01 mi señora de mayt

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La Conquistadora es una mujer que gobierna con una mente aguda y una espada afilada. Su justicia no es "fácil de ver" tampoco es "cruel". Una joven esclava entra en su casa y se gana poco a poco su consideración. Una relación se desarrolla entre las dos mujeres cuando el reino de la Conquistadora es desafiado por fuerzas internas y extranjeras. Sus, a veces, inesperados términos de compromiso, tanto explícitas e implícitas, marcan lo que se convierte en un vínculo frágil y enigmático.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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MI SEÑORA

de Mayt

Título original: My Lord.

Copyright de la traducción: Atalía (c) 2009

Descargo: Xena, la Princesa Guerrera, Gabrielle, Argo y todos los demás

personajes que han aparecido en la serie de televisión Xena, la Princesa Guerrera,

así como los nombres, títulos y el trasfondo son propiedad exclusiva de

MCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir sus

derechos de autor con este fanfic. Todos los demás personajes, la idea para el

relato y el relato mismo son propiedad exclusiva de la autora. Este relato no se

puede vender ni usar para obtener beneficio económico alguno. Sólo se pueden

hacer copias de este relato para uso particular y deben incluir todas las

renuncias y avisos de derechos de autor.

Agradecimientos: Mi gratitud a Cath por sus detalladas correcciones y

comentarios. Mi gran agradecimiento también a Tana por sus profundos

comentarios sobre el género de la Conquistadora, además de por los ánimos que

me ha dado fielmente.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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La sala del banquete estaba llena de miembros de la corte. Una cosecha

abundante los había unido a todos en celebración. La comida y la bebida corrían

generosamente a medida que avanzaba la velada. Era una noche libre de temas

políticos, aunque la intriga política siempre estaba presente en la corriente

subterránea de pensamientos y emociones humanos de la corte. Todo ocurría

bajo la mirada atenta de la Conquistadora, Xena de Anfípolis. La Conquistadora

estaba sentada en el centro de la mesa principal, vestida con una camisa blanca

bordada y pantalones negros de cuero. Era una alta belleza de largo pelo negro,

intensos ojos azules y una brillante sonrisa que tenía la capacidad de encantar y

desarmar al mismo tiempo. A su derecha se sentaba Jared, su leal general de la

Guardia Real. Era un hombre guapo, casi una generación mayor que la

Conquistadora. Era unos cuantos dedos más alto que la Conquistadora y llevaba

el pelo corto. Los mechones de canas que tenía en las sienes y le poblaban la

barba bien recortada le daban un aspecto distinguido. Tenía los ojos de un

profundo tono castaño. Ofrecían más calidez de la que sería de esperar de un

guerrero veterano. A la izquierda de la Conquistadora se sentaba Paulos, general

al mando del Cuarto Ejército, una mente militar de menos confianza pero igual

capacidad. Paulos era un hombre desaseado cuya risa tendía a ser demasiado

estentórea. Le recordaba a la Conquistadora a los guerreros nórdicos que había

conocido cuando recorría el lejano septentrión.

Paulos daba golpecitos distraídos en su copa de vino.

—Majestad, veo que has adornado el palacio de nueva belleza.

La Conquistadora se volvió hacia su general y luego siguió la dirección de su

mirada hasta que sus ojos se posaron en la persona a la que se refería.

Efectivamente, la nueva esclava poseía una delicada belleza. La Conquistadora

calculó que la chica mediría poco menos de dieciséis palmos de la cabeza a los

pies y que tendría unos diecinueve o veinte veranos de edad. La Conquistadora

se sonrió por dentro por las medidas ecuestres, prueba de que se sentía más

cómoda con sus caballos que con las personas. Volviendo a concentrar su

atención en la esclava, admiró el largo pelo rubio de la chica, que enmarcaba su

tez suave y ligeramente bronceada. La esclava tenía el aire de alguien nuevo en

palacio. Sus movimientos eran torpes, indecisos. Estaba aprendiendo a servir.

Eso era evidente. La postura de la esclava era la de un espíritu detenido, por no

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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decir derrotado. Le temblaban las manos al servir el vino. La Conquistadora se

esforzaba por inculcar un saludable nivel de temor. Era necesario para controlar

el reino. Sin embargo, se sentía turbada por la impresión general causada por

esta esclava. Tomó nota mental para hablar de ello con Targon, su

administrador.

Respondió a su general con amabilidad.

—Me alegro de que sepas apreciar la estética de palacio.

Paulos se echó a reír.

—Confieso que me fijo poco en la obra de tus artesanos. Mi aprecio se limita a la

carne y los huesos que hay en palacio. Una chica como ésa podría reconfortar a

un hombre durante una noche fría como promete ser la de hoy.

—Te proporcionaré todas las mantas que desees, general. En cuanto a mis

esclavas, las normas no han cambiado.

—Te visito siempre con la esperanza de que algún día hagas una excepción.

—Puede que la excepción te diera a ti placer, pero no puedo decir lo mismo sobre

la esclava que eligieras. Eres un canalla atractivo. Creo que podrías seducir a

una moza cualquiera sin dificultad. Y si no es así, siempre tienes dinero en la

bolsa para pagar un precio justo por los servicios prestados.

—¿Pero quién quiere a una moza cuando puede conseguir una joya?

—Las joyas se convierten en mozas o algo peor si les quito mi protección. No lo

voy a hacer.

—Y por tanto, regreso al sur decepcionado una vez más.

—La justicia del reino es superior a cualquier hombre.

—Cierto, Majestad. Pero no es superior a una mujer concreta.

—Porque me corresponde a mí administrar la justicia hasta que alguien me

arrebate ese derecho.

—Me inclino humildemente ante ti. Has traído la paz y la prosperidad a Grecia.

He luchado a tu lado y jamás me he sentido decepcionado.

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—Ándate con ojo, Paulos. La adulación me asquea.

—Eso es sólo porque digo la verdad.

La Conquistadora sonrió.

—Así me gusta. Ahora cuéntame más cosas sobre el estado de las provincias del

sur.

La Conquistadora se había retirado temprano del banquete. Aunque la fiesta era

un acontecimiento mucho más agradable que la mayoría de sus asuntos de

estado, su deseo de distraerse de una forma distinta, más productiva, la llevó a

otra parte. Buscando libertad de movimientos, se puso una camisa y unos

pantalones menos formales. Espada en mano, Xena dedicó dos marcas a realizar

una serie de ejercicios pensados para agudizar su concentración y mantener su

destreza. Eran su espada y su mente estratégica las que le habían valido el reino.

Conservar el reino requería que ninguna de las dos perdiera su fuerza.

Xena se secó el sudor de la cara y el cuello. Se sentía mejor gracias al ejercicio.

Había comido poco en el banquete y ahora descubrió que tenía hambre. Por un

pasillo oculto que iba de su dormitorio a las escaleras, se dirigió a las cocinas.

Allí vio a la misma esclava que le había llamado la atención en el banquete, muy

afanada fregando el suelo.

La esclava sujetaba el cepillo con las dos manos y lo movía hacia delante y hacia

atrás. El movimiento hacia delante se detuvo cuando vio dos pies enfundados en

botas negras ante ella. Levantó la mirada y vio a la Conquistadora. Claramente

sobresaltada, la esclava se puso en pie.

Bajó los ojos.

—Mi señora, ¿en qué te puedo servir?

Xena observó a la chica.

—He bajado a comer algo. Me basta con un poco de pan y queso.

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—Sí, mi señora —asintió la chica. Al intentar dar un paso, le entró vértigo. Se

llevó la mano a la cabeza.

Xena la observaba. Sin que la esclava se diera cuenta, Xena alargó la mano, para

sujetarla.

—Oye.

La chica cayó hacia Xena. Ésta avanzó, cogió a la chica entre sus brazos y la

colocó con cuidado en el suelo. Le sorprendió lo ligera que era la esclava.

Tumbada boca arriba, la esclava agarró a Xena de la mano. Su mirada atrapó y

sostuvo la de la Conquistadora.

—Lo siento.

Xena examinó el cuerpo de la chica. Insatisfecha, le sacó a la chica la camisa de

la falda. Xena pasó la mano por la piel fría, palpando huesos y músculos. Tras

alcanzar un cubo de agua, la Conquistadora lo lanzó contra una pared. Se hizo

pedazos y el ruido se fundió con la voz de la Conquistadora, que llamaba a su

cocinera jefa.

La cocinera llegó muy apurada, seguida de cerca por dos guardias reales.

—¡Makia! ¿Desde cuándo el reino mata de hambre a sus esclavos?

La cocinera se retorció las manos atemorizada.

—Majestad, la chica es nueva entre nosotros. Llegó así.

—¿Y has decidido poner remedio obligándola a fregar suelos en plena noche?

—Como castigo por servir mal a tu Majestad.

—¿Cómo es eso?

—Te oí comentar que le temblaban las manos al servir.

—Si quisiera castigar a mis esclavos, lo diría. ¿Dónde duerme?

—En la sala común con los demás, Majestad.

Xena volvió a mirar a la chica. Cogió a la chica en brazos, acunándola. Tras

tomar una decisión, salió con ella de la cocina rumbo a la enfermería.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¡Sígueme!

Makia fue detrás, intentando no pensar en el precio que se le iba a exigir por

provocar la ira de la Conquistadora.

Al llegar a la enfermería, la Conquistadora abrió la puerta de una patada.

—¡Dalius! ¡Ven aquí ahora mismo! —Colocó a la chica con cuidado en un catre.

El anciano sanador luchaba por despejarse la cabeza del sueño al entrar. Su

ayudante se retiró a un rincón de la estancia, buscando lo que no era más que

una sensación precaria de seguridad.

La Conquistadora ordenó:

—¡Ocúpate de ella! —Luego se volvió hacia Makia, aún furiosa—. ¿Pensabas que

matarla a trabajar sería de mi agrado?

—No, Majestad. No era ésa mi intención.

—Makia, te conozco. No has hecho esto por lo que dije. ¿En qué estabas

pensando?

—Es una alborotadora. Estaba contando historias, distrayendo a los demás

esclavos.

La Conquistadora miró a la inocente sin dar crédito.

—¿Historias de disensión?

Makia no quería ver muerta a la chica, por lo que dijo la verdad.

—No, Majestad. Simples historias de aventuras.

—Debe de ser buena para haber apartado al personal de su trabajo.

—No me entiendes, Majestad. La chica trabajaba mientras contaba las historias,

lo mismo que los que la escuchaban.

—¿Por qué el castigo, entonces?

—No pidió permiso.

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La Conquistadora se quedó pensativa.

—Ya. ¿Debería tratarte yo a ti como tú la has tratado a ella?

—¿Majestad?

—No creo que la chica se diera cuenta de que tenía que pedir permiso. La has

castigado sin piedad.

Makia cayó de rodillas.

—Perdóname, Majestad.

La Conquistadora contempló a la cocinera. No estaba acostumbrada a ver a

Makia de rodillas ante ella. La imagen la incomodaba. La cocinera era una

favorita suya desde hacía mucho tiempo, una de las primeras beneficiarias del

escudo de la Conquistadora. La buena fortuna de Makia se debía en parte a que

se parecía por edad y aspecto a la madre de la Conquistadora.

La Conquistadora se agachó a la altura de Makia y habló en voz baja.

—La chica no me parece una persona dispuesta a minar intencionadamente tu

autoridad. Ojalá pudiera decir lo mismo de ti. Me has servido bien durante

muchos años. Ésta es la primera vez que me decepcionas. Asegúrate de que sea

la última o lo haré yo.

—Sí, Majestad. Gracias.

La Conquistadora se incorporó. Le dijo al sanador:

—Quiero un informe diario. —Volvió a mirar a Makia y ofreció la mano a la mujer

ya mayor para ayudarla a levantarse—. ¿Cómo se llama la chica?

Aliviada al verse objeto de la cortesía de la Conquistadora, Makia se levantó.

—Gabrielle, Majestad.

Targon era un hombre de estatura moderada y pelo castaño claro. La piel le

colgaba reacia de los huesos como para desafiar al destino que le había tocado

de estar unida a un cuerpo frágil. Targon tenía una mente muy aguda para la

organización y una ligera vena de cobardía que lo convertía en el candidato ideal

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para dirigir los asuntos más tediosos del gobierno. Xena lo consideraba un hábil

administrador para el palacio. Mientras que otros se tomaban su papel como un

medio para conseguir fondos adicionales a través del favoritismo, él no tardó en

comprender que una bolsa llena le iba a servir de muy poco en el Tártaro, donde

la Conquistadora había enviado a anteriores administradores que no se habían

tomado en serio su prohibición con respecto a la corrupción.

—...y quiero un informe completo sobre esta nueva esclava. ¿De dónde viene?

¿Qué sabe hacer? Lo de siempre.

—Gabrielle, Majestad.

—Sí.

—¿Algo más, Majestad?

—No... Sí. Targon, quiero un repaso de la orientación que reciben los esclavos

sobre las leyes del reino. Asegúrate de que conocen lo que tienen que ganar así

como lo que tienen que perder.

—Así se hará. Con tu permiso...

La Conquistadora despidió a Targon con un gesto de la mano. Se levantó y salió

al balcón en busca de la brisa fresca sobre la piel. El aire era más fácil de

respirar fuera del palacio que dentro de sus muros. Su reino incluía todas las

tierras que abarcaba la vista y más. Aunque ella era la soberana, reconocía

cuatro partes constituyentes del mismo. La primera y la más importante era su

ejército, dirigido por la Guardia Real de elite. La segunda, que pocos imaginaban,

eran sus criados y esclavos. Necesitaba su lealtad. A menudo se enteraban de las

disensiones antes que sus espías. Su deseo de recibir un buen trato y estabilidad

era la clave de su estrategia doméstica. La tercera parte constituyente eran los

miembros de su corte. Había acabado por reconocer que su corte era la mayor

amenaza interna para el reino. Su cercanía le parecía problemática, pero era un

problema que sólo podía controlar, no resolver. Y por último, estaba la gente de

la tierra: los granjeros, obreros, artesanos, comerciantes y, con gran desdén por

su parte, los sacerdotes y sacerdotisas. Hasta cierto punto, todos la temían. Lo

que esperaba era que algún día ese temor cruzara las fronteras del reino y

llegara a Roma y Persia. Sólo entonces conocería la paz. No podría descansar

hasta que llegara ese día.

Entró Jared.

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—Señora.

Xena siguió dando la espalda al general.

—¿Qué noticias traes?

—César marcha hacia las fronteras del norte.

La Conquistadora se volvió despacio.

—¿Sí? Jared, ¿tú qué opinas?

—Intimidación. Sería un necio planteando un desafío cuando sólo falta una luna

para el invierno.

—Eso sería lo lógico. César no es un necio, pero sí es arrogante. Quiero que el

Quinto Ejército se movilice para proteger las ciudades portuarias del oeste. César

podría hacerse a la mar en lugar de avanzar por las montañas, contando con que

Grecia sea demasiado lenta para mantenerse a la altura de sus barcos.

—No conoce a Grecia.

—Tienes razón, Jared. Sólo cree conocer a Grecia.

—Señora, ¿puedo hablar con libertad?

—Ten cuidado, Jared. Hace días que no mato a nadie. Puede que me divierta

contigo.

—Mi vida es tuya. No me queda nada que perder.

—¿De qué se trata, general?

—El señor Castan se ha estado reuniendo en privado con los señores Gaugan,

Stasis y Vacaou. Comentan que últimamente no te muestras tan feroz en la corte

como antes. Ven el cambio como una señal de debilidad.

—He matado a hombres que se dedicaban a este tipo de especulaciones.

—Sí, señora.

—Basta, Jared. —Xena se puso detrás de su mesa—. ¡Maldito sea el Tártaro! Era

más fácil cuando luchábamos contra Cortese y esos penosos señores de la guerra

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que vagaban por el campo. Eran crudos y honrados con sus engaños. No

intentaban ocultar el hecho de que no podía fiarme de ellos. Ahora me ocupo de

asuntos diplomáticos e intrigas clandestinas y casi no consigo digerir el

desayuno del asco que me dan. —Se sentó y colocó una pierna en la mesa—.

Castan está al mando. Me sorprende que no sea Vacaou.

—Tal vez lo sea.

—No está mal no llamar la atención, sobre todo si estás poniendo a prueba la

fuerza de tu posición. Que piensen que son hábiles para la traición. Que ellos

mismos sean la causa de su propia ruina.

—No tardarán.

—Depende de César. Los buenos nobles esperarán a que Grecia esté distraída.

—¿Podrían estar con Roma?

—Lo dudo. Odian a los latinos casi tanto como yo. Nos mantendremos al margen

y veremos hasta qué punto son codiciosos. —Xena dejó caer la pierna y se

inclinó sobre la mesa—. Jared, creo que puede ser necesario que Grecia llame a

filas al veinte por ciento de la milicia de cada señor para proteger al reino de esta

nueva agresión romana.

—Sí. Estoy de acuerdo.

—Elige tú mismo a los hombres: leales, valientes, hábiles, en ese orden. Podemos

formar a los que no hayan aprendido a ser soldados de Grecia. Haz que escriban

las órdenes para mañana por la mañana.

—Como ordenes. ¿Algo más, señora?

—No. Te veré esta noche.

El general fue a la puerta. Xena lo llamó. Se volvió hacia ella.

—Buen trabajo.

—Gracias, señora.

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El sol que le calentaba la cara desapareció. Abrió los ojos y vio a la

Conquistadora.

—¿Cómo te encuentras?

Gabrielle se incorporó. Habló con tono apagado:

—Mejor, mi señora.

—Dalius me dice que lo único que necesitabas era alimento y descanso.

—Para mi cuerpo sí, mi señora.

Xena captó la precisión.

—¿Qué más necesitas?

A Gabrielle le falló el valor. Bajó la mirada.

—No me miras. ¿Debo tomarme tu comportamiento como una señal de falta de

respeto, miedo, u otra cosa?

Gabrielle controló su inseguridad y volvió a mirar a la monarca.

—La libertad, mi señora. Necesito la libertad.

—¿Ha hablado Targon contigo?

—Sí.

—¿Y comprendes que puedes ganarte la libertad?

—Sí.

—Sólo pido que restituyas tu deuda.

—Si hubieras prohibido la esclavitud, nunca me habrían capturado.

—¿Desde cuándo eres esclava?

—Cinco años.

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—Poseo Grecia desde hace tres años. Me hago responsable de lo que he hecho y

por ello conoceré el Tártaro, pero no acepto la responsabilidad de aquello que te

hicieron a ti o a otros las personas que me precedieron.

—Puedes detenerlo.

—A menos que se empuje con la espada, el cambio se produce despacio. Si libero

a todos los esclavos de Grecia, los nobles se rebelarán. Grecia no caerá ante sus

enemigos. Se hundirá por dentro. No voy a permitir que eso ocurra.

—Pues no permitas que haya más esclavos nuevos.

—Los ciudadanos del reino no pueden ser hechos esclavos.

—Me refiero a todos los esclavos.

—¿Y afectar al comercio? ¿Convertirnos en un refugio para todos los extranjeros?

Los aliados de Grecia no lo aprobarían.

Gabrielle guardó silencio.

—Hay razones. Siempre las hay. Lo que debes aprender es no sólo cuáles son

esas razones, sino también qué hay detrás de ellas. Es fácil decir “libera a los

esclavos”. Hacerlo no es tan fácil. —Xena quiso darle a la chica algo de

esperanza—. Dentro de tres años, si me sirves bien, tendrás la libertad. Durante

esos tres años, recibirás buenos alimentos, ropa y alojamiento. Cuando termine

tu trabajo, recibirás una suma de dinero para iniciar una vida lejos del reino, si

así lo deseas.

—¿Por qué no querría marcharme?

—Pregunta a Targon, a Makia y a todos los que llevan conmigo más tiempo del

obligado. Yo no puedo hablar por ellos.

—¿Por qué me cuentas esto?

Xena se quedó pensativa.

—Hablo con cada nuevo esclavo que sirve en mi casa. Tienes que elegir.

Contrariamente a lo que creen otros, tu calidad de vida aquí dependerá más de

quién seas tú que de quién soy yo.

—Entonces, ¿no debería temerte?

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—Sólo si me agravias. Si lo haces, tendrás todos los motivos para temerme. Pero

entonces será demasiado tarde, porque estarás muerta. ¿Me he expresado con

claridad?

—Sí.

La Conquistadora miró a la esclava con más intensidad.

Gabrielle sintió una desazón creciente. Perdió el frágil valor.

—Mi señora.

—Muy bien.

La Conquistadora respondió a la llamada a su puerta:

—Adelante.

Gabrielle esperó a que el guardia le abriera la puerta. Llevó la bandeja del

desayuno hasta la mesa. Makia le había dado instrucciones detalladas sobre

cómo colocar los platos. Descargó el pan, el queso, la fruta y el té mientras la

Conquistadora seguía trabajando en su mesa.

—¿Mi señora?

La Conquistadora volcó toda su atención en la chica.

—¿Sí?

—Gracias.

—Por qué.

—Por comprarme para ser tu esclava.

La Conquistadora se recostó.

—Yo no te elegí. Targon se ocupa de la administración doméstica. De todas

formas, “gracias” es lo último que me esperaba que me dijeras.

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—Los demás esclavos y criados hablan bien de ti. Me han dicho que debería

estar agradecida de que seas un ama honorable.

La Conquistadora se puso en pie.

—No dejes que otros piensen por ti. Debes confiar en tu propio criterio.

—Lo he hecho, mi señora.

—¿Estás segura de que sabes lo suficiente para juzgarme?

Gabrielle titubeó ante la idea.

—No es que te juzgue.

—Por supuesto que querías juzgarme. Si no, no habrías hablado con el personal

doméstico.

—No pretendía ofenderte.

—No estoy ofendida. Sólo un idiota pasaría por la vida sin criterio sobre el lugar

que le corresponde en ella, y tú no me pareces idiota.

El orgullo de Gabrielle no le permitió responder al equívoco cumplido.

La Conquistadora reflexionó sobre la opinión que le merecía la esclava.

Efectivamente, Gabrielle no era idiota. La Conquistadora sospechaba que dentro

de la envoltura de la chica había una mente inteligente. Si era la hábil narradora

que Makia le había descrito, Gabrielle era capaz de utilizar las palabras. Ser

capaz de utilizar las palabras era ser capaz de tejer conscientemente ideas,

observaciones y sentimientos para crear un conjunto coherente. Mientras que la

Conquistadora utilizaba las palabras para dirigir, para negociar y para

manipular, un narrador utiliza las palabras para crear una ficción que se hace

tan real para el que escucha como el aire que respira, igual de invisible, pero

vital.

—No juzgues demasiado deprisa. Vivo en muchos mundos. —La Conquistadora

abarcó la habitación con un gesto de la mano—. Fuera de este refugio verías un

aspecto distinto de mí.

Gabrielle bajó la vista.

Xena se rindió a la curiosidad.

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—Dime qué estás pensando.

Gabrielle levantó la mirada. Xena no conseguía descifrar lo que había tras los

dulces ojos verdes de la chica.

—¿Por qué te empeñas en negar tu bondad?

—Vivimos tiempos peligrosos. El horror del mundo puede volver a llamar a mi

puerta bien pronto. Debes estar preparada cuando eso ocurra, o la mera visión

de lo que vendrá te aplastará. Si eso ocurre, no podrás hacer nada por ti misma

y, desde luego, no podrás hacer nada por mí.

—¿Tan terribles son tus enemigos?

—Sí. Y yo soy más terrible que todos ellos juntos. —A Xena no le gustaba nada el

giro de la conversación—. ¿Tienes algo más que desees decirme?

—No, mi señora.

—Pues retírate.

—Sí, mi señora. —Gabrielle se inclinó y fue a la puerta. Al llegar, miró atrás. La

Conquistadora había vuelto a su mesa. Gabrielle se sintió triste. De repente, su

pena era más por la Conquistadora que por sí misma.

—¡Liceus! —Xena se despertó de la pesadilla totalmente empapada en sudor. Se

apartó el pelo con las manos al salir de la cama y se quitó la camisa de dormir.

Se puso una túnica negra y siguió el pasillo oculto al fondo de su dormitorio

hasta unas estrechas escaleras que subían hasta una torre. Descubrió que no

estaba sola. Gabrielle estaba apoyada en el parapeto de piedra contemplando el

cielo.

—Hace una bonita noche.

Asustada por la inesperada interrupción, Gabrielle se volvió de golpe. Al

reconocer a la Conquistadora, su miedo se apaciguó.

—Lo siento. Me voy.

Xena alargó la mano.

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—No he dicho que te retires.

Gabrielle controló el movimiento e intentó hacer lo mismo con su corazón

desbocado. Bajó los ojos.

—¿Estabas haciendo algo malo? Me enorgullezco de conocer las leyes de Grecia y

no recuerdo ninguna que prohíba mirar las estrellas.

—No, mi señora.

—Relájate, muchacha. —Xena ladeó la cabeza, sonriendo un poco—. Bueno,

¿qué te trae hasta aquí arriba?

Gabrielle vio la sonrisa de Xena y soltó un flojo suspiro. Regresó al parapeto y

contempló la noche.

—Es bonito... el cielo... y hace fresco. Abajo el ambiente puede ponerse muy

cargado... y aquí hay silencio. Puedo pensar.

—¿Y en qué piensas?

—En mi vida... mis historias.

—Makia me comentó que contabas historias. Tal vez algún día me cuentes una a

mí.

—Si así lo deseas, mi señora.

—¿Por eso cuentas historias, porque te lo ordenan?

—No, mi señora. Me vienen. Son parte de mí. Debe de haber una razón para que

existan.

—¿Qué razón crees que es ésa?

—Las historias pueden enseñar y entretener... aunque sean tristes.

—Eso es cierto. Me interesa más saber cómo te sientes tú al contar historias.

—¿Cómo me siento, mi señora?

—Porque sientes, ¿no?

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—A veces intento no hacerlo.

—¿Como ahora mismo?

—No, mi señora.

—¿Cuándo, entonces?

La chica se dio la vuelta. La parte de Xena que era la Conquistadora optó por no

tomarse aquello como una afrenta. Se puso al lado de Gabrielle, atenta a la

expresión de la chica, visible a la luz de la media luna.

—Una esclava pierde todos sus derechos, incluido el derecho a su cuerpo.

La Conquistadora sintió una acometida de rabia, aunque su voz conservó la

calma.

—¿Te ha tocado alguien desde que has llegado?

La chica negó con la cabeza.

—Mientras estés aquí, nadie te utilizará de esa forma en contra de tu voluntad.

El castigo por violar a mi personal es la muerte.

La chica no disimuló su sorpresa.

—¿Tú no...?

—¿No violo? —Xena sabía la forma en que otros corrompían su reputación—. No,

muchacha, no violo. No me hace falta. Hay muchos hombres y mujeres que

acudirían de buen grado a mi cama. Es cierto lo que dicen. El poder es un

afrodisíaco. —Xena suavizó el tono—. Algún día, si no lo has hecho ya, conocerás

lo que es una mano tierna y los sentimientos serán muy distintos.

—¿Quién me querría?

—Te sorprenderías.

Gabrielle no vio nada más que sinceridad en el rostro de la Conquistadora.

—Gracias, mi señora.

—¿Qué he hecho ahora?

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—Es lo que no has hecho.

Xena se entristeció al oír eso. Recibir un cumplido por no ser una violadora era

digno de un animal. Sabía que sólo podía culparse a sí misma.

—Te dejo a tu noche tranquila.

—Que duermas bien, mi señora.

—Tú también, muchacha.

Gabrielle fue convocada al cuarto de Makia. Algo nerviosa, Gabrielle se recordó a

sí misma que la severidad de Makia se había aplacado a lo largo de las dos

semanas que llevaba en palacio.

—Bueno, ya era hora de que aparecieras.

—Estaba ayudando...

—Ya sé lo que estabas haciendo. Toma. Esto es para ti. —Makia le alargó un

vestido a Gabrielle. Ésta se quedó donde estaba—. Vamos. Cógelo. Lo necesitarás

para esta noche.

—¿Esta noche?

—Sí. —Makia exageró su exasperación con aire humorístico e hizo sonreír a

Gabrielle—. Servirás en el banquete.

Gabrielle cogió el vestido y se lo puso sobre los hombros.

—Es precioso.

—Es bonito, ¿verdad? —Con falsa hosquedad, Makia confesó—: Lo he elegido yo

para ti, así que no me apetece oír quejas.

—Gracias.

—Ve a probártelo. Si hay que hacer cambios, le diré a la costurera que los haga.

No puedes presentarte toda astrosa ante la Conquistadora.

Gabrielle se marchó, pero antes se detuvo en el umbral.

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—Makia, el vestido es precioso.

Makia se quedó mirando a la chica mientras salía de su cuarto. La

Conquistadora tenía razón. Gabrielle nunca había pretendido cuestionar la

autoridad de la cocinera. A la anciana le había costado encontrar un modo de

disculparse. Esperaba que este pequeño gesto reparara el mal hecho.

Gabrielle iba de mesa en mesa, sirviendo vino. Los gritos pidiendo más vino eran

constantes y la desorientaban un poco. Su mayor suplicio era servir las mesas de

hombres, sin esposas ni prometidas. Las normas de la Conquistadora eran

claras. A las criadas no se las podía tocar, pero en una sala tan grande como la

del banquete, y habiendo bebido varias copas de vino, los hombres se crecían y

se tomaban libertades, algunas deliberadas, otras por descuido. En

consecuencia, había manos que le palpaban el trasero y el pecho mientras servía

el vino. Ella no hacía caso del abuso, concentrada en su tarea. Sabía que no

debía derramar una sola gota, por mucho que se propasaran con ella.

Aunque una jarra vacía suponía tener que volver a las bodegas, Gabrielle sintió

alivio al poder alejarse un momento del jolgorio. Una voz exigente le impidió

bajar las escaleras de la bodega.

—¡Chica! Dame vino.

Gabrielle se volvió y vio a un guapo joven, alto, de pelo rojo bien recortado.

Llevaba un pendiente en la oreja derecha, una camisa amplia de color tostado

cortada a medida con un escudo bordado en el corazón, pantalones marrones y

altas botas marrones. Decidió que era miembro de una casa nobiliaria.

Gabrielle replicó con respeto:

—Señor, me he quedado sin vino, pero ahora mismo vuelvo.

—¡Ven aquí!

Gabrielle se quedó sin saber qué hacer.

El hombre avanzó un paso.

—¡Deja esa jarra y ven aquí, te digo!

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

21

Gabrielle obedeció.

—¿Sabes quién soy?

—No, señor, no lo sé.

El hombre se inclinó. El aliento le apestaba a vino.

—Pues te lo voy a decir. Yo soy Ridel, heredero del señor Gaugan. ¿Sabes quién

es el señor Gaugan?

—He oído mencionar su nombre, señor.

—Mi padre es el señor de las provincias del sur. Somos una familia rica y noble.

Cogemos lo que queremos, cuando queremos, por mucho que diga la

Conquistadora. Te quiero a ti y te quiero ahora.

Gabrielle retrocedió. Ridel la agarró del brazo.

—Ah, no, chica. Tú te vienes conmigo.

—No, señor, por favor, no.

—¿Por favor? Tienes modales para ser una guarra. A ver qué más sabes.

Gabrielle se debatió, pero Ridel era fuerte, demasiado fuerte para poder soltarse.

—Bonita furcia. —Le agarró el vestido por el cuello y lo desgarró, dejando al

descubierto el pecho envuelto de Gabrielle—. Maldita sea, ¿por qué llevan tanta

ropa las mujeres? —Se echó a reír—. Bueno, así tomarlas supone un mayor

desafío. Me gustan los desafíos. Oye, chica, ¿tú vas a ser un desafío? —Dicho

esto, la apartó de un tirón del pasillo abierto para ocultarla parcialmente tras un

arco. La pegó a la pared y sus labios se apoderaron de su boca con un beso

brutal.

Gabrielle intentó empujarlo. Jadeaba. Tenía el corazón desbocado. Cerró los

puños cuando su desesperación fue a más. No conocía este nivel de violencia

desde que había entrado al servicio de la Conquistadora. Había esperado que las

normas de la Conquistadora la protegieran. Ahora sabía que se había equivocado

al esperar tal cosa.

—¡Aaj! —Ridel detuvo su ataque. Se echó hacia atrás. Gabrielle sólo veía sus ojos

vidriosos. Confusa, dejó de resistirse. Él cayó de rodillas. Sólo entonces vio

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle el cuchillo que tenía en la espalda, clavado en el corazón. Miró hacia

delante. La Conquistadora estaba a veinte pasos de distancia. A su lado estaban

Jared y dos guardias reales.

La Conquistadora avanzó. Se detuvo delante del cuerpo sin vida de Ridel y lo tiró

al suelo de una patada. Se volvió para gritarle a Jared:

—¡Dile a Gaugan que he matado al cabrón de su hijo!

Miró a la chica que estaba allí expuesta, a quien le habían robado todo su pudor,

con la cara surcada de lágrimas y los ojos todavía llenos de espanto. La

Conquistadora se dio la vuelta y se alejó.

Al pasar junto a Jared, susurró con dolor:

—Tápala.

Jared se quitó la capa y envolvió a Gabrielle en ella. Le indicó a Leah, una joven

criada que estaba allí cerca, que llevara a Gabrielle con Makia. Luego ordenó a

los dos guardias que cogieran el cuerpo de Ridel y lo siguieran. El hijo de Gaugan

fue trasladado al centro de la sala del banquete para que lo vieran todos los

invitados. Jared anunció que el banquete se daba por finalizado y aconsejó al

desolado señor que se llevara a su hijo a casa.

Makia notó el silencio sobrecogedor y la falta de movimiento del piso de arriba.

Algo había sucedido. Sus instintos le decían que lo que fuese había ocurrido

deprisa y que no era bueno. Esperó a que regresara el siguiente criado. Nunca

tenía que esperar mucho para recibir noticias.

Gabrielle entró con Leah a su lado. Makia reconoció la capa del general Jared.

Gabrielle no la tendría si hubiera hecho algo malo. Se fijó en que la chica

temblaba a pesar del calor de la estancia.

Makia ordenó:

—Leah, vuelve al trabajo.

Leah miró a Gabrielle con ojos protectores antes de volver a subir las escaleras

hasta la sala del banquete.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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La cocinera se acercó a Gabrielle. La chica apartó los ojos. La cocinera levantó la

mano despacio y le puso los dedos en la barbilla, obligando a Gabrielle a mirarla.

Habló con ternura:

—¿Quién te ha hecho esto?

—Ridel, el hijo del señor Gaugan.

—¿Está muerto?

Gabrielle asintió.

Makia suponía quién había sido el protector de Gabrielle.

—¿El general Jared?

Gabrielle negó con la cabeza.

—¿La Conquistadora?

—Sí —susurró Gabrielle.

—No tienes nada que temer. No has hecho nada malo.

—¿Y si ella piensa lo contrario?

—Créeme cuando te digo que no es así.

Gabrielle se dejó vencer por la tensión y se hizo un ovillo como una niña

pequeña. Makia cogió a la chica entre sus brazos.

—Vamos, vamos. —Dejó que Gabrielle llorara un rato y luego se echó hacia atrás

con delicadeza—. Ve a echarte. Haré que le devuelvan la capa al general Jared

por la mañana. Le servirás el desayuno a la Conquistadora como siempre.

—Pero... —Gabrielle intentó suplicar.

Makia la interrumpió con inflexible severidad.

—No, muchacha. No puedes ocultarte de ella. Te enfrentarás a la Conquistadora

y luego seguirás adelante con el nuevo día.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

24

De acuerdo con sus obligaciones habituales, Gabrielle entró en la cocina. Llevaba

la capa del general colgada del brazo. La mujer mayor la había estado esperando.

—Dobla la capa y déjala en la mesa y luego tráeme una bandeja.

Makia observó a la chica con atención mientras colocaba la comida de la

Conquistadora.

—¿Has dormido?

—Un poco.

—Se valiente, muchacha. En esto, sé que la Conquistadora no te defraudará.

Ahora, ve a lo tuyo.

Gabrielle salió de la cocina. Se desvió un momento de camino a los aposentos de

la Conquistadora.

Gabrielle encontró a la Conquistadora sentada a su mesa. El general Jared y

Stephen, capitán de la Guardia Real, estaban de pie ante ella. El general se

volvió y sonrió a Gabrielle.

La Conquistadora miraba fijamente a Stephen. Había elegido esta ocasión para

dar a Stephen mayores responsabilidades. Se había distinguido en el campo de

batalla junto a ella y Jared durante la campaña para ganar Grecia. La

Conquistadora valoraba su capacidad estratégica y su carácter paciente. Por esa

razón mantenía a Stephen, de cuerpo esculpido, ojos grises y melena rubia hasta

los hombros, lejos de su cama. Acostarse con él eliminaría sus posibilidades de

conseguir un futuro ascenso. Ninguno de sus oficiales de mayor confianza

conocía nunca el lecho de la Conquistadora.

—Ha habido rebeliones por causas más nimias. Prefiero que ésta ocurra cuanto

antes. Jared, tendremos que tomar una decisión con respecto a la sucesión. Las

provincias del sur son ricas. Ésta es una buena oportunidad para dividir los

latifundios en fincas más pequeñas. Dile a Paulos que haga sus

recomendaciones. Añade las tuyas a la lista.

—O podrías quedarte tú con el botín —sugirió Jared.

—No he matado a Ridel para obtener beneficio. Tú, por otro lado, eres libre de

quedarte con lo que quieras.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Ya tengo todo lo que necesito.

La Conquistadora le tomó el pelo:

—Mira que eres campesino.

—Viniendo de ti, señora, me tomaré el reconocimiento de mi origen campesino

como un cumplido.

Xena se rió ligeramente.

—Stephen, tu general es un hombre astuto con las palabras. Te recomiendo que

lo escuches bien y aprendas.

Stephen sonrió.

—Me he fijado en su ingenio, señora.

—No basta con ser ingenioso. Hay que ser inteligente, ¿verdad, Jared?

—Mi señora —interrumpió delicadamente la voz de Gabrielle.

A Xena no le quedó más remedio que mirar a la chica.

—Sí.

—¿Necesitas algo más esta mañana?

Xena no lograba interpretar la expresión de Gabrielle. Era una mezcla de dolor y

de anhelo. Deseó poder ofrecer consuelo a Gabrielle, y tal vez lo habría intentado

si Jared y Stephen no hubieran estado presentes.

—Hoy no.

Gabrielle se inclinó y salió de la habitación.

La Conquistadora dirigió su pregunta a Jared:

—¿Cómo estaba cuando me marché?

—Estremecida. Temía que pudieras pensar que había hecho algo malo.

—Ser deseada no es un crimen.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

26

Tras haber despedido a Jared y Stephen, Xena fue a la mesa para desayunar.

Encontró una flor en su plato. Cogió la flor y aspiró el dulce aroma. Con una

sonrisa, expresó lo que pensaba en voz alta:

—Gabrielle de Potedaia, eres osada, además de hermosa.

Deseosa de soledad, Gabrielle subió las escaleras hasta la torre. Cruzó el umbral

sin darse cuenta de que estaba en compañía de otra persona.

—¿Otra noche contemplando las estrellas?

Sobresaltada, Gabrielle se giró de golpe y se encontró cara a cara con la fuente

de la pregunta. La Conquistadora estaba tranquilamente ante ella.

—Mi señora.

Xena levantó la vista al cielo. Habló suavemente:

—Algunas personas creen que las estrellas son diamantes colocados en el cielo

por los dioses y que, como una peonza lenta, sus posiciones cambian con las

estaciones. ¿Tú qué opinas?

Olvidándose de su preocupación inmediata, Gabrielle reflexionó un poco sobre la

pregunta.

—Tal vez somos nosotros los que nos movemos y las estrellas permanecen

inmóviles.

—Una teoría es tan válida como la otra.

—Hay tantas cosas sobre el mundo que no comprendo.

—No sé si debemos conocer las respuestas a todas nuestras preguntas. Creo que

lo mejor que podemos hacer es observar y averiguar los patrones y lo que hay

detrás de esos patrones.

Gabrielle se sintió intrigada por esta filosofía. Habló, olvidándose de que era la

Conquistadora quien la entretenía.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿A qué te refieres?

—Cuando plantamos, pescamos o cazamos, lo que hacemos y cómo lo hacemos

no se deben necesariamente a que conozcamos la razón de que el mundo sea

como es. No sabemos por qué, cuando regamos una planta, ésta crece, ni por

qué, cuando ponemos un tipo concreto de anzuelo, es más posible que pique una

trucha, ni por qué, cuando seguimos un rastro y ponemos una trampa,

seguramente atraparemos un conejo. Y sin embargo, a base de hacerlo, a base de

intentos y fracasos, llegamos a saber que si hacemos lo que hacemos,

obtendremos los resultados que deseamos.

—Ya.

—Con las personas es lo mismo. Tienen ciertas motivaciones. ¿Por qué? No lo sé,

y la verdad es que no me importa. Me basta con conocer sus patrones para

conseguir lo que quiero.

Gabrielle se sintió incómoda con la conclusión de la Conquistadora.

—No creo que debamos ser tan fríos.

—No pretendo olvidar la posibilidad de lo inesperado. Eso es lo que convierte a la

vida en un desafío.

—¿Es un juego para ti?

—No, muchacha, no es un juego. Un juego tiene reglas fijas. No hay reglas en la

vida que no se puedan desobedecer.

—Pero sí que las hay.

—Están las leyes de la naturaleza, pero aparte de eso, las leyes creadas por la

humanidad dan una falsa sensación de seguridad. Por ejemplo, existe una ley en

Grecia por la que el personal doméstico de la Conquistadora debe ser respetado.

Y sin embargo, en un banquete ofrecido por mí, nada menos, un hombre optó

por violar esa ley, suponiendo erróneamente que no habría consecuencias.

—Mi señora, ¿estás enfadada commigo?

—¿Contigo? ¿Por qué iba a estar enfadada contigo? Eres tú quien me ha dado

una sorpresa y ha hecho interesante mi día.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿Cómo, mi señora?

—¿Por qué, me he preguntado, me daría mi esclava una flor?

—No pretendía faltarte al respeto.

—Eso ya lo sé, muchacha. Ahora dime, ¿qué pretendías con ello?

—Era la única forma que se me ocurrió de darte las gracias sin sobrepasar mis

límites.

—¿Y qué límites son esos?

—Las normas que me han enseñado para servirte como es debido.

—¿Normas que no se pueden desobedecer?

—No deseo experimentar las consecuencias de tomarme tal libertad, mi señora.

—¿Se te ocurre una razón lo suficientemente importante como para arriesgarte a

cargar con las consecuencias?

—Puede que algún día haya una razón. Ahora mismo, no se me ocurre ninguna.

—Muy bien.

Las dos se quedaron calladas. Xena contemplaba la noche, apoyada en el

parapeto.

Gabrielle no sabía qué se esperaba de ella.

—Mi señora, ¿preferirías estar sola?

—Siempre estoy sola, muchacha, tanto si estoy en compañía de otros como si no.

Gabrielle no conseguía imaginar qué clase de mujer vivía bajo la fachada de la

Conquistadora. Miró en la misma dirección que la Conquistadora, curiosa por

ver qué le resultaba interesante a la otra mujer. Sólo había oscuridad,

interrumpida por las luces que salían de las casas y los edificios que formaban la

ciudad. A medida que pasaba el tiempo, Gabrielle fue relajándose y dirigió la

mirada a las cosas que le interesaban. Al poco, su mente se tranquilizó y se

sintió en paz.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena había perdido la noción del tiempo. No sabía cuánto llevaban la chica y ella

en la torre en silencio. Lamentaba que hubiera pergaminos en su mesa a la

espera de recibir su atención.

Habló suavemente para no asustar a Gabrielle.

—Muchacha.

—Sí, mi señora.

Todavía apoyada en el parapeto, Xena se volvió hacia su esclava.

—Cuando estemos solas, puedes acudir a mí con tus preguntas o peticiones.

Mientras digas la verdad, la única consecuencia será que oirás una respuesta

igualmente sincera.

—Gracias, mi señora.

Xena se irguió y su estatura volvió a reflejar el poder de la Conquistadora.

—Gracias, muchacha, por compartir un poco de la velada conmigo.

Gabrielle se quedó mirando a la Conquistadora cuando ésta se fue. Una vez más,

se preguntó qué clase de mujer era su ama.

Gabrielle se colocó delante de la mesa de la Conquistadora después de disponer

el desayuno. Llevaba días debatiendo si debía acudir a su ama. Decidió que el

riesgo merecía la pena, aunque sólo fuese para valorar la sinceridad de lo que le

había dicho la Conquistadora.

—Mi señora.

La Conquistadora no levantó la vista del pergamino que estaba leyendo.

—Sí.

—Tengo una petición.

—¿Y de qué petición se trata?

—Deseo aprender a defenderme.

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Xena dejó el pergamino a un lado al tiempo que alzaba los ojos y miró a la chica.

—El palacio de la Conquistadora no es necesariamente un lugar seguro donde

estar, ¿verdad?

Gabrielle no respondió. Temía que tanto si se mostraba de acuerdo como en

desacuerdo, se arriesgaba a ofender a su ama.

—¿Qué deseas aprender?

—Esperaba que tú propusieras algo.

Xena evaluó a la chica.

—Yo empezaría con la vara de combate.

—¿No con una espada?

—Tienes que aumentar la fuerza del tronco y la destreza. Con la vara lo

conseguirás. Más adelante, puede que tengas fuerza suficiente para manejar una

espada. —Los ojos interrogantes de Xena atravesaron a la chica—. Pero, ¿quieres

derramar sangre, muchacha?

—No quiero que nadie vuelva a tomarme nunca contra mi voluntad.

—¿Y estás dispuesta a matar para impedirlo?

—Sí, mi señora.

—Le diré a Jared que te asigne un maestro. Aprenderás un arte que no había

imaginado para ti. Por desgracia, estoy de acuerdo, es uno que deberías poseer.

—Gracias, mi señora.

Jared desahogó su irritación:

—Estamos en un punto muerto. Salvo por unas pocas excursiones de los

exploradores, las tropas de César continúan en su lado de las fronteras.

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Xena comprendía lo que sentía su general. Sin embargo, no estaba dispuesta a

actuar sólo por dar rienda suelta a la energía reprimida que había contaminado

el razonamiento de sus hombres.

—Mantendremos nuestras posiciones. Haz saber a Dimas que si me entero de

que uno solo de sus soldados insulta a un romano al otro lado de la frontera,

haré descuartizar al soldado y también a él. Los romanos no van a llevar a Grecia

a un juego infantil para ver quién puede más. No es el momento de ir a la guerra.

—Sí, señora.

—Nos guste o no, Ares no tardará en tener el placer de pasearse por un campo

de batalla ensangrentado. Por ahora, quiero un inventario actualizado de

nuestras armas, así como un recuento del personal a cargo de los servicios de

suministro. Y vamos a ofrecer a los hombres una distracción que empiece a

calentarles la sangre para el combate. Prepara tres juegos de guerra para la

infantería y la caballería, y organiza un concurso de habilidad para nuestros

arqueros y ballesteros, y cualquier otra diversión que pueda entretenerlos y que

no requiera que desenvainen las espadas. Tienden a dejarse llevar por el

entusiasmo y ahora mismo lo más importante para mí es un ejército con todas

sus extremidades intactas.

—¿Juzgarás tú los concursos?

—Como siempre, observaré con interés.

—¿Tal vez la Conquistadora querrá competir junto a sus hombres?

—Jared, deben tener una posibilidad razonable de conseguir un premio. ¿Dónde

está la diversión si no hay esperanza de ganar?

—No hay mayor incentivo que intentar superar a nuestra dirigente.

Xena sonrió, apreciando lo que sabía que era la verdad.

—Arco y vara, pues.

Jared se mostró satisfecho.

—Estoy deseando aprender las lecciones que nos vas a dar.

A Xena se le ocurrió una idea relacionada.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Jared, ¿qué tal van las lecciones de armas de Gabrielle?

—Muy bien. Es una muchacha muy esforzada. Cada día se hace más fuerte. Sus

instintos son buenos y comprende la estrategia una vez se le explica.

—¿Algún problema para encontrar a alguien dispuesto a enseñarle?

—Tengo voluntarios de sobra. La lista no para de aumentar.

Xena se echó a reír.

—A los hombres no parece faltarles motivación.

—Les gusta de verdad, señora. En lugar de emplear argucias femeninas, les

muestra gratitud sincera y compensa a los hombres con sus historias.

—Entonces, ¿es buena narradora?

—A mí me entretiene mucho cuando me paro a escuchar. Recomiendo a

Gabrielle sin la menor duda.

—Lo tendré presente.

Targon entró en los aposentos de la Conquistadora con un pergamino. El calor

que emanaba de la chimenea no era suficiente para aliviar el hielo que tenía en el

alma.

—Majestad, he recibido un informe sobre la suerte de los campesinos de

Potedaia.

La Conquistadora notó el pésimo humor de Targon. Habló sin traicionar su

creciente aprensión:

—¿La hermana de Gabrielle?

—Se cree que estaba en un grupo concreto de mujeres capturadas por Draco.

Tengo un informe completo. —Ofreció el pergamino a la Conquistadora para

evitar más preguntas.

Xena comprendió el raro gesto.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Eso es todo.

Targon agradeció que la Conquistadora hubiera optado por apiadarse de él.

—Gracias, Majestad.

Xena esperó a que su administrador cerrara la puerta al salir. Se quedó mirando

el pergamino, preguntándose qué pesadilla le iba a ser revelada. Draco era un

carnicero, y descansaba tranquila con el recuerdo de haber puesto fin a su vida

con su espada. Soltó la cinta que sujetaba el pergamino y lo desenrolló. Las

letras de tinta negra daban una descripción objetiva de cómo Draco había

entregado a todas menos a unas pocas de las mujeres de Potedaia a sus hombres

como recompensa por su última conquista, reforzando su lealtad al renunciar a

la suma de dinero que podría haber obtenido vendiendo a las mujeres a los

tratantes de esclavos. Los hombres se turnaron para violar a las mujeres y, una

vez completados los turnos, volvieron a empezar. Lo hicieron una y otra vez,

hasta que los cuerpos quedaron sin vida. No hubo una pira funeraria. Las

dejaron tiradas en el suelo. Los animales carroñeros hicieron trizas la carne,

hasta que no quedó nada que reclamar. El pergamino enumeraba a todas las

mujeres que se creía que habían sufrido esta suerte. A Xena le temblaban las

manos cuando una lágrima solitaria cayó sobre el pergamino, emborronando el

tercer nombre: Lila, hija de Herodoto y Hécuba. Incapaz de contener su ira, se

levantó y, con un grito propio de un lobo herido, tiró el pergamino al fuego.

Era tarde por la noche cuando Gabrielle bajó por el pasillo de palacio que llevaba

a los aposentos privados de la Conquistadora. No le habían dado un motivo para

la llamada. Que ella supiera, no había hecho nada que pudiera haber

desagradado a su ama. Con todo, no podía liberarse del miedo, un miedo que no

era fácil justificar, dado el tratamiento siempre amable que le daba la

Conquistadora. Gabrielle suspiró al doblar la esquina y reconocer al joven

guardia apostado ante la puerta de la Conquistadora.

Trevor era el guardia personal de la Conquistadora. Tenía veinticinco veranos de

edad, iba afeitado y llevaba el pelo rojo claro cortado a la altura de las orejas. Se

había unido a la Conquistadora cuando comenzó el sitio de Corinto. La

Conquistadora lo juzgó fuerte de corazón y sincero en su deseo de ver una Grecia

mejor. Ella misma lo entrenó en el manejo de las armas. Durante los años

siguientes, su cuerpo desgarbado se fortaleció y la nueva musculatura lo acabó

convirtiendo en un luchador más que capacitado.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Hola, Trevor.

—Gabrielle.

—Me han dicho que la Conquistadora quería verme.

—Te está esperando. Pasa. —Trevor alargó la mano y le abrió la puerta.

Gabrielle se consoló como pudo al ver el talante amable de Trevor. Entró y miró

por la habitación. La Conquistadora estaba sentada cerca de la chimenea, en

una de las dos butacas de respaldo alto. Gabrielle se acercó despacio, con la

esperanza de que le dijera algo. Cuando estaba a menos de dos pasos de su ama,

se detuvo y esperó. La Conquistadora seguía siendo una figura inmóvil y

silenciosa para la esclava.

Como le habían enseñado, Gabrielle se anunció:

—Mi señora.

Xena miraba fijamente el fuego. Para Xena, el fuego simbolizaba la vida. Las

llamas subían y caían. A pesar de las reflexiones que había compartido con

Gabrielle en el sentido contrario, últimamente no había nada seguro: todo era

una simple variación tras otra de la naturaleza del fuego. Bailaba, sofocaba,

calentaba y quemaba. Había a la vez belleza y terror en sus colores. Podía ser

alimentado o apagado, pero jamás aniquilado. Conservaba la capacidad de

renovarse por una chispa fortuita del metal contra la piedra o por el lanzamiento

caprichoso de un rayo de Zeus. Y cuando la humanidad pasaba por un incendio,

al fuego le daba igual que sus almas fuesen sucias o puras. El fuego consumía

despiadado a sus víctimas sin hacer distinciones.

Xena había hecho jurar a Targon que guardaría el secreto. La joven Gabrielle

sufriría, pero sería un sufrimiento menos cruel que la verdad completa.

Xena se levantó y miró a la chica con el rostro vacío de expresión.

—Tu aldea fue atacada por Draco.

La afirmación sorprendió a Gabrielle. La confirmó:

—Sí, mi señora.

—Un pequeño grupo de mujeres y tú misma fuisteis separadas del resto.

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Gabrielle asintió.

—Ésa fue la última vez que viste a tu hermana.

Gabrielle sintió un temor creciente. Habló con un susurro asustado:

—Sí.

Xena avanzó un paso y se puso justo delante de la chica.

—He averiguado que Lila de Potedaia murió de una fiebre poco después de ser

capturada.

Gabrielle sacudió la cabeza.

—No... No puede haber muerto. Es la única familia que...

Xena posó las manos con suavidad en los brazos de Gabrielle.

—Tu hermana conoce la paz.

El dolor de Gabrielle subió como una ola. Retorció el cuerpo de un lado a otro,

soltándose de las manos de Xena.

—¡No!

A Xena no le gustó nada la sensación de impotencia que se apoderó de ella.

—Lo siento.

—¡No, no es cierto! ¡Tú eres igual que todos esos asesinos! —Gabrielle descargó el

puño contra el pecho de Xena una vez y luego otra. La Conquistadora no se

defendió del ataque.

Como había oído ruido, Trevor abrió la puerta de los aposentos de la

Conquistadora y se asomó. Vio a Gabrielle tirada en el suelo junto a los pies de

la Conquistadora. Ésta había oído la puerta y miró al guardia. Con un ligero

movimiento de cabeza, le indicó que se fuera. Preocupado por la escena, vaciló.

La Conquistadora se mantuvo donde estaba. Incapaz de encontrar motivo o valor

para intervenir, el hombre volvió a salir al pasillo y cerró la puerta.

La pena llevó a Gabrielle a un abismo, vacío y oscuro. Se abrazó a sí misma y se

meció mientras lloraba sin disimulo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena miró a la chica. No podía culpar a Gabrielle por la violencia de sus palabras

o su puño. Sabía lo que era perder a un hermano querido. Xena se arrodilló y,

sin decir palabra, cogió a la chica entre sus brazos. Gabrielle no se resistió.

Al cabo de un rato, el llanto de Gabrielle cesó y se quedó dormida, aunque estaba

agitada. Xena no recordaba cuándo había sido la última vez que había sostenido

a otra persona como ahora sostenía a la chica. Aunque se le partía el corazón por

Gabrielle, su contacto le producía una notable calma. Movió su cuerpo para

equilibrarse y levantó a Gabrielle en brazos. La chica que ahora acunaba en sus

brazos parecía horriblemente frágil. Xena fue a la puerta y le dio una patada.

Trevor abrió la puerta, sorprendido por segunda vez en lo que iba de noche por lo

que vio.

Xena susurró:

—Ven conmigo.

El guardia acompañó a la Conquistadora hasta el alojamiento de Gabrielle.

Comprendiendo su tarea sin que se le dijera, abrió la puerta y se hizo a un lado,

observando mientras la Conquistadora colocaba a Gabrielle con delicadeza en la

cama y la tapaba con dos gruesas mantas. La Conquistadora se quedó al lado de

la cama. No quería marcharse. Al cabo de un momento, se dio la vuelta y salió de

la habitación. Trevor la siguió, cerrando la puerta.

Xena habló en voz baja:

—Dile a Makia que se ocupe de Gabrielle. Dile que Gabrielle debe descansar. —

La mirada de Xena se posó en la puerta cerrada—. Hoy he averiguado que la

hermana de Gabrielle está muerta.

Los ojos de Trevor se apartaron de la Conquistadora, fueron a la puerta y

volvieron a la Conquistadora. Ahora comprendía lo que había ocurrido entre las

dos mujeres. Contrariamente a lo que temía, Gabrielle no había sufrido abusos.

Sintió una admiración creciente por la Conquistadora. Compartiría lo que había

visto con el resto de la Guardia Real.

—Lamento la pérdida de Gabrielle, señora.

Xena percibió la sinceridad en las palabras del joven soldado. Asintió y regresó a

sus aposentos, presa de su propia pena inconsolable.

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Jared entró en los aposentos de la Conquistadora sin ser anunciado. Xena

estaba en el balcón. El general fue hasta ella. Xena había estado observando la

creciente actividad. Miró por encima del hombro.

—¿Qué noticias hay?

—Gaugan se mueve contra Grecia.

Xena se volvió a Jared.

—¿Quién cabalga con él?

—Nadie.

Xena fue a su mesa. Ya había colocado encima un mapa del sur de Grecia.

—Informe de daños.

Jared la siguió a la mesa.

—Se ha apoderado del puerto de Pilos y de tres pueblos cercanos.

—¿Qué ha hecho Paulos al respecto?

—Avanza desde Esparta.

—¿Alguna señal de una invasión por mar?

—No. No tenemos motivo para creer que esté colaborando con Roma.

—Entonces, ¿en qué está pensando Gaugan?

—No piensa. Está furioso.

—¿Furioso? ¿Y porque está furioso va a sacrificar la vida de la familia que le

queda y de su milicia? Si Gaugan sobrevive, llorará para toda la eternidad. —

Xena se sentó—. Qué días tan amargos son éstos, Jared.

—¿Estás pensando en la muchacha?

Xena ladeó la cabeza. Jared suponía más de lo que hasta ella estaba dispuesta a

confesarse a sí misma.

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—La chica ha perdido a una hermana por la fiebre. Eso no puede compararse

con lo que tendremos que ver en las próximas semanas. Prepárate para marchar

hacia el sur. Me apetece una buena pelea.

Al día siguiente, cuando el amanecer teñía el horizonte, la Conquistadora salió al

frente de la Guardia Real por las puertas de Corinto rumbo a Trípolis. Desde la

ventana de su cuarto, Gabrielle contempló el desfile. No veía a la Conquistadora

desde que se había enterado de la muerte de su hermana. Makia le había dicho

que debía tener tiempo para hacer el duelo. Gabrielle deseaba haber podido

hablar con la Conquistadora antes de su marcha, aunque no sabía qué le habría

dicho a su ama.

Los criados y esclavos de palacio hicieron lo posible por seguir con sus tareas,

aunque las que eran específicas para la Conquistadora quedaron suspendidas.

Makia permitió que los que estaba a su mando tuvieran más tiempo para el ocio.

Les aseguró a todos que cuando la Conquistadora regresara victoriosa, tendrían

que trabajar mucho para ocuparse del servicio exigido por el inevitable aumento

de la actividad en la corte.

El talento de Gabrielle como narradora estaba más solicitado que nunca por sus

compañeros y por los soldados del Primer Ejército que permanecían acuartelados

en la ciudad. Su tono cambió y se dedicó a tejer relatos de guerra. Conocía a

muchos de los hombres de la Guardia Real y deseaba verlos regresar sanos y

salvos. Los triunfos parecían menos gloriosos y las derrotas más espantosas.

Cuando describía a un héroe, la imagen de la Conquistadora flotaba en su

mente.

Había pasado más de una luna cuando el palacio recibió noticia de que la

Conquistadora regresaba a Corinto. La batalla contra Gaugan había sido rápida

y decisiva. Geldpac, un miembro veterano de la Guardia Real, enviado a Corinto

por delante de las fuerzas de la Conquistadora, se sentó encima de una de las

mesas más grandes de la cocina de palacio. Estaba rodeado de hombres y

mujeres del servicio, ansiosos por oír lo que había ocurrido en el sur. No

disfrutaba contándolo. Los actos de la Conquistadora habían sido los más

brutales que había visto en su vida. No hubo piedad. Gaugan se le había

escapado, pero los miembros de su familia no. Todos los varones adultos fueron

crucificados. Las mujeres y los niños, acostumbrados al lujo, quedaron en la

miseria. Se rumoreaba que se había acostado con una serie de delatores de

ambos sexos que tenían la esperanza de que si satisfacían a la Conquistadora,

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ésta decidiera no condenarlos a muerte. Dio igual. Por la mañana, sus cabezas,

junto con las de todos los demás colaboradores capturados el día anterior,

quedaron clavadas en sendas estacas.

Gabrielle estaba sentada en silencio al lado de Makia. Advirtió que Makia

meneaba la cabeza con desesperación.

—¿Qué pasa?

—La Conquistadora se ha perdido de nuevo.

—¿Qué quieres decir?

—Tú no sabes, Gabrielle, cómo puede ser. No has visto cómo su corazón se

vuelve negro de odio.

—La vi matar al hijo de Gaugan.

—Eso no fue más que un juego de niños. Geldpac describe una maldición que

hacía tiempo que no veíamos, pero que siempre hemos sabido que podía volver

sin previo aviso. Lo único bueno que veo en esto es que estamos advertidos.

Cuando la Conquistadora regrese, ten cuidado de cómo te presentas ante ella.

Estará distinta, y si cometes un error, nadie podrá ayudarte.

—¿Tan terrible puede ser?

—Sí, créeme.

Durante las dos semanas siguientes a su regreso, la Conquistadora se mantuvo

a solas cuando no estaba en la corte. Cada día Gabrielle servía la bandeja del

desayuno de la Conquistadora. Tanto si la Conquistadora estaba trabajando en

su mesa como si estaba en el balcón contemplando la ciudad que empezaba a

despertarse, no se decía una sola palabra.

En este día, Gabrielle se fijó en que había un puñal en la mesa de la

Conquistadora. Ésta estaba sentada leyendo y con el pulgar izquierdo acariciaba

el mango negro tallado. A Gabrielle le dio la impresión de que la Conquistadora

estaba esperando a tener un motivo para usarlo.

—¿Mi señora? —Gabrielle se apostó la vida a que el puñal no era para ella.

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Xena levantó la vista de la mesa.

—¿Estás bien, mi señora?

—¿Por qué lo preguntas?

Gabrielle dudó. Le costaba encontrar las palabras que transmitieran su

preocupación y justificaran la interrupción.

—Pareces cambiada.

Una parte de Xena quiso atacar a la chica. Al ver la preocupación auténtica de la

chica, volcó la violenta emoción hacia dentro para sujetarla con su formidable

voluntad. No fue el tono de la Conquistadora lo que traicionó su lucha interna.

Fueron sus palabras.

—La guerra es dura para el alma.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Xena respondió suavemente:

—Sigue ahora con tus tareas.

—Sí, mi señora.

Xena pensó que la chica había sido la única que se había interesado. Ni siquiera

Jared o Targon se atreverían a abordar el tema de su ira sofocante.

Gabrielle tenía intención de marcharse. Tenía intención de esperar a un

momento en que la Conquistadora estuviera más accesible. Se dio cuenta de que

no había forma de saber cuándo podría llegar ese momento.

—Mi señora.

Xena miró a la chica y esperó.

—Te debo una disculpa.

—¿Por qué? —Xena se quedó desconcertada ante la culpabilidad de la chica.

—No debería haber dicho lo que te dije cuando me comunicaste la muerte de mi

hermana.

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Aquella noche le parecía a Xena que había sucedido hacía una vida entera.

—No pasa nada.

—Lo siento de verdad.

—Te creo.

—Gracias, mi señora.

La marcha de Gabrielle dejó a Xena sola en sus aposentos. En cada uno de los

dos rincones de la habitación que tenía delante, Xena veía una imagen de sí

misma, una de la mujer en que se había convertido al dejar Corinto, la

Conquistadora, la oscuridad de una guerrera consumida por la sed de sangre,

que hacía equilibrios al borde de la locura, más bien un animal que jamás podría

saciar su deseo no sólo de dirigir, sino de dominar a la manada. En el otro

rincón, Xena de Anfípolis, la ingenua idealista que adoraba a su hermano Liceus,

quería a su madre y toleraba a su hermano mayor Toris, más débil. En realidad,

no era ninguna de las dos. Eso daba pie a la pregunta, “¿quién era?” No podía

responder a la pregunta con ninguna certeza. Se planteó una pregunta más

importante: “¿quién quería ser?” Se le ocurrió una respuesta, pero le pareció

improbable y no quiso pensarla más que un momento.

Targon estaba de pie ante la mesa de la Conquistadora. Llevaba siete pergaminos

en precario equilibrio en los brazos. La Conquistadora estaba impaciente por

librarse de él y de todos los asuntos domésticos que le traía.

—¿Hay algo más en esos pergaminos tuyos que requiera mi atención?

—Majestad, ¿el general Jared te ha hablado de Gabrielle?

Eso despertó el interés de Xena.

—¿Qué pasa con Gabrielle?

—Cuando no está llevando a cabo sus tareas domésticas, pasa gran parte de su

tiempo en la enfermería contando historias a los heridos. Aprecian mucho sus

visitas. Dalius ha comentado que ha mejorado la moral.

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El nerviosismo de Targon no le pasó desapercibido. Xena escuchaba

atentamente, adivinando ya la pregunta de su administrador.

Éste continuó:

—El general Jared ha sugerido que las tareas domésticas de Gabrielle se

reduzcan varias marcas al día para que pueda pasar más tiempo con los heridos.

—Targon, tú diriges mi casa por mí. Para eso estás a mi servicio. ¿Por qué

acudes a mí con esto?

—Queríamos...

—¿Queríamos? —La Conquistadora arrugó la frente.

—Dalius, el general Jared y yo queríamos asegurarnos de que estuvieras de

acuerdo en dejar que Gabrielle emplee su tiempo contando historias.

—¿Por qué no iba a estar de acuerdo?

—Creíamos que era posible que pensaras que un miembro de tu servicio debería

tener ocupaciones más prácticas.

—Yo considero la moral de mis hombres digna de mis recursos. Parece que

estamos de acuerdo.

—Sí, Majestad.

—¿Alguien le ha comunicado a Gabrielle este grandioso plan que habéis

pergeñado entre los tres?

—No, Majestad. Dada la posibilidad de que quisieras que sus tareas continuaran

como están, no queríamos alimentar sus esperanzas para luego tener que

decepcionarla.

—Todo un detalle por vuestra parte. —Xena se estaba divirtiendo. Como

sospechaba que la chica podía empeñarse en cumplir con sus viejos deberes al

tiempo que los nuevos, Xena optó por asegurarse de que los cometidos de la

esclava no aumentaran—. Supongo que adquirirás otra esclava que complete las

anteriores tareas de Gabrielle.

—Inmediatamente, Majestad.

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—Y Targon, no me opongo a que le preguntes a Gabrielle cuáles de sus actuales

deberes prefiere conservar.

—Así se hará.

—Muy bien. Te veré después de la comida de mediodía.

Targon se inclinó y salió de la habitación.

Xena se preguntó quién le traería el desayuno al día siguiente. ¿Elegiría Gabrielle

continuar con su tarea diaria de servir el desayuno a la Conquistadora?

Xena estaba fuera, en el balcón, contemplando la salida del sol por el horizonte.

Como todos los días a esta hora, oyó que se abría la puerta de sus aposentos.

—Buenos días, mi señora.

Xena sonrió. Ya tenía la respuesta a su pregunta. Gabrielle había elegido

continuar sirviéndole. Xena se sintió complacida al saberlo. En el tono de la

chica se advertía una nueva ligereza. Como quería confirmar su impresión,

controló sus rasgos y se volvió hacia la esclava. Gabrielle sonreía abiertamente

con la bandeja en las manos.

—Buenos días tengas tú, muchacha.

Aunque el rostro de la Conquistadora permanecía estoico, Gabrielle vio que los

penetrantes ojos azules de su ama habían recuperado el brillo que les faltaba

desde su regreso a Corinto.

—Mi señora, quiero darte las gracias por dejarme contar mis historias.

Xena se acercó a la chica y le quitó la bandeja de las manos.

—Ha sido idea del general Jared. Dale las gracias a él.

Gabrielle, sobresaltada por la ayuda inopinada de la Conquistadora, recuperó el

habla.

—Ya lo he hecho, mi señora.

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Xena dejó la bandeja en la mesa y cogió la taza de té antes de hacerse a un lado

para dejar sitio a Gabrielle para que ésta terminara de disponer el desayuno.

Gabrielle se acercó y colocó en silencio los platos y la jarra.

Xena disfrutaba teniendo a la chica cerca de ella. Había llegado a considerar a

Gabrielle como parte de su vida cotidiana. La chica traía calma a la habitación.

Xena se sentía relajada en presencia de alguien que no le tenía miedo ni

pretendía nada de ella.

Una vez terminada su tarea, Gabrielle preguntó:

—¿Necesitas algo más, mi señora?

Xena sintió una punzada de cariño por la chica. Estos sentimientos de ternura

llevaban mucho tiempo dormidos. La Conquistadora que llevaba dentro sabía

que si se dejaba llevar por lo que sentía, perdería justamente lo que había llegado

a valorar. Quería darle a la chica algo a cambio, pero le costaba hacerlo sin

comprometer su posición como ama de Gabrielle.

—¿Cuántos vestidos tienes, muchacha?

—Dos, mi señora. —Como no quería dar una falsa impresión con respecto a su

vestuario, Gabrielle añadió—: Y una falda y dos blusas que me pongo para el

trabajo más pesado.

—A los hombres les vendría bien que te presentaras ante ellos con aspecto

atractivo.

Gabrielle se sintió herida por el comentario de la Conquistadora.

—Mi señora, te pido perdón si mi aspecto te desagrada.

Xena entendió el cambio de Gabrielle como lo que era y lamentó haberle quitado

a la chica su dignidad con tan poco tacto.

—No me has entendido. Eres bella por naturaleza y es la ropa que te ha

proporcionado el reino la que te hace un mal servicio. Si te parece bien, le diré a

Makia que te dé unos cuantos vestidos nuevos apropiados para una narradora

del reino.

Gabrielle se animó.

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—Eres muy generosa, mi señora.

La Conquistadora oyó las risas cuando estaba en medio del patio con Jared.

Volcó su atención en el origen, la enfermería.

—Parece que hay alguien más que los enfermos y los heridos con nuestra

narradora.

—Los guardias se han aficionado a visitar a sus hermanos con más regularidad.

La comida del mediodía es un buen momento para visitarlos sin descuidar sus

deberes.

Xena echó a andar hacia el edificio. Jared la acompañó.

—Así que la moral va bien.

—Muy bien.

—Gabrielle parece más contenta.

—Yo diría que sí.

—Os hago igualmente responsables a Targon, a Dalius y a ti de su bienestar. Si

tenéis la más mínima sospecha de que se está quedando agotada de nuevo por

sus deberes, quiero que solucionéis el problema. Y, por el bien de la moral, la

solución no consistirá en prohibirle contar historias.

Jared sonrió.

—Comprendido, señora.

—Bórrate esa sonrisa de la cara, Jared, o corres el riesgo de que la

Conquistadora tenga un despiste la próxima vez que entrenemos.

La sonrisa de Jared se hizo más amplia.

—No me gustaría que eso ocurriera, señora.

Xena le dio un manotazo en broma al general en la tripa.

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—He averiguado que si me quedo al lado del poste de las caballerías, oigo bien la

voz de Gabrielle y puedo disfrutar de sus historias. Ella no me ve, así que no

tengo que preocuparme de que se sienta intimidada por mi presencia.

—Jared, tú no eres capaz de intimidar ni a un cachorro.

—Pero tú sí, señora.

Se detuvieron junto al poste de las caballerías. La Conquistadora paseó la

mirada por el patio con cara severa. Se apoyó en el poste sin dejar de observar la

actividad que tenía delante. Su oído estaba concentrado en la bonita voz de

Gabrielle que sonaba detrás de ella. No iba a ser la última vez que la

Conquistadora decidiera reunirse con su general durante la comida del mediodía,

ni iba a ser la última vez que su reunión los llevara hasta el poste de las

caballerías.

Gabrielle estaba delante de su armario contemplando sus cinco vestidos. Los

últimos que había añadido estaban cortados con precisión de acuerdo con sus

medidas. Le habían dado la posibilidad de escoger la tela y comentar los

modelos. Nunca había tenido ropa tan buena.

Reflexionó sobre el tiempo que había transcurrido desde que la compraron para

el servicio doméstico de la Conquistadora. Su vida había ido cambiando poco a

poco a mejor. Habían pasado tres lunas desde que Leah y ella se habían

trasladado a la habitación que compartían. Se sintió aliviada al librarse de la

sala común, donde había mucha menos privacidad.

Leah era una buena compañera de cuarto. Un par de veranos mayor que

Gabrielle, Leah había adquirido un punto de vista cínico sobre la vida. Gabrielle

no podía echárselo en cara. Y sin embargo, Gabrielle se estaba hartando de las

quejas de Leah sobre la vida en palacio. De estatura igual a la de Gabrielle, pelo

castaño, ojos almendrados, nariz pequeña y respingona y pómulos marcados,

Leah utilizaba su belleza para seducir a los criados y esclavos varones, buscando

siempre un favor a cambio. Por acuerdo tácito, Leah mantenía sus líos fuera de

su cuarto.

Gabrielle había recuperado las fuerzas. La Conquistadora le había dicho la

verdad. En la casa de la Conquistadora tenía buenos alimentos, ropa y

alojamiento. Aunque trabajaba de la mañana a la noche, sus tareas variaban en

dificultad. Esto era así para todos los esclavos. Ni un solo esclavo trabajaba

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excesivamente a costa de otro. El servicio se organizaba de manera equitativa

con pocas distinciones entre los esclavos. Los criados tenían más ventajas.

Trabajaban menos horas, se les daba una paga más generosa, cuartos más

cómodos para dormir y eran libres de moverse por donde quisieran sin tener que

comunicar primero a un supervisor dónde iban y cuándo iban a regresar.

Gabrielle se había fijado en que Makia exigía mucho a todos los recién llegados al

servicio, ya fuesen esclavos o criados. También se había fijado en que, cuando

los nuevos miembros del servicio demostraban su valía, Makia les daba mucha

más libertad.

Durante la pasada luna, Gabrielle había tenido el placer añadido de hacer

compañía a los heridos. Además de contar historias, había realizado pequeñas

tareas como enfermera. Dalius alimentaba su deseo de dar consuelo. La gratitud

de los hombres no conocía límites. Se había ganado la admiración de la Guardia

Real y, a pesar de que continuaba entrenando con las armas, no dejaban de

proporcionarle escolta cada vez que iba al mercado o deseaba explorar la ciudad.

A Gabrielle le resultaba irónico que donde más a salvo se sentía fuese en medio

de los guerreros más mortíferos de Grecia, por no decir del mundo conocido.

—¿Qué vestido te vas a poner? —dijo Leah al entrar en su cuarto.

—Nunca pensé que podría tener el problema de tener que decidir entre tantos

vestidos.

—Somos afortunadas de contar con el favor de la Conquistadora.

—¿Es que lo tenemos?

—Yo diría que sí. Somos bonitas y a ella le gusta lo bonito. —Leah hizo una

reverencia con coquetería.

—¿Alguna vez te ha tocado?

—No. —Leah se echó a reír por la absurda idea.

—No pareces... preocupada.

—¿Por qué iba a estarlo? La Conquistadora no se acuesta con esclavos. Si lo

hiciera, a lo mejor me libraba por completo del trabajo que hago. Pero no me

quejo. Lo único que tengo que hacer es servirle el vino por las noches a esa

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odiosa asesina con una sonrisa. Es un precio pequeño que pagar por la

comodidad que me supone.

—¿Alguna vez habla contigo?

—¿Que si me habla? Nunca le he oído decir nada que no sean órdenes. Ésa no

sabe hablar como una persona de verdad.

Gabrielle volvió a concentrarse en sus vestidos.

—Yo me pondría el verde. Va bien con tus ojos —sugirió Leah.

—¿Tú crees?

Leah se echó a reír.

—¿Es que no te das cuenta de que la mitad de los hombres de la Guardia están

enamorados de ti?

—No es cierto —protestó Gabrielle con sinceridad.

—¡Claro que sí! Gabrielle, tú tienes algo que ellos desean. Ya va siendo hora de

que sepas que puedes usar tu belleza para sacar provecho.

—Yo no quiero ser así.

—No seas boba. ¿O es que te crees demasiado buena?

—Leah, yo quiero amor.

—Gabrielle, somos esclavas. ¡Esclavas! ¿Cómo puedes imaginar siquiera que

podemos recibir amor?

—No seremos esclavas para siempre. A ti sólo te queda un año para recibir la

libertad.

—Y a ti te quedan más de dos para que la Conquistadora te deje marchar. No

puedes contar con el futuro. Puede ocurrir cualquier cosa. Fíjate en lo que hizo el

señor Gaugan. Un día de estos alguien va a matar a la Conquistadora y sus

normas domésticas darán igual. Seremos esclavas hasta el día en que muramos.

—Yo creo en... creo que la Conquistadora no se dejará matar fácilmente.

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—Espero que tengas razón.

Gabrielle no quería continuar con la conversación.

—Esta noche va a ser buena.

—Éste es el banquete del año que más le gusta a la Conquistadora, sólo para ella

y la Guardia Real. Ten cuidado cuando se pongan a competir unos con otros.

Son peores que una panda de niños borrachos.

El banquete estaba ya muy avanzado cuando un soldado del Primer Ejército

solicitó permiso para entrar. Entregó un mensaje a Jared, quien se lo comunicó

en privado a Xena. La Conquistadora hizo un gesto al soldado para que entrara.

El hombre se volvió y llamó a dos guardias a quienes no se veía. Metieron a

rastras a Gaugan hasta el centro de la sala.

La Conquistadora se levantó de su silla y rodeó la larga mesa principal. Con cada

paso que daba su aspecto se volvía más amenazador. La sala se quedó en

silencio rápidamente. Los dos soldados sostenían al prisionero en pie,

sujetándole los brazos a Gaugan a la espalda.

La Conquistadora se detuvo delante del rebelde.

—Le has costado a Grecia la vida de muchos jóvenes.

Gaugan exclamó:

—¡Tú mataste a mi hijo!

La Conquistadora permaneció impasible.

—Sólo porque tú no supiste enseñarle a respetar al reino. Toda vida tiene un

valor. Él se creía por encima de los demás.

—¿Y tú te atreves a decirme eso? ¿Tú, que crucificas y clavas cabezas en lanzas?

—Conocías las consecuencias de oponerte a mí. Su sangre está en tus manos, no

en las mías.

—Arderás en el Tártaro.

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—Dime algo que no sepa ya.

—Ruego a los dioses que tengas una muerte lenta y dolorosa.

—Tú primero, Gaugan. —La Conquistadora se adelantó y le clavó un puñal en el

estómago y luego fue cortando hacia arriba despacio, centímetro a centímetro,

mientras los soldados lo sujetaban en el sitio. La Conquistadora volvió a bajar el

puñal y luego trasladó la hoja hacia la izquierda, cortando más carne. Trazó

medio círculo con el puñal y luego cortó hacia la derecha. Gaugan gritaba de

dolor. La Conquistadora sacó el puñal.

—¿Dónde más debería cortarte, Gaugan? Si te corto la lengua, ¿chillarás más o

menos?

El horror de la escena dejó atónita a la esclava. Una jarra de vino rota, que sus

manos soltaron sin darse cuenta, se hizo añicos a los pies de Gabrielle.

En la sala se había hecho un silencio palpable. El estampido de la jarra rebotó

en las paredes y en el oído de la Conquistadora. Ésta miró por la sala hasta que

descubrió el origen del estrépito. La chica estaba a un lado, medio oculta por una

columna. Xena se acercó a Gabrielle, sujetando el puñal con firmeza. A un brazo

de distancia, Gabrielle retrocedió atemorizada. Un soldado se colocó detrás de

ella y le puso la mano en el hombro, y no supo si era para detenerla o para

reconfortarla.

La mirada de Xena atravesó a la chica. Xena se fijó en el miedo y el asco de

Gabrielle. La chica acababa de ver por primera vez a la auténtica Conquistadora.

Era evidente que no le gustaba lo que veía. A Xena le sorprendió descubrir que

no tenía palabras que ofrecer a la chica. No había nada que decir. En ocasiones

como ésta, los actos contaban más que las palabras. Volvió donde estaba

Gaugan. Asintió y los dos soldados lo sostuvieron lo más erguido posible. Con un

rápido movimiento de muñeca, el puñal atravesó el corazón de Gaugan. Se

desplomó muerto. Su muerte no había sido tan lenta como pretendía la

Conquistadora originalmente. Sin volverse a mirar a Gabrielle, Xena se dirigió al

joven soldado:

—Anton, llévate a la chica de aquí.

Aunque la Conquistadora no había visto al guardia más veterano, Anton se

inclinó.

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—Sí, señora. —Apretó el hombro de Gabrielle con delicadeza y luego se la llevó de

vuelta a la cocina.

Anton y Gabrielle entraron en la cocina. Makia se fijó en la estremecida chica.

—¿Qué ha ocurrido?

Las lágrimas de Gabrielle caían sin control. Las náuseas que sentía le

provocaron una arcada. Corrió a un rincón donde había un cubo de fregar vacío

y vomitó. Siguió presa de las arcadas incluso cuando ya no le quedaba nada que

echar.

Anton informó a Makia discretamente de lo que había ocurrido en el banquete

mientras la cocinera jefa seguía dirigiendo la preparación y el servicio de la

comida. La mujer mayor quería consolar a la joven, pero no tenía tiempo. Cogió

un paño mojado y se agachó junto a Gabrielle, entregándoselo.

—Arréglate un poco y luego hablamos.

Gabrielle cogió el paño agradecida y se limpió la cara.

—Lo siento.

—No tienes por qué. Me preocuparías si ver cómo matan a un hombre no te

pusiera enferma.

Gabrielle cambió de postura para poder apoyarse en la pared.

—¿Por qué lo ha hecho?

—No le quedaba más remedio —intervino Anton—. Gaugan ha sido responsable

de la muerte de veintidós guardias, hombres a quienes considerábamos nuestros

hermanos. Lo que la Conquistadora le ha hecho a Gaugan sólo ha sido lo que él

le habría hecho a ella.

—No por eso está bien.

—Sí está bien. Pero no es fácil de ver.

Gabrielle se levantó, sin dejar de usar la pared para sostenerse.

—¿Sois todos como ella?

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—Si te refieres a los guardias, yo diría que no. Pero aspiramos a ser dignos del

aprecio de la Conquistadora.

—No os entiendo.

—Y yo espero que nunca llegue el día en que lo hagas, porque para entendernos

debes ver lo que hemos visto nosotros, y eso no se lo deseo a nadie.

—¿Por qué no os marcháis?

—Porque tenemos recuerdos. No podemos olvidar, y lo cierto es que no

queremos. Mientras gobierne la Conquistadora, los señores de la guerra ya no

cogerán a nuestras aldeas como rehenes, el pueblo de Grecia ya no formará parte

de las listas de esclavos, y habrá alimentos de sobra para comer. Gaugan quería

destruir el reino.

Gabrielle se dio la vuelta y se fue a su cuarto. Agotada, se tumbó en la cama y se

quedó dormida sin desvestirse. Su opinión sobre la carnicería cometida por la

Conquistadora se enfrentaba al valor que daba a la vida que le había dado la

Conquistadora. No había manera de conciliar ambas cosas.

Durante tres días consecutivos, Gabrielle sirvió el desayuno de la Conquistadora

en una habitación vacía. Aunque se sentía tentada, Gabrielle no tenía valor para

ir en busca de la Conquistadora penetrando en su dormitorio. Otros criados

veían apenas a su ama de vez en cuando. En todo el palacio reinaba una

atmósfera de cautela.

Gabrielle buscó a la Conquistadora. Subió las escaleras del palacio hasta la

torre. La Conquistadora estaba allí sola, apoyada en el parapeto, como era su

costumbre. Como no sabía si Gabrielle buscaba la soledad o su compañía, Xena

decidió no darse por enterada de su presencia para darle a la chica la

oportunidad de marcharse. Oyó la respiración acompasada de Gabrielle. La chica

se había quedado.

Xena levantó los ojos del horizonte hacia el cielo.

—Las nubes se han apoderado del cielo. Esta noche sólo se ven unas pocas

estrellas.

—Mi señora, ¿puedo hablar con franqueza?

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—Puedes. —Xena no cambió de postura.

—Tengo una petición. He hablado con Dalius. Con tu permiso, me gustaría ser

su aprendiza.

Xena no pudo evitar preguntarse si la solicitud de Gabrielle se debía en parte a

un deseo de no volver a servirle directamente. Xena tendría pocos motivos para

ver a la chica en la enfermería. Cerró los ojos y repasó todo lo que sabía y había

observado sobre Gabrielle. Tomó la medida completa a la chica y no encontró

faltas en ella. La petición, aunque inesperada, era razonable.

—Sanadora. Será un buen oficio para ti cuando dejes mi servicio, mejor que

fregar suelos y servir bandejas de desayuno, aunque siempre podrías ser bardo...

Tienes mi permiso. Se lo diré a Targon.

—Gracias, mi señora.

Gabrielle esperó a que la Conquistadora continuara la conversación o la

despidiera. Sólo hubo silencio entre las dos. Gabrielle se dio la vuelta para

marcharse.

Se le ocurrió una cosa.

—Mi señora.

Xena se volvió y sus ojos se encontraron con los de la chica.

—Seguiré sirviéndote el desayuno antes de comenzar mi jornada en la

enfermería.

Gabrielle captó el amago de una sonrisa en el rostro de la Conquistadora.

—Pues te veré mañana.

—Sí, mi señora. —Dicho lo cual, Gabrielle salió de la torre.

Targon entró en la enfermería. Gabrielle estaba cosiéndole una mejilla herida a

un guardia real mientras Trevor observaba.

Gabrielle le tomó el pelo al guardia:

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—Endres, ahora tendrás una bonita cicatriz para impresionar a las mujeres.

Trevor añadió:

—Y si sobornas bien a tus hermanos de la Guardia, no les diremos que

tropezaste con tus propios pies cuando la Conquistadora te atacó con su espada.

Gabrielle se quedó quieta.

—¿Esto lo ha hecho la Conquistadora?

—Endres puede dar gracias a los dioses por haber estado entrenando con la

Conquistadora y no con uno de nosotros menos hábil. Detuvo el golpe para evitar

cortarle la cabeza.

Gabrielle cortó el hilo.

Endres se volvió hacia Gabrielle y sonrió.

—Por una vez, señorita, Trevor no miente. Y también he tenido suerte de que la

Conquistadora estuviera de buen humor. No comentó nada sobre mi torpeza y

hasta me ofreció la mano para ayudarme a levantarme.

Gabrielle colocó una gasa sobre la herida de Endres.

—A lo mejor pensaba que el corte bastaba para darte una lección.

—Eso no le ha impedido otras veces corrernos a patadas hasta las cuadras.

¿Verdad, Trevor?

—Verdad —replicó Trevor.

—Si has acabado con este guardia, señorita, me gustaría hablar contigo. —La voz

de Targon interrumpió la conversación. Endres y Trevor se pusieron serios.

—Ahora mismo estoy contigo, señor. —Gabrielle terminó de colocar la gasa—.

Bueno, mantén limpia la herida. No quiero verla infectada.

—Sí, señorita, y gracias.

Gabrielle sonrió dulcemente al guardia.

—De nada.

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Se acercó a Targon.

—¿Qué deseas, señor?

—Ven conmigo —dijo él bruscamente.

Targon se dio la vuelta y echó a andar hacia el palacio. Gabrielle lo acompañó en

silencio. Gabrielle advirtió que se dirigían a los aposentos de la Conquistadora.

Se preparó para una entrevista con su ama. Cuando la llamaba, todavía no tenía

la seguridad suficiente para enfrentarse a la Conquistadora sin la idea de que iba

a ser castigada, aunque nunca sabía por qué ofensa.

—Por aquí.

Para sorpresa de Gabrielle, Targon avanzó por un pasillo lateral. Se detuvo ante

una puerta y se sacó una llave del bolsillo. Habló mientras abría la puerta:

—Ahora eres aprendiza del sanador y como tal debes estar disponible para servir

en cualquier momento del día o de la noche. Esto quiere decir que es posible que

tengas que descansar mientras otros trabajan. Por esta razón, se te ha dado una

habitación privada.

Targon se echó hacia atrás para dejar que Gabrielle entrara e inspeccionara su

nuevo alojamiento. La habitación era más grande que la que compartía con Leah.

Tenía una ventana que daba al patio principal, vista que conocía bien por la

costumbre de la Conquistadora de contemplar la salida del sol desde sus

aposentos. Había una cama grande pegada a la pared que daba al oeste, y una

mesa pegada a la pared que daba al sur. Había una silla ante la mesa y una

butaca más grande a un lado. En una mesilla había una jarra y una palangana.

Por último, pegado a la pared que daba al norte, había un gran armario.

—Señorita Gabrielle, ¿la habitación es de tu agrado?

Una vez hubo contemplado la estancia, Gabrielle se volvió hacia él.

—Sí, señor. Es maravillosa.

—Aquí tienes la llave.

Gabrielle alargó la mano y la cogió.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

56

—Te recomiendo que, por tu propia seguridad, cierres la puerta con llave por la

noche.

—Así lo haré.

—Puedes trasladar tus cosas cuando tengas tiempo.

—Gracias, señor.

—No hay de qué.

Tres de los criados estaban cómodamente sentados ante una mesa del fondo de

la cocina. Era media tarde y estaban disfrutando de su tiempo libre entre los

servicios de comida. La cocina era un refugio para los criados. Makia toleraba su

alboroto. A menudo, en estos momentos de relajación, revelaban información sin

darse cuenta.

—Apuesto un dinar.

—¡No tienes un dinar! —respondió Mansel.

—Déjalo, Pathas. No puedes ganar —intentó mediar Landis.

Pathas insistió:

—Elegirá para la luna llena.

Landis se echó a reír.

—Cuentas con la locura lunar.

Mansel ofreció su opinión:

—Está agotada. Yo digo que quince días después.

Gabrielle había entrado en la cocina y observaba en silencio la conversación de

los criados sentados ante una de las mesas más grandes. Se acercó a Leah, que

estaba cortando verduras.

—¿Sobre qué están apostando?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Sobre la próxima persona que compartirá la cama de la Conquistadora.

Mansel exclamó:

—¡Gabrielle! Tú ves a la Conquistadora todas las mañanas. ¿Ha pedido ya ración

doble?

Gabrielle respondió irritada:

—Aunque lo hubiera hecho, yo no te lo diría.

Mansel la provocó:

—No me digas que intentas proteger su reputación. ¡Ya es un poco tarde para

eso! —Los tres hombres se echaron a reír.

Pathas era como un perro con un hueso.

—Os digo que el señor Boyet va a venir de las provincias del norte. Tiene un hijo

guapo. Seguro que será él.

Landis se mostró en desacuerdo:

—Te equivocas. Ya lo ha hecho con él y nunca vuelve a catar del mismo caldo.

Gabrielle fue hasta Makia, que estaba ocupada con una olla.

—Toma, chica, prueba esto y dime qué te parece. —Makia le ofreció una

cucharada de estofado.

Gabrielle sopló encima para enfriarlo y luego se metió un poco de carne y

verdura en la boca.

—Está bueno. Me gustan las especias que has usado.

—Bien.

Se oyó la voz de Pathas:

—¿Quién se atrevería a decirle que no?

Landis respondió:

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

58

—¿Quién querría hacerlo?

Hubo más risas.

—Makia, ¿por qué hablan sobre con quién se acuesta la Conquistadora?

—Porque cuando no está matando a alguien, se está acostando con alguien.

—Eso no era así cuando llegué.

—Ésa era una época tranquila, cosa rara en ella. Recuerda, Gabrielle, que la

lucha que hubo en el sur sacó a la luz a la loba que lleva dentro. No se vuelve a

dormir tan fácilmente.

—¿Por qué la llamas loba?

—Porque no es sólo una cazadora. Es una depredadora. Es inteligente cuando

sigue un rastro y despiadada cuando ataca. Cuando se sacia, pasa a otra cosa,

sin mirar atrás.

—Pero los lobos se emparejan para toda la vida, ¿no? —replicó Gabrielle.

La habitación vacía de la Conquistadora decepcionó a Gabrielle. Leah, con una

buena dosis de sarcasmo, se había quejado de que la habían despertado la noche

antes para servirle vino a la Conquistadora. Ésta había regresado a Corinto

después de un viaje al oeste. Al recibir la orden de servir el desayuno a la

Conquistadora a media mañana, Gabrielle estaba ilusionada por ver a su ama.

Después de poner la mesa, no le quedaba más remedio que marcharse y volver a

sus tareas en la enfermería. Cuando alcanzó la puerta, oyó el saludo de la

Conquistadora.

—Ahí estás. Buenos días, muchacha.

Gabrielle se volvió.

—Buenos días, mi señora.

La Conquistadora iba vestida con un sencillo albornoz blanco. Su piel morena

había adquirido un rico bronceado. El pelo le caía suelto por los hombros con

algo de salvaje. Se acercó tranquilamente a la mesa donde estaba su desayuno.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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La impresión era nueva para Gabrielle. De no ser porque sabía que no era

posible, habría dicho que la Conquistadora estaba contenta.

—¿Qué tal has pasado estas dos semanas?

—Bien, ¿y tú, mi señora?

—Me ha sentado bien salir de Corinto para que me dé el aire. —Xena cogió una

rebanada de pan dulce—. Aunque debo confesar que echaba de menos la cocina

de Makia.

A Gabrielle le gustó el comentario jocoso de la Conquistadora.

La Conquistadora continuó:

—¿Cómo van tus estudios?

—Me queda mucho que aprender.

—Sí, cierto. ¿Estás contenta con tu elección?

—Mucho, mi señora.

—¿Sigues contando historias?

—Ayudan a los hombres a olvidar el dolor.

La Conquistadora se llevó la taza de té a los labios y bebió un sorbo.

—Ser capaz de hacer olvidar el dolor, aunque sólo sea un momento, es un gran

don. El reino es afortunado de tenerte.

Gabrielle se ruborizó.

—Gracias, mi señora.

Xena sonrió. Estaba de notable buen humor y sabía que ver a la chica de nuevo

era uno de los motivos.

—¿Deseas algo más, mi señora?

Xena se concentró en la chica por completo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

60

—Cuando estaba fuera, una noche me quedé sola, levanté los ojos y vi una

estrella fugaz que corría por el cielo nocturno. Pensé en ti. Quería que vieras lo

que había visto yo.

Gabrielle perdió toda inhibición. Habló con entusiasmo:

—Lo vi, mi señora. Fue... —Gabrielle se detuvo un momento para hacer

memoria—. Fue la cuarta noche después de que te marcharas. Yo estaba en la

torre.

Xena recordó aquella noche.

—Fue la cuarta noche. —Su tono se tornó preocupado—. ¿Qué te llevó a la torre?

¿Tu habitación no es lo bastante tranquila?

—Me sentía... me siento menos sola cuando estoy ahí.

—Eso es algo que tenemos en común. —Xena bebió otro sorbo de té—. Será

mejor que te marches antes de que Dalius se ponga a buscarte.

—Sí, mi señora. —Gabrielle se inclinó levemente ante su ama.

Gabrielle se quedó atónita por la forma en que Xena siguió mirándola

amablemente.

—Mi señora, me alegro de que hayas vuelto.

La sonrisa de Xena se hizo más amplia.

—Yo también me alegro de verte.

Gabrielle se contagió por completo del buen humor de la Conquistadora. Salió de

la habitación con paso alegre.

Gabrielle se despertó con dificultad. Se sentía débil y algo febril. Varios de los

guardias habían sucumbido a una enfermedad respiratoria y sospechaba que

ella misma se podía haber contagiado. No sabía si debía hablarle a Dalius de su

enfermedad. Llegó a la conclusión de que no estaba muy enferma y que los

hombres a los que cuidaba la necesitaban más de lo que ella necesitaba

quedarse en la cama.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle se vistió. Comenzó su día como había llegado a empezar cada día de su

vida. Fue a las cocinas para recoger el desayuno de la Conquistadora. Al hacerlo,

Gabrielle se preguntó cómo encontraría a la Conquistadora. Había observado que

la Conquistadora se había ido volviendo hosca en los últimos días. Se había

sentido decepcionada al ver que sus breves conversaciones caían víctimas del

mal humor de su ama.

Al entrar en los aposentos de la Conquistadora, Gabrielle se sorprendió al ver a

su ama sentada junto al fuego.

—Buenos días, mi señora.

Xena salió con dificultad de su estupor.

—¿Ya es de día? —Miró a Gabrielle y luego hacia el balcón. Se levantó,

maldiciendo sin mucho convencimiento—. Maldito sea el Tártaro.

La preocupación de Gabrielle se sobrepuso a la prudencia.

—¿No has dormido?

—¡No, no he dormido! —Xena dirigió su irritación contra su esclava.

Gabrielle supo que había cometido una transgresión.

—Te pido perdón, mi señora.

Xena controló su agitación.

—No, muchacha, no pasa nada.

Xena se acercó a la chica. Gabrielle hizo acopio de todo su autocontrol para

sujetar la bandeja del desayuno con firmeza cuando Xena alargó la mano y retiró

una taza de té de la bandeja. Aliviada al ver que no iba a producirse un castigo,

Gabrielle fue a la mesa y colocó los platos del desayuno.

Xena bebió el té mientras observaba cómo la chica terminaba su tarea. Gabrielle

se volvió hacia su ama. Por un momento, las dos mujeres se quedaron en

silencio. La expresión de Gabrielle encantaba a Xena. Le maravillaba la

franqueza de la chica. Nadie la miraba como la miraba esta chica.

—¿Qué estás pensando? —El tono de Xena era tranquilo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle se sonrojó.

—Nada, mi señora.

Xena la regañó:

—Muchacha, entre nosotras sólo puede haber verdad. Tienes derecho a

guardarte tus pensamientos. Si no deseas compartirlos, dilo. Prefiero que me

digas eso a que me mientas.

Gabrielle no quiso decepcionar a su ama con otra evasiva o una negativa. Optó

por la verdad.

—Creía que estabas contenta cuando volviste de tu reciente viaje al oeste. Parece

que esa alegría te ha abandonado. Mi señora, ¿qué te hace feliz?

Xena se quedó atónita por la pregunta. Miró a la chica auténticamente

maravillada.

—Te sorprendería.

—Puede que lo entienda.

—Las cosas sencillas.

—¿No puedes tenerlas aquí en Corinto?

—Aquí es más difícil.

—¿El qué, mi señora?

—Pues, para empezar, no puedo cazar un ciervo en las calles de la ciudad.

—Pero, ¿tus tierras de alrededor no son abundantes en ciervos?

—Sí.

—Entonces, ¿qué te impide disfrutar de lo que tienes?

La respuesta a la pregunta de Gabrielle era demasiado dolorosa de contemplar.

Xena optó por el humor y dijo en broma:

—¿Así que tú dices que debería darme el gusto e ir de caza?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Si eso te da placer.

Xena se quedó mirando a la chica. Detestaba el hecho de que una parte de su

ser desconfiara de los motivos de Gabrielle.

—Tengo un reino que gobernar. Tengo poco tiempo para el ocio.

—Dalius y Makia nos dan tiempo libre para nosotros mismos.

—¿Me comparas con mis esclavos?

Incómoda, Gabrielle bajó la mirada.

Xena sentía curiosidad.

—¿A ti qué te da placer?

—Como a ti, las cosas sencillas, mi señora.

Xena sonrió.

—Es decir...

Gabrielle levantó los ojos y le sostuvo la mirada a la Conquistadora.

—Mucho de lo que tú me has dado. Paso el tiempo con personas que son

amables y buenas. Tengo mis historias. Estoy aprendiendo cosas nuevas y lo que

aprendo es útil para los demás. Cuando deseo estar sola, puedo hacerlo. Hasta

tengo un sitio donde ir por la noche para contemplar las estrellas.

—Tiene que haber más.

Gabrielle sabía que no podía confesar el placer que le daba servir a su ama. No

podía explicar que ser reconocida por la Conquistadora hacía que se sintiera

presente en el mundo de una forma única, no como un componente más de una

masa indiscriminada de humanidad.

La timidez de Gabrielle fue en aumento.

—Mi familia era pobre. Mi hermana y yo nos entreteníamos mutuamente. Me

gustaba pasear por el campo, explorar sitios nuevos. A veces mi padre nos

llevaba a un pueblo cercano. Me gustaba el viaje. La sensación de libertad que

me daba.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿Así que no te sentías libre ni siquiera en casa?

—Era hija de mi padre y hacía lo que él me decía. Nunca he sido libre para hacer

lo que yo quiero.

—Ese día llegará.

—Y yo lo agradeceré cuando llegue, mi señora.

Gabrielle había llevado a Xena a una vida que había dejado atrás hacía mucho

tiempo. En algunas cosas era una vida parecida a la de la chica.

—De niña, yo pasaba el tiempo con mi hermano pequeño, Liceus. Recuerdo lo

que nos divertíamos cuando nos íbamos a explorar juntos. Cuando ya fuimos un

poco mayores, nos íbamos a cazar y pescar y le traíamos lo que habíamos

conseguido a mi madre, que lo preparaba para los huéspedes de su posada.

Tienes razón. Es un tipo especial de libertad que no es fácil encontrar.

—Mi señora, con todo el debido respeto, si yo tuviera el poder de darme a mí

misma esa libertad, aunque sólo fuera durante unas marcas, nada me impediría

hacerlo.

Xena fue al balcón. Sólo había una manera de calmar su duda.

—Creo que es un buen día para ir de caza.

Jared se había quedado sorprendido con la invitación de Xena. Cazaban juntos

cuando estaban en campaña. Hacerlo estando en Corinto era muy poco habitual.

El día tuvo éxito. Dos ciervas dieron la vida bajo sus flechas.

El sol se acercaba al horizonte. Xena detuvo a Argo. Se echó hacia delante,

apoyándose en el arzón de la silla, y dirigió la mirada hacia la ciudad. Una joven

esclava dominaba sus pensamientos. Jared había notado el humor

contemplativo de Xena. Detuvo a su caballo junto a ella.

—¿Qué ocurre, señora?

Xena siguió mirando al frente.

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—Jared, si desde el momento en que nos marchemos de aquí hasta el momento

en que lleguemos a la ciudad nadie nos tiende una emboscada, habré aprendido

algo que no sabía antes de que empezara el día.

Jared se quedó confuso. Había sido un día apacible. No había percibido la más

mínima amenaza.

—No lo entiendo.

—No quería decírtelo. Tenía miedo de echarte a perder este descanso, y

echármelo a perder a mí misma, pero la idea de salir de caza no ha sido mía, y

no sabía si me estaban tendiendo una trampa.

—Entonces, ¿por qué hemos salido sin refuerzos?

—Porque averiguar la verdad era más importante para mí que mi vida o, lamento

decir, la tuya.

Jared no podía culpar a Xena. Comprendía lo difícil que era para ella dejar entrar

a alguien en su vida.

—Ahora ya tienes a otra persona en quien poder confiar.

—Eso parece. —Se volvió hacia Jared—. Sois tan pocos.

Dalius se fijó en la palidez y la falta de concentración de Gabrielle. Preocupado y

nada convencido por lo que le aseguraba ella, la declaró enferma y la envió a su

habitación para que descansara. Gabrielle llevaba durmiendo unas cuantas

marcas cuando un golpe en la puerta la despertó. Trevor le comunicó que debía

presentarse ante la Conquistadora al cabo de una marca. Tras dar las gracias al

guardia, Gabrielle volvió a echarse en la cama. Agradecía sentirse algo renovada,

pero tenía la esperanza de que lo que le fuese a pedir la Conquistadora requiriera

una breve entrevista.

Trevor abrió la puerta de los aposentos de la Conquistadora, dejando pasar a

Gabrielle. La Conquistadora estaba sentada ante su escritorio, leyendo. Levantó

la mirada, contenta de ver a la chica.

Gabrielle se acercó.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Buenas noches, mi señora.

—Buenas noches.

—¿En qué puedo servirte?

Xena se levantó, rodeó el escritorio y fue a la mesa de comer.

—Quería darte las gracias. Ha sido un buen día de caza. Makia ha cocinado

filetes de venado de la caza que me he traído.

Sólo entonces se fijó Gabrielle en que la mesa estaba puesta, con dos servicios y

una buena comida.

Xena se apoyó en la silla de comer.

—Espero que tengas hambre.

Gabrielle no captó el mensaje que había tras las palabras de Xena.

—No mucha, mi señora. Así habrá más para los demás esta noche.

Xena se sumió en una incredulidad encantada. Se habría reído de la chica si

Gabrielle no lo hubiera dicho con tanta seriedad.

Xena optó por una invitación directa.

—¿Quieres cenar conmigo?

—¿Mi señora? —Gabrielle se quedó confusa.

—La cacería ha sido idea tuya. —Xena indicó la mesa con la mano—. No creerás

que me puedo comer todo este festín yo sola.

Los ojos de Gabrielle siguieron la mano de Xena.

—¿Y bien?

—Sí, mi señora. Gracias.

—Bien. —Xena sacó la silla que estaba al lado de la suya para que se sentara la

chica.

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Gabrielle se acercó, desconcertada aún por el gesto de la Conquistadora. Miró a

su ama, regodeándose en su cortesía. Se sentó y esperó a que la Conquistadora

se sentara.

Xena se dio cuenta de que la chica no sabía qué hacer. A los esclavos no les

daban un protocolo para comer con su soberana. Alcanzó un plato.

—Deja que te sirva.

Gabrielle asintió.

—¿Tienes alguna preferencia? ¿Carne, verdura, batatas, pan?

—Sí, por favor.

Xena se echó a reír.

—¿Cuánta hambre has dicho que tenías?

Gabrielle sonrió por primera vez en lo que iba de velada.

—Porciones pequeñas, mi señora.

—Porciones pequeñas, pues —asintió Xena.

Xena sirvió a Gabrielle con moderación y luego se sirvió a sí misma un plato

abundante.

Comieron en silencio. Xena sabía que si iba a haber conversación, debía ser ella

quien la iniciara.

—Me has hablado un poco de tu vida en Potedaia. Tiene que haber más cosas

que me puedas contar de ti y de tu familia.

Gabrielle replicó suavemente:

—Han muerto todos.

Xena dijo con énfasis:

—No es fácil hablar de aquellos a quienes has perdido. Yo tampoco soy dada a

hablar de mi familia. —Se metió un poco de carne en la boca. Sonrió a Gabrielle

con amabilidad—. ¿Querrías ser mi bardo esta noche y contarme una historia?

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Gabrielle se animó.

—Sí, mi señora. ¿Qué clase de historia te gustaría oír?

—¿Qué posibilidades tengo?

—Relatos heroicos, una historia romántica, algo gracioso...

—Gracioso. Ésta no es una noche para graves pensamientos. Quiero reírme.

Gabrielle entretuvo a la Conquistadora durante las dos marcas siguientes. Xena

se permitió viajar con los personajes que Gabrielle retrataba con sus palabras

bien elegidas. Disfrutaba tanto de mirar a Gabrielle como de las historias que

ésta le contaba. Gabrielle se fue relajando ante sus ojos, perdiendo su reserva,

transformada de esclava de la Conquistadora en una bardo libre de espíritu.

Gabrielle terminó su tercer relato de la velada, una comedia romántica sobre una

confusión de identidades. Era tierna y divertida al mismo tiempo.

Xena se arrellanó cómodamente en su silla.

—Bien hecho.

Gabrielle nunca se había sentido más halagada.

—Gracias. —Se recostó en su silla con un suspiro.

Xena se echó hacia delante.

—Pareces cansada.

Gabrielle confesó:

—Lo estoy, un poco.

—Eso no podemos permitirlo. —Xena se levantó, dando por terminada la

velada—. Los dos próximos días podrás dormir un poco más. No voy a necesitar

que me sirvas el desayuno. Voy a entrenar con mis guardias sobre el terreno. —

Xena se rió suavemente—. Lo que a mí me da placer, a ellos los agota.

Gabrielle siguió a la Conquistadora hasta la puerta, preguntándose si debía una

disculpa a los guardias por animar a su ama a buscar la felicidad.

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Xena le abrió la puerta a la chica.

—Buenas noches.

—Gracias por esta velada, mi señora.

—Soy yo quien te da las gracias. Que duermas bien. —Xena se inclinó

ligeramente ante la chica.

—Lo haré, mi señora.

Gabrielle salió. Se volvió para ver cómo se cerraba la puerta.

—Espero que hayas tenido una velada agradable, señorita —comentó Trevor.

—Así ha sido. Mañana puede que te pregunte si ha sido real o sólo un sueño.

—Y yo te aseguraré que no ha sido un sueño.

Gabrielle sonrió.

—Buenas noches, Trevor.

—Buenas noches, señorita. —Trevor se quedó mirando mientras Gabrielle se

encaminaba despacio a su habitación. En todos los años que llevaba sirviendo a

la Conquistadora, no recordaba una velada como ésta, en la que la invitada no se

marchaba con aspecto desastrado, prueba de que el encuentro con la

Conquistadora no se había limitado únicamente a la conversación. Por el bien de

la chica, se alegraba de ver que ella había sido la excepción.

Xena regresó del campo al caer el sol. Estaba contenta con el rendimiento de los

guardias a lo largo de los dos días de entrenamiento. También se sentía mejor

por haber estado libre de la administración de su gobierno. Mientras cabalgaba

de vuelta a Corinto, tomó la decisión de salir de los confines de palacio más a

menudo.

Al salir del baño, Xena advirtió que su desayuno estaba ya colocado en la mesa.

La disposición era distinta de lo que estaba acostumbrada a ver y, además, lo

habían servido más temprano que de costumbre.

—¡Guardia!

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El guardia entró en la habitación.

—Sí, señora.

—¿Quién me ha traído el desayuno?

—Leah, señora.

—Ve a buscar a Targon.

El guardia salió. Xena continuó preparándose para el día. No tocó la comida.

Targon llamó a la puerta.

—Adelante.

—Majestad, ¿ha hecho Leah algo que te haya desagradado?

—¿Por qué no me ha servido Gabrielle esta mañana?

—Está enferma.

—¿Qué le ocurre?

—Dalius ha dicho que tiene una fiebre muy alta y los pulmones inflamados, por

lo que le cuesta respirar.

—¿Está en su habitación?

—No, Majestad. Está en la enfermería.

Xena vio que habían colocado un biombo entre Gabrielle y los soldados

enfermos, para darle intimidad. La chica estaba pálida, empapada en su propio

sudor. Xena tocó la frente de Gabrielle y la encontró peligrosamente caliente.

—¡Dalius! ¿Qué le has dado?

—Hierbas para la fiebre, pero como ves, han tenido poco efecto.

Gabrielle abrió los ojos. No se sorprendió tanto como pensaba que debería al ver

a la Conquistadora a su lado. La presencia de la Conquistadora la reconfortaba y

la asustaba a la vez. Alargó la mano. La Conquistadora se la cogió. A Gabrielle le

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costó hablar por la garganta reseca. Estaba segura de que la Conquistadora le

diría la verdad, mientras que Dalius se mostraba evasivo.

—¿Me voy a morir?

—Estás muy enferma.

Gabrielle asintió. Como se había enterado de que se habían producido varias

muertes en los últimos días por la misma enfermedad, interpretó las palabras de

la Conquistadora como una sentencia de muerte. Mantuvo a la Conquistadora en

su campo visual hasta que el sueño le cerró los ojos.

Xena se aferró al vínculo hipnotizante que mantenían. La chica no era la única

que necesitaba mantener su conexión. Xena se puso en pie cuando Gabrielle se

quedó dormida.

—Dalius, déjame ver tus medicinas.

—Le he dado esto, Majestad.

Xena no pudo objetar nada al tratamiento prescrito por el sanador. Ella conocía

otras combinaciones. Cogió tres tarros distintos y se los entregó a Dalius.

—Toma.

Dalius sujetó los tarros y aguardó instrucciones. Xena volvió con Gabrielle, le

envolvió el cuerpo cuidadosamente con una manta y luego la levantó en brazos.

—Sígueme.

Xena llevó a Gabrielle a sus aposentos.

—Prepara un baño frío.

El sanador así lo hizo mientras Xena tumbaba a Gabrielle en su cama. Desnudó

a la chica.

Gabrielle se despertó confusa.

—¿Qué haces? —la retó débilmente.

Xena se detuvo y se inclinó sobre la esclava. Habló suavemente:

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—Confía en mí.

Gabrielle miró a la Conquistadora como nunca hasta entonces lo había hecho.

—Confío.

—Bien. —Xena envolvió a Gabrielle en la manta y la llevó a la sala del baño. La

gran bañera estaba llena hasta tres cuartas partes—. Dalius, coge la manta. —Él

así lo hizo. Xena metió a Gabrielle en el agua. El choque hizo que Gabrielle

tuviera convulsiones, por lo que Xena tuvo que sujetar a la chica a la fuerza.

Gabrielle suplicó:

—¡No! Sácame. Está frío. ¡Por favor!

Xena alargó las manos y con un veloz movimiento pinzó dos nervios del cuello de

la chica, con lo que Gabrielle perdió el conocimiento. El sanador observaba en

silencio, impresionado al ver que la Conquistadora no había hecho daño a la

esclava. Al cabo de media marca, Xena sacó a Gabrielle de la bañera y la secó

con cuidado antes de llevarla de nuevo a la cama. Xena tapó a Gabrielle con dos

gruesas mantas de lana.

En el dormitorio, Dalius estaba preparando una infusión siguiendo las

instrucciones de la Conquistadora. Antes de pedir la infusión, Xena pellizcó los

nervios de la chica. Gabrielle recuperó el conocimiento poco a poco.

Xena puso la mano sobre la frente de Gabrielle.

—Mejor.

—Majestad. —Dalius entregó una taza de infusión a la Conquistadora.

Ésta pasó el brazo por detrás de los hombros de Gabrielle para incorporarla.

—Bébete esto.

Gabrielle pasó la mirada de la taza a la Conquistadora y de nuevo a la taza. Bajó

la boca hasta el borde y bebió lo que pudo.

—Eso es —la animó Xena. Una vez consumida la infusión, Xena volvió a tumbar

a Gabrielle—. Ahora duerme. —Era la orden más amable que había recibido

Gabrielle de la Conquistadora y obedeció sin problema.

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Pasaron dos días. Durante ese tiempo, la Conquistadora durmió en un sofá de

sus aposentos. Hizo que Dalius visitara a Gabrielle con regularidad y se aseguró

de que todas las necesidades de Gabrielle estuvieran cubiertas. Era de noche y la

Conquistadora estaba sentada junto a la cama de Gabrielle.

—Por favor, mi señora, estoy mucho mejor. Soy una carga para ti.

—Cuando estemos solas, puedes llamarme Xena.

—Tiene que haber algo que pueda hacer.

—Recuerda que la gente se muere de esta enfermedad. Preferiría que Hades no te

llamara todavía.

—Pero...

—Le diré a Dalius que te traiga pergaminos médicos para que estudies. Y si lo

deseas, haré que te traigan una pluma, tinta y unos cuantos pergaminos en

blanco para que puedas escribir tus historias.

—¿Escribir mis historias?

—Sé que sabes leer y escribir.

—Sí, mi señora. Es que nunca se me había ocurrido escribir mis historias.

—Bueno, pues ahora que ya lo has pensado, ¿qué dices?

—Me gustaría. Gracias. Eres muy amable.

—No hay de qué.

Xena fue a una butaca junto a la chimenea. Gabrielle no había tardado en

averiguar que la Conquistadora pasaba la mayoría de las noches en esa butaca,

ya fuese leyendo o contemplando el fuego. Aunque se preguntaba por qué la

Conquistadora no había hecho que la trasladaran a su propia habitación, no

decía nada al respecto. Al encontrarse en los aposentos de la Conquistadora,

tenía la oportunidad de observar la vida íntima de la dirigente de Grecia. Lo que

más le llamaba la atención a Gabrielle era lo normal que le parecía la vida de la

Conquistadora. Las mañanas las dedicaba a los asuntos de gobierno. A

mediodía, la Conquistadora trabajaba con la Guardia Real. Las tardes las pasaba

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en la corte. La Conquistadora celebraba banquetes y fiestas, pero disfrutaba

poco con el trato social. Era evidente que prefería las veladas tranquilas.

La noche siguiente, Xena estaba sentada en la piel de oso tendida delante de la

chimenea. Gabrielle, envuelta en un albornoz blanco, se acercó.

Xena interrogó a la chica con cierta severidad:

—¿Qué te crees que estás haciendo?

—Aquí hace más calor. A menos que prefieras estar sola.

—¿Necesitas una manta?

Gabrielle se sentó en una butaca frente a Xena.

—Estoy bien, de verdad.

—¿Tienes hambre?

—Sí, por favor.

Xena le tomó el pelo:

—Está claro que has recuperado el apetito.

—¿Puedo hacer una pregunta?

—Sí.

—¿Por qué has sido tan buena conmigo?

—Hago daño a los que intentan hacerme daño y ayudo a los que me son leales.

Hay pocos que sean auténticamente leales.

—Pero, ¿qué he hecho yo para ganarme tu favor?

—He llegado a conocer a la persona que eres. He tenido oportunidades de sobra

para ver cómo das generosamente de ti misma. Ves bondad en las personas. Das

a los demás una razón para sonreír y tener esperanza cuando hay pocos motivos

para hacerlo. Y haces todo esto sin amenazar al reino.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

75

—Pero... —Gabrielle titubeó.

—¿Pero qué?

Gabrielle bajó la mirada.

Xena prometió:

—Di la verdad. No sufrirás ningún daño.

—No estoy de acuerdo con la violencia. No estoy de acuerdo con las leyes que

restringen la libertad de expresión y de reunión. Desearía que fueras más

misericordiosa.

—Lo sé. Y con todo y con eso, no me tratas como a un animal, y te lo agradezco.

—¿Cómo puedes ser tan... fría?

—Es necesario si quiero sobrevivir.

—¿Qué clase de vida puedes tener cuando te tienes que proteger siempre de tus

enemigos... cuando no te permites tener amigos?

—Como he dicho, mi objetivo es sobrevivir. He acabado por aceptar que no

merezco nada más.

—Pero hasta tus esclavos tienen más.

—Si mis esclavos tienen más que yo, entonces es que soy mejor ama de lo que la

gente cree.

—Pero no es justo.

—Buscas justicia. No tenemos ningún derecho inherente a la justicia. Los dioses

son demasiado veleidosos para otorgar tal don a la humanidad.

—Tú tienes poder para crear una Grecia justa.

—Cada cual tiene su propia definición de lo que es la justicia. Tú tienes la tuya.

Yo tengo la mía. Yo soy Grecia, por lo que mi justicia prevalece.

—¿Hasta cuándo?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

76

—Hasta que me derrote alguien que sea más fuerte o más inteligente que yo.

—No consigo imaginar quién podría ser así.

La sonrisa de Xena fue auténtica.

—Gracias.

—Xena, sin compasión, no hay sabiduría.

Xena oyó su nombre pronunciado por los labios de la chica por primera vez. La

sensación de intimidad la dejó atónita. Le gustó. Quería oír a Gabrielle

pronunciar su nombre de nuevo.

Gabrielle se estremeció visiblemente. Xena alcanzó una manta que estaba en la

butaca detrás de ella.

—Toma. —Se apoyó en una rodilla y envolvió los hombros de Gabrielle con la

manta—. ¿Querrías enseñarme sabiduría?

—Si pudiera. —Gabrielle consideró el detalle de la Conquistadora acorde con las

pequeñas comodidades que le había ofrecido a lo largo de su convalecencia.

Xena se quedó cerca de Gabrielle, pues deseaba la sensación de estar cerca de la

mujer.

—Algunas personas, muy pocas, enseñan únicamente por el ejemplo.

—Yo eso no lo sé, pero sí que sé que puedes tener amistad... amor.

Xena alargó la mano y acarició tiernamente la mejilla de Gabrielle.

—¿Puedo, Gabrielle?

Gabrielle no se esperaba la ternura del rostro de Xena. Nunca había oído a Xena

llamarla por su nombre. No había exigencia en sus palabras. Era una

solicitación sincera y, sin embargo, Gabrielle sintió miedo. Gabrielle se echó

hacia atrás, rompiendo la conexión táctil.

Xena no sólo veía, sino que sentía el miedo de Gabrielle. Sintió una profunda

pérdida. Por un momento había dejado aflorar su esperanza. Había albergado la

esperanza de obtener una reacción distinta por parte de la chica. Se dio cuenta,

dolorosamente, de que no podía atraer a la chica hacia ella sin recurrir a una

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

77

orden o a la fuerza. Al regresar a su posición original en el suelo, la mano de

Xena cayó a su lado, donde ya no podía hacer más daño.

Gabrielle era incapaz de mirar a la Conquistadora a los ojos.

—Mi señora, ¿puedo retirarme? Deseo volver a mi habitación esta noche.

El uso renovado por parte de Gabrielle del título retumbó como una maldición en

el oído de Xena. La Conquistadora no mostró emoción alguna.

—Por supuesto.

—Gracias, mi señora. —Gabrielle se levantó.

Xena volvió a clavar la mirada en el fuego. Escuchó cada ruido que indicaba el

progreso de Gabrielle mientras ésta se vestía y luego salía de sus aposentos.

Era media mañana cuando Targon llamó a la puerta de Gabrielle y se anunció,

pidiendo permiso para entrar. Gabrielle le dijo desde la cama que entrara.

—Buenos días, señorita. Espero no haberte molestado.

—Estaba despierta, señor.

—La Conquistadora me ha informado de que todavía pueden faltar unos días

hasta que tengas fuerzas suficientes para retomar unas tareas ligeras.

Gabrielle asintió. Ahora conocía la respuesta a una de sus preguntas. Estaba

segura de que lo que había traído a Targon hasta ella era resultado de la

intervención de la Conquistadora.

—Dalius seguirá cuidándote hasta que estés mejor.

—Gracias.

—¿Puedo sentarme?

—Por supuesto.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

78

Targon colocó la silla del escritorio de Gabrielle junto a la cama y luego se sentó.

Sacó un pergamino de una bolsa que llevaba colgada del hombro. Le entregó el

pergamino a Gabrielle.

—Esto es para ti, señorita.

Gabrielle cogió el pergamino y lo sujetó temerosa, especulando sobre lo que

podía suponer para ella.

—Por favor, léelo, señorita —la animó Targon amablemente.

Gabrielle abrió el pergamino y se puso a leer la orden. Al pie figuraban la firma y

el sello de la Conquistadora.

Miró a Targon.

—No entiendo.

—Servirás a la Conquistadora sólo durante un año más.

—Pero, ¿por qué?

—La orden de la Conquistadora está clara. Está próximo a cumplirse tu primer

aniversario al servicio del reino. Ha anulado tu esclavitud y te ha reclasificado

como sierva aprendiza, y ha conmutado la duración de tu servicio de tres a dos

años en reconocimiento a tu capacidad más valiosa como ayudante del sanador

de la Guardia Real.

—Pero es gracias a ella por lo que estoy aprendiendo las artes curativas.

—Gabrielle —Targon usó a propósito el nombre de la chica para enfatizar lo que

decía—, conozco a la Conquistadora desde hace muchos años. No da fácilmente.

Cuando lo hace, es sincera. Acepta el regalo. Es lo único que te pide.

—Pero anoche, yo... No me esperaba esto de ella.

—Puede sorprender. La Conquistadora no es la mujer previsible que algunos

creen.

—¿Cuándo lo ha decidido?

—Me enterado de su decisión esta mañana.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

79

Gabrielle acarició el pergamino con la punta de los dedos.

—Seré libre dentro de un año —dijo Gabrielle, hablando más consigo misma que

con el administrador.

—Sí, señorita. La Conquistadora también ha cambiado tus tareas.

Gabrielle se sintió atenazada por el miedo.

—¿Cómo?

—Ya no servirás el desayuno a la Conquistadora. Puedes presentarte ante Dalius

directamente todas las mañanas. Esto te permitirá descansar más. Nadie desea

verte enfermar de nuevo.

—Esto también ha sido idea suya, ¿verdad?

—Eso creo.

Gabrielle apoyó la cabeza en el cabecero de la cama y cerró los ojos. Intentó

controlar sus emociones.

Targon vio que se le escapaba una lágrima.

—¿Te ocurre algo?

Gabrielle negó suavemente con la cabeza.

—Es que estoy cansada.

El administrador posó una mano reconfortante en el brazo de la chica.

—Descansa.

Gabrielle abrió los ojos y miró al hombre.

—Gracias.

—No hay de qué, señorita.

Targon dejó a Gabrielle con sus pensamientos. Gabrielle abrazó el pergamino.

Era lo único que podía hacer para sentir la presencia de la Conquistadora.

Sentía que, por buenas que fuesen las intenciones de la Conquistadora, su exilio

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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de las mañanas de la Conquistadora era un castigo mayor de lo que podía

soportar.

Pasaron quince días durante los cuales Gabrielle no tuvo motivo para hablar con

Xena. Se recuperó por completo de su enfermedad y volvió a sus tareas en la

enfermería. Que ella supiera, todos los que se habían enterado de lo que había

hecho la Conquistadora por ella eran de la opinión de que, efectivamente, se

había ganado el favor de la Conquistadora. Con algo de coacción, Gabrielle

convenció a Leah para que le permitiera llevar el vino de la noche a la

Conquistadora.

Trevor anunció:

—El vino de la noche, señora.

Xena estaba sentada en una butaca de respaldo alto de cara al fuego.

—Bien.

Trevor le indicó en voz baja a Gabrielle:

—Déjalo en la mesa donde está sentada la Conquistadora. —Cerró la puerta.

Gabrielle hizo lo que se le había indicado, manteniéndose un paso por detrás de

su ama.

—Xena.

Xena cerró los ojos al oír la voz de la chica.

—Sí, Gabrielle.

—Gracias. No puedo expresarte lo que significa la libertad para mí.

—No te he dado nada. Te lo has ganado y continuarás haciéndolo.

—¿Puedo acercarme?

—Creo que sería mejor que te quedaras donde estás.

—No me esperaba que me fueras a tocar.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Fue una presunción desafortunada por mi parte. Lo lamento. —Xena aferró los

brazos de la butaca con las manos.

—Yo no.

Xena se levantó y se volvió hacia la joven.

—¿Sabes lo que me estás diciendo?

—Si me deseas, me entrego a ti de buen grado.

—¿Por qué?

Gabrielle guardó silencio.

—Gabrielle, no me debes nada. Dime la verdad. ¿Por qué haces esto?

—Porque te amo.

Xena expresó sus dudas:

—¿Amas a la Conquistadora?

—Amo a Xena de Anfípolis.

—No puedes tener a la una sin la otra.

—Lo acepto.

—Te considerarán mi puta. —Xena no estaba dispuesta a que Gabrielle tomara

su decisión ingenuamente.

Gabrielle agachó la cabeza.

—Pero no lo serás. Para mí no, si eso supone una diferencia.

Gabrielle alzó los ojos.

—La supone.

Xena se acercó a la chica. Levantó la barbilla de Gabrielle con el dedo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Gabrielle de Potedaia, que no se diga que no he intentado advertirte. Llegará el

día en que lamentes esta decisión.

Gabrielle avanzó un paso, eliminando la distancia que había entre ellas. Xena

obtuvo su respuesta. Se inclinó y besó a Gabrielle suavemente. Gabrielle, a su

vez, se abrió a Xena, y sus manos acariciaron con cuidado a la mujer que iba a

ser su amante.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

83

2

Xena hizo gala de su mayor paciencia. Llevó a Gabrielle hasta su cama con un

continuo intercambio de besos y caricias mientras despojaba a Gabrielle de su

ropa. Animó a Gabrielle a desnudarla a su vez, colocando las manos de la joven

sobre los botones y cintas de su propia ropa.

Se echó encima de Gabrielle, explorando el suave cuerpo, sorprendentemente

fuerte. Cuando empezó a acariciar a Gabrielle íntimamente, a la joven se le cortó

la respiración. Como recordaba el pasado de Gabrielle, Xena no dejaba de

mirarla tranquilizadoramente.

—Tranquila.

Gabrielle subió la mano y la posó en la mejilla de Xena. La guerrera sonrió.

—Eso es.

Otra caricia y Gabrielle arquó la espalda, cerrando los ojos por la sensación: un

doloroso placer abrumaba sus sentidos. Gabrielle no apartaba la mano de la

mejilla de Xena, pues necesitaba mantener la conexión. Xena volvió la cabeza

para dar un beso en la palma abierta de Gabrielle. Ésta notó que la tensión que

llevaba dentro se acercaba al límite. Abrió los ojos y sostuvo la mirada constante

de Xena. Ésta la anclaba a lo que era bueno y seguro. Gabrielle susurró el

nombre de Xena roncamente y luego gritó. Un orgasmo le atravesó el cuerpo.

Xena continuó con sus tiernas caricias hasta que Gabrielle levantó el tronco y

abrazó a la Conquistadora. El cuerpo de Gabrielle seguía estremecido. Xena

rodeó a Gabrielle con el brazo, para sostenerla.

La confianza de la joven había sido completa y Xena sabía que sólo gracias a esa

confianza había podido llevar a Gabrielle al orgasmo. Gabrielle se aferró a ella,

temblando. Xena se dio cuenta de que la humedad que notaba en la piel eran las

lágrimas de Gabrielle. Como no tenía palabras, Xena recostó a Gabrielle, guiando

a la joven para que descansara sobre su hombro. Fue así como Gabrielle se

quedó dormida y, al cabo de un buen rato, como Xena se durmió.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena se despertó en una cama vacía. Reaccionando rápidamente, se incorporó y

paseó la mirada por la habitación. Vio a Gabrielle vistiéndose allí cerca.

—¿Dónde vas?

Gabrielle siguió vistiéndose y se volvió con timidez hacia su ama.

—Dalius me espera.

Xena se acomodó en la cama.

—¿No quieres cambiar nada de tu trabajo cotidiano?

—Con tu permiso.

—¿No quieres que nadie sepa que has estado conmigo? —Hacer la pregunta le

dolió a Xena más de lo que podía imaginar.

—La gente ya sabe que anoche no regresé a la cocina.

—¿Pero no quieres que te reconozca formalmente?

—Puedes llamarme siempre que me necesites.

Xena se sentía confusa.

—¿Anoche te hice daño?

—No.

Xena se tensó al tiempo que su orgullo buscaba alivio.

—¿Te he decepcionado de alguna manera?

Gabrielle se acercó.

—No... No... Has sido maravillosa conmigo.

—No te entiendo —dijo Xena, expresándose sin censura.

—He pensado que será menos complicado para ti si la corte sigue

considerándome una de tus muchas siervas.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Tú sabes que eres más que una sierva para mí, ¿verdad?

—Sí, lo sé.

—Tenemos que hablar más de esto.

—Como desees.

—Gabrielle. —Xena se levantó de la cama. Cediendo al pudor de Gabrielle, se

puso un albornoz. Xena fue al pasillo oculto y abrió la entrada—. Sigue este

pasillo hasta las escaleras de detrás. En el primer rellano tuerce a la derecha. El

pasillo desemboca en un aparente callejón sin salida. Tira de la anilla metálica

de la pared. Se abrirá un pasadizo hasta tu habitación. Cuando estés en tu

habitación, tira de una anilla igual que está en la pared y el pasadizo se cerrará.

Mis guardias hacen el relevo a medianoche. Aunque Trevor informará a su

sustituto de tu presencia, mis guardias serán discretos. Nadie sabrá que esta

noche has estado conmigo. Y en el futuro, puedes usar este pasadizo para evitar

ojos indiscretos. Creo que así es como deseas que sea nuestro arreglo.

—Sí, gracias.

—Ven a verme esta noche, una marca después de que sirvan la cena.

—Lo haré.

Xena se quedó mirando mientras Gabrielle desaparecía de sus aposentos. Pensó

que debería estar satisfecha con el deseo de discreción por parte de Gabrielle. En

cambio, se preguntaba si Gabrielle se avergonzaba de sí misma o de la

Conquistadora.

Gabrielle anunció su presencia con un golpecito. Xena abrió la entrada.

—Pasa.

Un rápido examen de Gabrielle reveló la incertidumbre de la joven. Xena intentó

aliviar la tensión.

—Vamos a sentarnos junto al fuego.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle esperó a que Xena se moviera. Xena le ofreció la mano a Gabrielle. Ésta

la cogió con timidez y se dejó guiar. En una mesa baja había un surtido de fruta

y dos copas llenas de vino. Xena se sentó en la alfombra.

—Por favor, siéntate conmigo.

Gabrielle se sentó frente a la Conquistadora. Se fijó en los cuidados detalles del

ambiente. Si Xena quería seducirla activamente, apreciaba el esfuerzo.

—¿Qué tal tu día?

Gabrielle se quedó sorprendida por la normalidad de la pregunta.

—Bien. Sólo ha habido un nuevo herido. Cantus. Recibió un corte en el muslo

cuando entrenaba. Le conté una historia mientras le cosía la herida. Salió bien.

—Vas a convertirte en una excelente sanadora, además de bardo.

—¿Qué tal tu día?

—César ha vencido en Galia. Es posible que no tarde en volver a fijarse en

Grecia.

—¿Cuánto falta para que venga?

—No lo sé. Depende del número de bajas que haya sufrido y de lo que tarde en

reconstruir su ejército. Tengo espías a la caza de información.

—La guerra...

—Es inevitable. —Xena cogió una copa de vino y se la ofreció a Gabrielle—.

Pruébalo. Es una cosecha muy buena.

Gabrielle cogió la copa.

—No tienes por qué hacer esto.

—¿El qué?

—Seducirme.

—¿Es así como...? —Xena se levantó. Todo su cuerpo rezumaba agitación—.

Maldito sea el Tártaro. —Se apartó y se detuvo entre la chimenea y su cama.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Hizo un esfuerzo por poner en orden sus ideas—. Gabrielle, estamos en mis

aposentos privados. Nadie sabe que estás conmigo. No porque yo lo ordene, sino

porque tú lo has pedido. Yo no oculto lo que eres para mí. —Xena se volvió y

miró a Gabrielle directamente—. No te voy a mentir. Te deseo desde hace tiempo.

Me has conmovido como nadie lo ha hecho jamás. A pesar de mi deseo, te tendré

sólo con tu consentimiento, sin subterfugios. Tienes libertad para venir a mí o

no. Lo de anoche... lo de anoche fue algo muy dulce para mí y desearía más

noches como ésa. He intentado respetarte y ser tierna contigo. Dices que no

quieres nada de mí, pero es evidente que si todo lo que te ofrezco es la mujer que

soy, no es suficiente. Dime en qué he fallado y haré lo que pueda para

remediarlo.

Gabrielle dejó su copa de vino en la mesa y se levantó. Se sentía humilde ante la

declaración de Xena.

—No me has fallado. Has sido generosa como no podía ni imaginar.

—Entonces, ¿qué es lo que te mantiene alejada?

—¿Te importo algo, aunque sólo sea un poco?

—¿Qué?

—¿Podrías decírmelo? Sólo a veces... para que no me sienta tan sola.

—¿Quieres las palabras? Te he dado mi cuerpo. Te he dado... —Xena se calló, sin

completar la idea.

Gabrielle comprendió que había cometido un grave error al poner en duda las

intenciones de Xena.

—Debería irme.

Temblando de rabia, Xena alargó el brazo, señalando a Gabrielle.

—¡No! ¡No me dejes!

Gabrielle se quedó inmóvil mientras veía cómo la Conquistadora controlaba sus

emociones. La Conquistadora serenó su respiración acelerada. Dejó caer el

brazo, derrotada.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Haz lo que tengas que hacer. Eres mi sierva, pero nunca he sido tu dueña, y

nunca lo seré.

Gabrielle avanzó un paso.

—Lo siento. No sé qué grado de libertad se me permite tener contigo. No sé qué

significa compartir tu cama, ni cómo debo comportarme. No sé qué esperas de

mí. Pero quiero darte gusto.

Xena habló con sinceridad:

—Quiero poder confiar en ti. Quiero que tú confíes en mí. Quiero creer que jamás

te haré daño a propósito. Quiero compartir momentos tranquilos y privados

contigo. Quiero creer que te gustan mis caricias. Y quiero tener la oportunidad

de ganarme tu aprecio. Eso es lo que me daría gusto.

—Gracias por las palabras.

Xena se dio la vuelta. Estaba agotada.

—Gabrielle, estoy cansada. ¿Otra noche, pues?

—¿Puedo dormir a tu lado?

Xena observó a la joven, buscando cualquier señal de artificio. Satisfecha al ver

que no había ninguna, fue a una cómoda de ropa y sacó dos sencillas camisas

blancas de dormir. Le ofreció una a Gabrielle.

—Puedes dormir con esto.

—Gracias.

Xena entró en el baño para cambiarse, dejando a Gabrielle en privado. Cuando

volvió a la habitación, Gabrielle estaba cerca del fuego y su ropa estaba

cuidadosamente doblada en el sofá a su lado. Xena fue directamente a la cama y

se metió bajo las sábanas, colocándose de lado, de espaldas a Gabrielle. Sólo

entonces Gabrielle se acercó al otro lado de la cama. Esperaba oír una invitación.

No la hubo. Costaba creer que sólo había pasado un día desde su primera

relación íntima. Con renovada convicción, Gabrielle levantó las sábanas y se

acercó a la Conquistadora hasta sentarse a su lado. Gabrielle puso la mano en el

hombro de la Conquistadora. Eligió con cuidado el modo de dirigirse a la mujer.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿Xena?

—Sí.

—Anoche me prometiste enseñarme todo lo que necesito saber para estar

contigo.

—Lo haré.

—Dímelo ahora. ¿Cómo hace una sierva para seducir a su ama?

Xena se puso boca arriba para ver mejor a su compañera de cama.

—¿Por qué querría una sierva seducir a su ama?

—Porque la noche anterior el ama le dio a la sierva una dulce noche de placer. El

ama fue respetuosa con la sierva, tratándola como a una igual. En ningún

momento el ama fue otra cosa que delicada y la sierva se dio cuenta del gran

esfuerzo que hacía el ama para ser así... Me gustaría pasar más noches contigo,

pero antes de poder pasar aunque sólo sea una más, debo tener tu

consentimiento.

—Puedes jugar a la seducción, Gabrielle, pero sabes que no es necesario. Sólo

tienes que hablar con sinceridad y te daré lo que deseas.

Gabrielle creyó a Xena. También estaba convencida de que lo que Xena prometía

podía muy bien ir más allá de los placeres físicos. Era una revelación pasmosa.

No iba a pensar en ello en este momento, pero sí reflexionaría sobre ello más

tarde, en soledad. Gabrielle decidió que un beso valía más que las palabras. Su

beso fue bien recibido.

Por mucho que a Xena le encantara estar con Gabrielle, el tiempo que pasaban

juntas seguía limitado a algunas noches. Xena la visitaba en la enfermería. Era

durante esas visitas cuando Gabrielle y ella acordaban verse más tarde. Pasaban

juntas marcas apacibles delante de la chimenea y en la cama. En su cama,

Gabrielle no sólo hacía arder la pasión de la Conquistadora, sino que además

inspiraba ternura a Xena. Era en su cama donde Xena sentía que se fusionaba

en un ser completo, libre de la fragmentación que a menudo proyectaba una

sombra sobre su alma.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle estaba más cómoda con ella. La joven seguía siendo un misterio para

Xena. No dudaba de que Gabrielle deseara estar con ella y, sin embargo, todavía

había una distancia entre ellas que no sabía cómo superar. Sabía que la

responsabilidad por esta distancia correspondía por igual a las dos.

Xena levantó una jarra de vino.

—¿Más?

—No, gracias.

Xena dejó la jarra a un lado y se apoyó bien en el sofá. Gabrielle, a su vez, estaba

apoyada en el pecho de Xena, tumbadas las dos delante de la chimenea. La piel

de oso del suelo las aislaba de la fría piedra. Gabrielle se movió para colocar el

oído sobre el corazón de Xena. Le reconfortaba oír el fuerte latido.

Estarían separadas mientras Xena viajaba al sur para inspeccionar las

provincias que antes estaban a cargo del señor Gaugan. Tras la muerte de

Gaugan, Xena había averiguado que no era tan razonable en el trato que

dispensaba a los campesinos como ella habría querido. Estaba empeñada en

asegurarse de que aquellos que recibieran propiedades cumplían o superaban

sus exigencias.

—Te voy a echar de menos —confesó Gabrielle.

Xena levantó con delicadeza la barbilla de Gabrielle y le dio un tierno beso.

—¿Estás segura de que no necesitas una sanadora durante el viaje?

Xena sonrió.

—Creía que no querías llamar la atención sobre nuestro arreglo. Sólo tienes que

decir una palabra para venir conmigo.

—No, tienes razón. Pasaré el tiempo estudiando los pergaminos nuevos que me

ha dado Dalius. El reino tiene una excelente biblioteca médica. —Gabrielle no

disimuló su sonrisa—. Dalius me ha dicho que crece día a día. Parece que a la

Conquistadora se le ha despertado el interés por la medicina.

—Siempre me ha interesado el arte de curar. Y exijo los mejores cuidados para el

pueblo de Grecia. ¿Me lo echas en cara?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—En absoluto. —Gabrielle besó a Xena ligeramente y volvió a acomodarse—. Me

alegro de que Grecia esté tranquila. Deberías intentar divertirte mientras estás

fuera.

—Las cosas no son siempre como parecen.

—¿Hay algún problema?

—Siempre hay problemas. Lo único que cambia es su visibilidad e intensidad.

—¿Debería preocuparme?

—¿Por mí? No. Grecia va bien. Eso suele querer decir que hay menos gente que

quiere matarme.

Gabrielle guardó silencio. Xena bajó la mirada y contempló a la inmóvil figura.

—Lo que he dicho no te ha hecho la menor gracia, ¿verdad?

—No.

—Estoy acostumbrada a reírme de la muerte. Forma parte de ser guerrera.

—Los guerreros tienen su propio código.

—Es cierto que tenemos un código por el que vivimos. Por desgracia, no todos los

guerreros viven por el mismo código.

—¿Ese código incluye a quién matas y a quién dejas vivir?

Xena se quedó desconcertada por la pregunta. Fue la Conquistadora quien

contestó.

—Sí, efectivamente.

—¿Cuál era tu código cuando conquistaste Grecia?

—Primero fui tras los señores de la guerra. Me concentré en los más brutales.

—¿Incluido Draco?

—Sí. Lo maté yo misma.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena esperó a que Gabrielle reflexionara sobre su papel para vengar la muerte de

Lila.

—Y después de los señores de la guerra, ¿qué hiciste?

—Para entonces tenía un ejército formidable. Muchos de los señores de la guerra

habían aceptado unirse a mí.

—¿Se lo ofreciste a Draco?

—Sí.

—¿Lo habrías aceptado en tu ejército?

—Parte del código del guerrero consiste en dar a los que quieres conquistar la

oportunidad de rendirse. Podría haber exiliado a Draco, pero así habría sido más

peligroso para mí. Es más inteligente tener a tus enemigos cerca para poder

vigilarlos. Al final, dio igual. Lo rechazó.

Gabrielle seguía apoyada en Xena. Segura de que la mujer más joven no tenía

ninguna pregunta inmediata, Xena prosiguió con su explicación.

—Entonces se me plantearon dos importantes desafíos. Uno era tomar Corinto.

El otro era Roma.

—¿Por qué no Persia?

—Estaban demasiado ocupados luchando entre sí para ser una amenaza. Como

yo, el rey Okal todavía tenía que solidificar su dominio.

—¿Qué era más importante para ti, Corinto o Roma?

—Corinto. No estaba dispuesta a repetir mi error con Roma y necesitaba Corinto

para establecer toda Grecia como mi reino.

—César te traicionó. —Gabrielle recordaba las historias que se contaban sobre la

breve alianza entre Xena y César.

—Sí. Yo era joven e ingenua. Estaba convencida de que me amaba. Mi

recompensa fue la cruz y dos piernas rotas. Tardé mucho en curarme. Tuve que

empezar de nuevo. Jamás permitiré que nadie vuelva a acercarse tanto a mí.

Gabrielle sintió una opresión en el corazón. Se concentró en la historia de Xena.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

93

—Ganaste Corinto.

—Sí. Fue un asedio espantoso. Cerré todas las rutas de acceso a la ciudad y

esperé a que Bevan se agotara. El muy cabrón estaba dispuesto a ver morir a

toda su gente de inanición y enfermedad en lugar de rendirse. Conseguí

introducir en la ciudad a unos cuantos hombres y mujeres que me eran leales y

les hice correr la voz de que la ciudadanía tendría paso libre si se marchaba

voluntariamente. Sólo hizo falta sobornar a unos cuantos guardias cada noche.

Noche tras noche una caravana de gente salía de la ciudad. Al principio sólo

acepté a las mujeres y los niños, luego a los hombres ancianos, enfermos y

heridos. Por fin, garanticé el paso a todos los hombres sanos.

—¿Tenías a sus mujeres e hijos como rehenes?

—En absoluto. Mi código no me permite hacer daño a los inocentes. Siempre son

los primeros a quienes pongo a salvo. Me llama la atención que en ciertos

aspectos eran los más valientes. Venían a mí como ovejas al matadero. Se

aferraban al rayo de esperanza de que cumpliera mi palabra. Su apuesta fue

bien recompensada. Los hombres fueron los últimos por otra razón. Las mujeres

y los niños eran menos visibles para Bevan. Pude vaciar Corinto sin que él se

enterara.

—¿No se dio cuenta?

—Sí, y se puso furioso. Empezó a asesinar a su propia gente. No me dejó más

alternativa que atacar. Contaba con la ventaja de que muchos de los hombres

que quedaban en Corinto estaban dispuestos a luchar de mi lado. Sabían que

luchaban no sólo por ellos mismos, sino también por sus familias.

—¿El general Jared estaba contigo?

—Desde el día en que Cortese atacó mi pueblo...

—¿Anfípolis?

—Sí. Jared estuvo conmigo desde Anfípolis hasta los primeros días de mi alianza

con César. Era contrario a todo lo que tuviera que ver con Roma. Nos separamos

como amigos. Después de la traición de César, viajé hacia el este. Cuando

regresé a Grecia, me encontró. Llevamos juntos desde entonces.

—Nunca he oído a un bardo contar tu historia.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

94

—Porque no debe ser contada.

Gabrielle se incorporó.

—¿Por qué no? ¿Eso no ayudaría a la gente a entenderte y apreciar lo que has

conseguido?

—El pueblo de Grecia no debe concentrarse en la historia. Debe ocuparse de lo

que hoy es su vida y de si cabe la esperanza de que pueda haber una vida

decente en el futuro para ellos mismos y para sus hijos.

—Eres una heroína.

Xena se mostró tajante:

—No, Gabrielle. No lo soy. He hecho cosas de las que no me enorgullezco. Cosas

que jamás podré expiar. No quiero que ningún niño me admire como a una

heroína. Prefiero que me consideren una carnicera. Es más cierto.

Xena sabía que llegaría un día en que le contaría su historia a Gabrielle. No se lo

contaría todo. Xena jamás le contaría a Gabrielle todas las atrocidades que había

cometido. Pero tenía que contarle lo suficiente para acabar con cualquier idea

romántica que la joven pudiera tener sobre ella.

Gabrielle volvió a recostarse apoyada en Xena. El silencio de Gabrielle era

esclarecedor. Xena se sentía aliviada de saber que se marcharía por la mañana.

Eso daría tiempo a la joven para pensar en lo que había averiguado y decidir si

aún quería hacer el solitario recorrido por el pasillo oculto entre sus

habitaciones. Pasaron media marca en silencio hasta que Gabrielle se movió.

—Me gustaría tomar el aire.

—¿Quieres que te acompañe?

—¿Te importa si te digo que no?

—De ti siempre aceptaré la verdad. Ve.

Gabrielle se incorporó y miró a Xena a los ojos.

—Gracias.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

95

Se levantó y fue al pasillo oculto. Xena sabía que Gabrielle iba a subir a la torre.

Lo que no sabía era si Gabrielle querría volver con ella. Llamó a Gabrielle por su

nombre. Gabrielle se volvió hacia ella.

—Recuerda, no me debes nada. Si esta noche prefieres tu propia cama, lo

comprenderé.

—Sí, mi... —Gabrielle se calló.

Xena sintió que una mano fría le aplastaba el corazón. Se volvió hacia el fuego,

apartándose de lo que consideraba un rechazo muy bien merecido.

Gabrielle comprendió lo que había hecho sin querer. No podía retirar las

palabras. Le habían salido de lo más hondo del alma. Aunque el impacto no era

intencionado, las palabras eran ciertas, y la verdad era la única exigencia que

Xena tenía con ella.

Gabrielle subió las escaleras hasta la torre. Se quedó contemplando la ciudad,

intentando imaginar el asedio. No conseguía acallar sus pensamientos. Oía la voz

de Xena contando la historia una y otra vez. Se preguntó si la mujer a la que

amaba existía o no era más que un invento creado por su reconocimiento

selectivo de Xena de Anfípolis, Conquistadora de Grecia.

Dado el talante de Xena cuando se marchó de los aposentos, Gabrielle no creía

que fuera a ser bien recibida si volvía. Por esta noche, optó por no seguir

abusando de la hospitalidad de Xena.

Pasaron dos marcas hasta que Xena se acostó. Reprimió todos sus deseos de ir

en busca de Gabrielle. Le había prometido a la joven que le daría la oportunidad

de decidir si quería acudir a ella y cuándo. Esta noche, Xena necesitaba a

Gabrielle a su lado. Esta noche, Xena se quedó dormida en el doloroso vacío

creado por la ausencia de Gabrielle.

Stephen esperó a que la Conquistadora y Jared llegaran al centro del patio.

Gabrielle había salido de la enfermería cuando un grupo de hombres y mujeres

se reunió para aplaudir el regreso de la Conquistadora.

—Bienvenida de nuevo, Majestad. —Stephen se fijó en Jared—. General.

Xena y Jared desmontaron.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

96

—Gracias, capitán. He leído tu último informe con interés.

—Tenías razón con tu sospecha.

—No prolonguemos el asunto. Traed a los prisioneros.

Stephen alzó la mano e hizo una señal a los guardias que esperaban. Sacaron a

rastras a cuatro hombres de la mazmorra y los colocaron en fila ante la

Conquistadora.

Tres de los hombres eran desconocidos para Gabrielle. Se quedó de piedra al ver

que el cuarto era Talas, un joven guardia, poco más que un niño. Se adelantó

para ver y oír mejor.

La Conquistadora se detuvo ante cada prisionero, fijándose en su aspecto. No

había uno solo que no destilara miedo. Se dirigió primero a los tres hombres de

fuera del reino:

—Espías de César, ¿qué tenéis que decir en vuestra defensa? —Esperó—. ¿Nada?

La pena por crímenes contra el reino es la crucifixión. Lleváoslos.

Los guardias se llevaron a los espías romanos, que gimoteaban y gritaban

pidiendo clemencia. Se volvió entonces hacia Talas. El patio se había llenado de

guardias. La Conquistadora proyectó la voz para que todos la oyeran.

—Talas, has traicionado a Grecia y a tus hermanos. ¿Con qué han comprado tu

lealtad?

Talas no tenía defensa. Cayó de rodillas.

—Ten piedad, señora.

—¿Qué piedad merece un traidor?

—Cometí un error, señora. Por favor, haré lo que quieras para volver a ganarme

tu confianza.

—No puedes ganarte mi confianza. La doy sólo una vez. Nunca la doy una

segunda.

—Déjame acudir a César con información falsa. Puedo serte útil.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

97

Gabrielle tenía la leve esperanza de que Xena perdonara al necio joven. Se acercó

un paso más.

Xena captó un movimiento detrás de Talas. Miró para ver quién interrumpía lo

que por lo demás era una parada uniforme. Gabrielle la miró a los ojos y meneó

la cabeza, una señal que le rogaba a Xena que no quitara la vida a Talas. La

Conquistadora paseó la vista por el patio observando los rostros de sus guardias.

Esperaban que Talas fuese objeto de una muerte horrible digna de un traidor. En

ningún momento había dudado de que iba a matar a Talas. Lo que decidió en ese

momento era cómo iba a morir Talas.

Xena se agachó sobre una rodilla delante del prisionero. Le susurró al oído:

—Talas, te odio por no dejarme más alternativa que matarte. Sin embargo, te

concedo una gracia, consistente en que no sentirás dolor. Saluda a Hades de mi

parte.

De un solo movimiento, con la mano izquierda Xena pinzó un nervio del cuello de

Talas, al tiempo que con la mano derecha lo apuñalaba en el corazón. El guardia

se desplomó hacia delante, apoyándose en Xena mientras la muerte le

arrebataba el alma. Se compadeció de él, lo agarró por los hombros y lo tumbó.

Cuando Xena levantó la mirada, vio los rostros de su Guardia Real. No sabía si

su desprecio se dirigía a Talas o, dada su misericordiosa ejecución del traidor, a

ella. Al levantarse, vio que Gabrielle se encaminaba hacia la enfermería.

—Jared, ocúpate de esto.

—Sí, señora.

Xena siguió a Gabrielle. A pocos pasos de la joven, Xena la llamó. Gabrielle se

detuvo, dando la espalda a la Conquistadora. Xena rodeó a la mujer y se detuvo

delante de ella.

—Siento que hayas visto eso.

—Pero no sientes haberlo hecho.

—He hecho lo que había que hacer. —Xena posó una mano reconfortante en el

brazo de Gabrielle.

Gabrielle se apartó.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Por favor, no.

Xena retiró la mano como si fuese el hierro al rojo que parecía ser para Gabrielle.

Xena se quedó en silencio. Gabrielle percibió el efecto que había tenido su acto,

así como el de sus palabras.

—¿Puedo volver con los hombres a quienes aún puedo ayudar?

Xena asintió y se apartó. Gabrielle pasó a su lado, sin dejar de mirar al frente.

Xena y Jared estaban de pie ante el escritorio de la Conquistadora, estudiando

un mapa de Grecia y de los países fronterizos.

Jared miró a Xena al otro lado de la mesa.

—César no va a esperar al deshielo de primavera.

Xena analizaba el despliegue de sus tropas.

—Qué hijo de bacante tan arrogante.

—¿Quieres llamar al Quinto Ejército?

—No. César cuenta con que mi orgullo pueda más que mi sentido común. Quiere

darse bombo. Estoy segura de que ya ha escrito un pergamino para el Senado

jactándose de que avanza por Grecia. Pues que avance. Quiero que Dimas

aparezca con una fuerza respetable en el norte. Desplegará al Segundo Ejército

desde el oeste. César se esperará que Regan marche con el Quinto Ejército desde

la costa jónica hacia el interior para fortalecer nuestro frente occidental. Regan

así lo hará, dejando un pequeño contingente. Eso dará algo de que hablar a los

espías de César. De las tropas en marcha, quiero que todas las compañías

menos una acampen a menos de dos días de distancia de sus posiciones

originales en la costa, aquí, aquí y aquí. —Xena señaló las posiciones mientras

hablaba—. César se hará a la mar, y cuando lo haga, los hombres de Regan

dispararán nuestras catapultas hasta que la flota romana descanse en el fondo

del mar. La compañía restante avanzará para crear un frente occidental contra

César. Tendrán que ser los mejores que haya en el Quinto Ejército. Quiero que

Kasen coloque dos compañías a cada lado de esta sierra para crear un frente

oriental. Nosotros avanzaremos con la Guardia Real y una compañía del Primer

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Ejército hacia el noreste, para sostener el frente del sur mientras Dimas da un

rodeo con sus hombres y bloquea la retirada de César.

—¿Y Paulos?

—Paulos marcará un compás de espera en el sur. El Cuarto Ejército tiene que

estar preparado para reforzar la costa jónica o Corinto. ¿Qué dices, Jared?

—Que va a ser una buena contienda.

—Ahora tienes que tomar una decisión. O marchas conmigo o gobiernas Grecia

en mi ausencia.

—Marcho contigo, señora.

—Bien. Designa al oficial de la Guardia Real en quien más confíes para que se

quede aquí al mando del resto del Primer Ejército. El gobierno de Grecia se viene

conmigo. Salimos dentro de tres días.

Dalius había recibido sus órdenes. Indicó a sus ayudantes que realizaran una

serie de tareas sin dar la menor explicación. Advirtió el humor sombrío de

Gabrielle, un humor que se esperaba que hubiera cambiado con el regreso de la

Conquistadora, pero que en cambio se había vuelto aún más lúgubre.

Acudió a ella con el pretexto de coger un tarro de hierbas.

—Has estado callada. ¿Te ocurre algo?

—No. Estoy un poco cansada.

—No es propio de la Conquistadora no venir a vernos. ¿Cuánto hace que

regresó... dos semanas?

Dado el tema, Gabrielle aprovechó la oportunidad para romper su silencio.

—¿Tú la has visto?

—Sí. Le entregué un informe hace dos días. Estaba más en su ser que nunca.

—¿A qué te refieres?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Es dura. Era imposible saber qué estaba pensando, pero ya lo creo que

pensaba. Estoy seguro de que César la tiene preocupada. Va a marchar con la

Guardia Real y el Primer Ejército hacia el norte. No me apetece mucho volver al

campo de batalla.

—¿Qué necesitamos para estar preparados?

—¿Necesitamos? Gabrielle, tú no vienes con nosotros.

—¿Por qué no?

—Órdenes de la Conquistadora. Creía que lo sabías.

—No, no lo sabía. ¿Es que piensa que no valgo?

—Sabe que tienes mucha habilidad. Por petición suya, mis informes siempre

incluyen una parte detallada sobre tus progresos. Ella misma es una hábil

sanadora. He modificado tu aprendizaje siguiendo sus instrucciones.

Gabrielle se quedó callada.

—Gabrielle, puedes preguntárselo a Targon si no me crees, pero apostaría a que

estaría de acuerdo conmigo cuando te digo que la Conquistadora te... tiene

afecto. Creo que no quiere que veas la brutalidad que cometen los hombres

contra los hombres en la guerra. Es más, creo que la Conquistadora desea

mantenerte fuera de peligro.

—Dalius, ¿querrás hablar con ella? Dile que quiero ir con vosotros.

—No lo voy a hacer. La Conquistadora ha dejado claros sus deseos. No voy a

enfrentarme a ella. Gabrielle, no te enfades, pero confieso que estoy de acuerdo

con ella. El campo de batalla te provocará pesadillas.

Xena oyó el leve golpe en el pasillo oculto. No quiso creer lo que le decían los

sentidos y esperó. Volvió a oírlo. Esta vez aceptó la posibilidad de lo que prometía

el ruido. Atisbó por una mirilla antes de abrir la puerta. Sus expectativas

crecieron al ver a Gabrielle.

—Espero no molestarte.

—Pasa.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle entró y se quedó a un brazo de distancia de Xena.

—Tengo una petición.

—¿De qué se trata, Gabrielle?

—Quiero ser sanadora del ejército cuando éste marche hacia el norte.

Xena se dio la vuelta y salió al balcón.

Gabrielle la siguió.

—Conozco todas las razones para quedarme. Sé que veré cosas horribles y sé que

puedo acabar herida o muerta. Los hombres de la Guardia Real son mis amigos.

Quiero ayudarlos. Quiero ayudar a Grecia.

Xena se quedó pensativa.

—Le diré a Dalius que te incluya en sus planes.

—Gracias.

—¿Algo más?

Gabrielle no sabía cómo dirigirse a Xena. No podía dar por supuesta una

intimidad permisible.

—No, mi señora.

Xena se volvió enfadada.

—Te he concedido lo que has pedido. ¿Por qué te empeñas en mantenerte tan

distante?

La rabia de Xena no repelió a Gabrielle. Comprendiendo que su origen era su

separación, la emoción de Xena atrajo a Gabrielle. Corrió hasta Xena y la abrazó.

El choque del cuerpo de Gabrielle obligó a Xena a retroceder un paso. Se aferró a

Gabrielle como si su vida dependiera de la joven.

—¿Vuelves a mí libremente?

Gabrielle siguió hundida en el abrazo de Xena.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Sí. —Se calló las palabras “mi señora”.

Jared y Targon estaban ante el escritorio de la Conquistadora. Observaban a la

Conquistadora, atentos a cualquier pista que les indicara cómo había recibido la

petición que sujetaba en la mano. Xena enrolló el pergamino.

—Jared, ¿esto es cosa tuya?

—No, señora. Sólo he aceptado presentarte la petición.

—Cuántas marcas. No sabía que la mitad de mis guardias reales siguen siendo

analfabetos.

—Sus corazones son sinceros.

Xena desenrolló el pergamino y lo firmó con una floritura. Lo volvió a cerrar y se

lo entregó a su administrador.

—Targon, mete esta petición en los archivos reales.

Targon cogió la petición.

—Será un placer, Majestad.

Jared no había terminado su tarea.

—Señora, los hombres solicitan que seas tú quien otorgue el honor.

—Tú eres el general de la Guardia Real.

—Y tú eres su soberana.

—Supongo que querrán estar presentes.

—Será bueno para la moral.

—¿La moral? ¿Hacer que mis guardias reales se conviertan en una panda de

cachorritos? Me parece que antes de marchar contra César se impone realizar

una inspección real. Convoca a los hombres, ahora.

Jared se mostró satisfecho.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Sí, señora.

Apurado, Dalius entró en la enfermería.

—Que los dioses se apiaden de todos nosotros.

Gabrielle dejó de enrollar vendas.

—¿Qué ocurre?

—La Conquistadora está haciendo una inspección de la Guardia Real.

—¿Y eso es malo?

—No nos quedará un solo catre libre cuando termine.

Los dos se volvieron al oír el ruido de un contingente que se acercaba. La

Conquistadora entró en la enfermería. Avanzó seguida de Jared. Su escolta

permaneció fuera. Para mérito de Dalius, la enfermería estaba inmaculada. Vio

un cubo cerca de Gabrielle lleno de vendas empapadas en sangre. Xena se acercó

y lo golpeó con la punta del pie.

—Dalius, ¿es que pretendes provocar una epidemia con estas vendas sucias?

—Gabrielle acaba de cambiar los vendajes del soldado, Majestad.

—¿Es eso cierto?

Gabrielle se inclinó.

—Sí, mi señora.

La Conquistadora le guiñó el ojo a Gabrielle con disimulo y luego ordenó:

—Sal. —Fulminó a Dalius con la mirada—. Tú también, te quiero como testigo.

Dalius intentó impedir lo que creía que iba a ser una injusticia.

—Majestad, por favor. Gabrielle no ha hecho nada malo.

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—Tu protesta no hace sino confirmar lo que se debe hacer —dijo la

Conquistadora con su tono más amenazador—. Ahora... salid.

La Guardia Real esperaba en formación.

—Sígueme, muchacha. Dalius, tú quédate donde estás.

Xena llamó a Jared:

—¡General!

Jared entregó a Xena una cajita de madera.

Los ojos de Xena recorrieron a la Guardia Real.

—Hago saber que lo que estoy a punto de hacer es en respuesta a una petición

marcada, —la Conquistadora no pudo evitar un cierto tono de sarcasmo con la

última palabra—, por todos y cada uno de los miembros de la Guardia Real y

aprobada por el general Jared. —La Conquistadora centró su atención

exclusivamente en Gabrielle—. Gabrielle de Potedaia, en reconocimiento de los

servicios prestados como sanadora y narradora a los hombres de esta

guarnición, y con tu consentimiento, a partir de ahora entras a formar parte de

la Guardia Real. La hermandad... —La Conquistadora añadió por lo bajo—:

Incluido más de un tío, ¿verdad, Jared? —Siguió hablando en voz alta—: La

hermandad jura honrarte y protegerte como miembro de la misma. ¿Aceptas este

honor?

Gabrielle miró a los hombres y vio rostros conocidos, muchos de los cuales

sonreían, cosa que la Conquistadora no toleraría normalmente.

Sonrió.

—Acepto, mi señora.

La Conquistadora abrió la caja y sacó una cadena con un pequeño medallón de

oro y plata. Grabado en el medallón aparecía el sello de la Conquistadora,

formado por una espada y un chakram atravesados por la letra X. La

Conquistadora le pasó la caja vacía a Jared y luego colocó la cadena alrededor

del cuello de Gabrielle.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—En este día, Gabrielle de Potedaia se convierte en miembro de la Guardia Real

y como tal queda bajo mi protección personal. Hombres. Tenéis una nueva

hermana. ¿Qué decís?

Los hombres levantaron las espadas y aclamaron.

Xena se inclinó y susurró al oído de su amante:

—Bien hecho, Gabrielle.

Gabrielle respondió suavemente:

—Gracias, mi señora.

La orden de detenerse fue bajando por la hilera de soldados hasta el carromato

del sanador. Dalius tiró de las riendas y detuvo el avance firme de los caballos.

Suspiró:

—Bien. Me hace falta un descanso.

—Yo sé conducir un carro —se ofreció Gabrielle.

—Entonces llevarás las riendas después de comer.

Gabrielle sonrió, contenta de ser útil.

La Conquistadora se detuvo junto al carromato.

—Dalius, a menos que tenga algo urgente que hacer, deseo tomar prestada a tu

ayudante.

—Gabrielle no tiene ninguna tarea que no pueda esperar, Majestad.

—Mi señora. —Gabrielle buscó la mirada de la Conquistadora.

—¿Sí?

—Prometí a los hombres contarles una historia durante la comida del mediodía.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Creo que soportarán bien la pérdida si les das dos historias esta noche. Dejo la

decisión en tus manos.

—¿Puedo preguntar que planes tienes para mí?

—Debes confiar en que sólo pienso en tu beneficio.

Gabrielle se volvió hacia su mentor.

—Dalius, ¿les dirás a los hombres que las historias tendrán que esperar hasta

esta noche?

—Por supuesto. —Dalius comprendía erróneamente que Gabrielle no tenía

auténtica elección.

La Conquistadora ofreció la mano a Gabrielle.

—Dame el brazo.

—¿Voy a montar contigo?

—Puedes agarrarte a mí. Rara vez me caigo.

Gabrielle se levantó y alargó el brazo, alargando al tiempo la pierna. El

movimiento fue más fácil de lo que se esperaba. Gabrielle se acomodó detrás de

la Conquistadora.

—¿Vas bien ahí detrás?

—Eso creo.

—Así me gusta. —Xena cubrió las manos de Gabrielle con una de las suyas.

Apretando las rodillas, le indicó a Argo que avanzara.

Cabalgaron hasta un pequeño lago. Xena desmontó y luego levantó los brazos

hacia Gabrielle.

—Ven.

Gabrielle se dejó caer en los brazos a la espera de Xena.

—Gracias.

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—Echa un vistazo.

Gabrielle fue hasta la orilla. Xena cogió una alforja, un odre de vino y una

manta. Gabrielle volvió con su ama cuando Xena ya había extendido la manta en

el suelo y empezaba a sacar un surtido de alimentos de la alforja.

—¿Puedo hacer algo?

—Ven.

Gabrielle se arrodilló al lado de Xena.

—No sé qué decir.

—Puedes decirle a Dalius que hemos ido a buscar hierbas. En realidad, hay una

buena colección no muy lejos de aquí. Nos detendremos al volver y llevaremos la

prueba.

—Xena...

—Gabrielle, no deseo nada de ti más que el placer de tu compañía.

Gabrielle posó la mano sobre la de Xena.

—¿Puedo elegir yo el placer que te dé mi compañía? —Se echó hacia delante y

besó a Xena con suavidad.

Xena permitió que Gabrielle la hiciera suya. Rompiendo el beso, Xena se echó

hacia atrás sobre los talones. Estaba contenta por la creciente confianza de

Gabrielle.

—Puedes elegir, pero yo establezco una condición. No debes olvidar jamás que

darme placer íntimo es siempre una elección, nunca una obligación.

—Eso me lo has dejado perfectamente claro.

—Entonces confío en que en este día lo que elijas para mí me beneficie.

—En este día, mi señora, lo que he elegido para ti también me beneficia a mí.

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Dos marcas más tarde Gabrielle se acomodó para descansar, con la espalda

apoyada en un árbol. Xena se acercó a ella.

—Ven. —Gabrielle le ofreció a su ama su regazo como almohada.

Xena aceptó la invitación y estiró su cuerpo sobre la blanda hierba.

—¿Cuándo tenemos que volver?

Xena cerró los ojos.

—Jared tiene sus órdenes. Nos reuniremos con él más tarde.

Gabrielle colocó el brazo encima de Xena.

—Te he echado de menos.

—Me has visto todos los días desde que salimos de Corinto.

—No es lo mismo —dijo Gabrielle con timidez, pues no quería revelar su

creciente sensación de soledad—. Siempre hay alguien contigo.

—Si te invito a mi tienda, en menos de una marca toda Grecia sabrá que me das

algo más que los cuidados de una sanadora.

—¿Y qué dirá Grecia cuando sepa que me has apartado de la marcha durante

unas cuantas marcas?

Xena se incorporó de golpe y se volvió hacia la chica.

—Vámonos.

Gabrielle agarró a Xena del brazo.

—¡No!

—¿Qué me has dicho? —espetó la Conquistadora.

Gabrielle habló con un tono más suave:

—No, mi señora. —Apartó la mano con que sujetaba a su ama—. Tus hombres

creerán que hemos aumentado nuestros suministros de hierbas medicinales y

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que te he servido la comida. Lo creerán porque yo se lo diré y porque las dos

cosas son ciertas.

Xena contestó con tono moderado:

—Especularán sobre la verdad que no les digas.

—No si me peino y me coloco bien la ropa.

El humor de Gabrielle pilló a Xena desprevenida. Se echó a reír a carcajadas.

Gabrielle la instó con una sonrisa:

—Por favor, túmbate.

Xena obedeció.

—No vamos a tener muchas más oportunidades para escaparnos. Cuanto más

nos acerquemos al ejército de César, más tendremos que cerrar filas.

—Lo comprendo.

Xena cerró los ojos de nuevo. Se reprochó el tono brusco, además de su error de

juicio. Gabrielle tenía razón al pensar que su arreglo podría haberse visto

comprometido. Xena reconocía su egoísmo al seguir acudiendo en busca de la

chica y aceptar sus favores. Había tenido compañeros de cama por diversas

razones. Estaban aquellos a quienes disfrutaba seduciendo simplemente como

conquista, aquellos para quienes esa relación fugaz era una conveniencia

política, aquellos que no ocultaban que deseaban probar sus notorias pasiones y

que ella se sentía obligada a permitírselo. Estaban aquellos que buscaban un

favor, ya fuese un puesto de poder o un regalo de la tesorería, y no podía olvidar

a los penosos prisioneros, los traidores que buscaban un medio para librarse de

la ejecución. Eran estos últimos, los que se entregaban a ella sin más motivo que

el de continuar viviendo, los que se degradaban a sus pies intentando aplacarla,

mitigar de algún modo su vulnerabilidad, los que, a su vez, la infectaban a ella,

dejando a Xena con un residuo de humillación en la piel.

Nunca había tenido una compañera de cama como Gabrielle. La joven sólo le

había pedido dos cosas que podían tener valor, por poco que fuese, para otra

persona: aprender a defenderse y aprender el oficio de sanadora. Lo que Xena le

había dado a Gabrielle por iniciativa propia era igual de poco importante: una

habitación propia y un año menos de servidumbre.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle seguía a su servicio, seguía sometida al dominio de la Conquistadora.

No se podía olvidar que ella era ama y señora de Gabrielle. No se podía negar que

por mucho que Xena le asegurara a Gabrielle que ésta tenía derechos en cuanto

a su arreglo, concretamente el derecho a consentir, Xena seguía negándole la

única cosa que Gabrielle había declarado inequívocamente que necesitaba: la

libertad. Xena se negaba deliberadamente a renunciar a su derecho a ser

soberana de Gabrielle.

Xena rara vez se permitía pensar en Gabrielle en esos términos. Había violado su

propia norma de jamás estar con un esclavo o un siervo, una norma establecida

para evitar todas las preguntas, todas las acusaciones que ahora se le pasaban

por la mente. Estar con Gabrielle era un acto más que la condenaba al Tártaro.

Liceus, de estar vivo, sería el primero en declarar en su contra. Si se encontrara

con su hermano al otro lado, Xena no podría mirarlo a los ojos. Había llegado a

ser como sus peores enemigos. Compraba y vendía la libertad preciosa de otro

ser humano.

Gabrielle advirtió un cambio en el rostro de Xena. Acarició la frente de Xena.

—¿Qué te ocurre?

—Nada, estoy pensando.

—Si te sirve de algo, puedes hablar conmigo. Puede que no comprenda tus

estrategias de combate, pero puedo intentarlo.

—No quiero enseñarte el arte de la guerra.

—Las dos sabemos que no soy una inocente.

Xena dijo con tristeza:

—No, no lo eres. ¿Por qué debería yo aumentar ese crimen?

—No lo haces. El conocimiento es un arma que se puede usar en defensa propia.

No siempre se tiene que usar para conquistar.

—¿Sigues intentando inculcar sabiduría a la Conquistadora?

—Lo siento.

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—No tienes por qué. No puedo rebatir la verdad. Ojalá hubiera sabido más

cuando era más joven.

—¿Eso habría cambiado las cosas?

—Tal vez.

—¿Cómo?

—Antes de la batalla con Cortese, mi hermano Liceus y yo fuimos a dar un

paseo. No nos dijimos gran cosa. No nos hacía falta. Yo estaba preparada para

perder la vida. Para lo que no estaba preparada era para perderlo a él. Era

hermoso. Tenía el pelo rubio y rizado y una sonrisa que te hacía sonreír aunque

estuvieras de pésimo humor. Tenía un alma buena. A veces, tú me recuerdas a

él. Daría todo lo que tengo, el poder, la riqueza, por recuperarlo.

—¿Incluso tu libertad?

—No entonces. En eso Liceus y yo éramos iguales. Su libertad no tenía precio, ni

siquiera su propia vida. De haber tenido otra oportunidad, no habría cambiado

nada. No tenía nada de que avergonzarse.

—De tener otra oportunidad, ¿qué cambiarías tú?

—No hay segundas oportunidades. El pasado es el pasado. Lo único que espero

es no volver a repetir mis errores.

—¿Cómo evitas... cómo te impides a ti misma repetir tus errores?

—Jamás me permito olvidar a las personas a las que he hecho daño.

—Pero entonces el pasado no es el pasado. Está siempre contigo.

—Algunas personas viven en el pasado y jamás consiguen seguir adelante. Si fue

un pasado doloroso, se revuelcan en el dolor. Si fue idílico, por breve que fuera,

huyen sumiéndose en sus sueños. En cualquiera de los dos casos, nunca

permiten que la novedad de la vida los afecte. Otros siguen adelante cargando

con el pasado, y si las Parcas se muestran amables, aprenden de la experiencia y

mejoran su vida. Yo intento ser como ese segundo tipo de persona, aunque

reconozco que mi éxito es limitado.

—Los sueños pueden hacer tolerable lo intolerable.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Durante un tiempo, sí. —Xena abrió los ojos y miró a Gabrielle—. Decir eso es

propio de ti. Tú cuentas historias. Te llevas a otros contigo a lugares en los que

nunca han estado y les presentas personas a las que nunca han conocido. La

mayor parte de las veces, esos lugares y esas personas no existen, pero da igual.

Los que escuchan tus historias quieren escapar. No discuto que a todos nos

viene bien escapar de vez en cuando. Eso no cambia el hecho de que nunca

debemos intentar negar el presente. Siempre debemos regresar a la verdad.

—La verdad duele a menudo.

—Al final, negar la verdad duele aún más.

Gabrielle había decidido descansar un poco del traqueteo del carromato del

sanador y caminar. El general Jared se acercó a ella montado a caballo. Había

llegado a considerar a la chica como su tutelada.

—Buenos días, muchacha.

—Buenos días, general.

Desmontó. Cogiendo las riendas de su caballo, se puso a caminar al lado de

Gabrielle.

—Sé que la Conquistadora insiste en el protocolo, pero entre tú y yo, preferiría

que me llamaras por mi nombre.

Gabrielle sonrió.

—Gracias, Jared.

Él sonrió de oreja a oreja.

—¡Por fin! Un bardo que pronuncia mi nombre.

—Seguro que hay historias de tu vida que merecen ser contadas.

—Eso no lo sé, muchacha. Todo lo que he hecho no se puede comparar con la

Conquistadora.

—Conoces a la Conquistadora desde hace mucho tiempo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

113

—Sí, es cierto.

—Anfípolis, su pueblo, está cerca de aquí, ¿verdad?

—Sí, así es.

—Sé que tenía un hermano, Liceus.

—Era el pequeño. La Conquistadora tiene un hermano mayor, Toris.

—¿Dónde está?

—En Britania. Toris no era un hombre honrado. Aprovechó que era hermano de

la Conquistadora para exigir dinero a cambio de protección. Hasta a Cirene le

costó encontrar objeciones cuando la Conquistadora le sugirió que buscara un

hogar lejos de Grecia.

—¿Cirene?

—La madre de la Conquistadora.

—¿Qué clase de mujer era?

—Es. Cirene sigue dirigiendo la posada de Anfípolis. Es una buena mujer. Fue

dura con la Conquistadora. La repudió cuando murió Liceus.

—¿Y tenía razón?

—Yo digo que no. La Conquistadora era joven. Cinco o seis inviernos más joven

que tú. Necesitaba una mano que la guiara y Cirene era la única en quien

confiaba.

—¿No confiaba en ti?

—¿Qué podía decirle yo para aliviar su dolor? Le daba consejos sobre estrategia

militar. Al poco, ya no tenía nada que enseñarle y ella tenía mucho que

enseñarme a mí. Es brillante, Gabrielle. Pocos valoran su mente. Sólo ven su

espada.

—Sigo sin entender cómo pudo hacer las cosas que ha hecho... las cosas que

sigue haciendo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

114

—Gabrielle, ¿te ha castigado injustamente? Pregúntate a ti misma, dada su

posición y las dificultades a las que se enfrenta, ¿qué otra opción tiene?

—Está convencida de que no puede parecer débil. Yo no estoy de acuerdo con lo

que ella considera debilidad.

—En un mundo mejor, un mundo sin los Gaugans y los Césares, tendrías razón.

Pero ése no es el mundo donde ella gobierna.

—De modo que se rebaja a su nivel.

—No, no es cierto. Grecia ha prosperado. Los impuestos son más altos de lo que

tanto tú como ella desearíais, pero sólo porque necesitamos soldados para evitar

que Grecia sea presa de los romanos y los persas. Exige tributo a las naciones

vasallas, pero sólo lo suficiente para mantenerlas sujetas. Cuando una parte de

Grecia sufre, la tesorería se abre para cuidar de las personas necesitadas.

—Mata.

—Sí, eso es cierto. Tú te has estado entrenando con la vara y la espada corta.

¿Acaso eres distinta?

—Pedí entrenar para protegerme.

—La Conquistadora protege a Grecia.

—¿Por qué dices Grecia? Los dos sabemos que cuando decimos Grecia nos

referimos a la Conquistadora.

—¿Porque Grecia no es nada sin la Conquistadora?

—¿Qué es la Conquistadora sin Grecia?

—Creo que sería una mujer libre.

Gabrielle se paró a pensar en lo que ella misma había observado previamente, en

el sentido de que en algunas cosas Xena tenía menos que los esclavos que la

servían.

—¿Por qué... por qué no coge sus riquezas y se va? ¿Por qué no reclama su

libertad?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

115

—Porque la Conquistadora es una mujer honorable. Llegó el día en que su

destino y el de Grecia se hicieron el mismo. No dejará Grecia abandonada a los

señores de la guerra o a las naciones extranjeras.

—Hasta el día en que muera...

—Creo que no espera vivir mucho. Yo le saco mis buenos quince inviernos. ¿Te

has fijado en que la nieve ha dejado su color en mi pelo?

Gabrielle sonrió.

—Intento recordarle que es posible vivir más, pero por otro lado, ella y yo

sabemos que si he vivido tanto es porque ella ha intervenido y me ha salvado el

pellejo más veces de las que puedo contar. ¿Quién intervendrá para salvarle a

ella la vida?

—Tú.

—Si Ares quiere. Pero yo no puedo estar a su lado todo el tiempo. Los que más la

odian son los que están en desacuerdo con su forma de gobernar... una forma de

gobernar que ha dado una vida mejor a Grecia.

—Es una forma de gobernar imperfecta.

—Lleva gobernando Grecia cuatro inviernos. Hace falta tiempo para crear una

Grecia mejor.

—Eso me dijo ella.

—Y tiene razón.

Gabrielle advirtió un cambio gradual en la Conquistadora. Le costaba definir la

causa. Nunca había estado con la Conquistadora durante una guerra. Sólo podía

acudir a las historias que contaban otros. No olvidaba la advertencia de Makia de

que su ama cambiaría, siempre cambiaba, cuando se enfrentaba a la batalla.

Gabrielle sabía por lo que oía contar a los soldados heridos que Grecia nunca se

había visto tan amenazada.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

116

La enfermería estaba instalada a una distancia segura del frente. Dos de los

ayudantes de Dalius organizaban a los heridos cerca del combate. Dalius,

Gabrielle y otros dos ayudantes atendían en la enfermería.

La Conquistadora y sus generales permanecían en el campo de batalla noche y

día. Las noticias del frente —al principio preocupantes— fueron mejorando con el

paso de los días. Las bajas disminuyeron cuando la estrategia de la

Conquistadora surtió efecto. César estaba rodeado sin esperanza de abrir un

segundo frente. Grecia había conseguido impedir que la flota romana

desembarcara. Los pocos barcos que sobrevivieron al ataque de las catapultas

griegas pusieron rumbo de regreso a Roma.

Pero las noticias de Corinto eran preocupantes. La corte estaba agitada. La

Conquistadora tenía razón al temer que su gobierno pudiera enfrentarse a un

desafío interno mientras ella estaba concentrada en Roma. Tenía que equilibrar

la necesidad de ser paciente en su enfrentamiento contra César con una

necesidad igual de importante de acabar con el conflicto y reafirmar su dominio

sobre el reino.

La experiencia previa de Gabrielle no la había preparado para los estragos que

pasaban ante sus ojos: extremidades cortadas y heridas profundas que dejaban

órganos, músculos y huesos al aire. Trabajaba con Dalius, aprendiendo más con

cada víctima de la guerra, haciendo todo lo que podía para salvar vidas y,

cuando no se podía hacer nada, para aliviar el dolor y hacer compañía a un

soldado moribundo mientras cruzaba al otro lado.

César había iniciado una retirada, concentrando sus fuerzas en crear una cuña

para atravesar la línea del Segundo Ejército de Grecia. La Conquistadora tenía

dos opciones. Las riquezas eran secundarias. Lo más importante era que el

acuerdo desmoralizaría a los soldados supervivientes de Roma, propagando una

infección del espíritu que la Conquistadora consideraba una amenaza mayor

para César que la pérdida de más hombres.

A caballo, la Conquistadora y Jared observaban el campo de batalla. Todo estaba

tranquilo. En el centro de lo que veían, Stephen y una escolta se habían reunido

con representantes de Roma. Stephen dio la vuelta a su yegua y galopó de vuelta

a la posición de la Conquistadora.

Stephen la saludó:

—Señora.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

117

—¿Qué dice Roma?

—Roma acepta las condiciones impuestas por Grecia para la retirada, con una

excepción. Roma entregará las armas, pero no la armadura.

—Stephen, informa a Roma de que Grecia acepta las condiciones de la retirada.

—La Conquistadora se volvió a su general—. Jared, avisa a Dimas de que César

incumplirá la palabra dada a Grecia y que más le vale estar más que preparado

para el combate.

—¿Qué sospechas?

—César debe de tener un depósito de armas en la ruta de la retirada. Roma es

demasiado débil para vencer a Grecia, pero no tan débil como para no poder con

el Segundo Ejército. Si Roma lo consigue, nuestra victoria valdrá muy poco. La

última batalla de una guerra es a menudo la que queda en el recuerdo y de la

que se habla.

Dimas tenía a sus hombres apostados a ambos lados de la ruta de la retirada.

Sus exploradores no habían logrado encontrar el posible depósito de armas

romanas. Se fiaba del instinto de la Conquistadora. Ella conocía a César mejor

que ninguna otra persona viva. Si ella decía que Roma pretendía provocar una

matanza, él estaba preparado para darle ese gusto. Las fuerzas griegas seguían

la retirada de César. La Conquistadora, los guardias reales y el Primer Ejército

marchaban hacia el norte, evitando un ataque directo. Kasen, al mando del

Tercer Ejército, mantenía el frente oriental, mientras que Regan mantenía el

occidental.

Cualquier dirigente militar que se enfrentara a las fuerzas de Grecia tendría que

haber sido un suicida o haber estado ciego de arrogancia para romper el

acuerdo. La Conquistadora estaba segura de que era precisamente por esto por

lo que César iba a actuar. Una vez más, contaba con el orgullo de la

Conquistadora, convencido de que ésta cantaría victoria demasiado pronto, antes

de que terminara toda la lucha.

Las tropas romanas se encontraban a medio día de marcha de la frontera. César

ordenó un ataque sincronizado contra las fuerzas de Dimas que le valió tanto la

admiración como la ira de la Conquistadora. César tenía una compañía de

soldados a la espera en las colinas a ambos lados de la ruta de la retirada.

Dividida en pequeños grupos, había conseguido pasar desapercibida a los

exploradores de Grecia. Cada romano llevaba su propia arma, así como armas

para dos hombres más. Dimas, cuya mayor preocupación era un ataque desde el

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

118

otro lado de la frontera del norte, se encontró con que sus hombres estaban

atrapados.

Grecia respondió velozmente. Las fuerzas de Regan y Kasen cargaron desde sus

respectivos frentes. La Conquistadora saboreó la bilis del odio que sentía hacia

César. Deseaba haberse equivocado, pero nada era más previsible que el orgullo

de César.

Grecia luchó apasionadamente por sus hijos. Incapaz de negar el hundimiento

de su triple frente, César ordenó una retirada auténtica. Todos los hombres de

Roma huyeron a la frontera. Los generales detuvieron a sus tropas y dejaron que

Roma cruzara la frontera sin impedimento. Estaban de acuerdo con la

Conquistadora. Había habido muerte más que suficiente para abarrotar la barca

de Caronte durante muchos días.

Jared llevó a la Guardia Real y al Primer Ejército al campamento base del sur.

Por orden de la Conquistadora descansarían unos días antes de regresar a

Corinto. Sus generales tenían órdenes de acampar en lugares estratégicamente

escogidos y luego debían presentarse ante ella para un informe completo.

La Conquistadora se quedó en el campo de batalla con un pequeño

destacamento encargado de enterrar a los muertos. Desmontó y caminó por el

valle manchado de sangre. Notaba el sabor acre y metálico de la sangre en la

lengua. En el aire se olía el hedor a carne quemada. Siguiendo sus órdenes,

todos los cadáveres romanos ardieron en una sola pira. Dejarlos a merced de los

carroñeros suponía un riesgo de enfermedad. Los hombres de Grecia fueron

colocados en piras individuales. Habían muerto con honor y merecían pasar al

otro lado con honor, no en una masa anónima de carne. Se tomó nota de sus

nombres para poder notificárselo a las familias y dar a éstas el debido estipendio.

Xena caminaba por el campo, dejando que las imágenes de muerte y destrucción

se grabaran a fuego en su alma. No podía escapar de la pesadilla de la guerra. La

había marcado durante la batalla contra Cortese. Nada podía curar esa herida.

El tiempo no hacía más que empeorarla. Para ella no era ningún consuelo saber

que el total de bajas podía haber sido peor. Había dirigido una campaña casi

impecable. Grecia no había caído ante Roma. Grecia seguía siendo libre gracias a

la espada y la estrategia de la Elegida de Ares.

Una vez más, había abandonado su parte más humana, lo mejor de sí misma,

permitiendo que el animal que llevaba dentro causara la muerte a todo aquel que

se acercaba a su espada. Tentaba al destino al caminar a campo abierto. La

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

119

flecha de un asesino podía quitarle la vida fácilmente si ella optaba por no

atraparla. No sería un destino muy mal recibido: no volver nunca a ser parte de

la guerra, no volver nunca a quitar una vida, no volver nunca a sentir esa pena

inconsolable.

La noticia había llegado al campamento. Grecia había triunfado. Gabrielle

suspiró aliviada. Ahora le sería más fácil esperar el regreso de la Conquistadora.

Salió de la enfermería cuando las tropas, al mando de Jared, regresaron. Su

miedo se renovó al no ver a la Conquistadora. Buscó al general.

—Jared.

—Sí, muchacha.

—¿La Conquistadora ha sido herida?

—No, muchacha. Sólo unos pocos cortes.

—Entonces, ¿dónde está?

—En el campo de batalla, muchacha. Ella es la primera que entra y la última que

sale.

—Pero ya ha terminado.

—Por ahora. Gabrielle, ha sido peor que el Tártaro. La guerra obliga a los

hombres... obliga a los hombres a hacer cosas inhumanas. Nadie lo nota más

que la Elegida de Ares. Necesita tiempo para volver al mundo que comparte

contigo.

—No te entiendo.

—¿No entiendes lo que la guerra les hace a las personas, o que, de las personas

más próximas a nuestra soberana, ésta te tiene a ti un afecto especial?

Gabrielle agachó la mirada.

—No tienes nada de que avergonzarte. Has sido buena para ella.

—No me avergüenzo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

120

—Algún día se animará y te invitará a sus aposentos por la entrada principal en

lugar de la entrada de servicio.

Gabrielle levantó la mirada. Se puso rígida.

—Eso ha sido decisión mía.

—¿En serio?

—Pensé que sería más fácil para ella.

Por primera vez desde que se conocían, Jared se enfadó con la chica.

—Muchacha, ella es nuestra soberana. Ella es Grecia. ¿Cómo se interpreta que

una sierva decida que no quiere ser vista con ella? La has humillado como nadie

ha podido hacerlo jamás. La has convertido en algo inferior a ti.

Gabrielle se quedó consternada por la acusación de Jared.

—No... Xena nunca...

—Piénsalo. Piénsalo bien, Gabrielle.

—Jared, no lo sé.

El general respiró hondo para calmarse.

—Puede que sea lo mejor.

—¿Por qué dices eso?

—Porque cuando regrese, sé que no te va a gustar lo que vas a ver.

Xena entró cabalgando en el campamento. Desmontó y entregó las riendas de

Argo a un mozo de cuadra que esperaba. Cruzó la plaza central del campamento.

Al notar que alguien la observaba, se detuvo, mirando a su alrededor. Se quedó

inmóvil al ver a Gabrielle fuera de la tienda de la enfermería. Hacía quince días

que no se veían. Xena sabía el aspecto que tenía. Estaba cubierta de mugre,

sangre y restos de carne y huesos. Se liberó de la intensa mirada de Gabrielle y

siguió andando hacia su tienda.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

121

Gabrielle se quedó mirando mientras Xena desaparecía tras la lona. Xena le

había advertido de que en la guerra era una mujer distinta. Conmovida por la

mirada atormentada de Xena, Gabrielle no estaba convencida de que eso fuese

cierto.

Xena se apoyó en la mesa de los mapas. Se rindió a la fatiga. Quería lavarse,

desprenderse de la capa de muerte que le cubría el cuerpo antes de acostarse.

Su preciosa soledad se vio interrumpida por una llamada.

—Adelante.

Entró Trevor.

—Señora, ¿quieres ver a Gabrielle?

Asintió.

El guardia se hizo a un lado. Gabrielle entró con una jarra de agua y una jofaina.

Del hombro llevaba colgada una bolsa, dentro de la cual iban sus útiles de curar.

Dejó la bolsa en un banco cercano y se acercó en silencio. Colocó la jofaina al

lado de Xena y echó el agua dentro. Sacó un paño de la bolsa y lo sumergió en la

jofaina.

La joven sanadora alzó los ojos hasta Xena, que la había estado observando

fijamente. Posó la mano en el brazo de Xena y empezó a lavarlo, revelando poco a

poco la piel morena que había bajo las costras oscuras de suciedad y sangre.

Gabrielle le lavó los brazos y las manos a Xena y luego se apoyó en una rodilla y

lavó las piernas de Xena. Gabrielle se levantó de nuevo y se plantó ante Xena.

Alzó las manos con cuidado y limpió la frente de Xena, bajando con delicadeza

hasta que la cara y el cuello de la guerrera quedaron libres de los restos de la

batalla.

—Si te desvistes, te limpiaré la túnica y la armadura.

Xena levantó la mano y soltó un cierre de su armadura. Gabrielle ayudó a Xena a

quitarse las espinilleras y los brazales. Una vez libre de la armadura, Xena se

apartó y fue donde tenía las mudas de ropa. Se cambió la túnica de cuero por

una camisa limpia. Cogió el cuero y se lo ofreció a su cuidadora.

—Gabrielle, dale a Persi mis cosas. Él se ocupará de que las limpien. Hay que

repararlas además de limpiarlas.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿Puedo volver más tarde, cuando hayas descansado?

—No me parece buena idea.

—Xena, por favor.

—¡Gabrielle, no!

Gabrielle se mostró inflexible:

—Puede que tú no me necesites, pero yo... yo te necesito. Por los dioses, no me

des de lado ahora.

—No quería que vinieras.

—Pero lo he hecho. Aquí estoy. Soy tuya.

—¿Lo eres? ¿Eres mía?

—Sí, por mi honor. Se acabaron las puertas traseras. Xena, me da igual el riesgo.

Quiero estar a tu lado. Sería un orgullo para mí.

—Voy a ser tu fin.

—Que lo decidan las Parcas.

Gabrielle regresó a sus tareas mientras Xena descansaba. Ya estaba avanzada la

noche cuando Dalius la despidió. Volvió a la tienda de la Conquistadora. Se

tranquilizó al ver a Trevor montando guardia.

—Buenas noches, Trevor.

—Buenas noches, señorita.

—¿Le puedes preguntar a la Conquistadora si quiere verme?

—La Conquistadora dio orden después de que te fueras esta tarde de que ya no

tienes que ser anunciada. Puedes entrar y salir de sus aposentos libremente.

Gabrielle comprendió que el cambio era obra suya.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

123

—¿Sabes si aún descansa?

—No lo sé, señorita. Mandó que le trajeran comida hace dos marcas. Nadie ha

venido a verla desde entonces.

—Gracias, Trevor.

—De nada, señorita.

Gabrielle entró. Una lámpara de aceite derramaba una luz tenue por toda la

tienda. Xena dormía en su cama. Gabrielle advirtió, por los restos de comida en

la mesa, que Xena había comido. Se quitó toda la ropa salvo la interior y se metió

en la cama de Xena. Ésta estaba tumbada de lado, de espaldas a Gabrielle. Ésta

amoldó con cuidado su cuerpo al de Xena, buscando el sencillo consuelo de estar

cerca de su ama. No tardó en quedarse dormida.

Gabrielle respondió al beso que notaba en los labios. El beso se hizo más

profundo y la despertó. El beso la abandonó. Notó un mordisco en el cuello. Se le

escapó un profundo gemido. Notó el peso del cuerpo de otra persona encima de

ella. Sintió una presión en la entrepierna. El beso volvió, le abrió la boca y una

lengua se coló dentro para explorar.

La Conquistadora terminó el beso y se alzó apoyada en los brazos, sin dejar de

mirar a Gabrielle. Ésta abrió los ojos y vio la expresión salvaje de la

Conquistadora. Conocía las notorias historias sobre la lujuria insaciable de la

Conquistadora después de una batalla. Gabrielle tenía ahora motivo para temer

a la persona en quien se convertía la Conquistadora cuando estaba infectada por

su lujuria de combate. Tenía motivo para temer lo que la Conquistadora exigiría

a su compañera de cama.

Gabrielle se había metido ingenuamente en la cama de la Conquistadora. Ahora

se enfrentaba a una decisión. Podía no dar su consentimiento. Si hacía esto, se

arriesgaba a que la Conquistadora buscara a un sustituto bien dispuesto. O

podía hacer frente a esta verdad sobre la mujer a quien amaba y rezar a los

dioses para ser capaz de soportar lo que la Conquistadora decidiera hacer con

ella.

Hasta este momento, Gabrielle nunca había temido que su amante fuese nada

más que tierna en la cama. Gabrielle sabía que se había equivocado al creer que

se estaba metiendo en la cama con Xena y que por ello lo que tuviera lugar entre

ellas sería una fusión de la sensibilidad de cada una. Estaba en la cama de la

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Conquistadora, donde lo único que importaba era la insaciable hambre física de

la Conquistadora.

La Conquistadora se detuvo, para dar a la joven oportunidad de comprender.

—¿Eres mía?

Los ojos de Gabrielle se movieron de un lado a otro y su mente se esforzó por

estar a la altura del momento. Por mucho que temiera el rechazo de la

Conquistadora, Gabrielle no estaba dispuesta a sacrificar su dignidad.

Dijo sin aliento:

—Nada de violencia en nuestra cama. Prométemelo.

La Conquistadora oyó bien la condición. Nunca había aceptado restricciones en

su cama. Deseaba a Gabrielle y comprendió que para tenerla no podía

sobrepasar ciertos límites. La Conquistadora dijo con tono frío:

—Lo que para ti es violencia, puede que para mí no lo sea. No te voy a tomar en

contra de tu voluntad. Dime que no y pararé. Te doy mi palabra.

Gabrielle estaba dispuesta a aceptar las consecuencias de su decisión.

—Entonces sí, soy tuya.

La Conquistadora no dudó en poseer a Gabrielle. Su placer estribaba en esa

posesión. No mostró delicadeza alguna. Provocó, capturó, forzó bruscamente.

Llevó a la joven al orgasmo una y otra vez. La Conquistadora llevó a Gabrielle

más allá del raciocinio.

Gabrielle era presa del instinto. Su cuerpo respondía a la pura sensación. Había

perdido el control por completo. A medida que avanzaba la noche, su cuerpo fue

más allá del agotamiento físico, como nunca hasta entonces lo había hecho.

La Conquistadora no permitió que Gabrielle le devolviera las atenciones. La

noche siguió adelante sin que se oyera una sola palabra. No había

reconocimiento alguno de que era Gabrielle quien estaba con ella. Gabrielle

sentía que podría haber sido cualquiera. Sintió un profundo vacío ante esta

verdad.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Repleta, la Conquistadora se puso de lado y se durmió. Agotada, físicamente

ilesa, emocionalmente destrozada, Gabrielle no podía aceptar ver a la

Conquistadora dándole la espalda. Gabrielle se volvió de lado, en la dirección

opuesta. Le fueron cayendo lágrimas silenciosas por la cara hasta que se rindió a

la llamada de Morfeo.

Xena se despertó tumbada boca arriba. Se encontraba mejor. El filo que

amenazaba con cortar y hacer sangrar a cualquiera que se acercara a ella se

había desgastado sin violencia. Se volvió para mirar a Gabrielle. La joven dormía

en un espacio aislado de la cama, con el cuerpo encogido hacia dentro como una

niña herida. Xena, que sabía lo que habían compartido, sintió una compasión

poco habitual. Al ver la postura desacostumbrada de Gabrielle, Xena se preguntó

si la había adoptado voluntariamente. ¿O acaso Gabrielle se había sentido

exiliada? Estaba acostumbrada a despertarse con Gabrielle dormida en sus

brazos con total tranquilidad. Era en su cama donde Xena había comprendido

por primera vez, para luego satisfacer, la necesidad que tenía Gabrielle de

sentirse abrazada. Con el tiempo, el afecto que Xena mostraba a Gabrielle había

pasado de la cama a otros momentos que compartían.

Xena necesitaba cubrir el espacio y sentir el cuerpo de Gabrielle pegado al suyo.

Los palmos que las separaban bien podrían haber sido un día de viaje. Xena se

puso de lado y acomodó el cuerpo para formar un caparazón protector sobre

Gabrielle. Al notar el contacto con Xena, Gabrielle se sobresaltó.

Xena puso la mano con delicadeza sobre la de Gabrielle y susurró:

—Ahora descansa.

Gabrielle puso en orden sus ideas. Se rindió al destino elegido y dijo en voz baja:

—¿Me deseas?

Xena oyó las palabras que volvían a ofrecer la entrega. También oyó la voz de la

rendición, no del deseo. Acercó más a Gabrielle a su cuerpo.

—Quiero dormir contigo en mis brazos.

La pena de Gabrielle dio impulso a sus palabras:

—No sé si puedo volver a entregarme a ti como lo hice anoche.

Xena se quedó inmóvil al oír la confesión.

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—¿Te he hecho daño?

Gabrielle se quedó donde estaba. Reconfortada por el contacto con Xena, hizo

acopio de valor y habló con sinceridad:

—No soporto la soledad.

—¿A qué te refieres?

—No estabas conmigo. Podría haber sido cualquiera.

—Te equivocas. No hubo ni un solo momento entre nosotras en que yo no

supiera que eras tú quien estaba conmigo.

—No me decías nada.

—Rara vez hablo cuando estoy contigo. Las palabras son un estorbo.

—En el pasado, tus palabras me han mostrado el camino. Me sentía perdida.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Hay tantas cosas que no entiendo. Tú tienes más experiencia que yo. Intento

aprender, pero algunas cosas me cuestan más que otras.

Confusa, Xena quiso defenderse de su propia autoinculpación.

—Me diste tu consentimiento.

Gabrielle se volvió de cara a su amante.

—Xena, tú no has hecho nada malo. Yo no sabía en realidad qué era lo que

estaba consintiendo.

—Podrías haberme detenido con una sola palabra.

—Una parte de mí no quería detenerte.

—Pero otra parte sí.

—Sí.

—Puedo buscar alivio con otra persona.

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Gabrielle guardó silencio.

Xena lamentó la propuesta.

—¿No tienes nada que decir?

—No tengo derecho a pedirte fidelidad.

—Gabrielle. —Xena cogió la mano de Gabrielle y la levantó—. Te voy a hacer una

promesa. No habrá nadie más en mi cama mientras tú y yo mantengamos

nuestro arreglo.

—¿Vas a querer de mí más noches como la de ayer?

Xena no quiso mentir:

—Habrá ocasiones como anoche en que te desearé una y otra vez. Tienes derecho

a dar tu consentimiento o no. Si consientes, te prometo además que nunca

habrá violencia, que pararé cuando me lo pidas y que diré tu nombre para

asegurarte que estoy contigo y con nadie más.

—¿Y si no consiento?

—¿Nunca?

—A veces.

—Encontraré un modo de arreglármelas sin acostarme con otra persona.

—¿Y si necesitas la violencia?

—No la necesitaré. —Temiendo ser rechazada, Xena aguardó una respuesta.

—Abrázame —suplicó Gabrielle.

Xena estrechó a Gabrielle entre sus brazos.

—Aquí estoy.

Al llegar a la tienda de la Conquistadora, a Jared lo informaron de que la

Conquistadora no estaba sola. Entonces fue a ver a Dalius y le dijo que no

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esperara ver a Gabrielle hasta más tarde. Pasó la mañana dirigiendo las

operaciones del campamento, asumiendo la responsabilidad de recibir a los

generales que iban llegando.

Los generales estaban sentados juntos en la tienda del comedor para el almuerzo

de mediodía. Kasen tenía la misma edad que Jared. Aunque era más grande, en

todo lo demás podría haber sido hermano de Jared. Kasen, un hombre fuerte que

había superado la necesidad de demostrar su valía, valoraba su posición y se

esforzaba por conservar legítimamente lo que había ganado. Dimas tenía la edad

de la Conquistadora. Prefería el hacha de combate a la espada y siempre andaba

deseoso de una buena batalla. Descarado en ocasiones, sólo la Conquistadora

tenía la fuerza de carácter necesaria para controlar su comportamiento menos

recomendable. Regan tenía la misma experiencia que Dimas, pero superaba a su

camarada con creces en materia de madurez. Había iniciado su carrera como

marinero y agradecía estar destinado a una guarnición costera.

La Conquistadora entró.

—¡Generales!

Los hombres se pusieron en pie. Xena pidió una taza de té y se sentó. Los

generales volvieron a tomar asiento. Xena pidió informes. Cada dirigente relató la

batalla desde su punto de vista, las pérdidas sufridas, las pérdidas infligidas, lo

esperado y lo inesperado.

Xena contempló a cada hombre.

—Tanto vosotros como vuestros soldados tenéis motivo para estar orgullosos.

Todos habéis honrado a Grecia y os lo agradezco.

Hubo una visible relajación alrededor de la mesa.

—Dimas. Kasen. Quiero duplicar el despliegue habitual de tropas en las

fronteras. Salvo por eso, Grecia devolverá a sus ejércitos a sus guarniciones.

Regan intervino:

—Señora, antes de regresar al oeste, a mis hombres les gustaría que les pasaras

revista.

Kasen añadió:

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129

—Me gustaría solicitar el mismo honor, señora.

Los demás generales se unieron a sus colegas.

Xena inclinó la silla hacia atrás sobre las dos patas traseras.

—Jared organizará las revistas. También visitaré las enfermerías para hablar con

los heridos. —Volviendo a apoyar la silla sobre las cuatro patas, preguntó con

una gran sonrisa—: Bueno, ¿qué os parece un brindis por nuestra victoria?

—Nunca es demasiado temprano para brindar, señora —contestó Kasen por

todos.

—¡Bien! Pues a brindar. —Xena pidió bebida, contenta de celebrar las cosas con

estos hombres valientes.

Ya era tarde por la noche cuando Xena entró en la enfermería de su

campamento.

Dalius la saludó:

—Buenas noches, Majestad.

—Dalius, ¿cómo van las cosas?

—Bien, Majestad.

—Me parece que vamos a quedarnos aquí unos cuantos días más. ¿Cómo está

nuestra provisión de medicinas?

—Tenemos suficiente para llevar de vuelta a los hombres a Corinto y para quince

días más.

—Bien. —Xena recorrió la estancia con la mirada—. No veo a Gabrielle.

—La he mandado a descansar.

—Gracias, Dalius. —Xena fue hasta un biombo que separaba tres catres para

Dalius y sus ayudantes. Gabrielle dormía en uno de ellos. Los otros dos estaban

vacíos.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena se arrodilló al lado de su amante. Le dolía el corazón por la joven. Al haber

exigido tanto de ella la noche anterior y ser consciente de las consecuencias esta

mañana, tenía la necesidad de ofrecer a Gabrielle la ternura que anhelaba la

joven. Xena llamó a Gabrielle suavemente, despertándola poco a poco. Gabrielle

abrió los ojos y vio a Xena.

—Hola.

La fatiga de Gabrielle se reflejó en su sencilla respuesta:

—Hola.

—¿Prefieres dormir aquí o conmigo?

—Contigo.

Xena cogió a Gabrielle en brazos y la levantó.

Gabrielle protestó sin ganas:

—Puedo andar.

Xena la besó en la frente.

—Vuelve a dormirte.

Acunada en brazos de Xena, Gabrielle olvidó toda intención de resistirse.

Xena cruzó con Gabrielle la enfermería y la plaza central del campamento hasta

su tienda. Trevor, que estaba de guardia, observó el avance de la Conquistadora.

Ya no le sorprendían las muestras públicas de afecto hacia la joven sanadora por

parte de la Conquistadora. Apartó el faldón de la tienda.

Xena entró.

—Gracias, Trevor.

—No hay de qué, señora. —El guardia cerró el faldón, contento de ver pruebas

continuas de que la hermana adoptiva de la Guardia Real había capturado el

corazón de la Conquistadora.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

131

Durante los tres días siguientes Xena visitó los campamentos de sus ejércitos,

pasando detallada revista a cada uno de ellos. Pasó por alto las faltas poco

importantes y se concentró en alabar la pericia y el valor de los soldados.

Regresó tarde por la noche a su tienda. Gabrielle estaba sentada en su cama.

—Has vuelto.

—Ha sido un buen día.

—¿Está todo bien?

—Está todo bien. —Xena iba vestida con pantalones negros de cuero y una

loriga. Se soltó el cinto del tahalí, que se quitó junto con la vaina y la espada—.

¿Tú cómo estás?

—Bien.

Xena se tiró con entusiasmo al lado de Gabrielle.

—No te preocupes, ahora me pongo la camisa de dormir. —Se miró la ropa—. No

creo que todos estos tachones te fueran a resultar cómodos en contacto con la

piel.

Gabrielle se puso de rodillas al lado de Xena. Su serio rostro no le pasó

desapercibido a su amante.

—¿Ocurre algo?

—¿Estás enfadada conmigo?

Xena se incorporó sobre un codo.

—¿Por qué iba a estarlo?

—Por lo que te dije al día siguiente de ganar la guerra.

Xena se quedó pensando, intentando recordar esa fecha.

—No, Gabrielle. No estoy enfadada. Tenías todo el derecho a decirme lo que

sentías. Me alegro de que lo hicieras.

—No me has tocado desde entonces.

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—Te he abrazado todas las noches. ¿No es eso lo que quieres, ser algo más que

mi compañera de cama?

Gabrielle guardó silencio. Bajó la mirada.

Xena se sentó y cogió la mano de Gabrielle.

—Dime. ¿Qué quieres de mí?

Gabrielle hizo un gesto negativo con la cabeza.

—¿Te lo tengo que suplicar?

La idea de que Xena suplicara le resultó incomprensible a Gabrielle. Alzó la

mirada hasta Xena.

—Quiero que estés conmigo de la forma en que estuviste la primera vez que

estuvimos juntas.

Xena posó la mano en la mejilla de Gabrielle.

—Ser tierna contigo me da un gran placer.

—¿Sí?

—Sí.

Xena se echó hacia delante y le dio a Gabrielle el beso más delicado que le fue

posible. Gabrielle respondió con timidez. Xena le dio un segundo beso. De nuevo,

fue recibida con timidez. La velada prosiguió con tiernas caricias físicas,

acompañadas de las palabras de Xena, con las que ésta llamaba a Gabrielle, le

pedía permiso, la tranquilizaba, guiaba a Gabrielle hasta ella.

Xena y Jared fueron donde Stephen y una pequeña partida de caza se disponían

a salir del campamento.

Xena intentó convencer a su general por última vez:

—¿Estás seguro de que no quieres venir con nosotros?

—La próxima vez, señora. Prefiero un día de descanso.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena le tomó el pelo:

—Jared, ¿qué te está pasando?

—Es culpa tuya por mantenerme tanto tiempo con vida que ahora siento dolor

en las articulaciones.

—Tenemos una estupenda y joven sanadora que te puede recomendar un

linimento para estas cosas. Te puedo asegurar que alivia.

Jared se echó a reír.

—No creo que me vaya a dar a mí los mismos cuidados que te da a ti.

Xena se detuvo en seco.

Jared ya había avanzado un paso cuando se dio cuenta de que caminaba solo.

Se volvió hacia Xena y se fijó en la máscara impenetrable que caía sobre su

rostro. Se quedó atónito al ver cómo habían afectado a Xena sus palabras

descuidadas. No dudó. Se plantó justo delante de ella.

Jared habló en voz baja:

—Xena, escúchame. No pretendía en absoluto ofender a la muchacha. He

hablado libremente porque no cabe duda alguna sobre su virtud. Opino lo mismo

que todos los hombres de tu Guardia. Gabrielle es objeto de nuestro más

profundo respeto. Es buena y honorable y sólo merece lo mejor que pueda darle

la vida.

—Si alguna vez un hombre habla mal de Gabrielle...

—No podrás hacer nada porque cualquiera que haga daño a la muchacha verbal

o físicamente morirá a manos de la hermandad.

—Jared, la guerra le ha pasado factura. Su corazón es tierno y sufre fácilmente.

—Es fuerte.

—Cuando no le queda más remedio. Quiero que esté libre de preocupaciones...

aunque sólo sea por un tiempo.

—Vete a cazar. Gabrielle está en buenas manos.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Gracias, amigo mío.

Jared puso la mano en el hombro de Xena, un raro gesto que sólo él se había

ganado el derecho de hacer. Señaló con la barbilla.

—Creo que la muchacha desea hablar contigo.

Xena siguió su mirada. Gabrielle estaba fuera de la enfermería.

Xena fue hasta ella rápidamente.

—Sanadora.

—Mi señora.

Xena habló de modo que sólo Gabrielle la oyera:

—Estaré de vuelta al anochecer.

Gabrielle imitó el tono íntimo:

—Ten cuidado.

Xena sonrió.

—Puede que vuelva con un arañazo sólo para que tú me cuides.

—Te prometo cuidarte tanto si regresas herida como si no.

—¿Me quieres hacer un favor?

—Por supuesto.

—Jared se queja de molestias y dolores. Diviértete con él y dile que es un viejo.

Gabrielle sonrió.

—¿Eso no es una maldad, mi señora?

—¿Acaso no es la verdad, sanadora?

—Estás mostrando un lado muy travieso de ti misma.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Creo que ya iba siendo hora.

Gabrielle se echó a reír.

Xena se alegró. Le parecía que hacía mucho tiempo que no veía a Gabrielle tan

animada.

—Tengo que pedirte un segundo favor.

—No sé yo, mi señora. Me das un poco de miedo con este humor que tienes.

—Sé que es muy egoísta por mi parte, pero ¿querrás ser mi bardo esta noche?

Gabrielle se quedó inmóvil. Sintió que un muro que había habido entre las dos se

venía abajo. Contestó con todo su corazón:

—Sí, Xena. Quiero.

—Bien. Pues hasta esta noche. —Xena cogió la mano de Gabrielle y la apretó

suavemente, refrenándose de robar públicamente el beso que deseaba darle.

Gabrielle observó atentamente a su amante. Xena contaba con el respeto de sus

ejércitos. Gabrielle había oído los motivos muchas veces. Sólo ahora lo

comprendía. Un dirigente tenía que ser sabio, fuerte de espíritu, decisivo y no

pedir nunca a los demás más de lo que él mismo estaba dispuesto a dar. A causa

de su inteligencia y su habilidad superiores, Xena daba más que cualquier otra

persona a su mando. Como le había explicado Anton, toda la Guardia Real

aspiraba a ser digna de su liderazgo.

Gabrielle había captado atisbos del precio que pagaba Xena por gobernar Grecia.

Las recompensas que recibía Xena eran escasas. Hoy Xena estaba contenta. La

Conquistadora había quedado a un lado. Gabrielle deseó poder congelar este

momento en que el avance de la historia humana se había detenido. No había

ninguna guerra que librar, los ejércitos de Xena se alzaban victoriosos, Grecia

prosperaba y su gobierno estaba seguro. Sólo gracias a estos frágiles logros se

podía permitir Xena una cacería en buena compañía y una noche de historias.

Xena le había dicho a Gabrielle que obtenía la felicidad de los placeres sencillos.

Al ver a Xena alejarse a caballo saludando con la mano y con una sonrisa

radiante, Gabrielle supo que era cierto. Parecía algo tan fácil y, sin embargo,

para Xena era dificilísimo de conseguir. Ilusionada por la velada, Gabrielle rezó a

los dioses para que concedieran a Xena la gracia de la paz.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Estaba anocheciendo y la partida de caza había emprendido el regreso al

campamento por una zona de denso bosque. Xena levantó la mano. Stephen y

los otros cinco guardias detuvieron a sus caballos. El peligro era inminente. Xena

percibía a una hilera de hombres que los estaban rodeando. Cerró el puño y lo

mantuvo en alto. Los guardias se prepararon. Al observar la zona, sólo se veía

una clara ruta de escape. No le cabía duda de que un contingente más numeroso

de atacantes aguardaba en el sendero. Abrió el puño y bajó la palma de la mano,

moviéndola un cuarto hacia la derecha.

Una flecha cruzó el espacio directa hacia su corazón. Podía elegir la muerte y

dejar que la flecha diera en el blanco o elegir la vida y atraparla. No era un buen

día para morir. Tenía a Gabrielle esperándola y Xena no estaba dispuesta a

decepcionar a su amante. Xena gritó al tiempo que atrapaba la flecha. La partida

de caza giró a la izquierda. Fuera cual fuese la resistencia que los esperaba, se

enfrentarían a ella como una fuerza unida. Si sobrevivían a la emboscada, sería

no por plantear dudas, sino por obedecer.

Xena iba en cabeza, agachada sobre el caballo, para ofrecer un blanco menor.

Los superaban en número. La ventaja de Xena era que sus hombres y ella iban a

caballo y los atacantes que tenían delante no. Oyó gritar a un hombre. Al mirar

atrás, vio que Stephen había sido alcanzado por una flecha en el hombro. Dio la

vuelta a Argo, gritando órdenes a sus hombres para que siguieran adelante.

Desenvainó la espada y se dispuso a combatir.

Se enfrentó a cuatro soldados de a pie al tiempo que tres hombres a caballo

atacaban inesperadamente por el flanco izquierdo. La espesa maleza del suelo

dificultaba los movimientos de Argo. Los soldados de a pie se apartaron del

camino de los jinetes. Xena se levantó sobre los estribos. Atacó con la espada con

un movimiento brusco que cortó el cuello a un jinete y cercenó el brazo de otro

por debajo del codo.

Un soldado de a pie avanzó. Le clavó a Xena una espada corta en el costado. La

herida era profunda y dolorosa. Consciente de que tenía problemas, Xena se sacó

un puñal del cinto y lo lanzó al cuello del soldado. Bloqueó la espada del jinete

que quedaba y se la arrancó de las manos. Xena hundió su espada en el pecho

del hombre. Éste cayó hacia atrás cuando ella le arrancó la espada de la carne.

Azuzada por la orden de Xena, Argo se alejó al galope. Xena notaba la sangre que

le manaba de la herida. Dirigió a Argo hacia un sendero perpendicular a la ruta

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que pensaba que habían seguido sus hombres. Dividiría a las fuerzas atacantes.

Aunque esto pudiera suponer su muerte, podría ayudar a sus hombres a

sobrevivir.

La suerte sonrió a Xena. Detrás de ella oyó un ruido caótico. Nadie ordenó su

persecución. Argo transportaba a su ama a velocidad constante. Xena perdía y

recuperaba el conocimiento y se aferraba al arzón de la silla para no caerse.

Delante de ella, Xena vio dos grandes peñas de la altura de Argo. Como estaban

pegadas la una a la otra, formaban un nicho que podía darle cierta protección.

Xena susurró a la yegua:

—Argo, para.

Argo se detuvo.

—Argo, abajo.

Argo dobló las patas delanteras.

—Buena chica. —Xena tiró al suelo una manta, una de sus alforjas y un odre de

agua. Luego se bajó a rastras del animal y se metió reptando en el nicho.

Argo fue hasta Xena y la acarició con el hocico.

Xena le dijo con tristeza:

—Hola, chica. No era así como tenía planeado terminar el día.

Xena abrió la alforja y sacó un paño. Se lo puso en la herida y apretó, intentando

detener la hemorragia. La broma que le había hecho a Gabrielle ya no tenía

gracia. Éste era un precio muy alto que pagar por recibir los cuidados de la

joven. Tras la puesta del sol, el bosque desapareció rápidamente en la oscuridad

de la noche. Xena cerró los ojos. Sabía que a menos que la encontraran pronto,

moriría desangrada. También sabía, gracias a su agudo oído, que no había nadie

cerca, amigo o enemigo.

Posó la mano en la alforja, reconfortándose con la sensación del suave cuero en

las yemas de los dedos. Su mirada se posó y quedó clavada en su segunda

alforja, que aún colgaba de la silla de Argo. Dentro se encontraba su legado más

precioso: la libertad de Gabrielle. Había escrito, firmado y sellado la orden de

libertad antes de salir de Corinto. Había llevado el pergamino consigo durante

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toda la campaña contra César. Fueran cuales fuesen las consecuencias de su

muerte, éstas no supondrían que Gabrielle tuviera que verse obligada de nuevo a

caer en manos de un tratante de esclavos.

Xena sintió una vergüenza creciente. Sabía que era ella la que perjudicaba a

Gabrielle. Ésta seguía siendo su sierva porque Xena tenía miedo de que, si era

libre, Gabrielle decidiera dejar Corinto. Xena volvió a oír la valoración que Jared

había hecho de Gabrielle. “Es buena y honorable y sólo merece lo mejor que

pueda darle la vida”.

Al despertarse esa mañana con Gabrielle en sus brazos, Xena se había sentido

digna del honor de ser la guardiana voluntaria del vulnerable espíritu de

Gabrielle. Tras su tierna noche de placer, Xena se sentía a la vez humilde y

animada. Admiraba el valor de la joven que temblaba en sus brazos: un valor que

consideraba mayor que el suyo.

Xena repasó los hechos que las habían llevado a la noche anterior. Se había

quedado impresionada por el valeroso corazón de Gabrielle durante la primera

vez que mantuvieron relaciones íntimas. Era su primera vez, y ella se esforzó por

hacer olvidar a Gabrielle los abusos sufridos a manos de otros. Gabrielle confió

en que Xena no le haría daño y se entregó libremente a las caricias de Xena. Ésta

pensaba que lo que habían compartido la noche anterior iba más allá de esa

confianza inicial. Gabrielle se había abierto por segunda vez a Xena, que era una

persona que le había hecho daño. Xena tenía que aliviar el dolor de lo que

Gabrielle había vivido como indiferencia por su parte y una traición casi de esa

confianza. Xena agradecía la invitación a regresar a Gabrielle, una invitación que

ella nunca habría podido dar a otra mujer u otro hombre porque nunca concedía

otra oportunidad, nunca se arriesgaba a volver a sufrir daño.

Era un combate y no un accidente lo que retrasaba a la Conquistadora. Jared lo

sentía en los huesos. Organizó dos partidas de búsqueda y envió orden a los

otros generales para que se mantuvieran en sus posiciones. Tras enviar a buscar

a Gabrielle, se preguntó qué voluntad prevalecería, la de ella o la de él.

Gabrielle entró en la tienda de Jared sin anunciarse.

—Llévame contigo.

Jared dejó el mapa que estaba estudiando.

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—No.

—Puede haber alguien herido. Necesitarás un sanador.

—Olvidas que la Conquistadora es una hábil sanadora.

Gabrielle se acercó.

—¿Y si está herida y no puede cuidar de sí misma?

Jared cedió, pero sólo hasta cierto punto.

—Me llevaré a Dalius.

—Yo puedo protegerme. Me han enseñado los mejores.

—La Conquistadora es la mejor.

—Bueno, no voy a tener que batirme con ella.

—Le prometí que no te pasaría nada.

Gabrielle no estaba dispuesta a ceder.

—Pues mantenme a tu lado.

Jared agarró a Gabrielle por los hombros.

—Escúchame, muchacha. ¡Escúchame bien! En el combate, la obediencia es

absoluta. Si te llevo conmigo, debes confiar en mí y hacer lo que yo diga. Sin

vacilar, cumpliendo las órdenes sin más. Dame tu palabra.

—Lo prometo.

—Pues consigue un caballo.

—Gracias.

Jared se quedó mirando mientras la joven desaparecía por detrás del faldón de la

tienda. Descubrió un motivo para sonreír. Ninguna discusión con la decidida

bardo podía considerarse un enfrentamiento justo. Le daría a Gabrielle todo lo

que pidiera siempre y cuando no entrara en conflicto con el juramento que le

había hecho a la Conquistadora.

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El destacamento llevaba en marcha tres marcas cuando aparecieron Stephen y

los cinco guardias de la partida de caza. Gabrielle siguió a Jared cuando éste se

adelantó para recibirlos.

Al no ver a la Conquistadora, el general se puso impaciente.

—Capitán. Informa.

Stephen dio a Jared un informe completo del ataque.

—¿Cómo tienes la herida?

—No muy mal.

—Gabrielle te coserá. Acamparemos aquí por esta noche.

Jared regresó al contingente principal para dirigir las operaciones.

Gabrielle recibió el mensaje de que debía presentarse ante Jared cuando

terminara de curar a los heridos. Se acercó al general, que estaba reunido con

tres de sus hombres. Gabrielle esperó a que Jared se diera por enterado de su

presencia.

El general le puso la mano en la espalda y se la llevó aparte.

—Por aquí.

—¿Querías verme?

—¿Cómo está Stephen?

—Bien. La armadura detuvo la flecha. No entró muy hondo.

—Muchacha, la Conquistadora está herida. Yo diría que muy malherida.

Gabrielle se detuvo.

—Stephen no ha dicho...

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—No hacía falta. La Conquistadora habría vuelto sobre sus pasos y habría

encontrado a sus hombres. Si no lo ha hecho es porque no puede. Prepárate

para lo peor.

—¿Qué vas a hacer?

—Al amanecer vamos a dividirnos en tres grupos. Será peligroso. Al ser menos en

número, seremos más vulnerables.

—¿Lo habría hecho la Conquistadora?

—Si quien estuviera ahí fuese yo, —Jared contempló la distancia—, ella utilizaría

ese condenado sexto sentido que tiene e iría derecha hasta mí. Ninguno de

nosotros es la Conquistadora, así que lo haremos por las bravas.

Deseosa de privacidad, Gabrielle colocó su petate al borde del círculo de

hombres. Se sumió en un sueño intranquilo. Al amanecer, Jared se arrodilló al

lado de Gabrielle y la despertó delicadamente.

—Es la hora, muchacha.

Gabrielle asintió.

—¿Estás bien?

—La echo de menos.

—Lo sé. Es un diamante en bruto, ¿verdad?

—¿Cómo le va a afectar esto?

—¿A qué te refieres?

—Cuando luchó contra Gaugan, regresó a Corinto... distinta. ¿Cómo le afectará

estar herida?

—No sé cómo estará, muchacha. Nunca lo sé.

—Pero tú pareces entenderla mejor que la mayoría.

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—Tal vez sí. Hay buenos motivos. Recuerda que conocí a Xena cuando no era

más que una niña y vivía en Anfípolis.

—Ojalá la hubiera conocido yo entonces.

—Conoces esa parte de ella. Es la parte que está cómoda con el mundo, que ríe y

llora.

—Yo nunca he visto llorar a Xena.

—Ha pasado mucho tiempo... cuando encontró muerto a Liceus en el campo de

batalla, lloró a mares. —Jared dio unas palmaditas a Gabrielle en la mano—.

Para ella es más fácil reír, y tiene una bonita risa, ¿verdad?

Gabrielle sonrió.

—Sí que la tiene.

Jared miró al cielo, calculando la hora del día.

—Vamos a buscarla.

La partida de búsqueda avanzaba en silencio.

Gabrielle dijo en voz baja:

—Jared, si no la llamamos, ¿cómo sabrá que somos nosotros y no los atacantes?

—Lo sabrá. Tenemos que estar atentos para oír su señal.

—¿Qué señal es ésa?

—El grito de un halcón.

Tres ramas se agitaron a su alrededor.

—¡Maldito sea el Tártaro! —maldijo Jared cuando un hombre cayó encima de él

desde la rama de un árbol. Un codazo rápido a la cabeza de su atacante tiró al

hombre al suelo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Parecían llover hombres del cielo. Gabrielle soltó su vara de la correa de su silla.

Bloqueó la espada de un atacante que se le echó encima. El impacto la sacudió

en la silla.

Jared se colocó detrás del caballo de Gabrielle y le dio una palmada en la grupa.

—¡Sal de aquí! —ordenó.

La yegua salió despedida. Un hombre armado con una espada corta lanzó una

estocada contra el cuerpo de la yegua y le hizo un corte en el pecho de lado a

lado. La yegua se encabritó, volvió a caer sobre las cuatro patas y salió del caos a

galope tendido.

Gabrielle se aferró a la silla. Su habilidad como jinete no era suficiente para

recuperar el control. Se agachó para esquivar las ramas que podrían

desmontarla. Al cabo de media marca la yegua aflojó el paso por su cuenta. A

Gabrielle se le calmaron los nervios. Detuvo a la yegua por completo y desmontó.

Suspiró al notar el suelo bajo los pies. Vara en mano, se puso delante de la

yegua.

—Por los dioses —susurró al fijarse en la herida sanguinolenta y en los ojos

vidriosos de la yegua. Gabrielle sabía que no podía hacer nada para salvar la

vida del animal. Fue al costado, soltó la silla y quitó la carga del lomo de la

yegua. Luego le quitó la brida—. Lo siento, chica. —Gabrielle acarició la frente de

la yegua con compasión.

Gabrielle miró a su alrededor. No tenía ni idea de dónde estaba. Se agachó sobre

una rodilla y recogió su alforja, el odre de agua, los útiles de curar y el petate.

Calculaba que le quedaba una marca de luz hasta que la oscuridad la obligara a

acampar. Emprendió el camino de regreso al lugar donde esperaba encontrar a

Jared.

Gabrielle se fijó en algo de color amarillo claro a su derecha. Tragó saliva y se

quedó inmóvil, atenta a todo lo que oía y veía. El color se movió. Gabrielle echó a

andar hacia allí. Con cada paso que daba, su esperanza iba en aumento. Sonrió

a ver la conocida figura de Argo. Miró a su alrededor, contando con que Xena

estaría cerca. Se fijó en los peñascos y se acercó. Cuando estaba a diez pasos de

distancia reconoció el cuerpo de Xena en el suelo. Gabrielle corrió hasta ella y

cayó de rodillas.

—Xena.

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Xena soltó la espada que tenía preparada en la mano. Habló con voz ronca:

—Gabrielle. ¿Dónde está Jared?

—Te estábamos buscando cuando nos atacaron. Yo acabé separada de los

demás. No pueden estar muy lejos. —Gabrielle observó el cuerpo de Xena—.

¿Dónde estás herida?

Las fuerzas habían abandonado a Xena por completo.

—Da igual. No puedes ayudarme.

—Déjame intentarlo.

—He dejado de sangrar. —Xena sonrió con sorna—. Creo que no me queda

sangre.

—Toma. Bebe un poco de agua.

Xena abrió la boca. Aunque tenía una sed devoradora, las náuseas le impidieron

beber más que unos pocos sorbos.

—Gracias. Deberías irte.

—No te voy a dejar.

—El bosque está lleno de asaltantes. Vete. Si te cogen, no querrás seguir viva

cuando terminen contigo.

—No será la primera vez.

Xena se enfureció.

—No por mi causa. Jamás por mi causa.

—No me va a pasar nada —intentó tranquilizarla Gabrielle.

—Gabrielle, en la alforja de Argo hay un pergamino. Te concede la libertad.

Tendría que habértelo dado antes.

—No habría supuesto la menor diferencia.

—No quiero hacerte daño. Coge mi dinero. Empieza a vivir.

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—¿Qué crees que he estado haciendo? Tú me has devuelto la vida.

—No, Gabrielle. Ahí es donde te equivocas. Yo sólo he tomado de ti. No puedo

darte lo que deseas de mí.

—Te equivocas. Tengo todo lo que siempre he deseado.

—No puedo amarte como mereces ser amada.

Gabrielle se apoyó en los talones.

—¿Me estás diciendo que no...?

—Por favor, ya no puedes hacer nada más por mí. Déjame la manta y el agua.

Llévate a Argo. Vete.

Gabrielle dejó de discutir. Xena observó atentamente a la apagada joven.

—Sé que nunca lo has dicho. Yo quería creer...

—Lo siento. —El tono de Xena transmitía su deseo de acabar con la

conversación.

Gabrielle contraatacó desesperadamente:

—Yo nunca he pedido tu amor.

—Bien. —Xena se mostró tajante—. Porque nunca lo tendrás.

Gabrielle le sostuvo la mirada a Xena. Desafió a Xena a revelar la verdad.

Gabrielle esperó. Xena se mantuvo inflexible. La Conquistadora intentó aplastar

a Gabrielle con la mirada.

Gabrielle se levantó y fue hasta Argo. Ató sus cosas a la silla. Cogió las riendas

de la yegua y puso el pie en el estribo. Se montó ágilmente. Gabrielle se volvió

para mirar a la Conquistadora por última vez. Todavía quedaba mucho por decir

entre ellas. Tendría que esperar.

—Te traeré a Jared.

Xena siguió a Gabrielle con la mirada mientras se alejaba. Xena se sentía a la vez

orgullosa y frustrada por el desafío de Gabrielle. Las muchas marcas que había

pasado esperando le habían dado a Xena la oportunidad de hacer un repaso de

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su vida. Gabrielle no tenía sitio en ella. Xena vivía de acuerdo con un código

basado en la verdad. Durante las solitarias horas nocturnas había acabado por

reconocer que había dado la espalda a una verdad fundamental. Nadie estaba a

salvo a su lado. Nadie a quien quería sobrevivía a menos que ella mantuviera a

esas personas a distancia. La única excepción era Jared, que era uno de los

guerreros más capacitados que había conocido jamás. Gabrielle no era Jared.

Continuar persiguiendo a Gabrielle, dar la bienvenida a su amor, suponía

condenarla a muerte o a un destino peor que la muerte. Xena sufriría en el

Tártaro para toda la eternidad. Gabrielle no iba a ser el motivo. Ningún inocente

más moriría por su culpa.

Gabrielle cabalgaba. No conocía el terreno. Se dio cuenta de que no seguía el

mismo sendero que la había llevado de la emboscada hasta Xena. Dudaba

mucho de poder encontrar a Jared o a los otros guardias reales. Al mirar a la

izquierda le pareció que los árboles clareaban. Dirigió a Argo hacia el aparente

claro, con la esperanza de que al salir del bosque consiguiera orientarse mejor. Al

salir en el momento en que el sol se hundía por el horizonte, vio una aldea. Era

nueva para ella.

La aldea era de modesto tamaño. Los edificios estaban en buen estado. Había

hombres y mujeres que paseaban tranquilamente. Había niños jugando.

Gabrielle llamó a un joven que salía de la herrería.

—Disculpa. ¿Qué pueblo es éste?

Pensando que Gabrielle era atractiva, el joven sonrió.

—Anfípolis, señorita.

—¿Conoces a la posadera?

—¿A Cirene? Sí que la conozco. ¿Por qué preguntas?

—¿Me podrías indicar dónde puedo encontrar la posada?

—Sigue por ese camino. No tiene pérdida.

—Gracias.

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Gabrielle entró en la posada. Había mucho ajetreo porque estaban sirviendo la

cena. Se acercó a una camarera.

—Por favor. Necesito hablar con la posadera.

La chica señaló.

—Está ahí, la que va a la cocina.

—Gracias.

Gabrielle vio apenas a la mujer de más edad. De estatura bastante más baja que

la de su hija, compartía con Xena el largo pelo oscuro. Gabrielle entró en la

cocina.

La posadera le preguntó desde la chimenea:

—¿Te has perdido?

Gabrielle se acercó.

—Me llamo Gabrielle. Tengo que hablar contigo en privado. Es importante.

La posadera escudriñó a la joven.

—Por aquí.

Las dos salieron de la posada.

—Bueno, ¿qué es lo que tienes que decirme?

—Xena está herida. Necesita un sanador. Me temo que se está muriendo.

La posadera se puso rígida.

—¿Por qué me cuentas esto?

Gabrielle se fijó en lo parecidos que eran los gestos de madre e hija.

—Porque eres su madre. ¿Acaso quieres perder a otro hijo?

—¿Tú qué sabes de lo que yo he perdido?

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—Sé que Xena sigue llorando a Liceus. No me puedo ni imaginar el daño que te

hizo a ti su muerte.

—¿Por qué no la ayuda su ejército?

—Salió a cazar con un pequeño grupo de hombres y fueron atacados. Ella

mantuvo a raya a los atacantes mientras sus hombres escapaban. La Guardia

Real fue en su búsqueda. Yo fui con ellos porque soy sanadora aprendiza.

Fuimos atacados y acabé separada del grupo. La encontré herida y fui en busca

de ayuda. Me equivoqué y llevé a su caballo en dirección opuesta. Me la habría

llevado conmigo, pero no tiene fuerzas para montar. Por favor, si muere, será

culpa mía.

—¿Y quién eres tú para ella?

—Una amiga.

—Xena no tiene amigos.

—Te equivocas. Hay hombres y mujeres que morirían por ella. Yo soy una de

ellos... Si no me ayudas, dime donde puedo encontrar a un sanador. También

tengo que hacer llegar un mensaje a su ejército.

La posadera no dijo nada.

—Muy bien. Haré lo que tengo que hacer sin tu ayuda.

—Pierdes el tiempo. Nadie de Anfípolis ayudará a la Conquistadora.

—Pues volveré con ella. No quiero que muera sola. No se lo merece.

La curiosidad pudo con Cirene.

—¿Dirigió ella la lucha contra César?

Gabrielle albergó la esperanza de no verse rechazada.

—Sí.

Cirene se quedó contemplando el horizonte y habló en voz baja:

—Sigue llevando a los jóvenes a la muerte.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

149

Gabrielle se enfureció al oír lo que interpretó como una acusación muy común e

injusta.

—¡Lucha por el bien de Grecia!

La vehemente defensa de Gabrielle hizo que Cirene volviera a fijarse en la joven

sanadora.

—¿El general Jared estaba con ella?

—Sí.

—Gabrielle, espera. Tendremos que traer a Xena aquí sin que nadie lo sepa. Hay

muchos hombres y mujeres que tendrían tentaciones de clavarle un cuchillo si

supieran que está herida. Y por esa misma razón, no puedes fiarte de que nadie

de aquí lleve un mensaje a su ejército. Si Jared sigue siendo el mismo hombre

que yo conocía, no parará hasta que la encuentre. Tenemos que esperar a que el

pueblo se duerma. Tengo un carro que podemos usar para traerla a la posada.

—¿Cuánto quieres esperar?

—Dos marcas. Mientras, puedes ayudar a preparar una habitación para ella y

comer algo. La noche promete ser larga y necesitarás todas tus fuerzas.

Aunque prefería no esperar, Gabrielle agradecía la promesa de ayuda.

—Gracias.

Viajaron a la luz de la luna hasta que llegaron al bosque. El espeso dosel obligó a

Gabrielle a encender una antorcha. Iba en cabeza, montada en Argo. Cirene

conducía un carro detrás de ella. Gabrielle avistó los dos grandes peñascos.

—¡Por aquí!

Tenía una sensación creciente de urgencia. Desmontó. Se detuvo al ver el cuerpo

inmóvil de Xena.

—Xena... —Gabrielle puso la mano en el cuello de Xena, buscándole el pulso.

Pegó el oído al corazón de Xena.

Cirene se acercó con temor.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

150

—¿Está...?

—Está viva.

Cirene cayó de rodillas. Contempló a su hija.

—Hija, ¿qué te ha pasado?

Gabrielle la avisó:

—Tenemos que darnos prisa.

Xena estaba oculta en una habitación de modesto tamaño situada al fondo del

primer piso de la posada. Se podía acceder a ella por las escaleras de detrás, lo

cual permitía a Gabrielle y Cirene subir y bajar sin ser observadas. Habían

pasado dos días. Xena seguía inconsciente. Gabrielle le había quitado a Xena la

armadura y el cuero y le había lavado el cuerpo. El íntimo acto hizo llorar a

Gabrielle cuando se fijó en los nuevos cortes y contusiones junto a antiguas

cicatrices de combate. Gabrielle lavó las heridas más profundas con cuidado

antes de coserlas. Gabrielle y Cirene se hablaban poco.

Xena se movió.

Gabrielle sonrió.

—Hola.

Xena parpadeó. Miró a su alrededor intentando averiguar dónde estaba.

—Estás a salvo.

Xena hizo ademán de moverse. Gabrielle la sujetó por los hombros.

—No intentes moverte.

—Has vuelto —dijo Xena con dificultad.

—Te dije que lo haría.

Xena oyó movimiento. Alguien se había levantado de una silla. Gabrielle se

apartó, dando acceso a la otra persona. Cirene entró en el campo visual de Xena.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

151

A Xena le dio un vuelco el corazón.

—Madre.

Cirene cogió la mano de Xena.

—Sí, hija. Menudo susto nos has dado. Llevas más de dos días durmiendo.

—Lo siento. Por favor, perdóname.

—Tranquila. Tienes que ponerte bien. Hablaremos más tarde.

Xena le sostuvo la mirada a su madre. Hacía demasiado tiempo que no sentía la

compasión de su madre. Deseó no tener que ponerse pragmática.

—¿Quién sabe que estoy aquí?

—Sólo Gabrielle y yo. Anfípolis siente poco cariño por la Conquistadora. No

queríamos correr riesgos innecesarios.

—Tengo que irme. Sólo voy a causarte problemas.

—Ésta es mi posada y tú eres mi hija. No te preocupes. Descansa y deja que tu

joven amiga sanadora se ocupe de ti. —Cirene dio unas palmaditas en la mano

de Xena—. Lo ha estado haciendo muy bien. Creo que te quedarías

impresionada.

—No lo dudo.

—Cierra los ojos. Estaremos aquí cuando te despiertes.

—¿Gabrielle?

—Aquí estoy, Xena.

—He violado mi código. Lo siento. —Xena cerró los ojos al quedarse dormida de

nuevo, presa de la fatiga.

Cirene paseó la mirada entre las dos mujeres.

—¿Qué ha querido decir con eso?

Perpleja, Gabrielle confesó:

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—No lo sé.

Un contingente de la Guardia Real al mando de Jared entró a caballo en

Anfípolis.

—Comprobad las cuadras.

Jared desmontó y se encaminó hacia la posada. Cirene salió a recibirlo. Jared se

detuvo a contemplar a la hermosa mujer. Le hizo una media reverencia.

—Cirene, espero encontrarte bien.

—Jared. No me esperaba verte por aquí.

—Tengo mis razones.

—Cuéntamelas.

—¿Has visto a Xena?

Cirene dirigió la vista hacia las cuadras.

—Su caballo está bien y, con el tiempo, ella también lo estará.

—¿Dónde está?

—En buenas manos.

—Quiero verla.

—Estaba ensangrentada de la cabeza a los pies. Tenía una gran herida de

espada en el costado. Había perdido tanta sangre que estaba inconsciente y no

se habría despertado ni aunque Zeus en persona le hubiera lanzado sus rayos a

los pies. ¿Dónde estabas tú cuando le hicieron esto?

—Cumpliendo sus órdenes.

—Le sigues siendo leal a pesar de todo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

153

—Xena tiene razones para tomar las decisiones que toma. No siempre estoy de

acuerdo con ella, pero nunca ha hecho nada tan horrible que me obligue a

renunciar a mi lealtad a ella.

Cirene no se dejó conmover.

Jared conocía bien a la mujer. Sabía que necesitaba garantías, no tanto porque

dudara de él, sino porque temía equivocarse por segunda vez en un momento

crucial de la vida de su hija.

—Cirene, Xena me ha salvado la vida infinidad de veces. Ni una sola vez le he

devuelto el favor, aunque deseo demostrar mi valía al hacerlo.

—Está dentro. La joven sanadora Gabrielle ha estado cuidando de ella.

—¿Me indicas el camino?

—Hasta este momento, nadie más en Anfípolis sabía que estaba aquí. Paga la

deuda que tienes con ella manteniéndola a salvo.

—Por mi honor, Cirene.

—Por tu vida, Jared. Tendrás que enfrentarte a mí si no has dicho la verdad.

Cirene llevó a Jared a la habitación de Xena. Gabrielle estaba sentada al lado de

la cama. Sonrió al ver al general.

—¿Por qué no me sorprende verte aquí? —Posó la mano afectuosamente en el

hombro de Gabrielle—. ¿Cómo está?

—Necesita a Dalius.

—Yo me ocupo. ¿Tú cómo estás?

—¿Se pondrá bien? —Gabrielle buscaba la corroboración del hombre que mejor

conocía a Xena.

Jared se inclinó y observó la palidez de Xena antes de volverse de nuevo hacia

Gabrielle. Decidió no transmitirle su preocupación.

—Sí, muchacha, se pondrá bien. Hablaremos más tarde. Voy a ocuparme de lo

de Dalius y de organizar la seguridad.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle se despertó al oír una voz conocida. Abrió los ojos a la luz de una sola

vela y de la luna que entraba por la ventana. Xena se agitaba en sueños. Repetía

la palabra “No” mientras movía la cabeza de un lado a otro.

Gabrielle se levantó de la cama. Fue a una jofaina cercana y mojó un paño.

—¡No! —Xena se sentó de golpe. Gabrielle soltó el paño y le puso las manos en

los hombros a Xena para sujetarla.

—Xena. Tranquila. Tienes una pesadilla.

Xena se concentró en la voz tranquilizadora de Gabrielle.

—¿Gabrielle?

—Aquí estoy. Por favor, échate. Te vas a arrancar los puntos.

—Demasiada muerte... demasiada.

Gabrielle se agachó para recoger el paño caído. Lo cogió y enjugó la cara de

Xena.

—Xena, ¿te acuerdas de aquel lago donde me llevaste? ¿Te acuerdas de cómo nos

daba el sol en la cara y de cómo el viento te agitaba un poco el pelo? ¿Y de lo

silencioso que era? ¿De lo apacible? Aférrate a esa sensación. Descansa allí. En

paz. —Gabrielle acarició la frente de Xena—. Descansa.

—¿Cómo está?

Gabrielle se volvió para mirar a la puerta. Cirene estaba en el umbral. Gabrielle

se preguntó cuánto tiempo llevaba allí.

—Tenía una pesadilla. Normalmente tarda poco en calmarse después.

—¿Ya las ha tenido?

—Sí, con bastante frecuencia.

—¿Te lo ha dicho ella?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—No... cuando estoy con ella... No se acuerda, o si se acuerda, nunca me ha

dicho nada.

—¿Cuando estás con ella? ¿En su cama?

—Sí.

—Gabrielle. ¿Quién eres tú para ella?

—No lo sé. La verdad es que no.

—¿Quién es ella para ti?

—La amo.

Cirene se sentó en el borde de la cama de Gabrielle.

—¿Cómo acaba una sanadora en la cama de la Conquistadora?

—Me llevaron a Corinto como esclava. Targon, su administrador, me compró

para trabajar en el servicio doméstico de la Conquistadora. Estaba casi muerta

de hambre y los tratantes de esclavos me habían maltratado. Xena me vio

sirviendo y ordenó que me cuidaran. Me protegió. A mí me gusta contar

historias. A los criados les gustaban tanto que Jared me pidió que entretuviera a

los soldados heridos tras la revuelta de Gaugan. Como quería hacer algo más por

los hombres que contar historias, pedí permiso a Xena para aprender con Dalius.

Me lo concedió. Mientras trabajaba en la enfermería hubo una enfermedad y yo

no fui inmune a ella. Cuando Xena se enteró de que me había puesto enferma,

me llevó a sus aposentos y cuidó de mí. Fue entonces cuando averigüé que me

tenía aprecio.

—Te llevó a la cama.

—No. Yo me aparté de ella. Ella había sido muy delicada, pero por lo que me

habían hecho antes de llegar a Corinto, la idea de estar con alguien me daba

miedo. Con el tiempo, me di cuenta de que sí que quería estar con ella y de que

confiaba en que no me iba a hacer daño.

—¿Cuánto tiempo llevas con ella?

—Entré al servicio de la Conquistadora hace un año y medio. Nos conocemos

íntimamente desde hace unas cuantas lunas.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Así que ha sido buena contigo.

—Sí. Ojalá la comprendiera mejor. —Gabrielle miró a la figura dormida.

Cirene contempló a la mujer que yacía en la cama.

—De niña, Xena era muy independiente. Podía con los chicos, incluso con su

hermano mayor Toris, y no le interesaba tratarse con las niñas. Nunca sintió que

éste fuese su sitio. Su único compañero de juegos constante era Liceus. La

adoraba. Nada de lo que Xena hiciera podía estar mal. Y Xena lo protegía. —

Cirene no disimulaba el orgullo de su tono—. Que los dioses ayudaran a

cualquiera que intentara hacer daño a Liceus.

—¿Y cuando murió?

—La culpé a ella. —Cirene se puso seria—. Como todas las personas de Anfípolis

que perdieron hijos, hermanos y maridos. Tuvo que hacer frente sola al dolor. En

lugar de compasión, recibió desconfianza y odio. La gente de Anfípolis... yo soy

responsable de crear a la Conquistadora.

—No creo que ella te eche la culpa.

—Habría sido mejor si hubiera volcado su dolor y su rabia contra mí en lugar de

contra el mundo.

—Lo siento.

Cirene se levantó.

—Parece descansar bien. Tú también deberías intentar dormir un poco.

Xena se despertó al notar que Dalius le tocaba la frente. Miró a su alrededor.

—¿Dónde está Gabrielle?

—Con tu madre, comiendo algo.

—¿Y Jared?

—Aguarda tus órdenes, Majestad.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Ve a buscar a Jared... Dalius, sólo quiero verlo a él. A nadie más, ni siquiera a

ti.

—Sí, Majestad.

Dalius encontró a Jared, Cirene y Gabrielle en una mesa del centro de la posada.

Gabrielle se levantó al verlo. Dalius alzó la mano para detenerlos a ella y al

general, que también se había puesto en pie.

—La Conquistadora se ha despertado. General, ha pedido verte.

Jared avanzó, seguido de Gabrielle. Dalius llamó a Gabrielle.

—La Conquistadora quiere ver sólo al general.

Jared se volvió a mirar a la entristecida sanadora. Le puso una mano

tranquilizadora en el hombro.

—Para ella el trabajo siempre es lo primero. No tardaremos.

Dalius no estaba tan seguro.

Xena hizo inventario de su cuerpo. Se pasó la mano por el costado. Apartó la

manta y miró los vendajes. Movió el cuerpo hacia la izquierda, notando la

tirantez de los puntos. Volvió a echarse y estiró las piernas. Sus músculos

agradecieron el ejercicio. Tenía suerte de haber recibido sólo una herida mortal.

Quienquiera que fuese el que dirigía a los atacantes lamentaría la arrogancia de

sus hombres. Si se hubieran concentrado debidamente, ahora ella estaría en el

Tártaro.

Jared entró en la habitación de Xena. Sintió un gran alivio al verla despierta.

—Es injusto, Xena. Cirene me echa a mí la culpa de tu último arañazo.

—A mi madre siempre le has caído bien, Jared. Acostúmbrate.

—Me alegro de verte.

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—Lo mismo digo. ¿Qué sabemos?

—Atrapamos a uno de los grupos de atacantes. Estaba todo planeado. Querían

eliminarte aquí en el campo mientras Vacaou avanza con sus fuerzas hacia

Corinto.

—Jared, ayúdame a levantarme.

—¿Xena?

—No voy a dejar que ese cobarde se quede con mi trono.

—Dalius ha dicho...

—Seguro que sé lo que ha dicho Dalius. Para cuando lleguemos a Corinto, estaré

como nueva.

—¿Vas a retar a Vacaou?

—Si así se evita un mayor derramamiento de sangre, sí. ¿Crees que no puedo

con ese cabrón?

—Jamás dudaré de ti.

—Eres un buen hombre. Ahora, amigo mío, ayúdame a levantarme. —Xena

alargó el brazo.

Jared sujetó a Xena de pie pasándole un brazo por la cintura.

—Hay una cosa más. He dado la libertad a Gabrielle. Dale un doble estipendio,

un caballo y dile que puede llevarse todas las provisiones que necesite además de

sus pertenencias personales.

—¿Se marcha?

—Ya no está a mi servicio.

Jared esperó a quedarse a solas con Gabrielle y Cirene en el comedor de la

posada. Le entregó a Gabrielle una bolsa llena de monedas.

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—Esto es para ti. Por orden de la Conquistadora, también recibirás un caballo,

tus pertenencias y todas las provisiones que necesites para emprender una

nueva vida como mujer libre.

Consternada, Gabrielle se quedó mirando el peso que tenía en las manos.

—¿Xena quiere que me marche? ¿Qué he hecho mal?

Sintiéndose desamparado, buscando apoyo, Jared miró a Cirene por encima del

hombro de Gabrielle. La mirada de Cirene distaba mucho de ser reconfortante.

Contestó a Gabrielle lo mejor que pudo:

—No has hecho nada mal. La Conquistadora ha cumplido su palabra y te ha

dado la libertad.

—¿Ha dicho si quería que me quedara?

—No.

—¿Y si yo no quiero la libertad?

Jared agarró a Gabrielle por los hombros.

—Eres libre, Gabrielle.

—Otros se han quedado para servirla. ¿Por qué yo no puedo?

—Ha dicho que ya no estás a su servicio.

—Tiene que haber un puesto para mí en alguna parte... —rogó Gabrielle.

Cirene intervino:

—Gabrielle me ha dicho que es miembro de la Guardia Real. Jared, como general

tú debes de tener cierta autoridad, ¿o sólo eres un perrito faldero?

Jared se puso rígido al oír lo que decía Cirene.

—Muchacha, todavía estás a mi mando. Puedo darte escolta hasta las provincias

orientales, donde el general Kasen dirige el Tercer Ejército. A su guarnición le

vendría bien una sanadora. Y no estarás totalmente entre desconocidos. Conoces

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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a varios hombres de la compañía de la Guardia Real que también está

estacionada allí.

—Jared, ¿por qué hace esto? No lo entiendo.

—Yo tampoco. Esto no es propio de la Conquistadora que conozco.

Gabrielle se volvió hacia Cirene. Ésta le dijo:

—Tal vez es porque contigo no es la Conquistadora.

Xena estaba sentada en una silla en su habitación. Contemplaba el despejado

cielo nocturno, haciendo compañía a las estrellas.

Respondió a una llamada a la puerta:

—Adelante.

Cirene entró.

—Hija, ¿puedo pasar?

—Por supuesto.

—Jared me ha dicho que estás decidida a marcharte mañana.

—Tengo que ocuparme de un asesino.

—Lo comprendo.

—Madre, lo siento. No quería que me vieras así.

—No fue decisión tuya, ¿no? Pensar que mi hija ha tenido que estar al borde de

la muerte para recuperarla... —Cirene se calló para controlar sus emociones—.

Yo te alejé. Nuestra separación es obra mía.

—Liceus...

—No te culpo de la muerte de Liceus. Ya no. Lamento no haber intentado

ayudarte a llorarlo. Te rechacé y eso jamás me lo perdonaré.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Lo querías.

—Y te quiero a ti.

Xena sintió que le estrujaban el corazón.

—¿Volverás a Anfípolis para hacerme una visita?

—Si soy bien recibida.

—Lo eres.

Xena sonrió a su madre levemente.

—Volveré.

Cirene se sentó al lado de Xena.

—Hija, hay otra cosa, quería hablarte de otra persona.

—¿De Gabrielle?

—Tienes todos los motivos del mundo para no fiarte de los demás. Pero creo que

haces mal en rechazarla a ella.

—¿Qué te ha dicho?

—No es lo que ha dicho. La he observado mientras te cuidaba. Luchó por

salvarte la vida. Xena, te ama.

—Ya lo sé.

—Lo único que puede hacerla feliz es estar contigo. No la despidas.

—Gabrielle y yo somos muy distintas.

—Sí, en algunas cosas sí. Puede que por eso debas tenerla en tu vida.

—Es una mujer libre.

—No lo bastante libre para regresar a Corinto contigo.

—La corte no sería amable con ella.

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—No la subestimes. Se ha ganado a tu Guardia Real.

—Porque es como ellos. Salen todos de la misma sangre campesina.

—Como tú.

—Sí, como yo. Pero eso no es la corte. Los nobles querrían verme en el Tártaro.

Tienen poco honor, o ninguno. Se han amamantado de codicia. Harán daño a

Gabrielle para hacerme daño a mí. No sería la primera vez que ocurre.

—Tú eres la Conquistadora. Haz que esa reputación valga para algo.

—¿Reputación?

—Bien merecida, según me han dicho.

—Mi reputación no ha impedido que César o Vacaou desafíen a Grecia. No

impide los intentos de asesinarme y si ella está a mi lado, no impedirá que

Gabrielle conozca a Hades antes de cumplir otro verano.

—Mereces ser amada. Liceus hizo bien en estar a tu lado. Gabrielle también.

—No voy a cambiar de opinión.

—No pienses, Xena. Siempre puedes encontrar razones para alejarte. Permítete

sentir.

—Y siento, madre. Créeme. Si no tuviera corazón, no me pararía a pensar en

Gabrielle. Dejarla no ha sido una decisión fácil.

—Entonces, ¿la amas?

—Nunca le he dicho tal cosa.

—Tu silencio no cambia la verdad.

—¿La verdad? La verdad es que por un breve instante en el tiempo las Parcas me

han permitido creer que podía dar la espalda a la amargura de la vida y conocer

la felicidad. Un noble traidor y la fría hoja de su mercenario han demostrado que

me equivocaba. La verdad es que he hecho daño a Gabrielle y que lamentaré el

daño que le he hecho hasta el día en que me muera.

Cirene se levantó y se inclinó hacia su hija. Besó a Xena en la mejilla.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Eres demasiado noble para tu propio bien.

—Te quiero, madre.

—Quédate un día más. Grecia puede esperar.

—Madre...

—Gabrielle se marcha por la mañana. No la verás, y luego tú y yo podemos

hablar.

—Está bien. Un día.

—Gracias. Ahora duerme un poco. —Cirene miró por la ventana—. Las estrellas

seguirán en el cielo mañana.

Xena no expresó lo que pensaba en voz alta: ¿Pero estaré viva para verlas?

Habían pasado dos semanas desde que la Conquistadora regresó a Corinto y

venció a Vacaou en un duelo de honor. Recuperar su trono fue algo sencillísimo.

La Conquistadora podría haber marchado con todas sus fuerzas hasta Corinto y

haber causado una fácil matanza, pero se negó a dejar a Grecia en una posición

vulnerable frente a una invasión extranjera. Con la Guardia Real y el Primer

Ejército de la Conquistadora como testigos, Vacaou se enfrentó a ella en

combate. La milicia del noble lo apoyaba con arrogancia, imaginando que no

tardarían en ocupar la muy deseada posición de guardias. Las condiciones del

duelo eran simples: el vencedor se quedaba con todo. El vencido perdía la vida y

la vida de su familia más próxima. Estas condiciones garantizaban la victoria de

la Conquistadora. A Cirene no iba a ocurrirle nada.

Vacaou, excelente luchador por derecho propio, calculó mal la capacidad de la

Conquistadora para curarse. No tenía ganas de andarse con juegos y Vacaou

murió después de que sus espadas chocaran diez veces. La Conquistadora lo

obligó a arrodillarse y le cortó la cabeza. Después, dio la espalda a la milicia de

Vacaou y fue hasta donde esperaba Jared. Su orden fue sencilla: “Desarme y

exilio”. Jared sabía que los hombres de Vacaou estaban vivos sólo porque Xena

se había hartado de muerte ese día.

Corinto estaba en paz, aunque era una paz tensa. Los miembros de la clase alta

temían la ira de la Conquistadora. Muchos habían hecho poco o nada para

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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oponerse al intento de golpe de estado de Vacaou. Los nobles sufrieron el

desprecio de la Conquistadora cuando ésta dejó de acudir a la corte. Pasaba gran

parte del tiempo en sus aposentos privados, recuperándose del esfuerzo físico y

mental realizado con César y Vacaou.

Jared entró en la sala de reuniones de la Conquistadora. Xena estaba en el

balcón contemplando la noche. Se quedó apenado por la solitaria imagen.

—Xena.

—Sí, amigo mío.

—Puedo encontrarla, traértela de vuelta.

—¿Por cuánto tiempo? César reconstruirá su ejército y volverá. Y si no es César,

será otro.

—Ella no tiene miedo.

—Debería tenerlo.

—La muchacha te ama.

—Gabrielle amará de nuevo.

—Pero ¿y tú?

Xena se volvió hacia Jared.

—Alguien tiene que tomar las decisiones difíciles.

Jared advirtió que Xena no rebatía lo que acababa de decir.

—Llevo contigo desde el principio. Ya es hora de que te perdones a ti misma.

—No van a morir más inocentes por mi culpa.

—El mundo es peligroso. ¿Te has parado a pensar que puede estar más segura

contigo que sin ti?

—No, Jared. Nadie está a salvo conmigo.

—Yo no estoy de acuerdo.

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Xena sonrió.

—Gracias... Pero no. —Xena fue a su escritorio y sirvió dos copitas de oporto. Le

pasó una copa a Jared y se quedó con la otra—. Sí que te pido una cosa, aunque

no creo que sea necesario.

—¿De qué se trata?

—Asegúrate de que está a salvo.

—He hecho todo lo posible.

—No puedo pedirte más.

—Si cambias de idea...

Xena se bebió el oporto de un trago rápido.

—No cambiaré.

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3

Cabalgando velozmente, la Conquistadora entró a la cabeza de un contingente en

la guarnición del Tercer Ejército. Desmontó con agilidad.

—Menuda idiotez... —dijo Xena, recreándose en una burla ligera.

—Señora. —Jared desmontó, intentando mantenerse a la altura de la

Conquistadora.

—No digas ni una palabra, Jared. Ni una palabra.

—Por favor, señora.

—Mira que cobras, ¿eh?

El general Kasen se acercó. Saludó a la Conquistadora:

—Majestad.

Xena no disimuló su sonrisa.

—General, ¿cómo van las cosas?

—Bien, Majestad. —El general se fijó en el corte que tenía la Conquistadora en la

parte superior del brazo. Su incomodidad se hizo palpable—. Estás sangrando.

—Qué observador eres. ¿Dónde está vuestro sanador?

Kasen miró a Jared, suplicando su ayuda sin palabras. Como todavía se estaba

regodeando en tomar el pelo a Jared, Xena no se dio cuenta.

Jared intentó interceder:

—Señora.

Xena se volvió hacia él.

—Te voy a matar, Jared. Te juro por Ares que lo hago.

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Jared dijo muy serio:

—La sanadora, señora.

El buen humor de Xena desapareció. Se quedó mirando al hombre que tenía

delante de hito en hito.

—No es posible.

—Lo pidió ella.

—¿Una guarnición en la frontera oriental? ¿En eso consiste para ti mantenerla a

salvo?

Kasen intentó apaciguar las críticas de la Conquistadora:

—Majestad, la seguridad de Gabrielle es una prioridad para todos los hombres,

tanto de la Guardia Real como del Tercer Ejército.

—Cállate, Kasen, a menos que quieras seguir a Jared a la tumba.

—Mi señora. —La dulce voz de Gabrielle interrumpió la conversación—.

Permíteme curarte la herida.

La mirada de la Conquistadora se posó en la joven. Se quedó callada por la

petición. Gabrielle cobró conciencia de que ahora era la Conquistadora quien se

sentía incómoda. Decidió redirigir la atención a los presentes. Se inclinó

ligeramente.

—General Jared, me alegro de verte, señor.

Jared agradeció la facilidad de Gabrielle para superar el momento.

—Pareces estar bien, muchacha.

—Lo estoy. Éste ha sido un buen puesto para mí. El general Kasen se ha

asegurado de que todas mis necesidades hayan quedado cubiertas.

Kasen no dijo nada, aunque su gratitud a Gabrielle por sus elogios fue inmensa.

Sabía que la joven sanadora era la única capaz de apaciguar la ira de la

Conquistadora.

Jared continuó con la charla, para ganar tiempo.

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—Casi no te reconozco. Te has cortado el pelo.

Gabrielle se pasó una mano tímida por el pelo, ahora cortado hacia atrás en

capas que le llegaban hasta el cuello.

—Así es más fácil de cuidar.

—Te sienta bien.

—Gracias, señor. —Gabrielle volvió a mirar a Xena—. Perdona, mi señora.

¿Puedo acompañarte a la enfermería?

Xena recuperó la voz.

—Adelante, muchacha.

—Sí, mi señora.

Gabrielle echó a andar por delante de Xena y la llevó hasta un pequeño edificio

cerca del alojamiento de los soldados.

Jared se quedó mirándolas.

—Kasen, somos dos hombres con suerte.

Al entrar en la enfermería, Gabrielle le indicó una silla a Xena.

—Por favor, siéntate aquí.

Xena obedeció sin decir palabra, con la mirada al frente. Gabrielle echó agua en

una jofaina y se acercó. Se sentó al lado de Xena y le lavó el corte.

—La herida es profunda. Habrá que dar unos puntos.

Xena asintió.

—No me dijeron que ibas a venir.

—Querrás decir que no te advirtieron. —Xena levantó la mirada un instante y

luego volvió a posarla en sus manos, apoyadas en su regazo—. Estoy visitando

las provincias. Este rodeo ha sido algo inesperado. Cuanto más nos

acercábamos, más distraído se mostraba Jared. Pensé que se había tragado la

lengua. Ahora sé por qué.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

169

—¿Cómo te has hecho esto?

—Estábamos cazando y un ciervo no estaba tan muerto como creía Jared. Se

levantó de repente para escapar. Jared estaba en medio. Yo le corté el cuello.

Jared me cortó a mí sin querer. Ha sido una tontería.

—Lo inesperado puede resultar doloroso.

—Sí, lamento decir que sí.

Gabrielle dejó la jofaina a un lado y se levantó para coger una aguja e hilo.

Regresó y volvió a sentarse al lado de Xena.

—Venciste a Vacaou.

—Grecia ha tenido siete lunas de paz. —Xena meneó la cabeza—. Grecia vence

una amenaza y se tiene que preparar para la siguiente. No acaba nunca.

—Ha habido problemas cerca de la frontera.

—Ya me he enterado. Puede que tenga motivos para volver aquí de visita.

—Si mi presencia no es deseada, me marcharé.

—Gabrielle, yo no te voy a echar de tu hogar. Estaremos aquí sólo esta noche.

Haré todo lo posible por no causarte ninguna molestia.

—Gracias, mi señora.

Gabrielle se puso a coser la herida de Xena. Ésta aguantó las punzadas de dolor

sin dificultad. Albergaba un dolor distinto que clamaba por hacerse oír.

—¿Dices que eres feliz?

—Tengo motivos para sentirme agradecida. Tengo muchos hermanos.

—¿Alguno a quien ames?

—Hay uno con quien he entablado una relación. Me ha dicho que me ama.

—Bien. Deberías tener amor.

—Sí, mi señora.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

170

—Estamos solas, Gabrielle. No tienes por qué ponerte formal conmigo.

—Mi señora, creo que lo mejor es que siempre sea formal contigo.

—Como desees.

Xena se calló. Gabrielle terminó los puntos. Cubrió la herida, aplicando un

vendaje al brazo de Xena.

Xena movió el brazo para probar.

—Sí. Así está bien. Gracias.

Xena se levantó y se dirigió al umbral de la enfermería. Se detuvo y miró atrás.

—Gabrielle, te deseo toda la felicidad.

Gabrielle se quedó mirando en silencio mientras Xena se alejaba.

Xena fue hasta el centro del patio, donde esperaba Jared.

—Jared, nos vamos por la mañana.

—¿Tan pronto, señora?

—Un soldado se ha ganado el favor de Gabrielle. Averigua quién es. Asegúrate de

que es un hombre de honor.

—¿Deseas un informe?

—No, ni siquiera deseo conocer su nombre. Si no, podría matarlo sin querer.

—Eso no me impedirá a mí hacerte el favor.

Xena apartó su renovada sensación de soledad y sonrió a Jared con aprecio.

—Está guapa, ¿verdad?

—Estupenda.

—El entrenamiento con armas ha dejado su huella. Está fuerte y ágil.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

171

—Kasen me asegura que la muchacha sabe cuidar de sí misma. Los hombres le

tienen cariño. Tiene muchos maestros.

—No me sorprende. Ahora dime, ¿qué informes tenemos de las fronteras?

—Los ataques no parecen seguir ningún patrón. Saquean y huyen.

—El rey Okal jura que él no tiene nada que ver con esto. ¿Alguna indicación de

que mienta?

—No, tal vez alguien tiene la esperanza de provocar una guerra entre Grecia y

Persia.

—Cuando se trata de poder, los triángulos son peligrosos. Siempre existe el

miedo de que dos se unan contra el tercero y, si no es eso, existe la posibilidad

de concentrarse por completo en uno y perder de vista al otro. Así se alimenta la

paranoia. Creo que ha llegado el momento de abrir el triángulo y hacer las cosas

más interesantes. Me pondré en contacto con Lao Ma y le pediré que haga notar

su presencia en su frontera del sur. Eso garantizará la honradez de Okal. Puede

que también lo anime a hacer caso de mi petición para que refuerce sus

patrullas fronterizas. Duplica nuestros espías en Roma. Quiero conocer todos los

movimientos de tropas de César, así como lo que ocurre en el Senado. Kasen

tendrá que incrementar sus patrullas. Ofreceremos escolta a los comerciantes de

la zona cuando viajen de pueblo en pueblo. Los aldeanos son libres de

aprovechar la escolta para viajar seguros. Envía mensajes a los generales Paulos,

Regan y Dimas. Quiero que se presenten en Corinto dentro de quince días.

Haremos alarde de fuerza sin mostrar nuestras cartas. Grecia hará lo que tenga

que hacer para evitar una nueva guerra.

Aunque había pasado toda la noche en brazos de un hombre que declaraba

libremente su amor por ella, Gabrielle pasó las marcas pensando únicamente en

una mujer que se negaba a reconocer su amor por nadie. Incapaz de controlar su

necesidad de averiguar más de lo que había podido sacar de su encuentro con la

Conquistadora, Gabrielle fue en busca del general.

El contingente de la Conquistadora estaba reunido en el patio central,

preparándose para marchar.

—Jared.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

172

—Buenos días, muchacha.

Gabrielle no titubeó.

—Necesito saberlo. ¿Estaba muy enfadada?

—No, estaba simplemente sorprendida de verte.

—¿Cómo ha estado?

—Acompáñame. —Jared alejó a Gabrielle de los hombres congregados—. El

combate con Vacaou la desgastó mucho. Pero, como puedes ver con tus propios

ojos, se ha recuperado bien.

—¿Cómo está con otras personas?

—Pasa más tiempo a solas. Es un poco más paciente. No ruedan cabezas tan

rápido como antes.

—¿Está en paz?

—Ojalá llegue ese día, pero no creo que Xena llegue nunca a conocer la paz. Han

ocurrido demasiadas cosas.

—Había momentos, cuando estábamos juntas, en que me parecía que era feliz.

—Lo era. Yo notaba los cambios. Puede que algún día vuelva a sentirse así.

Gabrielle se calló y miró a su acompañante directamente a los ojos.

—Jared, ¿hay alguien en su vida?

Jared sostuvo la mirada de Gabrielle. No podía hacer menos que decirle la

verdad.

—¿En su cama? Algunos ha habido. ¿En su vida? No.

Gabrielle no dijo nada.

Jared susurró:

—Me han dicho que tienes un pretendiente.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

173

—Sí, es cierto. —Gabrielle echó a andar de nuevo.

Jared se mantuvo a su altura.

—Inis parece un buen hombre. ¿Se porta bien contigo?

—Me ama. —Gabrielle se quedó mirando el despuntar del día—. Pensé que

podría llegar a amarlo. —Se volvió hacia Jared—. ¿Por qué amamos a quienes

amamos?

—No lo sé. Ésa es una pregunta que sólo Afrodita puede contestar.

—Yo tenía la esperanza de que Xena llegara a amarme. Ahora sé que uno no se

puede obligar a sí mismo a amar. Por mucho que uno lo desee. —Gabrielle no

expresó en voz alta la idea paralela de que tampoco podía obligarse a sí misma a

no amar.

Jared no iba a traicionar la confianza de la Conquistadora. Guardó silencio

mientras regresaban al campamento. El general posó la mano en el hombro de

Gabrielle.

—Nos marchamos dentro de una marca. Espero que la próxima vez tú y yo

podamos charlar más tiempo.

Gabrielle posó su mano sobre la de él.

—Por favor, cuídate, y también a Xena.

—Lo haré, muchacha.

La Conquistadora y la Guardia Real se dirigían desde Corinto hacia el este. En el

curso de las dos últimas lunas los asaltantes habían seguido cruzando la

frontera de Persia. Las relaciones con el rey Okal eran tensas en el mejor de los

casos. Kasen había hecho un trabajo encomiable, pero el Tercer Ejército solo no

podía cubrir todo el territorio. Los daños colaterales habían sido mínimos, pero

la falta de seguridad era intolerable para Grecia.

Xena intentaba no pensar en que iba a volver a ver a Gabrielle. Concentraba su

propósito en neutralizar a los asaltantes, acabar con la creciente tensión política

y regresar a Corinto lo más deprisa posible. Dado que dormía mal, cuando

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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dormía, había decidido avanzar de noche con sus hombres para llegar a la

guarnición a mediodía. Cuanto antes viera a Gabrielle, antes podría eliminar su

creciente desazón y seguir adelante con su tarea.

Cuando pasaba una marca del amanecer, la Conquistadora y la Guardia Real se

cruzaron con una compañía de soldados que estaban desmantelando su

campamento. Los soldados eran nuevos en el ejército de la Conquistadora,

reclutados por el lugarteniente Osric para reforzar el este. Osric, antes capitán

del Cuarto Ejército, había recibido su ascenso en Corinto hacía poco. Era uno de

los favoritos del general Paulos. La Conquistadora jamás juzgaba la calidad de

un oficial por la recomendación de otro. Se preciaba de obligarlos a ganarse la

reputación al mando de todos sus generales. Le disgustó ver que aún no habían

llegado a su destino.

Osric, a caballo, salió a recibir a la Conquistadora.

—Buenos días, señora.

—Lugarteniente, ¿por qué no estáis en la guarnición del general Kasen?

—Nos hemos retrasado a causa de unos asaltantes, señora.

—¿Alguna baja?

—Dos. Hemos perdido a un tercer hombre por un incidente.

—¿Qué clase de incidente?

—Lo mató una mujer que decía que había intentado violarla.

—¿De dónde habéis sacado tiempo tus hombres y tú para entreteneros?

—No lo hemos hecho, señora. Ella viajaba a la guarnición desde una aldea

cercana. Les dijimos a ella y a su escolta que se unieran a nosotros.

—¿Escolta?

—Dos hombres de la Guardia Real.

Jared se agitó en la silla. A la Conquistadora no le pasó desapercibido.

—Continúa.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Tus guardias respondieron por ella y dijeron que trabajaba como sanadora al

mando del general Kasen.

—¿No los creíste?

—Creo que la protegían para ganarse ellos mismos sus favores.

—¿Dónde está?

—La tenemos bajo arresto. Me habría encargado yo mismo de aplicar la

adecuada justicia de campo, pero los guardias aseguraron que estaba bajo tu

protección e insistieron en que sólo tú podías dictar sentencia. Pensé que si los

guardias y ella eran tan estúpidos de mencionarte falsamente, debía someterse a

tu justicia única.

Xena desmontó y entró en el campamento. Se detuvo, observando a sus

habitantes. Osric y Jared desmontaron y la siguieron.

—Dime.

—Esa tienda, señora.

Xena miró hacia donde había señalado. De pie fuera de la tienda estaba uno de

los hombres de Osric. Sentados junto a un árbol cercano, con la mirada clavada

en la tienda, estaban los dos guardias reales.

—Es una mujer seductora. Tus guardias no son capaces de quitarle los ojos de

encima.

Xena pegó un bofetón a Osric en la cara. Sin pararse a ver el efecto que había

tenido su golpe, se dirigió a la tienda. Aceleró el paso y entró a la carrera.

Jared miró furioso al lugarteniente.

—Reza a los dioses para que la chica no haya sufrido daño alguno, porque de lo

contrario, te mato yo mismo.

Al ver que llegaba la Conquistadora, los dos guardias, Brogan y Hamish, se

levantaron de inmediato y se pusieron firmes. La Conquistadora apartó al

guardia de Osric de un empujón y entró en la tienda. Brogan y Hamish ocuparon

el puesto que les correspondía en la entrada, desplazando a su rival.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle oyó que el faldón de la tienda se hacía a un lado. Vio que se acercaba

una figura alta y oscura. A sus ojos les costaba acostumbrarse a la luz. Oyó su

nombre pronunciado por la única voz que anhelaba oír. Notó que unos brazos la

estrechaban. Aspiró el familiar aroma de la Conquistadora, fuerte, dulce y

almizclado.

—¿Estás herida?

Gabrielle dijo que no con la cabeza. No pudo seguir conteniendo las lágrimas.

—Ya estás a salvo. Te voy a sacar de aquí. Si tienes fuerzas para montar,

llegaremos a la guarnición de Kasen dentro de cuatro marcas.

—Quiero irme.

—¿Puedes ponerte en pie?

—Sí.

—Pues salgamos de aquí. —La Conquistadora ayudó a Gabrielle a levantarse.

Sostuvo a la joven rodeando la cintura de Gabrielle con el brazo.

Fuera de la tienda, la Conquistadora se puso a dar órdenes.

—A los caballos. Nos marchamos, ¡ya!

Los guardias obedecieron la orden sin dilación. Jared se acercó.

—Se encuentra bien. Quiero llegar a la guarnición a mediodía.

—¿Y Osric?

—Seguirá vivo por ahora. Brogan y Hamish se vienen con nosotros. Deja una

escolta para Osric. No me gustaría que se perdiera. Envía un mensajero a Kasen.

Quiero mi alojamiento preparado para cuando lleguemos.

—Sí, señora.

Al llegar a Argo, Xena susurró al oído de Gabrielle:

—Monta conmigo. Aunque sólo sea la primera marca.

Gabrielle asintió.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena se montó en Argo y luego ayudó a Gabrielle a subirse a la silla delante de

ella.

Cabalgaron media marca en silencio. Xena sujetaba a Gabrielle con firmeza. Las

emociones de Gabrielle se fueron apaciguando poco a poco.

—Por favor, no hagas daño a Osric. No pertenece a la Guardia Real. No sabía

quién era yo.

—Gabrielle, la falta de disciplina de Osric hizo que uno de sus hombres te

atacara. Luego Osric no tuvo en cuenta la palabra de honor de dos de mis

guardias reales y, en mi presencia, de viva voz, mostró una falta de respeto hacia

una mujer de Grecia. Aprenderá que su escaso juicio y su arrogancia tienen

consecuencias.

—No quiero que nadie más muera por mi culpa.

—Mataste en defensa propia. Ese cerdo de soldado renunció a su vida en el

momento en que te puso las manos encima.

—¿Tendré que ir a juicio?

—No, se ha hecho justicia.

Gabrielle se apoyó de nuevo en Xena, relajándose por primera vez desde hacía

días.

—¿Brogan y Hamish te atendieron bien?

—Sí. Hicieron todo lo posible por pararle los pies a Osric.

—¿Por qué no estaban contigo cuando te atacó?

—Curan. El hombre se llamaba Curan. Fuimos los dos a recoger leña. No había

motivo para pensar que iba a intentar hacerme daño.

—¿Cómo lo mataste?

Gabrielle agachó la cabeza.

Xena repasó lo que sabía sobre el entrenamiento de Gabrielle y las armas que

ésta poseía. La joven sanadora no solía llevar encima ni su espada corta ni su

vara.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿Un cuchillo?

Gabrielle asintió.

—Lo siento.

Gabrielle suspiró profundamente. Dijo, susurrando con angustia:

—¿Cómo soportas tener sangre en las manos?

La Conquistadora se puso rígida.

—Nunca acaba de quitarse, ¿verdad?

Gabrielle asintió.

—No, no se quita.

Cabalgaron juntas durante más de una marca hasta que Gabrielle se sintió con

fuerzas para montar por su cuenta. Xena se aseguró de que o ella o Jared

viajaban al lado de Gabrielle durante el resto del trayecto.

El mensajero había dado un concienzudo informe al general Kasen. Éste empezó

a repasar mentalmente una lista de las personas que podía nombrar para

sustituir a Osric como lugarteniente. La carrera de Osric, si no su vida, había

terminado. Tanto el alojamiento de la Conquistadora como el de Gabrielle

estaban preparados. Se aseguró de que la disposición para dormir que eligieran

se viera satisfecha.

El contingente de la Conquistadora se encontraba a media marca de la

guarnición cuando llegó una avanzadilla para pedir que se preparara un baño.

Xena desmontó y ayudó en silencio a Gabrielle a bajar de su propia montura.

—Señora. Gabrielle, lamento que un soldado del Cuarto Ejército haya

demostrado ser indigno de su posición.

Xena dejó pasar el descarado intento de Kasen de quitarse de encima la

responsabilidad del incidente.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Quiero que Osric sea rebajado a soldado raso y enviado de vuelta al Cuarto

Ejército. Nombra a su sucesor y ocúpate de volver a examinar a todos los

hombres que haya reclutado Osric. No me fío de que haya mantenido el nivel que

exijo. Los que superen tu inspección tendrán que hacer cursos de orientación.

—Así se hará.

Xena hizo avanzar a Gabrielle.

—No quiero que nos molesten.

—Sí, señora.

En el alojamiento de la Conquistadora habían preparado una mesa, repleta de

comida y bebida. El baño humeaba en el rincón del fondo, oculto parcialmente

detrás de un biombo.

—¿Por qué no te lavas? He pedido que te traigan ropa limpia y el albornoz de tu

alojamiento.

—Gracias. —La gratitud de Gabrielle era sincera, aunque las circunstancias en

las que se encontraba la llevaban a mostrarse circunspecta.

Fue detrás del biombo, aliviada por tener privacidad. Los acontecimientos del día

habían sido abrumadores. El alivio de verse libre de la custodia de Osric había

quedado sustituido por las emociones en conflicto que sintió al encontrarse una

vez más en brazos de Xena. Se sentía segura cabalgando con la Conquistadora,

convencida de que nada malo podía ocurrirle. Notó la compasión de Xena

mientras intercambiaban suaves palabras. También sentía su pasión por Xena.

Habían pasado tres cuartas partes de un año desde la última vez que habían

mantenido relaciones íntimas y, así y todo, Gabrielle no podía negar que Xena la

afectaba profundamente.

Tenía muchos posibles pretendientes en la guarnición. Inis era guapo, y llevaba

el pelo oscuro recogido hacia atrás. Seis veranos mayor que Gabrielle, de

constitución media y un poco más bajo que la Conquistadora, había demostrado

su valía como soldado. Considerado e inteligente, Inis entretenía la mente de

Gabrielle. El hecho de que intentaba ver el mundo como un lugar bueno y que no

hacía caso del poder de la oscuridad daba confianza a su corazón. No había nada

malo en él, y sin embargo, Gabrielle no sentía una gran pasión por él, sólo un

tierno cariño. Estar con Inis le bastaba hasta que la verdad de su compromiso se

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enfrentaba a la luz del amor auténtico. Lo que había compartido con Inis

resultaba pálido al compararse con el resplandor de estar con Xena.

Xena se quitó la armadura. Sirvió dos copas de vino. Con ellas en la mano, se

encaminó hacia el biombo. Se detuvo a medio camino. Replanteándose lo que

hacía, regresó a la mesa y dejó allí una copa. Se sentó y bebió el vino dulce de la

segunda copa, reconfortándose con la cálida sensación que le atravesó el cuerpo.

Una vez terminado su baño, Gabrielle optó por no vestirse y se puso el albornoz.

Se detuvo en el centro de la habitación.

Xena la saludó.

—¿Mejor?

—Sí.

—¿Tienes hambre?

Gabrielle volvió a atarse el albornoz mientras ponía en orden sus ideas.

Necesitaba saber qué esperaba Xena de ella.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Por supuesto.

—¿Dónde voy a dormir?

Xena se quedó sorprendida por la pregunta.

—Donde tú quieras.

—Y todo esto es por... —Gabrielle indicó la habitación con la mano.

—Sé que no puedo compensarte por la forma en que te ha tratado uno de mis

hombres. He pensado que al menos podía hacerte más agradable la vuelta a

casa.

Gabrielle se acercó a la mesa. Cogió un trocito de queso feta y se lo metió en la

boca. El sabor áspero la hizo sonreír.

—Tengo hambre.

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—Bien.

Gabrielle se sentó y se sirvió un plato de comida.

—Gracias por lo de Osric.

—No me parece que él se vaya a sentir agradecido.

—Dudó cuando vio mi medallón.

—Osric no se paró a pensar lo suficiente. Me alegro de que el medallón te

ayudara.

—No sabía lo que significaba hasta que intervino Hamish.

—Significa que nadie puede juzgarte. Me he reservado ese derecho.

—La Guardia Real está sujeta a criterios más elevados.

—Sí, así es.

—He notado la diferencia. —Gabrielle sonrió—. ¿Te reirías de mí si dijera que son

más caballerosos?

—En absoluto. Se sienten orgullosos de sí mismos y han aprendido la

importancia de respetar las órdenes. Todos ellos son hombres capaces de pensar

por sí mismos, pero también de seguir órdenes. Hamish y Brogan sabían que

sería un suicidio enfrentarse a espada con Osric. Lo convencieron de que el

riesgo de estar equivocado era demasiado grande y luego se aseguraron de que

no te sucediera nada hasta que llegara yo. ¿Sabías que estaban fuera de tu

tienda?

—Sí, prometieron no dejar que nadie se me acercara.

—Decide tú cuál es la recompensa justa por sus desvelos.

—Hamish está deseando visitar su aldea natal. Allí hay una chica a la que está

cortejando.

—Un buen permiso con paga, pues.

—Y Brogan lleva tiempo queriendo una silla de montar nueva.

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—Hecho.

Gabrielle continuó comiendo. Xena se unió a ella y comió un poco en un silencio

cómodo, lo cual fue un alivio para ella. Gabrielle se recostó en la silla. Se le aflojó

el cuerpo.

—¿Estás bien?

—No he dormido mucho. Estoy cansada.

—Si lo deseas, te acompaño a tu alojamiento.

—No quiero estar sola.

Xena no dejó de mostrarse cortés.

—Le pediré a Jared que te envíe a tu novio.

—Es que... Ya no nos vemos.

—Lo siento.

—Fue decisión mía. No lo amaba. —Gabrielle calmó sus dudas antes de

continuar—. ¿Te quedarás conmigo, aquí?

Xena asintió.

—Todo el tiempo que desees.

—Podría ser mucho tiempo.

—Llevo dos días sin dormir. No tengo prisa.

Gabrielle se levantó y volvió detrás del biombo. Se quitó el albornoz y se puso

una camisa de dormir. Luego entró en la habitación principal.

Xena se levantó.

—¿Por qué no te vas a la cama? Yo tengo que lavarme y cambiarme.

Gabrielle fue a la cama de la Conquistadora. Se deslizó bajo las mantas. Xena se

dio un baño rápido en el agua tibia y se puso su propia camisa de dormir. Al

entrar en la estancia principal, fue hasta un montón de almohadones y esteras

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que había cerca del rincón del fondo y se puso cómoda para dormir. Gabrielle la

observaba en silencio. Sorprendida, pero agradecida por la consideración que

transmitían los actos de Xena.

—Que duermas bien, Gabrielle.

A Gabrielle se le quedó la respuesta atravesada en la garganta. No sabía con

quién hablaba, si con la Conquistadora o con Xena. No parecía importar, puesto

que amaba a las dos. Como estaba muy cansada, Gabrielle se quedó dormida

rápidamente. Xena se quedó despierta y se permitió el lujo de observar a

Gabrielle dormida. Al cabo de un rato, Morfeo también se apoderó de ella.

Notaba las manos ásperas de Curan encima de ella y olía su aliento rancio. No

paraba de repetir variaciones del mismo argumento. “Necesitas un buen hombre.

Yo te voy a enseñar lo que la Conquistadora jamás podría darte”. A Gabrielle le

había sorprendido que un nuevo soldado del reino conociera su breve relación

con la Conquistadora. Sus protestas pasaron de la suavidad a la vehemencia. A

su vez, él cada vez se mostraba menos como un seductor y mucho más como un

violador. Frustrado, le dio un bofetón, intentando usar la fuerza bruta al ver que

las palabras habían fallado. Ella se cayó al suelo de espaldas, desorientada. De

pie por encima de ella, se burló. “No eras digna siquiera de ser la puta de la

Conquistadora”. Esas palabras desataron una ira que llevaba mucho tiempo

latente en el interior de Gabrielle. Se sacó un puñal de la bota y se lo clavó en el

vientre. Las manos de Curan se posaron en el puñal. Las dejó ahí mientras caía

de rodillas. Gabrielle se apartó rodando para esquivar su caída. Una vez inmóvil,

volvió a mirarlo. Ya no decía nada. Le sostenía la mirada con una innegable

expresión de sobresalto.

Gabrielle caminaba por la guarnición sintiendo los ojos de los hombres posados

en ella. El susurro de sus insinuaciones y acusaciones resonaba dentro de su

mente. Había matado a un soldado. ¿Por qué no había vuelto corriendo al

campamento? ¿Por qué lo había herido mortalmente en lugar de dejarlo

incapacitado? Era una asesina protegida por la Conquistadora. Estaba claro que

ser la puta de la Conquistadora tenía sus ventajas.

Gabrielle se despertó sobresaltada. El recuerdo de la pesadilla le pesaba en la

conciencia. Posó la mirada en el punto donde dormía Xena. Mancillaba la

reputación de la Conquistadora por asociación. Por muy noble que intentara ser

Xena, jamás se le haría justicia, y sus motivos siempre se pondrían en duda. Eso

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se lo había dicho Xena a Gabrielle cuando ésta vivía en Corinto. Cada cual medía

la justicia de una forma diferente. En sus discusiones, Gabrielle pensaba que

ella tenía razón. Ahora, como beneficiaria de la ley soberana de la

Conquistadora, no era tan fácil despreciar la administración de justicia dentro

del reino.

Xena se despertó y vio que estaba sola. Aunque sabía que la ausencia de

Gabrielle se podía explicar de muchas formas, optó por ir en busca de la joven.

El campamento estaba activo. Los soldados a los que saludaba reaccionaban

mirándola con frialdad, casi hostiles. Nadie le dirigía la palabra. Al acercarse al

alojamiento de Gabrielle, Xena se topó con Jared.

—Jared, ¿ha ocurrido algo? Tengo la sensación de que algo va mal.

—A lo mejor a los hombres les cuesta aceptar la marcha de Gabrielle.

—¿Marcha? ¿De qué Tártaro estás hablando?

—Se marchó esta mañana temprano.

—¿Y la dejaste marchar? ¿En qué estabas pensando?

—Gabrielle es una mujer libre. Dijo que era lo mejor. Supuse que se iba porque

se lo habías dicho tú.

—¿Es eso lo que piensas de mí, que yo la pondría de patitas en la calle?

Jared dijo con aspereza:

—No sé qué esperar de ti cuando se trata de la muchacha. No sería la primera

vez que la ahuyentas.

Xena se encogió.

—Saben los dioses que no te debo explicación alguna, pero te la voy a dar. No ha

ocurrido nada entre nosotras. Se bañó, comió y pidió quedarse para no estar sola

mientras dormía. Ella durmió en mi cama y yo en el suelo.

—Entonces, ¿por qué se ha ido?

—¡No lo sé! Tiene sus propias ideas y no siempre las comprendo.

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A Jared se le pasó el enfado.

No se podía decir lo mismo de Xena.

—¿Se ha ido a caballo?

—Sí, con su castrado castaño.

—¿En qué dirección ha ido?

—Hacia el sur —dijo Jared—. Hace dos marcas.

Xena corrió a los establos. Ensilló a Argo mientras el mozo guardaba las

distancias. Jared entró en las cuadras con una alforja y un odre de agua. Sujetó

la alforja a los arreos de Argo.

—Aquí tienes raciones para tres días, pedernal y otras cuantas cosas que podrías

necesitar.

Xena siguió trabajando en silencio. Convencida de que todo estaba en orden, se

montó en Argo.

Jared le pasó el odre.

—Xena, lamento haberte juzgado mal.

Xena aceptó el odre y lo sujetó.

—No puedo echarte en cara que quieras a Gabrielle.

—A ti te quiero desde hace más tiempo.

—Lo tendré presente. Estás al mando hasta que regrese.

—Sí, señora.

Xena puso a Argo a galope tendido hasta que la yegua se agotó. Continuó a un

paso más tranquilo sin parar. Levantó la vista hacia el sol, con la esperanza de

que Gabrielle se detuviera pronto para descansar y almorzar. Más adelante, un

riachuelo corría en paralelo al camino. Xena sonrió satisfecha, además de

aliviada, cuando divisó al castrado de Gabrielle bebiendo en el río.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle estaba sentada, apoyada en un árbol, profundamente pensativa. Se

sobresaltó al oír pasos. Al levantar la mirada, vio a la Conquistadora plantada

ante ella.

—¿Me vas a dar una explicación?

—Mi señora.

—¿Por qué, Gabrielle?

—No puedo quedarme en la guarnición. He matado a uno de los suyos.

Xena advirtió que Gabrielle seguía dirigiéndose a ella con tono formal. Se dio

cuenta de que no la había llamado ni por su nombre ni por su título en todo el

día anterior. Dejó a un lado su frustración.

—No era miembro ni de la Guardia Real ni del Tercer Ejército. Tienes más

hermanos en esa guarnición de los que te imaginas. Ahora mismo piensan que

yo te he echado. No me importa que se piense que soy una zorra, pero prefiero

que se haga cuando me lo merezco.

—Me juzgan.

—Te consideran compasiva y hábil, una persona digna de su respeto y su

admiración.

—No todos.

—¿Qué ha pasado esta mañana?

—No ha sido esta mañana.

—No los juzgues por los hombres de Osric.

—Curan dijo...

—Me da igual lo que dijera. No te conocía. Sus intenciones eran obscenas y

habría hecho cualquier cosa para doblegarte.

Gabrielle apartó la mirada.

—¿Hay alguna otra razón? ¿Ayer hice algo que te hiriera u ofendiera?

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Gabrielle reaccionó apasionadamente a la pregunta. Atrapó con los ojos la

mirada de Xena y se la sostuvo.

—No, mi señora.

—Pues vuelve a tu casa, donde se te quiere y se te necesita. —Xena le sonrió

suavemente—. Si no lo haces, Jared jamás me perdonará. Es el mejor amigo que

tengo y no soporto perderlo.

—¿Quieres que lo haga por ti?

Xena se agachó sobre una rodilla, a la altura de Gabrielle. Dijo muy en serio:

—Por favor.

—Haré lo que me pides, mi señora.

—Gracias, Gabrielle.

Xena se dirigió al patio central de la guarnición. Los hombres de la Guardia Real

y unos cuantos del Tercer Ejército estaban sentados alrededor del fuego. Una

sola mujer estaba sentada con ellos. A la izquierda de Gabrielle estaba Hamish, a

la derecha Brogan. Eran puestos de honor. Los dos guardias eran objeto no sólo

de la gratitud de Gabrielle y la Conquistadora, sino también de la de los demás

soldados.

Gabrielle se había quedado abrumada por el recibimiento que le dieron. Teniendo

en cuenta la reacción de la Conquistadora al enterarse de la marcha de

Gabrielle, y tras unas palabras cuidadosamente pensadas de Jared, los hombres

llegaron a la conclusión de que el motivo de Gabrielle para irse era independiente

de su extraña relación con la Conquistadora. Acabaron por pensar que Gabrielle

se podía haber marchado porque un soldado había intentado violarla y ella se

había visto obligada a matar por ello. Todos y cada uno de ellos sentían la

vergüenza que tal suposición hacía caer sobre su hermandad.

Xena decidió quedarse al lado de Kasen, que estaba algo apartado de la reunión,

aunque lo bastante cerca como para oír la voz de Gabrielle. Un coro de

carcajadas se alzó del grupo.

—Es un gusto tenerla de vuelta, señora.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

188

La Conquistadora dijo, pensativa:

—Echaba de menos sus historias.

—Gabrielle ha estado escribiendo muchas de sus historias. Podría pedirle el

favor de que permita que se hagan copias para mi biblioteca.

—Tú no tienes biblioteca.

—Esperaba que tú me hicieras sitio en los archivos de palacio hasta que la

tenga.

Xena sonrió.

—Se podría arreglar. Gracias, general.

Los hombres volvieron a estallar en carcajadas como respuesta a un comentario

especialmente agudo que había hecho Gabrielle. Xena esperó a que las voces se

apagaran antes de satisfacer su curiosidad.

—Kasen, ¿por qué había salido Gabrielle de la guarnición?

—La partera de la comarca es la madre de uno de mis hombres. Gabrielle quedó

en pasar dos semanas trabajando con ella.

—Trayendo bebés al mundo. Esos conocimientos no los adquiriría en una

guarnición del ejército.

—Gabrielle sigue buscando oportunidades de aprender.

—Te has ocupado bien de ella. No te he dado las gracias.

—Ella ha devuelto mucho más de lo que ha recibido. Yo sólo deseo verla feliz.

—Mírala, general. A mí eso me parece felicidad.

—Se siente sola, señora.

—¿Qué ha sido de su novio?

—Lo único que sé es que Inis acudió a mí para solicitar un traslado poco

después de tu última visita. Era evidente que la decisión de separarse no era

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

189

suya y que verla cada día y no poder tenerla le resultaba insoportable. De modo

que le concedí el traslado.

—Ella tiene una gran capacidad para amar.

—Y una necesidad igualmente grande de ser amada.

—Sus hermanos demuestran muy bien el cariño que sienten por ella.

—Con el debido respeto, señora, no es su amor lo que ella está esperando.

—Kasen, no sé yo, pero me da la impresión de que Jared y tú estáis conspirando.

—Si es así, nuestros motivos son honrados.

—Me parece que das demasiadas cosas por sentadas en cuanto a Gabrielle. Se

ha mostrado cortés conmigo, nada más.

—Una vez más, con el debido respeto, señora, dadas las circunstancias, creo que

se le deben dar motivos para albergar la esperanza de que pueda volver a haber

algo más entre las dos. Tú eres la única que puede darle esa esperanza.

—Escucha su historia, general. La conozco y promete un final feliz. Cosa que yo

nunca podré hacer.

Gabrielle había notado la presencia de la Conquistadora durante toda la velada.

Le dio un gran placer oír las sonoras carcajadas de la Conquistadora mezcladas

con las de los demás. La sonrisa de la Conquistadora era poco frecuente. Ser la

causa de ella le daba a Gabrielle una profunda satisfacción.

Xena esperó a que todos se dispersaran antes de dirigirse al patio central.

Gabrielle reaccionó al ver a la Conquistadora y fue hacia ella. Se encontraron,

tras haber recorrido las dos la misma distancia.

—Ha sido una buena velada, Gabrielle. Espero que tus dudas se hayan disipado.

—Me siento mejor. Gracias por traerme de vuelta.

—De nada.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

190

—Será un placer aceptar cualquier petición especial que tengas para mañana por

la noche.

—Lamento decir que no estaré aquí para oírte. Me marcho por la mañana.

—Tus guardias no me han dicho que se iban.

—No lo saben. He pensado que se merecían una noche tranquila. Recibirán

órdenes cuando se despierten.

—¿El problema de la frontera?

—Sí. He recibido nueva información. Ha llegado el momento de visitar en persona

al que sospecho que es el enemigo.

—¿Será peligroso?

—Jared me cubrirá las espaldas.

Gabrielle se fijó en que su pregunta no había obtenido una respuesta directa.

—Te deseo un viaje seguro, mi señora.

Una vez más, la decisión consciente por parte de Gabrielle de no llamar a Xena

por su nombre hirió a ésta profundamente. La Conquistadora asintió. Gabrielle

se inclinó levemente y se marchó.

Xena se debatió con sus emociones en conflicto. Con un matiz de desesperación,

llamó a Gabrielle. Ésta se detuvo y se volvió hacia la Conquistadora.

—¿Sí, mi señora?

La formalidad de Gabrielle destruyó cualquier esperanza que tuviera Xena de

llegar a una reconciliación. No tenía palabras que pudieran salvar la distancia

que había entre ellas.

—Buenas noches.

—Buenas noches, mi señora.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

191

Jared informó a la Conquistadora de que los preparativos para la marcha

estaban completos. Ella miró a Gabrielle, que estaba fuera de la enfermería.

Durante toda la mañana muchos de los guardias reales se habían pasado por allí

para despedirse de ella. Por el momento, Gabrielle estaba sola. Aprovechando la

calma, la Conquistadora llevó a Argo hacia la enfermería.

Mientras se acercaba, la Conquistadora se dio cuenta de que era objeto de la

atención completa de Gabrielle.

—Gabrielle.

—Mi señora.

—Antes de irme quiero que sepas que lamento haberte alejado de mí. Mis

motivos no tenían nada que ver con tu valía. No quería verte sufrir. Sigo sin

querer. Si pudiera, si eso pudiera suponer una diferencia en lo que sientes hacia

mí, retrocedería en el tiempo y cambiaría mi decisión. Te ruego que me perdones

por la forma en que te traté.

Gabrielle se quedó atónita por lo que acababa de reconocer Xena. Dado el

comportamiento cortés e impasible de la Conquistadora, nada podría haberle

resultado más inesperado. Xena aguardó una respuesta. El silencio de Gabrielle

le destrozó el corazón. La Conquistadora se inclinó levemente y se dio la vuelta.

Gabrielle alargó la mano y la posó en el brazo de Xena.

—Xena, aún estás a tiempo de pedirme que vaya contigo.

Xena contuvo su alegría.

—¿Estás segura?

—No hay nada que desee más que estar contigo.

—Pues estarás conmigo.

A Gabrielle le dio igual que estuvieran a la vista de toda la guarnición. Se

apoderó de la Conquistadora robándole un beso, impregnado de todo el ardor

que había estado reprimiendo desde que había visto a Xena dos lunas antes. El

fervor de Gabrielle acabó con cualquier idea que pudiera haber tenido Xena

sobre una renovación gradual de la parte física de su relación. Su respuesta

igualó la pasión de Gabrielle. De mala gana, interrumpió el abrazo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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No pudo disimular su sonrisa. Xena dijo suavemente:

—Será mejor que recojas tus cosas.

Gabrielle posó la mano en la mejilla de Xena. Notaba cómo los hilos de su

conexión íntima se entretejían hasta formar un único cordón irrompible.

Depositó un tierno beso en los labios de Xena.

—No tardo. —Gabrielle corrió a su alojamiento.

Al haber presenciado la escena, Jared se acercó a la Conquistadora.

Su tono no ocultó su satisfacción:

—Señora, ¿vamos a contar con los servicios de una sanadora durante nuestros

viajes?

Xena no apartó los ojos de Gabrielle.

—Jared, haz el favor de informar a Kasen de que la conspiración ha tenido éxito

y de que estoy para siempre en deuda con él.

—Será un placer, señora.

—Y Jared.

—¿Sí, señora?

—Hay más de una manera de salvarle la vida a alguien. En lugar de blandir una

espada, simplemente se puede decir la verdad. Tú y yo, amigo mío, estamos en

paz.

—Me alegro por ti, Xena.

—Gracias, Jared.

La Conquistadora condujo a sus hombres hasta una extensión de tierra aislada

cerca de la frontera. Sería su campamento base mientras exploraban la región. A

la mañana siguiente, Xena tenía planeado dirigir una pequeña patrulla de

exploración hacia el sur mientras Jared llevaba otra patrulla parecida hacia el

norte.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Comió con Jared, Stephen y dos oficiales veteranos, Tavis y Sentas. Hablaron de

estrategia mientras Gabrielle se quedaba sentada al lado de la Conquistadora,

escuchando, aprendiendo. Satisfecha con sus planes, la Conquistadora se puso

en pie.

—Salimos al amanecer. Os recomiendo que durmáis un poco. Tenemos un largo

día por delante.

Sentas, el más descarado de los lugartenientes, hizo una petición.

—Seguro que todavía queda tiempo para oír una o dos historias.

Con una mirada, la Conquistadora dejó la decisión en manos de Gabrielle.

Gabrielle miró a la Conquistadora, esperándose que contestara ella. Como no fue

así, Gabrielle miró a los oficiales que esperaban. Sólo entonces cayó en la cuenta

de que era libre de decidir cómo iba a pasar la velada.

Gabrielle se levantó y agarró rápidamente la mano de la Conquistadora.

—Disculpadme por rechazar vuestra invitación, pero hay otro sitio donde deseo

estar. Buenas noches.

Los hombres les dieron las buenas noches a su vez.

Jared pegó un manotazo a Sentas en el brazo.

—Ahora sé que hay necios en cualquier parte, algunos incluso que son plenos

lugartenientes del ejército de la Conquistadora.

Sentas sonrió ampliamente.

—No perdía nada por intentarlo. Además, quería ver cómo reaccionaba la

Conquistadora.

Stephen preguntó:

—¿Y has visto cómo reaccionaba?

—Sí, pero no como yo me esperaba.

Jared le aconsejó:

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—No vuelvas a hacerlo. El sentido del humor de la Conquistadora tiene sus

límites, sobre todo cuando se trata de Gabrielle.

Xena y Gabrielle fueron cogidas de la mano hasta su tienda. Trevor montaba

guardia.

Xena posó la mano libre en el hombro de Trevor.

—Ve a descansar. Esta noche estaremos bien.

—Gracias, señora. —Trevor se alegró de tener una guardia corta.

Las dos mujeres entraron en la tienda.

Xena alzó sus manos unidas.

—Voy a tener que acostumbrarme a esto.

—¿Te importa mucho?

—No soy dada a mostrar mi afecto en público.

—No pretendía...

Xena tocó los labios de Gabrielle con la yema de los dedos.

—No te disculpes. No he dicho que no me guste.

—Entonces tengo tu permiso.

—Confío en que sabrás ser discreta.

—Te lo prometo.

—Bien. —Xena soltó la mano de Gabrielle, se quitó el chakram y la espada y los

puso cerca de su cama de pieles y mantas—. No es propio de ti rechazar la

oportunidad de ser bardo una velada.

Gabrielle se quedó donde estaba, sin saber cómo empezar.

—Xena, hace mucho tiempo que no estamos juntas.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena dejó de desvestirse y se volvió hacia Gabrielle.

Gabrielle continuó:

—He echado de menos tus caricias.

Xena se lo había preguntado.

—¿Sí?

—Sí.

—Yo recuerdo con cariño la última noche que pasamos juntas.

—Quiero estar contigo, pero tengo miedo.

—¿De mí?

Gabrielle bajó la mirada e hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No, por mí.

Aunque Xena deseaba acercarse a Gabrielle, le pareció que era mejor mantener

la distancia.

—Cuéntame.

Gabrielle volvió a mirar a Xena.

—Tienes el poder de hacerme sentir. —La voz de Gabrielle se apagó hasta

sumirse en el silencio. Juntó las manos como si rezara, intentando encontrar las

palabras adecuadas. Empezó de nuevo—. Cuando me dejaste, nada, nadie podía

llenar el vacío que sentía. Encerré ese vacío en mi corazón. —Gabrielle se puso la

mano en el pecho y respiró hondo, tratando de calmar el ritmo acelerado de su

corazón—. Era la única manera que tenía de seguir adelante. Sé que volver a

estar contigo... Sé que no podré evitar que esa parte de mi corazón se abra de

nuevo. Estar contigo me completará y será maravilloso. Tengo miedo... Si me

vuelves a dejar... No sé si podré sobrevivir a ese vacío por segunda vez.

Xena dijo, con tono firme y sincero:

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Hace tiempo te di mi palabra de que jamás me acostaría con nadie mientras tú

estuvieras conmigo. Lo repito. Lo que nunca te he prometido es que vaya a

querer que estés conmigo para siempre.

Las palabras de Xena resultaban duras de oír para Gabrielle. Sabía que Xena las

decía por culpa suya.

Xena continuó:

—Esta noche, Gabrielle, te doy mi palabra de que jamás volveré a alejarte de mí.

De hoy en adelante, eres tú quien decide si estamos juntas o no. La decisión es

tuya. Yo haré honor a tu decisión sin protestar.

Gabrielle tenía la promesa de Xena. Había una parte de ella que cuando volviera

a abrirse, lloraría. El llanto sería familiar, provocado por la misma omisión que

siempre lo sacaba a la superficie. Con todo lo que la unía a Xena y que unía a

Xena a ella, seguía habiendo el vacío que dejaba lo que no se decía. Xena no

tenía palabras de amor que ofrecerle a Gabrielle. Ésta no se las había pedido y

no se atrevía a darlas. Eran las palabras de amor las que habían precedido a su

separación. Gabrielle no restaba importancia al efecto que habían tenido en

Xena. Estaba convencida de que habían contribuido a formar la decisión que

Xena prometía no repetir jamás.

Gabrielle no estaba dispuesta a tentar a las Parcas. Comprendía los términos del

acuerdo con todo lo que le concedían y lo único de lo que la privaban. Si esta

noche invitaba a Xena a acudir a ella, tendría a Xena como nadie la había tenido

en el pasado ni la tendría mientras ella viviera. Lo que intercambiarían no era

una unión: no habría una ceremonia ni un ritual, ni una declaración pública.

Era un acuerdo entre dos mujeres, una soberana y una mujer libre. Su llanto la

acompañaría siempre. El precio exigido por su amor no correspondido. Era un

precio que elegía pagar porque el llanto no venía a menudo: el resto del tiempo

conocía la felicidad. Gabrielle estaba convencida de que su acuerdo era

suficiente.

Fue a Xena. Poniéndose de puntillas, Gabrielle depositó un tierno beso en los

labios de la guerrera.

—Quiero que esta noche estés conmigo.

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Las caricias íntimas de Xena, sus dulces besos y las pocas palabras que

susurraba llevaron a Gabrielle al orgasmo. Xena abrazó a Gabrielle mientras el

cuerpo de la joven se estremecía y luego se quedaba quieto. Gabrielle dejó brotar

las lágrimas libremente mientras seguía aferrada a su amante con ferocidad.

Dado que Gabrielle había confesado su vulnerabilidad, Xena comprendía que en

esta noche en que renovaban su relación íntima, Gabrielle necesitaba sus

caricias más tiernas y constante seguridad. Cuando Gabrielle dejó de llorar,

Xena la besó en la mejilla y repitió su promesa.

—Jamás te dejaré.

Al oír la promesa, Gabrielle la abrazó con más fuerza y se echó a llorar de nuevo.

A Xena no le cabía duda en el corazón de que había tomado la decisión correcta.

Era mejor vivir poco y tener esta conexión que vivir mucho sin ella.

La mañana llegó mucho antes de lo que a las dos amantes les habría gustado.

Gabrielle estaba tumbada de lado, mirando a Xena con ternura.

—Llévame contigo.

Xena se volvió para mirar a Gabrielle.

—¿Lo dices en serio?

—Quiero aprender. —Gabrielle cogió la mano de Xena—. Tú me mantendrás a

salvo.

—Apelar a mi ego no te va a ayudar.

—No lo hago. Es la verdad.

Xena no la alentó.

Gabrielle continuó con su campaña.

—Sólo es una partida de exploración. Tus órdenes son recoger información y

regresar al campamento. No vamos a atacar a los bandidos.

—¿Vamos?

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Gabrielle se ruborizó.

—¿Y si los bandidos nos atacan a nosotros?

—Se te olvida que he sido entrenada por tu Guardia Real. —Gabrielle se puso

seria—. Xena, he demostrado que puedo y sé defenderme.

Xena inclinó el cuerpo por encima del de Gabrielle, hasta que ésta se quedó

tumbada boca arriba. Observó el rostro de Gabrielle atentamente, jugueteando

con unos mechones de pelo de Gabrielle mientras pensaba.

—¿Por qué buscas problemas?

—No los busco. Quiero cuidar de ti. Ésa ha sido la razón de mi existencia desde

que llegué a Corinto.

—Nunca hasta ahora has ido a la batalla conmigo. ¿Por qué empezar ahora?

—Porque estoy preparada. Y he aprendido que no tengo vida sin ti.

Xena sonrió.

—Potedaia cría campesinas duras.

—Seguro que casi tan duras como las que cría Anfípolis.

—Muy bien. Con una condición. Sobre el terreno, haces lo que yo diga. Sin

discusión.

—No te preocupes, Jared me ha enseñado esa norma.

Gabrielle posó la mano en la cara de Xena.

—Xena, ¿qué significa esto para nosotras cuando no estemos sobre el terreno?

—Hay ciertos protocolos que te pido que sigas delante de mis hombres y en la

corte. Por lo demás, eres tan libre conmigo como lo soy yo contigo.

—¿En la corte?

—Cuando volvamos a Corinto, Targon te instruirá.

Gabrielle dejó de lado la idea de la corte.

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—Gracias.

—¿Por?

—Por lo de anoche.

Xena besó a Gabrielle suavemente.

—Lo de anoche sólo me dio placer. Soy yo la que te está agradecida.

Vestidos con ropa que no los identificaba como soldados ni nobleza, los

miembros de la partida de exploración de Xena recorrieron la frontera tratando

de llamar la atención lo menos posible. Sus armas iban ocultas, pero al alcance

de la mano. No vieron la menor señal de los bandidos. Los aldeanos con quienes

hablaban no tenían pistas que ofrecer. Aunque desde el punto de vista del acopio

de información, el día resultó frustrante, Xena gozaba teniendo a Gabrielle con

ella. No era sólo que las historias de la bardo entretuvieran a sus hombres y a

ella misma: era recibir las sonrisas u observaciones ocasionales de Gabrielle lo

que hacía agradable el día.

Regresaron al campamento ya avanzada la noche. Jared aguardaba a la

Conquistadora en la tienda del comedor. Sus lugartenientes y él se levantaron

cuando entraron Xena y Gabrielle. Los oficiales se habían asegurado de que

quedaran dos asientos libres. Xena pidió comida e hidromiel.

Xena dirigió su pregunta al general:

—Espero que hayáis tenido más suerte que nosotros.

—Pues sí. A menos de tres marcas de aquí hay un puesto avanzado. Todo me

dice que encontraremos a los bandidos allí.

—¿A qué lado de la frontera?

—Persia.

—Si cruzamos, violaremos el tratado. ¿Alguna señal del ejército persa?

—Hemos visto a algunos hombres.

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—Podrían ser forajidos que actúan contraviniendo las órdenes del rey Okal. Si

no, Okal es tan mentiroso como necio.

—Nunca me ha parecido un necio.

—Ni a mí. Lo que creo es que no sabe que sus soldados colaboran con los

bandidos. No creerá a Grecia a menos que le entregue pruebas. Tenemos que

infiltrarnos en el campamento de los bandidos.

—La luna está en cuarto creciente, y si se mantiene el tiempo, será una noche

despejada.

—Con un grupo de cuatro bastará. Jared, Stephen y Sentas, preparaos para

mañana, después de la cena. —Xena sonrió—. Será una buena prueba sobre el

terreno para lo mejor de la Guardia Real.

Una vez decidida la estrategia, Xena y sus oficiales conversaron alegremente.

Gabrielle, comía en silencio, uniéndose a las bromas sólo cuando se dirigían a

ella.

A la mañana siguiente, tumbadas en su cama, Gabrielle puso la cabeza sobre el

corazón de Xena.

—Llévame contigo.

—¿Son éstas las palabras con que me vas a saludar cada mañana?

—Puedo serte útil.

—No, Gabrielle. No en esta misión. Necesito guerreros avezados. Cuantos menos,

mejor.

—¿Cuándo volverás?

—Mañana a mediodía. Todo lo más.

—¿Por qué tienes que ir tú? Eres la soberana. No me imagino a César o al rey

Okal emprendiendo una misión como ésta.

—Así soy yo. Era guerrera antes de gobernar Grecia y soy guerrera mientras

gobierno Grecia. Si dejo de ser guerrera, perderé Grecia, y eso no lo voy a hacer.

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—Has hecho mucho bien.

Xena sonrió.

—¿Lo crees de verdad, o estás otra vez acariciándome el ego?

—Ayer no te estaba acariciando el ego, y no te lo acaricio hoy. He vivido en el este

durante nueve lunas y he visto cómo vive la gente de aquí. Puede ser una vida

dura a veces, pero es una buena vida. La gente habla bien de ti. Agradecen que

estés intentando detener a los bandidos y que hayas disminuido los impuestos

para ayudarlos con las pérdidas.

Gabrielle aguardó una respuesta. No la hubo. Se incorporó un poco para ver

mejor a Xena.

—No deberías juzgar a Grecia por lo que siente la gente de Anfípolis por ti.

—Anfípolis no me preocupa. Mi madre está empeñada en intentar convencer a

los que todavía me culpan por la batalla con Cortese de que ya es hora de

perdonar y seguir adelante.

—¿Has visto a Cirene desde que estuvimos en Anfípolis?

—Unas cuantas veces. Se niega a ir a Corinto. Dice que es demasiado grande

para ella y que se sentiría fuera de lugar en la corte. Le he dicho que ella podría

enseñarles a los nobles unas cuantas cosas. Quizás sea lo mejor. No sé dónde se

meterían los nobles si tuvieran que enfrentarse a la vez a mi madre y a ti.

—Yo no soy nada de especial.

Xena contestó:

—Tú eres mi... —Se detuvo antes de terminar lo que de verdad quería decir—. Tú

eres mi igual.

—Si de verdad lo creyeras, esta noche me llevarías contigo.

—¿Te conozco? ¿Siempre has sido así de terca y obstinada?

—Ahora ves la diferencia entre estar con una esclava y estar con una mujer libre.

Xena se quedó seria.

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—Lo siento.

—No quería decir... Xena, para. Si retrocedes en el tiempo, hazlo sólo para darte

cuenta de cuánto has mejorado mi vida.

Xena estaba abatida.

Gabrielle la provocó con humor.

—Te lo demostraré y me saldré con la mía esta noche.

Eso picó el interés de Xena.

—¿Qué propones?

—Una prueba de habilidad. Entrena conmigo. Si consigo aguantar frente a ti,

esta noche tendrás que llevarme contigo.

—Ser capaz de usar una espada no es lo que define una vida mejor.

—Eso depende del mundo en el que se viva.

Gabrielle estaba preparada frente a Xena. Ésta detestaba lo que estaba a punto

de hacer. Por acuerdo mutuo, Jared ejercía de testigo.

Xena se adelantó, indicando el comienzo de su enfrentamiento. Gabrielle esperó

a que Xena atacara. Haciendo gala de su mayor paciencia, Xena la defraudó.

Gabrielle lanzó una estocada contra Xena cruzando en ángulo. Xena la paró,

adelantó el cuerpo, puso la zancadilla a Gabrielle por detrás de las piernas y

colocó la punta de su espada sobre el pecho de la mujer caída.

—Gabrielle, estás muerta.

Gabrielle se quedó en el suelo, atónita.

Xena se volvió hacia Jared.

—No sabía que tú habías entrenado personalmente a Gabrielle. Eres el único al

que he enseñado esa maniobra.

Jared dijo suavemente:

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—Esta prueba es injusta. Tú puedes derrotar a cualquier hombre de la Guardia.

—No ha sido idea mía, Jared. Lo hecho, hecho está.

Se alejó, dejando que Jared consolara a su amante vencida.

Los cuatro se quedaron fuera del puesto avanzado de los bandidos, esperando a

que cayera la noche.

Xena dio sus órdenes finales.

—Jared, ve a la izquierda con Sentas. Stephen y yo iremos a la derecha.

Recordad, quiero información, más que una pelea.

Jared bromeó:

—Te estás ablandando, señora.

Xena contestó:

—No, es que sé que estoy en compañía de un joven, un impetuoso y un decrépito

y tengo que planear las cosas de acuerdo con eso.

Los hombres se rieron en voz baja. Fue una buena descarga de tensión.

Xena preguntó por última vez:

—¿Listos?

Los hombres asintieron.

—Jared, espero veros a Sentas y a ti aquí por la mañana. No me decepcionéis.

—Lo mismo te digo, señora.

—Vamos, pues, y sin hacer ruido.

A medida que avanzaba la noche, la decepción de Xena iba en aumento. Stephen

y ella se ocupaban cada uno de una tienda por turnos, atentos por si oían alguna

pista gracias a las conversaciones que se desarrollaban dentro que les

confirmara o desmintiera la implicación del rey Okal. Lo único que se oía era la

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fanfarronería de unos guerreros de poca monta. Entraron en las tiendas que

estaban en silencio buscando pruebas más tangibles. Xena descubrió las

municiones. Stephen entró en dos almacenes. Aparte del recuento de hombres,

fue una pérdida de tiempo.

Sentas le hizo una seña a Jared. Éste se dirigió a la tienda. Escucharon juntos.

Habían elegido bien. Jared distinguió tres voces. Los hombres estaban hablando

de sus planes para el futuro. No estaban de acuerdo.

—No podemos seguir provocando a la Conquistadora. Se olvidará de la frontera y

nos arrasará. —El hombre tenía un fuerte acento persa.

Un griego le contestó.

—La Conquistadora no es más que una perra en celo. Se queda en Corinto. Lo

único que le interesa es qué juguetito se va a meter entre las piernas.

Jared se alegró de que Gabrielle no estuviera con ellos y no pudiera oír los

insultos.

—¿Todos los griegos son tan groseros como tú, Montavous?

—Sólo los civilizados —respondió Montavous.

Un segundo persa, de voz más grave, los interrumpió.

—Con esto no vamos a ninguna parte. Hemos conseguido un buen botín. No hay

razón para que no sigamos apropiándonos de las riquezas que nos ofrece Grecia.

El primer persa lo desafió:

—Para ti es fácil decirlo, Leyan. Lo único que tienes que hacer es alejar a tus

hombres de nuestras posiciones. Mis hombres son los que se juegan la vida al

cruzar la frontera.

—Si crees que tranquilizar al rey Okal es fácil, ¿por qué no lo intentas tú?

—Yo no estoy al mando de su frente occidental.

—Y por eso, dada mi posición, tengo ciertos privilegios, como una buena tajada

del botín.

Montavous intervino:

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—Halan, ¿quieres abrir los ojos? No es posible que perdamos. Lo peor que puede

pasar es que Grecia declare la guerra a Persia.

Leyan dijo con tono tajante:

—A mí no me apetece entrar en guerra con Grecia.

Montavous no hizo caso a Leyan.

—Los mercenarios como nosotros saldrán mejor librados. Da igual la aldea que

ataquemos a cualquier lado de la frontera, porque la culpa caerá en otra parte.

Además, no tendremos que tener tanto cuidado. Tendremos tiempo de gozar de

las mujeres y de vender a los aldeanos que queden vivos a los tratantes de

esclavos.

Halan lo atacó:

—¿Es que no tienes moral?

—No sabía que tú fueras un hombre de ética tan elevada.

—Es evidente que seguimos un código distinto.

—No me hables del Código del Guerrero. Acabé harto cuando luchaba en el

ejército de Xena. Podría haber destruido a todas las naciones y someterlas bajo

su puño. Pero no, sólo quería Grecia. Las naciones vasallas tienen un gobierno

independiente y sólo ofrecen un tributo de adorno.

—Lao Ma ha movido su ejército hacia el sur. Lo ha hecho a petición de la

Conquistadora. Grecia es más fuerte gracias a sus aliados. Si nos vemos

atrapados entre Chin y Grecia, no quedará nada de nosotros. Hasta nuestros

huesos quedarán aplastados hasta convertirse en polvo.

—Eso no ocurrirá. Lao Ma no cruzará su frontera del sur. Esto es sólo pose.

Malditos sean los dioses, tendría que haber elegido hombres como socios, no

lecheras asustadas.

El ruido de un puñal al golpear una mesa se filtró a través de la lona.

—Insulta a Grecia todo lo que quieras, pero te lo advierto, Montavous, no te

atrevas a insultar a Persia otra vez o te mato en el sitio. Siempre puedo encontrar

a otro griego que me pase información.

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Montavous no perdió la calma. Indicó un mapa que estaba encima de la mesa.

—Leyan, muy amable de tu parte señalar nuestro próximo objetivo con tu puñal.

La tienda se quedó en silencio mientras los hombres permanecían tensos.

Montavous interrumpió el empate:

—Yo digo que vayamos hacia el sur. Estoy dejando información falsa que indique

que los bandidos persas se mueven hacia el norte. Así damos tiempo al Tercer

Ejército para que cambie de posición. Mientras marchan hacia el sur, tendremos

dos semanas fáciles de ataques antes de que puedan reaccionar.

Leyan asintió:

—Detesto estar de acuerdo con Montavous, pero lo que dice es muy válido. Otra

ventaja de avanzar hacia el sur es tener acceso al mar. Será más fácil conseguir

un buen precio por el botín.

Montavous continuó convenciéndolos:

—Incluido el precio por los esclavos griegos. Llevan tanto tiempo fuera del

mercado de exportaciones que la novedad nos dará un beneficio extra.

Halan asintió:

—Muy bien. La próxima caravana de mercaderes tiene que llegar dentro de cinco

o siete días. Nos pondremos en marcha cuando termine mis negocios con los

mercaderes.

—Yo cruzaré la frontera mañana y me dirigiré al norte. El general Kasen no

tardará mucho en recibir mi información falsa. —Montavous no disimulaba su

satisfacción por haber ganado la discusión.

Leyan dio por terminada la confabulación:

—Y yo empezaré a intentar convencer al rey para que despliegue las tropas

persas como Kasen. Persia estará más preocupada por Grecia que por lo que

vosotros podáis hacer.

Montavous estaba muy ufano.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

207

—Yo digo que este acuerdo merece un brindis. Halan, ¿tienes vino digno de

nuestra alianza?

El entusiasmo de Halan no era muy grande.

—En mi tienda. Venid.

Jared y Sentas se quedaron inmóviles hasta que estuvieron seguros de que el trío

se había marchado.

Sentas susurró:

—Ya tenemos todo lo que necesitamos.

—No todo —respondió Jared—. Quiero ese puñal.

—¿Cómo sabes que Leyan no se lo ha llevado?

—No he oído que lo arrancara de la mesa. ¿Y tú?

—No.

—Seguro que ésta es su tienda. No se pierde nada por mirar.

—No deberías tomarte en serio eso de decrépito que ha dicho la Conquistadora.

—¿De verdad crees que se refería a mí al decirlo? Creía que el impetuoso era yo.

—Jared sonrió a Sentas con sorna—. Vigila. Ahora mismo vuelvo.

Jared rodeó la tienda. Era más fácil que cortar la lona o levantar las estacas y

deslizarse por debajo. Arrancó el puñal de la mesa y se lo metió por el cinto. Oyó

que se acercaban dos voces masculinas. No tenía mucho donde elegir para

esconderse. A un lado había un gran baúl. Levantó la tapa. Descubrió aliviado

que estaba vacío. Se metió dentro y cerró la tapa.

El primer hombre entró seguido del segundo.

—Ya era hora de que se fueran. No entiendo por qué tienen que usar nuestra

tienda para sus reuniones.

—Por neutralidad —dijo el segundo como explicación.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

208

—Neutralidad, una mierda. Éste es el campamento de Halan. Podría hacer matar

a Montavous y Leyan con una sola palabra.

—Cierto, pero necesitamos a esos cabrones si queremos seguir con pocas bajas.

Los hombres continuaron conversando mientras se quitaban las armas y se

preparaban para dormir.

Sentas escuchaba, con la esperanza de averiguar dónde estaba Jared. Se quedó

donde estaba hasta que vio que el sol asomaba por el horizonte. No le quedaba

más remedio que regresar al lugar de encuentro e informar a la Conquistadora.

A Xena se le paró el corazón al ver que Sentas regresaba solo. Se armó de valor

para recibir la peor noticia posible, aunque su intelecto le decía que el

campamento se habría alterado si hubieran detectado a un intruso.

La Conquistadora recibió a Sentas con una sola palabra.

—Informa.

Sentas dio una explicación completa de la ausencia de Jared primero y luego

contó la conversación que habían oído.

Sentas y Stephen esperaron a que la Conquistadora barajara sus opciones.

Levantó los ojos para mirar a sus oficiales.

—Rezad para que, si Jared se queda dormido, al menos no ronque. —Meneó la

cabeza sonriendo, pues necesitaba quitar gravedad a la difícil situación.

Los hombres sonrieron, agradecidos.

—Sentas, llévanos de vuelta a la tienda. Haremos turnos para vigilar. Si las

Parcas se muestran amables, Jared no será descubierto. Al caer la noche,

sacaremos al viejo.

Stephen se sintió reconfortado por lo fácil que la Conquistadora hacía que

pareciera su plan.

El día transcurrió con una lentitud desquiciante. Xena sabía que la vida y la

muerte se decidían a menudo por la capacidad de aguantar la tensión de no

hacer nada. En más ocasiones de las que podía contar, había refrenado a su

ejército con las protestas de sus oficiales resonándole en los oídos. En todas esas

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

209

ocasiones, una vez ganada la batalla, volvían a ella con humildad. Los mejores

habían aprendido a fiarse de ella. Se alegraba de que Stephen y Sentas hubieran

aprendido la lección antes de este día. Tener a Jared en peligro ponía a prueba

su propia paciencia hasta el límite.

Los ocupantes de la tienda entraron y salieron durante todo el día. Era una zona

de mucho tránsito y cualquier idea de aventurarse antes de tiempo se veía

constantemente frustrada.

Cuando cayó la noche, Xena sabía que había un hombre en la tienda. Maldijo

por lo bajo.

—Si no se va pronto a la tienda del rancho, jamás volverá a conocer el sabor de

la comida.

Stephen se pensó si debía reconfortarla, pero decidió que mejor no.

Pasó otra marca hasta que Sentas señaló:

—Ya, señora. Se ha ido.

Xena se levantó del sitio de un salto.

—Vamos. Ya sabéis qué hacer.

Se movieron a la vez. Sentas tomó posiciones en la parte trasera de la tienda,

preparado para cortar la costura de ser necesario. Stephen se quedó a un lado de

la tienda. Como tenía una vista más despejada del campamento, su papel

consistía en avisar si alguien se acercaba. Xena entró en la tienda por delante.

Examinó el lugar en busca del escondrijo de Jared. Dado el escaso mobiliario,

era evidente dónde se encontraba. Silbó imitando a un halcón para tranquilizarlo

antes de abrir el baúl.

Jared parpadeó cuando la luz le dio en los ojos.

—Ya era hora de que vinieras a buscarme.

—Vámonos, amigo. Tengo una mujer preciosa esperándome.

Jared se echó a reír.

—Ojalá yo pudiera decir lo mismo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

210

Al entrar cabalgando en el campamento, Xena buscó a Gabrielle. Desmontó y

entregó las riendas de Argo a un mozo de cuadra que esperaba. Trevor se reunió

con ella.

—¿Dónde está Gabrielle?

—Estamos preocupados por ella, señora.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

—Se puso muy nerviosa cuando ayer no regresaste. No ha salido de tu tienda

desde anoche.

Xena corrió hasta su tienda y aflojó el paso cuando llegó a la entrada. Tomó

aliento y apoyó la palma de la mano en la lona, como para captar una sensación

de lo que había dentro. Echando a un lado la lona, entró. Sus ojos tardaron un

momento en acostumbrarse a la escasa luz. Gabrielle estaba acurrucada en su

cama. Xena se acercó despacio.

—Gabrielle.

Gabrielle no respondió. Xena se arrodilló a su lado. Repitió el nombre de

Gabrielle. Ésta se apartó de ella. Xena alargó la mano.

Gabrielle la empujó. Su voz sonó apagada:

—No.

—Gabrielle, por favor —lo intentó Xena de nuevo.

Gabrielle golpeó a Xena débilmente en el pecho con el puño.

—Lo prometiste.

Xena se esforzó más por abrazar a Gabrielle. Recibió un segundo golpe y un

tercero al tiempo que Gabrielle repetía su acusación.

—¡Lo prometiste!

Xena sujetó a Gabrielle por los hombros.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

211

—No he roto mi promesa. Jared se metió en un lío. No podía dejarlo atrás. Sabía

que tú no lo habrías querido.

Gabrielle atrapó y sostuvo la mirada de Xena. Los ojos tiernos de Xena

afirmaban su promesa.

Gabrielle exclamó:

—¡Oh, dioses! —Alargó los brazos y estrechó a Xena. Se echó a llorar.

Xena sentía que el cuerpo tembloroso de Gabrielle irradiaba el miedo y la pena

de la joven. Xena no se esperaba una reacción tan fuerte por parte de Gabrielle.

Pensaba que las palabras tranquilizadoras de Tavis y Trevor habrían bastado

para calmar las preocupaciones de Gabrielle.

Xena se puso a Gabrielle en el regazo y la acunó con un ritmo tranquilizador. Se

preguntó a qué punto del pasado había retrocedido la fuerte campesina de

Potedaia. Xena siguió acunando a Gabrielle, susurrándole palabras

reconfortantes hasta que la joven se calmó.

Xena sabía que sería una crueldad someter a Gabrielle a días y noches continuos

a la espera de su regreso. También sabía que cortar su relación ya no era posible

para ninguna de las dos. Eso dejaba sólo otras dos opciones. La primera, evitar

futuras batallas, era, en opinión de Xena, imposible. Sólo quedaba una opción

viable.

—Gabrielle, ¿estás conmigo?

Gabrielle asintió.

—Tu lugar, si lo deseas, estará siempre a mi lado. Nunca más tendrás que

pedirme que te lleve conmigo.

Gabrielle se quedó quieta, buscando consuelo en el sonido de los latidos de

Xena.

Xena esperó. Se debatió con el silencio hasta que ya no lo pudo soportar.

—Gabrielle, ¿quieres algo más de mí?

Gabrielle hizo un ligero gesto negativo con la cabeza. Susurró:

—No.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

212

Xena apoyó la cabeza en la de Gabrielle.

Gabrielle cogió la mano de Xena.

—Gracias.

Trevor había informado a Jared. Éste esperó, preocupado por igual por las dos

mujeres. Pasaron dos marcas hasta que Xena salió de la tienda en busca de

comida y bebida.

Jared se acercó a ella.

—¿Cómo está la muchacha?

—Le he prometido que jamás volveré a dejarla atrás. —La mirada de Xena se

posó en la tienda—. No es por criticar, pero ha llegado el momento de que la

entrene yo misma.

La mirada de Jared siguió a la de Xena.

—Estoy de acuerdo.

—Ya tengo lo que había venido a buscar. Nos volvemos a Corinto.

—¿Qué deseas hacer con los bandidos?

—Envía a Okal la información obtenida por Grecia. Ese puñal por el que te has

jugado la vida será nuestra prueba. Grecia ofrecerá una alianza para derrotar a

los rebeldes. Avisa a Kasen de que tendrá que crear una distracción adecuada en

el norte. Tavis se quedará aquí con su compañía y proporcionará la fuerza

necesaria para aplastar a los bandidos cuando ataquen en el sur. Sentas y

Stephen, con sus compañías, regresan a Corinto con nosotros.

Como tenía por costumbre, Xena se quedó a un lado del círculo de hombres

sentados. Todos los ojos estaban clavados en Gabrielle mientras ésta tejía su

historia. Xena había notado un sutil cambio en la bardo. Gabrielle estaba

apagada. En su cama Gabrielle se abrazaba a Xena como si temiera que Xena

fuera a desaparecer por la noche. Xena esperaba pacientamente a que Gabrielle

expresara su preocupación. Se consolaba al saber que incluso en sus primeros

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

213

tiempos como ama y esclava, Gabrielle siempre había acudido a ella libremente

con sus peticiones y sus ideas. Xena estaba segura de que sólo era cuestión de

tiempo hasta que Gabrielle le dijera qué era lo que la preocupaba.

Gabrielle terminó su historia y se negó amablemente a contar otra. Xena se

acercó y ofreció la mano a la bardo.

Expresó su propia petición:

—Ven a pasear conmigo.

Gabrielle cogió la mano de Xena y la siguió por el bosque hasta un claro.

Xena murmuró:

—Mañana llegamos a Corinto.

Gabrielle soltó la mano de Xena y se apartó unos pasos. La idea de regresar a la

capital le resultaba pavorosa.

—Han pasado tantas cosas entre nosotras. Nunca podremos volver a lo que

éramos antes de que me marchara de Corinto, ¿verdad?

La declaración de Gabrielle era inesperada. Xena respondió con cautela:

—No al pie de la letra.

—Estar en el palacio será distinto de estar sobre el terreno con los guardias —

continuó Gabrielle, con el tono tan distante como su postura.

Xena sintió una creciente aprensión.

—Sí, efectivamente. Con mis hombres hemos sido libres. En la corte será

distinto.

—Xena, no quiero decepcionarte ni hacerte daño.

Xena estaba ahora segura de que no quería oír lo que Gabrielle estaba a punto

de decirle.

—Gabrielle, me atengo a mi palabra. Debes hacer lo que sea mejor para ti.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

214

Gabrielle recordó una atormentada conversación en el bosque no muy lejos de

Anfípolis. Incluso cuando se estaba muriendo, Xena no dijo que la amaba.

Gabrielle temía que sin el amor de Xena hubiera límites a lo que Xena acabaría

aceptando de ella. Ahora iban a pasar por su primera prueba.

Gabrielle no quería fingir ante los nobles ser otra cosa que la mujer que era. El

engaño sería demasiado doloroso.

—¿Consentirías en volver a nuestro arreglo? Sé que el hecho de que haya

compartido tu tienda no será un secreto, pero con el tiempo es posible que la

gente crea que has pasado a otra persona.

Xena se mordió el labio. Se sentía herida por la propuesta de Gabrielle de

perpetuar su poco respetable reputación como medio para ocultar su relación.

Incapaz de aguantar la mirada de Gabrielle, Xena se dio la vuelta. Hizo un

esfuerzo por serenarse.

Gabrielle esperaba nerviosa una respuesta.

La Conquistadora habló dando la espalda a Gabrielle:

—Será mejor que mañana no montes conmigo. ¿Por qué esperar para iniciar el

engaño?

Avergonzada, Gabrielle se alegró de que Xena le diera la espalda.

—Esta noche no dormiré contigo. Los guardias creerán que me has traído aquí

para decirme...

Xena no pudo evitar que se le cayera una lágrima.

—Ve, pues, y llévate tus cosas. Yo volveré dentro de un rato.

—Xena. —Gabrielle notaba la herida de su amante.

—Ve, Gabrielle, has tomado tu decisión y las dos viviremos con ella.

Xena iba al frente de los guardias reales por las calles de Corinto. Desmontó en

el patio de palacio y entregó las riendas a un mozo de cuadra. Echó a andar para

alejarse de la actividad, ansiosa por encontrarse en la intimidad de sus

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

215

aposentos. Se detuvo un momento y miró atrás, buscando una figura. Sus ojos

se posaron en Gabrielle, a quien Dalius estaba saludando.

Gabrielle sintió un tirón indefinible. Miró hacia el palacio y se encontró con la

mirada de la Conquistadora. Se preguntó si podría deshacer el mal que había

hecho. Se disculpó y fue hacia Xena. Al ver que Gabrielle se acercaba, Xena fue

hasta ella.

Gabrielle se detuvo a un paso de su amante.

—Perdóname.

Xena albergó la esperanza de que Gabrielle hubiera cambiado de idea.

—No hay nada que perdonar.

—No pertenezco a tu mundo. Pertenezco al de ellos. —Gabrielle dirigió la mirada

a la masa de gente que estaba descargando y colocando sus pertenencias.

Xena reconoció:

—Yo también soy una de ellos.

—También eres la soberana de Grecia.

—Tú eres mi igual.

—Me siento tu igual cuando estoy a solas contigo y eso sólo porque tú haces que

me sienta digna.

Xena avanzó un paso.

—Eres digna.

—A tus ojos.

—Te equivocas. Pero aunque tuvieras razón, los ojos de los demás no importan.

—Ahí te equivocas tú. A mí me importa quién siento que soy.

—No pretendía pasarte por alto.

—Lo sé. —Gabrielle respiró hondo para controlar su creciente emoción.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Eres desquiciante. —Xena no podía negar los deseos de Gabrielle—. Tendrás

nuestro arreglo, pero sólo si a mí se me permite sentar una condición.

Gabrielle se armó de valor.

—En nuestros aposentos, jamás volverás a servirme.

Gabrielle asintió. Se disculpó.

—Tengo trabajo.

Xena se dio la vuelta y se dirigió al palacio. Esta vez no miró atrás.

Jared y Stephen estaban el uno al lado del otro, observando la conversación

entre la Conquistadora y Gabrielle.

—General, sé que no es asunto mío, pero ¿tienes libertad para decirme qué ha

ocurrido entre la Conquistadora y la señorita Gabrielle?

—Ojalá lo supiera, lugarteniente.

—La Conquistadora no parece contenta con la separación.

—No, no lo parece.

Pasaron días sin que Xena fuera a la enfermería o viera a Gabrielle de ningún

otro modo. Las sutiles indagaciones de Gabrielle recibían la misma respuesta. El

humor de la Conquistadora tenía a muchos desconcertados. Le dijeron que la

Conquistadora se dedicaba a los asuntos de Grecia sin reservar tiempo para

trabajar con la Guardia Real ni para disfrutar de sus otros pocos placeres. No

compartía la mesa con nadie, y menos su cama. Todos los comportamientos que

el personal doméstico estaba acostumbrado a utilizar como medio para juzgar a

la Conquistadora eran ahora poco fiables. Sólo el general Jared y Targon tenían

acceso directo a ella, y ninguno de los dos decía nada.

Gabrielle esperó a que hubiera avanzado la noche para recorrer el pasillo oculto

que había entre su habitación y los aposentos de Xena. Tras haber vigilado

estrechamente la entrada de los aposentos de la Conquistadora, sabía que Xena

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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estaba sola. Gabrielle dio unos golpecitos ligeros. Xena abrió la entrada. Como

Gabrielle, llevaba una camisa de dormir y un albornoz.

Gabrielle preguntó:

—¿Puedo pasar?

Xena se hizo a un lado, dejando entrar a Gabrielle. Cerró la entrada.

Gabrielle se volvió hacia ella.

—¿Cómo estás?

Xena estaba poco animada.

—He estado poniéndome al día de los asuntos. ¿Y tú?

—Te he echado de menos.

Xena fue a la chimenea.

—Me han dicho que has reanudado tu aprendizaje con Dalius.

Por el momento Gabrielle estaba dispuesta a seguir la evasión de Xena.

—Quiero recuperar todo lo que pueda de mi vida. Dalius me ha acogido muy

bien.

—Bien.

Xena se sentó en su butaca, suponiendo que Gabrielle ocuparía su lugar frente a

ella. Gabrielle la siguió sin decir palabra. Rompió la costumbre y se sentó en el

regazo de Xena, apoyando la cabeza en su hombro. Gabrielle cerró los ojos y

elevó una oración silenciosa a los dioses para no verse rechazada. Poco a poco,

notó que Xena la estrechaba entre sus brazos.

Xena recordó la última vez que había sostenido a Gabrielle como lo hacía ahora.

Fue al regresar del campamento de los bandidos. Ese día juró que el lugar de

Gabrielle era a su lado. Sus pensamientos se adentraron más en el pasado,

hasta la noche en que renovaron su intimidad tras su separación. Había sido el

momento de otra promesa, su promesa de respetar la decisión de Gabrielle sobre

si iban a estar juntas o separadas. Ambas promesas le pesaban a Xena en el

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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corazón. Nunca había imaginado que tener a Gabrielle con ella tendría el poder

de partirle el corazón como lo hacía ahora.

Pasó una marca. El único movimiento dentro de la habitación era el de la

respiración de ambas mujeres. La necesidad de Gabrielle, más que su seguridad,

la impulsó a coger la mano de Xena y darle un tierno beso en la palma. Xena

bajó la mirada distraída. Gabrielle aprovechó la oportunidad para levantar la

cabeza y besar a su compañera, con la esperanza de atraer a Xena al presente.

Xena respondió al beso y su deseo se despertó en la quietud de la noche. El beso

se hizo más hondo. Xena dejó de lado su dolor. Levantó a Gabrielle en brazos y la

llevó a su cama.

Gabrielle se despertó, con el cuerpo lánguido, la mente en calma. Se volvió hacia

Xena, buscando el contacto de su amante. Se alarmó al ver que estaba sola.

—¿Xena? —llamó suavemente. No hubo respuesta.

El dormitorio estaba iluminado por la luz de la luna. Se puso el albornoz y buscó

por los aposentos. Xena no estaba en ellos. Desde el balcón, Gabrielle contempló

la noche. El cielo estaba despejado. Las estrellas brillaban con fuerza.

Gabrielle subió por la escalera en espiral hasta la torre. Al doblar el último

recodo vio a Xena apoyada con los hombros caídos en el parapeto de la torre. Ver

a Xena con tal aire de derrota era nuevo para Gabrielle. Sintió una opresión

devastadora en el corazón. Se quedó en la escalera, muy consciente de que ella

era la causa de la tristeza de Xena. El remordimiento de Gabrielle no se podía

aliviar fácilmente. Regresó a la cama sin haber revelado su presencia.

A la mañana siguiente un tierno beso despertó a Gabrielle.

—Buenos días —la saludó Xena suavemente.

—Buenos días. —Gabrielle buscó en los ojos de Xena un atisbo de la mujer

herida que había visto durante la noche.

—Jared va a venir temprano. No tengas prisa por levantarte.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Vale.

—¿Te apetece un té?

—Estoy bien. Tú ve a prepararte.

Gabrielle se quedó en la cama; seguía pensando en la noche que habían

compartido. Xena le había dado toda su ternura. No intercambiaron palabra y,

sin embargo, nunca había sentido a Xena más cerca de ella. El ardor de Xena

había barrido las dudas de Gabrielle. Ésta no entendía cómo Xena podía dar

tanto de sí misma en la cama y luego quedarse aparte, destrozada.

Gabrielle oyó las voces de Xena y Jared. Se puso el albornoz y salió del

dormitorio, revelando su presencia. Jared dejó de hablar al verla. Xena siguió su

mirada y se sorprendió igualmente al ver a Gabrielle. Suponiendo que Gabrielle

quería decirle algo en privado, Xena fue hasta ella.

Gabrielle posó las manos en los brazos de Xena.

—¿Puedo volver a ti esta noche?

Xena asintió.

—Sí.

Gabrielle se puso de puntillas y besó a Xena con ternura.

—Gracias. —Volvió a entrar en el dormitorio, notando la mirada tierna de Xena

posada en ella.

Xena se daba muy bien cuenta de lo que Gabrielle acaba de declarar

deliberadamente ante Jared. Regresó con el general.

Jared fue al grano.

—¿Qué motivo te ha dado la muchacha?

—Que no se siente digna de aparecer en la corte.

—Son ellos los que no son dignos de ella.

—Jared, no es la corte.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Xena... —protestó Jared.

—No juzgues a Gabrielle con dureza. Prefiero que seas su amigo.

Jared esperó fuera de la enfermería. Se preparó para llevar a cabo lo que

consideraba una tarea desagradable. Gabrielle salió.

—Buenos días, muchacha.

—Hola, Jared.

Jared se acercó a ella.

—Gabrielle, espero que sepas que puedes confiar en mí.

—Lo sé.

—Entonces te pido que me escuches. Estoy dándole vueltas a una cosa y quiero

decírtela y quitármela de encima.

Gabrielle se sintió inquieta. Asintió dando su consentimiento.

—Después de todo este tiempo, creo que sólo ahora empiezo a entenderte. Yo no

sé cómo ser nada más que un hombre libre. Nací libre y, aunque uno o dos

hombres lo han intentado, nadie ha podido nunca arrebatarme la libertad. He

conocido a muchos esclavos. En mi opinión, los que conocían la libertad y la han

perdido reaccionan de dos maneras posibles. Están los esclavos furiosos que

hacen todo lo que pueden por seguir sintiendo que tienen algún control sobre su

triste vida. Y están los que se convierten en una mera sombra de lo que eran.

Estos pierden toda la dignidad. Las mujeres que han sido violadas son las que lo

pasan peor.

Gabrielle se sentía incómoda por las astutas observaciones del general.

—¿Quieres decir algo concreto, Jared?

—Sí, muchacha, quiero. Estoy convencido de que aunque una esclava sea

liberada, jamás consigue olvidar lo que le han hecho. Lleva la cicatriz en su

interior y no hay nada que se la pueda quitar. Se desprecia a sí misma, en lugar

de a los hombres que la esclavizaron y la violaron.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Jared, basta, por favor. —Gabrielle no tuvo presencia de ánimo para reprimir

su llanto silencioso.

—La Conquistadora, que jamás ha invitado a nadie a compartir su vida, te ha

hecho a ti ese ofrecimiento. Al principio dijiste que sí, pero luego, cuanto más

nos acercábamos a Corinto, más imposible te resultaba la idea. ¿Por qué, me

pregunté, podías ser libre con ella en el campo y no en la ciudad? Yo digo que la

respuesta es porque Corinto te recuerda que en otro tiempo fuiste esclava.

Cuando eras esclava, te sentías menos que humana, porque te trataban como

menos que humana.

—Te equivocas. Cuando llegué a Corinto, entré a formar parte del servicio

doméstico de Xena. Ella me devolvió la dignidad. No me la quitó.

—El daño te lo hicieron otros en Corinto antes de que Targon te comprara. Los

que te hicieron daño siguen en Corinto. Hay miembros de la corte de quienes

sospechamos que incrementan su riqueza traficando con esclavos. Tú veías sus

rostros cuando servías en los banquetes de la Conquistadora. Te resultaban

conocidos porque antes los habías visto en el mercado de esclavos. Tienes miedo

de que te reconozcan y recuerden lo que te hicieron. Peor aún, como te niegas a

delatarlos ante la Conquistadora, no soportas la idea de tener que mostrarte

cortés con ellos.

Gabrielle se sentó en un banco cercano.

Jared se acercó y se agachó sobre una rodilla ante ella.

—Gabrielle, sabes que los traficantes de esclavos están proscritos en la corte y

que delatarlos supone firmar su sentencia de muerte. Y sé que harás lo que sea

necesario para evitar que se derrame sangre. Lo único que te pido es que

confirmes sus nombres. Haré que esos cabrones nunca vuelvan a pisar Corinto.

Tienes mi palabra de que nadie los matará.

—¿Cómo lo has sabido?

—Xena me dijo el motivo que le habías dado para rechazarla. A pesar de ello,

Xena está convencida de que la rechazas a ella y sólo a ella. Está demasiado

cerca de ti para ver una verdad que si no, no habría escapado a su atención. Ella

me ha enseñado a ser persistente y paciente. He tardado en hacer las preguntas

adecuadas y sobornar a las personas adecuadas, pero al final he averiguado

cómo y a manos de quién acabaste en Corinto.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle estaba en su habitación mirando por la ventana mientras el amanecer

teñía el horizonte. Habían pasado dos lunas desde su regreso a Corinto. Xena la

había vuelto a acoger dentro de su rutina privada. Nunca cuestionaba la decisión

de Gabrielle, pero cada vez que Gabrielle dejaba a Xena para volver a su

habitación, notaba que una ola de tristeza se abatía sobre su amante. Gabrielle

tomó una decisión. Fue en busca de Targon.

—Señor, tengo que pedirte un favor.

—Si puedo, señorita.

—Necesito aprender a comportarme en la corte.

—¿Es éste el deseo de la Conquistadora?

—Eso creo. Targon, la Conquistadora no puede saber que me estás formando.

—Ocultar secretos a la Conquistadora es peligroso, señorita.

Gabrielle tenía que tranquilizar al administrador.

—Si el general Jared responde por mí, ¿lo harás?

—Sí, señorita. Así tendré compañía cuando me ejecuten —bromeó Targon.

Gabrielle se echó a reír y lo abrazó.

—¡Gracias!

Ahora tenía dos favores más que pedir, el primero a Jared, el segundo a Makia.

Una vez anunciados los invitados, el banquete del solsticio de invierno se puso

en marcha sin más dilación. Xena iba vestida con su loriga y sus pantalones de

cuero negro de costumbre.

Al sentarse, se echó hacia delante, mirando a un lado.

—¿Una silla vacía, Jared?

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—Estoy esperando la llegada de una hermosa mujer, señora.

—¿En serio?

—Sí, es una dama en todos los sentidos.

—¿Y cómo has conocido a esta dama?

—Acudió ella a mí. Para serte sincero, nunca me he sentido más halagado.

—¿Estás seguro de que no persigue algo más?

—Ha sido muy sincera con respecto a sus intenciones. Me siento más que

contento de darle ese gusto.

Xena se echó a reír.

—¡Qué perro!

Targon entró en la sala del banquete. Se quedó esperando junto a la puerta.

Jared lo vio.

—Con tu permiso, señora. Creo que ha llegado mi acompañante para esta velada.

Xena agitó la mano. Le gustaba ver la amplia sonrisa que iluminaba el rostro de

Jared. Se merecía algo de felicidad. Se quedó mirando cuando salió de la sala.

Targon le dijo al guardia que anunciara una llegada. El guardia sonrió un

momento y luego recuperó la seriedad. Manteniendo la expresión seria, se

adelantó y golpeó dos veces en el suelo con su lanza.

—Señora, el general Jared y Gabrielle de Potedaia.

Los numerosos guardias que había en la sala se callaron rápidamente, seguidos

de los demás invitados. Jared se adelantó escoltando a Gabrielle, que iba de su

brazo. Gabrielle estaba gloriosa. Llevaba un largo vestido blanco. Caminaba con

cuidado, con aire seguro y la mirada al frente, y sus ojos encontraron a Xena y

no se apartaron de ella.

A Xena le dio un vuelco el corazón. Se levantó, rodeó la mesa y esperó en el

centro a que Jared y Gabrielle llegaran hasta ella. Mientras avanzaban, los

guardias, uno tras otro, se iban cuadrando, hasta que todos los guardias

rindieron honores a Gabrielle.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Jared dijo con orgullo de manera que todos pudieran oírlo:

—Señora, te presento a la señorita Gabrielle de Potedaia.

Gabrielle hizo una reverencia.

—Mi señora.

Xena dijo suavemente:

—Qué sorpresa.

—Espero que te plazca.

—Así es. De hoy en adelante serás conocida como la dama Gabrielle.

Gabrielle se inclinó ligeramente.

—Es un honor.

Xena tocó la mejilla de Gabrielle. No podía haber recibido mejor regalo. Se dirigió

a Jared:

—General, ¿me permites?

Jared se inclinó consintiendo.

Xena se puso al lado de Gabrielle y le ofreció el brazo. Gabrielle lo aceptó y dejó

que Xena la llevara hasta la mesa de la Conquistadora. Xena apartó la silla que

estaba a su lado para Gabrielle. Ésta se sentó, comprendiendo el significado del

asiento que se le ofrecía. Xena ocupó su silla y colocó su mano encima de la de

Gabrielle. Jared siguió a la pareja y se sentó al lado de la consorte de la

Conquistadora. Todos los guardias siguieron su ejemplo y regresaron a sus

asientos.

Xena guardó silencio mientras las conversaciones volvían a surgir a su alrededor.

Gabrielle miró a Jared para tranquilizarse. Su sonrisa la llenó de valor. Se volvió

hacia Xena.

—Mi señora, con tu permiso, trasladaré mis pertenencias a tus aposentos.

Xena estrujó la mano de Gabrielle.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Permiso concedido.

Al final de la velada Xena acompañó a Gabrielle de vuelta a sus habitaciones.

Sus habitaciones: la idea la llenaba de emoción. Desde el momento en que vio

entrar a Gabrielle en la sala del banquete, había sentido una emoción creciente

imposible de definir. Al entrar en su dormitorio, Xena besó a Gabrielle

tiernamente.

—Vuelvo dentro de poco.

Siguió el pasadizo oculto hasta la torre. Se quedó plantada bajo las estrellas.

Tenía el corazón rebosante y necesitado de liberarse. Las lágrimas le caían por la

cara libremente. Se tapó la cara con las manos y sollozó. Le temblaba el cuerpo

con el fin de los años de negación, los años de necesidad reprimida. Se rindió a

su emoción más frágil: el amor.

Gabrielle se cambió el vestido por la camisa de dormir y el albornoz que tenía en

el dormitorio de Xena para sus visitas nocturnas. En este día su vida había

cambiado. Sospechaba que más de lo que podía imaginar. Había exigido su

derecho sobre Xena y Xena había reconocido públicamente ese derecho con

elegancia y generosidad. Xena había estado callada durante casi toda la velada.

Jared se mostró como un caballero y entretuvo a Gabrielle con historias que le

presentaban por primera vez las biografías de muchos miembros de la corte.

Gabrielle cruzó el umbral de la torre. Xena estaba apoyada en silencio en el

parapeto, de espaldas a Gabrielle.

—Xena.

Xena se enjugó todo rastro de lágrimas que le pudiera quedar en la cara. Se

volvió hacia Gabrielle, descubriendo con la presencia de Gabrielle que la velada

no había sido, efectivamente, un sueño.

—Estaba preocupada por ti.

—Gracias por esta noche.

—Lamento haber tardado tanto en venir a ti.

—Todo a su debido tiempo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿Una dama del reino puede seguir siendo sanadora del ejército de la

Conquistadora?

—Puede ser lo que quiera.

—Habrá cambios en mi vida, ¿verdad?

—No hay vida sin cambios.

—Y al mismo tiempo, algunas cosas nunca cambian.

Xena no sabía a qué se refería Gabrielle. Percibía un amago de tristeza tras esa

declaración.

—Creo que yo siempre te encontraré bella.

—Gracias. —Gabrielle alargó la mano—. ¿Vienes a la cama?

Xena se adelantó.

—Sí, mi dama.

Ya estaba avanzada la tarde cuando Gabrielle salió de la enfermería y se

encaminó hacia el palacio.

—Gabrielle, ¿o debería decir dama Gabrielle? —exclamó el joven y apuesto

soldado.

Gabrielle se llevó una agradable sorpresa.

—¡Inis! —Le ofreció la mano—. Yo siempre seré Gabrielle para ti. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Estoy bien, gracias. ¿Estás aquí con el general Paulos?

—Ya veo que te mantienes al tanto de los asuntos de la Conquistadora.

—Me incluye en todo lo que le parece prudente.

Inis se mostraba de lo más encantador.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Estás tan preciosa como siempre. ¿Disfrutas haciendo de anfitriona de la

conferencia?

—La verdad es que hago lo posible por evitar los acontecimientos más formales

de palacio.

—Me sorprende que la Conquistadora tolere tu ausencia.

Gabrielle se puso a la defensiva.

—Inis, soy una mujer libre.

—Y yo soy un hombre libre, pero me lo pensaría dos veces antes de ir en contra

de los deseos de la Conquistadora.

—Si estuviéramos en guerra, acataría las órdenes de la Conquistadora sin dudar,

porque le he jurado lealtad y, en ese sentido, no soy distinta de ti como miembro

de su ejército. Pero el resto de mi vida es mío. Elijo estar con ella.

—Me preguntaba qué te dijo o te hizo para que me dejaras. —El tono de Inis

intentaba mitigar el fuego de sus palabras.

—No hizo nada. —dijo Gabrielle, defendiendo a su amante—. Como ya te dije,

aunque lo lamentaba mucho, yo no te amaba.

—¿La amabas a ella incluso entonces?

—Sí.

—Es imposible competir con la soberana en todo, menos en una cosa.

—¿En qué?

—Ella nunca te dará un hijo.

—Eso es cierto. —Conocedora de su verdad, Gabrielle se liberó de la creciente

tensión—. Las Parcas han sido amables conmigo. Estoy completa tal y como

estoy.

—Eres una mujer única, Gabrielle. —Inis le sonrió.

—Me lo tomaré como un cumplido.

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—Ésa era la intención. —Inis cambió el peso de lado; sin darse cuenta, posó la

mano en el puñal—. Lamenté oír el trato tan desagradable que sufriste a manos

de Osric y uno de sus soldados.

—Fue un lamentable incidente.

—A los que conocen a la Conquistadora les sorprendió que permitiera vivir a

Osric. Pero al final dio igual.

—¿Qué quieres decir?

—Tuvo un accidente y murió poco después de regresar al Cuarto Ejército.

—¿Qué clase de accidente?

—Un cuchillo le cortó el cuello. Nadie se responsabilizó de tan noble acto.

—El asesinato no tiene nada de noble. —Gabrielle se enfureció.

—Fue un acto de honor que la Conquistadora no quiso llevar a cabo en persona.

—No hizo daño a Osric porque yo se lo pedí.

—Me impresionas. Son pocos los que tienen influencia sobre las decisiones de la

Conquistadora que afectan a la vida y la muerte.

—Estoy aprendiendo a comprender por qué toma las decisiones que toma.

—¿Y has descubierto que estás de acuerdo con ella?

—No siempre.

—¿Y así y todo eres capaz de amarla?

—Sí.

—Pues me alegro por ti.

—Gracias.

—Has demostrado que el pueblo de Grecia se equivoca, incluido yo mismo. Me

habría apostado la vida a que la Conquistadora era incapaz de entregar su amor

a nadie.

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Las inocuas palabras hicieron mella. Gabrielle se puso rígida. Inis captó el

cambio.

—Te ama, ¿verdad? —preguntó.

Gabrielle titubeó.

—Ella...

—¡Qué gracia! —se rió Inis—. Me rechazas porque no me amas y eliges estar con

alguien que no te ama.

—Inis...

—No te molestes en intentar explicarlo. —Inis moderó el tono—. Yo estaría ahora

contigo incluso sin tu amor si me lo permitieras. ¿Quién soy yo para juzgarte?

Seguramente te comprendo mejor que nadie en todo Corinto.

—Puede que estés en lo cierto —concedió Gabrielle.

Inis sonrió y se cruzó de brazos.

—Te he echado de menos. Siempre podíamos hablar. Yo te podía contar cosas

que no me resultaba fácil contarles a mis colegas.

—Lo recuerdo.

—Gabrielle, ¿puedo volver a verte? Vamos a permanecer en Corinto hasta el final

de la conferencia. Luego regresaremos al sur.

—La Conquistadora no se sentiría cómoda si te viera.

—Ya has demostrado que no soy rival para ella. ¿Qué daño puede haber en que

pases un rato con un amigo? Espero que podamos ser amigos.

—¿Estás libre a la hora de comer?

—Puedo arreglarlo.

—Reúnete conmigo fuera de la enfermería mañana.

—Me parece un plan estupendo. Hasta mañana. —Se inclinó ligeramente ante

ella y se encaminó hacia el cuartel, muy satisfecho con su actuación.

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Durante los cuatro días siguientes, Inis y Gabrielle almorzaron juntos fuera de la

enfermería. Gabrielle se sentía cómoda con el carácter público de sus

conversaciones. No estaba ocultando nada.

Inis dio un bocado a una pata de pollo asado.

—El general Paulos me ha dado el día libre mañana. ¿Se te ocurre algo que

podría hacer?

—¿En la ciudad?

—No. Estoy harto de Corinto. —Inis se rió un poco—. En el fondo, sigo siendo un

campesino. ¿Hay algún sitio donde pudiera ir a montar a caballo?

—Hay un pequeño río a menos de media marca de las puertas de la ciudad. Es

un lugar apacible.

—Creo que me gustará.

—Sé que te gustará.

Se volvió con entusiasmo hacia Gabrielle.

—¡Ven conmigo!

—No sé.

—Para almorzar. Te prometo que te traeré de vuelta al cabo de dos o tres marcas.

Gabrielle repasó el programa de Xena para el día siguiente.

—La Conquistadora ha estado muy ocupada con la conferencia. Irá bien.

—Estupendo. ¿Te recojo aquí?

—No. Nos veremos en las puertas de palacio.

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Gabrielle cenó sola en sus aposentos. Esperó en el balcón a que Xena volviera de

otra de los numerosas cenas de estado programadas durante la conferencia.

Estaría encantada cuando se terminaran las dos semanas de reuniones.

Gabrielle oyó a Xena entrar en los aposentos. Volvió a entrar en la sala de

reuniones.

Xena saludó a Gabrielle con una amplia sonrisa.

—Llevo todo el día deseando verte.

—¿Qué tal van las reuniones?

—Tan bien que tengo una cosa que proponerte.

—¿De qué se trata?

—¿Qué tal si mañana tú gobiernas Grecia y yo trabajo en la enfermería?

Gabrielle se echó a reír.

—Ni hablar.

Xena estrechó a Gabrielle entre sus brazos y la besó.

—Siento que hayamos tenido tan poco tiempo para estar juntas. Te prometo que

te compensaré cuando haya enviado a mis buenos dignatarios de vuelta a sus

casas.

—No te preocupes por mí. Tengo muchas cosas que me mantienen ocupada.

La sonrisa de Xena se hizo más amplia.

—¿Y esa sonrisa?

—Hoy he ganado una apuesta con Jared.

—¿Y qué os apostasteis?

—Jared decía que te empeñarías en asistir a la conferencia cuando ya estuviera

por la mitad sólo para poder pasar el tiempo conmigo.

—¿Y tú qué decías?

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—Yo decía que huirías de la conferencia como de la peste.

—Pobre Jared, te aprovechas de él.

—Sí, ya. ¿Acaso es culpa mía que para él sea lo mismo la cantidad de tiempo

compartido que la calidad de dicho tiempo?

—Y, por supuesto, no le has dicho que me pones al tanto de las negociaciones

todas las noches.

—Jared sabe muy bien que estás informada de los asuntos del gobierno. Para

serte sincera, me sorprendió que hiciera la apuesta. Siempre ha apoyado tu

decisión de asistir poco a la corte. No entiendo por qué pensaba que la

conferencia iba a ser distinta.

—Un fallo de cálculo por su parte.

—A menos que tu tío guardián sepa algo que yo no sé.

—¿Como qué?

—Sólo tú me lo puedes decir. —Xena se apartó con un suspiro exagerado—. Oh,

Gabrielle, tiene que haber algo más en la vida que pasar marca tras marca

presenciando la lamentable fanfarronería de un puñado de nobles y dirigentes

vasallos.

—Sólo quedan siete días.

—Para ti es fácil decirlo. —Xena se hundió en su butaca—. Malditos sean los

dioses, soy la soberana del reino. No hay nada que diga que no puedo ejercer mi

prerrogativa y escaquearme un par de marcas mañana para estar contigo.

Gabrielle fue hasta Xena y ocupó su lugar en su regazo.

—No. Quédate y gobierna Grecia con tu mano firme. Me temo que estalle el caos

si tú no controlas sus rencillas. Dentro de pocos días volveré a tenerte toda para

mí.

—Tengo otra propuesta que hacerte.

—Espero que sea mejor que la última.

—Creo que te gustará.

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—Te escucho.

—Me va a apetecer un poco de aire fresco cuando todo esto acabe. ¿Qué te

parece un viaje a Anfípolis? Me gustaría visitar a mi madre y estoy segura de que

ella se alegrará de volver a verte.

—Acepto.

—Ahora tengo toda la motivación que necesito para asegurarme de que los

acuerdos comerciales se concluyen con rapidez.

—¿Sin estampar cabezas?

—¡Me quitas toda la diversión!

—Te compenso ofreciéndote toda la diversión que puedes soportar cuando acaba

el día.

Xena gozaba con el florecimiento de Gabrielle. Había tardado, pero la promesa de

felicidad se había hecho realidad para la joven, y para Xena no había mayor

alegría que ver a Gabrielle a gusto con ella y con el mundo en general.

—Siempre he dicho que haces tratos justos.

Xena entró en las cuadras. La mañana había sido tensa. Ansiaba la compañía

más mansa de Argo. Aunque no tenía tiempo para salir a montar, sí que lo tenía

para darle un buen cepillado a la yegua, cosa que sabía que Argo agradecería y

que a ella le calmaría los nervios.

Advirtió la ausencia del castrado de Gabrielle. Llamó al joven mozo de cuadra.

—Yuri, ¿la dama Gabrielle ha salido a montar?

—Sí, Majestad. Se marchó hará media marca.

—¿Dijo dónde iba?

—No, Majestad. Sólo que no volvería hasta media tarde.

—¿Llevaba escolta?

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—No que yo viera, Majestad.

Xena se encaminó hacia las puertas de palacio a buen paso. Dirigió su pregunta

al mayor de los dos guardias.

—Xanthus, ¿la dama Gabrielle ha pasado por aquí?

—Sí, señora.

—¿Iba Trevor con ella?

—No, señora. Iba escoltada por un soldado del Cuarto Ejército.

—¿No por un guardia real?

—No, señora. De eso estoy seguro.

—¿Te dijo dónde iba?

—A la parte este del bosque por donde corta el río.

—Muy bien. Gracias.

Xena regresó al palacio. Gabrielle no había comentado que se iba a tomar un

descanso. Le gustaba que Gabrielle mantuviera su promesa de informar siempre

de dónde iba a estar. Con todo, Xena sentía curiosidad por saber por qué Trevor

no había escoltado a Gabrielle. Desde su regreso a Corinto, éste era el principal

responsable de la seguridad de Gabrielle. Xena dejó órdenes en el cuartel para

que Trevor se presentara ante ella.

Cuando la avisaron de que Trevor la esperaba fuera de la sala de reuniones,

Xena se disculpó.

Pasó al lado de Trevor y siguió andando por el pasillo.

—Ven conmigo.

Trevor siguió a la Conquistadora hasta que llegaron a un nicho apartado.

Xena miró al guardia de hito en hito.

—Trevor, ¿me puedes decir por qué no has escoltado a la dama Gabrielle cuando

ha salido hoy de la ciudad?

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Trevor no tenía motivos para temer a la Conquistadora.

—Ha sido por petición suya, señora. Dijo que estaría a salvo en compañía de un

amigo del Cuarto Ejército.

—¿Cómo sabes que se puede confiar en este soldado?

—Llegó con el general Paulos. Lo he visto visitando todos los días a la dama

Gabrielle en la enfermería. Yo mismo hablé con el general. Me aseguró que el

soldado es un hombre de honor.

—No recuerdo que la dama Gabrielle mencionara a un amigo destinado al sur.

—Creo que se conocieron cuando ella vivía en la guarnición oriental.

—¿Cómo se llama?

—Inis, señora.

—Conozco ese nombre. —Xena dirigió una sonrisa forzada a Trevor—. No le

comentes nada a la dama Gabrielle sobre mis preguntas. Ya piensa que me

preocupo demasiado por ella.

Trevor respondió con despreocupación.

—Sí, señora.

Xena confirmó que Gabrielle había vuelto sana y salva a media tarde. Dejó el

palacio a lomos de Argo y se dirigió al mismo lugar que había descrito Gabrielle.

No sabía por qué se sentía impulsada a visitar ese sitio. Era como si quisiera

examinar el escenario de un crimen.

Por mucho que intentaba luchar contra sus pensamientos más oscuros, en este

día esos pensamientos la dominaban. Xena quería creer que Inis no suponía una

amenaza para ella. Se dijo que Gabrielle la había elegido a ella, no al soldado.

Intentó extraer la seguridad necesaria concentrándose en la fuerza y la

profundidad de su conexión cada vez mayor. Se esforzaba por creer que su

conexión era auténtica y no una mera ilusión.

Si al menos Gabrielle le hubiera comentado que Inis estaba en Corinto. Si al

menos Gabrielle le hubiera dicho que había estado almorzando con él. Tras hacer

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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unas indagaciones, Xena averiguó que las atenciones de Inis con Gabrielle eran

del dominio público. Gabrielle se había sentado con Inis a su lado bajo el ojo

atento de toda la guarnición. Xena sabía que si ella no hubiera estado tan

absorta con la conferencia, también habría estado al tanto de ello.

Los actos de Gabrielle eran tan claros que nadie había pensado nada al respecto.

No había habido motivo para el cotilleo. Al igual que su relación con la

Conquistadora, la amistad de Gabrielle con los guardias reales y los soldados era

parte de su identidad. Ambas relaciones daban forma a lo que los demás

pensaban de ella. Para muchos era más fácil comprender la segunda que la

primera.

Xena se quedó sentada a la orilla del río mientras el sol tocaba el horizonte.

Pronto regresaría a Corinto. Pronto se enfrentaría a la mujer a la que había dado

su promesa. Lo que llamó la atención de Xena mientras desaparecía el sol,

rindiendo el mundo a la noche, era que Gabrielle no le había hecho a su vez la

misma promesa. Xena siempre había dado por supuesto que contaba con la

fidelidad de Gabrielle. Ni se le había ocurrido pedirle a Gabrielle que le jurara

fidelidad. Ni se le había ocurrido preguntarle a Gabrielle si su compromiso iba

más allá del presente y se extendía al resto de la vida de ambas. Lo único que le

había pedido a Gabrielle era que le dijera la verdad. A Xena se le estremeció el

corazón. Gabrielle podía estar con Inis sin ser acusada de traición. No podía

haber traición si antes no había habido una promesa.

Las sospechas continuaban atormentando a Xena. No podía olvidarse de que le

había ofrecido a Gabrielle pasar un tiempo juntas, pero la propuesta había sido

rechazada. Xena recordó la excursión de caza que había hecho para demostrarse

a sí misma que se podía confiar en Gabrielle. Al final de aquel día pudo seguir

adelante. Había dado los pasos necesarios para demostrar que sus peores

temores no eran ciertos. Xena decidió que, aunque una persona mejor podría

superar los celos, ella no era esa persona mejor y tenía que hacer lo que fuese

necesario para acabar con sus dudas.

Mientras esperaba a Xena, Gabrielle estaba sentada cerca de la chimenea

apagada leyendo un pergamino nuevo de la biblioteca médica. Xena le había

dejado una nota en la que lamentaba que, contrariamente a lo que tenían

planeado, no iban a cenar juntas. Supuso que Xena estaba mediando en una

disputa.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena entró en su dormitorio.

Gabrielle miró a su amante.

—Hola. Pareces cansada. —Dejo el pergamino a un lado.

Xena se sentó frente a Gabrielle.

—Ha sido un día muy largo.

—¿Has solucionado el problema?

—Todavía estoy en ello.

—¿Quieres hablar de ello?

—Prefiero que me hables de tu día.

Gabrielle señaló el pergamino.

—Cinco de los pergaminos médicos de Chin ya han sido traducidos. He estado

leyendo sobre las hierbas que usan para tratar fiebres. ¿Crees que Lao Ma se

opondría a incluir las hierbas en nuestra lista comercial?

—No creo que haya problema. No me digas que has pasado un día tan bonito

como el de hoy metida en la biblioteca.

—Sólo después del almuerzo. Parte de la mañana la he pasado en las cocinas

con Makia y luego he estado echando una mano en la enfermería.

—Parece un día muy completo.

—Pues sí.

—No deberías hacer tantos esfuerzos.

—No creo que ponerme al día de los cotilleos de palacio con Makia mientras la

ayudo a cortar verduras sea un trabajo muy duro.

—No obstante... —A Xena se le apagó la voz. La omisión de Gabrielle había dado

a Xena la respuesta que temía. Se levantó, incapaz de controlar su creciente

agitación.

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La mirada de Gabrielle siguió a Xena hasta el balcón.

—¿Qué te pasa?

Xena sacudió la cabeza.

Gabrielle estaba ahora preocupada de verdad. Se acercó a Xena y posó la mano

en los riñones de la guerrera.

—Dímelo.

Xena siguió mirando al frente, regresando a la noche de la que acababa de salir.

—No hay nada que te pueda decir.

Gabrielle notó que Xena temblaba. La rodeó y se colocó delante de Xena,

exigiendo reconocimiento en silencio. Xena destilaba un aura conocida. Gabrielle

conocía la lujuria de combate de Xena. Creía comprender la poco frecuente pero

profunda necesidad de Xena de buscar alivio en la intensa intimidad física.

Gabrielle tenía la posibilidad de entregarse a Xena o de negar su consentimiento.

En lo más profundo de su ser, Gabrielle sabía que esta noche se enfrentaba a

esta clase de decisión. Nunca se había negado a Xena. Había logrado aceptar el

llamativo vaivén pendular de Xena de la ternura al dominio casi pavoroso. El

efecto que tenía Xena sobre ella esta noche era en muchos sentidos el mismo que

cuando Xena estaba inmersa en su lujuria de combate, pero había una

diferencia. Había una inconfundible sensación de peligro que nunca hasta ahora

había tenido en presencia de Xena.

—Xena, estás temblando.

Xena cerró los ojos y agachó la cabeza, intentando recuperar la concentración,

controlar la violencia que amenazaba con consumirla. Su violencia tenía sentido

en el combate; no tenía sentido entre Gabrielle y ella.

Notó los labios de Gabrielle sobre los suyos. El beso superó a su voluntad.

Levantó a Gabrielle en brazos y la llevó a la cama. Xena sintió que la rama se

rompía en su interior. No era la pasión lo que intentaba liberarse: era su rabia.

Subió a la superficie, llevándose por delante su capacidad para la ternura y la

compasión. Debajo de ella yacía Gabrielle. Dentro de un momento, se adueñaría

de la mujer.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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El brusco trato de Xena desató una ola de espanto en Gabrielle. Apoyó las manos

en el pecho de Xena, intentando aliviar la sensación de ahogo.

—¡Xena! —exclamó Gabrielle con creciente alarma.

—Eres mía, Gabrielle —gruñó Xena.

—Xena, por favor... —suplicó Gabrielle.

Xena agarró las manos de Gabrielle con las suyas, sujetando a la mujer más

menuda. Se apoderó bruscamente de la boca de Gabrielle, mordiéndole el labio,

haciéndole sangre. Gabrielle apartó la cabeza buscando alivio.

—Xena... No hagas esto. Juraste que nunca...

Xena se detuvo en seco. Reconoció el miedo en los ojos de Gabrielle y en su voz.

Miedo que había causado ella. Miedo que había querido causar. Asqueada por

sus propios actos, soltó a Gabrielle y se levantó de la cama. Salió a ciegas de sus

aposentos, por el pasillo de detrás. Acabó en la torre. Salió y fue hasta el

parapeto. Llevada de la desesperación, la idea de tirarse le resultó tentadora. Oyó

pasos. Aferró el parapeto con las manos. Su mirada se clavó en el horizonte.

Gabrielle superó rápidamente su pánico inicial. Un miedo mayor, por Xena, la

obligó a seguir a Xena hasta la torre. Se detuvo en el umbral. Llamó a Xena

suavemente por su nombre.

Xena contestó con auténtico remordimiento.

—Siento haberte hecho daño.

Gabrielle se adelantó un paso.

—Nunca has estado así, ni siquiera después de un combate. ¿Qué te ha pasado?

—No puedo explicarlo.

No era propio de Xena negarle a Gabrielle una explicación.

—No habrá violencia alguna en nuestra cama. Eso no te lo voy a dar.

—Lo sé.

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Gabrielle hizo un esfuerzo por sobreponerse a su miedo. Siempre había

albergado el temor de que, por muchas promesas que le hubiera hecho Xena,

sufriría las consecuencias de su rechazo.

—¿Buscarás alivio con otra persona?

Xena habló sin pensar:

—No lo sé.

Éste era el momento que Gabrielle había temido. Tenía una segunda decisión

que tomar. Por mucho que le costara, estaba dispuesta a pagar el precio para

conservar a Xena en su vida.

—Haz lo que debas. Sólo te pido que seas discreta.

Las propias palabras de Gabrielle se desprendieron con amargura de la lengua

de Xena:

—Seré tan discreta como lo has sido tú.

—¿Qué quieres decir?

Xena se dio la vuelta. Como acusadora, haría frente a la acusada.

—Inis.

Gabrielle se quedó parada al oír la acusación de Xena. Todo lo que había

sucedido en la media marca pasada adquirió un contexto penosamente claro.

—Xena, te lo puedo explicar.

—¿Sí? ¿Puedes explicarme por qué no me dijiste que había venido a Corinto con

el general Paulos? ¿O por qué has estado quedando con él con regularidad? ¿O

por qué hoy habéis estado cabalgando juntos la mayor parte del día?

—Inis sólo va a estar en Corinto unos días. Sabía que nunca habías querido

saber nada de él, por lo que me pareció mejor no comentarte el tiempo que

estábamos pasando juntos.

—¿Todavía te ama?

—Quiero ser su amiga.

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—No has contestado mi pregunta. ¿Te ama?

—Sí.

—¿Cómo te has sentido cuando te ha hecho el amor?

Gabrielle recordó la renovada declaración de amor de Inis. La conversación

subsiguiente había durado mucho más de lo que preveía, lo cual retrasó su

regreso del río. No había logrado calmar al joven soldado. La discusión abrió

dolorosamente su propia herida, una herida que había intentado curar.

—Sólo con palabras, Xena. No te voy a mentir fingiendo que en parte no me

sentó bien oír que alguien me ama.

Xena se sintió ahora acusada. No encontró palabras para Gabrielle.

Gabrielle necesitaba conocer los auténticos límites impuestos a su vida con la

Conquistadora.

—¿Se me prohíbe ver a Inis?

—Eres una mujer libre.

La breve ira de Gabrielle se aplacó.

—No pretendía hacerte daño.

—Ni yo a ti, pero está hecho. —Como le costaba verse objeto de la mirada de

Gabrielle, Xena se dio la vuelta.

Gabrielle esperó hasta que consiguió controlar sus emociones encontradas.

—Vuelve conmigo.

A Xena se le quebró la voz.

—Ve tú. Iré dentro de poco.

Gabrielle se acercó a Xena con cautela y volvió a posar la mano en sus riñones.

Xena se irguió con rigidez al notar el tacto de Gabrielle.

—Tengo miedo de que si me marcho de aquí sin ti, pueda perderte para siempre.

No quiero correr ese riesgo.

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El cuerpo de Xena se dobló hacia delante.

—Me duele. No sentía tanto dolor desde la muerte de Liceus.

Gabrielle apoyó su cuerpo en el de Xena, rodeando tiernamente con los brazos la

cintura de su amante.

—Lo siento.

Xena no pudo resistir el impacto de la ternura de Gabrielle. El dolor,

profundamente arraigado, brotó de su corazón, provocándole el llanto. Se echó a

llorar. Estaba consumida por sus emociones. No tenía capacidad para controlar

su fuerza. Su cuerpo se estremeció con un gran sollozo. Jadeó cuando se quedó

sin aliento. No parecía haber fin para su desahogo. Gabrielle la abrazó con más

fuerza. Sabía que tal vez nunca recibiría palabras de amor, pero esta noche

recibía las lágrimas de Xena, y eso era suficiente.

Gabrielle acunaba a su amante dormida entre sus brazos, tumbadas las dos en

el suelo de la torre. Contrariamente a cuando Xena estaba herida, no había

obligado a Gabrielle a marcharse. En cambio, se aferraba a ella. Gabrielle nunca

había visto a Xena en semejante estado de vulnerabilidad. Nunca se había

sentido más necesitada.

Xena se despertó.

—Hola. —Gabrielle alisó el pelo de Xena.

Xena se orientó, recordando lo ocurrido la noche anterior. Se sentía

horriblemente expuesta. Levantó la vista al cielo para calcular la hora del día.

—Targon querrá verme dentro de poco. —Se levantó, rompiendo el abrazo de

Gabrielle.

Gabrielle la soltó libremente y siguió a Xena con los ojos mientras ésta se

levantaba.

—Xena.

Xena se detuvo.

—Volveré a ver a Inis una vez más. Sólo para despedirme.

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243

—Gracias.

Xena alargó la mano y se la ofreció a Gabrielle. Ésta la tomó y dejó que Xena la

ayudara a ponerse en pie. Por un momento, al mirar sus manos unidas, Xena se

planteó soltarse. Por incómoda que estuviera, no podía rechazar a Gabrielle por

completo. Sus manos unidas le daban cierta esperanza de que volverían a

encontrar el camino de vuelta la una a la otra. Xena condujo a Gabrielle por las

escaleras de la torre hasta sus aposentos. Gabrielle guardaba silencio,

agradecida por no haber sido abandonada.

A mediodía, Xena salió de la sala de reuniones del palacio y se dirigió a la

enfermería. No vio a Gabrielle. Dalius acudió a ella.

—Majestad, ¿en qué puedo ayudarte?

—¿Está aquí la dama Gabrielle?

—No, Majestad. Recibí un mensaje esta mañana en el que me decía que no la

esperara.

Xena salió al exterior. Notó que la observaban. Dirigió la mirada hacia el extremo

de la derecha. Al otro lado del patio había un soldado. Llevaba las insignias del

Cuarto Ejército. Sostuvo desafiante la mirada de la Conquistadora. Xena recibió

respuesta a dos preguntas. Ahora sabía qué aspecto tenía Inis, y sabía que

Gabrielle no estaba con él.

Xena entró en la tienda del rancho. Todos los hombres se pusieron en pie y se

cuadraron.

—Seguid.

Sus ojos recorrieron la estancia hasta que vio a Trevor. Éste la miró. Ella asintió.

Él se levantó y fue hasta ella.

—¿Señora?

—¿Dónde está la dama Gabrielle?

—Los últimos informes decían que la dama Gabrielle sigue en tus aposentos.

—¿Cuándo fue eso?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

244

—Hace menos de una marca, señora.

Xena corrió por los pasillos de palacio hacia sus aposentos. Aflojó el paso sólo

cuando llegó a la entrada y pasó con brío junto al guardia. De su sala de

reuniones entró en su dormitorio. Gabrielle estaba sentada junto a la chimenea.

Xena fue hasta ella y se detuvo a pocos pasos, esperando a que la mirara.

Gabrielle volvió la vista despacio hasta la guerrera. El corazón de Xena se llenó

de dolor. Gabrielle parecía a un mundo de distancia de ella.

Xena confesó:

—Me he preocupado al saber que no habías dejado nuestros aposentos.

Gabrielle habló con miedo:

—¿Todavía tengo un lugar en tu vida?

Xena cayó sobre una rodilla delante de Gabrielle.

—¡Sí! —El péndulo regresó a la incomparable ternura de Xena. Cogió las manos

de Gabrielle entre las suyas—. Las dos hemos cometido errores. Espero que estés

de acuerdo con que no han sido tan graves como para no poder superarlos,

juntas.

—Yo... —Gabrielle reprimió sus palabras de amor. Tenía una necesidad

desesperada de decirlas, pero no se atrevía a hablar, convencida de que nunca

debía volver a provocar el rechazo de Xena. Se echó hacia delante y cayó en

brazos de Xena.

—Te tengo. —Xena abrazó estrechamente a su amante. Tenía la respuesta a su

última pregunta. Contaba con el perdón de Gabrielle.

Xena y Jared guiaban a sus caballos por el bosque.

—No me sorprende oír que ha sido idea de la muchacha que salgas a cazar.

—Le parecía que a la larga esto sería mejor para el reino que dedicarme a matar

a uno o dos de los nobles.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

245

Jared se echó a reír.

—Te sienta bien.

Xena se sentía lo bastante a gusto como para hacer una pregunta que llevaba

días reprimiendo.

—Jared, ¿tú sabías que Inis estaba en palacio?

—Sí, lo sabía.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Dejaste claro que cuanto menos supieras de Inis, mejor para todos. La

muchacha no te ha faltado. Si me hubiera parecido que había puesto tu honor

en entredicho, habría hablado contigo. Dadas las circunstancias, pensé que era

mejor que el tema de Inis lo resolvierais vosotras sin interferencias.

—Ha sido difícil... —Xena se volvió hacia Jared—. Para las dos.

—La muchacha parecía muy animada esta mañana.

Xena sonrió, recordando el dulce beso con que la había despedido Gabrielle.

—Los dos últimos días han ayudado.

—Me he fijado en que no ha salido de palacio.

—Por elección propia. Tengo entendido que hoy va a hablar con Inis. —Xena

advirtió que Jared fruncía el ceño. Añadió—: Por última vez. Me parece que no le

apetece mucho. Ojalá pudiera ayudarla, pero no quiere hablar conmigo de lo que

hay entre ellos.

—¿De verdad esperas que lo haga?

—No. Gabrielle siempre ha sido muy reservada. Cuenta historias de todo el

mundo menos de sí misma.

—Su pasado no carece de recuerdos difíciles.

—De modo que opta por no recordar nada.

Jared decidió aligerar el ambiente.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

246

—¿Qué clase de niña piensas que era?

Xena volvió a sonreír.

—¿Te la imaginas de chiquitina, con ese largo pelo rubio y esos alegres ojos

verdes?

—Yo digo que era una fierecilla.

—¿En serio?

—¡A juzgar por cómo se ríe cuando entreno con ella, ya lo creo!

—Siempre está seria conmigo cuando entrenamos.

—¿Y quién no cuando entrena contigo?

—Yo no soy la Conquistadora para Gabrielle. Ya no.

—Tienes razón. Para ella eres más que la Conquistadora.

Siguieron caminando.

—Gabrielle y yo vamos a ir a Anfípolis después de la conferencia.

Jared bromeó:

—¿La llevas a casa para que conozca a mamá?

Xena respondió:

—Mi madre ya la conoce.

—En circunstancias distintas —contraatacó Jared.

—Sí, por desgracia. —Xena hizo una pausa—. Mi madre lo sabía.

Jared miró a su acompañante.

—¿Qué sabía Cirene?

—Que yo... que me iría mejor teniendo a Gabrielle en mi vida.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

247

—Siempre he dicho que Cirene es una mujer muy lista. De tal palo, tal astilla.

Aunque debo decir que hubo un tiempo en que me preguntaba qué había

ocurrido para que la fruta hubiera caído tan lejos del árbol, pero luego cambiaste

y te trajiste a Gabrielle de vuelta a Corinto y recuperé la fe.

—Jared, ¿no crees que podrías estar tomándote demasiadas libertades?

—Sólo cumplo la promesa que le he hecho a la muchacha de ocuparme de que

hoy no te tomes a ti misma demasiado en serio.

Xena sonrió ampliamente y meneó la cabeza.

—Miedo me da de pensar en una alianza entre vosotros dos.

Jared se echó a reír.

—Tú espera a que lleguemos a Anfípolis. La muchacha, Cirene y yo. Podemos

montar una conspiración soberbia contra ti.

—¿Quién ha dicho que vayas a venir?

—¿No me vas a invitar?

—Dejarte atrás sería un acto de defensa propia por mi parte.

Xena se detuvo. Sintió una acometida de miedo, que no era suyo. Jared

reconoció el cambio y guardó silencio.

Xena dijo:

—Jared, mira a tu alrededor. ¿Notas algo?

Jared se concentró en el entorno.

—No, Xena, nada.

Xena se volvió hacia Argo. Habló suavemente con la yegua.

—Eh, chica, ¿qué dices tú? —Xena había aprendido a fiarse de los instintos de

Argo. Ésta estaba tranquila—. No sé, Jared. Serán imaginaciones mías.

—No es propio de ti.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Xena cerró los ojos. La sensación de miedo aumentó con la quietud.

—Algo va mal. Algo, en alguna parte, va mal.

—¿Corinto? —especuló Jared.

Xena fue al lado de Argo y se dispuso a montar.

—Lamento acortar nuestra salida, pero vamos a volver.

Jared imitó las acciones de Xena.

—Estoy contigo.

Trevor se fijó en el inesperado pero afortunado regreso de la Conquistadora y el

general. Salió corriendo de la enfermería y se reunió con ellos en el patio.

Exclamó:

—Es la dama Gabrielle. Está en la enfermería.

Xena desmontó.

—¿Qué ha pasado?

—La han atacado. Tiene una herida en la cabeza y sigue inconsciente.

Xena corrió a la enfermería. Al entrar, se fijó inmediatamente en que habían

colocado un doble biombo. Xena pasó detrás del biombo y se encontró a

Gabrielle en la cama, con la cara amoratada y un corte en los labios. Xena cayó

de rodillas junto a la cama. Su mano flotó por encima de Gabrielle, temerosa de

hacerle daño si la tocaba.

—¿Quién ha hecho esto?

Dalius estaba a su lado.

—Sospechamos que Inis. Salió con la dama Gabrielle hacia el río. Al ver que no

regresaban cuando estaba previsto, Trevor salió con una partida de búsqueda.

Los guardias encontraron a la dama Gabrielle, pero ni rastro de Inis.

—¿La han violado?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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A Dalius se le partió el corazón por su joven ayudante.

—Es posible.

Xena lo miró.

—¿No estás seguro?

—Tenía gran parte del cuerpo sumergida en el río. Las pruebas de lo que le

pueden haber hecho podrían haberse borrado con el agua.

—Su ropa. ¿Estaba rota?

—Sí, Majestad.

Xena notó la presencia de Jared detrás de ella.

—Jared.

—Aquí, señora.

—No la voy a dejar. Encuentra a Inis. Si ha hecho daño a Gabrielle, deja que sus

hermanos hagan con él lo que quieran. Si queda algo cuando terminen, mételo

en la mazmorra y yo terminaré el trabajo.

Ya era cerca de medianoche cuando Jared salió del cuartel y se dirigió a un

abrevadero. Se lavó las manos ensangrentadas antes de entrar en la enfermería.

Jared entró en el espacio privado de Gabrielle. Xena seguía arrodillada a su lado.

—¿Algún cambio?

—No. ¿Tienes noticias?

—Inis está muerto.

Xena miró a Jared.

—¿No me habéis dejado nada?

—Su sangre no te manchará las manos.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

250

—No sé si eso le importará a Gabrielle. ¿Dijo algo antes de morir?

—Confesó que había pegado a la muchacha por un arrebato de furia. Dijo que

huyó por miedo. Juró que no le hizo nada más.

—¿Lo crees?

—No sé qué creer. Sólo sé lo que quiero creer.

La mirada de Xena volvió a Gabrielle.

—Pues reza para que los dioses se apiaden de ella.

Dalius aconsejó no mover a Gabrielle hasta que recuperara el conocimiento.

Xena se sentó en el suelo de la enfermería, con la espalda apoyada en la pared al

lado del camastro de Gabrielle. Intentó comprender lo que había pasado. Inis

había jurado su amor a Gabrielle. Había sido un soldado honorable. Por qué los

hombres destruyen lo que dicen amar era algo que no lograba entender y, sin

embargo, conocía bien ese sentimiento. Sentirse traicionada había sacado a la

luz lo peor que había en ella. La llevó a actuar de manera irracional. Una

consecuencia de sus emociones más oscuras era el anhelo de aniquilar lo que

más quería, aquello que lo mejor de sí misma valoraba.

Odiaba a Inis por lo que le había hecho a Gabrielle. Lo odiaba por recordarle que

ella no era muy distinta. La diferencia era que, al oír a Gabrielle gritar que dejara

de hacerle daño, obedeció. Xena deseaba poder decir que se había apartado de

Gabrielle movida por la razón, que la razón había seguido dominándola en medio

del torbellino de emociones. Pero no era así. La razón la había abandonado. Fue

únicamente la ternura de sus sentimientos por Gabrielle lo que impidió que

ocurriera lo imperdonable.

Xena mantenía la mirada fija en el cuerpo inmóvil de Gabrielle. Se preguntó

cuánto más podría soportar Gabrielle. Tenía que haber un límite a la capacidad

de Gabrielle para confiar, para perdonar, para amar.

Xena vio que los ojos de Gabrielle se agitaban. Se puso al lado de la cama y le

cogió la mano. Un quejido grave se escapó de la garganta de Gabrielle. Xena

esperó a que la mujer herida completara el frágil viaje de regreso al mundo que

compartían.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

251

Gabrielle oyó a Xena susurrar su nombre. Quería ver a su amante más que huir

de su dolor de cabeza. Abrió los ojos. Poco a poco, enfocó la imagen del rostro

preocupado de Xena.

—Xena.

—Aquí estoy. Estás a salvo.

Gabrielle recuperó la memoria, y con ella un principio de pánico.

—Inis.

Xena colocó una mano tranquilizadora en el hombro de Gabrielle.

—No te preocupes.

Gabrielle protestó:

—Ha sido Inis.

—Lo sé —la tranquilizó Xena—. ¿Por qué te atacó?

La verdad era sencilla.

—No podía amarlo.

—¿Qué ocurrió?

—Inis se enfureció cuando lo rechacé. Me pegó. Xena, intenté luchar con él...

—Sé que lo hiciste.

—Me golpeé la cabeza. No sé qué ocurrió después...

Xena vio la sombra que se apoderaba del rostro de Gabrielle. Adivinó el temor de

Gabrielle.

—Dijo que no te tomó.

—No lo sé —dijo Gabrielle, más para sí misma que para Xena.

—Te vas a poner bien.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—No debería haber ido con él. Pensé que nos sería más fácil hablar lejos de

palacio. Perdóname.

Xena se mostró tajante:

—No has hecho nada malo.

—¿Dónde está Inis?

—No ha sobrevivido a la justicia de tus hermanos.

Gabrielle apartó la cabeza.

—Sigues siendo miembro de la Guardia Real. Te quieren y jamás permitirán que

nadie te haga daño y sobreviva. Es una cuestión de honor.

Gabrielle volvió a mirar a Xena.

—¿Es que la muerte siempre tiene que seguir a una falta de honor?

Xena se mostró inflexible:

—No hay vida sin honor.

Gabrielle fue trasladada a los aposentos de la Conquistadora en cuanto recuperó

el conocimiento. Su conmoción no era tan grave como había temido Dalius al

principio. A los dos días del ataque, Gabrielle ya podía caminar por el palacio a

ratitos hasta que el cansancio la obligaba a volver a la cama.

Xena había esperado impaciente este momento. La conferencia había terminado

y acababa de despedir a los últimos dirigentes invitados. Xena entró en su

dormitorio. Gabrielle estaba dormida. Xena se quitó las botas, la espada y el

chakram y se metió en la cama. Como necesitaba sentir a Gabrielle cerca de ella,

pegó su cuerpo a la joven.

Gabrielle se despertó.

—¿Xena?

Xena susurró:

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Vuelve a dormirte.

—¿Se han ido?

—Todos. Targon y Jared tienen órdenes de no molestarnos.

—¿Cuánto tiempo?

—Hasta que yo diga lo contrario.

Gabrielle se puso boca arriba para ver mejor a su amante.

—¿Eres toda mía?

Xena sonrió al tiempo que apartaba un mechoncito de pelo de la frente de

Gabrielle.

—Toda tuya.

—¿Qué voy a hacer contigo?

—¿Qué te apetece?

—¿Sigue lloviendo?

—Sí. —Xena miró hacia la ventana—. Creo que va a llover toda la mañana.

—Pues nos quedaremos dentro.

—Buena decisión.

—¿Y si digo que nos quedemos en la cama hasta la comida de mediodía?

—Estaré encantada de hacerte compañía.

—¿Cómo me vas a hacer compañía? —murmuró Gabrielle con una sonrisa

humorística.

Xena se inclinó y besó a Gabrielle con ternura.

—Te haré compañía como tú quieras.

Gabrielle alzó la mano y acarició la mejilla de Xena.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Xena.

Xena se apoyó en la mano de Gabrielle.

—Sí, Gabrielle.

—¿Me abrazas?

Xena cogió la mano de Gabrielle y la guió.

—Ven aquí.

Xena se colocó boca arriba. Gabrielle se dejó guiar hasta quedar apoyada en el

hombro de Xena. Se quedaron un rato en silencio.

Xena rompió el silencio.

—Anoche tuviste una pesadilla.

Gabrielle no dijo nada.

Xena la animó:

—Puedes contármelo.

Gabrielle dijo con tono apagado:

—Inis.

—Lamento no haber estado en el río para detenerlo.

—Confiaste en mí y respetaste mis deseos.

—Preferiría no tener que elegir entre mi confianza y tu bienestar.

—He cometido otro error que tenemos que superar.

—Ya está en el pasado.

—Gracias. —Gabrielle se incorporó un poco.

Xena alzó la mano y enredó los dedos en el pelo de Gabrielle.

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—Me maravilla tu capacidad para perdonar. Eres mucho mejor persona de lo que

yo podría aspirar a ser nunca.

—Yo te he visto perdonar a otros.

—Sólo a los que no cuentan.

—Te he hecho daño.

—Me has dicho la verdad. Lo que no tolero es a las personas que hieren mi honor

o mi cuerpo.

—¿Esos son tus límites?

—Sí. Gabrielle, puedes pedirme clemencia, pero recuérdalo, una vez cruzado ese

límite, no habrá nada que discutir.

—Lo sé. Me acuerdo de Talas.

—Traicionó a Grecia.

—Era joven y cometió un error.

—Todos debemos vivir con las consecuencias de nuestros errores. Soy la primera

en reconocer que las Parcas no se muestran amables con los jóvenes.

—Pero Xena, ¿y los errores que cometiste tú durante tu marcha hasta Corinto?

Si todo el mundo sintiera lo mismo que tú, no serías la soberana de Grecia.

—Si todo el mundo sintiera lo mismo que tú, Gabrielle, la gente me querría. En

cambio, me consideran el menor de muchos males que ambicionan la corona.

—¿No estás de acuerdo con que un mundo donde hubiera más perdón sería un

mundo mejor?

—Sí, pero eso no cambia mi punto de vista. Me temo que estoy abocada a

decepcionarte una y otra vez.

—No estamos de acuerdo.

—No voy a fingir otra cosa.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Entonces rezaré para no mancillar nunca tu honor ni dañar tu cuerpo.

Cualquiera de las dos cosas me costaría la vida.

Xena se quedó atónita por el comentario de Gabrielle. Protestó:

—Gabrielle...

—Sólo repito tus palabras.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque, por mucho que digas que somos iguales, tú sigues siendo la soberana

de Grecia y yo sigo siendo tu súbdita.

—¿Qué quieres que haga?

—Antes de juzgar a alguien, recuerda cómo era ser una joven campesina criada

en Anfípolis.

—¿Y qué obtendré al recordar eso?

—Compasión.

—¿No me consideras compasiva?

—Sí. Pero me gustaría que ofrecieras tu compasión a otros con la misma

generosidad que lo has hecho conmigo.

Gabrielle estaba sentada ante la más grande de las mesas de la cocina, bebiendo

una taza de té mientras Makia estaba junto al fuego sazonando un cordero

ensartado en un espetón.

—Gabrielle, ¿cuánto tiempo te vas a quedar ahí mordiéndote el labio?

—Estoy pensando.

—Llevas dos mañanas acudiendo a mi cocina para reprimir lo que te tiene

preocupada. La paciencia de una vieja tiene sus límites.

—Makia, tengo miedo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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La cocinera se limpió las manos en el delantal y se sentó frente a Gabrielle.

—¿De qué, niña?

Gabrielle perdió el valor.

Makia intentó encarrilar la conversación.

—¿Tiene algo que ver con la Conquistadora?

Gabrielle agachó la cabeza al tiempo que le resbalaba una lágrima por la cara.

El miedo de Makia por Gabrielle salió a la superficie.

—¿Te ha hecho daño?

—¡No! —protestó Gabrielle—. Ha sido maravillosa.

La mujer de más edad se calmó.

—Bien. Eso espero. Ya lo has pasado suficientemente mal. ¿Tiene algo que ver

con ese soldado?

Gabrielle asintió.

—Ya no te puede hacer daño.

—Puede que me haya destrozado la vida.

—¿Cómo, Gabrielle?

Gabrielle se mostró imparcial. Habló como si estuviera contando una historia

que no era la suya.

—Inis se enfureció cuando le dije que no iba a volver a verlo. Maldijo a la

Conquistadora. Dijo que estar con ella me mataría poco a poco. Dijo que me

amaba y que si aceptaba volver a estar con él, se encargaría de romper el hechizo

que me había lanzado la Conquistadora. Cuando lo rechacé, me pegó en la cara.

La fuerza del golpe me empujó al río. Me siguió hasta el agua y me agarró. El

agua llegaba hasta las rodillas y costaba moverse en ella. Fue entonces cuando

me desgarró el vestido. Me sujetó por la nuca y me besó con fuerza. Ofrecí

resistencia. Intenté apartarme de él, acercarme más a la orilla. Vino directo hacia

mí y me volvió a pegar. Me caí de lleno al agua. Vino y se plantó por encima de

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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mí. Le rogué que se detuviera. Me levantó tirando de la parte delantera de mi

vestido y luego volvió a empujarme al agua. Fue entonces cuando me golpeé la

cabeza con una piedra del río y perdí el conocimiento. Lo último que recuerdo es

a Inis gritándome que iba a ser suya.

Makia alargó la mano y cogió la de Gabrielle.

—Lo siento muchísimo.

—Creo que me violó.

—¿Por qué crees eso?

—Creo que estoy esperando un hijo.

—Un hijo... —Makia bajó la mirada mientras su mente intentaba asimilar la

noticia—. ¿Se te ha retrasado el ciclo?

—Sí.

—¿La Conquistadora no lo sabe?

—¿Cómo puedo decírselo?

—Debes decírselo.

—Todo esto es culpa mía. No debería haber aceptado ir al río con Inis. Fui una

necia al fiarme de él.

—No puedes culparte a ti misma por lo que te hizo.

—Tengo que marcharme de Corinto.

—¿Para qué?

—Para tener a mi hijo. Para criar a mi hijo.

—Gabrielle, has estudiado con una partera. Hay maneras de poner fin a tu

embarazo. La Conquistadora no tiene por qué saberlo.

—¡No! No voy a matar a mi bebé.

—Pues dile la verdad a la Conquistadora.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Me despreciará.

—Te equivocas. Dale la oportunidad de demostrarte que te equivocas.

—Tengo que encontrar un motivo para irme de la ciudad. Desapareceré.

—La Conquistadora volverá Grecia del revés para buscarte.

—Pues dejaré Grecia.

—¿De verdad crees que se detendrá en Grecia? No puedes hacer esto. ¿Acaso no

ves cuánto le importas? No tienes por qué tener este niño sola.

—No lo entiendes. Ella no... —Gabrielle se detuvo. No fue capaz de terminar su

confesión.

Makia no entendía nada.

—¿Ella no qué, Gabrielle?

Gabrielle se levantó.

—No te lo tendría que haber dicho.

—Te suplico que esperes. No tomes una decisión precipitada que lamentarás el

resto de tu vida. Al menos espera hasta que estés segura de lo del bebé.

—Esperaré quince días. Para entonces estaré segura.

Había esteras y almohadones esparcidos ante la chimenea del dormitorio de la

Conquistadora. Las amantes estaban sentadas la una frente a la otra. Habían

compartido una cena tranquila y una conversación agradable. Los ojos de Xena

contemplaban a Gabrielle con ternura. Gabrielle notaba la calidez de la mirada

de Xena. Ansiaba saber qué pensamientos cruzaban por la mente de su amante.

—¿Quieres decírmelo?

—Te amo.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Las palabras brotaron con sencillez, con facilidad. Xena las pronunció como si

declarar su amor fuese algo natural, no extraño, como si lo hubiera hecho

muchas veces en el pasado, cuando en realidad ésta era la primera.

Gabrielle oyó las palabras. Reverberaron dentro de su corazón y por un momento

detuvieron sus latidos.

Xena alargó la mano, cogió la de Gabrielle y la estrechó con delicadeza.

—Gabrielle de Potedaia, ¿quieres ser mi reina?

El hecho de que Xena decidiera hablar de amor, de unión, cuando Gabrielle

estaba esperando para confirmar si estaba embarazada era una jugada cruel de

las Parcas. No podía aceptar el ofrecimiento de Xena. La vergüenza que llevaba

dentro no lo permitía.

Gabrielle apartó la mano de la de Xena.

—Lamento, mi señora, no poder aceptar tu proposición.

—¿Mi señora? —Xena se echó hacia atrás como si la hubiera abofeteado.

Gabrielle esquivó el escrutinio de Xena—. Perdona, Gabrielle. He malinterpretado

tus... intenciones hacia mí.

Gabrielle intentó ofrecer una razón honorable que justificara su negativa, una

que no humillara a ninguna de las dos.

—En nuestro silencio, las dos hemos cambiado.

—¿Silencio?

—No hemos hablado de amor desde que te hirieron cerca de Anfípolis.

Xena lo reconoció:

—No, es cierto. —No entendía nada.

Gabrielle esperó a que surgiera la ira de la Conquistadora. No había ni rastro de

la Conquistadora en el alma de Xena. La mujer que tenía delante brillaba con un

corazón puro y destrozado. Gabrielle aprovechó el momento para proponer una

separación que las salvara a las dos.

—Puede que lo mejor sea que deje el palacio.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—¿Te vas? —Xena sacudió la cabeza como para desviar las palabras de

Gabrielle.

—Sí.

—No lo entiendo.

—Es lo mejor.

—Tú no... No puedo creer que haya estado tan ciega... tan equivocada.

Gabrielle no supo de dónde sacó fuerzas, pero miró a Xena a los ojos y le sostuvo

la mirada con firme determinación.

—Por favor, déjame marchar.

Xena se levantó. Recuperando un mínimo de serenidad, dijo con frialdad y

desapego:

—Le diré a Targon que te entregue un generoso estipendio.

—No pido nada.

—¿No hay nada que te pueda dar?

—Tu perdón.

—La verdad no necesita perdón. Encontraré otra cama hasta que te marches.

Xena fue a la puerta y se detuvo. Dijo, sin mirar atrás:

—¿Te veré antes de que te vayas?

—Si lo deseas.

Xena se volvió para mirar a Gabrielle.

—Sí.

—Te lo prometo.

—Gracias.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Jared entró en los aposentos de la Conquistadora.

—Muchacha, ¿estás aquí?

Gabrielle entró en la habitación desde el balcón.

—¿Es cierto? ¿Te vas de Corinto?

Gabrielle bajó los ojos.

Jared se acercó a ella.

—¿Por qué? —Ante el silencio de Gabrielle, Jared la amenazó—: Destrozaré el

palacio hasta que me des una respuesta.

Gabrielle levantó la vista alarmada.

—No, Jared, por favor, no.

—Pues dímelo. No puedo ayudaros ni a ti ni a Xena si no me lo dices.

Gabrielle le puso la mano en el brazo.

—Haz por ella lo que siempre has hecho. Se su amigo.

—También soy tu amigo.

—No puedes ayudarme. Esta vez no.

—No lo entiendo. ¿Qué te impulsa a dejarla ahora?

—Xena ha dicho que me ama.

Jared se sintió ahora más confuso que antes.

—Créela.

—La creo. Me ha pedido que sea su reina.

—Muchacha...

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

263

—Jared, no puedo ser la reina de Xena.

—¿Es que las últimas lunas no te han demostrado que no tienes nada que temer

de la corte?

—No temo a la corte.

Jared retrocedió un paso. Habló con franqueza:

—¿Qué más hay que te mantiene aparte? Tú la amas. ¡Dime que no!

—Porque la amo, debo marcharme.

—¿Qué clase de amor es éste que te aparta de ella justo cuando te acaba de abrir

su corazón?

—No merezco estar a su lado.

Desquiciado por completo, Jared gritó:

—¡Por qué no, en nombre de Ares!

—Porque el hijo que llevo dentro no es suyo.

Jared se quedó estremecido por la revelación de Gabrielle.

—Por los dioses.

—¿Lo entiendes ahora?

—Temíamos que Inis hubiera mentido —dijo Jared con rabia—. Fui demasiado

amable con ese cabrón.

Gabrielle se sintió agradecida.

—Gracias por no pensar que me entregué a él.

—Debes confiar en Xena y decirle la verdad.

Gabrielle no hizo caso del consejo de Jared.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

264

—Ayúdame a salir de Corinto. En Potedaia no queda nada que me obligue a

volver. Necesito un lugar seguro, un lugar donde necesiten los servicios de una

sanadora.

—¿Estás decidida a marcharte?

—Sí.

—Entonces haré indagaciones y te encontraré un lugar adecuado.

—Gracias.

—No me des las gracias, muchacha. Ahora estoy seguro de que acabaré

condenado al Tártaro.

Xena se instaló en el ala del palacio más alejada de sus aposentos. Pasaron dos

días mientras Gabrielle se preparaba para marcharse. Una bruma cubría el

territorio cuando se alzó el sol, señalando el final de la noche. Xena estaba

sentada en una butaca junto a la chimenea del dormitorio. Tenía los ojos

clavados en las llamas ardientes. Gabrielle entró en la estancia sin ser

anunciada. Llevaba un sencillo vestido de viaje. Como había prometido, venía a

despedirse de Xena.

—Mi señora, estoy preparada para marcharme.

Xena siguió contemplando el fuego.

—Gabrielle. ¿Alguna vez me has mentido?

—No. —Gabrielle se dijo que no había mentira en su silencio.

—Aparte de que Inis estaba en Corinto, ¿alguna vez me has ocultado la verdad?

Gabrielle se sintió atrapada. Su respuesta fue el silencio.

Xena siguió con los ojos fijos en las llamas.

—Dime la verdad ahora. La verdad completa. ¿Por qué te vas de Corinto?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle se acercó hasta situarse delante de Xena. Oyó las palabras de Makia.

Oyó las de Jared. Sintió la exigencia de su propio corazón. Tenía una elección, o

guardar silencio o dar a Xena lo único que ésta le había pedido: la verdad.

—Creo que estoy embarazada.

Xena levantó despacio los ojos.

—¿Inis?

—Sí. No he sangrado en estos quince días como debería haber hecho.

—No te entregaste a él. —Las palabras de Xena eran más una afirmación que

una pregunta.

—No, no lo hice. —Gabrielle necesitaba afirmar su inocencia a la vista de las

consecuencias de su mala decisión.

Xena siguió preguntando con calma:

—¿Estás segura de que estás embarazada? Él juró que no te había tomado.

La calma de Xena alentó la de Gabrielle, por lo que ésta también habló con tono

tranquilo:

—Aún es pronto, ¿pero qué otra explicación puede haber?

—Te hizo mucho daño. El trauma podría haber causado un retraso en tu ciclo.

—Ojalá fuese cierto.

—Gabrielle, ¿por qué el hecho de que puedas estar embarazada te obliga a

dejarme?

—No puedo pedirte que te ocupes de mi hijo y no puedo darlo en adopción.

—¿Y si me ofrezco a aceptar al niño?

—El niño será bastardo.

Xena se echó hacia delante en la butaca.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—No, si me haces el honor de permitirme dar al niño mis derechos de

nacimiento.

Gabrielle alzó un poco la cabeza. Hizo un esfuerzo por comprender lo que le

ofrecía Xena. El ofrecimiento confirmaba lo que habían dicho Makia y Jared.

Aquello iba más allá del concepto que tenía Gabrielle sobre el amor de Xena.

Cayó de rodillas a los pies de Xena.

Xena se dejó caer al suelo y abrazó a Gabrielle.

—No te arrodilles ante mí.

Gabrielle estaba deshecha en lágrimas.

—¿Cómo puedes hacer esto?

Xena levantó la barbilla de Gabrielle con la mano.

—¿Me amas?

—¡Sí! —exclamó Gabrielle de todo corazón.

—Entonces te lo pregunto una vez más. Gabrielle de Potedaia, ¿quieres ser mi

reina?

Al anochecer siguiente, una vez terminados los últimos preparativos para hacer

un viaje a Anfípolis, Xena entró en sus aposentos. Encontró a Gabrielle en el

balcón. Se puso detrás de ella y estrechó a la joven entre sus brazos. Juntas

contemplaron la puesta de sol.

Xena susurró al oído de Gabrielle:

—Hola.

Gabrielle se apoyó en ella cómodamente.

—Hay un pergamino en tu mesa.

Xena echó un vistazo.

—¿Quién lo envía?

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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—Yo.

Sin decir palabra, Xena soltó a Gabrielle delicadamente y cogió el pergamino. Lo

abrió. La primera línea era el título: Mi señora.

Ésta es la historia de una niña que vivía en la aldea de Potedaia. La niña sentía

que aquel no era su sitio. Era una soñadora. De sus sueños surgían historias, que

le gustaba contar a su hermana y a sus pocos amigos.

Su padre era un hombre severo poco dado a las muestras de cariño, rápido a la

hora de castigar y que nunca hablaba de amor. Su madre hacía todo lo que podía

para consolar a la niña, asegurándole que conocería el amor.

Durante la cosecha, la niña se había sentido especialmente triste. Su madre la

encontró tumbada en la cama, sin querer saber nada del mundo. Cogiendo a su

hija entre sus brazos, la mujer le contó la historia de una niña campesina muy

parecida a ella que perdió a su familia a causa de una enfermedad. Un día, un

buen señor se encontró a la niña en el camino de sus posesiones y averiguó su

historia. Se apiadó de ella y dispuso que viviera en sus tierras con una buena

familia. De vez en cuando, el señor visitaba a la niña para asegurarse de que

estaba a salvo y era feliz.

Llegó el día en que el señor decidió contraer matrimonio. Todos los habitantes de

los pueblos cercanos fueron invitados a la celebración. El nombre de su futura

esposa era un secreto. Se rumoreaba que la mujer que se había ganado el amor

del señor no era de su clase. Eso causaba rencor entre los nobles a cuyas hijas el

señor había pasado por alto.

La niña era ahora una hermosa joven. Viajó con su familia adoptiva hasta el

castillo del señor. El día de su boda, el señor acudió a la joven en privado y le

declaró su amor. Cuando habló, ella se dio cuenta de que siempre lo había amado,

pero que nunca se había permitido expresar lo que llevaba en el corazón porque no

tenía esperanza alguna de llegar a ser suya algún día. Aceptó su proposición y se

casaron. Los dos fueron felices. Durante todos los años de su vida en común, la

joven nunca olvidó su pérdida ni la capacidad milagrosa de su corazón para

curarse y volver a amar.

La niña de Potedaia se olvidó de la historia de la huérfana y el señor hasta el día

en que llegó a la ciudad de Corinto como esclava. En Corinto conoció a su ama, y a

partir de aquel día supo que había encontrado a su señora.

Xena cerró el pergamino y se acercó a Gabrielle.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle se volvió hacia ella.

—Desde mis primeros días en Corinto, quise que fueras mi señora. No me

esperaba que me amaras, pero tenía la esperanza de que me mantuvieras a salvo

y me dieras la oportunidad de ser feliz. Como la chica de la historia, acabé

amándote. Con el tiempo acepté que mi vida no iba a ser como la de esa chica.

Jamás tendría tu amor. Pero incluso sin tu amor, sabía que tenía tu aprecio, y

tener tu aprecio me bastaba. Tú eras mi felicidad.

Xena habló con el corazón henchido de emoción:

—Así que, cada vez que me llamabas “mi señora”...

Gabrielle completó la idea:

—Te decía “te amo”, y rezaba para que, a pesar de todo lo que nos separaba,

algún día llegaras a amarme.

—Ese día llegó hace mucho tiempo.

Gabrielle fue hasta Xena. Posó la mano sobre el pecho de Xena.

—Tienes un gran corazón. Espero ser siempre digna de él.

—¿Por qué me das el pergamino ahora? ¿Por qué has esperado?

—Porque necesitaba creer que me amabas.

—¿Y lo crees?

—Creo que me amas más de lo que nunca imaginé posible.

Por la mejilla de Gabrielle resbaló una lágrima. Xena alzó la mano y con el pulgar

detuvo su avance.

—¿Por qué lloras?

—Hoy he empezado a sangrar. No estoy embarazada.

Xena captó una mezcla de tristeza y alivio en los ojos de Gabrielle.

—No sé qué decir.

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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Gabrielle le sonrió dulcemente.

—No hay nada que decir.

—¿Puedo hacer algo por ti? —Xena cogió las manos de Gabrielle.

—Estar conmigo esta noche como sólo tú puedes estar.

—Soy tuya, Gabrielle.

Gabrielle volvió las manos de Xena y depositó un beso en cada palma.

—Gracias, mi señora.

FIN

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Mi Señora de Mayt Traducción: Atalía

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J7yXWP Biblioteca

(Traducciones al Español de J7 y XWP)

https://j7yxwp.wordpress.com

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