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CONO SUR La Fundación Política Verde La Crisis Múltiple Dinámica y nexos de las dimensiones de la crisis, exigencias a las instituciones políticas y oportunidades para la política progresista 1 Por Ulrich Brand Segunda edición en español: 2013 Editado por la Fundación Heinrich Böll DISTRIBUCIÓN GRATUITA

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CONO SURLa Fundación Política Verde

La Crisis MúltipleDinámica y nexos de las dimensiones de la crisis, exigencias a las instituciones políticas y oportunidades para la política progresista 1

Por Ulrich Brand

Segunda edición en español: 2013

Editado por la Fundación Heinrich Böll

DISTRIBUCIÓN GRATUITA

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Título original de la edición alemana:

Die Multiple KriseDynamik und Zusammenhang der Krisendimensionen, Anforderungen an politische Institutionen und Chancen progressiver Politik

La Crisis MúltipleDinámica y nexos de las dimensiones de la crisis, exigencias a las instituciones políticas y oportunidades para la política progresista

Editado en español por la Fundación Heinrich Böll Conosur

Primera edición en español: 2010Segunda edición en español: 2013

DISTRIBUCIÓN GRATUITA

EDICIONES BÖLLLa Crisis MúltipleDinámica y nexos de las dimensiones de la crisis, exigencias a las instituciones políticas y oportunidades para la política progresista

©Fundación Heinrich Böll, Oficina Regional para Conosur / Diseño Gráfico: Carolina Quinteros / Impreso en Chile por: Jorge Luis Roque / Esta edición consta de 1000 ejemplares / Nota Editorial: Las opiniones, análisis, conclusiones o recomendaciones expresadas en el documento son responsabilidad de los autores.

Obra liberada bajo licencia Creative Commons

Licencia Creative Commons: Reconocimiento – No comercial – Compartir igual: El artículo puede ser distribuido, copiado y exhibido por terceros si se reconoce la autoría en los créditos. No se puede obtener ningún beneficio comercial y las obras derivadas tienen que estar bajo los mismos términos de licencia que el trabajo original. Más información en: http://creativecommons.org

Fundación Heinrich Böll Oficina para el Cono Sur D Avenida Francisco Bilbao 882, Providencia, Santiago de Chile T +56 + 2+ 25 84 01 72 W www.cl.boell.org E [email protected]

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La Crisis MúltipleDinámica y nexos de las dimensiones de la crisis, exigencias a las instituciones políticas y oportunidades para la política progresista 1

1 Este documento surge por encargo de la Fundación Heinrich Böll, Berlín, para la discusión de las siguientes preguntas: ¿Qué sabemos sobre los nexos entre las diferentes crisis, sobre las repercusiones y enfoques de solución y qué nos aporta este conocimiento? ¿Qué estructuras e instituciones políticas de decisión y de ejecución se necesitan para la superación de la crisis múltiple?

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El mundo atraviesa una crisis profunda y múltiple. Diariamente recibimos noticias sobre despidos, cierres de empresas y pronósticos contradictorios sobre el futuro desarrollo económico. A esto se suman nuevas evidencias sobre lo dramático del cambio climático, la erosión de la diversidad biológica, el agotamiento de las fuentes de energía fósiles, la creciente hambruna en muchas regiones y el incremento de la migración, porque cada vez más personas ya no pueden (sobre) vivir en sus países. Vivimos, además, una crisis de cohesión social producto de la fragmentación de la sociedad, así como una crisis de representación y formación de la voluntad ciudadana, dado que cada vez más personas no creen que el sistema político sea capaz de resolver “realmente los problemas relevantes y representar sus intereses”.

La complejidad de los problemas y de las dinámicas de la crisis lleva tendencialmente a un estado de “exigencia excesiva”, de verse superado por los acontecimientos, que no se manifiesta sólo en la opinión pública y en las “personas normales”, sino también en los responsables de las decisiones políticas y económicas. Esto podría explicar por qué las discusiones y la regulación política de la crisis se centran sobre todo en la crisis económica y de los mercados financieros. Sin embargo, la causa fundamental de esta focalización parcial está, primero, en que las élites económicas y políticas propenden a idear políticas que sirven -preferentemente- a sus intereses o a aquéllos de los grupos de interés que las sustentan.

Esto se evidenció durante el año pasado en el carácter del plan de rescate de los bancos o en la reciente escasa restricción de la circulación de capitales. Por ejemplo, la reunión del G20 en Pittsburgh, Estados Unidos, tuvo como resultado conclusiones no vinculantes y no permite avizorar una regulación de los mercados financieros en el corto plazo. Y, segundo, en muchos casos las élites se limitan a políticas simbólicas, como respecto de la crisis ecológica. No se visualizan los nexos con otras dimensiones de la crisis, ni mucho menos se perciben como -políticamente- relevantes.

Sin embargo, si se busca enfrentar adecuadamente esta crisis múltiple, en particular apuntando a cambios sociales progresistas, entonces es necesario comprender los nexos

Presentación

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existentes entre sus diversas dinámicas.2 Esta es la finalidad de este documento y lo he desglosado de la siguiente manera: breve esbozo de la interpretación dominante de la crisis, exposición de una comprensión alternativa, aspectos de la posible evolución y, para concluir, ejemplos de enfoques de solución y condiciones generales requeridas. Respondiendo a lo planteado por la Fundación Heinrich Böll, me concentraré especialmente en el plano político-institucional.

La tesis fundamental es: el nexo causal de la crisis múltiple es el modo de producción y de vida fosilista-capitalista que fue reestructurado durante los últimos treinta años bajo el signo neoliberal e “imperial”. En este contexto, las instituciones sociales y políticas también fueron transformadas para asegurar el ordenamiento neoliberal-imperial. El Estado del “capitalismo de los mercados financieros” es actualmente un “Estado nacional de competencia” (Joachim Hirsch), cuya orientación principal, a pesar de todas las diferencias en cada campo político, es la realización de la competitividad internacional. Esto es válido incluso para la Unión Europea, donde la orientación absoluta a la competencia se expresa en el Tratado de Lisboa. En el plano internacional, cuyo ejemplo paradigmático es la OMC, el propósito es también el aseguramiento político-institucional del imperativo neoliberal de la competencia. En consecuencia, las instituciones políticas no están preparadas actualmente para afrontar los procesos dominantes, más bien los afianzan. Por otra parte, la orientación a la competencia va acompañada de un socavamiento de las estructuras y procesos democráticos, así como de un incremento de las formas autoritarias de política, a pesar de todas las ofertas de participación y gobernanza. Esto último se expresa en la predominancia del Poder Ejecutivo y el debilitamiento de los parlamentos, pero también en los triunfos electorales de grupos políticos organizados en torno a ciertos líderes con una tendencia populista; ejemplos de ello son Sarkozy en Francia, Berlusconi en Italia y Putín en Rusia.

Las interpretaciones y políticas dominantes en la actualidad están estrechamente vinculadas al interés por mantener las relaciones de dominación existentes y el modo de vida dominante, o aspiran a lo sumo a un cambio gradual. Las fuerzas sociales y orientaciones progresistas son aún muy débiles o, como la mayoría de los sindicatos, carecen de voluntad para involucrarse -al menos- en la discusión e impulsar una política pertinente. Este es el contexto donde se despliegan actualmente los enfoques de solución. Y este contexto requiere un cambio.

2 El concepto de crisis múltiple, tal como es usado también por Elmar Altvater, no sugiere que se trate de la suma de dimensiones distintas e independientes entre sí. La misión del análisis crítico es justamente establecer los nexos causales, sin descuidar la asincronía y particularidades de los diferentes aspectos.

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Las discusiones sobre las crisis y las formas de enfrentarlas nunca han sido neutrales, sino están estrechamente vinculadas a las relaciones sociales de poder. Esto es válido también para la interpretación dominante de la crisis, que en términos generales atribuye su origen a la desregulación de los mercados financieros y, sobre todo, a la ausencia de control sobre sus administradores, a los que se ha acusado también de avaricia. Como pretexto, se ha señalado la crisis hipotecaria en los Estados Unidos y el desplome del banco “Lehmann Brothers”, lo que habría desencadenado una espiral incontrolable que se extendió posteriormente a la economía real. La palabra “capitalismo” se ha puesto de moda y se refiere a esta relación. Una vez concretado el rescate de los bancos, el Estado debe intervenir en dos direcciones:3 por un lado, regular con mayor fuerza los mercados financieros no controlados y, por el otro, mitigar la crisis con programas de emergencia y posibilitar un nuevo ciclo de crecimiento. Desde mediados de 2009 se ha ampliado esta interpretación: los primeros y débiles indicios de recuperación económica, especialmente en los sectores exportadores, reforzaron la idea de que no se trataría de una crisis estructural, sino de una crisis coyuntural que estaría superada para el año 2010. Otro indicador sería la recuperación de las utilidades de algunos bancos, como el Goldman Sachs o el Deutschen Bank, las que, dicho sea de paso, provienen del endeudamiento asumido por el Estado para enfrentar la crisis. Este clima positivo actual en el sector bancario tiene, con toda seguridad, un trasfondo político-psicológico: no fue tan terrible como se pensaba, las altas utilidades de los bancos son positivas para todos y las regulaciones estrictas llevan a un menoscabo del bienestar.4

3 Las medidas de rescate de los bancos del segundo semestre de 2008 debían proteger de la ruina a los propios bancos, asegurar la estabilidad de las economías nacionales y particularmente los flujos de créditos nacionales e internacionales. En todos los países, estas medidas fueron oleadas y sacramentadas por pocas personas bajo gran presión de tiempo. Debido a la confidencialidad, sabemos relativamente poco acerca de las condiciones puestas por los gobiernos para el rescate de los bancos. Sin embargo, en futuras investigaciones debería evidenciarse que las elites políticas no perjudicaron demasiado a las elites económicas.

4 La entrevista con Josef Ackerman en la revista “Spiegel” (4/1/2009) resulta muy sugestiva al respecto.

1. Interpretaciones y políticas dominantes sobre la crisis

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Eso respecto de la interpretación dominante de la crisis. Las políticas pueden ser calificadas preferentemente como estabilizadoras y conservadoras de las estructuras. Durante el segundo semestre de 2008, el sector bancario fue apoyado rápidamente -y con mucho dinero- por el Estado (en parte acompañado de la participación del Estado en la propiedad). Al mismo tiempo, se dispusieron planes económicos de emergencia dotados con mucho menos dinero. Si bien las intervenciones del Estado han sido catalogadas muchas veces como keynesianas (para hacer la diferencia con la ideología neoliberal de los mercados que se regulan solos), lo que nunca fue efectivo en la realidad, se trata a lo sumo de un “medio” keynesianismo, es decir, de intervenciones del Estado ante la crisis. Una política keynesiana exige, junto a un estricto control de la circulación de capitales y tipos de cambio estables, también un incremento de los ingresos salariales en tiempos de crisis (más allá de medidas ad hoc, como el bono para la compra de nuevos automóviles). Sin embargo, esto se elude especialmente en los países occidentales orientados a la exportación, donde la “contención salarial” es parte del éxito exportador. Hasta ahora no se ha cuestionado la orientación neoliberal respecto de una redistribución del ingreso y el patrimonio desde abajo hacia arriba y las respectivas relaciones de fuerzas (véase también Candeias/Rilling 2009, Brand 2009a).5

Lo interesante en las interpretaciones y políticas es, primero, que relacionan las causas casi exclusivamente a la crisis financiera y no consideran la relación y la importancia de las crisis endógenas de otros sectores económicos. Por ejemplo, la crisis estratégica de productos errados en la industria automotriz, que no supo responder a las nuevas exigencias del mercado. A lo sumo, se mencionan desequilibrios en la economía mundial (altos excedentes en las importaciones de EE.UU., excedentes de exportaciones sobre todo de Alemania y China; Onaran 2009, Wade 2009: 542 sig.). Por ello, en las formas de tratamiento de la crisis existe una clara jerarquía. El énfasis se pone en la recuperación del crecimiento económico y las utilidades; y asociado a ello se considera la mantención de los puestos de trabajo (no importando su calidad). Al mismo tiempo, vivimos un proceso de concentración económica en algunas ramas (sobre todo en la industria automotriz), donde las políticas nacionales para enfrentar la crisis se orientan a que las empresas “propias” sobrevivan la crisis o salgan fortalecidas de ella.

En segundo lugar, tal como se mencionó, los diagnósticos y políticas parten de la base de que se trata de una crisis coyuntural que estaría superada el año 2010 o 2011 y no de una crisis estructural.

5 Mis argumentos están inmerso en el trasfondo occidental europeo-norteamericano. Las políticas para enfrentar la crisis de países como China, que apuntan al fortalecimiento del mercado interno, Brasil o India, requieren un análisis separado. Esto es válido también para Europa del Este, donde la dependencia de las importaciones de capital y el enorme volumen de créditos en moneda extranjera juegan un papel especial (véase Becker/Jägr 2009).

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Tercero, la crisis financiera y económica es analizada separadamente de otras crisis. Estos nexos son excluidos también en la política práctica frente a la crisis. Así, por ejemplo, en los paquetes de rescate para las empresas automotrices no juegan ningún papel las implicaciones ecológicas. Ni siquiera se visualiza que la crisis podría ser aprovechada como una oportunidad para transformar la industria automotriz. Al mismo tiempo, se busca resolver la crisis energética extendiendo los cultivos para biocombustibles, lo que tiene gravísimas consecuencias sociales y ecológicas en países como Indonesia o Brasil.6 En tanto, las propuestas para transformar la base energética o la movilidad, abandonando el automóvil, siguen siendo marginales. Tampoco se habla de que probablemente continúe la tendencia a la privatización y liberalización en muchos ámbitos, con excepción de los mercados financieros.

Las implicaciones políticas de género, tanto en la génesis como en los efectos, no juegan ningún papel: no se discute que la crisis fue originada y sigue siendo manejada por los hombres o por un tipo de actuación masculino, orientada más al mercado, el poder y el éxito y menos a considerar las bases sociales de reproducción (Young 2009a, Wichterich 2009).

Cuarto, y aquí existe una clara diferencia entre la interpretación dominante y los procesos reales. En la crisis actual el Estado es considerado como “salvador” y nadie se pregunta si la política estatal contribuyó a ocasionar la crisis y en qué medida lo hizo. Las instituciones e instrumentos políticos existentes se consideran adecuados -en principio- para manejar la crisis.

Para terminar: hasta ahora parecen haber pocas respuestas progresistas a la crisis. La masividad de la crisis y las astronómicas sumas de los paquetes públicos de rescate dejan poco margen para propuestas que vayan más allá de la estabilización y la esperanza de que “arranque nuevamente el motor del crecimiento”. Esto se evidencia en que también los sindicatos y la mayoría de los partidos políticos comparten la interpretación dominante de la crisis.

En las interpretaciones dominantes no figura (o es encubierto con el concepto de “globalización”) que la crisis actual tiene lugar en el contexto de una reestructuración del capitalismo bajo el signo neoliberal e imperial, que se ha extendido por tres décadas. Frente a los apremiantes problemas no se percibe que posiblemente podríamos estar ante una ruptura de la civilización por el agotamiento de los recursos naturales, que podría tomar un curso muy autoritario y conflictivo, pero también el de una transformación progresista de las formas de

6 Uwe Hoering (2009) habla de “Peak soil” en analogía con el “Peak oil”, es decir, el punto en que el petróleo que se consume sobrepasa los recursos petrolíferos nuevos que se encuentren.

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energía, de producción y de vida.

Por ello precisamos de una interpretación alternativa de la crisis. Finalizando el año 2009, ésta parece estar marcada por grandes incertidumbres, no obstante, tales interpretaciones son parte de la discusión política actual.

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Una tarea central del análisis crítico y de la política progresista es descifrar los nexos causales de la crisis y extraer de ellos las conclusiones políticas. Para marcar la diferencia respecto de las interpretaciones dominantes de la crisis, cabe destacar las siguientes dimensiones:

- La crisis múltiple es, en su dinámica actual, el resultado de una reestructuración neoliberal e imperial del capitalismo, que también toca otros campos políticos, como la política ambiental o agrícola.

- La crisis múltiple, en sus dimensiones específicas, es expresión de las contradicciones del capitalismo neoliberal-imperial y globalizado, que aparentemente ya no pueden ser manejadas con los instrumentos existentes; por ello, una dimensión de la crisis es de carácter político-institucional. La creciente inestabilidad llevó no sólo a que la crisis se extendiera desde algunos pocos países al resto y desde los mercados financieros a otros sectores económicos, sino que influyó también sobre otras dinámicas, como por ejemplo, el sector agrícola y su desenvolvimiento en la producción y los precios.

- La crisis múltiple es expresión de modos de producción y de vida, profundamente arraigados en las sociedades, que producen una fragmentación social y la destrucción de la naturaleza.

- Las diferentes dimensiones de la crisis se caracterizan por una importante asincronía: en los ámbitos del clima y la energía se trata de una crisis de la civilización industrial, que ha evolucionado desde hace 200 años, mientras que en otros ámbitos es una crisis estructural de la globalización neoliberal, iniciada hace cerca de 30 años. Sin embargo, no sabemos hoy si esta crisis económica y financiera es eventualmente “sólo” una crisis coyuntural. En todo caso, desde una perspectiva crítica-emancipatoria resulta limitado el supuesto de una crisis coyuntural, pues oculta justamente las múltiples dimensiones y es probable que la superación de una crisis económica coyuntural ocurra en desmedro de la

2. Crisis múltiples: una interpretación alternativa de la crisis

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equidad social y los aspectos sociales y ecológicos. (palabra clave: manejo de la crisis desde una perspectiva conservadora de las estructuras, véase más arriba).

Crisis económica y de los mercados financieros

Se ha discutido y escrito mucho respecto de la presente crisis económica y de los mercados financieros y seguirá siendo así en vista de su dinámica y las insuficientes políticas para enfrentarla.7 En el debate crítico se repite el concepto de “capitalismo del mercado financiero” para comprender con mayor exactitud la constelación “post-fordista” que ha caído en crisis. En ese contexto, cinco dimensiones son importantes: primero, producto de la mayor internacionalización del capital desde los años 70, y posteriormente con la incorporación de los países emergentes como China, se han generado mayores desequilibrios entre las economías nacionales y una presión por ajustarse de aquellos que presentan déficit en la Balanza de Pagos, los que deben importar capital a intereses relativamente altos para compensar el déficit (EE.UU. es la excepción, puesto que el dólar es la “moneda mundial”).

Segundo, se ha generado una reorganización del proceso de trabajo en dirección a una mayor flexibilización y precarización, así como la integración de cientos de millones de nuevos trabajadores al mercado mundial del trabajo. Esto aumenta la competencia de los asalariados entre sí, los debilita y es una de las causas de la redistribución de los ingresos y patrimonio desde abajo hacia arriba. Los mayores ingresos de una pequeña parte de la población no son destinados tanto al consumo, sino más bien invertidos en los mercados de capitales.8

Tercero, desde los años 70 (con algunos precursores en los ‘50) se ha producido una desregulación de los mercados financieros, lo que posibilitó su fuerte crecimiento. Esto fue acompañado por el término del sistema de los tipos de cambio fijo de inicios de los años 70, por lo cual las empresas internacionales comenzaron a asegurarse contra los riesgos del tipo de cambio con los llamados instrumentos derivados. Estas operaciones de cobertura de riesgos fueron usadas también para la especulación.

Cuarto, la privatización de los sistemas de jubilación y pensiones, es decir, el progresivo cambio desde un principio solidario de redistribución pública a la cobertura por capitales

7 Véase como selección a la que yo me remito, Huffschmid 2002, Young 2009b, Bischoff 2008, Onaran 2009, Altvater 2009ª, Sablowski 2009, Evans 2008, Becker/Jäger 2009, análisis instructivos en el Cambridge Journal of Economics 2009

8 Este problema se ha politizado con el gobierno de Obama en los EE.UU. y la “establishment fraction”, que acepta la redistribución (Volcker, Soros, Gates), parece ganar terreno frente a la “oligarchic fraction” (Bush, Greespan) (Wade 2009: 556). De todas formas creo que la situación aún no está decidida.

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invertidos individualmente, llevó a que una cantidad cada vez mayor de dinero debiera ser invertida a muy largo plazo (décadas).

Quinto, viejos y nuevos actores, inversionistas institucionales como aseguradoras, fondos de pensiones o de inversión, se ofrecieron como administradores financieros para multiplicar el dinero que buscaba ser invertido. Desde los años 90 éstos han sido los principales actores en la innovación de productos de los mercados financieros, como el reparto de riesgos a través de titulización (valores respaldados por activos) de créditos, que fueron nuevamente fraccionados en parte y que podían ser convertidos en un nuevo derivado de crédito con otros títulos.

Estos factores condujeron a un enorme crecimiento de los mercados financieros, es decir, a un capital que buscaba inversiones cada vez más rentables, y a una inestabilidad creciente. Un ejemplo de ello han sido los bienes raíces en los EE.UU., donde se desencadenó un verdadero auge por créditos muy favorables y muchas veces con poco respaldo. Pero la multiplicación de los créditos puede estancarse y derivar en una desvalorización del capital. Desde los años 90 se repitieron diferentes “burbujas”, como la crisis de la New Economy desde el año 2000 o la crisis de las hipotecas desde 2007/2008. A esto se sumó una crisis general de producción errada, que se expresa como sobreproducción en distintos sectores, especialmente en la industria automotriz.9

Hasta el momento no es claro qué tan profundo será el desarrollo de la crisis actual (a diferencia de la crisis de 1929 no vivimos actualmente una crisis monetaria). También son inciertos los efectos de las políticas para enfrentar la crisis. Las medidas concretas, como la distribución de los costos derivados de las intervenciones actuales en la crisis, son y serán objeto de acaloradas discusiones políticas.

Robert Wade (2009) planteó hace poco la pregunta sobre si las políticas actuales son similares a las posteriores a 1945, es decir, van desde una reorientación general del capitalismo liberal a un capitalismo coordinado, con más políticas keynesianas, aumento de impuestos, fuertes regulaciones del mercado financiero y la estatización de ramas claves, o si es una regulación de la crisis como la de 1999, donde si bien se fomentaron amplias modificaciones para hacer frente a la crisis financiera, éstas nunca fueron implementadas cuando se evidenció que la crisis no alcanzaría a los centros capitalistas. Todo quedó en pasos incrementales, como

9 Los crecientes desequilibrios globales de las Balanzas de Pago y las consecuentes dependencias específicas de algunas economías nacionales y espacios monetarios son otros factores que han ganado importancia en la crisis (Wade 2009, Becker/Jäger 2009).

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la constitución del Financial Stability Forum. Para Wade, las políticas seguidas están relacionadas con la profundidad de la crisis; en mi opinión se trata también de los cambios producidos en las relaciones de fuerzas y las orientaciones hegemónicas.

Crisis social-ecológica, energética y alimentaria

Si bien la crisis ecológica es analizada muchas veces como crisis de la sostenibilidad o de la sobreexplotación de los recursos naturales y tierras bajas, se trata de una crisis social-ecológica en el sentido de que las formas sociales de apropiación de la naturaleza son críticas: los modos de producción y de vida, las relaciones políticas asociadas a ello y un mercado mundial basado en la explotación de los recursos naturales, en el cual los países ricos organizan los usos de éstos (muchas veces por la fuerza y guerras, pero preferentemente por la vía de la explotación económica).

La crisis social-ecológica tiene implicaciones en la situación mundial y al interior de los países. Las regiones y grupos de la población vulnerables son los más afectados por el cambio climático y los incrementos de precios de los alimentos afectan primero a aquéllos que ya tienen un muy bajo poder adquisitivo. La conversión de tierras agrícolas para la producción de Biodiesel o Bioetanol genera conflictos entre la población local, con menos poder, y los poderosos actores políticos y económicos que generalmente no son oriundos del lugar (véase Hoering 2009). La crisis energética ha sido extensamente discutida desde los años 70, sin embargo ha seguido aumentando el consumo de combustibles fósiles, a pesar del incremento en la eficiencia y la expansión de la fotovoltaica, duplicándose desde 1980. En el último tiempo se ha producido un resurgimiento de la energía nuclear y la explotación de mayores extensiones de tierra para producir agrocombustibles.

Desde la Conferencia de Río, en 1992, se ha constituido un sistema internacional de instituciones para enfrentar, en forma coordinada, las crisis dramáticas (como el cambio climático o la erosión de la diversidad biológica), e implementar medidas en el plano nacional y local. Aún con todo lo logrado en casos concretos, las emisiones de gases de efecto invernadero aumentaron en un 40 por ciento desde 1990. La crisis alimentaria de mayor duración y, en particular, las recientes crisis en muchos países y regiones provocadas por los altos precios de los alimentos son consecuencia de la especulación más que de malas cosechas o carencia de reservas (Frank 2009, Wahl 2009).

Los instrumentos para enfrentar la crisis se orientaron predominantemente al mercado, conforme al espíritu neoliberal de los años 90. La política internacional debía crear un marco para el comercio de derechos de emisión o para la protección en el ámbito de la diversidad biológica, para el acceso a los recursos genéticos y una distribución justa de los beneficios.

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No obstante, en los últimos años es cada vez más evidente que la implementación de las políticas acordadas no es efectiva. Los mercados no son el mejor mecanismo de asignación, pues están dramáticamente dominados y, en la situación actual, los certificados de derechos de emisión entregados gratuitamente a las empresas energéticas se han transformado en “máquinas de hacer dinero” (Brouns/Witt 2008); al parecer sigue predominando aún la competencia económica entre los Estados nacionales (Altvater/Brunnengräber 2008, Brunnengräber et al. 2008).

Las formas dominantes de política medioambiental (internacional) tienen, al mismo tiempo, considerables impactos distributivos respecto del uso del medioambiente y el reparto de cargas. Los grupos pobres de la población son más afectados que otros grupos por la escasez de recursos, las emisiones tóxicas y las restricciones en el acceso a los alimentos.

La dinámica de la crisis ecológica está profundamente enraizada en el industrialismo capitalista. La crisis ecológica se ha agudizado en el proceso de globalización y la consecuente liberalización del comercio, la privatización de muchos bienes comunes naturales, pero también, por el surgimiento de los países emergentes y el respectivo bienestar de la nueva clase media. Las formas de tratamiento de la crisis están unidas, en muchos ámbitos, con políticas neoliberales de protección de la naturaleza mediante su comercialización. Además, los instrumentos acordados internacionalmente parecen no funcionar.

Fragmentación social global – migración forzosa – violencia manifiesta

En las sociedades del Norte global, la globalización neoliberal e imperial ha dado lugar a un crecimiento económico y, al mismo tiempo, a una severa polarización. En todos los países se produjo un retroceso en la cuota salarial y simultáneamente en los ingresos medios. La crisis ha tenido distintas repercusiones sobre cada grupo de la población. Así, por ejemplo, los créditos hipotecarios subprime de alto riesgo fueron otorgados predominantemente a personas de bajos ingresos y especialmente a afroamericanos, que querían asegurar con ellos su nivel de vida en una época de menor Estado social, y que fueron los más afectados posteriormente por la crisis. Se estima que el 10% de los propietarios afroamericanos y latinoamericanos, deudores de créditos, sufrieron el remate forzoso, en comparación al 4% de la población “blanca” (Oliver/Shapiro 2008).

El enorme crecimiento orientado al mercado mundial de algunos países semiperiféricos muy relevantes para la economía mundial, como China e India, ha dado origen a una clase media muy poderosa. En muchos países del Sur global también ha tenido lugar una polarización social y empobrecimiento, especialmente como resultado de los llamados Programas de Ajuste Estructural (PAE) del FMI y el Banco Mundial. La crisis monetaria y económica de mediados

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de los años 90 evidenció que no se satisfarían las esperanzas de un “efecto de chorreo” de la globalización hacia las capas más pobres de la población. Aquellos países que implementaron políticas efectivas de distribución hacia las capas con menores ingresos (como en Brasil con el gobierno del Partido de los Trabajadores, desde 2002), lo hicieron gracias a políticas públicas masivas y al precio de una explotación abusiva de los recursos naturales que fueron comercializados en el mercado mundial.

Ciertos procesos importantes son ignorados en el debate actual sobre la crisis. Como forma de ejemplo, cabe mencionar el empobrecimiento de cada vez más personas, lo que las ha llevado a una migración forzosa hacia los países más ricos, donde deben emplearse en precarias condiciones y residir en un estatus jurídico incierto. Estas relaciones de trabajo asalariado han sido y son parte integrante de la “productividad” económica. La creciente migración forzosa es también expresión de la crisis de la globalización neoliberal en sus países de origen. Durante las crisis económicas, las personas en situación de ilegalidad con un trasfondo de migración están sometidas a una mayor presión que aquéllas con una residencia asegurada.

En el nuevo ordenamiento mundial de carácter neoliberal-imperial existe, además de la “mano invisible del mercado”, también el “puño de hierro” de los Estados poderosos. En las épocas de crisis se verifica una tendencia al incremento de las formas autoritarias y también al uso de la fuerza en el manejo de la misma. Además, importantes actores militares, como la OTAN, han planteado explícitamente que se trata de la defensa activa de las sociedades occidentales del Norte y de sus formas de vida (Wagner 2008).

Crisis de las relaciones de género y la masculinidad hegemónica

La arquitectura del capitalismo de los mercados financieros y los impactos de su crisis tienen implicaciones específicas de género (Walby 2009). Esto es válido también para otras dimensiones de la crisis múltiple. Una perspectiva feminista subraya la división del trabajo específica de género y el acceso a los recursos del capitalismo neoliberal, cuya creación de riqueza no se concreta sólo en la economía formal, basada en el trabajo asalariado, sino también en las labores de asistencia y bienestar social no pagadas, además de la explotación de los recursos naturales y tierras, realizadas mayoritariamente por mujeres (Young 2009a). Estas labores no pagadas cobran mayor importancia en el marco del desmantelamiento de los sistemas de seguridad social, sobre todo en épocas de mayor desempleo. Christa Wichterich (2009) habla de “prestaciones sociales de air bag” en tiempos de crisis, que se revalorizan cuando se avecina una nueva ola de recortes en los gastos públicos y de presión sobre los salarios.

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Crisis de integración social y de las instituciones políticas

El capitalismo de posguerra entre 1950 y 1970, también denominado fordismo, es glorificado como una fase estable y próspera, como el punto culminante de la “era socialdemócrata”. Se olvida que también en ella hubo conflictos, como por ejemplo en el curso de la descolonización o del movimiento por los derechos civiles contra la discriminación racista. Sin embargo, hay un hecho importante: en algunos lugares, una parte significativa de la población estuvo más o menos integrada en la sociedad; no necesariamente como mujeres o personas de otro origen y color de piel, sino más bien en el sentido de que, en su función de asalariados, sus intereses tenían una representación. Estas personas no sólo produjeron el bienestar, sino se beneficiaron además de su distribución, lo que se dio también en muchos países del Sur global, donde surgió una especie de “fordismo periférico” que originó el ascenso social de la clase media. Las diversas formas de participación política, económica y social fueron el resultado de duras luchas y se expresaron en un permanente incremento de los salarios, en un Estado benefactor, elementos de una democracia económica y en una expansión de dimensiones desconocidas en la educación. Todo esto tuvo su precio: si bien el modelo fosilista de producción en masa y consumo masivo generó bienestar, éste corrió a cuenta de la capacidad de reproducción de las bases naturales de vida. Desde una perspectiva crítica de género, la imposición de un modelo de sostenedor masculino de la familia tuvo un carácter poco emancipatorio.

Esta ambivalencia, es decir, que el bienestar de amplias capas de la población haya sido “adquirido” a costa de relaciones asimétricas de clase, del disciplinamiento social, relaciones patriarcales entre los géneros y la destrucción de las bases naturales de vida, fue la bandera política de los movimientos sociales de los años 70 en muchos países. Sin embargo, durante los años 80 no se impusieron las perspectivas libertarias y emancipatorias, sino el modelo de desarrollo neoliberal, lo que fue acompañado de flexibilización y creciente incertidumbre, desregulación en beneficio de poderosos actores económicos y políticos, privatización, desdemocratización (a pesar de una mayor participación en algunos ámbitos), un uso más intensivo de los recursos, entre otros. Estos procesos generaron una crisis de integración social y un desmantelamiento -políticamente intencionado- de los instrumentos del Estado, que bajo ciertas circunstancias hubieran podido ser usados contra poderosos intereses. La crisis de las instituciones políticas ya no es tema en el debate actual, en contraposición a lo acontecido en los años 90. Se hace como si el Estado estuviera, por principio, en condiciones de representar adecuadamente los intereses sociales y manejar, de forma apropiada, los problemas. Sin embargo, ello representa más bien la autoimagen de las elites que las experiencias y percepciones de la población. La decreciente participación en las elecciones, el surgimiento de un populismo de derecha y ultraderecha y, el tema de este documento, la crisis misma, así como su insuficiente manejo, son indicadores de una crisis de representación política y/o de las instituciones políticas mismas.

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Los problemas de las instituciones políticas se expresan en forma aún más grave en muchos países del Sur global, en los cuales los Estados, desde ya ineficientes, fueron debilitados aún más con los Programas de Ajuste Estructural (PAE). En este sentido, el debate y las estrategias de buena gobernanza, se concentran en el retorno a las estructuras políticas efectivas para aprovechar más eficientemente los ingresos de recursos financieros externos en el marco de la ayuda presupuestaria.

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A la fecha, aún no está claro si la aguda crisis económica y de los mercados financieros puede ser resuelta exitosamente con los instrumentos políticos establecidos para manejarla. Al parecer, la mayoría de los actores políticos supone que será así, los actores económicos lo esperan y los medios de comunicación siguen el juego. Incluso desde una perspectiva progresista es importante que la situación económica se estabilice, pues la crisis afecta con mayor fuerza a los sectores más desprotegidos de la población. No obstante, tal como se ha dicho, esto sucede al precio de insuficientes políticas efectivas para enfrentar la crisis.

Desde una perspectiva política progresista, las crisis son siempre ambivalentes: por un lado, agudizan las inequidades existentes y, por el otro, también representan situaciones abiertas, en las cuales se pueden poner en tela de juicio los sobreentendidos y las relaciones de dominación política, económica, cultural y socio-ecológica. Esto no depende sólo de los aportes críticos a la discusión pública, de las propuestas y estrategias pertinentes, sino también de las perspectivas, las estrategias y el poder del discurso de aquellos actores que se oponen a las transformaciones, así como de las selectividades admitidas en las instituciones sociales y políticas.

En mi opinión, la condición para llegar a estrategias adecuadas es ver, comprender y manejar políticamente los nexos bosquejados entre las dimensiones de la crisis, especialmente la crisis socio-ecológica y el empobrecimiento de una cantidad cada vez mayor de personas en el Sur global. Sin embargo, es necesario destacar que ahondar en los nexos causales de la crisis múltiple no significa negar diferencias espaciales y temporales.

Las formas actuales de manejo de la crisis están estrechamente relacionadas con las transformaciones de los últimos treinta años que fueron impulsadas por las instituciones políticas locales, nacionales e internacionales, aún cuando de diferente forma. Los Estados occidentales del Norte, la UE como actor autónomo y poderosas organizaciones internacionales como la OCDE, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial contribuyeron a la reestructuración neoliberal-imperial, junto a las grandes empresas financieras e industriales y sus centros de estudio.

3. Respecto de los nexos entre las dimensiones de la crisis

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En muchos ámbitos político-estratégicos no existe hasta la fecha ningún quiebre con el paradigma neoliberal e imperial. Siguen subsistiendo las mismas relaciones de fuerzas. En algunos espacios, como en la regulación del mercado financiero, podría haber ciertas reformas, no así en otros, donde aumentará la presión sobre los salarios y se impulsarán mayores privatizaciones. Esta discusión sobre continuidades y quiebres del paradigma neoliberal se enmarca en el concepto de “postneoliberalismo”. No obstante, lo central es que la profundidad y diversidad de la crisis no pueden ser tratadas con los instrumentos acostumbrados. Si se mantienen tales estrategias, pero éstas no tienen efecto, se producirá una mayor fragmentación social en la mayoría de las sociedades y, en el plano internacional, una agudización de la crisis socio-ecológica, un incremento de la competencia destructiva y un aumento de las tendencias autoritarias. Si se siguen ignorando las implicaciones de la crisis múltiple en los aspectos de género o de migración, junto a otros factores, se debilitará aún más la capacidad de integración social e incrementará el descontento y la reprobación.

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El análisis de los nexos y las interacciones es la condición para desarrollar formas relativamente coherentes de superación progresista de la crisis. Esto implica formas que sean democráticas, equitativas (también internacionalmente), que no perjudiquen a otras regiones o futuras generaciones, admitan y fomenten la pluralidad, sean económicamente productivas y no destruyan la naturaleza. Tales principios no rigen sólo “durante” la crisis, sino también si ésta logra ser superada. En ese sentido, cuando hablamos de Coherencia nos referimos a políticas y transformaciones sociales que no impliquen una agudización en otros campos problemáticos, la que deberá establecerse recién en los meses y años que siguen. En este documento nombraremos algunas condiciones centrales a este respecto.

Una propuesta ampliamente discutida en la actualidad y que apunta a la coherencia es el “Green New Deal” (GND). La estrategia del GND hace suya la crisis múltiple y busca aprovechar mejor el potencial tecnológico y económico de modernización ecológica, de forma que el Estado ofrezca un adecuado marco jurídico y estímulos. Se trata de una redinamización y una reorientación parcial, ecológica, del capitalismo (véase European Green Party 2008, Green New Deal Group 2008, PNUMA 2008). Se le critica al GND los supuestos optimistas respecto del control y la tecnología, también por la teoría de la modernización y por desatender las dinámicas capitalistas actuales del desarrollo y de la crisis, además de la arraigada forma de vida imperial (Passadakis/Müller 2009, Brand 2009b). A pesar de todas las críticas, es importante la discusión sobre el GND y las políticas asociadas a éste, pues se trata del único esbozo de estrategia que asume la crisis múltiple y pone énfasis en los temas socio-ecológicos.

Se han presentado además propuestas específicas de regulaciones y procesos progresistas para enfrentar la crisis y en algunos ámbitos se implementan alternativas prácticas. Las propuestas van desde una reforma democrática de los mercados financieros y sus actores, hasta modos de producción y de consumo básicamente distintos. Se trata de la reestructuración del sistema crediticio, la reducción del poder del capital, equilibrar los déficit de la Balanza de Pagos, fomentar la democracia económica, la introducción o aumento de los impuestos sobre el (incremento de) capital, una política de jornada laboral e ingreso mínimo, una reorientación

4. Estructuras políticas adecuadas de decisión e implementación, reforma de las instituciones políticas

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fundamental de la política económica europea y la organización de una política social que haga honor a su nombre. Junto con ello se deben reorientar los sistemas de educación y salud, fortalecer la asistencia pública, las políticas de género y de migración que apunten a la equidad y reconocimiento; un sistema de energía distinto y medidas contra el cambio climático, por nombrar sólo algunas. Sin embargo, las propuestas encuentran poca o ninguna implementación política, puesto que las fuerzas sociales que las podrían impulsar no están disponibles o son muy débiles. Sin embargo, esto se debe también a que las instituciones políticas mismas fueron reestructuradas en los últimos 30 años.

Una perspectiva es deficitaria si, en vista de la crisis, se centra en la mera re-regulación de una globalización que hipotéticamente es sólo económica. En tanto, un optimismo respecto del control de las instituciones políticas existentes negaría el hecho de que éstas tuvieron una participación central en la reestructuración neoliberal-imperial.

En consecuencia, se trata de una transformación de los contenidos políticos, estructuras institucionales y de la articulación de intereses y relaciones de fuerzas sociales vinculados a ellos. A esto debe sumarse una profunda transformación de las orientaciones y principios sociales y políticos, alejándose de un modo de producción y de vida que destruye la naturaleza y tolera la fragmentación social.

Las instituciones políticas (el aparato del Estado en sentido estricto, corporaciones territoriales, organizaciones internacionales y, en parte, también las empresas públicas) son importantes en este proceso, pero no son los únicos mecanismos para enfrentar la crisis. Tampoco se trata de generar necesariamente instituciones nuevas o paralelas. Sin embargo, será necesario reducir el poder de algunas instituciones políticas, como la Organización Mundial de Comercio con su constitución neoliberal.

Las estructuras de decisión e implementación política dependen, por un lado, de factores sociales, es decir, de las relaciones de fuerzas sociales y orientaciones dominantes. En la actualidad vivimos una regulación de la crisis desde arriba y en beneficio de las elites funcionales económicas y políticas, porque la organización de los actores subalternos (como los sindicatos) o progresistas es muy débil. En consecuencia, sus intereses y orientaciones no encuentran eco. Muchos actores progresistas de la sociedad civil, especialmente las ONG o agrupaciones, fueron adhiriendo durante los años 90 a políticas que apuntaban a influir directamente sobre las instituciones estatales e intergubernamentales. En los países del Norte global, los movimientos sociales eran más bien débiles y volvieron a constituirse como movimientos críticos a la globalización recién hace algunos diez años. En este sentido ATTAC es paradigmático. En los países del Sur global y especialmente en América Latina, los movimientos sociales progresistas se fortalecieron en los años 90 y en algunos países tuvieron una participación destacada en el triunfo electoral de

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gobiernos de izquierda y de izquierda liberal.

La ambivalencia de la situación actual se evidencia en los sindicatos, cuya debilidad y carencia de creatividad política no debe llevar a la fácil conclusión de que su fortalecimiento irá acompañado de mejores condiciones para una política social, ecológica, democrática y de equilibrio internacional, pues están profundamente inmersos en la lógica del crecimiento y la competencia. Aún así, un cambio en las relaciones de fuerzas es relevante en dos sentidos. Primero, si son más fuertes, los sindicatos (y Consejos Sindicales de Empresa) podrían dejar de estar siempre “con la espalda contra la pared” y abrirse a perspectivas más amplias, como la transformación socio-ecológica. Segundo, si se quiere abrir algún espacio a las propuestas alternativas será imprescindible poner coto al poder del capital en muchos ámbitos.

Respecto de las orientaciones sociales dominantes es necesario encontrar nuevas formas de vida atractivas, que propicien la equidad y, al mismo tiempo, superen el modo de vida basado en la disciplina, el crecimiento y el consumismo despolitizado. Un debate sobre la reducción de la jornada laboral y otros modos de vida podría abrir nuevos espacios.

Por otro lado, es necesario transformar también a las instituciones políticas de carácter local, nacional e internacional, lo que no sucederá separadamente de las relaciones sociales de fuerzas, que deben concretizar sus propias instituciones. Para ello se deberá resolver sobre:

- Los objetivos explícitos e implícitos de la respectiva institución política, así como de su dotación de recursos.

- Las lógicas institucionales: ¿qué problemas son tomados en cuenta?, ¿qué propuestas son consideradas plausibles?

- Las interrogantes sobre ¿quién integra los grupos de decisión?, ¿qué intereses y fuerzas están representados principalmente?

- La transparencia y aceptabilidad pública de las decisiones.

En consecuencia, la búsqueda de estructuras de ejecución y de decisión política adecuadas debe originarse en una crítica y transformación práctica de las estructuras existentes, que son co-responsables de la crisis múltiple. En el plano político esto se expresaría en la contención de la imperante lógica de competitividad y de los intereses asociados a ella, así como de las formas cada vez más autoritarias de política.

Por ende, es necesario cuestionar el optimismo respecto de la capacidad de gestión de

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las instituciones políticas. Las formas actualmente dominantes de regulación de crisis no sólo son producto de la burocracia y la política partidaria, sino también de los intereses sociales y relaciones de poder. Entre las diferentes instituciones existe además una relación asimétrica. El mayor poder de los ministerios de economía y de hacienda, en comparación con los ministerios de medioambiente o de desarrollo, se explica por la importancia que tienen los aparatos para la sociedad y los intereses dominantes.

Se generan coherencias entre las instituciones cuando existen proyectos sociales que orientan las “lógicas” de las instituciones y son sustentados por fuerzas políticas, económicas y civiles. Este fue el caso durante la época de posguerra y ésta es la causa del éxito del proyecto neoliberal-imperial de reestructuración social. No se trata sólo de una política económica orientada a más mercado, sino de un proyecto de transformación social, que alcanzó y alcanza hasta hoy a las instituciones del Estado, en forma del New Public Management.

El proyecto de una transformación nueva y progresista debe surgir aún y en forma transversal en la sociedad: en partidos, empresas, medios de comunicación, sindicatos, ONG, movimientos sociales, centros científicos. La necesidad de una completa transformación debe ser plausible además para los funcionarios mismos. Es necesario transformar también la mentalidad social y científica dominante, especialmente aquélla de los economistas ortodoxos, pues sólo así se pueden socavar las interpretaciones de las élites, que apuntan al desempoderamiento de aquéllos que han sido mayormente afectados por la crisis múltiple. En todos los ámbitos sociales es necesario impulsar la creatividad y los procesos de aprendizaje, especialmente para transformar el modo de vida imperial.

En los próximos meses y años será de gran importancia en qué medida, a la luz de las insuficientes políticas ante la crisis, se produce un disenso dentro de las élites políticas y económicas y se fortalecen las propuestas alternativas (Stiglitz en 2009 formula un desacuerdo entre las élites, aún cuando se queda en el paradigma de la competitividad y el libre comercio). Por parte de la política dominante predominan aún resistencias, como lo mostró la reunión del G 20 en Pittsburgh de fines de septiembre de 2009.

En qué medida se constituirán nuevas alianzas será algo que se verá en el transcurso de la crisis, y dependerá de la reflexión y capacidad estratégica de los actores y alianzas específicas. Existen puntos de partida si los respectivos actores reconocen la crisis actual como una crisis profunda del modelo de producción y consumo fosilista y como crisis de la globalización neoliberal-imperial.10 En caso contrario, las formas dominantes de regulación de la crisis serán

10 Véase respecto de políticas alternativas sobre el clima y la energía Brand/Bullard/Lander/Müller 2009.

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rechazadas por ser insuficientes. El asunto decisivo para la política progresista es entonces la conformación de un nuevo modo de producción y de vida, que sea sustentable, solidario y democrático. En este contexto podría ser significativo un nuevo tipo de “proteccionismo” (Wichterich 2009) que resguarde ámbitos sociales centrales, como la alimentación, seguridad social o los bienes públicos de los vaivenes de los mercados financieros y de los intereses vinculados a ellos. En relación con esto, es importante la discusión sobre los bienes comunes (commons) llevada adelante por la Fundación Heinrich Böll.11

Un importante punto de partida es una reducción radical de las horas de trabajo semanales sin una prolongación forzosa de la vida activa. Por un lado, con la reducción de la jornada laboral se puede cuestionar el productivismo (producción a cualquier costo) y el consumismo (“viva la avaricia”) dominantes en la actualidad y fortalecer los modos de producción y de consumo sustentables. Por otro lado, las personas contarían con más espacio para desarrollar otras actividades, además del empleo remunerado: se revalorizaría el trabajo no pagado y como consecuencia se cuestionaría el fetiche del empleo remunerado en relaciones laborales convencionales. Tercero, se podría llegar a una revalorización de lo público en contraposición a la dominación de los mercados y consumidores privados. Por ejemplo, si la necesidad de movilidad es satisfecha con el transporte público en forma permanente eso puede significar una mayor calidad de vida con menos consumo privado. Se podría relativizar el supuesto imperativo de crecimiento y competitividad a todo precio. Finalmente, se podría llevar a cabo una discusión urgente sobre la redistribución social del trabajo: ¿qué actividades son necesarias, quién debe realizarlas (mujeres, hombres, migrantes), cómo deben ser remuneradas y respaldadas por la seguridad social? Las formas de división social del trabajo, dominantes y alienantes, determinan decisivamente la vida cotidiana de las personas y son un obstáculo en el camino a una transformación ecológica y social.

A pesar de los acuciantes problemas, los aspectos antes mencionados y muchos otros deberían constituir el horizonte de las transformaciones emancipatorias. El proyecto de una profunda transformación social-ecológica debería ser impulsado y respaldado por instituciones políticas junto a los más diversos actores sociales.

11 Véase, Helfrich, Silke/Heinrich-Böll-Stiftung (2009): Wem gehört die Welt? Zur Wiederentdeckung der Gemeingüter. München/Berlin.

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