mayt - miedo a la luz

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    Miedo a la luz

    MaytDescargo: Xena, la Princesa Guerrera, Gabrielle, Argo y todos los demás personajes que han aparecido en la serie detelevisión Xena, la Princesa Guerrera, así como los nombres, los títulos y el trasfondo son propiedad exclusiva deMCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir sus derechos de autor con este fanfic. Todoslos demás personajes, el argumento del relato y el relato mismo son propiedad exclusiva de la autora. Este relato nose puede vender ni usar para obtener beneficio económico alguno. Sólo se pueden hacer copias de este relato para usoparticular y deben incluir todas las renuncias y avisos de derechos de autor.Historia: Hay una serie de referencias a hechos que ocurrieron en Silencios y Silencios II. He dado por supuesto queel lector conoce esos dos relatos.Comentarios: Siempre se agradecen, tanto los buenos como los no tan buenos.Subtexto: Este relato describe una relación amorosa entre dos mujeres. Si sois menores de 18 años o si para vosotroses ilegal leer este texto, no sigáis [email protected].

    Título original: A Fear of Daylight. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2005

    Gabrielle llegó desde el arroyo, con una toalla alrededor de la cabeza y otra alrededor delcuerpo.

    —Xena, date prisa, no vayas a coger frío.

    —Gabrielle, no todo el mundo necesita el sol en el cuerpo para entrar en calor.

    Gabrielle se volvió para esperar a la guerrera, que iba ataviada con prendas similares.

    —Te quiero.

    Xena llegó hasta ella y cogió la mano de Gabrielle, dándole un ligero beso en la palma.

    —Vamos. Voy a echar un poco más de leña al fuego mientras tú te vistes. —Xena echó a andarvelozmente hacia su campamento.

    —Xena.

    Xena se detuvo y se volvió.

    —Sí.

    —Te quiero muchísimo. —La sonrisa de Gabrielle era radiante. Se quedaron inmóviles a mediadocena de pasos la una de la otra.

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     —No me tientes. No vamos a comer nunca. —Xena se dio la vuelta de nuevo para alejarse.Gabrielle no se lo iba a poner fácil. Volvió a llamar a la guerrera. Xena dirigió de reojo unamirada cómplice a la bardo—. Sí, bardo mía, yo también te quiero. —La reticente guerrerasiguió adelante, guardando este recuerdo junto con todos los demás que le había regalado labardo.

    Satisfecha, Gabrielle se quedó observando la pudorosa retirada de Xena.

    Tumbadas la una al lado de la otra e iluminadas por el fuego, Gabrielle cogió la mano de Xena.Era una mano más grande y callosa que la suya y sin embargo, era capaz de dar consuelo,transmitir pasión y, por el simple hecho de descansar en la suya, prometer un escudo contracualquier tipo de daño.

    —Es posible que algún día quiera recuperar mi mano.

    —Ni hablar.

    —Pero, ¿y si la quiero?

    —Es tuya. Nunca me la quedaría contra tu voluntad.

    Xena se quedó mirando mientras Gabrielle entrelazaba sus manos.

    —Lo siento.

    Gabrielle se volvió hacia Xena.

    —Por Gea, ¿el qué?

    —Todavía me cuesta a veces. Sé que debería decírtelo más a menudo.

    —Me lo demuestras todos los días.

    —No lo digo con palabras. Sé que necesitas las palabras.

    —Te necesito a ti, Xena.

    —Y yo a ti. —Gabrielle observó la expresión pensativa de Xena mientras la guerrera trazabavacilante los rasgos de Gabrielle con los dedos—. Te quiero, bardo mía.

    Gabrielle le dedicó la misma sonrisa radiante de esa tarde. Xena se inclinó hacia delante y seapoderó de los labios de la bardo. El viento se alzó con fuerza, llevando el frío de la noche hastasu lecho. Xena las abrigó a ambas con las mantas.

    —Creo que deberíamos alojarnos en una posada en el próximo pueblo. Ahora mismo nosvendrían muy bien una cama caliente y una chimenea.

    —Yo estoy absolutamente feliz donde estoy.

    —Créeme. Puedo hacerte más feliz.

    Xena estaba sentada en una gran silla de amplio respaldo cerca de la chimenea. Había encendidoel fuego para contrarrestar el frío del principio de la noche. Gabrielle estaba echada, totalmente

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    vestida, dormida en la cama. Había querido cerrar los ojos un momento. Ahora ya habíanpasado más de dos marcas.Xena no se animaba a despertar a la bardo. Todavía había veces en que su compañera ocultaba ala guerrera lo fatigada que estaba. Xena había traído una bandeja de comida para las dos. Habíacomido hacía ya más de media marca. Xena se había puesto la camisa, esperándose unatranquila velada en privado con Gabrielle. En la quietud de la habitación, se resignó a la idea deque esta noche tendría que conformarse con su propia compañía. En realidad, estaba contenta desaber, cosa poco frecuente, que estaba caliente y a salvo, y de poder decir lo mismo deGabrielle. Se volvió para observar de nuevo a la bardo. Xena sabía que era un crimen quetodavía no fuese capaz de expresar su amor más libremente.

    Gabrielle se despertó de golpe, sobresaltada por una imagen que había tenido en sueños. Alargóla mano buscando a Xena, pero sólo encontró vacío. El sonido del fuego chisporroteante atrajosu vista al centro de la habitación. Allí vio a Xena sentada en silencio. Gabrielle respiró hondovarias veces sin hacer ruido para calmarse el corazón desbocado. Concentrándose, intentóidentificar el terror que aún la embargaba. Cogió una manta y se envolvió en ella al levantarse yacercarse a la guerrera.

    Xena oyó el roce de la ropa de cama. Se volvió y vio que Gabrielle se acercaba a ella. La bardo,que seguía conscientemente distante con los últimos vestigios de sueño, ocupó su sitio en brazosde Xena, apoyando la cabeza en su hombro.

    —No creía que te fueras a levantar hasta mañana.

    Gabrielle sólo se movió intentando hacer lo imposible, que era pegarse aún más a su compañera.

    —Oye, ¿tienes hambre? Todavía queda mucho en un plato.

    A Gabrielle le tembló la voz.

    —Abrázame.

    Xena contempló a la mujer que tenía entre sus brazos. Algo no iba bien. Una sensación deinquietud llenaba el cuarto.

    —¿Estás bien?

    Gabrielle asintió. Xena no se quedó convencida. Estuvo una marca entera abrazando a la bardo,intentando darle el consuelo que podía, con la esperanza de que Gabrielle hablara de lo que lahabía llevado a los brazos de Xena. Cuando ella misma se sintió cansada, Xena susurró al oídode Gabrielle. Sin embargo, la bardo todavía no se había vuelto a quedar dormida.

    —Se está haciendo tarde. ¿Qué tal si nos vamos a la cama?

    La voz de Gabrielle sonó apagada y temerosa.

    —No.

    Xena estaba ahora segura de que Morfeo le había dado un susto a Gabrielle. No cabía otraexplicación. La bardo se había mostrado muy contenta con la idea de alojarse en la posada.

    —¿Gabrielle?

    —No me sueltes.

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    y haría una ofrenda de gratitud. Esta noche y durante el resto de su estancia, se aseguraría deque estuvieran cómodas. Era lo único que podía darles a cambio.Gabrielle entró en su habitación. Insegura, ocupó en silencio la gran silla que estaba junto a lachimenea. El fuego estaba encendido. Anhelaba su calor. Tenía el cuerpo entumecido. Elespanto había empezado a superar sus defensas poco a poco. Gabrielle oía a Xena detrás de ella.La guerrera estaba dando vueltas. Se detuvo. Gabrielle adivinó que Xena estaba justo detrás desu silla. Al cabo de dos, tres segundos, Xena se dirigió a la puerta sin más dilación. El bruscoruido cuando la abrió traicionó la rabia contenida de la guerrera al salir de la habitación.

    Xena dejó la taberna y caminó hasta el límite del pueblo. Se aferraba a la promesa que le habíahecho a Gabrielle. Aceptaba su vida y los peligros que entrañaba. Aceptaba que juntascontinuarían ayudando a los que lo necesitaran. Eran compañeras. Lo compartían todo. Xenasabía que sin la promesa habría perdido a Gabrielle. No podía volverse atrás una vez dada supalabra. Pero, igual que en los cielos hay estrellas, Gabrielle siempre sería su responsabilidad.La idea de perderla, de que Gabrielle renunciara a su propia vida para que Xena viviera, erainsoportable. No era la primera vez que Gabrielle tomaba esa decisión y Xena sabía que si lascircunstancias lo volvían a exigir, no sería la última.

    Su ira, y de ira se trataba, pues cruzaba sin problemas la línea de una mera rabia controlable, notenía un blanco definido. Hacia sí misma por haber estado a punto de fallar; hacia los ladrones,que habían perdido su vida miserable tratando de hacerse con unos dinares que no se habíanganado; hacia los dioses por haber creado un mundo inclinado, estaba convencida, más hacia laoscuridad que hacia la luz; hacia Gabrielle, la única persona que no se lo merecía. Xena a vecesdeseaba que la bardo no la quisiera de una forma tan absoluta. Por supuesto, se daba cuenta dela gran ironía que suponía esa idea. Xena sabía muy bien que era gracias a la extraordinarianaturaleza del amor de Gabrielle por lo que la bardo seguía con la guerrera. Ahora había llegadoel momento de darle a la bardo algo a cambio. Había llegado el momento de perdonar aGabrielle por amarla. Xena sacudió la cabeza. Jamás comprendería qué había hecho paramerecer esta carga agridulce.

    El tabernero se acercó a ella cuando llegó a las escaleras de la planta baja de la posada.

    —Xena, ¿quieres comer ahora?

    Xena se quedó desconcertada por el ofrecimiento.

    —Creía que ibas a subir una bandeja.

    —Lo ha hecho mi moza. Pero no contestaron a la puerta. Le pareció mejor no molestaros.

    Xena alzó la mirada hacia su habitación.

    —No, no necesito nada. Pero gracias por el ofrecimiento.

    —¿Y por la mañana? Os puedo ofrecer té, pastelillos, queso y fruta. Tenéis que dejar que osdemuestre mi gratitud.

    —No nos debes nada. Lo hemos hecho encantadas.

    —Por favor, déjame hacer algo.

    Xena puso la mano en el hombro del recio hombre.

    —Aceptaré tu hospitalidad. Pero espera a que baje a buscar la bandeja. A mi amiga no le gustaque la molesten por las mañanas.

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     —Bien. La tendré preparada. Que duermas bien.Impaciente, Xena subió las escaleras de dos en dos. Contrariamente a su esperanza de encontrara Gabrielle dormida, Xena, consternada, reconoció la silueta de Gabrielle en la oscuridad de lahabitación. Estaba sentada en la silla tal y como la había dejado Xena. Gabrielle tenía la vistaclavada en las llamas mortecinas de la chimenea. No se atrevía a alzar los ojos hacia la guerrera.Xena sintió que su rabia volvía a surgir de forma inexplicable. Fue a la mesa que había al ladode la cama y empezó a desnudarse. Gabrielle oía a Xena quitándose la armadura y la túnica decuero. Los siguientes ruidos fueron el roce de la manta de la cama al apartarse y el crujido de lacama al sujetar el peso de Xena.

    —Ven a la cama. —La voz de Xena penetró el silencio. No era ni una petición ni una orden. Lasmanos de Gabrielle aferraban los brazos de la silla, pues la parálisis del miedo se habíareforzado. Cerró los ojos, intentando encontrar un pasadizo que la liberara, encontrar lacapacidad para moverse que la eludía. Los ruidos del fuego la reconfortaban un poco. Se habíaapoyado en el fuego durante la ausencia de Xena. Los ruidos se interponían entre ella y eldesligamiento total. Se había esforzado sin éxito durante esas marcas por definir su miedo, su

    incertidumbre.Xena esperó a que Gabrielle se reuniera con ella. Con su aguda vista clavada en la bardo,mantuvo la vigilia. Su rabia disminuyó al fijarse en Gabrielle. La bardo no se había movido. Suinmovilidad resultaba desconcertante. Costaba ver que respiraba. Inquieta, Xena no pudosoportar quedarse mirando sin hacer nada.

    Gabrielle notó una mano que se posaba sobre la suya.

    —Gabrielle, ven a la cama. —Ése era claramente el deseo de Xena.

    Gabrielle volvió la mirada para encontrarse con la de Xena. La guerrera estaba apoyada sobre

    una rodilla ante ella. Xena sintió un miedo creciente, pues no sabía ni lo que sentía Gabrielle nilo que estaba pensando.

    —Gabrielle, por favor, ven a la cama.

    Gabrielle alargó la mano libre tímidamente hacia la guerrera. Xena se echó hacia delante paraabrazar por completo a Gabrielle.

    —Eh, estoy aquí.

    Gabrielle hundió la cara en el pliegue del cuello de Xena. Sus brazos estrechaban a Xena. Letemblaba el cuerpo. Xena recordó la sensación conocida e inquietante de su primera unión

    íntima. Toda la rabia que le quedaba a la guerrera se transformó en preocupación.

    —Cuéntame.

    Gabrielle, en silencio, la abrazó con más fuerza.

    —Está bien. Hablaremos por la mañana.

    Por segunda vez en otras tantas noches, Xena cogió a la asustada Gabrielle en brazos, la llevó ala cama, la desnudó y la abrazó hasta que las dos se quedaron dormidas.

    La sensación de suaves caricias y besos la despertó. Los labios de Xena respondieron a la bocadulce y hambrienta de Gabrielle. Consciente del acto de seducción de la bardo, Xena levantó las

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    manos y apartó a Gabrielle de ella. Sus ojos observaron los de Gabrielle intentando averiguarqué impulsaba a la bardo esa noche. Pero el color de sus ojos verdes no delataba nada.

    —¿Gabrielle?

    La voz de la bardo era un susurro, casi un grito de tristeza.

    —Xena, hazme el amor. Por favor, Xena, te necesito. Necesito que estés conmigo.

    Xena se incorporó, tumbando a Gabrielle boca arriba. La guerrera acarició el pelo de la bardo.Bajó la mano para acariciar la mejilla de su compañera. La suavidad siempre la sorprendía. Nohabía palabras que pudieran expresar todo lo que llevaba en el corazón. Aunque tenía muchaspreguntas, éste no era el momento. Gabrielle necesitaba que la tocara y ella quería volver aasegurarse de que la bardo era suya. El resto podría esperar hasta la mañana.

    Xena le hizo el amor con ternura. Llevó a Gabrielle hacia delante con cuidado. La respuesta dela bardo, aunque apasionada, seguía teniendo una inseguridad, una fragilidad que convertían a

    Xena aún más en la protectora de Gabrielle. En el momento del orgasmo, Gabrielle llamó aXena y, llorando descontroladamente, volvió el cuerpo de lado y se acurrucó. Xena, conmovidapor la profunda vulnerabilidad de la bardo, pegó su cuerpo al de la bardo y la abrazó mientraslloraba. El temblor, ahora demasiado conocido, había vuelto.

    La mano de Gabrielle buscó a la guerrera. La cama estaba vacía. Su cuerpo reaccionó. Se echó atemblar. Se agarró a las mantas, intentando encontrar calor donde sólo había el frío de unatumba.

    —Buenos días.

    Gabrielle alzó los ojos hacia Xena, que le ofreció una taza de té. Desorientada por un instante,

    Gabrielle se quedó mirando a su compañera.

    —¿Gabrielle? ¿Estás bien?

    Centrando sus ideas, Gabrielle se incorporó, aceptando el té que le daba Xena.

    —Gracias. Estoy bien.

    Xena no estaba muy convencida, pero decidió no ahondar en el tema.

    —El tabernero está muy agradecido por lo de anoche. Nos ha ofrecido habitación y comidagratis durante todo el tiempo que queramos. He pensado que podríamos quedarnos una noche o

    dos más. ¿Qué te parece?

    Gabrielle contempló la habitación. Se había convertido a la vez en una cárcel y un santuariopara ella durante la noche anterior. No sabía si era prudente quedarse con los recuerdos.Tampoco quería desilusionar a la guerrera. Con decisiones de este tipo, siempre optaría porXena.

    —Podemos quedarnos.

    —Se lo diré. Ahora, sobre lo de ayer.

    —Xena, prefiero no hablar de ello.

    —¿Me dices sólo una cosa? ¿Lo sabías? ¿Viste el puñal en tus sueños?

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     —No soy tan buen oráculo. No, para mí fue una sorpresa.

    —¿Estás segura?

    —Sí. ¿Por qué lo preguntas?

    —No sé. Me tenías preocupada.

    Gabrielle bebió su té en silencio. Xena se quedó mirándola un momento antes de coger labandeja del desayuno. Depositó la bandeja en la cama entre las dos. Gabrielle sabía que teníaque comer, pero no tenía hambre. Se llevó un trocito de queso a la boca. Xena posó la mano enla pierna de la bardo, manteniendo la conexión física sin imponerse. El momento era familiarpor la postura, pero a la guerrera le resultaba ajeno.

    —Bueno, ¿qué quieres hacer hoy? —Xena estaba decidida a que Gabrielle pasara un buen día,aunque eso supusiera explorar el mercado. No se esperaba la respuesta de Gabrielle.

    —Quiero ir al templo.

    Xena se quedó fuera mientras Gabrielle, vara en mano, entraba en el templo. Todavía era lobastante temprano para que no hubiera otras personas rezando. Gabrielle se detuvo a pocospasos del altar. Se arrodilló, con la vara por delante. Agachando la cabeza, cerró los ojos. Seconcentró en la respiración, tratando de calmarse y encontrar las palabras.

    —Artemisa, si me oyes, por favor, ayúdame. Tengo mucho miedo.

    La emoción del miedo es elemental. Gabrielle no lograba comprender por qué la ola del miedola había ahogado de tal manera. Gabrielle colocó su vara en posición horizontal con respecto al

    altar. El arma no podía mitigar su indefensión. Se quedó inmóvil durante media marca. Noobtuvo solaz. Cuando le cayó una lágrima del ojo, notó una mano delicada que se la enjugaba.Al abrir los ojos, descubrió que quien había hecho ese gesto era Artemisa.

    —Elegida mía.

    —Artemisa.

    El tono de voz de la diosa era relajante.

    —¿Temes a la muerte?

    —No.

    —Entonces debes de temer a la vida.

    Gabrielle bajó la mirada. No sabía qué decir.

    Artemisa continuó haciendo preguntas.

    —¿Y qué es lo que te puede ofrecer la vida que no puedes tolerar? Has conocido el dolor en tu joven vida. Sabes que tienes la fuerza necesaria para soportarlo y salir adelante.

    Gabrielle pronunció la única palabra que le llenaba el corazón.

    —Xena.

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     —¿Qué ocurre con la guerrera?

    —No soporto la idea de estar sin ella.

    —Ya la has perdido en el pasado.

    —Sí, pero eso fue antes.

    —¿Antes de que os unierais?

    —Sí.

    —Tal vez habría sido mejor que te hubieras mantenido casta como yo misma he elegido hacer.¿Por qué acudes a mí? Afrodita es la diosa del amor.

    —Tengo el amor de Xena. Afrodita ya no puede ayudarme. Soy amazona. Tú eres mi diosa.

    —¿Lo soy? Gabrielle, conozco bien tu voz. La he oído gritar de rabia, dolor y confusión.También he oído su tono compasivo cuando has dado consuelo. Conozco tu canto desafinado dealegría y la cadencia hipnotizadora de tus narraciones. Jamás he oído humildad en presencia delo divino. Me has mostrado el respeto, pero apenas el honor y la deferencia que se muestran antealguien a quien se reverencia. Sometida al silencio de tu herida, no me llamaste ni una sola vez.Eres una mortal muy segura de ti misma.

    —Cuando estaba herida, sabía a qué me enfrentaba. Es lo que no sé lo que me asusta.

    —Dime, elegida mía. ¿Cuándo has sabido algo aparte de que el sol saldrá y se pondrá y que laoscuridad de la noche brillará con la luna y las estrellas?

    Gabrielle se quedó contemplando a la diosa, sin saber cómo responder.

    —Escúchame bien. No busco tus súplicas. La falta de sinceridad sólo conseguiría enfurecerme.Hay quienes, como serpientes, pretenden renovarse despojándose de su piel. Tú no eres así.Aunque me has mostrado aprecio, eso es lo único de lo que me consideras digna. Xena es tudiosa. Ten cuidado, porque no es más que una mortal. Poner tu vida entera en sus manos no tegarantizará nada. Está claro que tienes miedo de lo desconocido. Xena no puede, por mucho quete aferres a ella, ser tu oráculo y tu protectora. Ella es el templo, su cuerpo el altar sobre el quehas elegido sacrificarte. Una vez tomada esa decisión, debes vivir con las consecuencias.

    En la entrada del templo, a Xena le resultaba obvio que Gabrielle estaba en actitud de plegaria.

    Que Gabrielle se había sentido inquieta estaba claro. Que buscara consuelo en los diosesresultaba sorprendente. La indiferencia de Xena hacia la mayoría de los dioses y su despreciopor los restantes eran producto de haber sufrido y observado durante demasiados años losresultados de sus actos. Sólo en raras y desesperadas ocasiones había buscado su intervención.El corazón de Gabrielle era más moderado. A Xena sólo le cabía esperar que pudiera encontrarla respuesta entre estas paredes de mármol. Convencida de que Gabrielle estaba a salvo, laguerrera volvió a los escalones de fuera para esperar.

    Gabrielle tardó media marca más en salir al patio. Puso la mano en el hombro de Xena alsentarse al lado de la guerrera. Xena se volvió hacia la bardo, buscando la luz de sus ojos.Seguía apagada. Gabrielle cogió la cara de Xena entre las manos.

    —Te quiero.

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    Por algún motivo, esas palabras habían perdido su poder para tranquilizar. Xena cogió la manode Gabrielle y la contempló. Luego la cubrió con la suya.

    —Me tienes aquí, lo sabes, ¿verdad?

    Gabrielle sabía que Artemisa tenía razón. Su fe en la vida estaba en manos de la guerrera.

    —Sí. Lo sé.

    Se quedaron en la posada dos noches más. Gabrielle decidió no hacer el papel de bardo. Alcontar con habitación y comida gratuitas, no pensaba que hubiera una razón de peso para correrel riesgo de verse involucrada en una pelea de taberna. Xena no se lo discutió. Le gustaba laidea de tener las noches libres. Xena advirtió que, contrariamente al habitual deseo de Gabriellede relacionarse con otras personas, había estado tomando decisiones que la dejaban a solas conla guerrera. No hubo una visita al mercado. Las comidas las hacían en su habitación. Los díaspasaron rápidamente y la tensión que llevaba la bardo en su interior no parecía disminuir.

    Xena y Gabrielle caminaban la una al lado de la otra y Xena sujetaba las riendas de Argo.Delante de ellas había un grupo de campesinos.

    Gabrielle miró a Xena.

    —¿Qué opinas?

    —No sé. —Xena llamó a un anciano sentado allí cerca—. Eh, ¿qué ocurre?

    El anciano miró a las dos viajeras.

    —Aquí no tienes ninguna batalla que librar, guerrera.

    Xena sintió una antipatía inmediata hacia el hombre. Gabrielle intervino.

    —¿Sucede algo?

    El hombre se ablandó.

    —Se ha perdido una niña, una pequeña de tres veranos. Están organizando una búsqueda.

    Gabrielle se volvió hacia Xena. Ésta miró a su compañera.

    —Vamos a ayudar.

    Llevaban buscando más de una marca. La niña, Cali, y sus padres habían estado viajando paravisitar a unos parientes. Se habían detenido a mediodía para comer. Mientras el padre atendía asu yegua y la madre preparaba la comida, los dos dieron por supuesto que el otro estabapendiente de la niña, cuando en realidad ninguno de los dos sabía dónde se había metido.

    La partida de búsqueda formada por los padres de Cali y otros buenos viajeros caminaba por elbosque formando una línea, separados veinte pasos unos de otros. Gabrielle estaba situada alfinal de la línea por el lado derecho. Xena era la persona más cercana a ella. El sol se colaba através de las copas de los árboles. En otras circunstancias, habría sido una imagen apacible.Gabrielle advirtió que el bosque podía tener la cualidad de un bello refugio o de una ominosaamenaza. A veces sus cualidades quedaban definidas simplemente por el estado de ánimo dequien recorriera su extensión. Incluso de noche, el bosque podía emanar un ambiente

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    reconfortante o una soledad implacable. Ella había conocido ambas cosas. Por lo general, elambiente reconfortante iba ligado a Xena y la soledad a la ausencia de la guerrera.

    Gabrielle oía las diversas voces de hombres y mujeres que llamaban a Cali. La voz de Elia, lamadre de Cali, era muy reconocible. La mujer no podía disimular su miedo. Xena y Gabrielleconocían muy bien el dolor que acompañaba a la pérdida de un hijo. La pérdida de Solan habíaestado a punto de destruirlas a las dos. La pérdida de Esperanza sería para siempre un pesoterrible en el alma de Gabrielle. Los niños, a pesar de lo que había hecho Esperanza, eran paraGabrielle los inocentes, que dependían de lo mejor que pudieran darles los adultos. Pordesgracia, los niños se veían a menudo defraudados, si no por quienes los cuidaban, sí por otrosadultos que debían pero se negaban a preocuparse de igual manera por el bienestar de un niño.Era un aspecto de las amazonas que a Gabrielle le encantaba. Todas las mujeres de la aldeavaloraban a los niños. El amor no estaba condicionado por la sangre.

    Por el rabillo del ojo Gabrielle vio una mancha amarilla. El vestido de la niña era de coloramarillo. Gabrielle se desvió hacia el color. Acurrucada en un pequeño espacio entre dosgrandes peñascos, la niña yacía dormida. Gabrielle avisó a Xena de que había encontrado a la

    niña. Gabrielle se arrodilló al lado de Cali y la despertó suavemente.—Cali, Cali, despierta.

    La niña abrió los ojos y se echó hacia atrás, con los ojos y la boca muy abiertos, pero sin hacerningún ruido.

    —Tranquila. Me llamo Gabrielle y soy amiga de tus padres. Te han estado buscando. Ahoramismo vienen para recogerte.

    Cali levantó la mirada, por encima del hombro de Gabrielle. Ésta oía las voces a medida que lanoticia se iba propagando por la línea. Gabrielle no se atrevía a acercarse más. La desconfianza

    de la niña era palpable. La voz de la madre de Cali llamando a la niña resonó por encima detodos los demás ruidos. Gabrielle no apartó los ojos de la niña. Oyó pasos que avanzabanrápidamente por encima de las ramas caídas y las hojas.

    Cali se relajó y gritó:

    —Mamá. —Luego se levantó y pasó corriendo junto a la bardo. Los ojos de Gabrielle siguieronla trayectoria de la niña directa a los brazos de su madre. La bardo sonrió por dentro mientrasmadre e hija se abrazaban. Xena fue hasta Gabrielle y le ofreció la mano a la bardo. Gabrielle lacogió y se levantó.

    —Xena, hoy hemos hecho algo bueno.

    Xena se volvió hacia la madre y la hija.

    —Sí, sí que lo hemos hecho.

    Como no iba a tardar en anochecer, decidieron acampar junto a un riachuelo cercano. Sentadas junto al fuego, cada una con una taza de té en la mano, se sumieron en un agradable silencio.Xena volvió bruscamente la cabeza hacia un lado. Colocó la mano sobre el muslo de Gabrielle.Dejando su taza, alcanzó la espada.

    —Xena. Gabrielle. Soy Thamen. ¿Puedo acercarme?

    Thamen era el padre de Cali. Xena le dio su permiso.

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    Thamen era un joven guapo. A Xena le gustaba. Al contrario que el viejo del camino, Thamenhabía agradecido su ofrecimiento para ayudar, sin dudar de su sinceridad.

    Llevaba un pequeño fardo en los brazos.

    —Espero no molestaros.

    Gabrielle sonrió y le hizo un gesto con la mano.

    —En absoluto. ¿Quieres sentarte con nosotras?

    —No, gracias. Después de lo de hoy, no quiero estar demasiado lejos de Elia y de Cali. Elia hapensado que a lo mejor os apetecía un poco de pan de frutas. Es muy buena cocinera. —Leentregó el fardo a Xena. Ésta a su vez se lo dio a Gabrielle. La bardo abrió el paño y destapóuna hogaza de pan caliente. Olía delicioso.

    Xena habló primero.

    —Thamen, no era necesario, pero, por favor, dale las gracias a Elia. Dile que es muy buenregalo.

    Thamen sonrió ampliamente.

    —Se lo diré. Xena, Gabrielle, os lo vuelvo a decir, no podemos agradeceros lo suficiente quenos hayáis ayudado a encontrar a Cali. Que los dioses os sonrían a las dos.

    Xena nunca sabía cómo responder a una bendición. Gabrielle llenó el silencio.

    —Cuidaos.

    —Lo mismo os digo. —Thamen se dio la vuelta y las dejó a las dos en su soledad compartida.

    Gabrielle tapó el pan y lo dejó a un lado. Apoyó la cabeza en el hombro de Xena.

    —Los dioses han sonreído hoy a su familia.

    —Oh, yo no diría eso necesariamente —contestó Xena suavemente.

    —¿A qué te refieres?

    —Bueno, ellos lo interpretan como que han recuperado a su hija. Lo que yo me pregunto es por

    qué tuvo que perderse, para empezar. La gente parece olvidar que para superar algo malo, esoquiere decir que lo malo tenía que existir primero. Nadie parece plantearse eso.

    —Es el equilibrio de la vida. El bien y el mal.

    —¿Pero por qué, Gabrielle? ¿Por qué debe haber un Ares? ¿Por qué debe existir la guerra? ¿Porqué Cortese atacó Anfípolis? ¿Por qué te capturaron unos tratantes de esclavos? Yo no voy aacudir a los dioses por nada que valga la pena tener.

    —Creo que eres un poco dura. Creo que es posible que tengamos una deuda con Afrodita.

    —¿Eso crees?

    —Estamos juntas, ¿no?

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     —¿Y le quieres atribuir el mérito a Afrodita? Yo siempre he creído en eso que cuentas de dosalmas que encuentran a su otra mitad. No, el amor con el que juega Afrodita no es nuestra clasede amor.

    El corazón de Gabrielle se sintió arrebatado por las inesperadas palabras de la guerrera.

    —Xena, ¿qué clase de amor es nuestro amor?

    Xena alargó la mano y apartó unos mechones sueltos del pelo de Gabrielle.

    —Es un amor verdadero. Hemos luchado duramente por él. Y como no lo hemos conseguidofácilmente, jamás lo daremos por supuesto. Es parte de cada latido de mi corazón y de cadabocanada de aire que respiro. Eso, Gabrielle, es lo que para mí es nuestro amor.

    Gabrielle siguió los labios de Xena con los dedos.

    —Xena, nunca más vuelvas a poner en duda que me dices que me quieres.Gabrielle se despertó con una apremiante sensación de peligro. Reinaba el carácter ominoso delbosque. El miedo que había conseguido frenar había vuelto a apoderarse de ella. Miró a Xena,que dormía a su lado. Xena no podía resolver su angustia.

    Aunque habían viajado todo el día sin incidentes, Gabrielle no conseguía escapar del miedo.Crecía a la luz del día. Prometía encarnarse al doblar cada recodo, detrás de cada árbol. Cadadesconocido que encontraban en el camino era, ante todo y sobre todo, una posible amenaza.Éste no era el mundo conocido del optimismo típico de Gabrielle.

    Acamparon. Xena notaba el relativo silencio de la bardo. Sospechaba que la sombra que había

    tocado el espíritu de Gabrielle había vuelto.

    Cuando terminaron de comer, Gabrielle se levantó y puso una mano en el hombro de Xena.

    —Volveré dentro de un ratito.

    Xena se volvió y se quedó mirando a Gabrielle mientras ésta se adentraba en el bosque. Tendríaque confiar en la bardo.

    Artemisa se presentó ante Gabrielle.

    —Acudes a mí en la oscuridad de la noche. ¿Por qué te escondes? ¿De dónde sale tu vergüenza?

    Gabrielle buscaba consejo. En cambio, seguía viéndose interrogada.

    —No creo que Xena lo entendiera.

    Artemisa contempló irritada a su reina elegida. Se dio la vuelta y avanzó unos pasos, se detuvoy volvió a mirar a Gabrielle. Para Artemisa estaba claro que la lucha de Gabrielle no habíadisminuido. Su reina seguía de rodillas. Aunque Artemisa apreciaba el gesto, se sentía bastanteincómoda al ver a Gabrielle en esa postura. En Gabrielle, era señal de debilidad, en lugar de loque la diosa prefería, que era la fuerza.

    —A ella no le importan los dioses. ¿Por qué iba a interponerse Xena entre nosotras? Sabe muybien que eres mi reina elegida. Gabrielle, si Xena te ama, no te pedirá que renuncies a ningunaparte de tu alma.

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     Gabrielle habló esa noche por primera vez con un atisbo de seguridad.

    —Ella completa mi alma.

    —Puede que sí, pero nunca será tu alma entera. Debes comprender esto. No dudo de ti. Hasentregado a Ephiny el liderazgo de mi tribu y tienes razón al pensar que es el momento deEphiny como regente. Pero eso no será siempre así. En el pasado, en los momentos denecesidad, tú has dirigido a las amazonas. Escúchame, Gabrielle. Volveré a llamarte comodirigente. El hecho de que compartas tu vida con Xena no me incomoda. No tengo motivos paraser una diosa celosa. Has demostrado tu lealtad y tu fuerza cuando estabas sola. Los dirigentesdeben ser lo bastante fuertes como para aceptar su soledad. Sólo entonces son libres de seguir elcamino adecuado y tomar las decisiones correctas. La guerrera lo sabe mejor que la mayoría.Todavía te tienes que tomar en serio nuestra anterior conversación. Xena no es divina. Nuncapuede, nunca debe ser una diosa para ti. Es ni más ni menos que tu igual. El amor, por fuerteque sea, no puede hacer inmortal a un mortal. Piénsalo. Volveremos a hablar.

    Gabrielle llamó a Artemisa en vano. La diosa se había ido.Gabrielle regresó al campamento. Encontró a Xena, aguja en ristre, reparando los hilosdesgastados de una bolsa de cuero. La guerrera levantó la mirada, saludando el regreso deGabrielle. Aunque había estado preocupada por la ausencia de la bardo, Xena no dijo nada.Gabrielle fue hasta su compañera y la abrazó por detrás, susurrando al oído de Xena:

    —Sabes que te quiero.

    Xena detuvo su labor y se recostó en el abrazo de la bardo.

    —No tengo motivos para dudarlo.

    Al oír esto, Gabrielle empezó a temblar. La sensación se transmitió a Xena. Ésta dejó su trabajoy se volvió para abrazar a Gabrielle. Ésta mantuvo la distancia.

    —Gabrielle, ¿qué pasa?

    Los ojos de Gabrielle examinaron a la guerrera. Se preguntaba si realmente podría vivir sinXena. Respirar, comer, sostener su cuerpo físico, sí. Pero vivir, vivir auténticamente,completamente, entregando el corazón, la mente y el espíritu, eso no lo creía. Artemisa estabaequivocada. Xena no era una diosa para ella, pero Xena y su vida se habían unido y habíanfundido sus corazones para latir al unísono. Según las propias palabras de Xena, Gabrielle seenfrentaba a una rendición. Como Xena, no era una rendición de una compañera a otra. Las

    implicaciones eran mucho mayores. Mientras que Xena había conocido las consecuencias de larendición, Gabrielle se dio cuenta de que ella no. Y seguía sin conocerlas.

    —¿Gabrielle? —Xena apretó suavemente el brazo de Gabrielle. La sensación sacó a la bardo desu ensueño. Gabrielle se echó hacia delante y besó a la guerrera. Cuando su espíritu estabaconfuso, atascado, su cuerpo intervenía, respondiendo a una profunda llamada. Una vez más,ansiaba su unión física y se la exigió a Xena con una pasión embriagadora.

    Hacer el amor con Xena era un puente para Gabrielle. Últimamente, se había convertido en suúnico puente para llegar a la guerrera, un puente que no se apoyaba en las palabras. El lenguajedel tacto, de la respuesta física era su única arma contra el miedo. Se despojaba de la duda, de laprecaución, del control impuesto a sí misma y permitía que la expresión completa del dolor sefundiera con la del placer. Al hacer el amor con Xena, sentía lo que habían perdido y encontradoa la vez en su unión, en su densa historia. Esto lo sabía sólo en los recovecos más profundos de

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    su psique. Se manifestaba en el llanto que acompañaba a su orgasmo final mientras Xena lasostenía entre sus brazos.

    Por mucho que Xena apreciara las proposiciones físicas de Gabrielle, éstas no podíaninstrumentar su serenidad. Xena estaba preocupada por el comportamiento de retirada y avancede Gabrielle. Aunque la guerrera ansiara una explicación, no iba a rechazar a su bardo. Laspropias necesidades de Xena eran grandes y no estaba dispuesta a rechazar el consuelo, el solazmomentáneo de su unión íntima.

    Se quedaron la una en brazos de la otra completamente agotadas. Habían hecho el amor de unaforma dirigida a la satisfacción instintiva y salvaje de la necesidad, del hambre. Los mordiscos,la fuerza de la caricia, la intensidad habían superado el estándar habitual de su pasión. Gabrielleabrió los ojos a la luz del amanecer. Se soltó con cuidado del abrazo de Xena. Sintió unaacometida de energía, de las fuerzas indescriptibles que había en su interior. Se envolvió elcuerpo desnudo con una manta de sobra y se encaminó con sigilo a un lago cercano. Al llegar ala orilla, se zambulló en sus aguas tranquilas y frías. La gelidez puso a prueba a su carne.Emergió rompiendo la superficie, pues sus pulmones exigían tomar aire. Se puso a cruzar el

    lago a nado. Tardó un buen tercio de marca en completarlo. Al llegar a la orilla opuesta, giró elcuerpo y siguió nadando sin interrupción, decidida a regresar al punto donde había empezado.

    Estaba concentrada en cada brazada, en su respiración, confirmando la dirección de vez encuando. Tras otro tercio de marca, llegó a la meta. Insatisfecha, decidió volver a la orillaopuesta. El frío de las aguas no hacía mella en su conciencia. El ruido que hacía al partir el aguase convirtió en una melodía para sus oídos. Mantener el ritmo del ruido confirmaba el ritmoirrefrenable de su cuerpo. Al alcanzar la orilla opuesta por segunda vez, se negó a reconocer laderrota, aunque no sabía contra qué luchaba. Lo único que sabía, lo único que sentía era que estacompetición establecida por ella misma contra sí misma todavía no había concluido de formaaceptable. De modo que continuó.

    Cuando llevaba recorrido un cuarto del lago, Gabrielle sintió un fuerte y doloroso calambre quele atenazaba la pierna izquierda. Se detuvo, se llevó por reflejo ambas manos a la pantorrillatraidora y se hizo un masaje, adoptando una postura casi fetal. La profundidad de las aguas casila sepultó. Tenía que llegar a la orilla más cercana. El masaje sólo le dio un ligero alivio.Enderezó el cuerpo lo mejor que pudo, usando los brazos para mantener la cabeza y loshombros por encima de las aguas que estaban dispuestas a llevarla a la muerte. Concentrándoseen un peñasco como punto más cercano, se puso a nadar para ponerse a salvo.

    Gabrielle suspiró aliviada al notar la tierra bajo la pierna sana. Medio arrastrándose, mediosaltando a la pata coja hasta la orilla, salió del todo del agua. El frío del agua era equivalente alfrío del aire, un frío que no había notado al despertarse. Un temblor físico se apoderó de sucuerpo. Por alguna razón, le consolaba saber que su cuerpo reaccionaba al frío físico. Esto era

    mejor que el temblor sintomático, la pérdida física de control que había estado experimentandocomo consecuencia del miedo.

    Siguió masajeándose la pierna que sufría el calambre al tiempo que sus pulmones reclamabangrandes bocanadas de aire. Se le empezó a calmar el pulso. Contemplando la extensión del lago,supo que Xena estaba descansando al otro lado. Ojalá la distancia que había entre ellas sepudiera salvar con las brazadas de una nadadora.

    ¿Cómo le iba a explicar a Xena lo que había hecho cuando ni ella misma sabía por qué se habíaechado al agua? Había visto a Xena incontables veces, inquieta, alejarse montada en Argo odesaparecer para regresar bañada en sudor. Durante los años que llevaban juntas, Xena habíahecho frente a su tensión, a su nerviosismo, de una forma física. La bardo confiaba en cambioen sus pergaminos. Ésta era una de las pocas ocasiones en que la bardo no había logrado hallaruna respuesta aplicando la pluma al pergamino. ¿Era esto, pues, lo que sentía Xena? ¿Dónde

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    estaba el alivio? Aparte de estar agotada físicamente, Gabrielle no se sentía distinta. Sí, distinta.Derrotada. Miró angustiada al otro lado del lago. Estaba desnuda, tenía frío y era presa de uncalambre, pero tenía que regresar al campamento.

    Ahora el riesgo estaba claro, mientras que antes, al actuar sin pensar, no existía. ¿Y si le dabaotro calambre? ¿Y si se quedaba aquí y Xena se despertaba y descubría que no estaba?Sintiendo que había recuperado fuerza suficiente, se levantó y comprobó el estado de suspiernas. Se metió en el lago, notando el frío penetrante hasta la médula. Cuando el agua lellegaba a los muslos, se zambulló y emprendió el trayecto. Mantuvo una velocidad uniforme. Seconcentró en nadar y respirar, prestando atención adicional a su pierna.

    Gabrielle llegó a la orilla. Se envolvió en la manta. Se sentó en la hierba, apoyando la barbillaen las rodillas, que pegó bien al cuerpo. Su mente empezó a apaciguarse con una calma quellevaba mucho tiempo buscando mientras contemplaba el lago. La calma no tardó en verseinterrumpida por el ruido de alguien que se acercaba por los matorrales. Xena llegó hasta ella.Aunque estaba un poco falta de aliento, en su voz se advertía el enfado.

    —¿Qué Tártaro crees que estabas haciendo?Gabrielle levantó la vista y reconoció en Xena la intensidad de la ira que acompañaba a unaamenaza inimaginable cuando se veía por primera vez.

    —Xena, estoy bien.

    —¿Qué hacías nadando hasta el centro del lago?

    Aliviada al ver que Xena no se había enterado de hasta dónde había llegado mientras nadaba,Gabrielle intentó quitarle importancia a su insensatez.

    —Xena, no es tanta distancia.

    —Con el frío te podría haber dado un calambre y te podrías haber ahogado.

    Xena estaba demasiado cerca de la verdad.

    —No ha ocurrido.

    La irritación de Xena había llegado al límite. Se arrodilló ante Gabrielle.

    —¿Qué te pasa? He intentado ser paciente, pero esto es la última gota.

    Gabrielle trató de consolar a la angustiada guerrera.

    —Xena, he estado nadando. Por favor, no veas en esto más de lo que...

    Xena no pudo evitar interrumpir.

    —¿Has estado nadando?

    Gabrielle necesitaba poner fin al enfrentamiento.

    —Xena, tengo frío.

    Exasperada, Xena se sentó sobre los talones.

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    —Pues vete. Abrígate. El fuego sigue encendido.

    Gabrielle se levantó y regresó al campamento. Se puso la camisa y se metió en su petate. Eltemblor de su cuerpo cedió cuando se quedó dormida.

    Xena se quedó de pie junto a la orilla. Las aguas estaban tranquilas. Una brisa ligera se movíapor entre las ramas. Se sentía como si estuviera en el ojo de un huracán, en la calma de unailusión. Sentía el peligro en lo más hondo de su ser, pero no sabía cuál era su origen ni suintención. Sin ese conocimiento, no podía prepararse para presentar batalla. Lo másdesconcertante era que toda la turbación parecía centrada en Gabrielle. Se preguntó si era asícomo se sentía Gabrielle cuando ella misma se veía atormentada por sus sueños y recuerdos. Labardo había descubierto formas de penetrar en su alma y calmar la guerra emocional en la queella se enzarzaba. Con todo, la raíz del tormento de Xena estaba, claramente, en lo que habíahecho como señora de la guerra. No sabía qué era lo que se había apoderado de Gabrielle, ni porqué ahora.

    Xena regresó al campamento después de serenarse. Encontró a Gabrielle dormida. La guerrera

    tenía miedo. No conseguía hallar un modo de ayudar a la bardo. No había nada que le aseguraraque ella misma no era la causa. Sin embargo, si estaba contribuyendo a ello, no sabía cómopodía haberlo hecho. Xena le había hecho una promesa a Gabrielle. Con independencia de loque ocurriera en sus viajes, apoyaría a la bardo.

    Xena se tumbó al lado de Gabrielle. Con el brazo, tiró de Gabrielle para pegarla a ella. Gabriellese movió y cubrió la mano de Xena con la suya. La guerrera se acercó al oído de la bardo ysusurró:

    —¿Tienes suficiente calor?

    Gabrielle asintió.

    —Ya es hora de que hables conmigo. Da igual lo que me digas, no puede ser peor que tusilencio. Te prometo que escucharé. Te prometo que seguiré contigo cuando todo hayaterminado.

    —¿Cómo lo sabes?

    Xena no se esperaba esa pregunta.

    —Lo sé, Gabrielle. Si no lo supiera, mi vida contigo no tendría sentido.

    —Pero Xena, ¿cómo lo sabes? ¿De dónde sale tu fe?

    Xena se incorporó sobre un codo.

    —Gabrielle, mírame.

    Gabrielle se puso boca arriba. Se encontró con la mirada de Xena. Era intensa, curiosa, tierna.

    Xena habló con cuidado.

    —He depositado mi fe en ti. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. Incluso cuando te dejé, teseguía llevando dentro de mí.

    —Pero no soy perfecta. Te he hecho daño en el pasado. Solan.

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    Xena puso los dedos sobre los labios de Gabrielle para hacerla callar.

    —Sí, por tu fe y tu amor hacia tu hija.

    —Xena. Chin. Te traicioné con Ming T'ien.

    Xena no comprendía por qué Gabrielle estaba empeñada en señalar sus defectos hasta el puntode retroceder años en el pasado para apoyar sus argumentos. Xena tomó aliento para calmarse.

    —Tienes razón. Me has hecho daño, pero no comprendo por qué tienes que hurgar en el pasado.Creía que ya habíamos superado esa época con creces.

    Gabrielle continuó.

    —¿Todavía tienes fe en mí?

    —Sí. Siempre.

    —¿No necesitas nada más?

    —Gabrielle, no entiendo qué es lo que me estás preguntado.

    —Los dioses. ¿No necesitas a los dioses?

    El tono de Xena se hizo ácido.

    —¿Para qué?

    —Para comprender la vida.

    —Gabrielle, tenemos nuestra vida. Vivimos y algún día moriremos e iremos al otro lado.

    —Y a ti te basta con saber eso.

    —Tiene que bastarme. No es que podamos elegir. Sé que nunca podré compensar el daño quehe hecho. Sé que las consecuencias de mi oscuridad me acompañarán siempre, pero tú me hasenseñado que hay mucho más. No necesito a los dioses cuando tú me has enseñado la bondad dela vida.

    Gabrielle volvió la cabeza y dejó de mirar a Xena. La verdad se clavó en la guerrera. Fue unarevelación firme y clara. Alargó la mano hacia la barbilla de Gabrielle, susurrando el nombre de

    la bardo al tiempo que volvía a Gabrielle de nuevo hacia ella.

    —Yo no soy suficiente para ti. Necesitas algo más.

    —Xena, por favor, no.

    Xena insistió sin violencia.

    —Es eso, ¿verdad?

    Gabrielle se incorporó. Xena agarró a la bardo por la cintura, frenando su huida.

    —No huyas de mí.

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    Luchando por liberarse, Gabrielle rogó:

    —Xena, por favor, suéltame.

    Xena la soltó. Gabrielle se puso en pie y avanzó unos pasos. No tenía dónde ir. Se puso a darvueltas de un lado a otro mientras sus emociones iban en aumento. Girándose con vehemencia,próxima al llanto, habló.

    —Por los dioses, Xena, te amo. Te amo con todo mi ser. En estas últimas lunas desde que nosunimos, me he convertido en una sola contigo de un modo que nunca me podría haberimaginado. Pero al mismo tiempo jamás me he sentido tan...

    Xena se mantuvo inmóvil.

    —Gabrielle. ¿Qué? ¿Qué sientes?

    —Xena, tengo miedo. Tengo miedo de la luz del día. Sólo de noche, cuando duermo en tus

    brazos, se me pasa. He rezado a Artemisa para que me ayude, pero lo único que me dice es queconfíe en la vida. Tengo que aceptar todo lo que ocurra. ¿Por qué uno de los dioses no me puedeprometer que todó saldrá bien? Que no te voy a perder. —Gabrielle se dobló vencida por lapena.

    Xena sabía cuál era su lugar. Fue hasta Gabrielle y la cogió entre sus brazos.

    —Estoy aquí. No voy a ir a ninguna parte.

    —Prefiero morir a perderte.

    —Lo sé. Sé que por eso estabas dispuesta a ser el blanco de ese puñal. Gabrielle, escúchame.

    Cuando pensé que habías muerto, aprendí que me habías dado una luz propia y que parahonrarte, para honrar mi amor por ti, tenía que seguir viviendo y hacer lo que creía que túhabrías querido que hiciera, para que que te sintieras orgullosa de mí. Eso se aplica a las dos. Sime ocurriera algo, quiero que sigas adelante, que vivas tu vida, que encuentres la felicidad.

    —Sin ti. No. —Gabrielle pegó a Xena con el puño en el hombro.

    —Sí, si eso es lo que decretan las Parcas.

    Sólo unas lunas antes, Gabrielle estaba muy segura de lo que quería de la vida. Quería a Xena,sabiendo que podían tener un tiempo limitado. Quería viajar, aunque la vida con las amazonashabría sido más segura. Quería vivir aceptando que habría alegrías y penas.

    Hacía tres marcas que el sol se había alzado por encima de horizonte. Sus ojos contemplaron ladistancia que había cruzado a nado. Parecía haber pasado tanto tiempo desde que su cuerpoatravesó la tranquila superficie, desde que obligó a su cuerpo a realizar una tarea por ningunarazón discernible. Sí que se sentía más tranquila. Había dormido muy bien. No le quedaba elregusto de sueños indefinidos. Gabrielle deseó poder confiar en que la calma fuera a continuar.

    De algún modo, había tomado un camino de consecuencias inesperadas. Ante ella había unaserie de preguntas. No tenía respuestas para ninguna de ellas. ¿En qué creía? ¿Qué significaba lavida con y sin Xena? ¿Debería haber diferencia? ¿Podía enfrentarse a la vida habiendo conocidola felicidad y consciente de su desaparición inminente?

    Después de montar el campamento, Gabrielle se alejó. Xena no podía luchar con esto. Intentarloestaría mal. Con todo, quedarse atrás era un tormento. Decidió dar un paseo. Subió a lo alto de

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    un acantilado que dominaba el valle. Luchaba contra su confusión. No quería competir con losdioses por Gabrielle. No podía y lo sabía. Su pena cobró voz en forma de canto. De pie al bordedel precipicio, entonó un lamento suavemente.

    Al contemplar el cielo nocturno, Xena pensó en la luna. En que cada noche iba cambiando,pasando de una iluminación completa y llena a una esfera de oscuridad total. Pero siempreestaba la promesa de que, por su misma naturaleza, el viaje a la oscuridad se invertiría y conpaciencia la luz regresaría, primero en forma de media luna, luego en forma de media lanza,hasta recuperar la totalidad de su luz.

    Xena sentía que estaba perdiendo a Gabrielle. Como las fases de la luna, sentía que Gabrielleestaba siendo consumida por la oscuridad. Sentía que el camino de Gabrielle hacia los diosesindicaba la desesperación de la bardo. Por mucho que Xena lo deseara, no lograba creer que laluz fuera a regresar: su fe era frágil. Tenía poco que la sostuviera.

    Al regresar al campamento, Gabrielle lo encontró vacío. Sabía que no tenía derecho a quejarseante Xena, puesto que ella era la primera que había buscado la soledad. Gabrielle fue a su

    morral y sacó un pergamino en blanco. En las veladas anteriores, había realizado la mismaacción de abrir el pergamino, convencida de que iba a escribir. Aún no había encontrado laspalabras. No había ritual alguno que pudiera liberarlas. Sospechaba que las palabrascontinuarían mostrándose esquivas hasta que ella encontrara el valor. La verdad exige valor. Supluma exigía verdad.

    Un pergamino en blanco había sido muy a menudo un plano de libertad. Su nada era unapromesa de posibilidades infinitas que reflejaban un futuro que imaginaba para Xena y para ella,

     juntas. Un pergamino en blanco se había convertido también en el lugar donde volver a relatarlos acontecimientos de su vida. Tejía una historia, su propia perspectiva. En su estado deconfusión, había perdido la certeza, la confianza y la seguridad necesarias para contar unahistoria.

    Tras haber sufrido las heridas, después de que Xena se hubiera ido y regresado, con la claridadde ver el entramado de su vida como uno formado a la vez de comedia y tragedia, Gabrielle yano encontraba fácil consuelo en las posibilidades infinitas, pues era consciente de queencarnaban a la vez alegría y pena.

    Gabrielle seguía agradeciendo la noche. De noche, en la profunda oscuridad, no había límites.Contempló las llamas de la hoguera, cuya luz dinámica bailaba con un ritmo imprevisible. Laluz del día tenía sus límites. Por ello, su dominio estaba confinado. En la oscuridad, tendríalibertad.

    Ésta no era la oscuridad de Xena, compuesta de malas decisiones, destrucción y terror. Era la

    oscuridad del seno materno. Era el regreso a un mundo donde no hacían falta ojos para ver,donde estaría unida a quien le daba sustento, alimentada, protegida, con la posibilidad de crecera su propio ritmo. En el seno materno, su madre había sido su diosa.

    Estaba pidiendo lo imposible y lo sabía. No había un solo dios ni una congregación de diosesque pudieran o quisieran otorgarle el regreso. Desde el momento del nacimiento hasta elmomento de la muerte, todo es separación, soledad. Unirse a su alma gemela, a Xena, nocambiaba esta verdad.

    Enrolló y ató el pergamino, metiéndolo de nuevo en el morral. Las palabras todavía no eransuyas. El eco que resonaba en su oído interno tenía la tonalidad de Xena, de Artemisa, de sumadre. La voz que necesitaba oír era la suya, singular, visceral, auténtica.

    Xena regresó al campamento. Su humor había empeorado en lugar de mejorar.

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    relámpago les llamó la atención. Sin decir palabra, Xena ofreció el brazo a la bardo. Gabrielle loaceptó y se dejó subir a lomos de Argo detrás de Xena.

    Xena hizo avanzar a la yegua mientras las compañeras buscaban refugio. Pasó una marca. Elcielo estaba ahora ominosamente oscuro, cargado de nubes de tormenta. Xena alzó el brazo,señalando a la izquierda.

    —Allí. Parece una cueva.

    Gabrielle asintió y Argo recibió nuevas instrucciones.

    Había una serie de cuevas. Xena desmontó y luego ayudó a Gabrielle a bajar. Tras una rápidaexploración, la guerrera eligió la cueva más grande para ellas. Instaló a Argo en una cueva máspequeña a pocos pasos de su propio refugio. Xena estaba satisfecha. Habían vencido a lo queestaba convencida de que iba a ser una feroz tormenta. Una vez montado el campamento, Xenase refugió con Argo, empleando más tiempo del necesario en la tarea de cepillar a la yegua. Laguerrera lamentaba haberse enfrentado a la bardo. Esta noche quería hacer mejor las cosas.

    Después de cenar, cada una ocupó un lugar por separado, sumida en sus propios pensamientos.Los deslumbrantes destellos de los rayos y el ruido de los truenos que los acompañabanllamaron la atención de Gabrielle. Dejó la pluma y el pergamino en blanco y fue a la boca de lacueva.

    Siempre se había sentido apabullada por el poder de la tierra. Esta noche la tormenta ilustraba laincierta fuerza destructiva de la vida. Reflejaba su propia naturaleza. Demasiada energíacontrolada, con una necesidad desesperada de liberación, con un potencial para hacer daño quedaba miedo y exigía precaución. Vio que un rayo alcanzaba a un árbol cercano. El impacto fueespectacular. Se echó hacia atrás por instinto cuando una rama grande, la víctima, se partió ycayó hasta quedarse enganchada en las ramas de debajo.

    La imagen le llegó inesperadamente. Estaba en el campo de batalla. Xena luchaba a pocos pasosde ella. Gabrielle oyó el misil que se acercaba. Levantó la mirada, calculando su trayectoria.Sabía que ni Xena ni ella tenían tiempo para ponerse a salvo. Girándose, sus ojos se posaron enla guerrera. La bardo susurró el nombre de Xena como súplica, como plegaria, como despedida.El destello del impacto la cegó al tiempo que su cuerpo salía despedido por el aire.

    Ésta era la primera vez que Gabrielle recordaba conscientemente el momento fatídico de laherida que había sufrido seis meses antes. Ahora se daba cuenta de que era la imagen que lahabía llevado al reino del terror mientras dormía en la posada.

    Llamó a la guerrera.

    —Xena, ahora vuelvo. No estaré lejos. —Se fue antes de que Xena pudiera protestar.

    Gabrielle estaba de pie en una de las cuevas adyacentes más pequeñas. Artemisa estaba sentadafrente a ella.

    —Me doy cuenta de que a la luz del día, la vida puede dar miedo. Los dioses pueden sercaprichosos, pero recuerda, no todo, en realidad poco de lo que ocurre, es resultado de nuestraintervención directa. La mayor parte del tiempo, la vida es simplemente vida. Para vivir debesaprender a aceptar lo que te da la vida y lo que al final acabará quitándote.

    Gabrielle habló en voz baja.

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    —Cada día que estamos juntas, me resulta más difícil. Quiero hundirme dentro de ella, sentirlaenvuelta a mi alrededor. No quiero que me suelte jamás.

    —Antes de que os unierais, le dijiste a Xena que te tomarías cada día como viniera.

    —No lo sabía.

    —¿Qué no sabías?

    —No sabía cuánto más podía haber entre nosotras.

    La advertencia de Artemisa fue al grano.

    —Sepultarte dentro de Xena es una forma de muerte. No te lo recomiendo.

    Gabrielle se quedó callada.

    —Elegida, ¿Xena querría esto para ti? ¿Querría que renunciaras a tu esencia, a todo lo que tehace única? Iría en contra de la razón misma de vuestra unión. Si no te hubieras hecho valer porti misma, si en ocasiones no te hubieras enfrentado a Xena, sin duda su oscuridad habría hechomás daño a los inocentes. Pareces deseosa de renunciar a lo que ella más valora.

    —Se enfadó porque el puñal estuvo a punto de alcanzarme a mí en lugar de a ella.

    —¿Y cómo te has sentido tú, valiente, cuando ella se ha puesto en peligro para salvarte? Larabia de Xena se basa en su amor por ti y, como tú, coloca su mayor miedo lo más lejos quepuede de su origen. Pero, dado que tú eres al mismo tiempo el origen de su mayor miedo y de sumayor amor, ha encontrado la fuerza para soportar las exigencias de vuestro vínculo.

    Gabrielle regresó a la cueva más grande. Se quedó de pie en la entrada, observando yescuchando la amenaza de una tormenta que aún no había estallado. La tormenta no lasorprendía. Había visto cómo hacía acopio de su fuerza mientras una nube oscura tras otra secolocaba en formación que recordaba a los regimientos de soldados preparados para atacar,arrogantemente conscientes de su poder avasallador, sin preocuparse de si su presencia era unaadvertencia para aquellos a quienes se iban a enfrentar y acabar conquistando con su fuerza.Para el viajero, el mero aspecto de la tormenta producía el instinto reflejo de tomarprecauciones, pues no se podía quitar importancia al riesgo de quedar expuesto.

    En propia mente, ella tenía su propia tormenta. En lugar de las nubes oscuras, tenía miedos ypensamientos que habían adquirido su propio impulso, enfrentándose a su resolución. Gabrielledirigió una mirada a Xena y eso hizo que un pensamiento se colara en su conciencia. ¿Se

    quedaría Xena con ella si estallaba como la tormenta, si la belleza que Xena veía en su interiorquedaba sustituida por una oscuridad tan densa que su luz se extinguiría con poca esperanza devolver a prender?

    La luz de Gabrielle frente a la oscuridad de Xena era lo que las equilibraba. ¿Acaso la oscuridadde Xena había empezado a trasvasarse a su interior? Gabrielle sacudió la cabeza, intentando nopensar en eso. Eso sería una acusación. Era demasiado duro. No podía, no quería atribuir a laguerrera la causa de su tempestad interna. No, si acaso, Xena había sido su pilar sustentador.Gabrielle había encontrado su único alivio en el abrazo de Xena.

    Xena se había revelado como un paisaje complejo. Para conocerla, había que observarla tanto dedía como de noche. El sol y la luna iluminaban terrenos diferentes que a menudo se desviabande las expectativas. Sus montañas, sus valles y, uniéndolos, el caudal de un río que llevaba

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    consigo la constancia palpitante de su código. Su luz y su oscuridad: no había certeza deconocer a Xena.

    Por mucho que hubiera escrito sobre la guerrera, nunca había conseguido resolver el enigma.Sólo una palabra definía a Xena, y esa palabra era su nombre: Xena. Era la razón por la que aveces Gabrielle, cuando se quedaba sin imaginación, volvía a las dos sílabas que encarnaban laesencia de la mujer.

    Al principio, Xena no era real para la bardo. Hasta la fecha, para muchos, Xena continuabasiendo una ficción, un mito. Gabrielle sabía que ella era una de las pocas personas quedisfrutaban del privilegio de ver a la mujer despojada del mito. Gabrielle aceptaba que ella solaestaba en el círculo más íntimo de Xena. Ésta, como ella misma, estaba rodeada de una serie decírculos que se iban ampliando. Cada círculo representaba un nivel diverso de intimidad. ParaGabrielle, Xena, Ephiny, sus amigos, su familia, el recuerdo de Pérdicas, todos y cada uno deellos ocupaban su puesto en un círculo distinto. El más cercano al centro estaba reservado parala guerrera. Se preguntó dónde había colocado a los dioses, si los había colocado en algunaparte.

    Otros círculos similares que se iban ampliando también podían señalar el conocimiento cada vezmayor de la vida. Aumentar esa expansión no era necesariamente agradable. Aunque cada unodaba conocimientos, las lecciones eran a menudo complicadas de forma y graves de efecto.

    Este mundo, el mundo en el que ahora habitaba, existía antes de que conociera a Xena, perocomo el mundo estaba fuera del círculo más externo de su experiencia, no había tenidoimportancia real. Soñaba con él, pero sus sueños sólo suponían que la personalidad de estosterritorios idealizados era constante, con independencia de lo que se alejara de su hogar.Gabrielle había sido muy ingenua al creer esto y ahora lo sabía. La realidad había aplastado lafantasía inocente de la jovencita de Potedaia.

    Gabrielle anhelaba revelarse como un pergamino abierto y darle a Xena la oportunidad de ver ala bardo tal y como había llegado a ser. Los acontecimientos habían hecho que Gabrielle secerrara poco a poco a Xena, así como a otros. Volver a abrir sus estancias privadas no era tanfácil como pensaba que sería. A medida que pasaban los días, notaba el peso de su engaño.Sentía que su integridad se diluía en la imagen falsa que perpetuaba. Sentía que proyectaba unafachada, una gemela visual definida, una gemela que sabía mucho menos del mundo, unagemela que aún poseía una inocencia que hacía tiempo que había sido sustituida dentro de su yoauténtico por la consciencia y la cruda comprensión, una gemela que había muertogradualmente de una forma que ni Xena ni ella habían reconocido ni lamentado.

    Los ojos de Xena se habían posado en Gabrielle. Ansiaba acercarse a ella, pero no sabía cómohacerlo. La luz de la tormenta iba y venía. Cada estallido destacaba la silueta de Gabrielle. Xena

    salió bruscamente de su ensueño por el ruido del aguacero cuando por fin empezó a caer.

    Gabrielle notó que Xena estaba detrás de ella. La bardo palpó hacia atrás y encontró el brazo deXena. Se apoderó de él y tiró para que le rodeara la cintura. Xena rodeó libremente a sucompañera con su otro brazo. Gabrielle sabía que su miedo la estaba distanciando de la personamisma con quien quería estar. Se quedaron allí de pie durante media marca, dejando que lacercanía física empezara a curar sus heridas. Gabrielle siempre sentía una intimidad mayor porla noche. Esto había sido así desde el principio. Su unión había aumentado el efecto.

    —Xena, sobre lo de irme a nadar, no quería asustarte.

    Xena la estrechó con más fuerza.

    —Lo sé.

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    Llevándose la mano de Xena a los labios y depositando un beso en su palma, Gabrielle siguióintentando disminuir la distancia que había entre ellas.

    —No sé, pero creo que me he hecho una idea de lo que sientes tú a veces cuando necesitasescapar.

    Xena no sabía a qué se refería Gabrielle.

    —¿Qué quieres decir?

    Gabrielle se volvió de cara a la guerrera.

    —Cuando te vas a montar con Argo o cuando te pones a entrenar con la espada. Me sentía comosi me fuera a salir de mi propia piel si no hacía algo para liberar la energía. Fui al lago y mepuse a nadar. Una vez empecé, no quería parar. Me olvidé de todo. Sólo existían mi cuerpo y elagua y la necesidad de seguir avanzando. ¿Lo comprendes?

    Xena contempló a la bardo. Lo comprendía demasiado bien.—No es propio de ti.

    La voz de Gabrielle se puso áspera por la irritación.

    —Era, soy yo. Ahora sí.

    Xena miró a la bardo a los ojos. Observó la emoción implacable que estaba tan cerca de lasuperficie.

    —¿Por qué, Gabrielle? ¿Qué ha pasado?

    El ruido de los truenos las distrajo. Gabrielle contempló la oscuridad. Su tono se suavizó.

    —Llevo una tormenta dentro de mí. A lo mejor sólo tengo que dejar que siga su curso.

    Xena no estaba tan segura.

    —No sé, Gabrielle. Es posible que vuelva una y otra vez.

    Gabrielle comentó:

    —No lo sé. A lo mejor si comprendiera qué es lo que causa una tormenta aquí fuera, podría

    comprender por qué tengo una tormenta aquí dentro. —Se señaló el corazón con la mano.

    Xena mostró su desacuerdo con delicadeza.

    —No hay comparación.

    —¿Tan distintas somos de los dioses?

    —¿Los dioses? —Xena volvió a quedarse desconcertada por la referencia a los dioses—.Gabrielle, sí, eres muy distinta. Lo que motiva a los dioses no es algo que debas imitar.

    —Artemisa ha dicho que la mayor parte de lo que ocurre en la vida no tiene nada que ver conlos dioses.

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    Gabrielle decidió adelantarse a la guerrera.

    —Estoy seca. Voy a pedir algo de beber. ¿Por qué no te ocupas tú de nuestra habitación? —Dicho lo cual, la bardo fue al mostrador de la taberna, dejando que Xena se las arreglará con elposadero. Demasiado cansada para decir nada, Xena se quedó mirando a Gabrielle cuando éstase apartó de su lado.

    La taberna estaba bastante atestada. Con una jarra de sidra en la mano, Gabrielle buscó un sitiodonde sentarse. Había varias sillas vacías en una mesa ocupada en ese momento por unaanciana. Parecía un lugar seguro.

    —¿Puedo sentarme aquí?

    La mujer alzó la vista y miró a la bardo. Sus ojos eran oscuros como la noche. Al mirarla a losojos, Gabrielle intuyó una calma que ella sólo podía envidiar. Se preguntó si ese estado llegabacon la edad.

    La mujer habló con una voz suave en la que había una calidez poco común.—¿Cómo te llamas, hija?

    —Gabrielle.

    —Gabrielle. —La mujer dijo su nombre como si estuviera explorando sus secretos—. Pues muybien. Hace buen día, ¿verdad, Gabrielle?

    La mujer le daba a la bardo una sensación de incertidumbre. Y sin embargo, también sentía unafuerte atracción.

    —Si te gustan las tormentas.

    —Sólo son una forma de recordarnos a los mortales que debemos respetar las fuerzas de lanaturaleza. No nos conviene olvidar lo pequeños que somos en realidad. Demasiados seenorgullecen de su propia importancia, ¿no crees?

    Sin darse cuenta, Gabrielle sonrió. La mujer continuó.

    —Oh, qué mala anfitriona soy. Por favor, siéntate. Acompáñame.

    Gabrielle se sentó justo enfrente de la mujer. Se sentía envalentonada.

    —¿Cómo te llamas?

    La anciana meneó la cabeza.

    —No tengo nombre, que yo recuerde. Ellos —hizo un gesto con uno de sus frágiles brazos,señalando a los clientes—, me llaman Sabia.

    —¿Sabia? ¿Ésta es tu posada?

    La mujer se echó a reír.

    —No, pero Tanger, el dueño, dice que me comporto como si lo fuera. Sólo soy una pobre vieja.Me gano los dinares ayudando a los demás.

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    —¿Eres sanadora?

    —Sólo con palabras, querida. Una anciana como yo ha visto muchas cosas. La sabiduría es lacapacidad de ver y recordar para cuando se vuelve a ver algo, poder...

    —Hola.

    Las dos levantaron la mirada y vieron a Xena de pie ante ellas.

    Gabrielle fue la primera en hablar.

    —Xena. —Luego se volvió hacia Sabia—. Sabia, ésta es Xena. Xena, Sabia.

    Sabia miró a la guerrera de la cabeza a los pies.

    —Vaya, eres una guerrera de aspecto formidable. Lo que dicen sobre las cosas que sabes hacerhasta podría ser cierto.

    Xena enarcó una ceja y volcó su atención en Gabrielle.

    —He conseguido una habitación para esta noche. El posadero ha dicho que puedes contar tushistorias.

    Gabrielle no pudo evitar preguntar:

    —¿Ha hecho falta convencerlo?

    Xena sonrió.

    —En absoluto.

    Sabia intervino:

    —Tanger es un buen empresario. Conoce el valor de un bardo. Es decir, si entretienes y nomandas a sus clientes a los brazos de Morfeo.

    Xena contestó a la anciana:

    —Gabrielle es la mejor.

    Sabia miró bien a la bardo.

    —A lo largo de mi vida los he oído a todos. Hace falta algo más que palabras para contar unahistoria. Hace falta corazón para hacerlo bien. Los mejores te dan el alma.

    Gabrielle susurró:

    —¿El alma?

    Sabia continuó:

    —Sí. Es una rara forma de generosidad ser capaz de desnudarse de esa manera ante una pandade desconocidos. Hace falta más que un don de Atenea. Dime, Gabrielle, ¿tú eres así de buena?

    —No lo sé —fue la sincera respuesta de Gabrielle.

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    —Bueno, algún día puede que encuentres tu camino.

    Xena estaba harta de la conversación.

    —¿Y quién dice que no lo ha encontrado ya?

    Sabia se dio cuenta de que el tono cortante de Xena avisaba de que ella, como receptora delcomentario de la guerrera, haría bien en tener mucho tacto o de lo contrario, tanto si era ancianacomo si no, acabaría arrojada sin miramientos al fresco nocturno.

    —Guerrera, no te ofendas. Si tu amiga diera el alma, ella misma lo sabría. No es más que unarara forma de sinceridad.

    Sabia no había subido puntos con ese comentario.

    —No conozco a nadie más sincero que Gabrielle.

    La bardo tuvo que intervenir.—Xena, tranquila.

    Xena volvió a fijarse en Gabrielle.

    —¿Estás lista para subir a nuestra habitación?

    Gabrielle dudó. Quería continuar su conversación con Sabia. La anciana miró a Gabrielle a losojos. Con una sonrisa, alargó la mano y dio unas palmaditas en la de la bardo.

    —Esta noche estaré aquí para oír tus historias.

    En lugar de sentirse reconfortada, Gabrielle sintió que su miedo aumentaba. Acababa defirmarse un compromiso. Esta noche actuaría.

    Tras cerrar la puerta de su habitación, Xena ya no pudo contenerse más.

    —No me gusta.

    Gabrielle no estaba de acuerdo.

    —Tiene algo especial.

    —Se ha puesto a criticarte sin haberte oído jamás.

    —No, no me criticaba. Con alguien así, las alabanzas serían muy importantes.

    —¿Cómo puedes decir eso? No es más que una desconocida.

    —Xena, aunque tengas razón, ¿qué mal ha hecho?

    —Tal y como has estado, no tienes por qué oír cosas así.

    La expresión de Gabrielle se quedó impasible. Aunque el tono de Xena no era crítico, suspalabras causaron frío a Gabrielle. No quería oír referencia alguna a su recientecomportamiento. Xena notó el silencio. No era buena señal. La guerrera decidió intentar salvarla distancia que sentía que se estaba abriendo entre ellas.

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    —Voy a lavarme. ¿Vienes conmigo?

    Gabrielle quería estar sola.

    —Ve sin mí.

    Xena supo que había fracasado en el intento. Una retirada elegante podría ser la táctica másadecuada.

    —No tardaré. —Xena cogió una muda de ropa y salió de la habitación rumbo al baño comunalque había bajado por el pasillo.

    Bajaron juntas las escaleras. Xena tenía la clara sensación de que Gabrielle se había retrasado apropósito. Como en el caso de todo lo demás que no era propio de ella, Xena carecía de unaexplicación del por qué. A la vez, se detuvieron al entrar en la sala principal de la taberna.Como tenían por costumbre, se separarían y Gabrielle iría hacia la parte de delante y Xena haciael fondo.

    La guerrera se sintió irritada al ver que la sala estaba atestada de clientes. El asiento perfectoestaba en la mesa donde Sabia reinaba sola. Xena siempre podría quedarse de pie, pero la nocheprometía ser larga. Optó por la comodidad. Si Sabia se ponía insoportable, siempre podíapresentar sus excusas. Xena también pensaba que debía aprovechar para conocer a esta ancianaque había encandilado a Gabrielle con tan pocas palabras.

    De pie ante Sabia, Xena afirmó lo evidente:

    —Está lleno.

    Sabia había seguido los movimientos de Gabrielle y Xena con interés. Antes de separarse, Xena

    había cogido a Gabrielle de la mano. Fue un gesto disimulado. La anciana estaba segura de queestaba cargado de significado. Gabrielle se limitó a volver la mirada para encontrarse con losojos de la guerrera. Cada movimiento que hacían tenía la familiaridad de lo ritual y definía suunión, pues Sabia estaba segura de que la suya era una relación íntima, transmitiendo una notade cariño y, en resumen, un último momento privado en un lugar público antes de separarse.Todo terminado, todo necesario aunque la distancia que las separara fuera tan sólo la que habíaentre ambos extremos de la sala. Cada una a su papel, Gabrielle al de bardo, Xena al deprotectora.

    —La reputación de Gabrielle la precede. Ya os dije que Tanger es un buen empresario.

    —Y yo te he dicho que esa reputación es bien merecida. —Xena señaló la silla vacía.

    Sabia sonrió por dentro. Xena ni siquiera estaba dispuesta a hacer la petición verbal parasentarse con ella.

    —Sí, por supuesto. Siempre eres bien recibida en mi mesa, Xena.

    Xena se sentó y sopesó los puntos fuertes y débiles de la posición así obtenida. Serviría.

    Sabia se echó hacia delante.

    —Dime. ¿Alguna vez te cansas de sus historias? Debes de oírlas continuamente. Tal vez no. Mehan dicho que sus historias sobre ti son las mejores que tiene y debe de ser muy halagador oír tunombre pronunciado con intención heroica por una buena bardo.

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    Xena guardó silencio mientras deliberaba. No conseguía detectar si la anciana hablaba concandidez o con malicia. Aparentemente no había nada malo en lo que decía Sabia. Con todo, laguerrera percibía un engaño. Xena estaba segura de que Sabia sabía más de ella y Gabrielle delo que el breve encuentro o los cotilleos del pueblo podrían haberle dicho. Xena habló por fin.

    —Prefiero que Gabrielle no me incluya en sus historias.

    Cuando Sabia estaba a punto de responder, la voz de Gabrielle se elevó por la sala y todas lasconversaciones cesaron.

    Gabrielle vio que Sabia estaba sentada al lado de Xena. No sabía cómo, pero estaba segura deque Sabia podría detectar cualquier falta de autenticidad en sus historias. Gabrielle se sentíapuesta a prueba, juzgada. Tenía planeada su estrategia. No hablaría de Xena. Xena era su puntovulnerable. Su repertorio incluía historias suficientes de Hércules, Ulises y otros héroes comopara ocupar las marcas hasta el amanecer. Compartiría su corazón, pero no su alma con estosdesconocidos. Sabia detectaría la diferencia, pero, por razones que Gabrielle no comprendía,estaba segura de que Sabia sería discreta con sus comentarios.

    Gabrielle no tardó en ganarse la atención de los clientes. A los que iban llegando los hacíancallar rápidamente. Gabrielle dejaba pasar un tiempo prudencial entre historia e historia paraque se pudieran servir bebidas y comida. Tanger tenía que obtener beneficios. Así también supúblico tenía la oportunidad de demostrar su aprecio y conseguir otra historia depositandoalgunas monedas en su bolsa.

    Se sentó en una banqueta y contempló la sala durante un descanso. ¿Cuántas noches habíapasado haciendo vivir viajes y aventuras a otras personas? Les daba la emoción del combate sintener que jugarse su propia seguridad. Les daba aventuras, prometiéndoles el éxito al final deuna misión. Les daba un mundo de caos que volvía al orden, un mundo de tiranía donde al finalprevalecía la justicia. Les daba pérdida y desesperación, que siempre acababan con el triunfo

    definitivo del amor y la esperanza.

    En este momento y lugar, hacía de dios. Creaba un mundo, dictaba una realidad. Tenía el poderde meterse dentro de su público y provocar emociones, del valor al miedo, de la risa a la pena.Al final de la noche, el mundo que dibujaba, aunque era difícil, resultaba ser justo y bueno. Losque se unían a ella en el viaje, a menudo llegaban al final agotados emocionalmente, perosatisfechos.

    Gabrielle trabajaba mucho para dar forma a sus historias, eligiendo las palabras adecuadas,calculando el impacto de las pausas, el cambio de sus propias expresiones, todo ello pensadopara transmitir un significado con mucha intención. Como había comentado Artemisa, su vozera un instrumento. Cuando perdió la voz, fue mucho más que la pérdida de un don. Fue la

    pérdida de su poder, un poder que se revelaba no sólo cuando estaba actuando sino también ensu vida diaria. Así era el poder de su voz.

    Por los dioses, cayó en la cuenta de que intentaba darles lo que ella misma anhelaba, una buenavida, un buen mundo. ¿Por qué nunca se lo había planteado hasta ahora? También ella podríapasarse la vida en las tabernas escuchando a los bardos, dejándose transportar a un mundo defantasía, con la tranquilidad de que todo estaba bien. Pero como bardo, sabía que lo que ella yotros bardos ofrecían era una ilusión y que lo que ella anhelaba tenía que ser real. Vivir en unailusión era renunciar a su vida. Estaría viviendo en un sueño creado y coloreado por otrapersona. Sería verdaderamente una vida carente de autenticidad.

    Por auténtica que fuera al contarlas, las decisiones que tomaba con respecto a las historias queiba a tejer tenían la intención de entretener. Y para entretener tenía que haber finales felices.Incluso cuando añadía cierto toque trágico, eso daba lecciones sobre el mérito y el propósito.

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    Tomaba todo lo que ofrecía la vida y lo retocaba para darle importancia. Había muchas historiasque decidía no contar. Historias que partirían corazones y no ofrecerían promesa alguna decuración, historias carentes de razón o moraleja, historias que le habían dado forma a ella. ¿Eragenerosidad o egoísmo, este deseo de no romper el hechizo?

    Algunas historias eran demasiado íntimas. Miró a Xena. Había historias que no podía contar porlo que dirían de Xena. Nunca habían hablado del contenido de las historias de la PrincesaGuerrera contadas por Gabrielle. Simplemente había un entendimiento, una comprensión de queaunque Gabrielle era libre de tejer un relato de aventuras, había una historia de la PrincesaGuerrera antes y después de que se conocieran que quedaría sin contar.

    Mientras seguía observando a Sabia y a Xena, cayó en la cuenta de otra cosa. Las historias quellegaron después de conocerse también eran de ella. Silenciar esas historias no sólo afectaba aXena, afectaba también a Gabrielle. Ésta no podía compartir sus historias más personales anteun público, esas historias del alma, como diría Sabia, porque aunque estuviera dispuesta ahacerlo, no había ni una sola que no tuviera que ver también con Xena. Las historias existían,pero eran parte de su colección privada de pergaminos, todos a buen recaudo con las amazonas.

    Ninguno para compartir.¿Bastaba con escribir lo que nadie leería? ¿Presentarse ante el público y compartir su corazón,pero no su alma? ¿Era ésta la bardo, la mujer que quería ser? ¿Era cómplice de su propiaeliminación? ¿Y si decidía contar una historia que sabía que a Xena le dolería oír? ¿Y si lohacía?

    La velada estaba terminando. Gabrielle empezó a avanzar por entre el agradecido gentío quequedaba hacia la mesa de Xena y Sabia.

    Sabia se volvió hacia la guerrera. En sus palabras se advertía un tono subyacente poco sincero.

    —Bueno, Xena, esta noche has conseguido tu deseo. Ni un solo relato sobre tus aventuras. Deboconfesar que me siento decepcionada. Me apetecía mucho oír cosas sobre la Princesa Guerrera.

    Xena miró a la anciana con creciente desconfianza. Maldita mujer. Xena había advertido laausencia. No recordaba una noche en la que Gabrielle hubiera contado tantas historias sinpronunciar su nombre. Sabía que la tensión que había habido entre ellas al principio de la veladano podía ser la causa. Gabrielle le había estrechado la mano al separarse en la entrada de lataberna. El vínculo que había entre ellas se mantenía. La exclusión era otra conducta atípica porparte de Gabrielle, sobre la que Xena debía reflexionar junto con las otras, para intentarencontrarle el sentido a lo que le estaba pasando a la bardo.

    —Bueno, ¿qué tal lo he hecho?

    La voz de Tanger intervino a gritos:

    —¡Has estado genial! Debes quedarte otra noche. Se correrá la voz y mañana habrá aún másgente.

    Las tres se volvieron hacia el posadero, que estaba muy animado. Efectivamente, había obtenidoun buen beneficio.

    Xena tenía la esperanza de marcharse por la mañana. Quería poner la mayor distancia posibleentre Gabrielle y Sabia.

    —Tanger, ha sido una buena noche para todos nosotros. Cuenta tus dinares y confórmate con loque tienes.

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    —Vamos, Xena, no lo pido sólo por mí. —Se volvió directamente hacia la bardo—. Gabrielle,piensa en toda la gente que se llevará un chasco cuando se entere de que has pasado por aquí sindarle la oportunidad de escuchar tus historias. Por aquí no pasan muchos bardos ambulantes.

    Gabrielle quería quedarse, pero sus motivos eran egoístas. Quería pasar un tiempo con Sabia.Quería oír una crítica privada de su actuación. Para quedarse tendría que convencer a Xena. Erael momento de regatear.

    —Tengo la bolsa llena, Tanger.

    Xena sonrió al oír lo que creía que iba a ser una negativa. La sonrisa desapareció cuando oyó lassiguientes palabras de Gabrielle.

    —¿Qué gano yo si me quedo?

    Tanger sabía que estaba en desventaja.

    —Os pondré a Xena y a ti en mi mejor habitación. Por supuesto, no me deberéis nada por elalojamiento ni por las comidas y las bebidas.

    Gabrielle guardó silencio.

    Tanger esperó unos segundos y luego se puso a suplicar.

    —Ah, no me pidas que dividamos los beneficios. Ya vas a duplicar el tamaño de tu bolsa. Lataberna va estar llena a reventar. Se lo diré a todo el mundo, te lo prometo, y los dos saldremosganando.

    Gabrielle sonrió. Nunca pedía dividir los beneficios, pero le tranquilizaba saber que alguien

    pensaba que podría haber sido un punto de las negociaciones. La bardo se fijó en la guerrera y aldecir el nombre de Xena, hizo la pregunta.

    Xena no encontraba motivo para negarse a prolongar su estancia. A pesar de su criterio, asintióconsintiendo.

    Tanger se puso a dar palmas.

    —Estupendo. Qué buena noticia. —Miró a su alrededor. Era un hombre feliz—. Bebidas.Tenéis las jarras vacías. Os las voy a rellenar.

    Gabrielle se quedó mirando a Tanger mientras éste se alejaba. Se sentó frente a Xena. Sabia

    estaba a su izquierda.

    Sabia soltó una ligera carcajada.

    —Gabrielle, tienes algo especial. Tanger no se suele doblegar tan fácilmente. Pero a pesar de lacopa gratis, soy una anciana cansada que necesita dormir. Ya es hora de que me vaya a miacogedora casa y a mi cómoda cama.

    Gabrielle se quedó decepcionada.

    —¿Te veré mañana?

    —Ah, hija, yo siempre estoy por aquí.

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    —Bien.

    Xena y Gabrielle se quedaron mirando en silencio mientras Sabia se levantaba y se marchaba.Gabrielle prestó entonces total atención a la guerrera. Alargó la mano y la puso sobre la de sucompañera.

    —Gracias.

    Xena se despertó con la conocida sensación de tener el cuerpo de Gabrielle echado encima delsuyo. Xena anhelaba físicamente a Gabrielle. La guerrera llevaba mucho en el corazón que leresultaba difícil, si no imposible, de expresar. Sólo haciéndole el amor a la bardo sentía Xenaque estaba cerca de compartir su ser por completo. La guerrera ansiaba dar más que recibir.Xena quería que Gabrielle sintiera que podía confiarle a la guerrera la verdad, fuera cual fueseesa verdad. Al ver a Gabrielle con Sabia, Xena se sentía inadecuada. Aunque aceptaba que nopodía ser todo para la bardo, siempre esperaba que la bardo la siguiera considerando suconfidente. Xena temía que ese papel se traspasara a la anciana.

    —Te amo.Las reflexiones de Xena quedaron interrumpidas por la tierna voz de Gabrielle. Xena respondiódándole un beso a la bardo en la frente.

    Gabrielle se incorporó sobre un codo.

    —Puedes hacerlo mejor, ¿verdad?

    Xena sonrió. La luz estaba volviendo a los ojos de Gabrielle.

    Gabrielle esperaba impaciente a que la tomara. Xena seguía sin moverse.

    —¿Xena?

    Xena estaba convencida. Todavía no había nacido un poeta capaz de poner en palabras laprofundidad de sus emociones. Fue a la bardo y le declaró su amor usando su propio lenguaje.La bardo comprendió lo que pudo.

    Era mediodía y todavía no habían salido de la cama, salvo para recoger una bandeja dedesayuno. Yacían la una en brazos de la otra, físicamente satisfechas, aunque noemocionalmente. Oyeron que alguien llamaba tímidamente a la puerta. Xena preguntó quiénera. Era Tanger. Cuando se pusieron las batas, Xena abrió la puerta al posadero.

    —Lo siento, pero es que ha venido un joven, Daniel. Es un buen hombre, un granjero. Su mujerse ha puesto de parto y la comadrona del pueblo se ha ido y no va a volver hasta dentro de unosdías. Xena, se dice que tú eres una buena sanadora.

    —¿Dónde está?

    —Abajo.

    —Dile que estaré abajo dentro de un momento.

    Gabrielle intervino:

    —Voy contigo.

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    Tanger respondió:

    —No puedes ir. Esta noche voy a tener la taberna llena de gente esperándote. Traer un niño almundo puede ser cosa de horas, de días. Te necesito aquí.

    —Tanger, las historias pueden esperar.

    Tanger se volvió hacia la guerrera.

    —Xena, dile que por esta vez puedes arreglártelas sin ella. Por favor.

    —Tanger, haz algo útil y ensilla a mi caballo.

    —Xena.

    —No te lo voy a repetir.

    —Está bien. Ya me voy.Xena cerró la puerta y fue hasta Gabrielle.

    —Se equivoca, lo sabes. Preferiría no ir sin ti, pero dadas las circunstancias, tal vez sea lomejor. Puedo ir más rápido co