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CONTENIDO EDITORIAL 3 EL MONTUBIO: UN MESTIZO-DESCENDIENTE Licenciado Ezio Garay Arellano 5 LOS ÚLTIMOS ESCLAVISTAS O DUEÑOS DE ESCLAVOS EN MANABÍ Fernando Jurado Noboa 18 LOS ZAMBOS Y PARDOS DE RÍO CHICO EN 1847 Fernando Jurado Noboa 21 LA ENTREVISTA DE BOLÍVAR Y SAN MARTÍN Guillermo Arosemena Arosemena 24 LA BURKA Y LAS MUJERES EN AFGANISTÁN Jenny Londoño 37 EL DR. CARLOS MATAMOROS TRUJILLO Marigloria Cornejo Cousín 46 MEMORIAS FAMILIARES Ramiro Molina Cedeño 50

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CONTENIDO

EDITORIAL 3

EL MONTUBIO: UN MESTIZO-DESCENDIENTELicenciado Ezio Garay Arellano 5

LOS ÚLTIMOS ESCLAVISTAS O DUEÑOS DE ESCLAVOS EN MANABÍFernando Jurado Noboa 18

LOS ZAMBOS Y PARDOS DE RÍO CHICO EN 1847Fernando Jurado Noboa 21

LA ENTREVISTA DE BOLÍVAR Y SAN MARTÍNGuillermo Arosemena Arosemena 24

LA BURKA Y LAS MUJERES EN AFGANISTÁNJenny Londoño 37

EL DR. CARLOS MATAMOROS TRUJILLOMarigloria Cornejo Cousín 46

MEMORIAS FAMILIARESRamiro Molina Cedeño 50

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EDITORIAL

Ecuador ha sido cuna de grandes hombres. En la construcción de la Nación, en los inicios de la

etapa republicana, colaboraron perso-nalidades, que de algún modo y como no los conocimos personalmente, los historiógrafos han acomodado a gus-to y placer, muchas veces orientados por empatías regionales.

El caso de Plutarco Naranjo Var-gas es distinto porque lo hemos cono-cido, ha sido contemporáneo en buen tramo de la vida y en innumerables ocasiones lo hemos escuchado y he-mos sentido la estatura de su univer-salidad.

Médico, Naranjo nunca renun-ció ni a su vocación ni al ejercicio profesional para extender su interés intelectual por otros campos. Cien-cias a veces disímiles lo tienen como un gran exponente. La historia, la li-teratura, la botánica, la nutrición, la zoología del país se han rendido a su impresionante voracidad por conocer, por dominar sus recodos más íntimos y han devenido en la formidable eru-dición en esos campos que lo adorna y lo distingue.

Si a esas virtudes que ya lo ele-va, le sumamos su sencillez, su bon-dad, su calidez de maestro de corazón y el intenso e indesmayable amor por

su patria, ya se puede colegir la valía intensa de gran ecuatoriano que irra-dia como luz.

En el campo de la historia, a Na-ranjo el país le debe tanto. Sus ensa-yos sobre Montalvo y Espejo, sus tex-tos históricos de medicina, el rescate de las memorias de Roberto Andrade, por ejemplo, son hitos fundamentales de investigaciones arduas, honestas, serias y de servicios exclusivos a la verdad y al conocimiento.

Spondylus y Manabí tienen una gran deuda con Plutarco Naranjo. Nunca dejó de asistir a una reunión

Dr. Plutarco Naranjo

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académica o a respaldar con su pre-sencia y palabra el trabajo histórico de algún manabita que así lo solici-tara. Consejero paternal de muchas de nuestras inquietudes, hace tres meses recibió fraternalmente nuestra llamada y nos prometió colaborar. En el número 20 consta su colaboración que, aparte de su valor intrínseco, representa para nosotros un motivo de orgullo y nos da una lección: un maestro de esa dimensión distrae su importantísimo tiempo para colabo-rar en una revista provinciana.

Eso solo sucede cuando el maes-tro ha sentido que la patria es todas las regiones y los pueblos; y, negándose a cumplir el rol de inaccesibilidad que le quieren dar, se abre con sus conoci-mientos, su afecto de hermano ecua-toriano y el corazón generoso y sen-cillo a los “olvidados provincianos”. Eso solo puede suceder en hombres ecuatorianos como Plutarco Naranjo Vargas a quien en esta edición ren-dimos un homenaje de aprecio y de admiración.

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El montubio es el representante de la cultura regional costeña del Ecuador; en los últimos años

ha sido ampliamente cuestionada su verdadera etnia por un determinado grupo de sociólogos quienes en vista de la necesidad actual de enarbolar una identidad regional, intentan crear un mito, desvalorizando la realidad, afirmando que el montubio es una et-nia social.

Quienes hoy generan esta tesis no se interesaron nunca antes en los montubios, esta corriente nace ape-nas al término de la primera década del presente siglo XXI, porque los so-ciólogos interesados se dieron cuenta que la cultura montubia, o sea el pue-blo montubio ecuatoriano, representa una importante fuerza política, social y económica.

Afirmar que el montubio perte-nece a una etnia lo pone en entredi-cho con las etnias regionales andinas, las amazónicas, y con los cholos de la Costa, como comúnmente llamamos a los habitantes de las comunidades costeñas del litoral ecuatoriano; pro-duciendo inclusive una seria confu-sión en la CONAIE y en el Ministerio de Inclusión Social.

Si bien es cierto que se trata de una cultura regional costeña, que comienza al norte en Esmeraldas y termina al sur, en El Oro, abarcando todo el interior del territorio o litoral del Ecuador. No podemos decir que se trata de una etnia, sino de una cul-tura, porque el montubio es un mesti-zo, o sea, la mezcla de blanco e indio, pero según mi teoría, más bien se tra-ta de un triple mezclado, entre indio, negro y blanco, de ahí la dicotomía de sus colores según la zona de la Costa en donde radica cada uno.

Reitero mi posición de que no podemos decir que se trata de una etnia porque eso los pone en antago-nismo con las etnias andinas y ama-zónicas, pues han perdido las carac-terísticas que lo ubicarían como etnia o nación: como es tener un territorio determinado, un idioma propio, una indumentaria específica, y una len-gua autóctona como es el safiqui, el száchila, el ashuar, el quichua, etc.

Podemos rescatar su etnia si comprendemos que el montubio es en realidad un mestizo descendiente de las antiguas culturas aborígenes del litoral, porque es un aculturado como lo son los habitantes de las ciudades y pueblos que están a la orilla del mar. La clasificación correcta del montubio étnicamente hablando, es la siguiente:

EL MONTUBIO: UN MESTIZO-DESCENDIENTELicenciado Ezio Garay Arellano1

1. Historiador, genealogista

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mestizo-costeño-ecuatoriano, que fue clasificado y tratado por colores y cas-tas, más no por etnias, criterio que ac-tualmente se pretende imponer, como lo afirman los documentos otorgados durante los siglos XVII, XVIII y XIX, inclusive en los primeros 40 años de la república.

Entre las investigaciones que versan sobre la etnicidad costeña, ci-taré solamente a dos de ellas, se trata de los estudios de la antropóloga Sil-via Álvarez Litben, que ha estudiado a los habitantes de las orillas de la costa, al “cholo”, que es el indio coste-ño, que recibe esta denominación por haberse aculturado, por occidentali-zarse, por haber perdido los referen-tes de su identidad étnica; conservan-do solamente su territorialidad, más no su lengua ni su vestimenta ni sus costumbres, identitarios etnográficos de su nacionalidad que conservan los diversos grupos indígenas del nor-te, centro y sur de la Sierra, como las tribus de la región oriental, siendo la única excepción costeña la etnia de los Tsáchila o indios cayapas colorados que existen en la provincia de Santo Domingo de los Tsáchila, que hasta hace dos años pertenecían al territorio de la provincia del Pichincha. El otro concepto es el que propone Jenny Es-

Mediante este sencillo ejercicio antropológico reafirmamos al mon-tubio como descendiente de las tribus primigenias de lo que hoy es la costa del Ecuador. También podemos decir que se trata de una etnia aculturada porque el mestizaje del montubio lito-ralense con los aborígenes regionales costeños, es un hecho real y no una hipótesis.

Recordemos que el grupo domi-nante blanco-mestizo siempre acul-tura y asimila al mestizo, haciéndolo semejante a ese grupo socio-domi-nante, para así más fácilmente poder apropiarse y ocupar las tierras de los indios que habitaron el territorio inte-rior costeño, donde van a fundar sus monopolios agrícolas, que desde la colonia se fortalecieron, dedicándose esta clase dominante a la explotación de la madera, al cultivo del cacao, del tabaco y posteriormente en el siglo XIX del café y todos los demás pro-ductos agro-costeños.

Como no existen estudios actua-lizados sobre el mestizaje en nuestro país, los sociólogos y antropólogos solamente han rescatado a las etnias autóctonas mal llamados indios, y a la cultura afroecuatoriana de los miembros de etnia negra, no tenemos ningún estudio sobre el habitante

El montubio esmeraldeño en = Chachis descendiente

El montubio manabita en = Caraque-Manteño descendiente

El montubio guayasense en = Huancavilca-Chono descendiente o Valdivia-Chono descen-diente, etc.

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No. 23 • Un encuentro con la historia

trada Ruiz, quien analiza el mestizaje en el interior del litoral ecuatoriano:

Esta etnia Cayapa-Colorado es la raíz aborigen que en el proceso de la conquista empieza a fusionarse pri-mero con el blanco europeo y más adelante con el negro africano, bru-talmente arrancado de su continen-te y transportado en condición de esclavo para satisfacer la escasez de mano de obra en ésta como en otras posesiones de la corona.

campesino montaraz, cuyo uso per-dura –al parecer– únicamente vin-culado al ámbito rural de la Costa ecuatoriana.De acuerdo a la zona a la que perte-necen y a la relación interétnica de sus ancestros, nuestros montubios pueden ser mulatos o achinados, de ojos claros u oscuros, zambos, blancos, lacios, castaños, rubios y negros, respondiendo a cada caso a todas las influencias morfológicas y psicofisiológicas impuestas por las leyes de herencia.2

Nuestro mestizaje comienza desde el mismo momento en que desembarcaron los conquistadores españoles en las orillas de la Costa ecuatoriana, quienes entre las guerras civiles, los traslados y trashumancia que sufrieron los pueblos, villas y ciu-dades que fundaban; muchos de ellos llegaron solos, porque por prohibi-ción real no podían arribar con sus mujeres, solamente se les permitió a unos cuantos traerlas. Las mujeres es-pañolas recién vinieron a América 60 años después de habérsela descubier-to, esto es, aproximadamente hacia 1552, cuando ya la mayoría del terri-torio estaba conquistado, sus pueblos y ciudades fundadas, pacificadas y establecidas en lo que hoy es el terri-torio costeño.

El historiador peruano Teodoro Hampe Martínez, publica un docu-mento que se encuentra en la Real

Blanco europeo

Cayapa-Colorado

Negro

De las tres razas surgirá la esencia antropológica del montubio, diver-sificada en posteriores mutaciones por la unión del mestizo con el mu-lato, con el blanco, con el negro, con el indio que huyó de la mita, con el habitante de la orilla del mar que se internó en la espesura de la selva tropical, para no perder su indepen-dencia y con el emigrante serrano mestizo, que al producirse la crisis de los obrajes buscó nuevas pers-pectivas de trabajo en la zona agrí-cola del litoral.Amalgamados biológicamente y culturalmente a través de varias generaciones, mulatos y mestizos forjaron la identidad que desde las postrimerías del siglo XVIII y pri-meras décadas del siglo XIX, se re-conoce con el denominador común de montubios, americanismo propio de Ecuador, Colombia y Perú, con el que se designa popularmente al hombre del campo costeño, propie-tario de la tierra, peón asalariado o

2. Jenny Estrada Ruiz, El Montubio, un for-jador de identidad, Guayaquil, Edición del Banco del Progreso, Poligráfica, 1996, pp. 25 y 26.

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Academia de Historia de Madrid, Colección Muñoz A –92 (9-4826) ti-tulado: Relación de los encomenderos y repartimientos del Perú en 1561, editado en Lima el año de 1979, por la Revista de Historia y Cultura No. 12. Por este importante trabajo sabemos que los indios costeños ecuatorianos, para el año de 1561, estaban reducidos por orden del virrey Marqués de Cañete, quien de acuerdo a lo dispuesto por la visita que éste hiciera a estas tierras dice que: “los naturales que ay en los repartimientos del Perú en la Nueba Castilla y Nueba Toledo”. Los territo-rios de la Nueva Castilla, fue como se llamaba al territorio que conformará luego la Real Audiencia de Quito, hoy República del Ecuador.

Mi teoría es que la encomienda fue el móvil principal que implanta-ron los españoles para aculturar a los naturales, respecto a la encomienda, citaremos la definición de Alfredo Pa-reja Diezcanseco:

Trátese de una vieja institución de la Edad Media española, pero en Amé-rica se formó en circunstancias espe-ciales y con características propias. Era, en la España medieval, el lugar, el territorio que daba rentas a la dig-nidad de un caballero. Entre noso-tros, no se concedía en encomienda el dominio de la tierra, sino el domi-nio de los indios. Un encomendero era un poseedor de seres humanos, como los nobles rusos, y su fortuna llegó a contarse por número de in-dios, como para los terratenientes rusos por el número de almas, en este caso además de la propiedad de la tierra.

En América, las encomiendas se ori-ginaron en las Antillas. Fue Cristó-bal Colón quién las organizó, como un medio necesario de colonización, para contar con nativos que trabaja-sen el suelo y poder repartir el bene-ficio entre sus subalternos. La enco-mienda significó, desde el principio, un privilegio, pues fue una minoría la que recibió –según los méritos demostrados en la conquista–, en encomienda, determinado número de indios, por cuya salvación eterna debía cuidar, enseñándoles la doc-trina de Cristo, a cambio de lo cual poseían trabajadores gratuitos, de los que, además, percibían tributo.La encomienda, ya lo dijimos, no comprendía la donación de tierras, pero en la práctica poblaciones en-teras pasaron a poder del encomen-dero, transformado así en amo y señor feudal de sembríos, bestias y hombres. Técnicamente puede éste ser un régimen de esclavitud, que jamás estuvo reconocido por la ley: en los hechos, el sistema colonial es-pañol tanto feudal como esclavista.Si solo nos atuviéramos a las leyes, se juzgaría la encomienda como una institución humanitaria.3

Así, los encomenderos dieron y los indios recibieron la doctrina cris-tiana, como la aculturación occiden-tal. Estuvieron repartidos en las dos ciudades costeñas de Guayaquil y Portoviejo y en su respectivo distrito y su jurisdicción, los mismos que ren-taban para ese año de 1561:

3. Alfredo Pareja Diezcanseco: Historia del Ecuador, vol. I, Quito, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, p. 190.

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No. 23 • Un encuentro con la historia

En 1561 en la Costa habitaban 7.039 naturales, que daban de tribu-to 3.657, el resto de los 3.382 eran ni-ños, mujeres y ancianos que no daban renta ni tributo, pero ayudaban a las cabezas de familia, trabajando y reca-bando los tributos en dinero o en es-pecies. La Corona el año de 1561 reci-bió de renta tributaria de los indios la nada despreciable cantidad de 18.116 pesos. Teniendo Portoviejo 18 vecinos encomenderos y 42 parcialidades in-dígenas; y Guayaquil contaba con 15 vecinos encomenderos y 34 parciali-dades de indios, éste es un referente en cuanto a lo que sucedía con la po-blación en el Litoral en el siglo XVI.

Otro documento que nos pro-porciona información en los primeros 5 años del siglo XVII, 44 años después del documento anteriormente citado, de cómo la ciudad y su jurisdicción se iba conformando y poblando, es la “Descripción anónima”, cuyo ori-ginal se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid, signatura 3064 = 56, que publicó la Revista del Archi-vo Histórico del Guayas, No. 4, en di-ciembre de 1973, titulada Descripción de la Gobernación de Guayaquil de 1605. Gracias a esta descripción podemos comparar que la ciudad de Santiago de Guayaquil, y su distrito en 1561, tenía 15 vecinos encomenderos, y sus repartimientos se habían reducido a 13, en 1605; y, la ciudad de San Gre-gorio de Portoviejo que en el año de

1561 tuvo 18 vecinos encomenderos, quedaron reducidos a 7 encomende-ros en ese año.

Como curiosidad podemos ano-tar que tuvimos mujeres encomen-deras una en Guayaquil y dos en Portoviejo. Así mismo nos narra esta descripción que todavía se conserva-ban sus lenguas nativas, que estaban comenzando a desaparecer, cómo es-tos nativos tributaban, quiénes y qué fueron sus caciques.

La ciudad de Guayaquil y su jurisdicción en 1605 tenía 2.749 habi-tantes, el primer lugar lo ocupaba la mayoría de habitantes conformada por los naturales, el segundo lugar lo ocupaban los españoles y el tercer lu-gar los negros. En la ciudad vivían los españoles y los negros; en los pueblos, donde estuvieron los asentamientos humanos o caseríos de los antiguos reinos de los naturales, fueron los que se constituyeron en los pueblos de indios o de los naturales, que han conservado hasta nuestros días sus nombres topónimos, los mismos que fueron divididos en las siguientes po-blaciones indígenas:

4. Teodoro Hampe Martínez, “Relación de los encomenderos y repartimientos del Perú en 1561”, en Revista Historia y Cul-tura No. 12, Lima, Publicación del Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Cultura, 1979, p. 31.

Pueblos poblados de españoles en Pirú Personas de todas edades

Tributarios Valor en tributos en que están tasados

La ciudad de Puerto Viejo 2,297 1,377 5,452 pesos

La ciudad de Guayaquil 4,742 2,280 12,664 pesos4

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En el pueblo de Yaguache los indios estaban reducidos en 7 parcia-lidades: 1. Yaguache: tributarios 13, reser-

vados 3, casados 13, niños 8, ni-ñas 7

2. Chadui o Guayaquil Viejo: tribu-tarios 23, reservados 3, casados 20, viudas 30, niños 24, niñas 15.

3. Un aillo: tributarios 9, reserva-dos 2, casados 8, niños 9, niñas 8

4. Mopenitos: tributarios 14, reser-vados 3, casados 16, viudos 6, viudas 10, niños 2, niñas 23.

5. s/n [Chirijos]: tributarios 30, re-servados 7, casados 16, niños 8, niñas 16

6. Payo: tributarios 5, reservados 2, casados 5, viudas 1, niños 7, ni-ñas 7

7. Belin: tributarios 6, reservados 1, casados 9, niños 8, niñas 5.

El pueblo de Baba tenía 5 par-cialidades:

1. Baba: tributarios 39, reservados 6, casados 38, viudas 15, niños 8, niñas 7

2. Puchere: tributarios 9, reserva-dos 3, casados 12, viudas 2, ni-ños 9, niñas 6

3. Macul: tributarios 16, reservados 2, casados 12, viudas 1, niños 9, niñas 14

4. Guare: tributarios 4, reservados 3, casados 6, viudas 2, niños 9, niñas 5

5. Puná y Quilinto: tributarios 17, reservados 3, casados 19, viudas 7, niños 14, niñas 10

El pueblo de Daule poseía 3 parcialidades:

1. Daule: tributarios 59 (de estos estaban huidos 6), reservados 6, casados 38, viudas 15, niños 39, niñas 20

2. Chonona [Chonana]: tributarios 39, reservados 1, casados 6, ni-ños 7, niñas 7

3. Rancho: tributarios 39, reser-vados 3, que son el Cacique y el Gobernador y un indio de 54 años, casados 32, viudas 3, niños 24, niñas 30El pueblo de Chongón estaba

dividido en 6 parcialidades: 1. Chongón: tributarios 57, reser-

vados 7, casados 53, viudas 12, niños 50, niñas 36

2. Raqual: esta parcialidad estaba dividida en dos partes y cada una tiene su cacique: 1ª tribu-tarios 14, reservados 4, casados 17, viudas 2, niños 13, niñas 10. 2ª tributarios 17, reservados 2, casados 17, viudas 3, niños 13, niñas 13

3. Guayas: tributarios 33, reserva-dos 5, casados 30, viudas 8, ni-ños 26, niñas 21

4. Villao: tributarios 5, reservados 2, casados 4, viudas 2, niños 13, niñas 4

5. Cachao: aillo debajo del cacique de Villao: tributarios 4, casados 3, niños 1, niñas 1

6. Vaindal: tributarios 8, reserva-dos 3, casados 10, viudas 2, ni-ños 5, niñas 11

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No. 23 • Un encuentro con la historia

El pueblo de Machala se redujo a: Machala: es una parcialidad en que habían indios tributarios 9, reserva-dos 4, casados 13, viudas 3, niños 11, niñas 12

El pueblo de Colonche estaba compuesto de 2 partes: 1ª Colonche: tributarios 29, re-

servados 7, casados 13, viudas 4, niños 26, niñas 14

2ª Colonchillo [La Punta de Santa Elena]: debajo del mismo Cacique de Colonche está Co-lonchillo: tiene tributarios 21, re-servados 5, casados 19, viudas 2, niños 11, niñas 8El pueblo de Chanduy fue una

sola reducción: Chanduy: una parcia-lidad: tributarios 36, reservados 13, ca-sados 40, viudas 19, niños 35, niñas 36

El pueblo de Pimocha, su re-ducción estaba dividida en 3 partes: 1ª Pimocha: tributarios 45, reser-

vados 2, casados 38, viudas 10, niños 46, niñas 38

2ª Babahoyo: reducido en Pimo-cha: tributarios 10, reservados 3, casados 5, viudas 3, niños 8, ni-ñas 3

3ª Mayán: reducido en Pimocha: tributarios 18, reservados 2, ca-sados 16, viudas 5, niños 13, ni-ñas 10En la población de Puná ha-

bía una parcialidad: Puná, que tenía indios tributarios 62, reservados 17, casados 70, viudas 11, niños 14, niñas 14; de los tributarios huidos 6

La ciudad de Portoviejo y su jurisdicción en 1605, tenía una po-

blación de 1.625 habitantes, siendo la mayoría los indios que sumaban 1.461, la segunda la conformaban los españoles con 115 y por último los ne-gros que eran 47.

Los naturales de Portoviejo es-taban reducidos en 5 pueblos de in-dios, que fueron las siguientes parcia-lidades:

Los indios de Catarama estaban divididos en 5 parcialidades: 1. Catarama: tributarios 16, reser-

vados 4, casados 18, viudas 3, niños 16, niñas 6

2. Conchichigua: tributarios 4, re-servados 1, casados 5, viudas 2, niños 7, niñas 5

3. Coalle: tributarios 7, reservados 1, casados 8, viudas 1, niños 6, niñas 7

4. Pantagua: tributarios 2, reserva-dos 1, casados 3, viudas 1, niños 3, niñas 4

5. Chondana: tributarios 3, reser-vados 1, casados 4, niños 4, ni-ñas 2Los indios de Charapotó tenían

4 parcialidades: 1. Charapotó: tributarios 11, reser-

vados 5, casados 12, viudas 2, niños 7, niñas 3

2. Conchipa: tributarios 17, reser-vados 10, casados 24, viudas 4, niños 18, niñas 14

3. Tosagua: tributarios 27, reserva-dos 8, casados 32, viudas 2, ni-ños 17, niñas 14

4. Pasao: tributarios 17, reservados 4, casados 19, viudas 4, niños 19, niñas 9

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Los indios de Manta estaban constituidos en 4 parcialidades: 1. Manta: tributarios 18, reserva-

dos 9, casados 26, viudas 6, ni-ños 15, niñas 28

2. Jaramijó: tributarios 6, reserva-dos 3, casados 26, viudas 6, ni-ños 18, niñas 3

3. Levique: tributarios 8, reserva-dos 3, casados 8, viudas 1, niños 10, niñas 5

4. Capil: tributarios 3, reservados 4, casados 7, viudas 1, niños 1, niñas 6Los indios de Gipijapa se redu-

jeron en 8 parcialidades: 1. Pipai: tributarios 26, reservados

8, casados 33, viudas 3, niños 20, niñas 24

2. Gipijapa, la Baja: tributarios 23, reservados 6, casados 27, viudas 4, niños 12, niñas 17. 3) Apelope: tributarios 27, reservados 1, ca-sados 32, viudas 2, niños 22, ni-ñas 16

4. Apechinche: tributarios 15, re-servados 4, casados 18, viudas 2, niños 21, niñas 9, solteras 3

5. Sancan: tributarios 9, reservados 5, casados 12, viudas 5, niños 7, niñas 5

6. [Gipijapa] La Alta: tributarios 15, reservados 9, casados 24, viu-das 1, solteras 5, niños 11, niñas 11

7. Pillasagua: tributarios 7, reser-vados 4, casados 3, viudas 4, ni-ños 3, niñas 3

8. Picalanseme: tributarios 1, reser-vados 4, casados 3, niños 4, ni-ñas 1Los indios de Picoazá se consti-

tuyeron en 3 parcialidades: 1. Tohalla: tributarios 18, reserva-

dos 13, casados 78, viudas 16, niños 63, niñas 42

2. Misbay: tributarios 15, reserva-dos 4, casados 12, niños 3, niñas 2

3. Solongo: esta parcialidad no te-nía más que un cacique casado y sin hijos y un tributario viudo sin hijos. Débese advertir que a este número se ha reducido todo un pueblo.5 El siglo XVIII, a diferencia de los

anteriores el XVI y XVII de los que hay muy poca información referente a nuestra ciudad y su provincia por fal-ta de documentación primaria, segu-ramente se conservan otros informes, descripciones, crónicas desconocidas para nosotros, como las antes citadas, en los archivos de Madrid, el General de Indias de Sevilla, los archivos del Vaticano en Roma, los de la Casa Im-perial de los Habsburgo de Viena en Austria; así como en el Archivo Ge-neral de la Nación de Lima, Nacional de Bogotá y Nacional de Historia de Quito, que han de guardar en algunos de sus fondos, o entre otros infolios información muy importante para nuestra historia regional.

5. “Descripción de la Gobernación de Gua-yaquil de 1605”, año de 1973, en Revista del Archivo Histórico del Guayas, No. 4, p. 83.

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No. 23 • Un encuentro con la historia

El período de 1700 a 1800 es el que más crónicas sobre nuestro terri-torio costeño conserva; existen la his-toria del jesuita guayaquileño Jacinto Morán de Butrón, que es muy intere-sante porque fue hecha por un natural de la ciudad y es nuestro primer his-toriador y cronista, a quien copió en el año de 1738 don Dionisio de Alcedo y Herrera, siendo Presidente de Qui-to, que la publicó como su informe y descripción de la Audiencia de Quito; la descripción de Jorge Juan y Antonio de Ulloa en su Relación Histórica de 1748; en el año de 1767 vino a visitar la provincia de los jesuitas el padre Mario Cicala; la descripción de Gua-yaquil de 1774 del ingeniero Francisco de Requena, que vivió en Guayaquil; el informe del gobernador de Guaya-quil Francisco García de León y Piza-rro; así como la historia escrita por el padre Juan de Velasco que data de la misma época; en las que se estratifica la clase social de los habitantes coste-ños en castas y colores.

En el siglo XIX continuaron con esta clasificación por colores y castas, así tenemos como ejemplo los cen-sos y padrones de feligreses que he encontrado en el archivo de la Curia Arzobispal de Cuenca, como es el Pa-drón de Babahoyo de 1811, que arrojó 1.786 habitantes, producto de la suma de 239 blancos, 488 mestizos, 7 mu-latos, 723 zambos, 221 indios y 105 negros;6 el Padrón de moradores de Yaguachi del 27 de abril de 1811;7 el Padrón de almas de Jipijapa de 1811;8 el Padrón de Samborondón de 1812.9

La Biblioteca Municipal conser-va varios padrones, siendo el más an-

tiguo el de Montecristi hecho el 30 de enero de 1822, en el que están estratifi-cados los empadronados: en blancos, mestizos, indios, esclavos y zambos.10 Igualmente sucede con los censos rea-lizados en el año de 1831 de Yaguachi, Astillero, Samborondón, Pueblovie-jo y Balao;11 del mismo año de 1831 de Palenque, Balzar, Estadísticas de Portoviejo y Jipijapa;12 el empadrona-miento de la provincia de Guayaquil del año de 1832;13 Padrones de 1837 de Taura, Pascuales, Santa Elena, Bajada, San Miguel, Data, Posorja, Ayalán, Morro, Chanduy y Colonche;14 Pa-drón del año de 1837 de Daule, recin-to de San José;15 Padrón de Contribu-yentes de Daule, Santa Lucía y Balzar

6. Archivo de la Curia Arzobispal de Cuen-ca, en adelante ACA/C, Padrón de Ba-bahoyo de 1811, Economía 304, 11196.

7. Ibídem, Padrón de moradores de Yaguachi del 27 de abril de 1811, Economía 11106.

8. Ibídem, Padrón de almas de Jipijapa de 1811, Economía 20919.

9. Ibídem, Padrón de Samborondón de 1812, Economía 302.

10. Archivo Histórico Municipal Camilo Destruge, en adelante AHM/CD, Censo de Montecristi del 30 de enero de 1822, do-cumento No. 48.

11. Ibídem, Censo del año de 1831 de Yaguachi, Astillero, Samborondón, Puebloviejo y Ba-lao, documento No. 165.

12. Ibídem, Censo del año de 1831 de Palenque, Balzar, Estadísticas de Portoviejo y Jipijapa-, documento No. 165.

13. Ibídem, Empadronamientos de la provincia de Guayaquil en 1832, tomos I y II, docu-mentos 184 y 185.

14. Ibídem, Padrones de 1837 de Taura, Pascua-les, Santa Elena, Bajada, San Miguel, Data, Posorja, Ayalán, Morro, Chanduy y Colon-che, documento No. 254.

15. Ibídem, Padrón del año de 1837 de Daule, recinto de San José, documento No. 667.

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de 1843;16 el Padrón de la Isla Santay de 1846;17 otro Padrón de la Isla San-tay de 1849;18 los padrones de la pro-vincia del Guayas de 1849;19 Padrón de Pimocha de 1855;20 Padrón de Ma-chala, Pasaje y Babahoyo de 1857;21 el Padrón de la provincia del Guayas de 1861;22 Padrón de El Morro, Posorja, Punta Arenas, Playas, Engabao, San Antonio, San Miguel, San Juan, Mate, Bajadas y Amén de 1864;23 y el Censo de Puná de 1865.24

En los cuales se continúa clasi-ficando a las personas por su color y sus castas, tanto en la ciudad como en todos los pueblos de la Costa, en ninguno de estos censos y padrones los campesinos y ciudadanos coste-ños en general, jamás fueron llama-dos montubios o montubio, término que para ese entonces era peyorativo y considerado insultante en el siglo XIX, costumbre que duró hasta las tres cuartas partes del siglo del XX. El montubio significaba y se lo considera-ba de rudo, rústico y montaraz; por ser el montubio el hombre del campo que era casi ignorante, incivilizado como todo campesino del mundo, solamen-te dedicado a las faenas ganaderas, a la labranza de la tierra y a la produc-ción agrícola. El Ing. Requena es el único que se acerca al significado que nos da el diccionario cuando descri-be a los pobladores de Balzar: gente la más de color, tímida, humilde y montara-ces, sin ninguna cultura.

El Archivo Histórico Municipal Camilo Destruge, en el tomo No. 47 de los Oficios al Intendente del año de 1822, código No. 30196067349, folio

69, conserva el documento más anti-guo que existe en el que se utiliza el término montubio, el mismo que nos demuestra que era un vocablo peyo-rativo que se ajusta perfectamente al primer significado que nos da el dic-cionario de la lengua española. Este documento se trata de la carta que dirige don Joaquín de Salazar, secre-tario de la Intendencia de Guayaquil, fechada el 29 de septiembre de 1822, al intendente del Departamento de Guayaquil don Bartolomé Salom, en la que denuncia los maltratos infe-ridos por el procurador general del Cabildo don Pablo Torres a un ciuda-dano, al que le había: exigido cinco pesos a un infeliz montubio por un escrito.25 El Diccionario manual e ilus-trado de la Lengua Española, en su edi-

16. Ibídem, Padrón de contribuyentes de Daule, Santa Lucía y Balzar en 1843, documento No. 340.

17. Ibídem, Padrón de la Isla Santay de 1846, documento No. 379.

18. Ibídem, Padrón de la Isla Santay de 1849, documento 438.

19. Ibídem, Padrón de la provincia del Guayas de 1849, tomos I y II, documentos Nos. 437 y 438.

20. Ibídem, Padrón de Pimocha de 1855-, docu-mento Nº 532.

21. Ibídem, Padrón de Machala, Pasaje y Ba-bahoyo de 1857-, documento No. 565.

22. Ibídem, Padrón de la provincia del Guayas de 1861, tomos I y II, documentos Nos. 652 y 653.

23. Ibídem, Padrón de el Morro, Posorja, Punta Arenas, Playas, Engabao, San Antonio, San Miguel, San Juan, Mate, Bajadas y Amén en 1864, documento No. 733.

24. Ibídem, Censo de Puná de 1865, documento No. 755.

25. Ibídem, tomo 47 de los Oficios al In-tendente del año de 1822, código No. 30196067349, folio 69.

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No. 23 • Un encuentro con la historia

ción del año de 1950, tiene una sola acepción al significado de: Montubio, bia. Adjetivo de Ecuador y Perú. Dí-cese del campesino de la Costa. // Ecuador y Perú, inculto, rústico.26 Es en las últimas ediciones de la Real Academia de la Lengua, que ya inclu-ye los americanismos, a partir del pre-sente siglo XXI en especial la edición del año 2001, la misma que dice:

Montubio, bia. Adjetivo. America-nismo. Dicho de una persona: Mon-taraz, grosera. Usado también como sustantivo // masculino y femeni-no. Colombia y Ecuador. Campesi-no de la Costa.27

Esto nos demuestra que montu-bio no es término solamente nuestro, porque en el año 50 incluye a Perú, vocablo muy usado sobre todo en el norte peruano en los departamentos de Piura y Tumbes; y la edición del año 2001 incluye a Colombia, así mis-mo es un término también muy co-mún en toda la costa colombiana y en la cuenca del río Magdalena.

Mi teoría es que el término de montubio lo adoptamos por la influen-cia foránea traída por las tropas colom-bianas y peruanas que participaron en nuestras campañas de independencia; ciertos folcloristas y sociólogos se aco-gen a los viajeros extranjeros que nos

visitaron el siglo XIX como Wiener que utilizan el término: montubio, lo que no consideran estos folcloristas y sociólo-gos es apoyarse en un hecho histórico importante como es el que todos estos viajeros que vinieron a nuestra costa, provenían de Quito y que a su vez ha-bían estado primero viviendo por lar-gos períodos en Colombia y en el Perú.

Gracias a este profundo análisis he probado documentadamente que El montubio o los montubios no son una etnia, sino un grupo social mestizo del campesino costeño ecuatoriano, que pertenece a una cultura determinada a la que bien podemos llamar cultura montubia, nunca etnia montubia, por-que no hay tal etnicidad comprobada documentadamente ni antropológi-camente ni sociológicamente, porque difieren abismalmente las costum-bres y las tradiciones, aunque apa-rentemente tengan un denominador común, porque estos mestizos son el producto de la herencia genética de la etnia mayoritaria y predominante que se haya dado indistintamente en cada uno de los pueblos costeños que conforman las actuales seis provin-cias del litoral o Costa del Ecuador.

Conclusión

Como conclusión, los habitantes de la Costa ecuatoriana estuvieron clasificados por los colores y las cas-tas de acuerdo a la luz que nos dan los documentos y los autores consul-tados; así tenemos que de estas mez-clas raciales tendremos a los habitan-tes costeños actuales, los mismos que los podemos clasificar en tres grandes

26. Diccionario manual e ilustrado de la Lengua Española, Madrid, Real Academia Espa-ñola, Espasa-Calpe, 1950, p. 1026.

27. Diccionario de la Lengua Española, Real Academia de la Lengua, Vigésima Segunda Edición, Madrid 2001, página 1039.

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grupos étnicos, ya que no podemos hablar antropológicamente de razas, estos que son:

1. Mestizos

Los ciudadanos, tanto citadinos como los campesinos o montubios, que tienen la mezcla de los tres grupos pri-marios étnicos, que en la actualidad no somos solamente mestizos sino que nos atreveríamos como lo cité an-teriormente, otorgarle el término de triple mezclados, constituidos por la mezcla de blanco, indio y negro, con las distintas cargas genéticas de estas tres etnias primarias, de acuerdo al lugar de su asentamiento en las regio-nes de la Costa, siendo éste el grupo humano mayoritario.

3. Cholos o indios costeños

Los ciudadanos que habitan las orillas de la Costa ecuatoriana son los descendientes indígenas de las antiguas culturas autóctonas del lito-ral, que viven en sus pueblos de in-dios en las comunas costeñas. Como su primer término lo dice, cholos son los indios aculturizados que se han occidentalizado, aunque la mayoría

MestizosMestizos

Los ciudadanos que viven en las ciudades y en los pueblos de la Costa del Ecuador.

Montubios

Americanismo de Colombia, Ecuador y Perú, es el campesino de la Costa. Seguramente este término vino con las guerras de Indepen-dencia con los ejércitos de Colombia y Perú de donde es verdadera-mente originario el término; y, en nuestro país en un principio tuvo el antiguo significado de: rudo, rústico y montaraz, por el simple hecho de ser campesino y estar internado en el campo aislado de las ciuda-des. En el siglo XIX la civilización no llegaba al campo por el atraso de las comunicaciones, que no eran como son actualmente, pues ahora somos prácticamente un mundo globalizado.

conservan la territorialidad nativa en reservaciones y en propiedad de sus tierras que están divididas en co-munas; conservan, además, su otra característica propia que son sus ape-llidos topónimos, a pesar también de haber tenido un prolífico mestizaje. El hecho de conservar la territorialidad y sus apellidos topónimos los hace acreedores a su etnia de indígenas o cholos.

3. Afro-costeños o negros

Los ciudadanos que por su color, por sus obvias características étnicas, están identificados como tales, por ser los descendientes de los africanos que vinieron como esclavos, los que luego se convirtieron en negros libres que se establecieron en la Costa ecuatoriana y mantienen su característica étnica negra, a través de las diversas mez-clas, que de esta raza se han dado, tales como mulatos, pardos, zambos, etc.

Así tenemos en la Costa dividi-da la identidad étnica, generalizándo-la en tres grupos:

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No. 23 • Un encuentro con la historia

Cholos o indiosCholos

Dicho de un indio: que adopta los usos occidentales. Califica-tivo que se les da a los nativos de origen autóctono de la cos-ta al pie del mar, en las playas y balnearios del litoral.

Indios

Solamente se consideran como indios, en la actualidad, a los indí-genas emigrantes de las etnias autóctonas serranas y de la región oriental o amazónica que vienen a la costa y se radican en ella.

Negros o afro-costeñosNegros o afro-costeños

Son los ciudadanos que pertenecen a la raza negra o que son de ese color; habitan en todo el territorio de la Costa ecuatoriana.

Bibliografía

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Cicala, Mario,

1994 Descripción histórico-topográfica de la provincia de Quito, de la Compañía de Jesús, Quito, Biblioteca Ecuatoriana “Au-relio Espinosa Pólit” e Instituto Geográfico Militar.

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1950 Real Academia Española, Espasa-Calpe, Madrid.

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2001 Real Academia de la Lengua, Vigésima Segunda Edición, Madrid.

Estrada Ruiz, Jenny,

1996 El Montubio, un forjador de identidad, Guayaquil, Edición del Banco del Progre-so, Poligráfica.

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1979 Relación de los encomenderos y repar-timientos del Perú en 1561, en Revista Historia y Cultura No. 12, Lima, Publica-ción del Museo Nacional de Historia, Ins-tituto Nacional de Cultura.

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1991 Valdivieso el Valle, el apellido y la familia, Publicaciones de la Sociedad Amigos de la Genealogía, No. 66, Colección Medio Milenio.

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Penosamente la esclavitud es-tuvo viva en el Ecuador hasta l855, el negro o mulato esclavo

era un objeto más en la pertenencia de sus amos. Y no fue la Iglesia la prime-ra en liberarlos –como hubiera sido lo esperado– sino la mano del presiden-te José María Urbina, poseedor de las renovadas ideas basadas en la ideolo-gía liberal: ningún hombre podía ser esclavo de otro.

En todas las ciudades del país hubieron esclavos, más en la Costa, por razones de clima, pues allí los ne-gros encontraban un hábitat parecido a su África, su Barbacoas, su Izcuandé o su Chocó; y, a más, el mismo clima

posibilitaba a sus dueños, el que ellos fueron mejor empleados en las labo-res en las que eran expertos.

Luego de expedirse la respecti-va ley, se encontraron esclavos muy numerosos en Portoviejo y escasos en Jipijapa, Montecristi y Rocafuerte; en este último lugar no se logró cubrir los valores para redimir a los pocos existentes. En Jipijapa la única due-ña era María Concepción Falconí; en Montecristi habían dos: José Santos y Antonio Mackay.

Lo grave era en Portoviejo. Los apellidos de los esclavos revelaban a los dueños; en l800 esos apellidos eran:

LOS ÚLTIMOS ESCLAVISTAS O DUEÑOS de esclavos en Manabí

Fernando Jurado Noboa

Hurtado

Jadeo

Játiva

Jijón

Lagunilla

Laurido

Loor

Marquines

Menéndez

Miranda

Moncayo

Mont

Montaño

Moreira

Morillo

Mosquera

Muguerza

Muñoz

Mures

Ostaiza

Pérez

Piedra

Pinoargote

Ponce

Quiñones

Rodríguez

Alaya (Olaya ¿?)

Alvarado

Álvarez

Andrade

Angulo

Arroyo

Astudillo

Aveiga

Bacerrio (Bece-rra ¿?)

Briones

Bustamante

Caicedo

Calderón

Cañizares

Castillo

Cedeño

Centeno

Collazos

Colón

Córdova

Cornejo

Estupiñán

Ferrín

Figueroa

Guerrero

Hidalgo

Saldarriaga

Santos

Solórzano

Terranova

Uriarte

Valencia

Vega

Velásquez

Vera

Verdugo

Vergara

Villavicencio

Yolís

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No. 23 • Un encuentro con la historia

Eran pues las 67 familias que a princi-pios del siglo XIX se daban el lujo de tener esclavos, y decimos lujo, porque lo de esclavos era asuntos de estatus. Las mujeres esclavas no solo criaban niños, sino que llevaban el reclinato-rio de las señoras a la misa y allí, en ese preciso detalle, se revelaba el es-tatus.

Obviamente los apellidos de los esclavos nos revelan numerosos deta-lles de origen y de procedencia. Por ejemplo:a. Muchos eran tomados de sus

amos manabitas: Loor, Menén-dez, Ponce, Rodríguez, Salda-rriaga; Santos, Solórzano, Vega, Velásquez, Vera, Verduga, Villa-vicencio, etc.

b. Otros procedían de Guayaquil como los Terranova, apellido de una familia importante hasta un sonado crimen al rededor de l734, a raíz de lo cual perdieron estatus, pero quedó el apellido en los esclavos; lo mismo po-demos decir de los Cornejo, los Moncayo y de los Muguerza. Este último era el apellido ma-terno de los próceres Lavayen Muguerza, grandes actores de la independencia de Esmeraldas.

c. Algunos apellidos procedían de Cali. Se trataba sin duda de negros que se alistaron con Su-cre en los ejércitos libertadores y que terminaron en Manabí, son los casos de Caicedo, Lourido y de Montaño. Por deformación fonética, los Lourido pasaron a llamarse Laurido en Manabí y

en Guayaquil; de allí procede di-rectamente la madre del famoso artista Julio Jaramillo Laurido.

d. Otros apelativos procedían de las minas de Barbacoas, segundo gran centro minero de América, luego de Potosí: son los Angulo, Arroyo, Castillo, Hurtado, Mar-quines y Mosquera. La llegada a Portoviejo pudo haber sido por venta directa, por huída de las minas o por enrolamiento en el ejército libertador.

e. Nos ha llamado poderosamente la atención los apellidos Astudi-llo y Piedra, típicos de esclavis-tas de la zona de Cuenca. Quizá los cuencanos fueron los prime-ros en acudir a Manabí y vender sus esclavos o acaso fueron per-sonas huídas del Azuay.

f. Otros –como Muñoz– provienen de autoridades o gobernadores de la provincia en época de Bolívar.

g. En el caso de los Collazos, eran gente media de Popayán.

h. Llama mucho la presencia de los Estupiñán, típico apellido de Barbacoas, de Izcuandé –en su mayoría– y de Esmeraldas, a partir de l8l5. Nos quedamos con la posibilidad –por razones de tiempo– de que también ha-yan venido de Barbacoas.

i. De Ibarra aparecen dos apellidos de esclavistas: Játiva y Jijón. ¿El porqué llegaron a Portoviejo? Quizá acompañando a sacerdo-tes de esos apellidos; el haber huido a través de distancias tan graves, nos parece muy difícil.

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Lo más importante de ese lar-go listado es entender que poseer un determinado apellido en Manabí no significa necesariamente sangre es-pañola para atrás o, peor aún, pureza racial. Había y hay Cedeños o Loores blancos, como totalmente negros. Po-demos ser doblemente Loor: blancos por un lado familiar y negros por el otro. Y no es asunto para asustarse ni

para temerlo. El apellido es simple-mente un invento en algún momento de la historia familiar. Un negro que adoptó el Cedeño, significa que vivió con los Cedeño blancos, que fue parte de ese entorno; y, esa adopción final en el siglo XVIII o XIX era muy pa-recida a la que los amos de entonces pudieron hacer en la España feudal del siglo XII. Era simplemente cues-tión de tiempo.

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Ramiro Molina dedicó uno de sus interesantes capítulos mo-nográficos al montubio mana-

bita. Es muy interesante el conocer las raíces auténticas de ese montubio que viene a ser el alma étnica de los pue-blos de la Costa ecuatoriana. Tenemos la suerte de contar en nuestro archivo con el original del censo de Río Chico mandado a hacer en l847 por el gober-nador del régimen de Vicente Ramón Roca. El documento original es un obsequio de nuestro viejo amigo don Fernando Zevallos Ross, bisnieto del Comandante Miguel Faría quien rea-lizó el mencionado censo.

¿Qué era un zambo? La mezcla étnica de las tres razas con una ma-yor proporción de español, por eso se decía que el zambo tiene el orgullo y la apariencia del blanco, el color ama-rillo del indio y el pelo y las piernas abiertas del africano.

Un pardo era simplemente el mulato, mezcla de español y de afri-cano, era menos complicado étnica-mente que el zambo, pues este último integraba todas las bases sociales de esta parte de América.

En Chamotete figura el pardo Gregorio Rosado de 40 años, labra-dor, esposo de Juliana de la Cruz, del mismo grupo.

En el mismo sitio, Domingo Ála-va era un pardo y labrador de 32 años, pero casado con la mujer blanca Jua-na Bravo, de 30 años, demostrando el flujo étnico de nuevo mestizado. Al lado de ellos, Juan Molina, pardo de 27 años, esposo de otra parda llamada María Carreño.

Mariano Casquete era otro par-do de 28 años, esposo de Antonia To-rres parda de 25 años.

Chamotete era un núcleo de par-dos: por ejemplo, Francisco García de 63 años estaba casado con Josefa Romero de 60 años, del mismo grupo étnico y cultural; Pedro Pablo Zam-brano de 63 años lo era con Carmen García, de 34, sin duda hija de los anteriores, pues moraba en la misma casa, junto a ellos se empadronó otro pardo: Hilario de la Cruz de 50 años, esposo de Paula Reyna de 30 años, madre soltera anteriormente de dos chicos.

Ambrosio Casquete de 30 años, era otro pardo, marido de Juana Ra-mona León de 25, vivían con quienes eran sin duda sus padres: Matías Ro-mero de 60 años –pardo de verdad– y Encarnación García de 58, sin duda hermana de Francisco que hemos ci-tado anteriormente. Allí figura Justi-niano Romero, de 36 años, sin duda

LOS ZAMBOS Y PARDOS DE RÍO CHICO EN 1847Fernando Jurado Noboa

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hijo de don Matías, esposo de Loren-za García de 30 años.

Valdría también citar el caso en Río Chico de Simona Cedeño parda de 25 años, costurera como todas las mujeres de su tiempo, esposa de Die-go Bravo, negro libre de 44 años.

Pasemos ahora al centro de Río Chico: Juan García de 30 años, era pardo esposo de Sunción o Asunción Bravo de 26, costurera también parda, muy cerca estaba Bernardo Casquete de 60 años, esposo de Juliana Bravo de 44.

Catalina Montesdeoca era una costurera parda de 30 años, madre soltera de cinco hijos mestizos de apellido Intriago, uno de ellos se es-tablecería en Guayaquil y llegaría a las más altas dignidades. El hecho de que sus hijos sean llamados mestizos o mezclados, nos deja en la duda si el padre era blanco o acaso mestizo.

Francisca Rezabala de 25 años era parda, madre soltera de dos niños de su apellido.

Matilde de la Cruz era hombre pardo de 35 años, esposo de Clara León de 34.

Antonio Polanco de 65 años, pardo estaba casado con Ramona Bravo de 50. En la misma casa figuran dos Romeros, ambos pardos: Rosalía Romero de 25 años, esposa de Andrés Véliz de 26, así como Benito Romero de 40 años, esposo de Manuela Ber-mello de 29 años.

Mercedes Sánchez era una parda de 29 años, pero esposa de Pedro Pa-lacio, un labrador mestizo de 43 años.

Valga decir que la palabra mestizo no era muy común en el Manabí de hace l60 años, sobresalían los pardos, blan-cos o indios.

Antonio Villamar de 35 años, era otro pardo, se hallaba casado con Ma-ría Morillo de 30 años.

Toribio Zambrano de 50 años, se llamaba otro pardo, vivía con varios hermanos solterones: José Antonio, Santiago, Juana, Antonia Zambrano. Sólo uno llamado Alejo Zambrano de 35 años estaba casado con Juana Ber-meyo (sic) de 27 años.

Un caso muy particular es el de Juana Zambrano, parda de 20 años y sin duda íntima pariente de los anteriores, quien estaba casada con Fermín Bravo, negro libre total de 28 años, sus hijos están citados como pardos, teniendo un 62% de sangre africana, 50 por el padre y un l2 por la madre. Caso muy parecido y veci-no al anterior es el de Rosario Briones una negra libre de 25 años que convi-vía con Juan Intriago un pardo de 28 años, decimos que son casos atípicos, porque normalmente la mujer parda buscaba un pardo, como se ha visto en la mayoría de casos.

Hasta aquí vemos que los pardos tenían como apellidos muy frecuentes los de Casquete, Bravo, Bermello, etc. Estos apellidos a retenerse daban y dan auténtica identidad a sus posee-dores, poseen el alma más profunda de América unida a los genes venidos de Europa en su fase de Renacimien-to y a los ardientes soles africanos con todo su ritmo, su vaivén y su caden-

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No. 23 • Un encuentro con la historia

cia. En eso nuestros montubios tienen mucho del alma del Caribe.

León Alcívar de 39 años era otro pardo, marido de Nieves Bravo de 32 años.

En general parecería que mu-chos Bravo de la zona fueron primi-tivamente negros, que al blanquearse algo, pasaron a la categoría de par-dos, por eso figuran en los dos grupos étnicos. Pero hay también que recor-dar que los Bravo de Brito fueron una de las familias troncales de Manabí, en este caso, varios de sus esclavos pudieron haber adoptado el apellido hispano y dar lugar a esos dos grupos mencionados.

Dediquemos unas líneas al sitio de Miguelillo, donde había muchos blancos de apellidos Intriago y Rengifo.

Domingo Mendoza de 35 años era pardo, pero esposo de una blan-ca de 30 años llamada Rudecinda Macías, sus hijos eran considerados como pardos.

Juan de la Cruz Bravo era un pardo de 55 años, esposo de María Salto de 40 años, blanca, cuyos hijos en cambio figuraban como mestizos teniendo un 50% de sangre hispana por la madre y un 25% por el lado paterno, en otras palabras en ese dis-crimen social de la época, el tener 75% de sangre europea, daba aún el significado de mestizo, palabra que actualmente la usamos de manera indefinida, sin importar las cuantías que además, y en último caso, ahora vienen a ser absurdas.

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No hay evento histórico más estudiado en la historia de la Independencia america-

na, que el encuentro de Simón Bo-lívar y San Martín en Guayaquil en julio de 1822. No menos de 30 his-toriadores argentinos, chilenos, pe-ruanos, ecuatorianos, colombianos y venezolanos han analizado tan compleja reunión, que apenas duró dos días. Conozco de media dece-na de libros que estudian el evento, comenzando por el del coronel Ge-rónimo Espejo publicado en 1878, quien estuvo presente en Guayaquil a la llegada de San Martín.

No existe detalle alguno sobre lo que sucedió en las reuniones ni las conclusiones a que llegaron, por

haberse mantenido a puerta cerrada. Hay cartas que no entran en detalle como la de Bolívar al presidente en-cargado de Colombia. También hay la polémica carta de San Martín al Bo-lívar reproducida por el francés Ga-briel Lafond, que vivió en Guayaquil en aquella época. Durante más de 180 años, historiadores de numerosos países han tratado de determinar si es apócrifa o auténtica. Interesa saberlo por las implicaciones que tiene; si es auténtica significaría que San Martín fue conminado por Bolívar a cederle Perú para que él termine de Indepen-dizar el país.

La historia de las relaciones de Olmedo y San Martín se inicia cuando

LA ENTREVISTA DE BOLÍVAR Y SAN MARTÍNGuillermo Arosemena Arosemena

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No. 23 • Un encuentro con la historia

después del 9 de Octubre de 1820, el primero envía una misión para visitar al segunda, anunciar la buena nueva y solicitarle ayuda para liberar el resto de Ecuador. Desde esa fecha Olmedo tendría comunicación fluida con San Martín, tengo en mi poder más de 40 cartas entre ellos dos. Espejo describe el viaje de la citada misión:

Los señores Letamendi y Villamil instruyeron al general San Martín de todos los pormenores, apoyán-dose en ellos para hacerle el pedido que su gobierno les había encargado con encarecimiento, en particular si fueren necesarias operaciones de guerra. En esta virtud, persuadido el general de la necesidad y conve-niencia de atender esa demanda, el 9 de noviembre de 1820, hizo marchar desde el puerto de Antón y en la misma goleta “Alcance”, al primer edecán suyo coronel Tomás Guido, en calidad de agente diplomático o confidencial cerca del nuevo gobier-no… como así mismo al general To-ribio Luzuriaga, para que tomase el mando de las tropas.

Olmedo había destituido a Esco-bedo (leer mi serie sobre Olmedo) por abusos de poder y enriquecimiento ilíci-to, actitudes reprochables que dos cien-tos años más tarde, todavía persisten en el sector público ecuatoriano.

Con Guido y Luzuriaga se inició la estadía de representantes militares en Guayaquil, primero de San Mar-tín y posteriormente de Bolívar. San Martín también envió a los oficiales argentinos Gregorio Sánchez, Ventu-ra Alegre e Hilarión Guerrero para

encargarle la capacitación de las tro-pas creadas por Olmedo y reforzar a Sucre. Como comenté en mi serie so-bre Olmedo, no fue nada fácil para él manejarse con oficiales militares de varios países.

A los pocos días de su llegada, Espejo se dio cuenta de que Guayaquil estaba dividida respecto a su futuro: independiente, anexada a Perú o a Co-lombia. Espejo resume las posturas:

Los partidos políticos en que Gua-yaquil estaba dividido eran tres. El primero, liberal a la moderna, que formaba la mayoría, tenía por ban-dera su independencia como Estado soberano; pero a condición de que, en caso que ella peligrase por algu-na circunstancia imprevista, se agre-garía al Perú… El segundo partido, era legitimista conversador: estaba por la dependencia del Perú, como punto de derecho; siendo menos numeroso que el anterior. Y el ter-cero, que eran una minoría bastante escasa, pero ultra-exaltada por Co-lombia, llevaba de bandera su agre-gación a ésta a todo trance.

Espejo escribe que las mujeres también se alinearon con las tres op-ciones. Las que querían permanecer independientes se vestían de azul o ce-leste, las que se inclinaban por anexar-se a Perú, de rosado, y las que prefe-rían Colombia, amarillo y verde.

A Espejo le llamó la atención los colores seleccionados para la bande-ra de Guayaquil, dedicando más de una página a comentar sobre ella. Le sorprendió que no se seleccionara los colores de la bandera española, ingle-

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sa, holandesa, o la chilena con la que Cochrane llegó a Guayaquil; tampoco la colombiana. En sus palabras:

… la insignia adoptada entonces por Guayaquil fue, sobre un cuadri-longo blanco, un cuadro azul en la parte superior en forma de escudo y encima de este una estrella blanca de cinco picos al centro. Así pues, la bandera y la cucarda vinieron a ser la azul y blanca.

Entre fines de 1821 y enero de 1822, Guayaquil vivió días de zozo-bra por la actitud de las tropas colom-bianas acantonadas fuera de la ciu-dad, bajo la responsabilidad de Sucre y otros oficiales colombianos que ha-bían llegado antes que él.

Ellas amenazaron enfrentamien-tos contra las tropas guayaquileñas y peruanas, lideradas por José la Mar, quien había sido enviado por San Martín. Cuando Sucre y las tropas se ausentaron para dirigirse a Cuenca, la ciudad temporalmente regresó a la calma hasta que Bolívar envió a un emisario para instruir a Olmedo orde-nar enarbolar la bandera colombiana.

En febrero de 1822, San Martín organizó viaje a Guayaquil y zarpó en barco para entrevistarse con Bolívar, quien se suponía tenía planeado un viaje por esa fecha. Camino a Guaya-quil, San Martín se enteró que Bolívar había pospuesto su viaje, por lo que regresó a Lima. El 17 de junio, este último envió una comunicación a San Martín, agradeciéndole por el aporte de las tropas peruanas en las batallas de la independencia y se ofreció para

viajar a Perú y ayudarlo a luchar por la Independencia de ese país:

… después de los triunfos obtenidos por las armas del Perú y de Colombia, en los campos de Bomboná y Pichin-cha, es mi más grande satisfacción dirigir a Vuestra Excelencia los testi-monios más sinceros de la gratitud con que el pueblo y gobierno de Co-lombia ha recibido a los beneméritos libertadores del Perú, que han venido con sus armas vencedoras a prestar sus auxilios en la campaña que ha li-bertado tres provincias del sur de Co-lombia… nuestro ejército está pronto a marchar donde quiera que sus her-manos lo llamen, y muy particular-mente a la patria de nuestros vecinos del sur, a quienes por tantos títulos debemos preferir como los primeros amigos y hermanos de armas.

San Martín le contestó inmedia-tamente el 13 de julio, agradeciendo el apoyo y ofreció ir a verlo a Quito:

El Perú es el único campo de batalla que queda en América, y en él de-ben reunirse los que quieran obte-ner los honores del último triunfo, contra los que ya han sido vencidos en todo el continente. Yo acepto la oferta generosa que Vuestra Exce-lencia se sirve hacerme… El Perú recibirá con entusiasmo y gratitud todas las tropas de que pueda dis-poner Vuestra Excelencia a fin de acelerar la campaña y no dejar el menor influjo a las vicisitudes de la fortuna… Ansioso de cumplir mis deseos frustrados en el mes de febrero por las circunstancias que concurrieron entonces… Antes del 18 saldré del puerto del Callao y

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apenas desembarque en el de Gua-yaquil marcharé a saludar a Vuestra Excelencia en Quito… presiento que la América no olvidará el día que nos abracemos…

Antes de la llegada de Bolívar a una ciudad, un equipo de avanzada organizaba y planeaba el recibimien-to, algo similar a lo que hacen los jefes de Estados en la actualidad. El coro-nel Espejo comenta:

Se construyó también como a cuatro o cinco cuadras al sur de la aduana sobre la ribera del Malecón, un gran muelle provisional con una portada figurando la principal avenida de la ciudad. Luego llegó un oficial con-ductor del itinerario de las marchas que haría el Libertador, fijando la última jornada en el pueblo de La Bodegas de Babahoyo, y el 11 de julio hizo su entrada a Guayaquil…El gobierno mandó que la cuadrilla, compuesta de once grandes cañone-ras con colisas de a 24 y otras piezas de menor calibre, formase en línea poco más arriba de Ciudad vieja, para que hiciera los primeros ho-nores. Había despachado también a Bodegas con destino al ilustre hués-ped, una magnífica embarcación con veinte remeros, ornamentada con toldo y almohadas de damasco mordoré con franjas y flecaduras de oro… Es difícil repetir un panorama más pintoresco que el que ofrecía en esa mañana el río de Guayaquil, por el inmenso número de velas y ban-deras esparcidas sobre aquella su-perficie, imprimiéndole el aspecto de un verdadero jardín.

Espejo narra con lujo de detalles todos los eventos preparados para la

llegada de Bolívar, incluyendo la for-ma cómo vestía Bolívar; nunca antes se había visto algo tan apoteósico. Llegó acompañado de militares como Sucre y Bartolomé Salom, quien reemplaza-ría a Sucre cuando éste se fue a pelear a Perú. También llegó con sus edeca-nes, incluyendo al irlandés O’Leary. En estos eventos, Bolívar se sintió mo-lesto de que la bandera de Colombia solo haya estado izada durante las sal-vas disparadas por los cañones dándo-le la bienvenida. Los festejos diurnos y nocturnos, que incluyeron almuerzos, cenas y bailes, duraron un par de días. En ellos participaron los miembros del Gobierno Provisorio y las personas más representativas de la ciudad. En-tre los anfitriones estuvieron Manuel Antonio Luzarraga y Bernardo Roca, prósperos empresarios.

Entre la llegada de Bolívar a Guayaquil y la de San Martín a Puná, transcurrieron aproximadamente dos semanas. Este último arribó en la go-leta Macedonia el 25 de Julio de 1822, encontrándose a la llegada con Olme-do y comitiva, quienes habían tomado la decisión de salir de Guayaquil, por temor a represalias de Bolívar y te-nían a Lima como destino. Tan pronto Bolívar conoció de su arribo le envió a dos de sus edecanes para acompañar-lo a Guayaquil, al día siguiente.

El pueblo de Guayaquil recibió con entusiasmo a San Martín y un batallón apostado a lo largo del Ma-lecón le hizo los honores. Bolívar lo esperaba y salió a su encuentro de gran uniforme, rodeado de su estado mayor, al pie de la escalera de la casa

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de Manuel Antonio Luzarraga, donde San Martín se hospedaría. Bartolomé Mitre, famoso historiador argentino del siglo XIX comenta: “Los dos gran-des hombres de la América del Sur se abrazaron por primera y por última vez. “. Bolívar habría exclamado: “Al fin se cumplieron mis deseos de co-nocer y estrechar la mano del renom-brado general San Martín”. Bolívar le presentó a todos sus generales, espe-cialmente a Sucre, con quien San Mar-tín había mantenido correspondencia.

Bolívar y San Martín tuvieron tres reuniones; la primera tan pronto terminó los honores del recibimiento y las presentaciones de los militares y personas claves. Se quedaron solos y de pié, paseándose por el salón. La reunión duró noventa minutos. Mitre comenta:

Bolívar parecía inquieto; San Martín estaba sereno y reconcentrado. Ce-rraron la puerta y hablaron sin testi-gos por el espacio de más de hora y media. Abrióse luego la puerta: Bo-lívar se retiró impenetrable y grave como una esfinge, y San Martín le acompañó hasta el pie de la escalera con la misma expresión, despidién-dose ambos amistosamente.

Ese mismo día, San Martín visi-tó a Bolívar y hablaron nuevamente a solas durante media hora.

Mitre analiza cómo se vieron es-tos dos titanes de la independencia de nuestra región:

La impresión que a primera vista produjo Bolívar en San Martín fue

de repulsión, al observar su mirar gacho, su actitud desconfiada y su orgullo mal reprimido. Talvez leyó su propio destino en la mirada enca-potada de su émulo, al encontrarse con otro hombre distinto del que se imaginaba a la distancia, y al chocar con una ambición con que no había contado. Sin embargo, lo penetró a través de su máscara. Bolívar, más lleno de sí mismo, miró a San Martín de abajo arriba, y solo vio la cabeza impasible que tenía delante de sus ojos, sin sospechar las ideas que su cráneo encerraba, ni los sentimien-tos de su corazón. Vio simplemente en él un hombre sin doblez, un buen capitán que debía sus victorias más a la fortuna que a su genio. Así se midieron mentalmente estos dos hombres en su primer encuentro.

Al día siguiente, el 27, San Mar-tín ordenó embarcar el equipaje en su goleta y anunció que a la noche zar-paría de Guayaquil, después de un gran baile en su honor. Seguramente el contenido de sus primeras dos re-uniones no habían sido de su agrado. San Martín pensó que se encontraba en igual de condiciones que Bolívar. Pero como bien señala Mitre, las di-ferencias de poder eran superiores a favor de Bolívar:

Antes de Pichincha, Bolívar, triun-fante en el norte, era el más fuerte; después de Pichincha, era el árbitro y podía dictar sus condiciones de auxilio al sur. San Martín se hacía ilusión al pensar que era todavía uno de los árbitros de la América del Sur y al contar con que Bolívar compartiría con él su poderío políti-co y militar y que ambos arreglarían

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en una conferencia los destinos de las nuevas naciones por ellos eman-cipadas, una vez terminada por el común acuerdo la guerra del Perú, como había terminado la de Quito. Sin más plan, se lanzó a la aventura de su entrevista con el Libertador, que debía decidir de su destino, pa-ralizando su carrera. Si alguna vez un propósito internacional, librado a eventualidades futuras, fue cla-ramente formulado, ha sido ésta; y si alguna vez se comprometieron declaraciones más avanzadas de or-den trascendental sobre bases más vagas, fue también en ésta.

San Martín se reunió en casa de Bolívar y encerrados solos permane-cieron cuatro horas hablando en se-creto. A las 5 de la tarde, sentábanse uno al lado del otro a la mesa de un espléndido banquete. Al llegar el mo-mento de los brindis, Bolívar se puso de pie, invitando a la concurrencia a imitar su ejemplo, y dijo:

Por los dos hombres más grandes de la América del Sur: el General San Martín y Yo. San Martín a su turno contestó modestamente, pero con pa-labras conceptuosas que parecían res-ponder a una preocupación secreta: Por la pronta conclusión de la guerra, por la organización de las diferentes repúblicas del continente, y por la sa-lud del Libertador de Colombia.

Después del banquete, San Mar-tín se retiró y trasladó a donde estaba hospedado. A las 21h00 volvió a salir para presentarse al baile promovido por el Cabildo. Bolívar era gran bai-larín y no perdía la oportunidad de mostrar sus habilidades con las mu-

jeres. San Martín se mantuvo como espectador hasta la una de la madru-gada en que se acercó a Guido, uno de sus representantes en Guayaquil y le manifestó que estaba listo para trasladarse al muelle y le hizo señal a Bolívar de que dejaría el baile, salien-do por una puerta secreta sin que los invitados se dieran cuenta.

Estando en Puná de regreso a Lima, San Martín comentó con los generales que lo acompañaron a Gua-yaquil:

¡El Libertador nos ha ganado de mano! Mas espero que Guayaquil no será agregado a Colombia por-que la mayoría del pueblo rechaza esa idea…

Al analizar los roles de Bolívar y San Martín en las reuniones que tu-vieron lugar en Guayaquil entre el 26 y 27 de Julio de 1822, los estudiosos de este período consideran que Bolívar preparó la entrevista con antelación. Él se aseguró de llegar primero, ocu-par la ciudad con sus tropas, destituir al gobierno provisorio de Olmedo y nombrarse Jefe Supremo. Todo esto lo hizo sin conocer la ciudad, ni a los guayaquileños, quienes conocían de él a través de escasas noticias publi-cadas por el periódico El Patriota de Guayaquil. San Martín se había em-barcado para Guayaquil en febrero, pero se regresó al Callao, al conocer que Bolívar no tenía planeado visitar Guayaquil por esa fecha.

Bolívar tuvo el poder de la pa-labra y la manejó para lograr sus ob-jetivos. Por un lado expresaba admi-

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ración por sus adversarios y los hacía sentir importantes para ganarse la confianza, pero sus acciones autorita-rias deslegitimaban sus intenciones. Al llegar a Puná, San Martín recibió una carta de Bolívar en la que le ma-nifestaba:

Es con suma satisfacción, dignísimo amigo y señor, que doy a Vd. por primera vez el título que mucho tiempo mi corazón le ha consagra-do. Amigo le llamo a Vd. y este nom-bre será el solo que debe quedarnos por la vida, porque la amistad es el único vínculo que corresponde a hermanos de armas, de empresas y de opinión; así, yo me doy a enhora-buena, porque Vd. me ha honrado con la expresión de su afecto.

Tan sensible me será que Vd. no venga hasta esta ciudad como si fué-remos vencidos en muchas batallas; pero no, Vd. no dejará burlada el an-sia que tengo de estrechar en el sue-lo de Colombia al primer amigo de mi corazón y de mi patria. ¿Cómo es posible que Vd. venga de tan lejos, para dejarnos sin la posesión positi-va en Guayaquil del hombre singu-lar que todos anhelan conocer y, si es posible, tocar?

No es posible respetable amigo; yo espero a Vd., y también iré a encon-trarle donde quiera que Vd. tenga la bondad de esperarme; pero sin de-sistir de que Vd. nos honre en esta ciudad. Pocas horas, como Vd. dice, son bastantes para tratar entre mili-tares, pero no serán bastantes esas mismas horas para satisfacer la pa-sión de la amistad que va a empezar a disfrutar de la dicha de conocer el objeto caro que se amaba solo por opinión, solo por la fama.

El contenido de la carta da a en-tender que Bolívar necesita de San Martín, de la misma manera como este último lo confiesa en una carta enviada a Bolívar semanas atrás:

Voy a encontrar en Guayaquil al Li-bertador de Colombia; la enérgica terminación de la guerra que soste-nemos, y la es del destino a que con rapidez se acerca la América, los hacen nuestra entrevista necesaria, ya que el orden de los acontecimien-tos nos ha constituido en alto grado responsables del éxito de esta subli-me empresa… En los últimos años he estado ocupado constantemente contra los españoles, o mejor dicho, a favor de este país (Perú), porque yo no estoy contra nadie que no sea hostil a la causa de la Independen-cia. Todo mi deseo es que este país (Perú) se maneje por sí mismo y solamente por sí mismo. En cuanto a la manera de gobernarse, no me concierne en absoluto. Me propon-go únicamente dar al pueblo los me-dios de declararse independiente y de establecer una forma de gobierno adecuada; y verificado esto conside-raré hecho bastante y me alejaré...

San Martín conocía que sin la ayuda de las tropas de Bolívar no es-taría en condiciones de acabar con los españoles, afianzar su poder y con-solidar la región llegando a acuerdos políticos. Él llegó a Guayaquil porque se estaba debilitando en el frente in-terno debido al descontento de sus tropas que amenazaban con subleva-ciones y porque los ejércitos realistas lo superaban en número de soldados. No tenía otro camino que entrevis-tarse con Bolívar. Bernardo Irigoyen,

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uno de los más importantes biógrafos de San Martín, en su libro, Recuerdos del General San Martín, publicado en 1851, comenta sobre la entrevista:

Ha sido tema de diferentes inter-pretaciones la conferencia de Gua-yaquil. Parece sin embargo que San Martín llevó a ella dos ideas pri-mordiales. Obtener la cooperación de Bolívar para poner término a la guerra del Perú, y asegurar a esta república, el importante puerto de Guayaquil. Pero Bolívar demostró, desde el principio, su firme reso-lución sobre este punto, y con la desenvoltura y audacia que lo dis-tinguía sometió a Guayaquil a su autoridad para incorporarlo a Co-lombia.

San Martín llegó a Guayaquil confiado en que se entendería con Bo-lívar, pero sucedería todo lo contario, cuando al día siguiente de estar en Guayaquil ordenó a su gente prepa-rarse para zarpar en la noche. Lejos de obtener apoyo, San Martín zarpó debilitando al Perú. Bolívar condi-cionó su ayuda y le puso obstáculos muy difíciles de superar. Regresó a Perú teniendo en mente renunciar an-tes de terminar con la última etapa de la Independencia y dejar ese país para siempre. En la quinta parte de esta se-rie, transcribiré lo que Mitre, el más famoso de los historiadores argenti-nos del siglo XIX, llamó el “testamen-to político” a la polémica carta de San Martín a Bolívar, poco tiempo antes de abandonar Perú.

Irigoyen hace referencia que a pesar de San Martín haber sido reci-

bido suntuosamente por Bolívar, se dieron episodios ingratos:

propios del encuentro de dos hom-bres, que aunque consagrados a la misma causa, abrigaban interior-mente la rivalidad de una gloria en perspectiva, la de mandar disparar los últimos cañonazos que debían cimentar el triunfo de la libertad o independencia de América.

Uno de los eventos más polémi-cos en la historia de América del Sur es la agenda tratada por Bolívar y San Martín durante los dos días de reunio-nes que tuvieron a puerta cerrada en Guayaquil. Como no hubo testigos, se desconoce el contenido de las conver-saciones y acuerdos alcanzados.

Existen una carta de Bolívar a Santander, otra del Secretario de Bo-lívar al Ministro de Relaciones Exte-riores de Colombia, una de Bolívar a Sucre y la polémica misiva del 29 de agosto de 1822 de San Martín a Bo-lívar, publicada en 1843, veinte y un años más tarde, en la obra de Lafond de Lurcy, francés que vivió en Gua-yaquil durante la reunión de los dos personajes. La autenticidad de la car-ta de agosto de 1822 ha sido cuestio-nada durante casi dos siglos. Los más prestigiosos historiadores sudame-ricanos del siglo XIX, XX y lo que va del XXI han estudiado detenidamente el contenido y emitido sus conclusio-nes. La mayoría afirma que es auténti-ca. El estudio más reciente es de Jorge Paredes, historiador peruano. La ci-tada carta es polémica porque difiere notablemente de las demás, en ella

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San Martín critica a Bolívar en duros términos:

Le escribiré, no solo con la franque-za de mi carácter, sino también con la que exigen los altos intereses de la América. Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra.Desgraciadamente, yo estoy íntima-mente convencido, o que no ha creí-do sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.Las razones que me expuso, de que su delicadeza no le permitiría jamás el mandarme, y que, aun en el caso de decidirse, estaba seguro que el Congreso de Colombia no autoriza-ría su separación del territorio de la república, no me han parecido bien plausibles. La primera se refuta por sí misma.En cuanto a la segunda, estoy per-suadido, que si manifestase su deseo, sería acogido con unánime aprobación, desde que se trata de finalizar en esta campaña, con su cooperación y la de su ejército, la lucha que hemos emprendido y en que estamos empeñados, y que el honor de ponerle término refluiría sobre usted y sobre la república que preside. No se haga ilusión, general. Las noticias que tienen de las fuerzas realistas son equivocadas. Ellas montan en el Alto y Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden re-unirse en el espacio de dos meses. El ejército patriota diezmado por las enfermedades, no puede poner en línea sino 8.500 hombres, en gran parte reclutas.

La división del general Santa Cruz (que concurrió a Pichincha), cuyas bajas no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones, ha de-bido experimentar una pérdida con-siderable en su dilatada y penosa marcha por tierra, y no podrá ser de utilidad en esta campaña. Los 1.400 colombianos que envía, serán nece-sarios para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima.Por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que se prepara por puertos interme-dios, no podrá alcanzar las ventajas que debieran esperarse, si fuerzas imponentes no llamasen la atención del enemigo por otra parte, y así, la lucha se prolongará por un tiempo indefinido. Digo indefinido, porque estoy íntimamente convencido, que sean cuales sean las vicisitudes de la presente, la independencia de la América es irrevocable; pero la pro-longación de la guerra causará la pena de sus pueblos, y es un deber sagrado para hombres a quienes es-tán confiados sus destinos, evitarles tamaños males.En fin, General, mi partido está irre-vocablemente tomado. He convoca-do el primer congreso del Perú, y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el solo obstá-culo que le impide venir al Perú con el ejército de su mando. Para mí hu-biera sido colmo de la felicidad ter-minar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad. ¡El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse! No dudo que después de mi salida del Perú, el gobierno que se establezca recla-mará su activa cooperación, y pien-

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No. 23 • Un encuentro con la historia

so que no podrá negarse a tan justa demanda.Le he hablado con franqueza, Gene-ral; pero los sentimientos que expri-me esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si lle-gasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos, para soplar la discordia.

Con quien llevó la carta, San Martín envió una escopeta, dos pisto-las y un caballo de paso ofrecido para las futuras campañas. Los regalos in-cluyeron la siguiente nota:

Admita, General, este recuerdo del primero de sus admiradores, con la expresión de mi sincero deseo de que tenga usted la gloria de termi-nar la guerra de la independencia de la América del Sud.

Un mes después, San Martín de-jaba Perú para siempre, después de haber organizado el Congreso y re-nunciado.

La actitud de San Martín de re-tirarse de Perú y dejar a Bolívar para que él solo enfrente las últimas bata-llas y logre la Independencia del resto de Perú con la batalla de Ayacucho en 1824, ha sido analizada por numero-sos historiadores argentinos, chilenos y peruanos. Muchos de su época, la consideraron derrotista y humillan-te. No lograron entender la drástica decisión de San Martín. El Instituto Nacional Sanmartiniano de Argenti-na expresa su pensamiento sobre el tema, en el ensayo Lo esencial de la en-trevista de Guayaquil:

Al término de las conferencias, San Martín le propone a Bolívar ser pru-dentes y mantener en reserva los resultados de la conversación. ¿Por qué callar? ¿Cuál es la razón del se-creto? Es por un noble propósito: se requería guardar silencio para mantener incólume la unidad sud-americana. A juicio de San Martín, los resultados de la entrevista son desconsoladores. La desinteligen-cia era manifiesta puesto que no se había logrado el acuerdo para que ambos Libertadores terminaran, juntos y prontamente, la guerra de la independencia. San Martín se re-tira voluntariamente del escenario de sus triunfos. Hace un verdadero sacrificio por amor a América inde-pendiente, dejando libre el camino para que Bolívar apresure sus pasos y conquiste la Independencia defini-tiva. El silencio varonil de San Mar-tín no es debidamente comprendido y surge una leyenda de las tinieblas. Se dice que San Martín, vencido por el genio de Bolívar, se ve obligado a emprender el ostracismo. Falsa apre-ciación de la realidad. Pero importa poco. San Martín sabía que las nue-vas generaciones de americanos y la historia juzgarían, con verdad y jus-ticia, su actitud de hombría de bien.

Dos cartas de San Martín, escri-tas en años posteriores, dan luces a su actitud tan duramente cuestionada. El 19 de abril de 1827 escribió desde Bru-selas a William Miller, general inglés que primero peleó junto a San Martín y luego con Bolívar, escribiendo pos-teriormente sus memorias sobre las guerras de la Independencia:

En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él no tuvo otro objeto que el de recla-

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mar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del Perú. Auxilios que una justa retribución (prescindiendo de los intereses generales de América) lo exigía por lo que el Perú tan ge-nerosamente había prestado para libertar el territorio de Colombia. Mi confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada, cuan-to el ejército de Colombia después de la batalla de Pichincha se había aumentado con los prisioneros y contaba con 9.600 bayonetas. Pero mis esperanzas fueron burladas al ver que en mi primera conferencia con el Libertador me declaró que, haciendo todos los esfuerzos posi-bles, solo podría desprenderse de tres batallones con la fuerza total de 1.070 plazas. Estos auxilios no me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba convencido que el buen éxito de ella no podía esperarse sin la activa y eficaz cola-boración de todas las fuerzas de Co-lombia. Así es que mi resolución fue tomada en el acto, creyendo de mi deber hacer el último sacrificio en beneficio del Perú.

El 11 de septiembre de 1848, en carta a Ramón de Castilla, quien fue presidente de Perú:

Yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndola puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército de su mando no era otro que la presencia del general San Martín, a pesar de la sinceridad

con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las fuerzas que yo disponía. Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no solo comprometía mi honor y repu-tación, sino que me era tanto más sensible cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la independencia hu-biera terminado en todo el año 23. Pero este honroso sacrificio, y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas circunstancias) de los moti-vos que me obligaron a dar ese paso, son esfuerzos que Ud. podrá calcu-lar y que no está al alcance de todos poderlos apreciar.

San Martín y Bolívar tuvie-ron personalidades diametralmente opuestas, de acuerdo a las descripcio-nes de personas que los conocieron. En las memorias de funcionarios del gobierno de Bolívar, militares, histo-riadores contemporáneos y edecanes extranjeros cercanos a Bolívar, critican duramente la forma de ser de Bolívar. En la última parte de esta serie, trans-cribiré sus comentarios sobre Bolívar y San Martín, este último tiene menos críticos

Quienes conocieron en persona a Bolívar y San Martín, vivieron en su época, o se enteraron de ellos a través de terceros, escribieron comentando sobre su personalidad, conducta, for-ma de actuar, puntos de vista, etc. Del que más se expresaron fue del prime-ro considerando la enorme cantidad de libros que existen sobre él. Los historiadores contemporáneos tienen similares opiniones.

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No. 23 • Un encuentro con la historia

El coronel Espejo quien escribió La entrevista de Guayaquil y asistió a uno de los banquetes en homenaje a Bolívar y San Martín, los describió así:

Lo que advertimos desde el primer instante fue la diferencia de esta-tura entre uno y otro: Bolívar bajo y delgado, cuando San Martín era alto y corpulento. El primero osten-taba con profusión el lujo militar de sus entorchados, contrastando con la sencillez espartana del segundo, que en los actos más públicos se presentaba con su casaca llana… sin condecoración alguna.

Riva Agüero, primer presidente de Perú, fue muy duro en sus críticas a Bolívar en su vida pública y privada:

Este hombre cruel, sin fe, sin honor, sin reconocimiento y sin ninguna virtud… Ducoudray Holstein, offi-cial aleman-francés que estuvo bajo las órdenes de a Bolívar, en su libro Memorias de Bolívar publicadas en 1829, lo describió como una perso-na: …vanidosa, ambiciosa, audaz, hábil en encontrar maneras para intrigar y lograr sus propósitos… siempre ansiosa de salvar su repu-tación y celosa en preservar su au-toridad. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldi-ciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado

de ayuda exterior, resulta completa-mente exento de pasiones y arran-ques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistral-mente sus defectos bajo la urbani-dad de un hombre educado en el lla-mado beau monde, posee un talento casi asiático para el disimulo y cono-ce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas.

Gabriel Lafond, francés que es-tuvo en Guayaquil, cuando Bolívar y San Martín se reunieron, en su libro Viajes alrededor del mundo, describió la opinión de este último con relación a Bolívar en los siguientes términos:

Los signos más característicos eran un orgullo muy marcado, lo que presentaba un contraste con no mi-rar de frente a la persona que ha-blaba, a menos que no fuese muy inferior. Su falta de franqueza me fue demostrada en las conferencias que tuve con él en Guayaquil, en las que jamás contestó a mis preguntas de un modo positivo y siempre en términos evasivos. El tono que usa-ba con sus generales era extrema-damente altanero y poco digno de conciliarse su afección. Su lenguaje era a veces un poco grosero, pero me pareció que este defecto no le era natural, que solo quería darse de este modo un aire más militar. La opinión pública lo acusaba de una ambición desmedida, una sed ardiente de mando, reproche que él mismo se ha cuidado de justificar por completo. Noté y él mismo me lo dijo, que su principal confianza la depositaba en los jefes ingleses que tenía en su ejército; por otra parte, sus maneras eran distinguidas y de-

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mostraba haber recibido una buena educación…

Carlos Marx escribió en 1857 para el New York Tribune sobre la vida de Bolívar:

Se proclamó Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela, creó la “Orden del Liber-tador”, formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guar-dia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes que-daban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo el novel entusiasmo popular se trans-formó en descontento, y las disper-sas fuerzas del enemigo dispusieron de tiempo para rehacerse.

Indalecio Liévano, historiador co-lombiano de la primera mitad del siglo XX, comentó de los dos personajes:

…San Martín, frío y realista, con ese realismo que sirve para apreciar los hechos inmediatos, Bolívar ha de-mostrado, en cambio, el optimismo característico de los conductores acos-tumbrados a sentir el respaldo de los pueblos tras de sus decisiones.

Abel Posse del Instituto Sanmar-tiniano de Perú, describe a Bolívar y San Martín de la siguiente manera:

Eran dos hombres muy opuestos. Bolívar se movía con gestos rápi-dos y nerviosos; por momentos se erguía muy estirado, como suelen hacerlo los que tienen una estatura inferior a la media. Asumía con su-blimidad de senador romano su fi-gura de dimensión histórica.Hablaba con energía y precisión. Se había formado en la riqueza. Co-nocía los clásicos y las vanguardias europeas. Se sentía ungido para una misión y estaba en el cenit de sus éxitos. Amaba los caballos, los li-bros, los dioses grecolatinos, la gran-deza, las mujeres, las ideas liberales y republicanas de la Ilustración. Su amante incomparable era Manuela Sáenz, vestida con uniforme de hú-sar, chaqueta roja y doble hilera de botones dorados. Cabellera negra derramada hasta enredarse en las charreteras color oro. San Martín era circunspecto, poco sonriente, no era hombre de evocaciones ni de nostalgias y adusto como el mismo Escorial.

John Lynch, el más famoso his-toriador inglés sobre la vida de Bolí-var, afirma:

Bolívar fue un hombre excepcional-mente complejo, un libertador que desdeñaba el liberalismo, un republi-cano que admiraba la monarquía.

Los fanáticos de Bolívar han he-cho de él un mito, seguramente tuvo virtudes, pero sus defectos fueron su-periores y le faltó el liderazgo necesario para unificar a las repúblicas indepen-dizadas. Su herencia fue sembrar un caos político que todavía no concluye.

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En la década de los 60, las mu-jeres afganas tenían derecho a la escuela, al trabajo y a la re-

presentación política, pero en 1997, el presidente Burhaunuddin Rabba-ni fue derrocado por los talibanes y ellos impusieron un sistema islámi-co “integral y puro”, que se basaba en la ley islámica, “sharia”, de corte fundamentalista. La sharia se apli-ca también en Pakistán, Irán, Arabia Saudita y Sudán. El mullah nombra-do por los talibanes, Agha Gulabi fue encargado de establecer un código de comportamiento para los habitantes de Afganistán, cargado de castigos y sanciones.

El grupo talibán que tomó el po-der estaba conformado por un grupo extremista de estudiantes de teología Islámica, que respaldados por el apo-yo económico de Pakistán, llegaron a hacerse fuertes en Afganistán, con-trolando el 80% del territorio. En 1998 llegaron a dominar el último bastión que ejercía resistencia: El Frente Islá-mico Unido.

El sector más oprimido de Afga-nistán, las mujeres, pasaron a ser el blanco de la represión. A ellas se les impidió el derecho a estudiar, a traba-jar, a ir a los baños públicos, a caminar por las calles si no eran acompañadas

de un hombre de la familia. Un decre-to conminó a las personas a pintar de negro los vidrios de las ventanas para que nadie pudiera ver a las mujeres dentro de sus casas. Se las obligó a usar un vestido que cubría todo su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies (hejab) y a usar un manto que tapa la cara (burka), dejando una especie de rejilla a la altura de los ojos, lo que les quita la visibilidad de los lados y disminuye terriblemente su capacidad visual.

Algunos dicen que las mujeres usaron esas mantas que cubrían todo el cuerpo como protección para viajar por los desiertos, para protegerse de las miradas de los grupos que asal-taban las caravanas y raptaban a las mujeres, pues con esas mantas se con-

LA BURKA Y LAS MUJERES EN AFGANISTÁNJenny Londoño1

1. Jenny Londoño López (Guayaquil, 1952) Es Socióloga (U. Central) y maestra en Ciencias Sociales con mención en Géne-ro y Desarrollo (FLACSO). Obtuvo una beca de estancia en la Escuela de Estu-dios Hispanoamericanos de Sevilla, Es-paña, y es miembro de Número de la Sec-ción de Historia y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y Miembro Correspondiente de la Academia Nacio-nal de Historia del Ecuador, fundadora y dirigenta nacional de la Coordinadora Política de Mujeres Ecuatorianas, CPME. Ha escrito varios libros sobre historia de las mujeres en la colonia y en la Indepen-dencia. Ha publicado también textos de género, poesía y cuento.

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fundían con los hombres. Otros estu-diosos señalan que:

...la introducción de esta prenda se produjo en Afganistán a principios del siglo XX, durante el mandato de Habibullah (1901-1919), quien impuso su uso a las mujeres que componían su numeroso harem para evitar que la belleza del rostro de éstas tentara a otros hombres. Así pues el burka se convirtió en una vestimenta utilizada por la clase alta, que de este modo se “aislaba” del pueblo llano, evitando así su mi-rada. En la década de los 50 su uso se generalizó en la mayoría de la población… y se extendió entre to-das las capas sociales en un acto de imitación de la clase alta, ya que se consideraba un símbolo positivo de estatus social.2

La burka es una especie de pri-sión instalada en el cuerpo de las mujeres afganas, que impide que las demás personas las vean y que ellas, a su vez, queden casi imposibilitadas de ver el entorno que las rodea. Esta prisión les impide además movilizar-se a través de otros lugares de su país. Hay mujeres que a lo largo de toda su vida no han salido nunca del barrio y, algunas, ni de su propia casa.

Las mujeres Afganas no podían recibir atención sanitaria si no iban acompañadas de un familiar masculi-no. Elizabeth Drevillon señalaba que:

Desde 1997 solo tienen acceso a las clínicas privadas que no pueden pagar o a un hospital destartalado, sin agua, sin electricidad, sin ca-lefacción y sin quirófano. En otras palabras, un sitio al que solo se va a morir.3

La atención en los hospitales era pésima y morían muchas mujeres dando a luz, mientras sus esposos es-taban sentados en un lugar apartado y no podían acercarse a sus esposas. El 97% de las afganas daban a luz en su casa, pues no podían consultar a médicos varones; y, un 40% de las mujeres morían en el período de ma-yor fertilidad por complicaciones du-rante el parto.

El 13% de mujeres en Kabul eran jefas del hogar y tenían que mante-ner a su familia, a pesar de que no se les permitía trabajar, y cuando salían a la calle a pedir ayuda económica o para hacer colas en las ONG humani-tarias, eran perseguidas y apaleadas por los “milicianos de prohibición de los vicios y promoción de la virtud”.4 Otras mujeres organizaron escuelas clandestinas para sus congéneres, y se jugaban la vida para no ser descubier-tas, pues si hubiese una delación pro-bablemente morirían ahorcadas. Pero, los talibanes descubrieron las escuelas clandestinas y las destruyeron.

Las mujeres afganas, algunas de las cuales eran médicas, fueron prohi-bidas de ejercer su profesión. Algunas mujeres se rebelaron contra esas leyes oprobiosas e injustas, y terminaron en la cárcel. Rahima fue detenida en Kabul por oponerse a la imposición

2. En Wikipedia.3. Elizabeth Drevillon, “El correo de la

Unesco”, octubre 1998, en Portal Planeta, SEDNA.

4. Ibídem.

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de casarse con el hermano de su ma-rido fallecido. Esta es otra de las le-yes absurdas contra las mujeres. Y si la represión era fuerte en Kabul, que es la capital, en otros pueblos peque-ños y más pobres, la situación de las mujeres era verdaderamente triste y penosa.

El régimen Talibán sobrevivió hasta diciembre de 2001. Su caída fue precipitada por el amparo que otorga-ron al saudí Osama Bin Laden, líder de la red terrorista Al-Qaeda que fue considerada responsable de diversos atentados contra Estados Unidos. El más grave de éstos, tuvo lugar en sep-tiembre de ese mismo año y originó la muerte de miles de personas, tras provocar el derrumbamiento de las torres gemelas del World Trade Cen-ter de Nueva York.

El presidente estadounidense George W. Bush lideró una coalición internacional contra el terrorismo cuya vertiente bélica, la Operación Li-bertad Duradera, dirigida a la captu-ra de Bin Laden y Mohammed Omar, comenzó el 7 de octubre y finalizó con la rendición de Kandahar a la Alian-za del Norte, dos meses después. La dirección del Estado afgano quedó entonces a cargo de un gobierno pro-visional presidido por Hamid Karzai, emanado de la Conferencia Interafga-na, que se celebró en Bonn, auspicia-da por la ONU.5

De acuerdo a Yolanda J.B. de la Asociación Revolucionaria de las Mu-jeres de Afganistán:

Hace 8 años, el gobierno de EE.UU. y sus aliados consiguieron legitimar su invasión militar en Afganistán y embaucar al pueblo de EE.UU. y del mundo entero bajo consignas como la “liberación de la mujer afgana”, la “democracia” y la “guerra contra el terrorismo”. Nuestro pueblo, tras haber sido oprimido por el dominio talibán, tuvo esperanza en un Afga-nistán libre después de 30 años de guerras. Pero pronto su sueño se vio pisoteado de la manera más doloro-sa ante la instauración del gobierno títere de Karzai, mientras EEUU volvía a utilizar a sus criaturas y continuaba sus tratos con los crimi-nales señores de la guerra.6

La ONU contemplaba tanto ta-reas de asistencia y ayuda humani-taria como participación en tareas de reconstrucción y recuperación y se re-cibieron grandes donaciones para la reconstrucción de Afganistán.7

Cerca de 29.000 millones de dólares fueron gastados directamente por los donantes, más de 15.000 millo-nes de esta cantidad fueron distri-buidos directamente a través de canales militares extranjeros. Esto incluye el Programa de Respuesta de Emergencia de los Comandantes, donde los oficiales superiores sobre

5. “Los talibanes”, en El Gran Libro del siglo XX, (Clarín), Enciclopedia Encarta, Por-tal Planeta, SEDNA.

6. Entrevista a Yolanda JB: http://www.educarueca.org / Domingo 24 de enero de 2010.

7. “La ONU prorroga un año más su pre-sencia en Afganistán”, en Siglo XXI, dia-rio digital independiente, lunes 22 de marzo de 2010.

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el terreno tienen acceso a efectivo para el gasto táctico, y los Fondos de Reconstrucción Provinciales cuyo objetivo es “ganar los corazones y mentes” de los afganos.

Mark Ward, asesor especial de desarrollo del enviado de la ONU en Afganistán, Staffan de Mistura, ase-guró que los donantes tenían finan-ciados sus propios proyectos porque el Gobierno no había conseguido di-señar bien los programas nacionales. “Los proyectos de los donantes a me-nudo no se diseñan junto con el Go-bierno afgano y puede que no reflejen las prioridades afganas”, declaró.

Por otro lado, casi la mitad de la asistencia concedida durante el período 2002-2009 fue gastada en el sector de la seguridad, especialmen-te en fortalecer la Policía y el Ejérci-to. La sanidad recibió un 6% ciento, la educación y la cultura un 9% y el desarrollo rural y agrícola un 18%.8 Entonces, solo una pequeña cantidad de esas sumas fue a parar a temas tan importantes como la infraestructura sanitaria y la salud, la educación y los programas de nutrición infantil y mu-cho menos para ayudar a las mujeres que sufren violencia de género.

Muchas mujeres profesionales

han retomado sus trabajos. Una gine-cóloga, Nazifa Satar, especializada en Pakistán, que tuvo que huir en 1991, porque los mullahdin allanaron su casa y atacaron brutalmente a su pa-dre y hermano, robando además todo lo que pudieron, decidió volver y es-tablecer un hospital en la afueras de Kabul, con la ayuda de la Fundación Internacional para la Esperanza, que se inauguró en 2002.

Yolanda J.B. señala que:

En el año 2002, aparecieron muchas publicaciones progresistas y demo-cráticas, pero con los años casi todas se vieron obligadas a cerrar debido a las amenazas y presiones de los fundamentalistas y los gobernantes. Seguimos distribuyendo nuestras publicaciones clandestinamente en Afganistán porque los libreros que se atrevían a ofrecer nuestros mate-riales recibieron amenazas. Incluso hay gente que ha sido detenida y torturada solo por poseer nuestras publicaciones. Los fundamentalis-tas controlan hoy todos los medios afganos y algunos de los criminales de guerra más infames, como Ras-hid Dostum, Mohammad Mohaqiq, Burhanuddin Rabbani, Asif Moh-seni, Younis Qannoni, Ata Moham-mad y otros tienen sus propios ca-nales de televisión vía satélite para hacer propaganda para sus bandas inhumanas.9

El 28 de septiembre de 2004, en Nueva York, fue presentado el primer estudio general que se ha realizado en casi 10 años sobre la situación de los niños, las niñas y las mujeres en Afganistán. El documento indica que

8. Publicado en el primer documento que detalla el destino de la ayuda internacio-nal hacia Afganistán desde 2001, Diario social digital de Europa Press, Madrid 22 de marzo de 2010; www.epsocial.es

9. Yolanda J.B. de la Asociación Revolu-cionaria de las Mujeres de Afganistán, http://WWW.educarueca. Org

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No. 23 • Un encuentro con la historia

la mortalidad de lactantes se ha redu-cido y que hay más niños y niñas que van a la escuela, pero el problema de la desnutrición infantil sigue siendo grave. También revela que la mayoría de los habitantes del país carecen to-davía de acceso al agua potable, y que las tasas de mortalidad siguen siendo elevadas. Por otro lado, muchos ni-ños y niñas afganos no reciben edu-cación escolar ni atención de la salud, según señala un informe de la serie “La infancia en peligro” presentado en Ginebra, Suiza, el 26 de octubre de 2007.

Las maestras que fueron impedi-das de trabajar, durante la época en que estuvieron en el poder los talibanes, ayudaron a reorganizar las escuelas y a procurar la asistencia de un gran nú-mero de niñas. Sin embargo, muchas personas que vivían en campamentos

para personas desplazadas carecían de acceso a una educación, nutrición y atención de la salud adecuadas.

A principios de 2008, más de 6 millones de niños y niñas asistieron a clases en el primer día del nuevo año escolar. Entre ellos, 800.000 niños y ni-ñas que nunca habían ido a la escuela, pero en noviembre de 2008, UNICEF, condenó el aumento en el número de ataques a las escuelas y a los estudian-tes, por parte de los fundamentalistas talibanes. Un ataque con ácido come-tido contra 15 niñas que caminaban a la escuela en la ciudad meridional de Kandahar dejó ciegas a dos de las ni-ñas y lesionó a otras dos. A fines del 2008 se presentó una grave crisis ali-mentaria.

Se han realizado algunas cam-pañas de inmunización contra la po-liomielitis, pero Afganistán es una de las cuatro naciones del mundo donde esta enfermedad aún tiene un carác-ter endémico.

A pesar de todos los esfuerzos hechos por conseguir la paz y erradi-car las minas, se señala que en los úl-timos 20 años las minas terrestres han matado o lesionado a más de 70.000 afganos, y continúan causando anual-mente centenares de bajas.

En 2010, UNICEF apoyó la crea-ción de centros de alfabetización, en donde niñas y mujeres se reúnen para recibir clases de alfabetización de dos horas de duración, que se llevan a cabo en el hogar de una de las estu-diantes.

Nafiza Popal, de 45 años, gestiona el único refugio para mujeres de Herat,

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para acoger a mujeres en peligro, la gran mayoría de las cuales han huido de sus maridos después de sufrir violencia físi-ca, sexual y sicológica.

Las ONG: entre la aceptación y el rechazo

En un país con más de 30 millo-nes de habitantes, unos 5.000 extran-jeros civiles han establecido allí su residencia, trabajando tanto en orga-nizaciones internacionales como en ONG. “Esto es un constante ir y venir de gente”, dice Mónica Bernabé, co-operante y periodista freelance, quien hace siete años decidió dejarlo todo en su Barcelona natal y viajar a Afga-nistán. ¿Qué ha cambiado en todo este tiempo? “En Kabul, por ejemplo, ves muchas chicas a cara descubierta, yendo a la escuela. Eso con los taliba-nes era imposible”, responde. “En-tonces había muchísima represión y controles militares casi en cada esqui-na”, añade.10

Se han dado cambios a favor de los derechos de las mujeres que, sin embargo, resultan invisibles en ámbi-tos tan básicos como la sanidad. “Es bestial la falta de higiene en los hos-pitales públicos. Siguen muy sucios a pesar de los seis años de presencia internacional”, denuncia Bernabé.

La catalana se muestra crítica con la comunidad de extranjeros. “Creo que la mayor parte de la gen-te está aquí por dinero y no porque le interese realmente el país”, explica en referencia a los supersueldos percibi-dos por muchos de los empleados de organizaciones internacionales como Naciones Unidas. La media salarial no baja de los 6.000 euros. “Los occi-dentales vivimos en una burbuja que nada tiene que ver con la realidad dia-ria de la población afgana”, concluye la cooperante.

Pilar Gimeno, quien trabaja en las oficinas de Unifem señala que: “Sí hay mucha gente que viene aquí para engrosar su cuenta de ahorro, pero los sueldos se justifican por la liber-tad tan restringida que tenemos”. Ella puntualiza este dato tras impartir un seminario a mujeres afganas sobre violencia de género.11

10. Ana Garralda, “De España a Kabul”, Mujeres en Red, periódico feminista, 25 de mayo de 2008.

11. Ibídem.

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La violencia continúa

Yolanda J.B., integrante de la Asociación Revolucionaria de Muje-res de Afganistán, afirma que:

El sistema judicial en Afganistán está profundamente infectado con el virus del fundamentalismo. Los señores de la guerra y los narcotra-ficantes controlan la judicatura en contra de los pobres y a favor de los grandes delincuentes, los funciona-rios corruptos y los ricos…Porque es allá donde no hay justicia donde los hombres violentos disfru-tan de la impunidad mientras tratan a las mujeres peor que a los animales.

Yolanda señala que la misma po-licía, las autoridades y muchos parla-mentarios afganos están implicados en crímenes contra las mujeres y cita el caso de la joven Bashira, “quien fue violada en grupo por señores de la guerra, entre los que estaba el hijo del diputado afgano Haji Payenda, que empleó su posición para evitar cual-quier castigo”.

La última Ley que fue aprobada por el Parlamento afgano, desató una reacción internacional, porque según Yolanda, apoya la violación. “Pero a nosotras no nos sorprendió porque es una consecuencia previsible de las políticas de apoyo a los fundamenta-listas por parte de EE.UU. y sus alia-dos en Afganistán”, dice. Y asegura que Karzai comercia con los derechos de las mujeres para obtener beneficios políticos y que eso ya no les sorpren-de, porque llevan años denunciando ese sucio juego.

Habla también de que en el pa-sado reciente se han cometido contra su pueblo muchas otras agresiones, igualmente horribles y dolorosas:

Denunciamos que la ley de “Recon-ciliación Nacional” aprobada por el Parlamento afgano en 2007, que garantiza inmunidad por crímenes de guerra cometidos durante los pasados 30 años, ha sido el mayor trauma reciente sufrido por nuestra gente y ha dado oxígeno a los seño-res de la guerra, fundamentalistas, para seguir adelante aprobando sus leyes medievales en su parlamento mafioso.

Y continúa señalando que:

El pueblo afgano y organizaciones como RAWA levantamos nuestras voces contra esta ley repugnante. … Si ayer no se hubiera abandonado a nuestro pueblo para protestar con-tra esta ley de impunidad, hoy los extremistas no podrían aprobar con tanta facilidad leyes de estilo talibán contra las mujeres.

Esa intolerancia de los nuevos gobernantes ha impulsado una terri-ble persecución sobre todas las perio-distas libre-pensadoras, quienes están amenazadas de muerte. “Algunas de ellas han sido asesinadas por señores de la guerra o talibán, entre ellas mu-jeres como Zakia Zaki, Sanga Amaj, Shaema Razaee y otras”.

Declara que Afganistán es ahora un narco-Estado, en donde no exis-

12. Yolanda J.B. cit.

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ten ni el espacio ni las políticas para impulsar el desarrollo económico ni para reducir la pobreza. El cultivo de opio se ha disparado en los últimos años y el país produce ya el 93% del total mundial.

Los gobernantes afganos y la mafia internacional están implicados en el negocio. EE.UU. y la OTAN animan indirectamente el cultivo de opio, porque el control de la ruta de este negocio multibillonario forma parte de la agenda oculta del Pentágono en Afganistán, agrega. Mientras tan-to, el 85% de la gente en Afganistán vive bajo la más absoluta miseria y algunas familias deben vender al-gunos hijos por unos pocos dólares para poder sobrevivir. 12

La diputada Malalai Joya, expulsada del parlamento afgano

En 2005, fue electa al Parlamen-to Afgano, Malalai Joya, de 28 años, quien fue una activista social desde su adolescencia. Cuenta con el apoyo del histórico grupo afgano de defensa de los derechos de las mujeres RAWA, exiliado en Pakistán.

Desde las elecciones, ella ha de-nunciado a la Alianza del Norte, ins-talada en el poder por el Ejército es-tadounidense, lo que le ha generado varias amenazas de muerte. En entre-

vista con Andy Robinson, del perió-dico La Vaguardia, de Nueva York,13 señala que desde que fue elegida:

No hay cambios fundamentales… Después de la tragedia del 11-S, Estados Unidos sustituyó a los tali-banes por los asesinos de la Alianza del Norte, con la misma mentalidad que los talibanes pero físicamente distintos: llevan traje y corbata, pero son iguales.No hay seguridad. Más del 40% ca-rece de empleo y el 90% es pobre. Bajo la mirada de las tropas estado-unidenses crece la violencia contra las mujeres: hay violaciones, secues-tros constantes; dos mujeres activis-tas fueron asesinadas en sus casas... Los asesinos son de la Alianza del Norte, no son talibanes. Un diputa-do mató a dos niños inocentes, los metió en un saco y los arrojó al río. Hubo protestas pero acusaron a los manifestantes de ser antimusulma-nes. Afganistán tiene dos enemigos, uno son los talibanes y el otro es la Alianza del Norte. La Alianza apoya a Estados Unidos y los talibanes es-tán en contra, pero ambos son ene-migos del pueblo afgano.Me han expulsado del Parlamento y mañana me matarán. Me han in-tentado matar cuatro veces. La últi-ma vez atacaron mi oficina con gas. Cuando hablaba en el Parlamento amenazaban con violarme y matar-me. Dicen que soy infiel, que voy contra el islam, que soy comunista... No sé cuántos días voy a seguir viva cuando regrese.Cuando le preguntaron si las muje-res afganas todavía llevaban la bur-ka a Malalai, ella respondió: Sí, pero por seguridad. Yo llevo burka por mi propia seguridad. La mayoría de

12. Andy Robinson: “Solo cambia la ropa”, en Mujeres en Red, periódico feminista, 24 de junio de 2007.

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las mujeres en Afganistán odian la burka, pero los talibanes las viola-ban y las mataban, y por eso llevan burka. En provincias retrasadas las mujeres van a las manifestaciones de protesta contra el Gobierno, con burka. La gente no tiene educación pero sabe identificar a los enemigos de su felicidad. Si no creyesen en los derechos de las mujeres no me ha-brían votado.

Afganistán es un país en el que se cruzan la guerra y el militarismo, el fundamentalismo religioso y la co-rrupción gubernamental, la miseria generalizada, una embozada lucha de clases, las prácticas discriminatorias contra los más pobres, el abuso y la imposición de las políticas imperialis-tas de EE.UU. y la más brutal violen-cia de género contra niñas, adolescen-tes y adultas, convirtiendo a ese país en un espacio de muerte, desolación e injusticia.

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En julio del 2008 me cupo el ho-nor de presentar en Guayaquil, en el Salón de la Ciudad, una

obra del Dr. Carlos Matamoros Tru-jillo, titulada Emblema de Guayaquil. Tuve entonces la oportunidad de ex-presar mi admiración en grado sumo por el trabajo serio y profundo del au-tor y de inclinarme –ese es realmente el término– ante su sapiencia.

Justamente por eso hoy, cuan-do él ha dejado su cuerpo físico, su ausencia me conduce de un extremo a otro de ese misterio que tiene, de un lado, el Alfa que es la nacencia y, de otro, el Omega que es la muerte, o lo que es lo mismo, el Alfa que es advenimiento, júbilo innegable por la llegada a la luz, y el Omega que es re-torno, ocaso, silencio, penumbra.

Y en medio de esas cavilaciones siento la necesidad de escribir estas cuartillas para que se conozca más y mejor quién fue este investigador que con devoción –sí, con santa devoción e infinita modestia–; y, en forma casi si-lenciosa tributó de manera permanente su homenaje a la patria con investiga-ciones históricas muy serias realizadas durante más de cuatro décadas.

Estoy convencida de la fuerza que imprime en el ser humano el en-torno familiar, pues es como el cuño

que nos marca en la cuna y que nos va a identificar hasta la tumba. Y en el caso del Dr. Carlos Matamoros Truji-llo, debo presumir que su inclinación por la historia, por la heráldica, por la filatelia, por la numismática, por la nota filia, por la arqueología, por la escultura, por la medicina, en fin, por todo aquello que engrandece los conocimientos de un pueblo, vino en sus genes, pues tanto en la rama pa-terna como en la rama materna, sus antepasados fueron personas que de-jaron huellas indelebles en la cultura de nuestro país.

Y esa percepción que tuve se esclareció en una de las conversacio-nes mantenida con él, robándole un

EL DR. CARLOS MATAMOROS TRUJILLOMarigloria Cornejo Cousín

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No. 23 • Un encuentro con la historia

espacio en su agenda siempre corta, y entrando en su vida como recurso necesarísimo para comprender me-jor su copiosa producción. Las con-clusiones a las que llegué después de esa conversación me permitieron acercarme más a él, y son justamente las que quiero resaltar conduciendo a mis lectores hacia el paralelismo que encontré entre abuelo y nieto, los dos igualmente valiosos.

Yo sabía desde antes quién fue el Prof. Carlos Matamoros Jara, pues su nombre y sus huellas en el Magiste-rio Nacional fueron siempre recorda-dos por mi padre. Lo que no habría imaginado nunca es que tendría yo la oportunidad de conocer a su ilustre nieto y menos aún de presentar una de sus obras.

Pues bien, a la muerte del abue-lo, acaecida el 11 de abril de 1938, nuestro autor tenía once años, edad suficiente como para recordar con claridad las enseñanzas recibidas y guardar en el consciente o en el sub-consciente la responsabilidad de con-tinuar una obra gigantesca que la vida no dio tiempo para terminar.

Muchos de los caminos que dejó abiertos el abuelo son los que transi-tó nuestro autor con perseverancia y absoluta fidelidad a sus ancestros, enriqueciéndolos sin declinar y man-teniendo un sano orgullo familiar. Pienso yo que las visitas del abuelo y sus nietos tanto al Museo como a la Biblioteca Municipal de los que había sido su Director, deben haber pareci-do a los chiquillos como la entrada al mundo de la fantasía y de los sueños,

guiados por un hado que contestaba todas las preguntas porque todo lo sabía.

Y no podía ser en otra forma, pues el bagaje de conocimientos del Prof. Matamoros Jara era infinito. No por nada había sido director de la Bi-blioteca Municipal y del Museo Mu-nicipal de la ciudad, y durante treinta años se desempeñó como editorialista del decano de la prensa nacional, dia-rio El Telégrafo. Y nuestro autor decía, con justificado orgullo, que conserva-ba parte de la biblioteca de su abuelo.

Estas circunstancias muy sin-gulares me permitieron entender la responsabilidad del Dr. Matamoros Trujillo ante la cultura del país, pues cuando se crece entre libros, cuando se aprende a valorar lo que el libro representa, cuando con la lectura lle-namos la vida más que con el mejor de los manjares, podemos saber la an-gustia existencial de quien no pensó que la muerte llegara tan pronto, sin dejarle tiempo para concluir las tareas iniciadas.

Además, en cuanto a sus ances-tros culturales, debemos agregar algo más: por el lado materno, las raíces están en la provincia verde, pues su madre fue nada menos que doña Cle-mencia Trujillo Salas, hija del hacen-dado esmeraldeño Dn. Julio Trujillo Gutiérrez, hermano del jurisconsulto y catedrático e internacionalista, Dr. José Vicente Trujillo Gutiérrez, y aun-que los lazos afectivos fueron más próximos por la rama paterna, no po-demos dejar de mencionar este dato porque, como lo siento y lo dije en

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líneas precedentes, hay factores que nos llegan en los genes.

El análisis profundo de las fa-cetas de investigación y estudio de nuestro autor será tarea de los espe-cialistas. Por eso, dejando ese campo para los versados, quiero más bien retomar la parte personal del autor haciendo énfasis en las circunstancias que enlazan su vida a la de su abuelo paterno.

Para ello bastaría solo recordar, por ejemplo, que mientras aquel es-cribió sobre la historia de la Cate-dral de Guayaquil, el nieto estudia a Santiago, Patrono de Guayaquil, obra a través de la cual interpreta la evolución del cristianismo en función del apóstol, y tratando de hallar la relación con el antiguo medallón de madera de la vieja catedral de Guaya-quil. Justamente a sus pesquisas y a esa perseverancia tan suya debemos el haber salvado ese medallón que ahora luce hermoso en la sala del des-pacho del Alcalde.

El abuelo publica en 1932, en el Boletín del Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil, la “Breve si-nopsis histórica descriptiva del Ar-chipiélago de Galápagos”; el nieto, en el 2001, publica la “Historia de las islas Galápagos a través de la Filatelia ecuatoriana”.

El abuelo, en 1913, promueve el primer Comité de Boys Scouts de la Villa de Daule, en donde era director del Instituto Vicente Piedrahita; y, en 1920 fue nombrado Presidente de la primera asamblea para constituir la Asociación Nacional de Boys Scouts

del Ecuador. El nieto deja iniciado un libro sobre la historia del Movimiento Scout en el Ecuador.

Estas comparaciones son apenas un muestreo como para convencernos que el abuelo dejó muchos caminos abiertos que han sido continuados y enriquecidos por el nieto, que tuvo razón suficiente para hablar con sano orgullo de las huellas que en el campo de la cultura dejaron sus ancestros. Y digo ancestros porque no solo marcó su vida y sus pasiones el ejemplo de su abuelo el Prof. Carlos Matamoros Jara. También su tío, el Dr. Carlos Set Matamoros Suástegui, presidente del M.I. Concejo Cantonal en 1930, fue una persona a la que admiraba y a quien no olvidaba nuestro amigo y contaba siempre que fue en esa admi-nistración municipal que justamente, cuando se concluyeron las obras de la Rotonda; fue su tío quien puso las bases para levantar el reloj público que aún nos acompaña. Y algo más: las lámparas que iluminan el salón de la ciudad se importaron durante esa presidencia del Concejo. Lo dicho cuenta con la información de respal-do celosamente recogida y conser-vada por el Dr. Matamoros Trujillo, quien como dato curioso contaba que también en la época de Carlos Set se registra la adquisición del primer gra-mófono del Municipio.

Por todo lo dicho, creo yo que por la responsabilidad que muchas veces asumimos como descendientes de hombres de cultura, y consideran-do que Dn. Carlos Matamoros Jara fue de aquellos seres de excepción que se echaron a cuestas una tarea gi-

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gantesca que la vida no les permitió concluir, el nieto asumió con amor y devoción indiscutibles ese papel sin que por estas circunstancias desme-rezca su trabajo; todo lo contrario: hay que entender que el mundo fa-miliar del autor fue diferente al del común de los mortales, y lo marcó desde la cuna haciendo de él un ser muy especial.

Todo esto explica por qué con tanto ahínco –junto a la Medicina, que fue una verdadera pasión en su vida–el Dr. Carlos Matamoros Trujillo haya colocado otras pasiones: pasión por la arqueología, por la filatelia, por la heráldica, por la historia, por la nu-mismática, por la notafilia, por la es-cultura, etc.

En una de las tantas tertulias que mantuve con nuestro autor, me atreví a preguntar algo muy pecu-liar de él; le pregunté por qué no ha permitido que su obra trascienda… pues he visto que las ediciones de sus libros son limitadas en su número y casi exclusivamente lucen solo en dos o tres bibliotecas…

Entendí la respuesta que me dio, y la comparto con ustedes porque la experiencia acumulada por mí mis-ma, a lo largo de los últimos 22 años me, ha hecho sentir que en nuestro medio aún resulta sumamente difícil publicar. Me contestó que su traba-jo era muy personal, porque se sabe impulsivo e independiente. Él mismo las tipeó, las editó y las empastó, y eso impidió que se enrede en trámites burocráticos que realmente acortan la vida.

Su difusión la hizo –aunque sea en forma limitadísima– entregando sus pocos ejemplares al Archivo His-tórico del Municipio y a la Biblioteca Municipal o a la Biblioteca Carlos A. Rolando, también ahora en el Munici-pio guayaquileño.

Esa fue realmente una limitante muy dolorosa porque el gran público no llegó a beneficiarse con sus publi-caciones. Me quedo con su respuesta, la respeto, pero me duele porque soy de aquellos que piensan que cuando la persona pasa un límite y llega a lo trascendente, especialmente en un país como el nuestro, debe iluminar y más aún en el caso del Dr. Matamo-ros Trujillo que fue excepcionalmente una luz en el conocimiento.

Por lo dicho y todo lo que aún queda por decirse acerca de este ilus-tre ecuatoriano que desde el 4 de fe-brero último nos acompaña desde la región sutil, creo que corresponde a la Academia Nacional de Historia aqui-latar su legado, difundirlo y conside-rar seriamente la concesión de una membrecía post mortem en justísimo homenaje al Dr. Carlos Matamoros Trujillo, erudito y amigo ante cuya sa-piencia –como lo digo en la apertura de este escrito– siempre me inclinaré reverente.

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La existencia del derecho sobre la propiedad rural que empieza a regir desde la década de 1780

en el territorio de la antigua Audiencia de Quito y que comprende a Guaya-quil, ciudad a la que están integrados los territorios de la Costa, a excepción del norte de Manabí, Esmeraldas y parte de los Ríos que pertenece a Qui-to, permite el fortalecimiento paulati-no del sistema hacendatario que a su vez conlleva a cimentar el desarrollo productivo de la provincia, basado en una agricultura que debe responder a las exigencias del mercado interna-cional, especialmente europeo, y por el cual Inglaterra pujó durante dos si-glos por lograr en América el control de su producción y comercio.

Este proceso de propiedad per-mitió la formación del sistema ha-cendatario en Manabí, el derecho de propiedad del hombre sobre inmen-sas extensiones de tierras incultas y montañeras; tierras que antes habían sido del indio; tierras que por siglos se mantuvieron en calidad de tierras comunitarias, cultivadas por quien las necesitaba; tierras que en 1824 Bolívar ordena su venta para pagar deudas de la Independencia, despo-jando a sus ancestrales dueños de su derecho posesorio; tierras a las que los municipios de Portoviejo y

Montecristi y la cofradía de este últi-mo cantón regentado por el cura Dr. Cayetano Ramírez y Fita, se vieron obligados a comprar en dos pesos cada hectárea, a adquirir sus propias heredades en aproximadamente 3500 pesos; tierras que el cabildo munici-pal de Portoviejo, más tarde, entregó para su poblamiento y explotación o revendidas posteriormente a los que serían sus primeros colonizadores la-tifundistas.

Estos territorios comprendían las montañas de Vuelta Larga, Río Puca, San Jorge, Las Mercedes y Ta-marindo, territorios que empiezan a ver clarear sus montañas y poner al descubierto su riqueza agrícola, es la tagua y el caucho que brotan espon-táneamente de la tierra, espiga la to-quilla que permite fabricar sombreros de fino y elegante tejido, crece la caña que nos brinda el guarapo que aleja tristezas, enfrenta al hombre con la parca, o alegra la vida, florece el pas-to que alimenta el ganado y de cuya piel se hacen las cuerdas que amarran el cuerpo del esclavo y del peón asa-lariado, se siembra el cacao que cau-tiva con su sabor y aroma. Este es el territorio cruzado por un hermoso río que nace y es alimentado, desde las profundidades de sus montañas, por el Mineral y el Pata de Pájaro, río que

MEMORIAS FAMILIARESRamiro Molina Cedeño

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toma el nombre de las ciudades por las que atraviesa hasta confundir sus aguas en el extenso y eterno Océano Pacífico.

Es a este lugar al que llega, en 1877, mi bisabuelo Felipe Santiago Molina, nacido posiblemente en Qui-to1, el 27 de febrero de 1948, y de quien no conozco su segundo apellido, mi padre decía que era Cueva y mi tío Gonzalo proclamaba otro apellido; llega al igual que lo hicieron tantas familias de la serranía ecuatoriana, con la esperanza de encontrar la for-tuna perdida en sus tierras, producto de la segunda revolución industrial impulsada por Inglaterra que termina con la industria textilera ecuatoriana; así llegan también europeos, asiáti-cos y suramericanos cuando las vías férreas permitieron transportar hasta los puertos mayores de Manta y Bahía de Caráquez su producción agrícola; así llega mi bisabuelo Felipe Santiago, solo, con su alforja de soledad infini-ta cargando sobre su espalda, llega al sitio denominado la Cuesta de Vuelta Larga, hoy Santa Ana de Vuelta Lar-ga, entonces parroquia de Portoviejo, a ejercer la función de preceptor de instrucción primaria y pocos meses después el cargo de Teniente Político parroquial.

Ya en su condición de autoridad civil se une a la “Comisión de Veci-nos” liderada entonces por don Fran-cisco de Paula Moreira, que según don Romeo Cedeño Mieles, “llegó junto a sus padres y hermanas y otros colonos de ancestro español a poblar esta parroquia eclesiástica de Porto-

viejo a comienzos del siglo XIX”, Co-misión de Vecinos que pide al general Eloy Alfaro, jefe supremo de Manabí y Esmeraldas, se eleve la parroquia a condición de cantón con el nombre de Bolívar, petición que es aceptada en el gobierno de Caamaño, el 2 de agosto de 1884, pero con el nombre de Santa Ana, no había entonces que dar paso a la imposición de nombres que entrañaran independencia o libertad, Alfaro y sus montoneras enarbolaban estas ideas.

Es en este bello rincón manabita donde conoce a una bella mujer que tiene por nombre Heroína y apellido Bowen2, con quien se desposa y deci-de tomar por domicilio permanente la apacible villa de San Gregorio de Portoviejo. Contaba apenas con 29 años de edad, edad ideal para empe-zar a forjar su historia que serviría de ejemplo para quienes le precedimos y que orgullosamente hoy en día osten-tamos su apellido.

Felipe Santiago Molina forma parte de la historia perpetua de Porto-viejo, historia que mis mayores en sen-das obras escritas cuentan, ya como cronistas, ya como historiadores, o como yo, simple apasionado en desco-rrer el velo que los siglos se encargan de cubrir con polvo de mezquino ol-vido y que Portoviejo con amplia son-risa, que demuestra alegría y orgullo, venía desde mucho tiempo reclaman-

1. Ciertos rastros me empujan a buscar sus raíces en Ambato.

2. Es posible que Heroína Bowen haya lle-gado a Manabí, junto a Felipe Santiago ya unida en matrimonio o en unión libre.

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do de sus hijos, recuperar y escribir su historia documentada, documentos que existen en tantas manos y archi-vos públicos y privados, historia que tiene que ser analizada en forma seria, veraz, objetiva, y no sujeta al criterio antojadizo de aquellos que buscan simple nombradía, que arrastran con-sigo sus prejuicios de grandeza o de aquellos que siguen comprometidos con los miembros de vergonzantes “castas superiores”, aunque con ello vayan renegando de la humildad de su propia cuna, tratando de darle bri-llo a la imagen de alguna persona que pasó desapercibida ante la historia, re-legando infamemente a aquellos que brindaron, por sus ideales de país, la tranquilidad de su hogar, sus bienes y sus propias vidas.

Amanecía el año de 1884, está en calidad de jefe civil y militar de la pro-vincia don Gustavo Rodríguez, auto-ridad que conoce personalmente a Felipe Santiago, sabe de la riqueza de sus conocimientos y que es poseedor de una hermosa caligrafía, producto de una educación esmerada que lo ca-lifica como hijo de buena familia, que lo hacen merecedor a ocupar el cargo de notario de la Notaría Primera de Portoviejo, nombramiento que más tarde fue ratificado por la Corte Supe-rior de Justicia.

En enero y marzo de 1888 la ciu-dad es asolada por incendios que des-

truye muchas de sus viviendas, por lo que el gobernador de la provincia, José Antonio María García, convoca a los vecinos para conformar el Cuerpo Contra Incendios, convocatoria a la que acude Felipe Santiago y es nom-brado jefe de la Compañía Hacheros “Junín No. 4”3.

En 1915, encontrándose en cali-dad de segundo Jefe del Cuerpo de Bomberos, expone su vida sintiéndo-se responsable de un ejército de ciu-dadanos y carabineros, luchando en las calles de Portoviejo, sin hacer uso de trincheras ni barricadas contra las balas, solo por estar junto a los de su compañía de bomberos, dándoles áni-mo y valor en el combate contra las fuerzas conchistas, en la que intervie-nen hombres de valor y pensamiento liberal de esta misma ciudad, como el mayor Juan José Briones, papá de Colombita Briones, nonagenaria que

3. El Cuerpo Contra Incendios de Porto-viejo muy posiblemente se construye en 1845, luego de que un gran flagelo dejó en cenizas a las tres cuartas partes de la ciudad.

Felipe Santiago Molina

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aún labora en institución pública y en la universidad manabita “San Grego-rio de Portoviejo”, tropa que invade Portoviejo con el fin de ocuparla. Por esta reconocida acción, el día 26 de ju-nio de este mismo año, el Gobierno de la República dictó una Orden General Meritoria, condecorándole, poniendo de relieve su actuación de “bizarría”. (Diario El Cronista del 29 de junio de 1915, y libro Memorias de Pedro Elio Ce-vallos Ponce.

Desde 1915 hasta el 10 de di-ciembre de 1918 ocupa la jefatura del Cuerpo de Bomberos. En 1919, esta institución lo condecora con la meda-lla de Primera Clase.

Fallece en Guayaquil el 29 de septiembre de 1926, ciudad en la que se levantó una capilla ardiente en el salón principal de la Compañía de Bomberos “Rocafuerte No. 6”.

En mayo de 1933, el Municipio de Portoviejo crea una comisión de notables para que se trasladen hasta la ciudad de Guayaquil y procedan a pedir la exhumación de sus restos para ser trasladados hasta Portoviejo, donde fue recibido y expuesto en el salón principal del Cuerpo de Bom-beros; mientras el Municipio dispuso que la Bandera Nacional se mantuvie-ra a media asta, durante tres días, en señal de duelo. Se le dio sepultura en el cementerio general donde tomaron la palabra don Honorio Cedeño Men-doza y don Venancio Larrea y Alva-rado destacando los méritos que le adornaron en vida. 1. Felipe Santiago casó en prime-

ras nupcias con Heroína Bowen

en quien procreó a: 1.1.- Felipe casado con Sara Murillo, resi-diendo en Manta y tienen por hi-jos a Sara Heroína, María, Amé-rica, Felipe, Aurelio, Diógenes, Enrique y Jorge.

1.2. Rosa María, casada con Francisco Solórzano Paredes, sin sucesión.

1.3. Isabel, casada con Carlos Clotario Calero, y tienen por hi-jos a Carlos, médico radicado en Panamá; Aurelio, quien fue go-bernador, diputado por Mana-bí, activo y próspero industrial; Rosa Carlota, Alberto, José, Feli-pe e Isabel, residen en Manta; y,

1.4. Noemí, casada con el médico cuencano Dr. Alfonso Heredia Crespo, tuvo por hijos a Piedad, Gonzalo, Maruja, Talía y Gladys. Residieron en Cuenca.

En segundas nupcias, por viu-dez, Felipe Santiago, casó en 1896 con Rosa Mercedes Ceva-llos Ponce, hermana de Pedro Elio quien intervino en la can-tonización de Manta y Rafael quien fue el primer cronista nombrado por la Municipalidad de Portoviejo, y tuvieron por hi-jos a:

1.4. Gastón, nacido el 8 de sep-tiembre de 1903, de quien, gra-cias a su sobrina, la hermosa y delicada dama quiteña Merce-des Ortega de Vásconez y de Juan Molina Salvador, hijo de Gastón, he conocido que luego de que Gastón culminara sus estudios secundarios en el cole-

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gio Olmedo se radicó en Quito donde laboró en la Dirección Nacional de Minas, trabajo que le permitió un conocimiento profundo del Ecuador así como formar una valiosa colección de su riqueza minera que donó a la Universidad Técnica de Mana-bí con motivo de su fundación. Conjuntamente con don Enrique Coloma Silva, socio minorita-rio, instaló la fábrica Fruco (The General Fruit Company) que se montó en el tradicional barrio La Loma de Quito, empresa dedica-da a la producción de merme-ladas, vinagres, salsa de tomate y pickles, así como al envase de mostaza, cebolla perla, aceitunas y vinos, de hecho fue una de las primeras importadoras de vinos chilenos que hubo en el país. Fue miembro de la Asociación de Manabitas residentes en Quito, fue un gran billarista logrando varios campeonatos locales, afi-cionado al automovilismo y al

fútbol, participó en la directiva de AFNA y fue uno de los gesto-res de la transformación del club “Argentina” al actual club “De-portivo Quito”, institución de la que fue uno de sus principales directivos. Fue miembro y parte del directorio de la Cámara de Industriales de Pichincha. Vice-cónsul honorario de la Repúbli-ca Oriental del Uruguay y cón-sul honorario de la República Dominicana. Condecorado por el Gobierno del Dr. Galo Plaza Lasso y amigo personal del mis-mo. Se casó con la dama quiteña Blanca Inés Salvador Larrea con quien procreó dos hijos: Pablo, casado con María Sol Cordovez Noboa y tuvieron por hijos a Pa-blo José, Esteban, Isabel María y María Sol; y, Juan, casado con Susana Granda Centeno Garcés, tienen por hijos a María Helena, Margarita, Juan Fernando y Ma-ría Susana.

Gastón Molina Cevallos

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1.5 Jaime Napoleón, nacido el 8 de diciembre de 1899, falleció el 20 de diciembre de 1978, casa-do con Ángela Matilde García Zambrano, nacida en 1896 y fa-llecida el 24 de febrero de 1969, ésta fue la primera hija (la otra llamóse Alejandrina) del músi-co y pintor José Ramón García Mejía, muerto de un balazo a la edad de 27 años, y Ángela Tere-sa Zambrano Vinces, quien en segundas nupcias se casó con José Chávez Barba y tuvieron por hijos a: Gustavo, José Silvio, Guadalupe, Dioselina y Donati-la, esta última casada con el qui-teño José “Coco” Cevallos, buen futbolista, seleccionado por Ma-nabí y Pichincha y son sus hi-jos Charito, José “Coco” eterno dirigente del Aucas; Norita, el torero Ricardo y Gonzalo. Jaime Napoleón y Ángela Matilde tu-vieron por hijos a:

1.6 Aurelio Sigifredo, nacido el 12 de septiembre de 1923, casado

con Augusta Vélez Alarcón con sucesión de Jaime Aurelio Napo-león casado a su vez con Martha López Pinoargote, tienen por hijos a Roberto Aurelio casado con Monserrate Arteaga y Jaime Geovanny divorciado de Ma-ribel Espinoza, Martha Gissela casada con Roddy Sornoza; Ma-riana de Jesús, quien casó y di-vorció de Tito Aveiga y tiene por hija a Anna Karina casada con Vladimir Tola Polanco y Maria-na Katherine casada con Carlos Mendoza Mendoza; y, Ángela Matilde casada con Juan Bosco García Loor, procrearon a Ros-sana Maribel casada con Jimmy Xavier Briones Vélez, Joanne Ve-rouska casada con Víctor Chávez Cantos, Karen Vanessa casada con Enrique Guzmán Lanata y María Fernanda comprometida con Daniel Arámburo Jurado.

1.7 Felipe Gonzalo, nació en Porto-viejo el 12 de noviembre de 1921; estudió en el Seminario Cristo

Gonzalo Molina García

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Rey y en la escuela Tiburcio Ma-cías. En Guayaquil, en la Socie-dad Filantrópica del Guayas, sección de Artes y Oficios, se graduó de profesor de Litogra-fía, en 1942, con la calificación máxima de cinco sobresalientes y un primer premio de portada “El Filántropo”, más cuatro me-dallas de plata “Honor al talen-to”, que este centro educativo entregaba al mejor estudiante de cada promoción. En Guayaquil formó parte del conjunto coral de la Escuela de Música y Ópera dirigida por el maestro Angelo Negri. Se radicó en Quito ciudad en la que labora en el Departa-mento de predios rústicos del Ministerio del Tesoro. En este mismo año realiza su primera exposición de pinturas con moti-vo de la presencia del Vicepresi-dente de Estados Unidos Henry A. Wallace recibiendo mención honorífica. Producto de sus aho-rros viajó a la República de Ar-gentina a estudiar en la Escuela de Bellas Artes, MEEBA, donde tuvo por maestros a Felisa Zir en pintura y Constanzio Vigil, hijo, en dibujo. En este país, y por so-lidaridad con el Ecuador por el terremoto de Ambato, 1949, que destruyó varias poblaciones de la Sierra, participó y ganó un concurso internacional de pintu-ra organizado por el Ministerio de Trabajo, cuya titular era la Sra. Eva Perón de Duarte de ma-nos de quien recibió el premio consistente en una beca de in-

tercambio cultural para estudiar pintura, con todos los gastos pa-gados en la Escuela de Pintura y Escultura del Instituto Nacio-nal de Bellas Artes de la Secre-taría de Educación Pública de México, escuela dirigida por el muralista Diego Rivera. En este país, 1951, tuvo como maestro de pintura al fresco a don Pablo O´Higgins, y como profesora de pintura a Frida Kahlo. En 1952, en México, realiza su segun-da exposición de pinturas en el Club de Turismo “PEMEX”, ex-poniendo los retratos de quienes posaron ante su paleta como Do-lores del Río, la princesa Maya Nicté Há, la periodista Teresa Romero Juárez, el maestro Anto-nio Gómez Anda, director de la Orquesta Sinfónica, Libertad La-marque, Mechita Torres, Leonor Rico de Casa Caicedo, siendo un total de 30 pinturas, evento del cual doña Rosario Sansores ver-tió elogiosos comentarios que se publicaron tanto en México como en Ecuador y el gobierno ecuatoriano, a través de su em-bajador en México don Gonzalo Almeida Urrutia, le hizo llegar su reconocimiento en nombre del pueblo ecuatoriano, reco-nocimiento al que se adhirió el Círculo de Estudiantes Ecua-torianos residentes en México, presidido por la Sra. Jorgelina de Jáureguiberry. En 1953 es fa-vorecido con una beca otorgada por el Instituto de Cultura His-pánica en Madrid, España, para

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estudiar Bellas Artes, Instituto en el cual, en el mes de diciem-bre del mismo año, realiza su tercera exposición junto a sus compatriotas Alfonso Castell B. y Aníbal Villacís. El 9 de diciem-bre de 1959 se hace acreedor al primer premio de pintura patro-cinado por la República Domini-cana y el Seminario de Estudios Americanistas de la Facultad de Filosofía y Letras de España, con motivo del Día del Indio Ame-ricano. Reconocido como inves-tigador histórico, credencial y registro 441 de la Dirección Ge-neral de Archivos Históricos de Indias, de Simancas y Corona de Aragón y de Bibliotecas del Mi-nisterio de Educación Nacional de España. En el año de 1966 es nombrado vicecónsul adhoc del Ecuador en Madrid, y promo-vido al rango de cónsul en 1985. Fue el creador del Escudo de Portoviejo en 1968. En 1986, la Fundación Universitaria Espa-ñola presenta su libro de historia titulado El Capitán Francisco Pa-checo en la conquista de América. Fundador de la ciudad de Portovie-jo, libro que es galardonado por la Fundación “Juan March” de Madrid. En 1987, gana el primer premio en el Tercer Certámen de Poesía “Miguel Hernández” por su libro titulado De la oculta pre-sencia. Mantiene inéditos el poe-mario El fondo de las palabras, un libro de cuentos Cuentos del adiós y del retorno, una novela La vieja amiga y un folleto Maty. El 12 de

diciembre de 1992, el Gobierno ecuatoriano, presidido por el Dr. Rodrigo Borja Cevallos, lo condecora con la Orden Diplo-mática “Honorato Vásquez” en el grado Placa de Oro, condeco-ración que le fue entregada por el embajador del Ecuador en España don Alfredo Valdivie-zo Gangotena. El 12 de marzo de 2001, el Ilustre Municipio de Portoviejo le entrega la conde-coración postmorten al Mérito Histórico. Casado con la dama y poetisa madrileña Gloria Calvo de Nava, que, sin conocer Ecua-dor solo por referencias de su es-poso, le cantó a Portoviejo, Qui-to y Guayaquil, en esta última ciudad su cabildo le condecoró por su poema titulado “Canto a Guayaquil”. Tienen por hijos a Matilde quien es baletista, fue secretaria del consulado ecuato-riano en Madrid y es doctora en Biología, y Gonzalo es técnico en sonidos de TeleMadrid, radican en España. Felipe Gonzalo fa-lleció en Madrid el 2 de abril de 2007.

1.8 Luis Alberto, nació en Portovie-jo el 8 de julio de 1928; estudió en la escuela Tiburcio Macías y en el Colegio Olmedo. Por beca educativa concedida por el Mu-nicipio estudió Radiotelegrafía Morse en el Instituto Técnico Superior de Quito en 1944. Poe-ta de profundo sentimiento hu-manista que lo hizo merecedor de ser nombrado miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoria-

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na, núcleo de Manabí en 1962, Miembro de la Confederación Nacional de Periodistas en 1975 y miembro de Prensa Hispana (HIPAC) en Canadá, en 1990. Fue creador y miembro activo de muchas organizaciones cultura-les. Colaboró con sus artículos históricos en el diario Manabita, La Tarde, diario La Prensa, diario La Provincia, y varias revistas institucionales de la provincia. Conjuntamente con el Dr. Ale-jandro Cevallos Viteri, primer radiólogo que tuvo la provincia en 1947, hijo de Pedro Elio Ce-vallos Ponce, hermano político de Felipe Santiago Molina, creó en 1968 la revista Recado Cultu-ral, que circuló mensualmente hasta el año de 1980. En 1977 pu-blica Contrastes, folleto donde se identifica con el dolor humano; en 1979 publica su obra El fusi-lamiento de un artista en el que narra la sentencia y muerte por fusilamiento en Portoviejo, 1890, de uno de los grandes músicos que tuvo la provincia como lo fue el montecristence José Gre-gorio Murillo. Desde este año hasta 1999, publica siete tomos de su obra mayor Crónicas del ayer Manabita, y desde este año hasta el 2003, conjuntamente con mis hermanos Raúl y Gonzalo publicamos los tomos 8 y 9; y, finalmente, una selección espe-cial de crónicas de Portoviejo en el libro titulado Crónicas del ayer manabita. Portoviejo en la historia, obras por las que podemos co-

nocer la historia provincial. En octubre de 1984 fue designado, por el Municipio de la ciudad, por el fallecimiento de su primer cronista su tío Rafael Cevallos Ponce, como cronista Vitalicio de Portoviejo. Convocó y con-formó, 1975, con el Ing. Eduardo Zambrano Izaguirre, alcalde de la ciudad, Dr. Alejandro Ceva-llos Viteri, Dra. Vicenta Alarcón, Fernando Macías Pinargote, José Arteaga Parrales y Ramiro Molina Cedeño, el “Comité Pro-Recuperación de la Carta Magna de Adhesión de Portoviejo a la Independencia de Guayaquil el 9 de Octubre de 1820”, con inúti-les esfuerzos por no existir en la ciudad un museo para su perma-nente exposición. Desde mayo de 1981, se radicó en Toronto, Canadá, donde fue designado miembro de “Prensa Hispana” y se le otorgó el título honorífico

Alberto Molina García

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de periodista. Fue miembro de varias organizaciones sociales y culturales, principalmente del club “Ciudad de Portoviejo” del que fue su presidente honorario. Fue condecorado por varias ins-tituciones, especialmente por la Casa de la Cultura de Manabí y el Municipio cantonal; el Conse-jo Provincial le entregó la conde-coración, post morten, al Mérito Histórico. En primeras nupcias casó con Vicenta Modesta Ce-deño Velásquez (fallecida el 9 de noviembre de 1961), hija de Alfonso Cedeño Álava y Regina Alejandrina Velásquez. Tuvieron por hijos a Gonzalo Aurelio, ca-sado con María Bravo y autor de dos libros de poesía, creador del Himno de la milenaria y aborí-gen parroquia urbana Picoazá de Portoviejo y varios himnos de escuelas de la provincia, tiene por hijos a María Isabel, Pavel Alberto, María Vicenta, Felipe, María Eugenia y Gonzalo; Raúl Alberto casado con Gabriela Lima Maiato, de Portugal, resi-dentes en Canadá, tiene por hijos a Luis, Ricky y Vanessa; Eduar-do Ramiro, autor de esta historia familiar, casado con María Otilia Macías Mora, hija de Carlos Ma-cías y Fausta Mora, todos ellos del cantón Santa Ana, tiene por hijos a la ingeniera en Auditoría María Vicenta, ingeniero eléctri-co Carlos Alberto y al arquitec-to Paúl Eduardo, es catedrático por eventos de la Pontificia Uni-versidad Católica, capítulo Ma-

nabí, Secretario Académico de la Facultad de Odontología de la Universidad Particular “San Gregorio de Portoviejo”, miem-bro de varias organizaciones so-ciales y culturales, miembro de la Casa de la Cultura de Mana-bí, de la Academia Nacional de Historia, expositor permanente de fotos y documentos antiguos de la ciudad y la provincia, co-laborador cultural en varios medios de información radial y escrito de la provincia y autor de los libros Historia de la Univer-sidad San Gregorio de Portoviejo, Editorial Ramírez de Portoviejo, 2006; Portoviejo histórico-fotográ-fico. Siglo XX, Ediciones La Tie-rra de Quito, 2007; “La Aviación en Manabí”, inédito; Portoviejo cronológico, documental y Fo-tográfico, dos tomos, desde 1522 hasta el año 2005, inédito; “Ma-nabí y sus cantones desde 1822”, inédito. Laura Isabel casada con Antonio Mendoza, tiene por hi-jos a Teresita, Antonio, residente en Italia, Melina, Tania y María del Mar; Gastón Orlando casado con Consuelo Mejía Vera, tie-ne por hijos a Andrew, Jasson y Cristina, residentes en Canadá.

Luis Alberto contrajo segundas nupcias, el 2 de enero de 1964, con su prima hermana Teresa Virginia Chávez Mendoza, naci-da el 6 de agosto de 1943, hija de José Silvio Chávez Zambrano y Lilia Mendoza, teniendo por hi-jos a Luis Alberto Martín casado

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con Italia Montalván, de Balzar provincia del Guayas; Juan Car-los casado con Susana Shwan de Canadá; y Rocío del Alba, casada con Michel Kennedy de Canadá. Todos residentes en Canadá. En relación extramatrimonial tuvo por hija a Martha Judíth, falle-cida a temprana edad y Alexan-dra. Alberto Molina García falle-ció en Canadá el 4 de diciembre de 1999.

1.9 María Teresa, nacida el 25 de septiembre de 1930, casada con el ingeniero agrónomo Ulbio Roque Adalberto Alcívar Barrei-ro, con quien procreó a María Laura casada con Jacinto Vera, tiene por hijos a: Glen Patricio casado con Irina Cabrera Loor, Javier Fernando, Boris Daniel, divorciado de Karla Vélez, y Heidi María casada con Roberto Sánchez; María Cecilia casada con José Coral Marriot, tiene por hijos a: Pablo José casado con Mercedes Guillem, Juan Carlos

y Luis Fernando; María Teresa casada con Armando Flor Hidal-go, tienen por hijos a: Armando Ignacio casado con Karla Valeria Hernández Velásquez; María Estrella casada con Luis Manuel Falques Alcívar y Miguel Ángel; Patricia Narcisa (fallecida), casa-da con Alejandro Reyes y tiene por hijo a Joao Alejandro; Ulbio Ramón casado con Fresia Zavala y tiene por hija a Cristina An-drea, residentes en Guayaquil, y Beatriz Matilde casada con Jaime Marín y tiene por hijos a Jaime Andrés, Alejandra y Cin-thia Patricia, residentes en Es-meraldas. María Teresa falleció en 1994.

1.10 Laura Judith, nacida el 16 de ju-lio de 1937, divorciada de Gusta-vo Chávez Zambrano, tuvieron por hijos a Martha Susana, casa-da con el guayaquileño Rodolfo Idrovo, con quien tiene por hijos a Rodolfo y José Alberto, y tuvo también, con Ian Rugel, una hija llamada Mónica, todos residen-tes en Guayaquil; Janeth casada con Miguel Reyes Loor, tienen por hijos a Sofía, Andrea, Pedro, José y Luis; y Marlene divorcia-da de Carlos Lara con quien pro-creó a Eduardo, Javier y Andrés, unida actualmente a Oswaldo Barrezueta Loor sin descenden-cia. Laura Judíth falleció el año 1998.

Familia Alcívar Molina