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Los Cuadernos de Literatura HECTOR BIANCIOTTI: UNA VOZ EN EL DESIERTO QUE JUEGA A LOS ESPEJOS Y SUEÑA CON JARDINES Esther Bartolomé e uando aún no le habían otorgado -en mayo de 1978- el Premio Médicis 77 por su última novela, La busca del jard, Héctor Bianciotti era prácti- camente desconocido para los lectores de lengua espola; sin que la iniciativa llevada a cabo por Tusquets de publicar su importante trilogía (1) hu- biera servido para sacarle de ese círculo restrin- gido y elitista en el que se hallaba confinado. Completamente distinto era el destino que le de- paba la cultura ancesa, por la que e desde un principio incondicionalmente aceptado; y prueba de ello es la concesión de un premio debatido entre las mejores novelas extranjeras -tuvo como primer contrincante a Juan sin Tierra, de Goyti- solo-, además de la buena acogida que sus nove- las anteriores, publicadas en versión ancesa por Maurice Nadeau dentro de la colección «Les Le- tres Nouvelles», han conquistado entre el público del vecino país. ¡ Qué grotesco pece que, a remolque de un reconocimiento hecho desde otro ámbito lingüís- tico, tomemos conciencia de un escritor notable a quien se había ignorado más por inania que por alevosía! Es la hora de las reseñas, los artículos y las entrevistas de contricción, que quieran reparar olvidos vergonzosos. Pero todas las marnaciones son relativas. Dos años antes de este despliegue publicitio que nos llega de rebote, tuve la suerte -es una suerte antes que motivo de orgullo- de «tropez» con una novela, de propuestas lúdicas y densas sugestio- nes (Ritual), que me hipnotizó hasta el extremo de obligme a seguir por el camino de espejos y desiertos que conducen a la atmósra cgada y decadente del universo obsesionante y obseso de Héctor Bianciotti. Una escritura, a la vez transpa- rente y hermética. Un lenguaje barroco y creador pa unos temas clásicos, viscontianos y jamesia- nos. Así atravesé Los desiertos dorados. Así lle- gué Detrás del rostro que nos mira. * * * Aunque escrita en 1967 y editada en Francia, Detrás del rostro que nos mira ha tardado diez 46

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Los Cuadernos de Literatura

HECTOR BIANCIOTTI: UNA VOZ EN EL DESIERTO QUE JUEGA A LOS ESPEJOS Y SUEÑA CON JARDINES Esther Bartolomé

e uando aún no le habían otorgado -en mayo de 1978- el Premio Médicis 77 por su última novela, La busca del jardín, Héctor Bianciotti era prácti­

camente desconocido para los lectores de lengua española; sin que la iniciativa llevada a cabo por Tusquets de publicar su importante trilogía (1) hu­biera servido para sacarle de ese círculo restrin­gido y elitista en el que se hallaba confinado. Completamente distinto era el destino que le de­paraba la cultura francesa, por la que fue desde un principio incondicionalmente aceptado; y prueba de ello es la concesión de un premio debatido entre las mejores novelas extranjeras -tuvo como primer contrincante a Juan sin Tierra, de Goyti­solo-, además de la buena acogida que sus nove­las anteriores, publicadas en versión francesa por Maurice Nadeau dentro de la colección «Les Le­tres N ouvelles», han conquistado entre el público del vecino país.

¡ Qué grotesco parece que, a remolque de un reconocimiento hecho desde otro ámbito lingüís­tico, tomemos conciencia de un escritor notable a quien se había ignorado más por inania que por alevosía! Es la hora de las reseñas, los artículos y las entrevistas de contricción, que quieran reparar olvidos vergonzosos.

Pero todas las marginaciones son relativas. Dos años antes de este despliegue publicitario que nos llega de rebote, tuve la suerte -es una suerte antes que motivo de orgullo- de «tropezar» con una novela, de propuestas lúdicas y densas sugestio­nes (Ritual), que me hipnotizó hasta el extremo de obligarme a seguir por el camino de espejos y desiertos que conducen a la atmósfera cargada y decadente del universo obsesionante y obseso de Héctor Bianciotti. Una escritura, a la vez transpa­rente y hermética. Un lenguaje barroco y creador para unos temas clásicos, viscontianos y jamesia­nos. Así atravesé Los desiertos dorados. Así lle­gué Detrás del rostro que nos mira.

* * *

Aunque escrita en 1967 y editada en Francia, Detrás del rostro que nos mira ha tardado diez

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años en llegar a nosotros, después de otras dos novelas que-, publicadas fuera del orden cronoló­gico de su creación -la novela a que me refiero ocupa el segundo lugar-, completan con ésta, por el momento, el ciclo novelesco de Héctor Bian­ciotti (2), un escritor hispánico (nacido en Cór­doba, Argentina, el año 1930), considerado como uno de los mejores novelistas contemporáneos por la crítica francesa, y, sin embargo, totalmente os­curo aquí, como en su tierra natal; proscrito de una cultura que le ignora y a la que, paradójica­mente, ha contribuido a engrandecer.

A pesar de que en la novela citada se siguen las líneas mayores de toda la producción de Bian­ciotti, y se repiten claramente los motivos obsesi­vos que caracterizan su mundo novelesco (un re­gusto estético que se complace en la elaboración de ambientes, una construcción marcadamente escenográfica, predilección por las atmósferas ba­rrocas y decadentes, el constante recurso a la nostalgia como epicentro de sus obras), hay en esta novela ciertos rasgos diferenciales que la sin­gularizan.

En el aspecto formal cabe destacar el abandono de la técnica introspectiva, a lo Henry James, de su primera novela (Los desiertos dorados), por un método más arriesgado de profundización psicoló­gica: el libre fluir psíquico (el «stream of cons­ciouness», de William James) o monólogo interior (término acuñado por Dujardin). Esta es la técnica adoptada por Bianciotti en Detrás del rostro que nos mira, novela cuyos planteamientos temáticos difieren, asimismo, de los de la obra precedente. También Ritual --que hace el número tres de la serie-, a pesar de ser una recopilación de las si­tuaciones afines a las otras dos, se acerca más a la estructura y al estilo de Los desiertos dorados.

Detrás del rostro que nos mira -quizá la mejor de la trilogía, sin duda la más sincera- queda, en cierto modo, aislada. En ella aparecen los mismos elementos claves de la estética literaria de Bian­ciotti (seres refinados, hipersensil;,les; seres débi­les que arrastran cicatrices espirituales; un perso­naje singular que sobresale por su extravagancia -en esta novela, el personaje de Livia es la contra­figura de Consuelo Perth, en Los desiertos dora­dos; y de Adrián Ferreyra, en Ritual-; la Casa,concebida como un ente determinante en las si­tuaciones y los conflictos; un ambiente aburgue­sado y barroco, donde el ocio y el aburrimientocotidianos conducen a la nostalgia), especialmentelos que hacen referencia a obsesiones y temasfavoritos del autor: el espacio teatral (la «mise enscene» es invocada constantemente); el espíritudoméstico, que informa la vida que rodea a suspersonajes; la esencia de lo femenino, que sub­yace detrás de cada situación, de cada palabra(es interesante constatar que en las novelas deBianciotti las mujeres «observan» y los hombres

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«actúan»; pero son aquéllas, con su pasividad meditativa y evocadora, las que sostienen el peso de la novela, las que ostentan una personalidad más acusada); el compulsivo tributo a la cultura literaria (3), que hace por medio de citas y alusio­nes anónimas (la profesión literaria aparece como un elemento estructural más en los tres libros: Saulnier, en Ritual, está trabajando en un tratado universal sobre la rosa; en Los desiertos dorados, De Cid proyecta escribir un libro acerca de dudas y cuestiones inmediatas; y Livia, en Detrás del rostro que nos mira, tiene tras de sí una carrera literaria interrumpida que se reanuda con una no­vela que acabará siendo la propia novela de Bian­ciotti).

En otro nivel del plano temático, el problema de la homosexualidad masculina -representada por Saulnier en Ritual- alcanza en la presente obra rango de «leitmotiv».

No obstante, a pesar de todas las concomitan­cias señaladas, el uso del monólogo interior indi­recto nos adentra por unos derroteros intimistas, que se adaptan mejor a la sensibilidad de Bian­ciotti y singularizan extrañamente esta nueva no­vela suya que ahora nos llega (4).

Fiel a una técnica que popularizó J oyce con su Ulisses, pero tributario de un estilo narrativo que se acerca más a Virginia Woolf -pienso en la Vir­ginia de Las olas-, estilo caracterizado por un ritmo sumamente lento, Bianciotti construirá con Detrás del rostro que nos mira una novela impre­sionista. Los rasgos peculiares de este tipo de novela (desvalorización de la trama, profundidad psicológica en el análisis de los personajes, etc.) son claramente perceptibles en esta obra.

La presente novela, sobre la que gira el comen­tario, no posee una estructuración milimetrada tal como suele acontecer en la novela decimonónica de tendencia realista, pero no en las obras que toman como base de su estilo la impresión. Carece de una división coherente; los capítulos se han establecido con más o menos arbitrariedad, sin numeración o titulación que los especifique, sin más nexo común que la unidad interna.

Un análisis estructural de la novela Detrás del rostro que nos mira permite señalar como elemen­tos fundamentales: la elección del punto de vista omnisciente selectivo, ofrecido por un personaje que habla en tercera persona, siguiendo el estilo indirecto libre que requiere el monólogo interior; por otra parte, la caracterización nominal de los tres personajes principales (Silvia, Daniel y Livia) es diferida al máximo, rehuyendo el retrato indivi­dualizador en provecho del estudio psicológico abstracto; esto está en relación con la caracteriza­ción indirecta y evolutiva propia de los personajes redondos, y con la simbología entre bucólica (Sil­via), bíblica (Daniel) y latina (Livia, la perversa esposa de Augusto) de los nombres. También hay

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que considerar como rasgos de estilo: una narra­ción sumamente lenta, donde abundan los perío­dos largos, las enumeraciones, la acumulación descriptiva; las fugas temporales, proyecciones re­troactivas hacia un pasado asociado al presente, y

las muy abundantes reflexiones; un ambiente ce­rrado y asfixiante, en el espacio fisico (interiores barrocos) y en el espacio psicológico (el confina­miento, el aislamiento espacial, facilitan la intimi­dad de los personajes, su proximidad, y esto hace que el sistema de interrelaciones y los conflictos socio-personales pasen a ocupar el primer plano).

Por lo que respecta al contenido, son varios los temas propuestos, desde la incomunicación a la hipocresía social, incidiendo especialmente en la insolidaridad, la dependencia humillante, el com-

plejo de culpa, los celos, la desviación del amor materno-fraterno-sexual... El último tema es el factor clave de la novela, y se une con la idea nuclear: el problema de la identidad personal y la complejidad de las relaciones humanas. Amor desviado que conduce a un constante complejo de culpa: de Daniel por la muerte de su amante ho­mosexual, de Silvia por los celos de su hermano al que intenta compensar materialmente, de Livia por su egoísmo de madre casi desnaturalizada que sacrifica sus propios hijos al cultivo de su yo. El asunto central gira en torno a las relaciones inter­personales -complejas, ambiguas, morbosas- de Livia, Daniel y Silvia. El tema que sustenta todo ese andamiaje de perversiones y sutilezas no es otro que el de la identidad; una identidad perdida, buscada y recobrada (Livia), una identidad nebu­losa que se difumina cada vez más (Daniel), una identidad condicionada a los seres que forman su mundo afectivo (Silvia).

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Novela de encuadre psicológico; representativa, por sus características, de la llamada «novela im­presionista»: primacía de la introspección analí­tica, caracterización lenta y progresiva de los per­sonajes -hecha sobre una base sensorial más que descriptiva-, exposición minuciosa y «desde den­tro» de los conflictos ... Utiliza como recursos ex­presivo las elipsis verbales, la ambigüedad en la presentación de personajes, constantes imágenes sensoriales y metáforas sinestésicas. La perífrasis, la alusión, la ambigüedad, son los recursos predi­lectos en su juego de planos aleatorios: el perso­naje más débil, Daniel, es a la vez el más fuerte, la personalidad sin identidad definida que domina el yo egocéntrico de su madre y la autosuficiencia de su hermana.

Héctor Bianciotti ha querido mostrar en esta novela un mundo que agoniza y que arrastra, en sus últimos estertores, a los individuos que lo integran. La personalidad es una falacia, viene a decirnos, pues son los objetos que nos rodean los que definen nuestro ser, los que nos dan existen­cia. Somos actores con una identidad prestada, que actuamos porque tenemos un decorado que nos respalda. El drama estalla cuando nos damos cuenta de que los espectadores, aquellos rostros que nos contemplan en la sombra -burlo- enes y febriles- son nuestro propio rostro reflejado en una galería de espejos.

NOTAS

(1) Los títulos de la trilogía son, citando por orden crono­lógico -que no es el de su aparición en España-:

-Los desiertos dorados, Tusquets Editor, «Cuadernos ínfi­mos», n.0 65, Barcelona, 1977.

-Detrás del rostro que nos mira, Tusquets Editor, «Margina­les», n.0 52, B., 1977.

-Ritual, Tusquets Editor, «Cuadernos ínfimos», n.0 44, Bar­celona, 1973.

(2) Este artículo forma parte de la «Introducción» al Co­mentario literario de un fragmento de la novela «Detrás del rostro que nos mira», de Héctor Bianciotti; ensayo inédito escrito en abril de 1977, cuando el autor argentino aún no había dado a la imprenta la que es por ahora su última creación, La busca del jardín. En consecuencia, las afrrmaciones que aquí se hacen deben ser entendidas en función del tiempo al que remiten.

(3) Algo muy similar es lo que hizo Juan Goytisolo -otroexpatriado cultural en Francia, hasta hace muy poco- en su Reivindicación del Conde don Julián, original de 1970; donde cuestiona, y derriba, los tópicos culturales de la literatura española.

(4) Precisión correcta en el momento de hacer el ensayo,desmentida tres años después. La mantengo por fidelidad al texto, pero, tal como advierto en la nota 2, subrayando que su interpretación debe hacerse dentro de las coordenadas tempo­rales que le corresponden.

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