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Recopilación de procesos sociales en América Latina

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  • septiembre 2009

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    La Independencia: el proceso de integracin ms ambicioso

    Sally Burch

    Con las conmemoraciones de la Revolucin del 16 de julio de 1809, en Bolivia, y la Revolucin del 10 de agosto de 1809 en Ecuador, donde se instaura el primer gobierno autnomo -la Junta Soberana de Gobierno creada en Quito-, se inici formalmente la celebracin de los Bi-centenarios de los gritos de la independencia de Amrica. El hecho de rememorar la historia de las luchas que alumbraron la independen-cia frente a los poderes coloniales europeos aporta nuevas luces para reflexionar sobre el presente: a partir de este pasado comn, si-tuar las tareas pendientes en la construccin de la integracin regional.

    Si bien inici con pronunciamientos aislados -y a la postre derrotados- de ciudades o regiones que pedan tener una junta o gobierno propio, el proyecto de la independencia fue al mismo tiempo el proceso de integracin ms ambicio-so y ms exitoso que tuvieron nuestros pases, pues paulatinamente fue consolidndose la idea de que haba que apoyarse mutuamente, y entonces surgi la independencia como un proceso continental, destaca Enrique Ayala Mora, historiador ecuatoriano y Rector de la Universidad Andina Simn Bolvar Sede Ecua-dor, en entrevista con ALAI.

    En esta lnea, subraya que Bolvar slo logr triunfar cuando vio que la condicin para inde-pendizar Venezuela era independizar tambin a Nueva Granada; y que para seguir viviendo como pases independientes, se necesitaba tambin la independencia de Quito En este proceso de integracin de los diferentes espa-cios coloniales, Ayala resalta la importancia de la adhesin de diversos grupos sociales a la causa de la independencia. Por cierto, sta co-menz como iniciativa de las elites, pero poco a poco, el pueblo de las ciudades -artesanos,

    comerciantes- y luego el campesinado se in-corporaron a esta causa, generando un amplio consenso social, que permiti su triunfo.

    Pero, como es sabido, diversos factores lue-go hicieron retroceder los avances logrados en esa poca hacia el proyecto bolivariano. Colombia se disolvi, la unidad Per-bolivia-na tambin. La posibilidad de un gran pas en el Cono Sur no termin por concretarse... Nuestros pases se enfrascaron luego en lu-chas territoriales, luchas de caudillos, en en-frentamientos internos. Su integracin -lla-mmosla de alguna manera- fue ms bien con el mercado mundial: cada pas bilateralmente con los centros de donde se importaban las materias primas y se exportaban manufactu-ras, fundamentalmente Gran Bretaa. Y solo con el tiempo, pasado ms de un siglo de la independencia, comenz a hablarse de nuevo de integracin. Ayala destaca, sin embar-go, que se mantuvo el ideal integracionista, bolivariano, latinoamericano, durante toda la poca Republicana. Haba una especie de idea general de que ramos parte de un conti-nente que vena de Mxico a Chile. Y en este sentido haba una identidad comn que ms bien fue acentundose, en buena parte por la discriminacin que haba de los pases del pri-mer mundo hacia los latinoamericanos.

    Estas ideas habran de recobrar fuerza en la dcada de los 60, cuando confluyeron las tradiciones integracionistas y la necesidad in-mediata de ampliar los mercados, de trabajar juntos los pases que estaban en proceso de construir un proyecto de desarrollo, vincula-do fundamentalmente con la ampliacin de la industria. De all surgieron los procesos in-tegracionistas latinoamericanos: la Asociacin Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC),

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    el Pacto Andino, el Mercado Comn Centro-americano, y por ltimo el Mercosur (Mercado Comn del Sur). Ese es el orden en que sur-gieron los procesos latinoamericanos, que han tenido destinos ms bien diversos. Han tenido pocas de aceleracin muy grande, de avan-ces en la integracin en algunos casos, de re-trocesos o por lo menos alguna detencin del proceso que se dio fundamentalmente por los impulsos del mercado mundial, acota.

    El intercambio sostenido con el historiador Enrique Ayala prosigui en los siguientes tr-minos.

    - Para precisar, qu entiendes por integra-cin?

    Integracin no es cualquier cooperacin inter-nacional. Integracin es un proceso en el cual los pases se comprometen a construir primero una unin econmica, con un mercado comn, una unin aduanera, que les permite efectiva-mente ampliar sus mercados y comerciar fcil-mente entre s. Y luego vienen los procesos complementarios que implican algunos com-promisos polticos, de poltica internacional, procesos culturales, etc. La integracin empie-za por lo econmico, pero tiene que ser global. Por otro lado, no hay integracin si los pueblos no participan; no es un proceso que pueda dar-se solamente por impulso de los Estados.

    Vista as, la integracin solo puede hacerse entre pases vecinos que tienen cierta homo-geneidad econmica, que tienen cierta capa-cidad real de intercambio fuerte, de comple-mentariedad de algunos aspectos econmicos. Significa, por ejemplo para Ecuador, que la nica integracin posible es la integracin an-dina. Germnico Salgado, que es el ecuatoria-no que ms pens la integracin, el padre de nuestra integracin, en su ltima obra plante precisamente que la integracin andina es un eslabn de la integracin suramericana. La UNASUR no ser un proyecto en serio si no re-coge la experiencia de 40 aos de la CAN y de poco ms de dos dcadas del Mercosur, y los hace confluir. Porque, pareciera que no,

    pero hemos avanzado mucho en el proceso in-tegrativo como para desperdiciar esos grandes esfuerzos y algunos xitos.

    Esos son los procesos que tenemos y sera ab-surdo comenzar desde cero. La Unin Europea fue, precisamente, un agregado de tratados, de convenios que fueron creciendo desde la Benelux, desde el convenio entre el carbn y el acero, hasta lo que hoy existe. A nadie se le ocurri decir: vamos a hacer la Unin Europea global y total desde cero, dejando a un lado la experiencia anterior.

    Entonces, aclaremos que integracin es un pro-ceso histrico, poltico, global que tiene sus caractersticas. No todo es integracin. Aqu, por ejemplo dicen, estamos abandonando a los socios reaccionarios de la Comunidad Andina y vamos a integrarnos en el ALBA. El ALBA no es integracin, es un proyecto de cooperacin internacional de pases que tienen gobiernos con un signo progresista. Y s, el Ecuador de-bi participar en el ALBA, pero eso no implica que estemos integrndonos ni con Cuba, ni con Nicaragua. Porque no tenemos capacidad de hacerlo. A m me parece excelente la coopera-cin internacional que tenemos con Cuba, pero no es un proceso de integracin.

    - Cules son los principales puntos fuertes de lo que se ha logrado construir hasta ahora?

    El primer punto que creo que est a favor de lo que tenemos, tanto en la Comunidad Andina como en el Mercosur, es que se ha creado una institucionalidad, que no es fcil de montarla. Hay una secretara, hay una reunin de jefes de Estado, hay un consejo de ministros, hay acuerdos de tipo cultural, educacional etc.; hay tambin iniciativas de tipo econmico-fi-nanciero como la CAF (Corporacin Andino de Fomento) y el FLAR (Fondo Latinoamericano de Reservas). Hay el Parlamento andino y el Parlamento de Mercosur, que son organismos deliberantes que permiten que los pueblos se representen a travs de diputados o parla-mentarios. Hay los acuerdos especializados,

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    como la Universidad Andina en el caso de la CAN; hay los tribunales, y esto es muy impor-tante. El tribunal andino tiene muchas ms competencias para resolver diferencias entre los pases, e incluso diferencias entre ciuda-danos de los pases, lo cual es una innovacin jurdica muy importante. Es decir, hay una supranacionalidad ya en marcha, a la cual nuestros pases han estado sometidos mal que bien durante muchos aos. El Mercosur tiene menos institucionalidad pero ms dinmica in-tegrativa que la Comunidad Andina.

    Existen tambin acuerdos de comercio que han permitido el crecimiento, la potenciacin de nuestro intercambio fronterizo. Eso no es un producto del azar, o de que estamos juntos simplemente, sino que es un aprovechamien-to lcido de las ventajas que los acuerdos co-merciales al interior de la Comunidad Andina y el Mercosur se han dado. En algunos pa-ses ha desarrollado la industria; hay merca-dos en Colombia, por ejemplo, que dependen de la produccin ecuatoriana. Y curiosamen-te hay un mercado en Venezuela que es muy importante para la manufactura ecuatoriana. Desgraciadamente Venezuela sali de la co-munidad andina y adems cuesta muchsimo esfuerzo cobrarle al gobierno venezolano las exportaciones. Pero hay un mercado creado en el marco de la CAN; no es algo que hubiese surgido por inercia.

    Tambin hay un elemento importante y que es que los pases han logrado crear una imagen internacional de sus procesos de integracin. Tienen esos procesos de integracin a su favor y eso les ha permitido tener cierta personali-dad colectiva ante el mundo, ante la comuni-dad internacional.

    - Y los principales bloqueos, obstculos?

    Son muchos. Primero, que al principio todos los procesos de integracin nuestros fueron muy ambiciosos. Entonces quisieron atrope-llar etapas, y quisieron transformar toda la supranacionalidad y todo este esfuerzo de organizacin en una especie de planificacin

    internacional, supranacional que a la larga no funcion. Por ejemplo, en el caso de la CAN, se intent establecer un proyecto industrial con diversas responsabilidades en los cinco pases, que al final no termin por funcionar. Aunque algunos beneficios del proyecto de in-dustrializacin s se han dado.

    El otro fenmeno es el neoliberalismo. Las polticas neoliberales han arrasado con los procesos de integracin. Se privilegi la aper-tura comercial, la desregulacin, la necesidad de bajar los aranceles a cero y de destruir las uniones aduaneras que se estaban formando. Aunque tambin esa era neoliberal sirvi para que, en los sectores pblicos, en los pueblos, en las organizaciones sociales, se diera una necesidad de integracin. Como siempre, los efectos sociales son contradictorios y feliz-mente el neoliberalismo -algo de bueno tena que tener- nos trajo una necesidad de integra-cin que vino desde la base, desde los secto-res sociales organizados.

    Luego, claro, estn las tensiones entre nues-tros pases. Tensiones que a veces se justifi-can: cmo no vamos a tener tensiones, con la guerra en Colombia en su peor momento? Pero hay otras tensiones que se agudizan en trminos ideolgicos o en trminos casi per-sonales de los jefes de Estado. En la regin andina tenemos el presidente de Venezuela y el de Colombia que tienen una relacin tan rara que se insultan mutuamente y luego se abrazan. El de Colombia y el de Ecuador que se odian El de Per y de Bolivia tambin. Entonces es muy difcil montar una comunidad con semejantes antecedentes.

    Hay un momento geopoltico latinoamericano que ha generado condiciones poco favorables para la integracin. Incluso, si nos fijamos bien, los pases que tanto han apuntalado a la UNASUR no quieren realmente que la UNA-SUR sea un organismo de integracin. Quieren que sea un organismo de cooperacin inter-nacional, un foro quizs. Brasil ha hecho ver claramente que su proyecto no es tener un organismo supranacional, con caractersticas

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    similares a la Unin Europa o a la CAN. Lo que quiere es algo bastante menos ambicioso. Y en ese sentido, por ms que haya muchas esperanzas sobre UNASUR, por desgracia no es tan auspiciosa la situacin, porque los propios pases no tienen voluntad de priorizar la inte-gracin en primer lugar. Yo no conozco a nin-gn gobierno del continente que tenga como primera prioridad la integracin. Esa es una de las complicaciones ms serias que tenemos por delante.

    - Mencionaste que la integracin de los pue-blos es un componente importante. Por qu mecanismos y dinmicas pasa esa inte-gracin?

    No es posible hacer integracin si los pases, los gobiernos, no tienen la voluntad de hacerla. No se puede hacer integracin solo desde aba-jo. Porque la integracin supone decisiones de Estado que no pueden tomarlas las organizacio-nes de la sociedad en ningn pas. Pero tam-bin es verdad que si no hay una integracin de las sociedades, tampoco hay un proceso in-tegrativo de largo plazo. Y para eso veo dos mecanismos, bsicamente. El uno es el que los propios procesos de integracin incorporen a la sociedad en el acompaamiento de su avance como proyectos de integracin. En lo que se refiere a la CAN, haba un consejo consultivo empresarial que funcionaba muy bien, porque los empresarios han sido los principales bene-ficiados de la integracin en los ltimos aos. Hay tambin un consejo laboral; ha habido mucho menos avances en el campo laboral, de homogenizacin de derechos, de garantas laborales, porque las polticas de ajuste han arrasado con eso, pero de todas maneras exis-te una base social entre las dirigencias de los movimientos formales de trabajadores. Ahora se ha aadido un consejo indgena, se est es-tableciendo tambin un consejo ambiental, un consejo de consumidores, de usuarios. Es de-cir, los propios procesos de integracin pueden generar espacios para que las sociedades civi-les de sus pases se junten.

    Pero hay otras lneas en las que confo ms,

    y es que hay luchas comunes que juntan a los pueblos. Yo creo, por ejemplo, que la lucha contra el ALCA y contra el TLC fueron un dina-mizador muchsimo mayor, para juntar a los pueblos en los foros internacionales y en las acciones concretas que se han tomado, que lo que se pueda hacer en trminos de la institu-cionalidad.

    Por eso lamento muchsimo la salida de Vene-zuela de la CAN, simplemente porque eso ha trado consigo que una serie de esfuerzos que podran hacerse precisamente bajo el signo bolivariano ahora no puedan canalizarse hacia la integracin subregional que es el objetivo irrenunciable de nuestros pases.

    Hay un dinamismo en la organizacin popular, en esta concrecin de la identidad comn de la voluntad bolivariana, de la voluntad de unidad que han tenido nuestras figuras importantes, nuestros hroes, que ahora puede concretarse porque hay un clima de unidad en los pueblos latinoamericanos. Eso debe ser aprovechado y creo que los gobiernos no lo han hecho ade-cuadamente.

    - Se suele citar el modelo europeo de inte-gracin, pero podemos pensar en un mode-lo propio para Amrica Latina?

    Hay que pensar en un modelo propio para Amrica Latina. Hay esta voluntad de los pue-blos, de unidad, que puede aprovecharse, pero eso se concreta muy poco. Yo no veo, por ejemplo, que iniciativas que todava estn en proceso, como el Banco del Sur, vayan a apun-talar un proceso ms concreto. Siguen siendo una especie de predominio venezolano sobre la distribucin, sobre todo de los hidrocarbu-ros. Pero yo no veo de ah una integracin, que por otra parte supone el respeto de las diversidades. Yo creo que en Europa ha tenido xito porque se han tolerado gobiernos que a veces han sido muy dismiles. En cambio, aqu tenemos que desarrollar una capacidad mayor de cooperar y de unificarnos, cuando Amri-ca Latina es obviamente heterognea. Sigue siendo.

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    Del fraccionamiento colonial a los procesos de integracin

    Fernando Jos Del Corro

    Mercado Comn del Sur (MERCOSUR), Unin de Naciones Suramericanas (UNASUR), Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra Am-rica (ALBA), Comunidad Andina de Naciones (CAN) y otros son los sellos que circulan por el continente americano como intentos integra-dores. Algunos relativamente recientes como el ALBA o la UNASUR y otros con varias dca-das como la CAN, heredera del Pacto Andino o la Asociacin Latinoamericana de Integracin (ALADI), sucesora de la Asociacin Latinoame-ricana de Libre Comercio (ALAC).

    Desde Mxico en el norte hasta la Argentina en el sur en todo el mbito de la Amrica ib-rica se ensalza la integracin y se plantea la oportunidad del Bicentenario del proceso in-dependentista para dar un salto cualitativo en la materia. Los foros internacionales sirven, en ese caso, para recopilar discursos enfticos por los funcionarios de todo nivel que parti-cipan en ellos. Sin embargo las realidades es-tn muy lejos de esas manifestaciones que, en muchos casos, no pasan de buenos propsitos, y en otros de gestos hipcritas alejados de sus verdaderos propsitos.

    Antecedentes histricos

    Ya que se trata de una conmemoracin histri-ca conviene echar mano a algunos anteceden-tes del proceso colonizador desarrollado por un lado por Espaa y por el otro por Portugal, inicialmente en el marco de un reparto cono-cido como Tratado de Tordesillas (Valladolid, Espaa) entre los reyes Juan II de Portugal e Isabel I de Castilla, y de las cuatro bulas del papa aragons Alejandro Borja (Alejandro VI). Un confuso acuerdo nunca cumplido que permiti al reino lusitano ir expandiendo sus

    dominios ms all de la estrategia original de Enrique El Navegante.

    La corona portuguesa tuvo la sabidura de no fraccionar la administracin en el Brasil. Su territorio americano se fue expandiendo hasta casi el mismo Siglo XX cuando se apoder de la mitad de la provincia argentina de Misiones mediante un laudo del presidente estadouni-dense Grover Cleveland. En su existencia slo tuvo dos escisiones luego recuperadas: la de los quilombos negros que conformaron el esta-do de Palmares en Alagoas en el Siglo XVII y la Repblica de Ro Grande do Sul que motiv la Guerra de los Farrapos entre 1835 y 1845.

    Las guerras napolenicas que llevaron al rey Juan VI a refugiarse en Ro de Janeiro cam-biaron definitivamente la relacin de poder. El reino pas a llamarse de Portugal y Brasil y una dcada despus ambos territorios se sepa-raron. A poco andar, una princesa brasilera de slo siete aos, Mara de Gloria, fue impuesta por su padre, el emperador brasilero Pedro I como reina de Portugal. El hoy gigante ame-ricano fue, desde entonces, el verdadero eje del mundo luso hablante. El Tratado de Me-thuen de 1703 entre Inglaterra y Portugal ya lo haba integrado al comercio mundial.

    El caso espaol fue el del mal manejo produc-to de sus proyectos hegemnicos y su atrasada visin econmica. Con el flamenco Carlos I, que hered la corona en 1516, se desarroll un ciclo donde se intent globalizar el planeta segn las ideas de su canciller, el piamonts Mercurino Arborio Gattinara. Pero adems ha-ba que pagar las enormes deudas contradas para adquirir la corona imperial de Alemania mediante una oferta superior a la de su adver-

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    sario, el rey francs Francisco I. En tanto los seores de la Mesta (ganadera ovina) lo ha-ban convencido de abandonar todo desarrollo industrial.

    La alongada Amrica espaola mereci un tratamiento en funcin de la recaudacin in-mediata y ello llev a que slo se atendieran las zonas proveedoras de metales preciosos, donde se crearon los virreinatos de Mxico y el Per. Recin ya avanzado el Siglo XVIII, con Carlos III la corona intent un proceso centra-lizador, pero era tardo. No exista un inters comn regional y slo la figura real actuaba como tenue unificadora. Cada ciudad era un mundo en s y as se fueron perfilando los cau-dillejos que conformaron los actuales pases, en muchos casos de la mano de Inglaterra.

    Inglaterra, precisamente, se llevaba el oro de Minas Gerais para financiar la Revolucin In-dustrial acordando con un poder central. Fue-ra del Brasil estimul los secesionismos y luego lo hicieron los Estados Unidos de Amrica en la zona del Caribe, cuando no apropindose de territorios. As en el caso del virreinato del Ro de la Plata surgieron Bolivia, Paraguay, parte de Chile, parte del Brasil, Argentina y el Uru-guay. En este ltimo caso, en verdadera con-tradiccin con el proyecto integrador de Jos Gervasio de Artigas, quin, sin embargo, es presentado como hroe nacional.

    A fines del Siglo XIX fueron los Estados Unidos los que quisieron integrar el continente desde Alaska al sur bajo normas econmicas estable-cidas por ellos. La Conferencia Panamericana celebrada en Washington entre octubre de 1889 y abril de 1890 fue el primer intento de la, un siglo despus, llamada rea de Libre Co-mercio de las Amricas (ALCA). All se intent imponer a la regin el dlar estadounidense como moneda nica continental, establecer una unin aduanera y una justicia suprana-cional, entre otras cuestiones. La Argentina, acompaada por Chile, pate el tablero.

    Supremaca brasilea

    La carencia de polticas de Estado duraderas, con excepcin del Brasil, hizo que las estrate-gias de los pases de Hispanoamrica cambia-sen segn los mandatarios de turno. Hoy Brasil con el metalrgico Luiz Incio Lula Da Silva mantiene sus criterios de supremaca regional, con gestos ms amables, que durante sus go-biernos autoritarios de dcadas pasadas. Ita-maraty, su cancillera, marca los lineamientos y ellos se basan en la defensa de los intereses de su burguesa, en otra poca nacional, hoy fuertemente transnacionalizada. No es la po-ltica de Charles de Gaulle y Konrad Adenauer, devenida en la actual Unin Europea (UE).

    Lula acaba de hacer concesiones al Paraguay sobre la represa de Itaip. No era lo que de-seaban buena parte de su gobierno y sectores de inters de su pas. Forma, seguramente, parte de un intento por calmar la resistencia que se ha ido creando alrededor del Brasil en la regin. La actuacin de su canciller Celso Amorim en la Ronda de Doha de la Organiza-cin Mundial del Comercio (OMC) irrit a varios gobiernos, comenzando por el de la Argentina. La reciente Cumbre del MERCOSUR en Asun-cin mostr varias rispideces no menores lue-go tapadas por la coyuntura.

    La cancillera paraguaya haba dejado en claro que no puede haber MERCOSUR con un Brasil jugando con las grandes potencias en la Ronda de Doha. A Uruguay le preocupa menos eso que ciertas polticas econmicas argentinas y es el que ms hace problemas en el marco regional ya que en el fondo no renunci a un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los EUA. En la UNASUR el gobierno ecuatoriano no ol-vida que Amorim levant al representante del Brasil en Quito cuando la administracin de Rafael Correa se neg a pagar una obra mal hecha a una transnacional brasilea.

    Los avatares de la integracin

    Todo indica que la CAN ha perdido razn de ser. Del Pacto Andino ya no estn Chile, que sali

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    con la dictadura pinochetista, ni Venezuela, que se retir con Hugo Chvez. El Per de Alan Garca y la Colombia de Alvaro Uribe juegan a los TLC, aunque en el segundo caso con proble-mas formales. Formalidades que se contradi-cen con los nuevos acuerdos militares.

    Ambos, Colombia y Per, estn enfrentados con sus socios Bolivia y Ecuador y hasta los de-jaron fuera en las negociaciones con la UE. En tanto la ALBA, con ms acuerdos ideolgicos, ya ha sufrido su primer embate con el golpe en Honduras, punto donde no todos juegan igual: Argentina duro, Brasil no tanto, verbaliza su oposicin en los foros pero su realidad es muy contemplativa.

    El caso hondureo ha dejado muy en claro las cosas. Salvo el gobierno plutocrtico de Pana-m la repulsa regional ha sido plena a la hora de los discursos, pero tambin es evidente que hay en la regin una clara predisposicin a aceptar que desde los Estados Unidos de Am-rica se sigan impulsando los recambios de los gobiernos no sometidos como los de Chvez, Correa y Evo Morales, adems de lo ya suce-dido con el de Manuel Zelaya. La canciller Hi-llary Rodham Clinton ha sido clara en la ma-teria. No importa que se ganen las elecciones, la democracia tiene que ver con un tipo de modelo socioeconmico y poltico. De hecho, el mismo que motiv las dictaduras terroristas de dcadas atrs.

    En estos das se renen en el centro turstico invernal argentino de San Carlos de Bariloche los presidentes de la UNASUR para tratar el caso de las bases militares que EUA instalar en Colombia. Es el resultado de una propues-ta de Cristina Fernndez cuando Lula sali a atemperar la dureza del discurso de Chvez. Pero el otro resultado es que nada cambiar, como lo dej en claro Alvaro Uribe. Las bases forman parte de una decisin ya adoptada por su gobierno y no habr marcha atrs. Mxime cuando se acepta que los militares estado-unidenses participarn en acciones directas contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

    En tanto se avecinan elecciones en varios pa-ses de la regin. Y los pronsticos no son de los ms optimistas. A Evo Morales hace un par de semanas se le escap algo que luego lo obli-g a pedir disculpas a los actuales presidentes involucrados. En Chile la perspectiva de una victoria del empresario Sebastin Piera est planteada por todas las encuestas. Si bien no parece representar un cambio sobre lo hecho por la Concertacin en casi dos dcadas en ma-teria de polticas econmicas, si surge cuan-do la gestin de Michelle Bachelet intenta a los tropezones dejar atrs el molde heredado del pinochetismo. Cuando si bien mantiene el eje en los TLC da pasos integradores, cuando jug fuerte ante el intento golpista en Bolivia, cuando empez a revisar la poltica previsio-nal recuperando un rol para el Estado, cuan-do con la misma Bolivia abri el camino para la salida al mar del pas altiplnico, y aunque haya temas pendientes como una ms firme sancin para los violadores de los derechos hu-manos y hasta la tolerancia a la persecucin a los pueblos originarios.

    La situacin uruguaya tambin es problemtica para la integracin. Tanto dentro del gobierno como en la oposicin la integracin est muy cuestionada. Tabar Vzquez perdi la pul-seada para dejar como heredero a su ex mi-nistro de Economa y Finanzas, Danilo Astori, expresin de la derecha del oficialista Frente Amplio. Astori fue claramente derrotado en las internas partidarias por el ex guerrillero tupamaro Jos Pepe Mujica, pero ste dio la sorpresa de anunciar que el rea econmica, en caso de ganar, quedar bajo la supervisin del vicepresidente, es decir, de Astori. Y todos saben que ste intent firmar un TLC con los EUA violentando todos los acuerdos del MER-COSUR. Mujica dice que s al tratado regional pero pone reparos no menores y, en trminos similares, se expresa el candidato opositor con ms chances, el ex presidente Luis Laca-lle, del derechista Partido Nacional.

    Pero el maysculo problema se plantea en el Brasil de cara a las elecciones del ao venide-ro. Las encuestas tampoco le dan demasiado

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    bien al oficialismo. Una cosa es la gran popula-ridad personal de Lula y otra muy diferente la perspectiva de imponer a su candidata, la ex guerrillera y hoy jefa de la Casa Civil (primera ministra), la economista Dilma Vana Rousseff. A las perspectivas que favorecen aparente-mente al gobernador paulista Jos Serra segn los sondeos de opinin, se suma una tortuosa campaa en contra de Dilma a la que algunos medios descalifican a partir de un presunto cncer que le resta aptitudes para una even-tual presidencia. La experiencia del gobierno derechista de Fernando Henrique Cardoso, im-pulsor ahora de Serra, muestra que el proce-so integrador no contar con el sostn de un Partido Social Demcrata Brasilero (PSDB) en el gobierno. La experiencia de Cardoso en el Brasil y de Carlos Sal Menem en la Argentina, cuando fueron presidentes en paralelo, ya de-mostr que si bien siguieron con la formalidad del MERCOSUR dejaron que el tratado regional hibernara.

    De hecho ya el PSDB y sus socios han trabado el ingreso de Venezuela como miembro pleno del MERCOSUR al no permitir la aprobacin de lo firmado por Lula. ste ahora se muestra ms optimista y dice que el Senado brasileo ratificar el acuerdo en breve. An en ese caso algo se va a seguir interponiendo y es el con-greso paraguayo. Un parlamento en el que el presidente Fernando Armindo Lugo carece del menor respaldo ya que slo un pequeo gru-pito constituye la propia tropa. Sus socios del Partido Liberal Radical Autntico (PLRA) jue-gan al prximo recambio presidencial cuando concluya esta etapa y, si fuera posible, an antes. Adems la poderosa Asociacin Nacio-nal Republicana (Partido Colorado) tampoco juega a la integracin a pesar de que el ingre-so de Venezuela al MERCOSUR fue firmado por el ex presidente Nicanor Duarte Frutos, toda-va una de las cabezas del coloradismo.

    La situacin argentina es menos lineal. Tanto el gobierno de la presidenta Cristina como la emergente oposicin de izquierda liderada por el cineasta Fernando Pino Solanas, con sus diferencias, apuestan a la integracin regio-

    nal. En la oposicin de derecha hay posturas diversas. La mayor enemiga de la integracin es la decadente diputada Elisa Carri, justifi-cadora de la agresin colombiana contra Ecua-dor y negadora de las violaciones a los dere-chos humanos en el Paraguay en tiempos de la dictadura de Alfredo Stroessner. En la propia derecha peronista la postura del ex presidente Eduardo Alberto Duhalde, con las diferencias del caso, es pro integradora. El intento ar-gentino de liderar la UNASUR fue trabado por la oposicin del gobierno uruguayo de Tabar Vzquez que privilegi una disputa lugarea en el Ro de la Plata por sobre un proceso re-gional del que descree, ms all de que enar-bole como su gran patriota a un Artigas que desde el sur del subcontinente, pele por la integracin como Simn Bolvar lo hiciese des-de el norte y Francisco Morazn en Amrica Central.

    Frente a todo ello un prrafo final para un proceso diferente, el de los movimientos so-ciales que mayoritariamente apuestan a la integracin ms all de las siglas en que se inscriben sus gobiernos. Los sectores sindica-les, el campesinado pobre, el extraordinario auge de las luchas de los pueblos originarios, la revalorizacin de los afrodescendientes que hoy son la primera minora en el Brasil habien-do superado a los europeos descendientes, los derechos humanos, la proteccin del medio ambiente y hasta los esfuerzos comunes con-tra pandemias como el sida. Todo en un mun-do en el que la crisis mundial provocada por el hper consumismo y la especulacin financiera sealan que la panacea en nuestra periferia ya no es la emigracin a los pases capitalistas desarrollados donde los inmigrantes resultan cada vez ms maltratados y reducidos a for-mas de vida degradantes.

    Fernando Del Corro es Periodista e historiador, asesor de la Comisin

    Bicameral del Congreso Nacional para la Conmemoracin del Bicentenario 1810-2010.

    De la redaccin de MERCOSUR Noticias. www.mercosurnoticias.com

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    Entrevista con Carmen Bohrquez

    Somos todava un archipilago de pueblos

    Osvaldo Len

    Quizs no esperbamos, pero la circunstan-cia histrica que estamos viviendo nos com-promete a conmemorar los bicentenarios, no como un evento del pasado, sino como un reto, como una exigencia histrica, como una necesidad de asumir nuestra falta quizs de voluntad poltica, nuestra falta de unidad, que fue lo que permiti que aquel proyecto inicial que era no solo de independencia sino de unidad y de reafirmacin de identidad, se viera desintegrado, disperso. Tal es para la filsofa e historiadora Carmen Bohrquez in-tegrante de la Comisin Presidencial para la Celebracin del Bicentenario de la Indepen-dencia de Venezuela y coordinadora de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad- el sentido que debera primar en este acontecimiento histrico, segn sostuvo en el dilogo sostenido con ALAI que reprodu-cimos a continuacin.

    - En el marco de la celebracin de los bicen-tenarios de los primeros gritos independen-tistas, cules son los principales desafos para retomar el sentido de unidad, de des-tino comn, que pregonaron los prceres de esa gesta?

    Lo primero es que estamos viviendo una coin-cidencia histrica. Estamos conmemorando el bicentenario del inicio de la lucha por la in-dependencia justo en un momento en que en gran parte de Amrica latina se han levantado millones de voces para reclamar una verda-dera independencia, una sociedad diferente, justicia, respeto a la soberana y a la autode-terminacin de los pueblos.

    Hace doscientos aos tambin se levantaron

    voces reclamando la necesidad de un cambio radical, independientemente de que el movi-miento comenzara por una lite blanca, por unos criollos. Pero, a la luz de la circunstancia histrica que se viva en ese momento, es ese movimiento el que entra en la historia como iniciador de la independencia, porque justa-mente es el sector social que s tiene acceso a ciertos mecanismos de poder, es el sector social que s sabe leer y escribir, que contro-la ciertos sectores econmicos. Por lo tanto es el sector que tuvo ciertas posibilidades de incidir para provocar una ruptura poltica de envergadura. Claro, muy pronto se va suman-do el resto de los sectores y ese movimiento deviene rpidamente en una guerra de con-frontacin por conquistar una independencia para todos.

    En ese momento se da una conjuncin de pro-yectos, de esfuerzos, que es lo que permite que Bolvar y los que le siguen puedan avanzar hacia el sur tratando de buscar la liberacin de los otros pueblos y que las fuerzas del sur, con San Martn a la cabeza, avancen hacia el norte, tambin con el mismo propsito. En-tonces hay una conjuncin de propsitos, hay unas circunstancias similares en toda Amrica, y hay una necesidad histrica real de plantear esa ruptura con el modelo que vena imperan-do.

    Hoy estamos casi en una misma lucha. No es el imperio espaol, pero es otro imperio ms poderoso. Hay una conjuncin de voluntades, primero poltica, de varios de los lderes de nuestras naciones latinoamericanas; hay como un espritu colectivo que cada vez toma ms fuerza de que es la hora de que los pueblos

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    asuman en propia mano la conduccin de su destino. O sea, hay una similitud de retos, de necesidades histricas, en cuanto a la con-ciencia de dar un paso adelante y de provocar esa ruptura liberadora.

    Esta necesidad histrica se da hoy da porque aquella independencia no se concret en la realidad. Es decir, aqu hay un proceso que se abri con esa independencia del imperio espa-ol. Sin embargo, 200 aos despus, tenemos todava que seguir luchando contra imperios, contra rasgos coloniales y situaciones colonia-listas.

    - Dentro de este proceso, la dimensin cul-tural juega un papel especfico. Qu nos puedes decir al respecto?

    Perdona que vuelva atrs, pues creo que es ese pasado el que nos puede esclarecer la si-tuacin presente. Cuando se plantea la inde-pendencia no solamente era una independen-cia poltica y econmica. Ah se plantea la ruptura cultural. El problema mayor entonces es tener conciencia de la identidad americana como distinta de los espaoles. Y eso sola-mente se puede explicar porque, culturalmen-te hablando, la identidad americana estaba en construccin, era muy frgil. Eran unos pocos quines de repente se descubren que no son espaoles, que son americanos. Son genera-ciones educadas bajo esos valores de la cultura espaola, de la fidelidad al rey, de la limpieza de sangre y de sentirse miembro de la nacin espaola. Tras tres siglos de pensarte como espaol, cmo te comienzas a pensar como americano? La identidad no se puede fraguar en un ao, ni en cinco ni en diez. Entonces hay que hacer una ruptura cultural.

    Estamos hablando de una ruptura de identi-dad compleja, porque la sociedad colonial era una sociedad demasiado compartimentada, o se era blanco, o se era pardo, o se era indio, o se era negro. Y cada una de esas sociedades prcticamente era antagnica con el resto. El proceso de independencia avanza en cuanto a tener el control del poder poltico y del poder

    econmico. Pero el proceso de conciliacin de esa identidad que tena que construirse a partir de pedazos dispersos, que tendra que haber integrado lo espaol con lo indio con lo africano, realmente no se dio. Lo que se impuso fue el proyecto de la sociedad criolla blanca como proyecto nacional, y posterg, minimiz, ocult, las demandas o las necesi-dades, la justicia que haba que hacer con los indgenas y con los afroamericanos.

    Hoy da, si bien algo se ha avanzado, eso es tambin un obstculo bastante grande en el proyecto colectivo que estamos tratando de construir. Y esto tenemos que resolver para hacer del lugar pblico un lugar de todos, donde ya no haya ms privilegios para unos y exclusiones para otros. Es decir, no solamen-te precisamos superar la dominacin externa, sino tambin la interna, lo cual pasa por la integracin de nuestras sociedades, en el sen-tido real de los trminos.

    Entonces, ah se puede aplicar despus diver-sos enfoques, si el intercultural, el multicultu-ral, la pluriculturalidad. Pero lo que s es cier-to, es que somos todava un archipilago de pueblos que no hemos logrado integrarnos en un proyecto colectivo comn. No se trata de borrar la diferencia cultural, porque creo que todos estamos orgullosos de nuestras races, de nuestros antepasados, de nuestra historia colectiva, sino cmo lograr que esas memorias se unan y pasen a ser memoria de todos, cmo lograr que la riqueza de cada una de esas cul-turas, se haga riqueza de todos, cmo lograr que los conocimientos, que los aprendizajes, y con ello todas las dems manifestaciones cul-turales, sean de todos, que las sintamos que es de todos.

    De modo que esa es la lucha que creo que hay que dar con mucha fuerza y con mucha hones-tidad. No se trata de declaraciones pblicas o simplemente de que sacamos esta ley que reconoce los derechos, pero que despus en la prctica eso no se da. O que simplemente hasta el que hizo la ley ni lo siente. O sea, hasta que de verdad sintamos que o somos to-

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    dos o ninguno puede ser. Yo creo que en esa medida s vamos a hablar de una nacin inte-grada, de una Nuestra Amrica, porque tam-bin seguir planteando eso solo a nivel de los lmites geogrficos de una nacin tampoco te resuelve el problema.

    - Pero ah la cuestin es: cmo hacer para conocernos mutuamente?

    Esa es la pregunta que todo el mundo se plan-tea, pues no se puede querer lo que no se conoce. Se trata de conocernos en igualdad de condiciones, de acercarte al otro como un igual que tu, de construir un nosotros, hacer de esa otredad un solo nos, una sola comunidad. Lo cual pasa mucho por la educacin, por ese conocimiento mutuo, por ese enriquecimiento mutuo. Y si vamos a niveles de gobiernos, las leyes tienen que tener en consideracin eso. Leyes que salgan de la participacin colectiva donde todos dejemos or nuestra voz, partien-do de que nadie tiene una voz que expresa mejor que el otro: o hacemos un gran concier-to armnico de voces o nunca vamos a lograr la sinfona de la unidad.

    - En los procesos de integracin en curso, ves seales en ese sentido?

    Cmo se est planteando hoy la integracin, no es lo mismo de cmo se vena planteando desde hace 200 aos. Si haces una historio-grafa de los acuerdos integracionistas, hay unos 3000 acuerdos que han sido firmados en ese lapso. Y mira cmo estamos. Entonces, no es el mismo sentido como lo plantean los pases signatarios del ALBA o de UNASUR, que s buscan un sentido real de la integracin.

    En el otro sentido se planteaba la integracin a partir de que yo diseo el proyecto y t te sumas a mi proyecto. O sea, una parte que comienza a sumar para hacerse ms grande, pero tambin puede ser que varias partes pe-queas se ponen de acuerdo para hacer una totalidad. Ah hay dos sentidos de unidad. La integracin que plantea el ALBA y UNASUR es un sentido de unidad en cuanto a mayor cohe-

    rencia, que es muy distinto a los otros proce-sos integracionistas donde haba siempre un inters subalterno al verdadero sentido de la unidad.

    Ahora bien, si te planteas: tenemos un pasa-do en comn, iniciamos juntos un proceso de independencia, nuestros pueblos estn some-tidos a las mismas dificultades, tenemos los mismos retos, nos enfrentamos a un contexto geopoltico mundial que hoy plantea proble-mas muchsimos ms difciles quizs que los anteriores, cmo podemos hacer para sobre-vivir en ese contexto? La unidad. Cmo lo hacemos? Bajo los principios de la cooperacin solidaria, de la complementariedad, y el de lograr avanzar hacia, incluso, un cuerpo pol-tico de leyes similares que garanticen a todos nuestros pueblos lo que Bolvar deca, la ma-yor suma de felicidad posible. Son principios que no son egostas, son principios que son de reconocimiento del otro. Y eso ya plantea una unidad en otros trminos.

    Desde el ALBA, especficamente, se puede plantear acuerdos de intercambio y de coope-racin cultural donde no ests pendiente de cunto gano yo y cunto ganas tu, sino que buscan el conocernos mutuamente, y en ese conocimiento acercarnos mucho ms y co-menzar a sentir el uno por el otro. El que tengas o no disponibilidad financiera no es lo que prima. Lo que prima es compartir las ri-quezas culturales que tenemos. Quien va a pagar eso? El que tenga mayor disponibilidad para hacerlo. Son pequeos detalles pero son decisivos cuando quieres establecer puentes culturales para transitarlos.

    En el campo de la educacin, por ejemplo, est la lucha contra el analfabetismo con el aporte del programa cubano Yo, S Puedo, que tiene reconocimiento de la UNESCO, que est permitiendo que los pases del ALBA y otros ms, puedan declararse libres de analfa-betismo. Igual podra sealar, en materia de salud, la Misin Milagro que ha permitido que ms de un milln de latinoamericanos recupe-ren la vista.

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    Visin jurdica y poltica de los procesos de integracin latinoamericanos

    Csar Montao Galarza

    I. Amrica Latina ha sido el caldo de cultivo de varios intentos de integracin, desde los vi-sionarios pensamientos de Simn Bolvar has-ta nuestros das ha existido al menos la idea poco discutida por cierto- de un conjunto de pueblos unidos por lazos histricos, geogrfi-cos y culturales. Sin embargo, ello no ha podi-do plasmarse al calor de los diversos procesos ensayados, por diversos factores, entre ellos, la ausencia de una visin y de un proyecto re-gionales, la falta de lderes polticos con una influencia que vaya ms all de sus propias fronteras, las relaciones comerciales asim-tricas con grandes potencias, especialmente con los Estados Unidos de Norteamrica, la existencia de intereses no compartidos por un buen nmero de pases, los latentes conflic-tos de lmites ms algunos problemas internos de varios estados, por ejemplo, narcotrfico, guerrilla, desplazamiento humano.

    Desde la Asociacin Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1960, el primer proceso de integracin latinoamericana, desde 1980 Asociacin Latinoamericana de Integracin (ALADI), pasando por el Pacto Andino de 1969 hoy Comunidad Andina (1996), y el Mercado Comn del Sur (MERCOSUR) creado en 1991, hasta los recientes intentos en el marco de la Alternativa Bolivariana para Amrica (ALBA) de 2004 y la Unin de Naciones Suramericanas (UNASUR) de 2008, se ha vivido lo que podra-mos llamar varios relanzamientos de la idea de integracin en esta parte del continente, pero es ms lo que gobernantes de diversas tendencias han querido que lo que se ha logra-do. Vale destacar que en todos los procesos de integracin aludidos ha estado muy presen-

    te la lgica del libre mercado como base para profundizaciones posteriores.

    Queda claro que los pensamientos y los idea-les sobre la integracin han sido constantes, pero las ejecutorias errticas e insuficientes, incluso contaminadas con afanes nacionalistas extremos. Los procesos iniciados han tenido como sustento la bsqueda del desarrollo de los pueblos, del crecimiento endgeno, de un mejor posicionamiento en el circuito del comercio mundial, de aminorar los efectos dainos de la globalizacin, y ltimamente aunque parezca discutible- la demanda por seguridad externa y la defensa ante el impe-rialismo y el capitalismo.

    Cada proceso de integracin se determina po-lticamente, sin que importe si los objetivos que persigue son esencial o preponderante-mente polticos, econmicos o sociales. Pero de cualquier manera que sea se plasma en el nivel jurdico previo a su desarrollo. As mis-mo, todo proceso de integracin requiere de una mnima estructura institucional para fun-cionar, sea que se configure bajo parmetros y directrices nicamente estatales (cooperacin / intergubernamentalidad) o en otro caso, con apreciable independencia de los estados miembros (integracin / supranacionalidad).

    La realidad latinoamericana en cuanto se re-fiere a la integracin permite sostener, al me-nos en principio, que no han existido verdade-ros lderes polticos ni un proyecto conjunto y realista, que recoja con visin de futuro los anhelos de nuestros pueblos. Tambin ha fal-tado una voluntad poltica que permita pensar

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    ms all del Estado nacional y entender la so-berana bajo el prisma contemporneo.

    II. Si los procesos de integracin vienen deter-minados polticamente lo mismo ocurre con sus instrumentos bsicos, entre ellos el orde-namiento jurdico que sirve como herramienta idnea para alcanzar los objetivos estableci-dos en los instrumentos internacionales mar-co o programticos de nivel fundacional, que pueden adquirir forma de tratados, convenios, acuerdos, pactos, etc.

    Las interacciones entre la poltica y el dere-cho son inherentes a todo proyecto de inte-gracin, son evidentes tanto en el mbito na-cional como internacional y a ellas no pueden escapar los estados, los polticos, los tcnicos, los pueblos ni las empresas.

    III. La experiencia de la integracin en Am-rica Latina arroja datos muy variados, unos dan cuenta de procesos de integracin ms estructurados que otros, en lo institucional, econmico y jurdico. Varios procesos de in-tegracin estn dirigidos a alcanzar niveles profundos o de largo aliento como la Unin Europea o la Comunidad Andina, y otros que buscan lograr metas de mediano y de corto alcance. En sintona con la proyeccin de los objetivos de cada proceso de integracin se desarrolla un sistema jurdico propio y una es-tructura institucional determinada.

    Junto al sistema jurdico de un proceso de integracin se ubican ineludiblemente moti-vaciones o intereses de carcter econmico, de carcter poltico o de otro carcter, y la infaltable voluntad poltica previa. Un esque-ma sustancialmente econmico perseguir, por ejemplo, la consolidacin de un mercado comn; uno de corte poltico buscar, a lo me-jor, la formacin de un sistema de seguridad externa; mientras que uno de inclinacin co-munitaria, podra pugnar por la concrecin de variadas metas polticas, econmicas, socia-les, entre otras.

    IV. Si todo proceso de integracin cuenta con un ordenamiento jurdico que le sirve, ste se denomina Derecho de la Integracin, en sen-tido genrico o amplio, como expresin del Derecho Internacional Pblico y del Derecho Internacional Econmico. Lo que no impide que en ciertos casos, cuando de procesos de integracin de gran aliento se trate, los siste-mas jurdicos creados puedan ser tan elabora-dos que adquieran una denominacin estricta o especfica como la de Derecho Comunitario, conforme se lo ha caracterizado en los pro-cesos de integracin de la Unin Europea y la Comunidad Andina. As, los grupos de estados que comparten intereses comunes de largo al-cance ostentan sistemas jurdicos ad-hoc, que nicamente sirven para sus propsitos, y que excluyen pretensiones de terceros estados, de all que incluso no ha faltado quien atribuya al Derecho Comunitario un carcter discrimi-natorio.

    En procesos de integracin de mediano alcan-ce se encuentra una serie de variantes jurdi-cas que pueden caracterizarse como segmen-tos del Derecho de la Integracin, que por sus limitaciones, no comparten los atributos reco-nocidos sobre todo en sedes jurisprudencial y acadmica, al Derecho Comunitario, a saber: primaca, aplicabilidad directa o inmediata y efecto directo. De esta manera es fcil co-legir que, por ejemplo, los sistemas jurdicos que sirven al MERCOSUR y a la UNASUR si bien comparten algunos elementos, difieren en alto grado. Cada proceso de integracin tiene un nico ordenamiento jurdico que responde a los objetivos sealados en los tratados funda-cionales y a la voluntad poltica de los estados miembros.

    V. En cualquier caso, los sujetos a quienes vincula el sistema jurdico de un proceso de integracin son especialmente los estados que lo han fundado, los rganos o instituciones creadas para el proceso de integracin, y las personas naturales y jurdicas cuyos mbitos de gestin o actos que realizan son cubiertos o han sido apreciados y regulados por disposi-ciones de la integracin.

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    Por otra parte, los potenciales beneficiarios de las normas jurdicas de la integracin nor-malmente son los sujetos residentes en el te-rritorio que abarca el proceso integrador, as como quienes en l desenvuelven sus activida-des econmicas, sea a ttulo individual, colec-tivo, o como empresas.

    VI. Por ser el esquema ms desarrollado en nuestro medio destaco que el sistema jurdico de la Comunidad Andina es ordenado y jerar-quizado, en l se observa un primer nivel, que contiene aquellas disposiciones de carcter fundamental de los tratados fundacionales y otras de similar esencia (derecho originario); un segundo nivel, con normas jurdicas de de-sarrollo de los tratados primarios (derecho de-rivado o secundario). En la Unin Europea, que posee un ordenamiento jurdico caracteri-zado de manera similar al de la CAN, se habla que a ms del derecho originario y del derecho derivado existira un tercer nivel, compuesto por aquellas disposiciones jurdicas adoptadas internamente por las entidades de la integra-cin (derecho terciario).

    ltimamente es frecuente escuchar que las comunidades de estados, como organizaciones internacionales de integracin, al gozar de personalidad jurdica internacional proceden a negociar acuerdos internacionales llamados de asociacin. Un caso es el proceso que inicialmente se plante, donde por un lado comparecan la Unin Europea y sus estados miembros, y por el otro, la Comunidad Andina y sus estados miembros. Los tratados produc-to de estos procesos de asociacin formaran parte del ordenamiento jurdico de cada uno de los procesos de integracin con una jerar-qua superior al derecho derivado o secun-dario, pero inferior a la de los instrumentos fundacionales. Se trata de la misma lgica expresada de forma genrica en la relacin Constitucin y tratados internacionales.

    Si los procesos de integracin son de alcance corto o mediano se estila que las normas jur-dicas de inicio y las de desarrollo, sean adop-tadas para cada caso por los propios estados

    miembros; de otro lado, cuando se trata de un proceso de integracin de alcance profundo, si bien las normas iniciales siempre son crea-das directamente por ellos, las de desarrollo podran ser adoptadas mediante la interven-cin de entidades de la integracin, dotadas de los poderes necesarios para ello. En este ltimo caso, de la autonoma que detenten las entidades de la integracin para el ejercicio de sus poderes pblicos delegados por los es-tados miembros, depender que se concluya que ellas actan mayormente con una dinmi-ca intergubernamental o con una supranacio-nal. Como ya se esboz anteriormente, el pri-mer supuesto implica fuerte presencia estatal lase de los gobiernos mas no de los pueblos por medio de la actuacin de sus representan-tes- en la toma de decisiones, mientras el se-gundo, una autonoma de gestin importante atribuida a dichas entidades, aunque segn viene ocurriendo en la Unin Europea y en la Comunidad Andina, es muy notoria la injeren-cia de los respectivos gobiernos en los centros de poder incubados al calor del proceso de la integracin.

    Bien puede haber casos de entidades ms in-tergubernamentales o ms supranacionales en procesos de integracin de alcance profundo o de alcance corto o mediano, lo que corro-bora la variopinta casustica de los esquemas. Pero es indiscutible que en la gran mayora de experiencias quienes actan como represen-tantes o delegados de los estados miembros ante las entidades de integracin tienen una alta dependencia de los jefes de Estado o de gobierno. La salvedad vendra nicamente en los casos en que se realicen elecciones demo-crticas y directas, en los estados miembros, para elegir a integrantes de rganos parla-mentarios de los procesos de integracin que vayan a equilibrar la proyeccin y el peso de los ejecutivos nacionales.

    Si los procesos de integracin no tienen susten-to democrtico al menos en sus grandes pasos o ejecutorias, pueden derivar consecuencias graves, como exorbitantes e incontrolados po-deres del ejecutivo a nivel supranacional en

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    perjuicio de los poderes del rgano legislati-vo, rgano soberano por excelencia, todo lo cual apuntara al desmedro de los derechos de los ciudadanos y al debilitamiento del rgi-men constitucional. Se apela por lo tanto, a la activa participacin popular en un marco de ejercicio poltico democrtico.

    Otro elemento para medir la independencia de los rganos e instituciones de la integra-cin respecto de los estados miembros es el relacionado con el mecanismo de toma de decisiones, de manera que si los mecanismos de la unanimidad o del consenso priman, se estara ante un caso de mayor interguberna-mentalidad, y si las decisiones se adoptan por mayoras, sera ms fcil establecer un fuerte rasgo de supranacionalidad, por lo tanto de menor dependencia de los rganos decidores frente a los estados.

    En el mbito latinoamericano los procesos de integracin en curso presentan varias opcio-nes de organizacin y concrecin, en donde la mayora hecha mano a la dinmica inter-gubernamental, acta en funcin de decisio-nes adoptadas por mayora y cuenta con de-sarrollos normativos de variado alcance. A diferencia de la experiencia andina de inte-gracin, que cuenta con normas de aplicacin inmediata y directa, en los dems procesos se construye un rgimen de derecho que prcti-camente en todos los casos debe ser ratificado por lo estados miembros (especficamente por la rama legislativa del poder pblico), lo que quita peso al proceso y ralentiza su dinmica. Todo el desarrollo normativo de los procesos de integracin tiene un alto condicionamiento poltico.

    VII. Segn la ms consolidada jurisprudencia en torno al Derecho Comunitario tanto euro-peo como andino, la especialidad reconoce y respeta la tradicin constitucional de los es-tados miembros. Esta posicin pretoriana es inigualable por su lgica y maestra, pues en suma concibe a la Constitucin como lmite infranqueable al proyecto de integracin. Es ms, provee un referente nico para el enten-

    dimiento de cualquier proceso de integracin, pues no importan los objetivos que se persi-gan, no interesa quien lidere el proceso, as como tampoco son relevantes las orientacio-nes polticas de los gobernantes, siempre el marco supremo lo darn las cartas polticas.

    La afirmacin anterior quiere decir tambin que el Derecho Comunitario y el ordenamien-to jurdico de cualquier proceso de integracin no constituye una disciplina supraconstitucio-nal. Y esto es natural porque dar vida a cual-quier proceso de integracin es una resultante tradicionalmente dependiente de las acciones en materia de relaciones internacionales y de poltica exterior de las ramas ejecutiva y le-gislativa del poder pblico, cuyas atribuciones estn reconocidas nicamente en la Constitu-cin. De tal manera que en el mundo del De-recho no cabe considerar que un ordenamien-to jurdico no venga sustentado en la voluntad popular y en el marco de la norma suprema. El Derecho Internacional y sus derivaciones tampoco escapan a esta razn. A lo que se suma que la integracin es una materia, y al mismo tiempo, un contenido constitucional en muchos pases, y la posibilidad de que el Es-tado intervenga en procesos de ese tipo debe estar previsto en la Constitucin.

    VIII. En el plano puramente jurdico, el coro-lario imprescindible para la efectividad de las normas de los procesos de integracin es su ubicacin y su relacin respecto del derecho nacional o interno de los estados miembros. La mayora de cartas polticas en el mundo re-conoce o en veces asigna al Derecho Interna-cional un estatus superior al de la legislacin interna, pero al mismo tiempo, inferior al de la Constitucin. ltimamente esta situacin no se puede replicar de manera exacta con las normas del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, lo que viene fijado sobre todo por expresin de la voluntad poltica in-ternacional favorable a esa materia.

    Huelga entonces recordar que el Derecho Co-munitario es un derivado del Derecho Interna-cional Pblico, sin duda ms especializado que

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    ste, pero no del todo desligado de l, lo que significa que si la gran mayora de cartas po-lticas se ocupan de ubicar en algn escao al Derecho Internacional Pblico, tambin lo ha-cen implcitamente respecto del Derecho de la Integracin y del Derecho Comunitario, ob-viamente cuando no existe definicin expresa sobre este ordenamiento. Con esta constata-cin de nuevo queda probada la sujecin del ordenamiento jurdico de la integracin a la norma fundamental.

    IX. Las experiencias europea y andina de in-tegracin han provisto un elenco de lo que po-dran llamarse seguros del Derecho Comuni-tario, en orden a lograr su respeto y eficacia, sobre todo por parte de los estados; al efecto cito solo algunos: los principios de buena fe y pacta sunt servanda, propios del Derecho In-ternacional son a la vez inherentes al Derecho de la Integracin y al Derecho Comunitario; el principio de cooperacin leal, que de-manda que los estados miembros hagan todo cuanto est a su alcance y se abstengan de hacer cualquier cosa que menoscabe la efec-tividad del Derecho Comunitario; el principio de complemento indispensable, que obliga a los estados miembros a desarrollar o com-pletar las normas del proceso de integracin de tal forma que alcancen eficacia jurdica; existe una corte de justicia comunitaria, ni-ca y permanente para declarar, interpretar de manera general y uniforme, controlar la legalidad del Derecho Comunitario; adems, para sancionar incumplimientos y omisiones frente a tal rgimen. Todas las concreciones detalladas surgen de la voluntad poltica in-ternacional que ha ido tallando prolegmenos jurdicos inestimables.

    En el caso de los procesos de integracin lati-noamericanos no se puede decir que los esta-dos miembros han acatado de manera incondi-cional el ordenamiento jurdico respectivo. En muchas ocasiones han primado voluntades de gobiernos privilegiando intereses nicamente

    nacionales y no de grupo, incluso sustentados en la ideologa del gobernante de turno, que no siempre coincide con los objetivos estable-cidos para el proceso que se trate, ni con los intereses e identidad poltica de los dems go-bernantes involucrados.

    Estoy convencido de que la integracin debe ser una poltica de Estado y no de gobierno, para que sea constante y para que permita cumplir objetivos a largo plazo. La integra-cin debe merecer atencin prioritaria de to-das las instancias gubernamentales involucra-das, especialmente de la que tiene a cargo la poltica exterior y el comercio.

    X. Para finalizar, amn de otras apreciacio-nes vlidas dudo si en el contexto subregional andino y latinoamericano los actores polti-cos ms relevantes lase gobernantes- han procesado debidamente lo que comporta ser Estado Miembro pleno de un proceso de inte-gracin comunitaria como el de la Comunidad Andina o de uno de menor alcance, y si habrn comprendido en todas sus facetas y naturale-za el singular compromiso poltico que implica la integracin, as como las obligaciones jur-dicas asumidas. Al parecer, la situacin actual de la integracin en Amrica Latina da cuenta de intentos insuficientes y en veces desorien-tados, complejos y no pragmticos, carentes de creatividad, dilogo poltico y verdadera participacin democrtica, hasta contamina-dos con ideologas polticas en desuso porque ya fracasaron en otras circunstancias. Sin em-bargo, existen logros en mltiples campos, y caminos recorridos que no conviene desandar. Creo fervientemente que gran parte de la via-bilidad de los estados y de los pueblos latinoa-mericanos depende de la integracin.

    Csar Montao Galarza es Director del rea de Derecho de la Universidad Andina Simn

    Bolvar, Sede Ecuador.

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    La independencia de los pases latinoamerica-nos frente al colonialismo espaol y portugus, constituy un cambio trascendental en las mo-dalidades de vinculacin con las dinmicas de la economa y de la poltica mundiales. La con-memoracin reciente de los bicentenarios del inicio de esos procesos de independencia en los diversos pases de la regin, brinda la ocasin para reflexionar sobre los cambios ocurridos en estos doscientos aos, en cuanto a la mencio-nada insercin internacional de estos pases.

    El tema es indudablemente enorme y necesa-riamente presenta distintas fases y situacio-nes nacionales muy diferenciadas, ms all de las generalizaciones simplificadoras; por ello, la presente nota slo pretende revisar algunos elementos generales que den cuenta de los as-pectos ms comunes y relevantes.

    Es preciso comenzar caracterizando a la situa-cin de partida, la vinculacin de las colonias americanas con lo que constitua en las prime-ras dcadas del siglo XIX un sistema interna-cional marcado por una fase de transicin en cuanto al liderazgo internacional, que se ex-presaba en la existencia de diversos polos, con al menos 5 potencias europeas que lo dispu-taban; luego de diversos intentos fallidos por lograr el predominio de una potencia, termi-naron estableciendo un esquema de balance de poder, bajo el Concierto de Viena.

    En el plano econmico, a medida que conclua la revolucin industrial, se consolidaba el ca-pitalismo en Inglaterra y la industria manu-facturera se extenda progresivamente hacia otras naciones europeas y a los Estados Uni-

    dos. El sistema era eminentemente euro cn-trico, puesto que all resida y se disputaba el poder, con la presencia de imperios coloniales que se extendan hacia las diferentes zonas perifricas.

    A comienzos del siglo XIX, Espaa y Portugal estaban entre las sociedades y economas ms atrasadas del continente europeo, por su ca-lidad de reinos que seguan siendo predomi-nantemente feudales y con un fuerte dominio del clero; la modernidad econmica an no llegaba a estas naciones, por ejemplo, toda-va mantenan aduanas interiores y maneja-ban diversas monedas; adems, ninguno de estos reinos tena la capacidad de producir lo que demandaban sus colonias en Amrica. La confrontacin con Inglaterra primero y luego con Francia reduca an ms su capacidad de controlar a sus colonias de ultramar y tambin afectaron a los canales comerciales monopli-cos establecidos por ellas.

    En el siglo XVIII, con el absolutismo ilustra-do, la posicin relativa de Espaa y Portugal en el concierto europeo sigue deteriorndose, frente al poderoso ascenso ingls.

    Las potencias coloniales de la pennsula ibri-ca haban puesto nfasis en los dos siglos pre-cedentes, en una rpida extraccin de meta-les preciosos desde Amrica, en un verdadero saqueo sistemtico. Las importaciones ibri-cas desde Amrica estaban constituidas funda-mentalmente por oro y plata, que representa-ban prcticamente las tres cuartas partes del total, con una menor proporcin de productos agrcolas como azcar, caf y cacao.

    Insercin internacional de los pases latinoamericanos:

    Qu vari desde la independencia?

    Marco Romero Cevallos

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    A ttulo ilustrativo, se estima que el valor de las importaciones europeas desde Amrica ha-bra representado, a fines del siglo XVII, cerca de 60% del total, superando al valor de los flu-jos de cereales y especias, provenientes del Bltico y del Asia, respectivamente. Si bien se trata de estimaciones gruesas, ellas permiten apreciar la gran importancia que alcanzaron entonces centros mineros como Potos, Gua-najuato y Zacatecas.

    Es importante destacar el peso relativo di-ferenciado de las relaciones que mantena la corona espaola con las diversas regiones que conforman lo que hoy es Amrica Latina; desde luego que esa relacin era variable y estaba determinada por diversos factores de origen endgeno y exgeno. Sin embargo, a ttulo ilustrativo cabe mencionar que a fines del siglo XVIII, los mayores flujos de comer-cio de Espaa, tanto de exportacin como de importacin, se realizaban con los virreinatos de Nueva Espaa (Mxico y buena parte de la regin centroamericana) y de Per (que en-tonces cubra algo ms del Per actual); ellos llegaron a representar casi los dos tercios de las importaciones americanas y reciban 56% de sus exportaciones. Pero la importancia de estos dos centros polticos en la exportacin de metales se acercaba al 80% del total, co-rrespondiendo casi el 60% a Nueva Espaa. La participacin de Nueva Granada (Colombia y Ecuador) y de Venezuela, era significativa-mente menor, tanto en minerales como en otras mercaderas.

    Como se puede apreciar, las colonias espao-las y portuguesas en Amrica tenan relaciones econmicas y polticas dominadas por sus res-pectivas metrpolis; sin embargo, la creciente presencia de comerciantes y contrabandistas ingleses, y en menor medida de otras partes de Europa, minaban progresivamente ese do-minio.

    Los cuantiosos recursos, sobre todo en meta-les preciosos, obtenidos de las colonias ame-ricanas estimularon la demanda y la actividad econmica en las metrpolis coloniales, pero

    slo pasaron por Espaa y Portugal, dejando inflacin y disputas por su apropiacin, para terminar en manos de los bancos acreedores y de los proveedores manufactureros de Flan-des, Londres y Pars. Para muchos autores, esa corriente de recursos aliment el proceso de acumulacin originaria del capital, reque-rida por la revolucin industrial y el pujante impulso del capitalismo.

    En todo caso, la vinculacin externa de las colonias americanas se concentraba en el co-mercio; puesto que tanto la inversin, como la contratacin de prstamos y la presencia de bancos y empresas extranjeras eran limitadas. Los pases latinoamericanos eran la periferia primario exportadora del capitalismo europeo.

    La regin pierde peso a escala mundial

    Los esfuerzos de varios lderes de las luchas independentistas por establecer una federa-cin de naciones, que agrupe a las nuevas uni-dades polticas y evite la fragmentacin de la regin y su consiguiente debilitamiento frente a los intereses y ambiciones de las nuevas po-tencias ascendentes, chocaron con la eferves-cencia de caudillismos locales y afanes perso-nalistas que propiciaron la atomizacin.

    En los doscientos aos transcurridos desde entonces se han registrado algunos cambios fundamentales en la insercin de Amrica La-tina, pero existen tambin varios elementos de continuidad que marcan caractersticas es-tructurales persistentes.

    Una primera constatacin que vale la pena destacar es que la regin en su conjunto ha perdido peso relativo en el mundo; Amrica Latina tuvo mayor importancia en la economa mundial inmediatamente despus de la Segun-da Guerra Mundial (en torno al 10% del PIB y del comercio mundial), la perdi rpidamente en las dcadas posteriores y sobre todo desde los aos ochenta del siglo pasado; slo en la dcada de los noventas y en el perodo 2003-2008 registra cierta recuperacin, que deja

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    sin embargo esa participacin, alrededor del 6%. Esa evolucin es consecuencia tanto del impacto de la crisis de la deuda externa, como de la creciente vulnerabilidad y fragilidad de la regin frente a los diversos choques que se generan cada vez con ms frecuencia en la economa mundial y se difunden rpidamente en todas direcciones; como del impresionante dinamismo de varios pases del Asia y particu-larmente de China y de la India, en las ltimas tres dcadas. Comparativamente la regin pesa hoy mucho menos en el mundo.

    Un segundo cambio destacable es la mayor he-terogeneidad de los pases de la regin; frente a las condiciones bsicamente similares que presentaban en el perodo de las luchas de la independencia. Efectivamente, las diferen-cias en la dotacin de factores (territorio, lo-calizacin, tamao del mercado con capacidad de demanda efectiva, clase empresarial forta-leza y dinmica institucional, entre otras) que presentan los pases latinoamericanos se han agudizado en estos doscientos aos, pero sobre todo en el ltimo medio siglo. Esas diferen-cias implican tambin diferentes posibilidades para responder ante las crisis financieras y los choques externos, las mismas que tienden a acumularse, modificando los mrgenes de ma-niobra con los que cuentan los gobiernos para disear y aplicar polticas pblicas y especial-mente polticas de desarrollo ms eficaces.

    Una tercera lnea de cambio, estrechamente relacionada con la precedente es la crecien-te diferenciacin de la insercin internacional de los pases latinoamericanos, sobre todo en cuanto a su participacin en el comercio mun-dial; la tradicional caracterizacin de Amrica Latina como una regin primaria exportadora, especializada en bienes primarios como ali-mentos, bebidas, petrleo y minerales ya no es vlida para toda la regin, puesto que ha incursionado crecientemente en la exporta-cin de productos manufacturados, no slo de las ramas manufactureras ms simples y vin-culadas a los recursos naturales, sino tambin en sectores de bienes intermedios y finales de la industria qumica y siderrgica, al igual que

    en actividades con cada vez mayores niveles tecnolgicos.

    Es preciso destacar, sin embargo, que esa di-nmica obedece a las estrategias de desplie-gue global y regional de las empresas trans-nacionales, convertidas en el eje articulador de la globalizacin productiva y comercial; involucra a un puado de pases, principal-mente a Mxico, varios pases centroamerica-nos y caribeos (bsicamente bajo el modelo maquilador), as como a los pases sudame-ricanos de mayor tamao: Brasil y Argentina, y a unos pocos pases intermedios, debido a su atractivo como mercados de consumo. Esta constatacin no implica ninguna connotacin valorativa frente a la calidad y sostenibilidad de tales estrategias, mucho menos una apre-ciacin diferencial en cuanto a los niveles de desarrollo de unos y otros

    Una caracterstica comn de la regin es su creciente homogenizacin, como espacio para los grandes monopolios globales de los secto-res de servicios que se han convertido en los dinamizadores de las economas ms desarro-lladas; entre ellos se incluyen desde la banca transnacional y sectores de telecomunicacio-nes, hasta las denominadas industrias cultu-rales y del entretenimiento.

    Otro aspecto en el cual se ha profundizado la diferenciacin de los pases de la regin, dentro de una trayectoria histrica clara, es el que se relaciona con la importancia de los diferentes pases en cuanto a la recepcin de inversin extranjera directa. En efecto, si-guiendo pautas repetidas a lo largo de los dos ltimos siglos, la inversin extranjera ha pre-ferido orientarse a los pases de mayor tamao y hacia aquellos cuyo desarrollo institucional brinda mejores y ms seguras oportunidades de beneficios. Muchas veces esa tendencia ha operado incluso independientemente de las polticas aplicadas por el rgimen en el poder frente al capital extranjero.

    Al contrario y salvo detalles de menor impor-tancia relativa, los pases latinoamericanos

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    El contradictorio acercamiento suramericano

    Socorro Ramrez

    En los nueve primeros aos dos mil, en medio de divergentes opciones polticas y econmicas, e incluso en medio de tensiones subregionales, los diversos gobiernos suramericanos han logrado mantener un acercamiento no exento de contra-dicciones y al mismo tiempo lleno de oportunida-des. Se trata de un acercamiento que ocurre por primera vez en casi dos siglos de vida indepen-diente y que, como lo muestra el cuadro siguien-te, ha reunido en doce cumbres a los doce pre-sidentes suramericanos, ocho ordinarias y cuatro extraordinarias.

    El acercamiento ha ido tomando forma en dos fa-ses, primera en lo comercial, la infraestructura y lo energtico; despus, en lo poltico institucio-nal y en asuntos de seguridad. Como expresin de esta segunda fase surge la Unin de Naciones Suramericanas (Unasur), que an no condensa todo el acercamiento que es ms amplio.

    El comercio motor inicial

    El acercamiento inicial fue comercial. De hecho, en las dos primeras cumbres, se aprob negociar la zona de libre comercio entre el Mercosur y la

    presentan condiciones y caracte-rsticas fundamentalmente simi-lares frente a los flujos de capital financiero; cuando se presenta una fuga hacia la seguridad o un re-tiro masivo de la regin, no hacen ninguna diferenciacin en cuanto al tamao ni a las polticas de los pases; actan bajo el efecto ma-nada. Esto indica que los riesgos sistmicos predominan sobre even-tuales diferencias regionales.

    Desde luego que existen otros cam-pos en los cuales no existe gran dife-renciacin en la regin y se relacio-nan con temas como la persistencia de elevados niveles de pobreza y de inequidad, los ms elevados del mundo; la persistencia de amplios segmentos excluidos de la dinmica econmica y poltica, las limitacio-nes del capital humano, el pobre desarrollo de capacidades tecnol-gicas propias y la subsistencia de al-tos niveles de permeabilidad frente a actores y factores externos, as como la fragilidad de sus procesos polticos.

    Pero quizs debe destacarse la per-sistencia de fuerzas y actores centr-fugos que continan conspirando, al igual que hace dos siglos atrs, con-tra las posibilidades de generar pro-cesos sostenidos de cooperacin e integracin regional, ms all de las diferencias polticas o ideolgicas; esos procesos se consolidarn slo cuando comprendamos las necesida-des de una insercin estratgica en el mundo que nos permita superar esas divisiones coyunturales.

    Marco Romero Cevallos, economista ecuatoriano, es

    Director del rea de Estudios Sociales y Globales de la

    Universidad Andina Simn Bolvar, Sede Ecuador.

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    que al respecto suscit en la CAN luego de la negociacin por separado de Per, Colombia y Ecuador de TLC con Estados Unidos. Y luego de que Venezuela se retirara, en 2006, de la CAN y del Grupo de los Tres (con Mxico y Colom-bia), ampliara la Alternativa Bolivariana para las Amricas (ALBA) con Bolivia y Nicaragua, apoyara los reclamos de Uruguay y Paraguay frente a los dos grandes del Mercosur al mismo tiempo que solicitaba ingreso y vaticinaba que esa agrupacin tambin podra acabarse.

    La infraestructura inters permanente

    La integracin fsica es reconocida por todos los pases suramericanos como una necesidad

    por lo que desde la primera cumbre, los presidentes apro-baron el programa Iniciativa de Integracin de la Infraestructu-ra Suramericana (IIRSA). En la segunda cumbre, hicieron n-fasis en la interrelacin entre infraestructura y desarrollo, y en la quinta los presidentes de-cidieron adelantar un dilogo poltico sobre integracin fsica y energtica.

    Al mismo tiempo que se desa-rrollan las cumbres, una comi-sin de los doce pases trabaja sobre diez ejes de integracin y desarrollo con proyectos dirigi-

    dos a generar conexin interocenica a travs de la combinacin de transporte fluvial y te-rrestre, de mejoramiento de los pasos fronte-rizos y de articulacin de regiones del interior de los diversos pases. Adems, IIRSA incluye

    Cumbres presidenciales suramericanas

    Cumbres ordinarias Cumbres extraordinarias

    1, Brasilia, septiembre 2000

    2, Guayaquil, julio 2002

    3, Cuzco, diciembre 2004

    4, Brasilia, septiembre 2005 1, Montevideo, diciembre 2005

    5, Cochabamba, diciembre 2006

    6, Margarita, abril 2007

    7, Brasilia, mayo 20082, Santiago, 3, Nueva York, septiembre 2008

    8, Quito, agosto 2009 4, Bariloche, agosto 2009

    Comunidad Andina. En medio de las presiones en contra, en especial de los empresarios co-lombianos por los temores que suscita la eco-noma brasilea, el acuerdo logrado en 2004, cubre el 80% del universo arancelario de la regin. En la tercera cumbre, los presidentes decidieron conformar la Comunidad Surameri-cana en torno a la CAN y el Mercosur para lo que definieron siete temas de convergencia: integracin comercial y complementacin eco-nmica, infraestructura y desarrollo descentra-lizado, medio ambiente, integracin energti-ca, financiamiento regional, consideracin de las asimetras, y cohesin social.

    La cuarta cumbre decidi impulsar el inter-cambio de experiencias sobre cadenas produc-

    tivas, y la quinta estimul un trabajo entre la CAN, el Mercosur y la Asociacin Latinoameri-cana de Integracin (ALADI) sobre la conver-gencia institucional de los distintos esquemas de integracin y frente a los distintos acuerdos comerciales que los pases suramericanos han firmado para buscar insercin en la globaliza-cin1. Adems, estimul la formulacin de me-didas econmicas fondos de financiamiento, cadenas productivas plurinacionales, etc.-, de superacin de las asimetras entre los pases suramericanos2.

    El comercio dej de ser uno de los ejes del acercamiento suramericano por las diferencias

    1 Adolfo Lpez, Las posibilidades de la convergen-cia de los acuerdos de integracin suramericana, en Revista de la integracin, N 2, Comunidad Andina, 2008, pp. 78-85; Vctor Salazar, La convergencia entre la CAN, el Mercosur y la naciente Unasur: luz al nal del camino?, en Revista de la integracin, N. 2, Comunidad Andina, 2008, pp. 92-97.

    2 Mara Elena Esparza, Las asimetras y el proceso de integracin suramericano, en Revista de la inte-gracin, N. 2, Comunidad Andina, 2008, pp. 86-91.

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    pilares sectoriales de integracin como servi-cios y marcos normativos para sistemas ope-rativos de transporte intermodal, facilitacin de pasos de frontera, tecnologas de informa-cin y comunicaciones, integracin energ-tica, instrumentos de financiamiento. Como resultado, IIRSA ha dado origen a 507 inicia-tivas entre 2004 y 2007, el 41% de las cuales se est implementando con 62% de inversin proveniente de recursos pblicos de los pases implicados, 21% de capital privado, 16% de las instituciones del comit de coordinacin tc-nica de IIRSA Corporacin Andina de fomen-to (CAF), Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Fonplata3.

    El inters que la integracin fsica ha desper-tado corre un enorme riesgo. Quedar reducido a megaproyectos de infraestructura con gra-ves efectos ambientales, sociales y culturales si no se aplican los acuerdos tomados desde la segunda cumbre presidencial, en julio de 2002, que insisti en la interrelacin entre infraes-tructura y desarrollo y la condicion a cinco principios: perspectiva geoeconmica, soste-nibilidad social, eficiencia econmica, susten-tabilidad ambiental y desarrollo institucional. El tema sigue siendo visto slo como un asunto tcnico y no ha sido asumido como un esfuerzo poltico y social de integracin. Por eso, ante la ausencia de informacin o participacin de autoridades y comunidades por donde pasan los megaproyectos, se han suscitado temores y protestas de zonas fronterizas, indgenas4 o negras- y disputas regionales, por el beneficio de tales proyectos.

    La energa preocupacin central

    El acceso a fuentes energticas y las interco-nexiones para el consumo y la exportacin, cons-tituye una preocupacin para los pases que las poseen como para los que no cuentan con petr-leo, gas, carbn, electricidad, biocombustibles, etc. No obstante la comn necesidad, sta no significa que exista acuerdo al respecto.

    As se puso de presente en la sexta cumbre suramericana, la petrolera, con el acuerdo de Kirchner y Chvez de creacin de la Organiza-

    cin de Pases Productores y Exportadores de Gas del Sur (Oppegasur) rechazada por Brasil, y con el etanol, cuyo mercado regional domina Brasil cuyo acuerdo con Bush, en 2007, suscit reaccin de Venezuela. La cumbre acerc po-siciones. Decidi impulsar una evaluacin del balance energtico suramericano, promover la cooperacin entre las empresas petroleras nacionales, asegurar la compatibilidad entre la produccin de las fuentes de energa, la pro-duccin agrcola, la preservacin del medioam-biente y las condiciones sociales y laborales. Tambin cre el consejo energtico de Suram-rica, integrado por los ministros de Energa de cada pas quienes prepararan una estrategia, un plan de accin y un tratado energtico.

    La institucionalizacin del acercamiento poltico

    El acercamiento suramericano ha tomado for-ma poltico institucional, a pesar de las dife-rencias existentes. De forma inesperada, en la sexta cumbre en Margarita, el presidente Hugo Chvez propuso cambiar la Comunidad Suramericana por Unasur, convocar para el ao siguiente, 2008, su reunin constitutiva en Car-tagena, nombrar como secretario general a un expresidente ecuatoriano y ubicar la sede en Quito. Las fuertes tensiones entre Venezuela, Colombia y Ecuador llevaron a aplazar la cum-bre constitutiva y trasladarla a Brasilia. Su pre-paracin enfrent dos debates significativos: el alcance de Unasur y su carcter supranacio-nal o intergubernamental. Prim esta ltima. En medio de las diversas opciones polticas, econmicas e internacionales, cada gobierno prefiere no trasladar su poder de decisin a un ente supranacional y ms bien busca garantizar el control de la entidad, obligarla a tomar en

    3 Mauro Marcondes Rodrgues, IIRSA, presentacin al directorio del BID, citado en Rosario Santa Gadea, Integracin suramericana y globalizacin: el papel de la infraestructura, en Revista de la integracin, N. 2, Comunidad Andina, 2008, p. 49.

    4 Llamamiento y propuestas desde la visin de los pueblos indgenas y naciones originarias, Comunidad Sudamericana de Naciones: para vivir bien sin neolib-eralismo, Cochabamba, 7 de diciembre de 2006.

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    consideracin a todos sus miembros y adoptar decisiones por consenso.

    La preferencia por lo intergubernamental tam-bin se expres en el papel controlado asigna-do a la secretara y la presidencia pro tempore as como al dilogo con actores sociales y al rechazo de un mecanismo jurisdiccional que dirima controversias. Lo acordado favorece el acercamiento poltico, el carcter interguber-namental permite un mayor reconocimiento a las diversas opciones nacionales que quedan con mrgenes de accin propia, y en medio de un contexto contradictorio puede sentar las bases para un proceso ms slido. Las metas puestas a Unasur son en cambio de alto alien-to: integracin cultural, social, econmica y poltica entre pueblos, dilogo poltico, polti-cas sociales, energa e infraestructura, medio ambiente; con miras a eliminar la desigualdad, lograr inclusin y participacin, fortalecer la democracia y la soberana, reducir las asime-tras y aumentar la autonoma estatal.

    La defensa y la seguridad

    En torno a la defensa y la seguridad se produje-ron, en 2008, los primeros acercamientos, lue-go de que Brasil, sin un proceso previo de ne-gociacin, propusiera conformar el Consejo de Defensa Suramericano y lograra acuerdo para su creacin. Slo el presidente colombiano pi-di un plazo para definir el ingreso que final-mente decidi, el 18 de julio, tras la visita del presidente Lula y definir las condiciones: rela-ciones slo con gobiernos elegidos, combate a grupos irregulares y decisiones por consenso.

    En septiembre de 2008, Unasur tuvo una r-pida actuacin5 ante la polarizacin boliviana que se transformaba en violencia. Chvez ha-ba amenazado con intervenir militarmente en ese pas y encender dos o tres Vietnam, si al-guien intentaba derrocar o asesinar a Evo Mo-rales y se haba enfrentado con el comandan-te de las fuerzas armadas bolivianas. Bolivia y

    Venezuela haban expulsado a los embajadores norteamericanos culpndolos de la situacin y haban recibido similar respuesta. Las dos ms graves amenazas -el riesgo de salidas de hecho en Bolivia y las amenazas de Chvez- obliga-ron a organizar en 48 horas la cumbre extraor-dinaria de Santiago, a que concurrieran 9 de los 12 jefes de estado y a hacer concesiones mayores para llegar a un consenso.

    La cumbre de Quito, se enfrent con las ne-gociaciones para la ampliacin del uso de ba-ses militares colombianas por parte de Estados Unidos, frente a las cuales se presentaron tres posiciones. Dos gobiernos estuvieron a favor, los tres miembros de Alba las rechazaron y hablaron de vientos de guerra y la mayora restante mostr su desacuerdo aunque respet la decisin colombiana. La no concurrencia del presidente colombiano por la tensin con Ecua-dor, pas sede de la cumbre, llev a convocar una cumbre extraordinaria en Bariloche. Lula se manifest profundamente insatisfecho con el hecho de que las reuniones presidencia-les no sirvan para llegar a acuerdos en asun-tos delicados, ha insistido en que no puede ni debe repetirse lo ocurrido en Quito y ha pe-dido contactos previos a fin de que se llegue con algn tipo de acuerdo. El acercamiento de Ecuador y Colombia, podra crear condiciones para un mejor desarrollo de la cumbre.

    Es de esperar que la regin no salga an ms fragmentada y que el esperanzador acercamien-to suramericano encuentre nuevas vas a partir de las realidades en las que debe construirse. El que predomine la integracin por sobre la fragmentacin depende, entre otros factores, de la perspectiva que tomen las transformacio-nes que se vienen operando en distintos pases de la regin, del tipo de liderazgo que conduce esos procesos y del impacto de fenmenos glo-bales como la crisis econmica que se incub desde Estados Unidos.

    Socorro Ramrez, historiadora colombiana, Posdoctorado en Relaciones Internacionales,

    Doctorado en Ciencia Poltica, Magister en Estudios Polticos, Econmicos e

    Internacionales contemporneos.

    5 En este punto me baso en el anlisis hecho en Socorro Ramrez, Unasur: buen comienzo y grandes desafos, en www.razonpublica.org, agosto de 2008.

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    Procesos de integracin CAN y MERCOSUR

    Los espacios formales de la sociedad civil

    Lincoln Bizzozero

    1. La dimensin social en los procesos regionales y mundiales

    La dimensin social de un proceso de integra-cin est conformada, de acuerdo a la acep-cin tradicional, por dos niveles: el que atae a las polticas sociales correctoras de desequi-librios que se originan como consecuencia de la implementacin del acuerdo fundacional y el que se refiere a la participacin de los ac-tores de la sociedad civil, en la medida que los mismos son los destinatarios ltimos de los cambios que propugna el proceso de integra-cin. De esta confluencia entre la participa-cin y las polticas sociales se podan definir distintos grados de aproximacin de un proce-so regional a la dimensin social. Esta acep-cin tradicional posibilitaba diferenciar, en la escala de un proceso de integracin, a una zona de libre comercio de una unin aduanera y un mercado comn, no solamente en cuanto a los objetivos, sino tambin en cuanto a la inclusin del tema social en el proceso.

    En los procesos de integracin que surgieron con posterioridad a la segunda guerra mun-dial, las consecuencias sociales de los mis-mos fueron especficamente consideradas en polticas sociales que buscaban amortiguar y corregir los desequilibrios ocasionados por las nuevas realidades que dictaba la libre circu-lacin en los empresarios, trabajadores o en determinadas regiones de los distintos Estados miembros. La inclusin de la dimensin social en los procesos de integracin tuvo un com-ponente corrector de desequilibrios y defini una lgica regional que deslind el espacio in-terno del entorno circundante. De esta forma, la separacin de la dimensin econmica de la

    social, las cuales estaban ligadas en las conse-cuencias, se conjug con otra que deslindaba lo externo de lo interno. La cuestin social se remiti a los efectos en el plano interno (na-cional y en segunda instancia regional), como consecuencia de las orientaciones de poltica econmica definidas en funcin de un espa-cio econmico comn en los empresarios y los trabajadores, los cuales, a su vez, tuvieron un espacio de participacin en funcin de esas coordenadas.

    Los cambios en la dcada de los noventa marcaron el inicio de una transicin en la es-tructura del sistema internacional, con el de-rrumbe de la Unin Sovitica, y adems una aceleracin del capitalismo a escala mundial. La aceleracin de la mundializacin se ha venido proyectando con un despliegue pla-netario de las empresas transnacionales y de organizaciones de alcance global y est gene-rando consecuencias diversas en las regiones y subregiones de los espacios continentales y en los distintos ordenamientos poltico-admi-nistrativos (Estado, provincias, estados, muni-cipios, intendencias, entre otros).

    La nueva fisonoma de la economa polti-ca mundial se fue diseando a partir de las iniciativas que se tomaron entre fines de los ochenta e inicios de los noventa del siglo XX por parte de Estados Unidos, Europa y Japn, en iniciativas diversas que apuntaban a una apertura del comercio internacional a par-tir de propuestas de regionalizacin de las economas de los pases. De esta manera, la dimensin social tanto en su faz de poltica correctora de desequilibrios, como en lo que concierne la participacin