abrazada amí.

    Gabrielle se sonrojó. Su cercanía física con Xena no era algo que le apeteciera compartir.

    —¿Os abrazáis?

    Xena explicó:

    —Gabrielle me abraza. Yo no la aparto. Me he acostumbrado a ella. Se llega a pasar fríoviviendo en el camino.

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    —Así que dejas que se te pegue para mantener el calor. Muy práctico. Si te preocupa el calor,esta noche no deberías tener problema, la posada está bien caliente.

    Cirene lo estaba pasando en grande jugando con su hija. Gabrielle supo entonces que Xenasiempre sería hija de su madre. La gran guerrera no podía competir con la mujer que la habíavisto dar sus primeros pasos.

    —No me refiero a ese tipo de calor. Como he dicho, estoy acostumbrada a oírla respirar. Sientoel calor de tener a otro ser humano, de tener a Gabrielle conmigo. Me siento sola sin ella.Cirene habló con falsa seriedad.

    —Vaya, bueno es saberlo.

    —¿Qué tiene de bueno para mí? —Xena estaba, efectivamente, de morros.

    Su madre sonrió ampliamente.

    —Pues que ahora sé que no debo daros nunca habitaciones separadas.La dignidad de Xena se encontraba al borde de un precipicio.

    —¡Te estás riendo de mí!

    —No, hija. Me da gusto ver esta faceta tuya. Me alegro de que me hayas dicho la verdad. Talvez ahora puedas decírselo a Gabrielle.

    La guerrera respondió con tono grave y tajante:

    —No.

    Cirene no pudo evitar desafiarla.

    —¿Pero por qué no?

    La voz de Xena cambió, suplicando comprensión.

    —¿Por qué Gabrielle no debería tener lo mejor? No voy a quitarle la poca comodidad que leofrece el camino.

    —Así que aguantarás pasar las noches en blanco —inquirió Cirene.

    —Sí. —Xena se mostró decidida.

    Gabrielle había oído suficiente. Subió y entró en la habitación de Xena, acomodándose en sucama. Las sábanas olían a la guerrera. Era un olor agradable y familiar y Gabrielle supo que esotambién era parte de lo que echaba de menos. Su inquietud se debía a todo lo que no lo era, no alo que sí lo era. No tardó en quedarse dormida.

    Gabrielle notó la manta que pasaba por encima de ella. Se movió. Oyó la voz de Xena.

    —Tranquila, Gabrielle. Vuelve a dormirte.

    Habló medio dormida:

    —Te echaba de menos. ¿Te molesta si me quedo?

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     Gabrielle notó que Xena se metía en la cama a su lado y la abrazaba.

    —Claro que te puedes quedar. Le diré a madre que ya no necesitamos la otra habitación.

    —Gracias.

    —De nada, bardo mía.

    Gabrielle recordaba que esa noche fue la última que cogieron habitaciones separadas. Lorecordaba porque no sólo había averiguado que Xena había empezado a considerarla parte de suvida, sino también porque fue la primera vez que Xena dijo las palabras "bardo mía".

    15: Risa

    Gabrielle no podía parar. Cada vez que miraba a Xena, le daba un ataque de risa. La guerrera

    aguantó su mejor sonrisa y meneó la cabeza sin dar crédito.—Basta, Gabrielle.

    —No puedo.

    —Se buena. Dale una oportunidad. —Los ojos de la guerrera se posaron en el campesino,reconociendo su sinceridad—. A lo mejor sólo está entrando en calor. —Su mirada volvió a labardo—. Estás siendo cruel.

    —¡Cruel! Oh, no, yo no. ¿Pero lo has oído? Es él quien está siendo cruel. ¡Está asesinando esacanción! Por lo menos, creo que es una canción. ¡Está claro que esta gente necesita nuestra

    ayuda!

    Xena echó un vistazo por la taberna. Paseó la mirada por los rostros de los clientes, carentes deexpresión, petrificados por el mismo asombro.

    —¿Es que no se da cuenta?

    Gabrielle tomó aliento a bocanadas cortas, intentando serenarse.

    —No lo creo, porque habría parado. —Por alguna razón, a Gabrielle la velada le hacíamuchísima gracia y se regodeaba en la absurda actuación del campesino—. Espera, espera,escucha —exclamó Gabrielle. Se quedaron esperando mientras él intentaba alcanzar las notas

    más altas. Se le quebró la voz como si fuera arcilla cocida al sol al lado de una orilla seca—.Xena, cierto que yo canto de pena, pero al menos lo sé.

    Xena reconoció por fin:

    —Es horrible, ¿verdad?

    —Tal vez deberías mostrarte misericordiosa y acabar con nuestro sufrimiento. Bastaría unrápido golpe de chakram.

    Xena fulminó a la bardo con la mirada. Gabrielle protestó:

    —Oh, no me mires así. Sólo era una broma. —La guerrera sacudió la cabeza—. ¿Qué? —preguntó Gabrielle.

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     Soltó un suspiro de alivio.

    —Se acabó. La canción ha terminado.

    —Por los dioses.

    A Gabrielle le entró la sospecha de que Xena se había fijado en el brillo malicioso que habíaaparecido en sus ojos, porque la guerrera se puso muy seria.—¿Gabrielle?

    Gabrielle se puso a aplaudir.

    —Bis. Otra. Otra.

    —¡Basta!

    La bardo lo estaba pasando en grande.—¿Qué?

    —Si no lo dejas, cantará otra y los aldeanos intentarán pegarte por animarlo. No nos convieneuna pelea en un bar.

    —Sólo intento mostrarme caritativa. El pobre hombre...

    —Al Tártaro con ese hombre. Sube ahí y cuenta una historia.

    —¿No habíamos quedado en que esta noche íbamos a dejar que se encargara otra persona del

    entretenimiento?

    —Eso era suponiendo que en esta aldea hubiera alguien con talento.

    —¿Por qué yo? Tú cantas mejor que ninguna mujer que he oído en mi vida.

    —Canto para mí misma.

    —Justo. O él o tú. Sálvanos a todos y canta para ti misma, guerrera.

    Xena bajó la cabeza.

    —Oh, no.

    —¡Oh, sí! —Exclamó Gabrielle con regocijo—. Otra canción. —Bajó la voz con falsaseriedad—: Es un poeta lamentable, ¿no? Hasta la letra da pena.

    La bardo observó a la guerrera con malvado deleite. La lucha de Xena por conservar lapaciencia era monumental. Gabrielle había visto a su compañera pegar a otras personas conmenos motivo. La bardo siguió riéndose lo más bajito posible.

    —¡Se acabó! —Xena se levantó de la silla y señaló al campesino.

    —¡Xena, no lo mates!

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    Xena le clavó una mirada aviesa. Gabrielle se rió aún más. La bardo observó mientras laguerrera iba hasta el escenario improvisado de la taberna y tiraba del campesino para llevárseloa un lado y susurrarle al oído. Los clientes miraban con curiosidad, por no decir aprensión. ¿Ibaa haber una ejecución por el sacrilegio contra una musa? Gabrielle no pudo por menos deimaginarse el tipo de amenaza que Xena le estaba planteando al patético hombrecillo. Laimagen hizo que se le saltaran las lágrimas de risa. Ante su sorpresa, Xena no sólo se quedó enel escenario, sino que se situó en el centro. Su presencia física por sí sola llamó la atención detodo el mundo.

    —Me gustaría cantar una canción y Delvin ha tenido la amabilidad de cederme el escenario.

    Delvin estaba a un lado del escenario. Ruborizándose, saludó a Xena inclinándose un poco,agradeciéndole la cortesía y tal vez también que le hubiera perdonado la vida.

    Esto, pensó Gabrielle, era un acontecimiento sin igual. Costaba mucho convencer a Xena paraque le cantara en la intimidad de un bosque, y mucho más en público.

    La canción de Xena era una que Gabrielle nunca había oído hasta ahora. Era una canción deanhelo, la canción de una mujer en busca de la luz de su alma, tras haberla perdido. Su almaresidía en lo que temía que fuera una oscuridad impenetrable. Era la canción de una mujer queencontraba la luz en los brazos de una joven anónima, una joven de corazón sincero queaceptaba compartir su vida con la mujer perdida. Juntas creaban un hogar. Al final de lacanción, el anhelo de la mujer se había calmado, aunque sólo fuera porque su sitio estaba con la

     joven, pertenecía a la joven. Sin que ella lo supiera, la luz que había estado buscando era elamor. Un amor que entregar. Un amor que recibir.

    La voz de Xena resonaba por la taberna y contaba con la atención de todos. La sala estabainmóvil salvo por las olas creadas por su canto. Los que estaban dentro de la sala no temían a laPrincesa Guerrera ni se inclinaban ante la presencia de una artista. Estas personas no eran los

    pretenciosos, los sofisticados, los entendidos. Eran esforzados campesinos y comerciantes quevivían día a día. Xena se había apoderado de su corazón. Oían en la canción a la Xena queGabrielle había llegado a adorar. Era un regalo único el que les estaba dando Xena. Gabriellesabía que el regalo era para ella. Los demás eran beneficiarios sin importancia.

    Las lágrimas de risa de Gabrielle se transformaron en lágrimas de amor. Cómo amaba Gabriellea Xena. Se habían intercambiado palabras de amor en los años que llevaban juntas. Un amorcasto, de una profundidad y una amplitud inconmensurables. Gabrielle por su parte guardabaotro amor que en esa época permanecía callado. Era la pasión de Gabrielle lo que Xena tocabade una forma tiernísima. Cada vez que se conmovía por su amor no correspondido, el dolor quele causaba era agudo, agridulce. Gabrielle amaba a Xena y estaba convencida de que nuncatendría, nunca podría tener a la guerrera. Las lágrimas de Gabrielle, aunque eran pocas,

    siguieron cayendo.

    La canción de Xena terminó. El silencio resultante fue total. Gabrielle no oyó nada más. Sentíauna opresión en el pecho. La bardo se fijó en la entrada lateral de la taberna y se marchó.Gabrielle necesitaba desesperadamente recuperar el equilibrio. Gabrielle necesitaba regresar conXena como amiga, sin más expectativas. Necesitaba distanciarse de Xena para encontrar elcamino de vuelta a la guerrera. Gabrielle se apoyó en un poste del porche, capturando laestabilidad de éste para sustituir a su propio desequilibrio.

    —Gabrielle, ¿estás bien?

    La bardo notó a Xena detrás de ella. No confiaba en su capacidad para hablar. Asintió con lacabeza. Oyó que la guerrera avanzaba un paso. Soltándose del poste, ella hizo lo mismo.

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    Necesitaba la distancia. ¿Comprendía Xena que la bardo se acercaba peligrosamente al borde deuna confesión?

    Xena guardó silencio, pero no pudo aguantarlo mucho tiempo.

    —No pretendía hacerte llorar.

    Gabrielle oyó el remordimiento en la voz de Xena. Gabrielle sabía que hacerle daño era uno delos mayores temores de Xena. Empeñada en cuidar de ella, la guerrera avanzó otro paso. Estavez Gabrielle dejó que Xena cubriera la distancia. La bardo se estremeció al sentir que la manode Xena se posaba delicadamente en su hombro.Gabrielle miró hacia arriba. Hacía una noche despejada, sin luna. Las estrellas eran incontables.

    —Xena, qué noche tan bonita. Cuántas estrellas hay hoy.

    —Sí que las hay. —Xena sabía que Gabrielle necesitaba hablar a su modo.

    —Creo que las estrellas están siempre ahí. Sólo que la luz del sol no deja que se vean sus lucesmás pequeñas.

    —Creo que tienes razón —dijo la guerrera para animar a la bardo a continuar, cosa que hizo.

    —Poder ver la luz de las estrellas es importante. Es como esas partes de nosotros mismos queocultamos a los demás, pero que tienen su oportunidad de brillar cuando nuestra parte másvisible se queda a un lado.

    Xena se acercó y se puso al lado de Gabrielle. Dijo con tono compungido:

    —¿Como cuando una guerrera canta una canción?

    —A veces desearía poder ver esas pequeñas luces más a menudo.

    —Lo sé. —Xena tiró de Gabrielle para acercarla y le dio un beso en la cabeza.

    16: El enfrentamiento

    Gabrielle oyó exclamar a Malcolm:

    —No, Ogden, no puedes hacer eso.

    La voz áspera gritó a su vez:

    —Chico, quítate de en medio.

    Los dos se estaban acercando.

    —Draxis lo ha prohibido.

    —¡Y qué! —Gabrielle reconoció la forma imprecisa de hablar del guardia más viejo. Habíaestado bebiendo—. Draxis no es un dios. No puede decirme lo que puedo o no puedo tener.

    —Ogden, Draxis nos matará a los dos. Le prometió a la regente amazona que la reina no sufriríadaño alguno.

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    —¿Y Draxis cómo lo va a saber, chico? Nadie lo sabrá, salvo tú y yo. Chico, las mujeres sólosirven para una cosa.

    —No lo dices en serio. Sé que no lo dices en serio.

    —Tú no sabes nada.

    —Estás borracho. Espera a que se te pase y luego dime lo que querrías hacer.

    —¡Vete al Tártaro!

    —Ogden, como des un paso más, te mato.

    Gabrielle oyó el ruido de una espada al ser desenvainada.

    —¿Me matas? —El guardia se echó a reír con descaro—. No podrías ni de cerca.

    —Tal vez no, pero te mancharás las manos con mi sangre.Todo se quedó en silencio.

    Ogden rompió el cuadro.

    —¿Valoras más a esa puta que a mí?

    —No, valoro más mi vida que la tuya.

    —Cachorro egoísta.

    —Sí, viejo, eso es lo que soy.

    —La quieres para ti, ¿a que sí?

    —Lo que tú digas.

    —Pues digo que tengo sed.

    —Sé dónde podemos conseguir hidromiel.

    —¿No me digas, chico? ¿Y qué hacemos aquí? Llévame hasta él.

    —Por aquí, viejo.

    Odgen se echó a reír de nuevo, pero esta vez la amenaza había desaparecido.

    —Como me llames viejo otra vez, tendré que darte una dolorosa lección, cachorro.

    —Siempre estoy dispuesto a aprender.

    A continuación se oyó el ruido que hacían al marcharse. Gabrielle estaba de pie junto a la puertade la cámara. Su cuerpo se había dejado llevar hasta la puerta en el curso de la conversaciónentre los dos hombres. Soltó un suspiro para librarse de la tensión.

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    Habría luchado con Ogden hasta la muerte. Con otro barril de hidromiel y sin Malcolm, tal veztendría que hacerlo en el futuro. Cuántas vueltas había dado su vida. Cuántas batallas habíalibrado. La amenaza de Ogden tenía poca importancia comparada con sus peores miedos.

    17: Pena

    Habían pasado dos ciclos lunares desde su odisea en Ilusia. Xena dejaba el campamento con elpretexto de explorar el perímetro. Gabrielle había notado que Xena tardaba más de loacostumbrado. Esta noche decidió salir en busca de su compañera ausente. Gabrielle encontró aXena de pie, muy pensativa, con los ojos clavados en el horizonte. Gabrielle se alejó sin que laoyera.

    Las desapariciones de Xena se convirtieron en una costumbre constante. A veces Gabriellebuscaba a Xena, debatiéndose entre su deseo de estar con ella y su respeto a su intimidad.Gabrielle mantenía la distancia, como observadora solitaria. Ella mejor que nadie sabía lodestrozada que estaba Xena por la pérdida de Solan. Dado su propio papel en la tragedia,

    Gabrielle sentía que no tenía derecho a expresar su preocupación. También dudaba de que Xenaquisiera tenerla a su lado en esos momentos de soledad. En el fondo de su corazón Gabrielletemía que Xena necesitara distanciarse de ella, que su compañía le resultara más dolorosa de loque Xena estaba dispuesta a reconocer.

    Pasó otro ciclo lunar. Las desapariciones de Xena eran cada vez más difíciles de soportar paraGabrielle. La culpabilidad por el asesinato de Solan a manos de Esperanza iba en aumento,después de conocer un breve alivio tras el propio perdón de Solan. En una noche fría de cielodespejado y luna casi llena, Gabrielle acudió a Xena. Se quedó a unos pasos de la guerrera,esperando a que advirtiera su presencia, pero Xena no le hizo ningún gesto. ¿Era confianza,indiferencia o desprecio? Gabrielle no lograba calibrar el talante de Xena con ninguna certeza.La guerrera tenía la cara pálida. Su postura parecía frágil. Por los dioses, Gabrielle sabía que se

    estaba portando de una forma egoísta. Fue hasta la mujer que tenía delante y le cogió la mano.Gabrielle miró a Xena y luego siguió su mirada fija hasta el horizonte. Xena había estadoclavada en la puesta de sol. La muerte del día llegaba con una promesa de luz y vida, aunquesólo fuese por un número establecido de marcas, por la mañana.

    Tal y como había sido su costumbre en otro tiempo, Gabrielle se descubrió pegando su cuerpo ala guerrera. Xena aguantó el peso sin moverse. Pegadas la una a la otra en silencio, el tiempofue pasando. Por fin, Xena miró a la bardo como si Gabrielle fuese una aparición que ahora veíapor primera vez. Sin decir palabra, Xena llevó a Gabrielle de vuelta al campamento. Sólo alllegar, soltó Xena la mano de la bardo.

    Al día siguiente se encontraban en otro sitio, montando un nuevo campamento. Durante la

    comida, Xena se fue quedando callada. Gabrielle respetó la separación de la guerrera, segura deque Xena iba a hacer lo de siempre. Xena se levantó y examinó los alrededores con la mirada.Sus ojos terminaron la breve inspección posándose en la bardo. Xena le ofreció la mano.Gabrielle cogió la mano de la guerrera. La sonrisa que le dirigió Xena era triste. En silencio,Xena llevó a Gabrielle hasta un claro donde contemplaron la puesta del sol, una hoguera decolores brillantes extinguida poco a poco por la oscuridad de la noche.

    Gabrielle se volvió hacia Xena. Había derramado lágrimas en el silencio que compartían. Laspalabras de la bardo surgieron sin pensar. Salieron directas del corazón.

    —Lo siento.

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     —Eres más feliz cuando escribes.

    Gabrielle sabía que la afirmación de Xena no se sostenía.

    —No, eso no es cierto. Escribir no lo es todo para mí.

    La bardo se acercó a la guerrera. ¿Por qué les resultaba tan difícil?

    La incomodidad de Xena fue en aumento. Tenía que distraer a la bardo.

    —Madre tiene intención de hacerte una tarta.

    —¿Por qué, si no es mi cumpleaños? Xena, ¿por qué hoy?

    Xena sonrió.

    —Hoy hace tres años.—Por los dioses, te has acordado.

    —¿Cómo podría olvidarlo?

    La bardo se puso de puntillas y le dio un beso a Xena en la mejilla.

    —Gracias.

    Xena se sintió tímida.

    —De nada.

    Gabrielle sentía un optimismo arrollador.

    —¿Y ahora qué?

    —¿A qué te refieres?

    —Hoy, mañana. ¿Qué es lo siguiente?

    Contrariamente a las expectativas de Gabrielle, la respuesta de Xena fue sombría.

    —No lo sé. Sí sé que has cambiado mi vida y que no quiero perderte... perder tu amistad.

    Ésta fue una de las raras ocasiones en que Gabrielle se quedó sin habla.

    —Xena.

    La guerrera sintió el impulso de hacer la pregunta que reflejaba todos sus miedos.

    —Gabrielle, ¿eres feliz?

    La bardo no se esperaba esta conversación.

    —¿Feliz? Cuando estamos tú y yo solas y no nos estamos enfrentando al mundo, sí, soy feliz.

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    Xena sabía que había recibido sólo una respuesta a medias.

    —¿Y cuando nos enfrentamos al mundo?

    Gabrielle habló con convicción.

    —Me enorgullezco de estar a tu lado.

    Así y todo, Xena sentía que no había obtenido una respuesta completa.

    —¿No lamentas nada?

    —Xena, todos lamentamos cosas. Yo acepto mi vida. Estoy convencida de que la estoyviviendo como tenía que vivirla.

    La guerrera sonrió levemente.

    —Has crecido.Gabrielle copió la sonrisa de Xena.

    —Después de tres años, espero que te hayas dado cuenta.

    —Me he dado cuenta.

    Fue ahora Gabrielle quien hizo la pregunta.

    —¿Y tú? ¿Lamentas algo?

    A Xena le dolió el corazón. La joven inocente se había convertido en una joven fuerte, bella ymadura. Había veces en que echaba de menos a la inocente. Y sin embargo, celebraba elcrecimiento de Gabrielle.

    —Algunas cosas. Ha habido cosas que desearía que no te hubieran ocurrido.

    —Me han convertido en la persona que soy. He aprendido del dolor tanto como de la alegría denuestra vida.

    —Te quiero, Gabrielle. —Las palabras sin censura salieron directas del corazón de Xena. Noera la primera vez, pero distaba mucho de ser algo diario. Para Xena, expresaban mucho másque la amistad. Se sintió desnuda por la confesión. Tenía que suavizarla—. Eres mi mejor

    amiga.

    Gabrielle volvió a pensar: ¿Por qué nos resulta tan difícil? No tenía respuesta.

    —Yo también te quiero. —Ahora le tocaba a ella aliviar la tensión—. Me vendría bien tomar unté y desayunar. ¿Vienes conmigo?

    —Siempre.

    19: Las habitaciones

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    Sus vidas continuaron. Por fin se confesaron el amor que sentían la una por la otra y su relaciónse fue haciendo cada vez más íntima, cada vez más rica. No dejaban de aprender. Había tantosmisterios que explorar. Los mayores se encontraban dentro de sí mismas, dentro de cada una.

    La taberna rebosaba de actividad. La gente comía y bebía en abundancia. Gabrielle se acercó ala guerrera, que estaba hablando con dos hombres sobre la pesca de la zona. Puso una mano enel brazo de Xena. Ésta se volvió hacia su compañera.

    —¿Va todo bien?

    —Voy a subir a nuestras habitaciones. Ha sido un día muy largo.

    —¿Quieres que vaya contigo?

    —No, quédate. Lo estás pasando bien. Buenas noches. —Gabrielle estaba claramente cansada.

    Xena se quedó mirando a la bardo mientras se alejaba. Algo la impulsó a decirle:

    —Subo dentro de poco.Pasaron varias marcas hasta que Xena entró en su habitación. Gabrielle estaba dormida en lacama, ocupando el centro mismo. Xena conocía el razonamiento de Gabrielle, aunque nunca lohabía confirmado preguntándoselo. Mejor no llamar la atención sobre lo que podía ser un actoinconsciente. Xena sabía que nunca podía meterse en una cama, a un lado u otro, sin queGabrielle notara su presencia. En el momento en que la bardo percibía a su compañera, sucuerpo se pegaba a la guerrera, por muy dormida que estuviera. Xena se desnudó sin hacer ruidoy se unió a ella.

    Como siempre, la bardo se movió.

    —¿Xena?

    —Aquí estoy.

    Se hizo el silencio en la habitación.

    —¿Gabrielle?

    —Sí.

    —Gracias por dejarme pasar un rato con los otros.

    —Yo no puedo serlo todo para ti. Pasar un tiempo separadas puede ser bueno.

    —Tal vez. Pero no demasiado tiempo.

    Xena acarició el pelo de la bardo. Gabrielle abrazó a la guerrera. Xena sintió una oleada deinseguridad.

    —Podrías olvidarte de que me quieres.

    —No, eso no podría olvidarlo nunca.

    —¿Quieres que pasemos un tiempo separadas?

  • 8/18/2019 La Cámara - Mayt

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    Al oír esto Gabrielle levantó la cabeza. Necesitaba ver los ojos de Xena. No había el menorasomo de humor. La guerrera hablaba en serio.

    —No, ¿por qué lo preguntas?

    —No sé.

    —Sí que lo sabes.

    —Has demostrado que puedes ser feliz sin mí.

    —Tal vez sí, pero eso no significa que quiera. —Gabrielle necesitaba aligerar la conversación.Posó la mano sobre la de su amante—. ¿No es más importante saber que aunque podría estarbien sin ti, elijo estar contigo?

    Xena guardó silencio.

    —Por los dioses, guerrera, a veces me sacas de quicio. Después de todo lo que hemos pasado juntas, todavía hay que convencerte. Te quiero con todo mi corazón y toda mi alma. Meperteneces y jamás renunciaré a ti. Tienes el poder de dejarme, pero no tienes el poder deapartarme de ti.

    —Basta ya.

    —¿Estás segura? Puedo seguir hasta el amanecer si es lo que hace falta para convencerte.

    Ahora el humor hizo acto de presencia en la voz de la guerrera.

    —Hay otras formas de convencerme.

    Gabrielle se acercó más, con los labios a un centímetro de los de Xena.

    —¿Te sirve un beso?

    —Es un buen comienzo.

    20: Joyas

    No mucho tiempo después, Xena se acercó a Gabrielle y le puso un paño en la mano.

    —¿Qué es esto?

    Xena se quedó callada. Los ojos de Gabrielle pasaron de la guerrera al paño. Un cordel cerrabael pequeño paquete.

    —¿Xena?

    Xena cogió la otra mano de Gabrielle y la puso encima del paquete. Como sabía que no iba aobtener más explicación, Gabrielle desató el cordel. Al abrir el paño, descubrió una pulsera deplata finamente trabajada. Llevab