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María Alejandra Sandoval Exposición proletkults Vs. agitprops del 18 de Mayo al 24 de Mayo de 2013. Centro Cultural Textura, Bogotá Reminiscencias

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M a r í a A l e j a n d r a S a n d o v a l

E x p o s i c i ó n p r o l e t k u l t s V s . a g i t p r o p s

del 18 de Mayo al 24 de Mayo de 2013. Centro Cultural Textura, Bogotá

Reminiscencias

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María Alejandra SandovalUniversidad de los AndesDepartamento de ArteProyecto de gradoReminiscencias2013-1

Director:María Margarita Jiménez

Jurado lector:Javier Gil

Contenido

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Contenido¿Qué es? Reminiscencias

1. Recuerdos

2. Quiero ser camionero

3. Porf ir io

4. La japonesa

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¿Quién soy?...

...Esta es una pregunta con la que seguramente nos hemos encontrado todos en algún punto de nuestra vida, cuando intentamos justificar o encon-trar el significado de las cosas en las que pensamos, creemos o simplemente hacemos, cuando intentamos encon-trar sentido a nuestros pensamientos con respecto a los de los demás o incluso cuando nos vestimos en las mañanas, todo esto mientras estamos atrapados construyéndonos bajo la premisa, quién quiero ser. Pero en rea-lidad la pregunta por el yo solo puede ser contestada después de indagar sobre: ¿de dónde vengo?.Una mirada al pasado puede dar respuesta a las decisiones, gustos, tradiciones y costumbres con las que convivimos en el presente. Puede ser crucial a la hora de enfrentarnos con el espejo y determinante cuando vamos a definir la ruta por la que seguirá nues-tra vida. El yo se encuentra definido y creado no solo por el espacio inmate-rial que habito en el presente, sino por los otros espacios en donde habita mi mente.

Mi búsqueda acerca del yo siempre fue invisible a mis ojos, nunca fue intencional ni planeada. Este recorrido quizá comenzó desde mi desmesurada curiosidad infantil por reconstruir el lejano pasado familiar que tenía lugar en medio de Boyacá, la necesidad de recorrer casas antiguas y preguntar la función de cada ladrillo sobre el suelo, las fotografías mentales de objetos populares que se salían de mi cotidiano citadino y la intención de desenma-rañar un pasado lleno de ancestros colombianos y extranjeros inmersos en la historia socio-política colombiana. Como dice Susan Sontag en su libro “Sobre la fotografía” los objetos que se encuentran en el mundo de manera no premeditada, rebanados y básica-mente encontrados son aquellos que construyen historia, pero no lo hacen solo a modo de registro de una época o momento, hacen historia solo con la intervención de las personas quienes a partir de dichos objetos también la inventan.Sin embargo no fue suficiente el cono-cer la historia de los míos y reconocer sus anécdotas como propias, en una edad más avanzada fue necesario enca-

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minarme por las vidas de los habitan-tes de calle, de aquellos de los que me habían enseñado por años eran ajenos, eran los otros. Fue así como por inte-rés personal plantee para un ejercicio académico, adentrarme y entender el funcionamiento de la antigua calle del cartucho y de aquellos que la habita-ron. Este proceso de investigación se desarrolló de manera completamente inmersa en el contexto, en donde de la mano con el Idipron (Instituto Dis-trital para la Protección de la Niñez y la Juventud) entidad del distrito encargada de la protección integral de niños, niñas, adolescentes y jóvenes en situación de vida de y en calle. Tuve la oportunidad de hacer trabajo calle con la población indigente y recolectar de manera muy detallada las historias de vida de varios individuos grabándolas en mi memoria, haciendo énfasis en quienes eran antes de llegar al cartu-cho, de dónde venían, etc. El resultado de este proyecto fue una exhibición centrada en el funcionamiento de la calle del cartucho como “empresa”, es decir una instalación en donde se explicaba la organización socio-eco-nómica del sector a modo de pirámide feudal, en donde se explicaban los in-tercambios económicos que mantenían estable el negocio a través de las dis-tintas profesiones que podían llegar a tener los habitantes del sector (picador de muertos, jíbaro, bruja, etc.) ubica-dos en distintos pisos de la pirámide y el sistema de pago por realizar dicha labor. También se mostraba la historia de la calle del cartucho como punto de contacto determinante en la vida de la

ciudad de Bogotá. Se dejaron de lado para efectos del proyecto las historias personales e individuales, sin embargo mi interés por lo encontrado en dichas historias permaneció un par de años. Así fue como estas se volvieron la ma-teria prima en la etapa más temprana de este proyecto.Reminiscencias partió de mi interés por aquellas historias de vida, así fue como comencé desde mis recuerdos a escribir aquellos fragmentos de esas historias que me habían causado más impresión o simplemente por las que sentía tenía cierta afinidad, pues como dice Susan Sontag en su libro “sobre la fotografía” ninguna realidad está a salvo de la apropiación. Entre estos escritos comencé a encontrar la des-cripción de recuerdos de objetos que en algún momento habían sido creados o producidos por su dueño habitante de calle. Mi exploración plástica comenzó con la intención de hacer estos objetos a partir de mis recuerdos e interpre-tación y utilizando las técnicas, los materiales y los aparatos que a mi parecer pudieron haber usado en su construcción original. Sin embargo estos objetos y los mismos relatos en general seguían siendo muy ajenos a mí, no hacían justicia a las realidades del otro por quien estoy tomando la voz, no representaba de manera fiel, directa y detallada los contextos desde donde el otro venia. Retomando la teo-ría de Benjamin en su libro “la obra de arte en la época de la reproductividad técnica” sobre el aura, dichos elemen-tos no poseían el aura que estas rea-lidades, personas e historias original-

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mente demarcaban. Además carecían de mi identidad artística y personal. Así las cosas el proceso de investiga-ción dentro de mi trabajo comenzó una segunda etapa, en este caso esta se desarrolló en los campos de Boyacá de donde viene mi familia, esta búsqueda se adentró en la historia familiar tanto plasmada en recuerdos, como en obje-tos y lugares. Esta transición al campo la fue pidiendo el proceso mismo, más explícitamente por el origen campesi-no de la mayoría de los protagonistas de los relatos. Estar en contacto con la realidad del cartucho y la importancia que el habitante de calle da al recuerdo lejano de su familia y sus tradiciones, me remitieron a mi antiguo contex-to familiar, al que de alguna manera por la existencia de algunos lugares aun podía devolverme. Fue así como muchos de los eventos relatados por ellos hacían que recordara mi tradi-ción familiar y construyera imágenes mentales de dichos relatos desde mis propios recuerdos. Además de estable-cer la relación del traslado del campo a la ciudad que tanto mi familia como estos individuos experimentaron en distintos momentos y por diferentes circunstancias, pero que en general en todos los casos determinaron la construcción del yo individual y del yo familiar en el que me veo envuelta teniendo así lugar una negociación simbólica entre el pasado y el presente.Embelesada por la magia que acom-paña a la vida campesina y la cultura popular replanteé y depuré los relatos anteriormente mencionados, es decir escribí un cuarteto de ficciones fusio-

nando las historias de vida de aquellos habitantes de calle con mi historia fa-miliar. Dando como resultado unos es-critos llenos de descripciones detalla-das y en general de un ambiente que sumerge al lector en las situaciones implícitas en los desplazamientos de la ciudad al campo. Todo ello se sirve de lo visual, tanto en los relatos que al ser específicos y descriptivos crean imágenes en el lector quien, crea en su mente la visión de los lugares y objetos que se mencionan, como también en los objetos dispuestos que parecen ser recuerdos salidos de otro lugar y tiem-po distinto a la ciudad.Es por eso que los relatos se alejan de la vida en la calle del cartucho y hacen énfasis en su vida anterior, se dedican a describir a la familia de los protago-nistas, la casa o lugar en donde crecie-ron y las razones por las que deciden dejar su hogar y aventurarse hacia las calles de la capital a buscar suerte.El universo visual creado en los relatos se encarga de dar las pautas para la creación de las piezas que conforman la instalación, es así como algunas nacen a partir de metáforas, recuer-dos, descripciones e interpretaciones absurdas de ciertos fragmentos del texto. Este universo visual está carga-do de un espíritu domestico y rural, los escenarios son creados a partir de la descripción de detalles objetuales que al unirse crean espacios propios de la cultura campesina de Colombia. Estos detalles parten de la cultura popular campesina en donde la apropiación de todo tipo de objetos y su cambio de funcionalidad para decorar y habitar

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el espacio hogareño se exaltan.La decisión de hacer una instalación fue tomada a partir de las visitas a la casa del campo de mi familia en donde me di cuenta que los objetos solos y sin un ambiente o contexto que los enmarcara carecían de signi-ficado y de la misma aura que poseen los relatos. Esto quiere decir que no bastaba con la construcción de objetos y la apropiación de ciertas realidades re-interpretadas, sino que también era necesario cargar el espacio de signifi-cantes que en conjunto producen en el espectador una experiencia mucho más poderosa.Con la intención de capturar el espíritu de ese ambiente creado con palabras, hice una selección de momentos de los textos que merecían convertirse en objetos y piezas bien fueran tridimen-sionales o bidimensionales. Cuando encontré el tono que quería para los objetos y su correspondencia con la sensación que producen los relatos, continúe en la búsqueda de cuerpos que siguieran por la misma línea y enriquecieran en conjunto a la insta-lación.Este es otro punto en donde la visita a distintos lugares rurales cobran aun más sentido, pues fue dentro de estos contextos en donde tuvieron lugar una serie de hallazgos claves para la constitución del proyecto. Por ejem-plo el descubrimiento de la costumbre campesina de disponer las latas vacías de los alimentos en los árboles o la vegetación de la casa para que sea el tiempo quien se encargue de des-truirlas. La idea de extender la vida

de los objetos dándoles una función diferente a la que fueron construidos. Una serie de documentos de hace uno y dos siglos donde se plasma la historia territorial de una familia distinta a la mía pero originaria del mismo territo-rio. La imagen del humo proveniente de un fogón de leña comiéndose las paredes y los techos de una casa. Estos descubrimientos y la apropiación de los mismos la podemos entender como el aura profana inmersa en la cotidia-nidad que define Walter Benjamin (en el libro anteriormente mencionado), la cual nos permite conjugar el pasado y el presente creando memoria y posibi-litando un juego de miradas: la nues-tra, hacia los objetos, y la mirada de los objeto a nosotros, devolviéndonos o haciendo manifiesto algo de nosotros mismos. Es así como empuño y me apropio de una realidad a partir de los objetos y las costumbres que encuen-tro en los lugares que visito, no como plantea Sontag en “Sobre la fotogra-fía” con una cámara sino desde la recolección, pero con la misma mirada afligida de lo perdido.Es evidente dentro del acumulado del trabajo que este se encamino por un interés entre ciertos contrastes como tradición y contemporaneidad, vida urbana y vida rural, además de las tensiones que se producen en el mundo no espacial de las personas cuando este tipo de desplazamientos tienen lugar, específicamente en el momento del arribo a la ciudad, en donde la me-moria es la encargada de recordar un origen y de hacer más llevadera la exis-tencia en un contexto extraño. Es esta

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BricolajeRecolección

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memoria la protagonista de mi obra, es una memoria que se construye a partir de símbolos y objetos que se abren al presente desde lo arcaico. Esto quiere decir que la obra no se desarrolla en ningún espacio físico como el campo o la ciudad, esta tiene lugar en ese espacio intangible en donde se mue-ven los recuerdos y donde se dan las transiciones anteriormente menciona-das. Este es el caso específico de una de las piezas dentro de la instalación, un árbol ubicado en el centro del espacio, lleno de suturas y construido desde el recuerdo, un elemento natural que se estrella con la frialdad del cemento y la ciudad. Un recuerdo que viaja desde lo rural como el espacio que habita mi mente hasta la ciudad como el espacio que habita mi cuerpo. Se convierte en el eje entre los dos espacios que habita el ser (el tangible euclidiano y el intan-gible rememorado), en un símbolo de la vida entre dos mundos y también de la familia como estructura con raíces fijas a un territorio desde donde crece, se amplia y se fragmenta para llegar a contextos lejanos de donde vienen las mismas raíces pero siempre conservan-do su inminente conexión.Dentro de este universo objetos coti-dianos como huevos, plantas, vasijas, latas de sardinas viejas, el humo y hasta una piedra se convierten en pequeños símbolos que habitan histo-rias, símbolos que tapizan recuerdos ya desvanecidos pero potencializado-res de memoria. Son propicios para volverse puntos de contacto con los cuales el espectador se puede sentir identificado, es decir son objetos que a

pesar de originarse en mi son capaces por su fuerza cotidiana y banalidad, de relacionarse con el imaginario de aquellos que los observan,. Algo similar menciona Sontag (en el libro anteriormente mencionado)acerca de las fotografías de momentos y escena-rios que sin ser apropiados o procesa-dos no tendrían la misma significación y potencia.

El proceso de creación de estos objetos y hasta de los relatos se dio bajo tres categorías y prácticas artísticas que articulan el trabajo y sus partes:

Este concepto lo podemos tomar desde la perspectiva de Benjamin quien enmarca la recolección en el niño quien tiene la capacidad de encontrar el aura en objetos banales y hasta olvidados que encuentra en su recorrido. Por otro lado la acción de recolectar se encuentra presente de manera muy ex-plícita en la cultura popular en donde la recolección y selección de objetos se hace a partir de una proyección imaginaria e íntima que trasciende el uso mercantil o la funcionalidad de los mismos. Es así como el hecho de recolectar no se queda en la mera acción de seleccionar y recoger un objeto sino que se convierte en una es-pecie de ritual en donde el cuidado de estos cuerpos y la forma de exhibirlos cobran sentido. A l poner la mirada en lo que parecen residuos y restos se crea un nuevo mundo hecho de fragmentos y hasta sobras de la cultura que se unen a modo de bricolaje. Asumir los

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Bricolaje

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objetos como fragmentos liberados de su carga tradicional y de su funciona-lidad mercantil cambia el orden de las cosas y genera una espacialidad y temporalidad distinta. Es un rompe-cabezas entre la memoria voluntaria y la involuntaria.La operación de recolección de frag-mentos se hace extensiva a los relatos y las piezas. En el caso de los relatos estos fueron armándose como una colcha de retazos al unir datos dados por los habitantes de calle con datos dados por mi familia en distintos contextos, además de la inclusión de imágenes que a lo largo de mi vida han sido relevantes. En el caso de las piezas fue muy importante la apropiación de objetos encontrados en el sector rural de Boyacá y en la urbe de Bogotá para ser ensamblados y relacionados de tal manera que conformen nuevos objetos y relaciones formando un escenario que trasmita una sensación unificada.Este fue un proceso en donde el acto de recolectar se encontró dividido en dos categorías según en donde se elaboraba. Cuando en primera instan-cia se hizo en el contexto urbano esta recolección se volvió más un momento para recoger bienes útiles tangibles que ya habían sido desechados por alguien, como es el caso de las maderas con las que se construyeron algunas piezas o de cosas ya manufacturadas como un cerdo de cerámica. En el contexto de lo rural la recolección se dio como si estuviera recogiendo el fruto de una cosecha, es decir recogiendo las histo-rias y los objetos del resultado de años y años de un proceso agrícola juicioso

que echó raíces profundas, este es el caso de objetos como latas envejecidas por los años, de documentos y fotogra-fías guardadas esperando a su segundo florecimiento.Otro punto importante a resaltar es que la selección de los objetos, cajas, etc. ha sido un acto propio, pero estos procesos se han realizado a partir de la observación de espacios rurales, los documentos encontrados y los relatos. Es decir todas la decisiones tomadas en este punto se encuentran respalda-da por la observación e investigación.

Según Levi-Straussen “el pensamiento salvaje” este concepto apunta a una postura epistemológica perteneciente al pensamiento mítico y religioso que, al contrastarse con el pensamiento científico, crea nuevas taxonomías capaces de explicar la naturaleza a partir del reciclaje de estructuras pre-existentes que se conservan en el mito y el rito. Es decir esta estrate-gia se encarga de estructurar aquello que se encuentra en la naturaleza o en lo cotidiano dispuesto de manera caótica utilizando dichas estructuras ya existentes o sus fragmentos para crear nuevas taxonomías. El hombre al encontrarse en la naturaleza intenta estructurarla a partir de los restos que encuentra de una estructura anterior. Esto se encuentra muy presente en la cultura popular en donde muchas veces se conservan los objetos bajo la premisa “para algo han de servir”. Lo interesante es que estas estructuras se encuentran conservadas dentro del

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Familia

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mito y el rito propio de la cultura de manera residual, esto quiere decir que este deseo de conservación hace que se permita el cambio de dichas estructu-ras a medida que perduran y desapa-recen algunos elementos, los cuales se convertirán en la materia prima para la creación de nuevas estructuras. Esto sin duda fue un proceso que se realizó durante la concepción de los objetos, pues tomé elementos del pasado o de estructuras rurales anteriores y a partir de la recolección construí una nueva taxonomía.También adopte el bricolaje desde la técnica manual es así como sin impor-tar los requerimientos de construcción de cada pieza nunca se recurrió a un profesional en dicho proceso para realizarla, sino que cada una se hizo de manera intuitiva e improvisando durante el proceso, es decir si es una pieza de carpintería esta se realizó con herramientas manuales de dicho oficio (martillo, serrucho, segueta) crean-do los objetos a prueba y error, pero siempre teniendo en cuenta la estética y la sensación que cada pieza debe transmitir según el contexto al que pertenezca dentro del universo ficti-cio creado. Este proceso de bricolaje estuvo unido muy de la mano con la recolección, pues la materia prima de los objetos fueron desechos descarta-dos. Esta actividad fue realizada en su mayoría desde mi casa convertida en taller con los implementos heredados de generaciones anteriores de mi fami-lia, también el proceso de construcción tuvo lugar en conjunto, pues integran-tes de mi familia fueron actores claves

que prestaron su mano de obra para hacer tangible mi visión.

Para la creación de este proyecto la familia como concepto y como sustan-tivo tuvo un lugar muy significativo, pues cada pieza y cada relato se refe-rencian en mi propia cuna, su historia, tradiciones e imágenes y en las fami-lias de los habitantes de calle cono-cidos en el proceso de investigación. Durante el proceso fue fundamental asumir a la familia como una catego-ría socio-cultural, es decir, la familia se constituye fundamentalmente para el sujeto rural en la mediación del mismo sujeto con el mundo en el que se encuentra, es la familia quien define su identidad y los valores que lo conforman. La construcción de varios objetos desde su etapa de ideación y de creación fueron pensadas partiendo de cuerpos, actividades y recuerdos abso-lutamente personales dentro de mi nú-cleo familiar. Teniendo en cuenta que algunas piezas necesitaban la mano de obra de más de una persona y que otras necesitaban el “know how” de aquellos dueños de ciertos recuerdos, fue necesario construir algunos objetos con integrantes de mi familia, utili-zando las dos figuras anteriormente mencionadas. Además la familia es el eje central del desarrollo del proyecto, los relatos hacen énfasis en el espacio intangible familiar, la casa madre de cada protagonista, sus relaciones con aquellos que conforman su núcleo; y además en cómo el recuerdo de lo fa-miliar perdura en el tiempo dentro de

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distintos contextos. Ese imaginario fa-miliar se nutre de familias reales como lo es la mía con sus integrantes vivos y muertos, al igual que las familias que moran en la memoria de aquellos que hoy habitan la calle de una ciudad alejada de su lugar de origen.

Reminiscencias es un trabajo que comenzó su camino a partir de la comunidad y que poco a poco fue relacionando la realidad del otro con lo absolutamente personal. Es un trabajo que me permitió encontrar en la voz de los demás la mía propia. Es un tra-bajo donde mi identidad y mi origen emergen como fuerza relatante. Es un proyecto de tono netamente personal, pero que no deja de lado ciertas refe-rencias ajenas para desarrollarse, vol-viéndose así un proyecto de apropia-ción de costumbres, imágenes, relatos, objetos y momentos. Es, simplemente, una instalación compuesta por confe-siones hechas objetos, excavando en el pasado familiar.

BIBLIOGRAFÍA:• Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de la reproductibili-dad técnica.”, Editorial Taurus, 1973.• Susan Sontag, “Sobre la fotografía: los objetos melancólicos.”, Editorial Edhasa, 1996. • Levi Strauss, “El pensamiento salvaje”, Ed: Fondo de cultura Econó-mica México, 1962/1992.

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1.Ya eran las seis de la tarde y estaba empezando a oscurecer, las nubes de color gris se estaban comiendo los ra-yos del sol, era la hora boba como no-sotros la llamábamos, estábamos sen-tados en el árbol ese que quedaba ahí pa´ salir a la caracas, el mismo árbol donde hace muchos años nos habíamos contado nuestras historias sentados en sus grandes raíces como asientos y tapados por sus ramas altas llenas de hojas verdes y amarillas, me fuí con el Topo, la idea era simple, uno cogía y distraía al conductor del bus como si se fuera a subir y mientras el man lo bajaba a uno, el otro se le metía por la ventana y le sacaba el producido. Yo le saqué el manojo de billetes azules con la cara de un tipo que nunca había sabido cómo se llamaba al man del bus y corrale juemadre, el topo se le alcan-zó a escapar y nos encontramos en la esquina de la caracas en donde había una bomba de gasolina para dividir-nos el paquete, yo estaba feliz le iba a llevar comida y su traba a mi cucha, una mujer con el pelo lleno de canas, siempre cogido con una moña en la parte de abajo de la cabeza, una mujer tan flaca que al caminar pareciera que con un tropiezo se quiebraba. Yo nunca me trababa con ella, me acuerdo cuando llegue al cartucho

tenía 7 años y me había salido de la casa de mi papá con mi hermano, un chinito igual a mi pero más grande y nos habíamos venido al cartucho a buscar a mi mamá, a ella desde siem-pre le había gustado meter y por eso se nos había perdido. Un día como cual-quier otro dijo que iba a la tienda y no volvió. Cuando la encontramos nos quedamos a vivir con ella, no teníamos casa de cuatro paredes, pero el cam-buche de cartón y bolsas que ella nos hizo nos pareció suficiente y mucho mejor que vivir con un viejo borracho lleno de ira y ganas de cascarnos, ahí mismito comenzamos a meter también basuco nosotros, todavía me acuerdo de ese día era un 30 de Marzo con sol pero con ese viento de siempre en Bo-gotá. Bueno la cosa es que le compré a mi mamá una porción bien grande de combinado, el de ese día era de frijoles y estaba muy bien servido en una hoja de periódico porque se habían acabado las de directorio, también le compré unas 5 bichas del América. Cuando llegue al parche en el que no la pasába-mos ahí en el andén, no la encontré y se me hizo raro porque la cucha ya casi no se movía de ahí, siempre acostada sobre un colchón viejo con estampado de rayas azules que mi hermano y yo habíamos encontrado años antes. Ella

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ya no quería pararse porque le daba miedo que alguien le robara el colchón que había mejorado su vida. Comencé a preguntarla a los ñeros que estaban alrededor y a mirar a ver quien tenía una razón de ella, en esas uno de los ñeros de ahí vestido con un saco de lana vinotinto y un pantalón 5 veces más grande que su talla amarrado con un cordón de zapato negro, tenía una botella de pegante en la mano y me dijo sin basilar pero mirando al cielo como rememorando el momento que alguien la había emborrachado y me la había picado. En ese momento se me escaparon las cosas de las manos, comencé a ver como todo a mi alre-dedor parecía acelerarse y como las ideas se me pegaban unas a otras en la cabeza no dejándome pensar, apare-ció la imagen del container frente a mis ojos y me fuí a buscarla al hueco ese, porque si la habían matado ahí tenía que estar, me fui corriendo para allá pensando en quién habría sido el triplehijueputa que nos tenía tantas ganas como para picar a mi mamá. Mientras corría por las calles solo me imaginaba encontrando a mi mamá viva acostada sobre el colchón, paré para hacer una pausa e intentar que el aire entrara por mi garganta ya seca de tanto jadear. Mire hacia la izquier-da y ahí estaba como si hubiera caído del cielo o salido del piso, el colchón viejo de rayas azules con una mancha negra en forma de virgen en la esqui-na, no era otro, era el mismo colchón de mi mamá.En ese momento volvió un recuerdo a mi cabeza, cuando teníamos como

10 años mi hermano y yo nos ganába-mos el pan ayudando a picar muertos, pero nunca habíamos matado a nadie a machete, el pánico corrió por mi cuerpo que casi podía sentirlo como una inyección de aceite recorriendo mis venas, seguí corriendo hasta llegar al conteiner y me importó un culo y me metí, comencé a revolcar toda la basura y la mierda que había adentro, de la nada mis manos se comenzaron a teñir de un rojo profundo y casi como el de las señales de tránsito. Comenza-ron a salir pedazos de carne rosada y enternecida por el calor, no me alarmé, no era nada raro podía ser de cualquie-ra, pero unos minutos más dandole a la vaina, ahí estaba algo que definiti-vamente no mentía, la mano comple-ta de la cucha con las uñas a medio pintar de color rojo y el anillo de lata que le había dado mi papá hace ya como 30 años enroscado en su dedo en un intento desesperado de no dejarla ir otra vez, ahí estaba puestecito en su dedo corazón lleno de un oxido verdo-so y negro.Oí un estallido ni el berraco, había vuelto a soñar con ese día, se había repetido otra vez en mi cabeza la imagen de mi mamá picada, abrí los ojos y estaba en el infierno pa´ Dios, todo el mundo se estaba dando ma-chete o cuchillo, entraban por el otro lado los del SMAT vestidos de robo-cop con sus trajes negros parecidos a armaduras repartiendo bastón al que se encontraban, me leventé del piso rápido, veía un poco borroso, estaba muy confundido, comencé a recordar que había pasado (venía fumándome

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una bicha de donde la japonesa ay al lado de los Bayona), volteé a mirar pal chuzo de la japo y no había sino un hueco ni el hijueputa en el piso y todo incendiado, era tan profundo que parecía la entrada al infierno. Le eché mano al machete de una y sálvese quien pueda, quemarme como castigo del diablo por esta vida tan perra no me iba a tocar a mí.Me acuerdo que el machete lo había hecho despuesito de que me mataran a la cucha, un día caminando por los lados de la carrilera me encontré un pedazo de lata un poquito gruesa y brillando por los rayos del sol y la cogí, le pinte la forma de un machete así bien puntudo con un pedazo de carbón que seguramente en algún momento había sido un hueso, corte la lamina por la raya con unas tijeras de esas en forma de luna y le forré la parte del mango con puros pedazos de cabuya de esa de colores, cabuyas que algún día amarraron cajas de huevos, por úl-timo cogí a darle filo contra una piedra hasta que quedara bien áspero.La idea era salir vivo el que se atrave-sara paila lo tajaba por donde pudiera, el problema era que todo el mundo aprovechaba el desorden para robarle cosas al otro y para vengarse o sacar-se la espinita de alguna maricada, en esas llegan los tombos esos a darme, y si a mí no me pegó mi mamá no va a venir ningún hijueputa a darme, pa´ un perro bravo hay otro más bravo y así fué me puse a repartir cuchillo hasta que ya no sentía el brazo. La cosa se terminó calmando y se fué sabiendo que era lo que había pasado,

el cartucho ahí en la esquina de la japonesa, disque había sido un atenta-do contra el presidente, yo no me como esa mierda, eso fue un teatro del go-bierno para jodernos porque después de eso comenzó el desalojo.

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2.Sentado en el árbol de la plaza, espe-rando a la hora boba, mirando fija-mente al japonés mientras hablaba una vez más del anillo en la mano de su madre, intenté recordar algo de mi pasado, había olvidado casi todo menos el olor a humo de mi casa, cerré los ojos dejándome llevar por el olor a humo en mi cabeza, dejé que el humo me dijera quién era y me contara la historia de mi pasado mientras me la mostraba con sus formas:Mi familia desde varias generaciones atrás siempre había vivido, crecido y nacido en Soatá, un pequeño pueblo de Boyacá bañado por los rayos del sol y refrescado por los vientos gélidos que vienen del nevado del Cocuy; quién podría haber adivinado que yo sería la excepción a la regla. Justo cuando mi mamá estaba embarazada de mi, inflada como un balón, con los pies hinchados de estar parada en la cocina y con la misma trenza que usó toda la vida colgando desde sus hombros has-ta su cadera, a los putos conservadores se les dió por joder y como mi papá era el único liberal del pueblo pues les tocó agarrar sus cosas que en esa época eran unas cuantas monedas guardadas en un saco, una caja con apenas los tres chiritos de cada uno bien cerra-

da con una cabuya y a mi hermano mayor que en ese entonces tenía como 2 años y largarse para Duitama a bus-car suerte o a esperar con fé que las co-sas se calmaran. El problema no duró mucho, parecía que el destino estaba esperando a que yo naciera, siendo así al día siguiente un 14 de Febrero el pri-mo conservador de mi mamá fué por nosotros hasta Duitama y nos devol-vió a Soatá, le parecía una barbaridad que un portador de su sangre naciera en otro terreno que no fuera en el que habían nacido todos sus ancestros y no estaba dispuesto a que eso se repitiera. Siempre le decía a mi mamá ese niño tiene el cordón roto, el no está unido a esta tierra como todos nosotros, y pareció ser verdad a diferencia de mis hermanos yo siempre miraba la vía de salida al pueblo preguntándome que habría por fuera de las barreras de sangre que mi familia había impuesto, soñaba con encontrar un oficio que permitiera salir del pueblo a ver algo más que el nevado alumbrando como un faro el paisaje y me obsesionaba ir a la capital. Después del regreso, mi papá se fue pa´ un terreno a las afueras del pue-blo y comenzó a construir una casa para nosotros, terminamos siendo 11

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hermanos, 7 hombres y 4 mujeres, el quería estar aislado de los ojos calcu-ladores de los godos y crear un nuevo universo para él en el pueblo que lo vio nacer. En un lote tan grande como una manzana construyó una casa de un solo piso con un patio en la mi-tad enmarcado por una baranda que encerraba 5 habitaciones, tenía una cocina amplia con piso de piedra y con un fogón de leña en toda la esquina, ese fogón era el que iría año tras año tiñendo el techo y las paredes de la cocina así como los pulmones de mi madre. El comedor estaba ubicado en un salón entero con una mesa de ma-dera larga en la mitad, la sala estaba llena de unos sillones forrados en cuero azul claro que estaban ubicados en media luna frente al radio de mi padre, que después de los años se convirtió en un televisor que más bien parecía una mesa, tenía dos baños y en el patio gigante estaba sembrado un prospero árbol de limas, que sirvió de sombri-lla y hasta casa para nuestros juegos de niños. Al lado de la casa mi papá construyo su taller mecánico, taller que servía también para hacer bailes y hasta bazares del barrio. Esa fué la primera casa y la fundadora de un nuevo barrio en el pueblo que se llamó Nuevo Mundo. Al ser tantos hermanos nos tocaba jugar con lo que encontrábamos, mi papá siempre había creído en la igual-dad así que si le compraban algo a uno se lo compraban a todos, terminamos teniendo la misma ropa y saliendo uniformados, con unos pantalones de dril de colores que cambiaban cada

año, camisas que combinaban y unos zapatos negros de caucho que cuando calentaba mucho quemaban los pies y amenazaban con derretirse sobre el asfalto. Mi papá prefería comprarnos ropa a juguetes, entonces nos tocaba a nosotros inventárnoslos, eso no era un problema éramos artos y eso permi-tía que nos divirtiéramos hasta con granos de arroz.A mí me gustaba jugar a ser cura vestido con una bata de dormir de mi mamá, pero a lo que más me gustaba jugar era a que los hombres éramos camioneros y a que mis hermanas tenían un restaurante en la carretera. Yo armaba mi carrito con una lata de sardinas roja, de esas sardinas que venían en salsa de tomate, le abría 4 huequitos con una puntilla, dos huecos a cada lado, le atravesaba unos palitos por esos huecos y le ponía de llantas unas tapas de cerveza. Cogía las tapas y les abría un hueco en la mitad con una puntilla. Ya cuando lo tenía arma-do pues le amarraba una cuerdita en la parte de adelante para jalarlo, así hice mis primeros viajes de arena y piedras en “La Colorada”. Todos armábamos nuestros carros para que se dejaran llenar con algo. Nos gustaba jugar des-pués de almuerzo porque así el restau-rante de mis hermanas si tenía comi-da, cuando estábamos almorzando les decíamos que guardaran la carne en una servilleta para que no la vendieran cuando pasáramos a comer con nues-tros camiones, nos comíamos la carne y les pagábamos con nuestros pesos del momento, unas piedritas redondas que cogíamos de la calle.

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Quedo estampada en mi cabeza la imagen del miserable carrito de lata, una sonrisa se dibujó mi en boca de una forma tan sincera que sentí que era la primera vez que reía, el gesto me motivó tanto que cada vez que nece-sitaba una risa recogía material de la calle y construía el carrito una y otra vez intentando alejar el miedo de no poder recordarlo.

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3.El japonés ya había terminado de con-tar como todas las tardes su historia e increíblemente el Topo había abierto la boca solo para decir: yo soy boyaco, soy de Soatá y mi casa olía a humo y olió a humo hasta el día en que me fui de camionero a traer viajes de piedra aquí a Bogotá.Me pareció chistosísimo el arranque del Topo que a duras penas se acorda-ba de su apodo, por eso le deciamos Topo, parecía estar ciego en un mun-do sin recuerdos, entonces le seguí el juego presentándome: mi nombre es Porfirio y soy de Samaná Caldas, eso queda al lado de Argelia y Mar-quetalia. No planeaba decir una sola palabra más, pero sentí la necesidad de recordar mi tierra en voz alta: mi fami-lia sembraba café, todos trabajábamos en lo mismo, pero como yo tengo polio pues no podía caminar entonces yo me la pasaba sentado como en frente de una tablita comida por los años en donde caía el café ya seco y yo separa-ba el café de exportación sentado en un butaco hecho de una tajada cor-tada de un roble. La casa de mi padre era en el campo a unos 20 minutos del pueblo a caballo por un sendero lleno de piedras rojizas y una que otra negra y redonda como un huevo, ahí vivía-

mos con mis hermanos y mi mamá, era una casa hecha de bareque y tejas de barro, estaba construida en forma de ele rodeada de cultivos y patios llenos de flores de colores, mi propio padre la había construido con sus manos cuando era un muchacho enamorado, el había comprado el terreno antes de casarse con mi madre para tenerle a ella el hogar que una señora merece; la casita tenía tres cuartos con piso de madera gruesa, cada uno con una ven-tanita cuadrada pequeña que por las mañanas dejaba ver la luz del sol y las hojas de las matas de plátano ondear con el viento de la mañana, venta-nas que dejaban entrar el sonido del canto de los azulejos y los toches pechi amarillos, la cocina era un huequito sin luz, lleno de olletas comidas por el hollín que el fogón de leña producía, la cocina tenía una puerta que daba al patio trasero donde se apoyaba una escoba hecha de ramas amarradas a un palo que también servía de tranca, el comedor quedaba sobre el pasillo con un par de arcos por puertas, ese también tenía una ventanita pequeña y cuadrada que daba al patio trasero, la casa también tenía una pesebrera para los caballos ahí pegadita junto al cuarto de la despensa, donde mi madre

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guardaba en un canasto los huevos verdosos de las gallinas y la leche re-cién ordeñada en cantinas. Ya más allá si estaba donde secábamos el café -un planchón grande de lata- la máquina para descerezarlo, el sitio donde yo escogía el café y todavía más abajo pues ya el cafetal, que eso era una cosa grandísima, recuerdo que cuando niños nos escondíamos debajo de los arboles de café que parecían grandes cuevas redondas, en donde jugábamos a que teníamos nuestra propia finca llena de vacas hechas con la bellota morada del plátano y palos. Mi padre tenía un genio podrido, el había sido un líder de los liberales y en esa época había matado conservadores y todo, en mi casa nadie se vestía de azul, mi padre pregonaba que el café debía ser liberal pues la cereza madu-ra era roja y si no hubiera sido por la devoción de mi madre habría peleado con Dios por haber hecho el cielo azul, me acuerdo que se iba unos días con otros señores del pueblo y después llegaba a ver como íbamos nosotros con la producción. El siempre había andado armado con su machete y una pistola de mango blanco de marfil que si no estoy mal había sido de mi abuelo, después del tiempo me entere que mi padre se iba por unos días a cazar conservadores en nombre del la libertad y el partido liberal. Me acuerdo mucho que para una navi-dad, mi padre armó un paseo para Bo-gotá, yo era el menor y ya tenía como unos 10 años, el contrató una volqueta roja y nos hechó a todos como bultos de papa y nos bajó hasta la capital.

la capital. Yo me acuerdo que hacía un frío ni el berraco, el ambiente era gris y en la mañana uno tenía suerte si po-día verse la punta de la nariz con esa niebla. Nos bajamos ahí en el parque este de los mártires y claro eso todo grande y bonito. Estuvimos por ahí dándonos una vuelta, tomamos agua de panela en una tienda muy pinchada en pocillos de flores rosadas y mora-das, después me llevaron al instituto Rooselvelt, ahí fue que le dijeron bien a mi papá que yo tenía polio y pues me pucieron un aparato que con unas correas de cuero y unos palos de metal me hacían caminar y estar derecho, pero a pesar de la explicación médica mi madre seguía pensando que Dios nos había castigado solo por la idea ridícula de mi padre sobre el color godo del cielo. Me tenía que amarrar y apretar con fuerza de caballo un montón de cosas que hacian doler cada uno de los huesos de mis piernas como si los estubieran rompiendo con una prensa, pero igual me gustaba porque ya podía hacer más cosas solo, recorría con mayor facilidad los cafetales y hasta podía bajar a la quebrada a ver como rompía el agua en las piedras. Después de eso nos devolvimos para Samaná pero a mí nunca se me olvidó Bogotá. No entendía por qué estaba contando tanta cosa, pero la mirada fija e intere-sada del Topo y la actitud que tomo la japonesa al bajarse del árbol como una araña y acercarse a mi carro, me hizo continuar.Ese aparato no duró mucho porque como yo iba creciendo pues lo deje

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tirado y lo que hacía era caminar en cuatro patas como un perrito por todo lado tan tan tan, mientras en una esquina de la casa las arañas hacían del artefacto una mansión inperforable por el comején. Me acuerdo que una noche yo estaba dándole a escoger el café ahí en la mesita con apenas unas velas que había puesto ahí para ver bien, pues la noche era tan nublada que no había dejado asomar a la luna, las velas ya habían escurrido sobre la tabla como agua de colores, yo era el único que estaba trabajando mientras los demás estaban tomando chicha y bailando. Me aburrí y no quería per-derme la fiesta, entonces cerré la cajita donde caía el café le puse el seguro y me fui a mirarlos bailar, me acuerdo que estaba en la vitrola sonando la venezolana. Sentí una necesidad muy grande de sacar mi guacharaca y cantarle a mi público que seguía mirándome fija-mente, así que empecé:“Como yo quiero viajar pienso ir a Car-tagena, como yo quiero viajar pienso ir a Cartagena, y después sin vacilar por la

tierra o por el mar pienso ir a Venezuela. En el Cabo de la Vela bailaré, merengue con mi morena, en la Guaira seguiré pa´

Guararé en noche de luna llena, en la Guaira seguiré pa´ Guararé en noche de

luna llena.Si me llego a casar que no creo ha de

ser con una venezolana, aunque soy un negrito muy feo en amores a mí nadie me gana. Si me llego a casar que no creo ha de ser con una venezolana, aunque soy

un negrito muy feo en amores a mí nadie me gana.”

Como me gustaba esa canción y como yo era guacharaquero desde chiquito pues me puse a tocar la guacharaca, y en esas llega mi papá, me cogió de una brazo ahí en la entrada del comedor así como trapo y tran tran tran con la correa, ahí delante de todo el mundo y me dice:--- Pues no te dije que escogieras el café?Me fui otra vez a la mesa a escoger el café con los ojos aguados, el recuerdo de su grito opacaba la música que seguía sonando en la vitrola, pero igual como yo no podía bailar pues para que me quedaba allá, pero eso si lloré escogiendo ese café. Como a la media noche se acostó todo el mundo, yo también me fui a acostar, estaba en la cama de colchón de trapo es-perando a que todos estuvieran bien dormidos luchando contra el sonido arrullador de las luciernagas y cuando ya no sentí nada pues me levante con cuidado para que la cama no llorara al verme partir, cogí y me puse como 3 pantalones uno encima del otro y unas camisas. Me salí de la casa apoyado en mis brazos y arrastrando las piernas, llegué al camino que era de bajada, eso si me acuerdo de esa luna grande y redonda como la cuajada que hacia mi madre alumbrando las piedras, me baje en cuatro patas hasta que en la madrugada llegue al pueblo, tenia marcadas en las manos las piedras del camino que habían abierto en mi piel cortadas tan grandes como un grano de cebada, ya se estaba poniendo clari-to de ese azul bonito que mortificaba a mi padre y lo hacía cuestionar a Dios,

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cuando en esas, vi un bus pintado de rojo y amarillo con un señor colgado gritando:--- Mariquita, mariquita. Me subí al bus haciéndome el pendejo y me escondí entre las sillas de cuero blanco percudidas por el uso; el viaje duro varias horas entre brincos y re-saltos, ya cuando el tipo se dió cuenta de mi figura de perro bajo las sillas ya íbamos a llegar a Mariquita, entonces no me sacaron.Me bajé del bus en ese calor como el de un horno quemandome las manos con el calor del pavimento de la plaza y oí a otro joven decir:--- Bogotá, Bogotá, Bogotá.Me subí mendigando el pasaje y así termine llegando a Bogotá, yo más o menos me acordaba de cómo era desde la primera vez que había venido, pero como fotos borrosas algo se me pare-cia, la cosa fué que la flota me terminó dejando aquí en el cartucho sobre la calle en donde estaba la bomba de ga-solina y yo como no conocía a nadie ni sabía nada pues me fui metiendo por las calles destapadas mientras miraba las antiguas casas de balcones a ambos lados de la acera, la gente me miraba y decía ay pobrecito el invalido, ay no se qué, pero yo no les ponía cuidado, estaba acostumbrado a que toda la vida me hubieran pobretiado y me hubieran visto como un castigo divino. La cosa fué que como yo era todo bue-na gente y sano, pues me fui ganando amigos que me ponían a llevar y traer pequeños encargos, que Porfirio por aquí, que Porfirio por allá y comencé a necesitar moverme más, entonces me

tocó inventarme un carro para mover-me y dejar de llevar los encargos en la jeta como un perro.Empecé a recoger palos de por ahí de la calle, palos gruesos más que todo. Me armé un carro con ruedas de sillas de oficina, las pegué con unos tornillos largos y oxidados a una base de made-ra que hice con varias tablas, después de eso le monte con cuatro palos bien fuertes una silla sobre uno de los extre-mos del carro, le puse unas tapitas por casi todas las caras para que también me sirviera de cajón a la hora de guar-dar las cosas. Me conseguí un pedazo de espuma vieja y se la pegué a la silla en la parte de arriba, pero pa´ que no se viera mal cogí una cobija que me había conseguido cuando llegue a Bo-gotá, una cobijita blanca bien bonita con una oveja vestida en una esquina, como ya la tenía bien roída pues cogí el mejor pedazo y se lo corté para po-nérselo a mi silla y que no quedara solo la espuma. En la parte de adelante le puse una par de vigas y un palo para hacer una agarradera donde pudiera colgar mi maleta y la guacharaca, para que al cogerlo no me diera duro en las manos ya jodidas por el arrastre, cogí unos pedazos de camisas viejas que el jíbaro me pasó y armé unas tiras de la tela para forrar el palo, eso le daba más presencia al carrito. Como toque final compré en una compraventa de por ahí de la novena un triángulo de esos que usan los carros y se lo colgué en la parte de atrás con unas puntillas dobladas en ele.El carro ha cambiado de partes varias veces, unas veces hasta lo he empeña-

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do a Walter para conseguir la plata de la traba, la primera vez resultó ser bien raro, a veces me imagino que con el carro me puedo subir hasta el azul del cielo, por ahora me recorro el centro de arriba pa´ abajo por la calle a ver qué vuelta sale pues para conse-guirme la dormida y lo de comer. Con mi familia eso si no me volví a hablar, me imagino que me buscaron mucho, pero entre unas y otras a uno se le ter-mina envolatando buscarlos, creo que mi papá ya se murió quien sabe cómo.Ya no quería hablar más, la cara de mi padre quedo bailando frente a mis ojos y la idea de un viejo curtido por el tiempo con la piel como papel pergamino preguntándose en su lecho de muerto por el destino de un hijo perdido, me rompió el corazón, hizo un nudo en mi garganta y me bloqueó la salida de las palabras.

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4.El silencio se extendió por unos diez minutos, parecía que todos habían te-nido una familia que amar, faltaban 15 para las 6 todavía había tiempo para hablar y me sentí obligada a hacerlo por las miradas de los demás intentan-do decir “usted sigue”: En Vélez la vida era tranquila y yo diría que cómoda, vivíamos apretados en una casita de un cuarto, pero eso si nunca sufríamos de hambre por-que uno en el campo no necesita sino estirar la mano para coger las frutas del árbol. Yo era la hija de la mitad de mi mamá, los mayores ya habían hecho su vida y los otros eran bien chiquiticos, parecía que nunca iba a dejar de tener hermanos cuando uno menos pensaba mi mamá ya estaba embarazada otra vez. Como mi mamá le hacía falta plata para mantener-nos a todos porque se metía con unos tipos que no respondían por nada me mandó a Bogotá a donde un tío a vender frutas. Era el hermano mayor de mi mamá, el que siempre la había cuidado y el que se había hecho cargo de todos cuando chiquitos. Yo ya tenía 15 años entonces me vine sola en la flota de cortinas rojas de terciopelo y sillas altas con una tela de rayas de colores. Uno de mis primos que

no tenía más de doce años me estaba esperando ahí en la bajada del bus en la caracas para llevarme a la casa, yo nunca había estado en Bogotá y la verdad que no me gustó cuando la vi, una cosa sin árboles, sin plantas, sin flores, llena de ruido, a uno le toca-ba caminar mirando para todo lado para que no le quitaran lo poco que llevaba. La caminada fue larga y en subida yo la sentí más porque andaba con la caja en la que traía mis cosas amarrada con una cabuya que me saco ampollas en una mano y me la rajo por el peso, la caja quedo manchada de sangre y mi mano con una cicatriz de por vida. Después de tanto caminar llegue a la casa de mi tío que quedaba en una montaña ahí por el centro de la capital, al llegar al barrio uno recorría una callesita estrecha de piso de piedra y unas escaleras tan altas que parecían subir al cielo. La casita estaba hecha con tablas de madera, más que una casa era más bien un cuarto grande donde estaba un estufa puesta cerca a la puerta y unas camas para dormir puestas contra la pared y humilde-mente vestidas con cobijas grises. Como no era que hubiera mucho lugar a mí me tocaba compartir la cama con una primita chiquita, lo que no

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me molestaba porque donde mi mamá también compartía la cama con un hermanito, ese día me acuerdo que nos tomamos una agua de panela en unos pocillos de barro muy bonitos mien-tras hablábamos de cómo estaban las cosas en Vélez y como se habían daña-do desde que mi abuelo se había muer-to, me sentí como una adulta dandole un informe detallado a mi tío de todo y opinando sobre todo, una experta. Al día siguiente comenzó la rutina que viviría por varios años, levantarme a las 5 de la mañana cuando todavía estaba oscuro a ayudar a arreglar a los niños para que se fueran al colegio, a hacer el desayuno que siempre resulta-ba ser una changua negra y arrancar para abajo con un carro de madera grande hecho de tablas como las de la casa en donde con mi tío cargábamos varias arrobas de mandarina bajába-mos a venderlas, me acuerdo que a veces tocaba coger un trapo húmedo y limpiar cada una de las mandarinas para que los colores verdes y anaran-jados se vieran brillantes y las manda-rinas provocativas. Nola pasábamos todo el día al sol y al agua ofreciendo las mandarinas por ahí cerca a la plaza de bolívar, dando promociones y caminando horas y horas hasta que los huesos del talón parecían una piedra de amolar y los pies se tornaban de un color purpuroso muy claro. Como a las 5 de la tarde ya estábamos subiendo para la casa con menos carga pero ma-mados de arrastrar ese carro a nues-tra espalda; con lo del producido del día comprábamos lo de la comida en una tiendita pequeña ubicada en una

cerca a la casa, si nos había ido bien comprábamos un pedazo de carne seca y unas papas, si nos había ido mal unos huevos para la changua, panela y pan, tomábamos leche por ahí una vez a la semana, era impresionante como era de cara la leche, cuando en la casa era solo ordeñar a la vaca y si no tenia ternero la botella de litro costaba la mitad de lo que la vendían aquí en Bogotá, pero en ese terreno que tenía mi tío ni podría vivir una gallina, eso era un terrero con piedras y ni una mata.Yo comencé a ponerme más grande con el pasar del tiempo, las curvas de mi cuerpo se acentuaron, mis senos comenzaron a crecer como un par de montañas firmes y fértiles, la cadera se ensancho abriendo paso a una par de piernas largas. Ahí fue cuando los problemas en la casa de mi tío comen-zaron, las miradas de el hacia mi ya no eran las mismas, no eran los ojos de un padre sino la mirada de un tigre asechando a su presa antes de dar el sarpazo, por las mañanas cuando medio me despertaba, sentía la res-piración de mi tío cerca a mi cuello agitándose mientras recorría con sus manos carrasposas y cuarteadas por las curvas de mi cuerpo a duras penas escondidas bajo un camisón viejo., De-cidí escribirle a mi mamá para contarle las nuevas mañas matutinas de mi tío, la respuesta de mi mamá tardo mucho y cuando llegó la carta me sorprendió ver como la nota era corta y de nin-guna manera mostraba interés hacia mí, la nota decía: “una virtud de una mujer es ser agradecida” yo no

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entendí al principio que fue lo que mi mamá había querido decir con la carta, pues yo a mi tío le agradecía siempre su ayuda, además que una cosa no parecía tener conexión con la otra. Unos días después cuando las caricias agitadas ya pasaron a ser besos arrebatados que terminaron con mi tío encima mío subiendo el camisón de dormir hasta mi cuello, mientras las gotas de su sudor caían sobre mi cuerpo casi como gotas de lluvia tibia y espesa. Con mi mamá nunca había-mos hablado de sexo, no sabía que pasaba cuando un hombre a uno le hacía eso, pero definitivamente no me gustaba, el dolor se expandía por mi cuerpo como fuego venenoso que hacía que me ardieran hasta los dedos de los pies, cuando la odisea terminaba me tocaba levantarme a lavar las sabanas de la cama que siempre quedaban con el manchón de mi pena restregado. Yo dejé que la situación continuara por-que aparentemente esa era una de mis virtudes como mujer “ser agradecida”. La esposa de mi tío ya no me hablaba y solo de vez en cuando lanzaba una mirada fulminante a donde yo estaba, era una mirada tan certera que juro me podía atravesar con ella.Al poquito tiempo me comenzó una vomitadera tan agotadora que pa-recía que se me voltearan al revés la tripas y no soportaba casi la comida, la barriga me comenzó a crecer yo no le quería decir a nadie pero ¿cómo iba a esconder esa panza que me comenzó a salir? y yo que siempre había sido una langaruta. Pues un día mientras comíamos les dije a mi tío a la esposa

que estaba embarazada, no podía ser otra cosa había visto a mi mamá embarazada tantas veces que no podía confundirme, la esposa de mi tío tiro la comida al piso y se levanto tan rápido que de un solo salto ya se había salido de la casa. Mi tío se quedó callado por un momento y simplemen-te dijo, eso le pasa por andar abrien-do las patas quien sabe a quién. Le escribieron a mi mamá contándole de mi embarazo y culpando a un chino del barrio. Pues mi mamá se vino a los pocos días para Bogotá y a penas me vió no me dió tiempo de hablar y solo me dio una tunda que hasta moradas dejo las piernas, estaba bravísima con-migo disque por andar con novios y de culipronta. Esa noche se puso a hablar con la esposa de mi tío y dijo que esa vaina se iba a solucionar al otro día por la mañana. Yo ya tenía como unos 5 meses y ya sentía como la criaturita se comenzaba a mover en mi barriga, me ponía nerviosa pero estaba conten-ta eso se sentía todo bonito y además los bebes son bien divertidos me acor-daba de mis hermanitos los chiquitos y me daba emoción tener uno mío. Me pase la noche imaginándome que seria y que tenía que sacar un carro propio para poder mantener a mi hijo. Co-mencé a imaginarme un futuro acom-pañada, las imágenes parecían pasear-se por el techo de la casa mostrándome lo feliz que sería, tendría un carrito solo mío y así iba a poder irme a vivir sola con mi hijo. Por la mañana mi tío se fue trabajar solo y mi mamá salió con la cuñada, yo me quede tranquila en la casa, un día de descanso me iba

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a sentar muy bien, me quedé dormida acariciándome la barriga, nunca ese catre se me había hecho más cómodo que esa tarde, dormida sentía una sonrisa en la cara.Se nos habían venido las 6 de la tarde, me di cuenta porque sin pensarlo mire el reloj de piolín que tenía en mi mano, paré de contar mi historia y me puse de pie, era la hora boba y ellos tenían que salir a camellar, no alcancé a ca-minar un paso cuando el Topo volvió a abrir la boca y dijo: ¿y qué pasó? ¿a dónde se había ido su mamá? ¿dónde está el niño?, me quedé mirando como la curiosidad parecía salirse de los ojos de todos mientras el japonés prendía la última bicha que le quedaba, entonces me senté y les seguí contando.Al rato llegaron las dos con un frasco de esos de agua pero lleno con una cosa como amarilla parecida a una chicha pero con unos pedacitos pequeños de matas, era una mezcla que parecía estar viva burbujeaba dentro de la botella tan duro que parecía que salía, mi mamá me obligo a tomármela de un solo sorbo, al ratico me comenzaron unos dolores de estómago durísimos como si las tripas se estuvieran reven-tando, yo sentía que me iba a desga-rrar por dentro, me fuí para la letrina corriendo me bajé los pantalones rosados que tenia puestos y me puse a pujar pensé que eso me había hecho daño y que tenía un mal de estómago bien berraco, cuando me di cuenta me salía sangre, bien espesa y brillante, bajaba por mis piernas en forma de hilos, los dolores no se bajaban, sentí como me salió algo del centro de mi

cuerpo, cuando cayó al piso se sintió como un huevo gigante que se rom-pía contra las piedras, al mirar hacia abajo para encontrar el culpable de mis retorcijones, ahí estaba un masita chiquita, rosada llena de sangre, me puse a ver bien y le vi la cabecita, las piernitas y las manitos, era mi hijo y mi mamá me lo había matado. Me subí los pantalones y llorando cogí la caja en donde tenía mis tres chiritos y me baje llorando, todo lo que tocaba quedaba rojo, sentía como el calor de la sangre fresca se iba esparciendo por mi cuerpo y escurriendo por las piernas, mi mamá me persiguió como por tres cuadras y después me gritó algo que no pude entender la voz se oía lejana y hasta fantasmal. El retumbo de su voz pesada quedó en mi cabeza gravaba, no sentía las piernas solo miraba un punto fijo en el horizonte, cuando reaccione estaba por donde los Bayona, mire para el frente y vi a un tipo que me estaba mirando fijamente el pantalón, subió la mirada despacio y me miro a los ojos con una cara ho-rror que me hizo sentir pánico y ganas de salir corriendo, en ese momento yo bajé la mirada para verme y vi el pan-talón rosado rojo y un charco de san-gre cada vez mas roja bajo mis pies, sentí como se me bajó de un totazo la energía, la caja en mis manos cayó como por voluntad propia y como si se fuera a acabar el mundo el sol se fue apagando hasta que no vi nada. Cuando me desperté el tipo que me había mirado fijamente me tenía metida como en el cuarto de una casa vieja, era un cuarto grande tapado

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por una cortinas color café de rayas, una viejita de pelo amarillento me estaba poniendo paños de agua fría en la cabeza con sus manos cubiertas de pecas y me daba de tomar un jugo de matas al que no le sentía el sabor. Ahí duré varios días hasta que ya me podía parar, Walter se llamaba el tipo que me había recibido y cuando ya me vió alentada me sentó y me dijo: “ yo la ayudé porque sentí que Dios me lo dijo y usted es una niña bonita, pero si no sabía mija aquí nada es gratis y yo a usted en estos días le he metido platica y le va a tocar pagarme”, yo estaba muy preocupada, no tenía ni donde caerme muerta y ahora le debía a este tipo la vida, el me dijo que le traba-jara vendiendo en la calle unas pepas y unas cosas ahí, que él me daba la merca y yo le daba el producido, le dije que listo y ni corta ni perezosa al otro día me salí a vender lo que el tipo me había dicho, me puse el otro pantalón que tenía en la caja y un saco grande azul que me había comprado por el frío que hacía, me busque un huequito por ahí en la calle entre otro montón de vendedores, nos recargábamos en una puerta teñida de verde y que pa-recía que la había pintado hace mas de cien años, yo tenía lo que vendía en los bolsillos del pantalón, pero me fije y el resto tenía maletas o cajas que habían hecho para meter las cositas y guardar la plata. Le metí ganas a la cosa y esa noche entregué el producido y con los 7 mil que me gané me fuí a comprar un cajoncito de tablitas en esas bodegas de reciclaje. Me conseguí una cajita baratica hecha

de pura madera de esa astilluda, esta-ba llena de divisiones por dentro ape-nas para lo que la necesitaba, no tenia agarraderas ni nada, entonces me compre papel de regalo, una cinta y una bolsa de retazos para ponerla bien bonita y que Walter se diera cuenta que yo le iba a trabajar en serio. la fo-rre por dentro y por fuera con el papel regalo que tenía unos arabescos muy bonitos que parecían estar bailando y con lo retazos hice una trenzas largas como las de una matrona para poder-me colgar la chacita. no me había dado cuenta al comprarla que estaba como pesada pero yo había sido de buenas me había conseguido un trabajo en donde no me tocaba acostarme con na-die o como decía Walter yo no le tenía que dar a nadie el combo tres (culo, chocha y mamada), entonces mejor caja pesada todos los días a una tipo diferente encima mío cada día hechán-dome el sudor y sus babas encima. La cajita quedo toda bonita, tenía un espacio con tapita para la plata y para cada producto tenía un cajoncito, uno para las pepas, uno para la vareta en moño o en paquetes, una para el pul-pujei, otra para el cristal y otra para el ventana. Con esa chacita le pagué a Walter me conseguí mis cositas y comencé una vida a aparte, no tenía un montón de cosas pero me pude sacar mi piecita con mis cositas, hasta después Walter me puso un puesto porque ya me ha-bía ganado a mis clientes, ese quedaba cerca a los Bayona y por mis ojitos rasgados me gane fama y nombre, a la gente le gusta comprarme a mí, la

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“Japonesa”. La historia se interrumpió por una carcajada colectiva que hechamos todos, ya se había hecho tarde eran las seis y media, así que cada uno se fue a su negocio con la promesa de olvidar lo que habían contado los otros.

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María Alejandra SandovalUniversidad de los Andes

2013-1