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Antonio de Ulloa. Vida y obra de un ilustrado a través de su librería Antonio de Ulloa en Cádiz. Los libros de la Academia de Guardias Marinas y su formación como marino científico. Francisco José González. Director técnico de Biblioteca y Archivo Real Instituto Observatorio de la Armada. El joven cadete Ulloa y Cádiz. Antonio de Ulloa fue un personaje caracterizado por una marcada personalidad ilustrada que le llevó a trabajar como militar, político, ingeniero o profesor, además de realizar importantes aportaciones en numerosas disciplinas científicas, como la física, la astronomía, la botánica, la antropología o la mineralogía, tareas que estuvieron ligadas de una u otra forma a su carrera profesional como marino. La carrera militar de Antonio de Ulloa tuvo unos comienzos bien tempranos. Como sabemos por algunos de sus biógrafos, Ulloa inició su relación con la Armada en 1730, a la temprana edad de catorce años. Fue entonces cuando, con la intención de ingresar en la Real Armada, se trasladó desde su Sevilla natal a Cádiz, la ciudad en la que tenía su sede la Academia de Guardias Marinas, la institución docente en la que se formaban los futuros oficiales de la Marina. Cádiz era entonces una ciudad en alza, cuya importancia había ido creciendo paulatinamente desde el siglo XVI, según fue aumentando el volumen de los intercambios comerciales con América. Desde 1536, con el establecimiento del sistema de flotas, los buques se concentraban en La Habana para iniciar el viaje de vuelta y, desde allí, se adentraban en el océano Atlántico hasta alcanzar las costas de las islas Azores, desde donde eran escoltados hasta Sanlúcar o Cádiz. La navegación oceánica terminaba entonces, pero no ocurría lo mismo con los problemas del viaje. Las naves, muy cargadas, debían fondear frente a la desembocadura del Guadalquivir y esperar el momento idóneo para superar la barra de Sanlúcar de Barrameda y los bajos de la desembocadura del río que debía permitirles llegar hasta Sevilla. Todas estas dificultades trajeron como consecuencia la elección de la bahía de Cádiz como zona de descanso tras la travesía, donde las naves descargaban gran parte de sus mercancías para poder remontar sin problemas el río Guadalquivir. De esta forma, Cádiz, y su entorno geográfico (sobre todo Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María), fue tomando importancia como un punto clave de la descongestión del tráfico naval en el río Guadalquivir, pues la descarga en la bahía gaditana resultaba

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Antonio de Ulloa. Vida y obra de un ilustrado a través de su librería

Antonio de Ulloa en Cádiz. Los libros de la Academia de Guardias Marinas y su formación como marino científico.

Francisco José González.

Director técnico de Biblioteca y Archivo

Real Instituto Observatorio de la Armada.

El joven cadete Ulloa y Cádiz.

Antonio de Ulloa fue un personaje caracterizado por una marcada personalidad

ilustrada que le llevó a trabajar como militar, político, ingeniero o profesor, además de

realizar importantes aportaciones en numerosas disciplinas científicas, como la física, la

astronomía, la botánica, la antropología o la mineralogía, tareas que estuvieron ligadas

de una u otra forma a su carrera profesional como marino. La carrera militar de Antonio

de Ulloa tuvo unos comienzos bien tempranos. Como sabemos por algunos de sus

biógrafos, Ulloa inició su relación con la Armada en 1730, a la temprana edad de

catorce años. Fue entonces cuando, con la intención de ingresar en la Real Armada, se

trasladó desde su Sevilla natal a Cádiz, la ciudad en la que tenía su sede la Academia de

Guardias Marinas, la institución docente en la que se formaban los futuros oficiales de

la Marina.

Cádiz era entonces una ciudad en alza, cuya importancia había ido creciendo

paulatinamente desde el siglo XVI, según fue aumentando el volumen de los

intercambios comerciales con América. Desde 1536, con el establecimiento del sistema

de flotas, los buques se concentraban en La Habana para iniciar el viaje de vuelta y,

desde allí, se adentraban en el océano Atlántico hasta alcanzar las costas de las islas

Azores, desde donde eran escoltados hasta Sanlúcar o Cádiz. La navegación oceánica

terminaba entonces, pero no ocurría lo mismo con los problemas del viaje. Las naves,

muy cargadas, debían fondear frente a la desembocadura del Guadalquivir y esperar el

momento idóneo para superar la barra de Sanlúcar de Barrameda y los bajos de la

desembocadura del río que debía permitirles llegar hasta Sevilla.

Todas estas dificultades trajeron como consecuencia la elección de la bahía de

Cádiz como zona de descanso tras la travesía, donde las naves descargaban gran parte

de sus mercancías para poder remontar sin problemas el río Guadalquivir. De esta

forma, Cádiz, y su entorno geográfico (sobre todo Sanlúcar de Barrameda y El Puerto

de Santa María), fue tomando importancia como un punto clave de la descongestión del

tráfico naval en el río Guadalquivir, pues la descarga en la bahía gaditana resultaba

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

mucho más cómoda a unos grandes navíos que no podían navegar sin grandes difi-

cultades por la ruta fluvial hasta Sevilla. Por otro lado, no hay que olvidar que, gracias a

su situación geográfica, Cádiz se convirtió en la base de dos grandes flotas militares a lo

largo del siglo XVII: la Armada del Mar Océano, encargada de la defensa del litoral

peninsular, y de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias, que escoltaba a los

galeones que cruzaban el Atlántico1.

Con estos antecedentes, Cádiz terminaría sustituyendo a Sevilla en todo lo

relacionado con el tráfico marítimo y con el comercio ultramarino a lo largo del siglo

XVIII. En 1714, Felipe V ordenó la unificación de las diez armadas entonces existentes

bajo el mando de la Secretaría de Despacho de Marina e Indias2. Fue entonces cuando

se creó el Departamento Marítimo de Cádiz. Paralelamente, en 1717, se tomó la

decisión oficial de trasladar la Casa de la Contratación desde Sevilla a Cádiz, decisión

que convertiría a la bahía gaditana en la principal base naval española. Como

consecuencia, a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII, se fueron estableciendo en

Cádiz diversas dependencias de la nueva Marina surgida de la reorganización impulsada

por los primeros gobiernos borbónicos. Entre todas estas instituciones militares (Cuartel

de Batallones y Brigadas, Vigías, Vicariato Castrense, Imprenta, Capitanía General)

tendríamos que destacar especialmente aquellas con las que Antonio de Ulloa tuvo una

directa relación durante su estancia en Cádiz, la Real Compañía de Guardias Marinas y

su Academia ambas instaladas en el Castillo de la Villa3.

Nuestro personaje, Antonio de Ulloa, llegó a Cádiz en 1730 con la intención de

ingresar en la citada Academia de Guardias Marinas para convertirse en oficial de la

1 La importancia de la bahía de Cádiz en las comunicaciones con América durante el siglo XVIII, fue

estudiada con detalle por GARCÍA-BAQUERO, A. (1988): Cádiz y el Atlántico (1717-1778), Diputación

Provincial, Cádiz. 2 En las primeras décadas del siglo XVIII, tras la instauración de la dinastía borbónica y el final de la

Guerra de Sucesión, se abrió en España un período de paz y crecimiento económico, en el que los nuevos

monarcas impulsaron una política dirigida hacia la recuperación de España como potencia política y

económica de primer orden. El poder naval español había estado organizado en el último período de los

Austrias en armadas para el océano (Flandes, del Mar Océano, de la Guarda de la Carrera de Indias, del

Mar del Sur, de Barlovento) y escuadras para el Mediterráneo (España, Génova, Nápoles y Sicilia). Se

trataba de una flota anticuada e inconexa, que hacía muy difícil la estructuración de un sistema naval

capaz de defender los extensos dominios ultramarinos de la Corona española ante las amenazas, cada vez

más importantes, de otras potencias como Francia e Inglaterra. GONZÁLEZ, Francisco J. (2006): “Del

“arte de navegar” a la navegación astronómica: técnicas e instrumentos de navegación en la España de la

Edad Moderna”, PI CORRALES, Magdalena de Pazzis (coord.) (2006), Armar y marear en los siglos

modernos (XV-XVIII), Universidad Complutense, Madrid, pp. 135-166. 3 El llamado Castillo de la Villa, una antigua fortaleza medieval que había sido utilizada como almacén de

pólvora hasta 1648, fue el edificio elegido para albergar el cuartel de la Real Compañía de Guardias

Marinas y su Academia a partir de 1717. Véase FRESNADILLO, R. (1989): El Castillo de la Villa de

Cádiz (1467?-1947): una fortaleza medieval desvanecida, Fundación Municipal de Cultura, Cádiz.

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Real Armada. Sin embargo, parece ser que a su llegada a la ciudad el cupo anual para el

ingreso en la mencionada institución docente ya estaba cubierto, por lo que su familia

decidió procurarle la tutela del Jefe de Escuadra Manuel López Pintado, marqués de

Torreblanca, que estaba al mando de la escuadra de galeones que aquel verano partía

desde Cádiz con destino a las Antillas. De esta forma, y en espera de su definitivo

ingreso en la Academia, podría aprovechar el tiempo hasta el inicio del siguiente curso,

adquiriendo práctica marinera y cumpliendo por adelantado los obligatorios periodos de

embarque exigidos a los cadetes. El joven Ulloa embarcó entonces en el galeón San

Luis zarpando hacia las Antillas en un viaje de ida y vuelta que se alargaría durante un

largo periodo de más de dos años, hasta su regreso a Cádiz en septiembre de 1732.

Desde la fecha de su vuelta a Cádiz, y hasta su definitivo ingreso en la Academia de

Guardias Marinas como cadete, transcurrieron unos meses en los que diversos autores

que han estudiado la figura de nuestro personaje sitúan su mayor esfuerzo en la

preparación de las materias exigidas a los futuros oficiales por los planes de estudios de

la Academia4.

Su entorno familiar nos lleva a pensar que, en los años previos a su embarque en

Cádiz, Antonio de Ulloa ya debió recibir en Sevilla una completa preparación

académica. Una preparación que, sin lugar a dudas, habría de permitirle cursar con

cierta facilidad los estudios necesarios para convertirse en oficial de la Real Armada en

la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. Si a ello añadimos la experiencia práctica

adquirida durante su travesía del Atlántico, y el más que seguro contacto mantenido a su

regreso con los profesores y los libros de la Academia, podremos entender el éxito

obtenido por el joven sevillano en los exámenes de ingreso desarrollados en noviembre

de 1733, unos exámenes en los que causó una excelente impresión a los miembros del

tribunal de la Academia encargado de examinar a los aspirantes. Lo cierto es que los

profesores de la Academia valoraron tan positivamente su preparación teórica que Ulloa

fue dispensado de cursar los dos primeros semestres de la formación académica en ella

impartida, para pasar directamente a un destino embarcado. Así, según se desprende de

su historial militar, solo un mes más tarde de su ingreso como guardiamarina, Antonio

de Ulloa embarcó con destino a Nápoles en el navío Santa Teresa, en un viaje de

instrucción que de nuevo le mantendría alejado de Cádiz durante varios meses, hasta su

regreso en diciembre de 1734.

4 LOSADA, M. y VARELA, C. (eds.) (1995): Actas del II Centenario de Don Antonio de Ulloa, Escuela

de Estudios Hispano-Americanos (CSIC), Sevilla. Prólogo de Antonio Domínguez Ortiz.

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

No deja de causar asombro la capacidad de Ulloa como autodidacta, sobre todo si

tenemos en cuenta el breve tiempo dedicado a su paso por las aulas de la Academia. No

obstante, llegados a este punto, convendría hacer un breve repaso a las enseñanzas

impartidas en la academia gaditana y a las técnicas de navegación empleadas en los

navíos españoles durante la primera mitad del siglo XVIII. Sin duda, ello nos permitirá

acercarnos mejor a los conocimientos científicos y técnicos demostrados a sus

superiores por Antonio de Ulloa en estos primeros años de su formación como marino

ilustrado.

La Academia de Guardias Marinas de Cádiz.

A principios del siglo XVIII el buque militar era concebido como una máquina

de guerra de diseño avanzado, de ahí que todas las naciones que se tenían por potencias

marítimas considerasen imprescindible la creación de cuerpos de oficiales con la

adecuada formación técnica para su manejo. Como ya se ha dicho, la Academia de

Guardias Marinas había sido creada por José Patiño en 1717, como el Departamento

Marítimo de Cádiz y el Arsenal de La Carraca, dentro de la política reformista

impulsada por Felipe V con la intención de recuperar el poderío marítimo español5.

Partiendo de estas premisas, parecía claro que la nueva Academia fundada en Cádiz sí

que podría conseguir lo que no había logrado el Colegio de San Telmo de Sevilla tras su

creación en 1682: la formación de personas con un buen conocimiento del pilotaje. Sin

lugar a dudas, parece evidente que la elección de Francisco Antonio de Orbe, Piloto

Mayor de la Casa de la Contratación, y de Pedro Manuel Cedillo, profesor del citado

Colegio de San Telmo, como primeros responsables académicos de la nueva institución

docente gaditana iba encaminada hacia ese objetivo.

5 Los acontecimientos bélicos de los primeros años del XVIII, habían dejado a la anticuada flota del siglo

XVII en una pésima situación. Como consecuencia, una de las primeras medidas tomadas por Felipe V

sería el nombramiento de José Patiño en 1717 como Intendente General de Marina, cuya principal misión

debía ser impulsar la reorganización del poderío naval español, algo que al monarca parecía indispensable

para elevar a España de nuevo a la categoría de potencia de primer orden. Patiño acumuló numerosas

atribuciones relacionadas con la política naval: suministro de provisiones, política forestal, construcción

naval, presidencia del Tribunal de la Casa de la Contratación. Fue, también, el impulsor de los grandes

arsenales del XVIII (La Carraca, El Ferrol, Cartagena y La Habana) y de las industrias relacionadas con la

construcción naval (brea, cordaje, aparejos). GONZÁLEZ, Francisco J. (2006): “Del “arte de navegar” a

la navegación astronómica: técnicas e instrumentos de navegación en la España de la Edad Moderna”, PI

CORRALES, Magdalena de Pazzis (coord.) (2006), Armar y marear en los siglos modernos (XV-XVIII),

Universidad Complutense, Madrid, pp. 135-166.

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José Patiño, como Intendente General de Marina, comprendió la urgencia de

reclutar y formar nuevos oficiales para la Armada. Con la creación de la Academia de

Guardias Marinas de Cádiz, intentó organizar la formación de una oficialidad instruida

procedente de la baja nobleza, a la que quería dar una ocupación militar digna de su

rango. Patiño pretendió, desde un primer momento, que los cadetes de la academia

gaditana pudiesen adquirir en ella los conocimientos necesarios para asimilar e

introducir en nuestro país todas las novedades científicas que pudiesen tener una

aplicación práctica y positiva en cualquiera de los aspectos relacionados con la

navegación. Y para intentar conseguirlo estableció un ambicioso plan de estudios en el

que se incluyeron, distribuidas en dos períodos semestrales, las siguientes materias:

geometría, trigonometría, cosmografía, náutica, fortificación, artillería, armamento,

danza, manejo de fusil, evolución militar, construcción naval y maniobra de navíos6.

Una vez superado este período académico inicial, los cadetes debían embarcar para

ejercitarse en el pilotaje y la hidrografía, practicando la construcción de la rosa de los

vientos, la formación del diario de navegación, las observaciones astronómicas dirigidas

a establecer la máxima altura del Sol sobre el horizonte, y, finalmente, el uso de la

corredera y de las cartas de navegación.

Este sería, por tanto, el plan de estudios que fue exigido al cadete Antonio de

Ulloa para su formación en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. En definitiva,

se trataba de impartir a los futuros oficiales de la Armada los conocimientos náuticos

que la Casa de la Contratación había exigido a los pilotos de la carrera de Indias desde

el siglo XVI en adelante, una exigencia totalmente válida hasta la segunda mitad del

siglo XVIII, justo cuando se estaba generalizando la utilización de los nuevos métodos

para determinar la longitud en alta mar. Un informe firmado por Pedro Manuel Cedillo

en 1732, nos permite conocer de forma un poco más precisa la instrucción recibida por

los cadetes en la época en la que Antonio de Ulloa se formaba como oficial de la

Armada. Según este documento, los alumnos de la academia gaditana estudiaban

aritmética, geometría elemental, trigonometría plana y esférica, artillería, cosmografía,

conceptos básicos de astronomía, construcción y manejo de instrumentos náuticos y

6 La organización interna de esta nueva institución docente quedó establecida en un documento fechado

en Cádiz unos meses después de su fundación, la Instrucción para el gobierno, educación, enseñanza y

servicio de los Guardias Marinas, y obligación de sus oficiales y maestros de facultades (Cádiz, 15 de

abril de 1718). Archivo General de Simancas, Guerra Moderna, Legajo 3003. Citado por LAFUENTE, A.

y SELLÉS, M. (1988): El Observatorio de Cádiz (1753-1831), Ministerio de Defensa, Madrid.

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trigonometría aplicada a la navegación7. Y para ello utilizaban unos textos muy

concretos: los Elementos geométricos de Euclides de Jacobo Kresa (Bruselas, 1689) y

algunos de los tomos del Compendio matemático de Tosca (Valencia, 1709-1715),

además de los libros escritos por el propio Cedillo, el Compendio del arte de la

navegación (Sevilla, 1717) y la Trigonometría aplicada a la navegación (Sevilla,

1718).

Sin embargo, algunos documentos de la época permiten afirmar que la realidad

no era tan perfecta, y que los futuros oficiales nunca llegaron a cursar con detenimiento

todas las materias incluidas en el citado plan de estudios8. No obstante, y pesar de las

dificultades encontradas en su organización, poco tiempo más tarde podrían apreciarse

los primeros resultados del proyecto académico ideado por José Patiño. Gracias a este

plan de estudios, y sólo quince años después de su creación, la Academia parecía estar

preparada para proporcionar a la Corona un personal especializado capaz de dirigir

importantes expediciones científicas ultramarinas o de participar en trabajos científicos

de cierto nivel, como la expedición organizada por la Academia de Ciencias de París

para poner fin a la discusión sobre la verdadera figura de la Tierra, de la que hablaremos

un poco más adelante.

En este contexto, no debe extrañarnos que, ya en la década de 1730, la Armada

iniciase una serie de reformas en los estudios de la Academia orientadas a convertir

definitivamente en realidad la institución pensada unas décadas atrás por Patiño. Como

consecuencia de ello, en 1735 fue aprobado un nuevo plan de tareas para la Academia

propuesto por Diego Bordick, Brigadier Ingeniero Director de los Ejércitos de S.M.

Según esta nueva Instrucción, las materias a estudiar seguían coincidiendo en líneas

generales con las impartidas en la época de Cedillo. Sin embargo, a partir de entonces,

los profesores debían enseñar a los cadetes a pensar lógicamente, pues la filosofía de la

enseñanza en este nuevo plan, más acorde con las necesidades de un ingeniero que con

las de un navegante, buscaba aumentar considerablemente el tiempo dedicado a la

7 Escrito de Pedro Manuel Cedillo al marqués de Marí, 21 de septiembre de 1732. Archivo General de

Simancas, Marina, Legajo 95. Citado por LAFUENTE, A. y SELLÉS, M. (1988): El Observatorio de

Cádiz (1753-1831), Ministerio de Defensa, Madrid, p. 65. 8 Fueron muchos los obstáculos encontrados por los responsables de la Academia en sus primeros años de

funcionamiento, algunos derivados de la propia organización del centro y otros más relacionados con la

mentalidad de unos alumnos poco predispuestos al estudio. Como afirman Lafuente y Sellés, “entre todos

los obstáculos que limitaban las posibilidades de la Academia en tanto que centro educativo y científico,

pocos tan decisivos como la resistencia de los cadetes a conceder importancia a sus estudios matemáticos

y técnicos”. LAFUENTE, A. y SELLÉS, M. (1988): El Observatorio de Cádiz (1753-1831), Ministerio

de Defensa, Madrid, p. 62.

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práctica matemática mediante la resolución de problemas, especialmente de los

problemas relacionados con la aplicación de los métodos de la navegación astronómica.

Ulloa embarcado. El aprendizaje de las técnicas de navegación.

Esos métodos de navegación, que fueron perfeccionados paulatinamente por los

navegantes europeos a lo largo de la Edad Moderna, resultaban imprescindibles para el

óptimo desarrollo de la exploración marítima del planeta. Al fin y al cabo nos referimos

a unas nuevas técnicas e instrumentos que buscaron solucionar, desde el primer

momento, la principal incógnita a la que un marino se enfrenta en la inmensidad del

océano: el conocimiento de la posición geográfica de su nave en cualquier momento de

la travesía. Pero lo cierto es que, durante los siglos que coincidieron con los grandes

descubrimientos, los navegantes contaron con muy pocos medios para realizar una

travesía oceánica segura en sus grandes viajes por los mares de todo el planeta.

Las cuatro principales determinaciones que eran objeto del arte de navegar ya

quedaron perfectamente definidas a lo largo del siglo XVI: el rumbo, que se

determinaba con ayuda de la aguja náutica y se representaba en la carta; la distancia,

que se calculaba con ayuda de la experiencia del piloto y con la corredera de barquilla;

la latitud, que se obtenía mediante observaciones astronómicas; y, por último, la

longitud, que se deducía de los datos obtenidos en las anteriores determinaciones. Con

esos datos el piloto procedía a efectuar una operación denominada echar el punto,

consistente en intentar reflejar la situación del buque en la carta náutica. El método más

tradicional, consistente en mantener un rumbo y estimar la distancia navegada, permitía

a los pilotos obtener el llamado punto de fantasía. Si, además del rumbo, el navegante

contaba con una buena determinación de la latitud, el punto marcado en la carta recibía

el nombre de punto de escuadría. Y había otra opción más para situar la nave en la

carta, el método de altura y distancia desarrollado por los marinos portugueses, basado

en el uso de datos fiables de latitud y distancia navegada, datos que permitían al piloto

echar el llamado punto de fantasía y altura. De todas formas, como es fácil de imaginar,

la precisión conseguida en todas estas operaciones era bastante escasa, aunque eso no

supuso ningún obstáculo para que los marinos peninsulares navegasen durante varios

siglos por los mares de todo el planeta.

No obstante, tras el descubrimiento de América, y del gran espacio oceánico del

Pacífico, sería cada vez más necesario el hallazgo de un método fiable para determinar

la longitud, un método que permitiese fijar con exactitud la posición de los buques en la

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

inmensidad de grandes océanos como el Atlántico y el Pacífico. Ciertamente, la

longitud es fácil de determinar en la mar si se puede calcular con precisión la diferencia

horaria entre la posición de un buque y un punto de referencia, por ejemplo el puerto de

partida (utilizado en este caso como meridiano cero). Y esto es así porque existe una

relación directa entre la diferencia de longitud y la mencionada diferencia horaria. Por

lo tanto, sólo era necesario determinar simultáneamente la hora local y la hora del punto

de partida para poder compararlas9. No obstante, habría que esperar hasta bien entrado

el siglo XVIII para el desarrollo de unos métodos prácticos que solucionasen este

sencillo problema teórico.

A finales del siglo XVI, en 1598, España se convirtió en la primera nación

convocante de un concurso de carácter internacional para buscar una solución a este

problema. Posteriormente, la iniciativa tomada por España fue secundada por los Países

Bajos, Francia e Inglaterra, que también ofrecieron importantes premios para aquella

persona que aportase una solución válida que permitiese una determinación precisa de la

longitud desde un navío. Fueron muchos los métodos propuestos en los mencionados

concursos, pero casi todos resultaron poco adecuados para su ejecución en alta mar.

Finalmente, sólo dos de las soluciones propuestas terminarían siendo viables: una

solución astronómica, basada en la observación de las posiciones de la Luna, y una

solución mecánica, que proponía la utilización de relojes portátiles. Dos soluciones muy

distintas, aunque ambas exigían, como veremos a continuación, el diseño de nuevos

instrumentos de astronomía náutica, la realización de observaciones astronómicas y el

empleo de unos cálculos matemáticos de cierta complejidad, poco habituales entre los

marinos de aquella época.

El primero de estos métodos, el método de las distancias lunares, estaba basado

en la utilización del desplazamiento de la Luna respecto a las estrellas como si de un

cronómetro universal se tratase. La Luna es el astro que se mueve con más velocidad

sobre la esfera celeste y se comporta, por tanto, como la manecilla de un reloj que va

pasando sobre un fondo de estrellas de referencia. En líneas generales, la práctica del

9 Dado que la Tierra tarda 24 horas en completar una vuelta sobre su propio eje, efectuando una

revolución de 360º, cada una de esas 24 horas equivale a 15º de longitud. Por lo tanto, si en un viaje

oceánico concluimos, mediante observaciones astronómicas para determinar la hora local, que son las

10.00 horas y sabemos que en Cádiz, el lugar desde el que zarpó nuestro navío, son las 12.00 horas en ese

mismo instante, podemos afirmar que la diferencia de longitud de nuestra situación respecto a Cádiz es de

30º al Oeste (15º por cada hora de diferencia). Véase GONZÁLEZ, Francisco J. (2014): “Métodos e

instrumentos de navegación en las expediciones de exploración del Mar del Sur”, MONTERO LLÁCER,

Francisco J. (coord.) (2014): El Océano Pacífico: conmemorando 500 años de su descubrimiento,

Fundación Ramón Areces, Madrid, pp. 99-113.

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método consistía en comparar el lugar en el que el navegante observaba la Luna en alta

mar con aquel que debería ocupar si fuese observada en el meridiano del puerto de

partida, para así deducir la diferencia de longitud entre ambos puntos. Para poder aplicar

este método era necesario predecir con exactitud, y con mucha antelación, tanto las

posiciones de determinadas estrellas de referencia como los movimientos de la Luna,

además de disponer de instrumentos de observación capaces de medir las distancias

angulares necesarias con la suficiente precisión. Por eso, aunque podemos encontrar su

primera descripción en los comentarios a la traducción de la Geografía de Ptolomeo

realizada en 1514 por Johann Werner, el método de las distancias lunares no pudo ser

utilizado por los navegantes hasta la segunda mitad del siglo XVIII, tras la publicación

de las primeras tablas fiables de movimientos de la Luna por Tobías Mayer (1755) y el

desarrollo de los llamados instrumentos de reflexión, una nueva generación de aparatos

capaces de medir ángulos desde un buque en movimiento entre los que pronto

destacaría el sextante (1759), que rápidamente se consolidó como el instrumento más

apropiado para la práctica de este método.

El otro método perfeccionado en el siglo XVIII para solucionar el problema de

la longitud fue, como antes hemos comentado, el método del traslado de la hora. Este

método pretendía solucionar el problema de la forma más sencilla posible: el buque

debía zarpar con un reloj que conservase la hora del meridiano del punto de partida y,

una vez en alta mar, los navegantes debían deducir mediante observaciones

astronómicas la hora local del punto donde se hallaba situado el buque. De esta forma,

la diferencia entre la hora local obtenida por observaciones astronómicas y la hora del

meridiano de origen que se guardaba en el reloj permitiría deducir la diferencia de

longitud entre la posición de la nave y el punto de partida, que hacía las veces de

meridiano de referencia (a razón de 15º de longitud por cada hora de diferencia, como

ya hemos visto). Se trata de un método bien sencillo. De hecho, la propuesta sobre el

uso de relojes en la solución del problema de la longitud ya fue incluida en la obra De

principiis astronomiae et cosmographiae, publicada por Gemma Frisius en 1530. Sin

embargo, la construcción de relojes capaces de soportar una navegación oceánica sin

pérdida de precisión resultó bastante problemática con los medios técnicos disponibles

en los siglos XVI y XVII. Habría que esperar hasta que, transcurridas las primeras

décadas del siglo XVIII, el relojero inglés John Harrison diseñase y construyese los

primeros cronómetros marinos a partir de 1735, unas máquinas de relojería moderna

que evitaban el uso del péndulo en su maquinaria mediante nuevos y precisos

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mecanismos de reducido tamaño, que abrieron una nueva era para la relojería de

precisión y, por supuesto, también para la navegación.

La fructífera colaboración de Antonio de Ulloa con Jorge Juan

Precisamente en aquellos mismos años, en los que Jorge Juan y Antonio de Ulloa se

preparaban para ser oficiales de la Armada, algunos científicos europeos discutían sobre

un problema fundamental para la ciencia de la época, la forma de nuestro planeta. En

Francia, los partidarios de las propuestas de Giovanni Domenico Cassini, describían a

nuestro planeta como un esferoide oblongo achatado por el ecuador. En Londres,

mientras tanto, los seguidores de Isaac Newton defendían lo contrario, pues la Tierra era

para ellos un esferoide de rotación achatado por los polos. Fue entonces cuando algunos

académicos franceses propusieron realizar un gran experimento práctico que permitiese

solucionar la polémica y determinar lo que ellos llamaban la verdadera figura de la

Tierra, experimento que consistiría en la medición de un arco de meridiano en dos

lugares bien distantes (cerca del polo Norte y junto al Ecuador). Para llevar a cabo estas

mediciones se proyectaron dos expediciones científicas: una a Laponia y otra al

Virreinato del Perú. La expedición destinada al Perú, dirigida por Louis Godin, trabajó

en las cercanías de la ciudad de Quito entre 1735 y 1744, contando con la participación

de otros dos académicos franceses, Charles Marie de La Condamine y Pierre Bouguer.

Estos académicos, como condición impuesta por el Gobierno español, tuvieron que

aceptar la compañía de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, dos jóvenes marinos españoles

que habían destacado por sus resultados académicos en las materias consideradas como

científicas durante sus estudios en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz10

.

El objetivo concreto de la expedición al ecuador era efectuar la medida de un

grado de meridiano, para poder compararla con la obtenida por la otra expedición y así

cuantificar la variación de la curvatura de la superficie terrestre según la latitud de los

lugares elegidos. Los trabajos desarrollados por los expedicionarios que viajaron al

Virreinato del Perú pueden ser agrupados en dos grupos: las operaciones geodésicas

(reconocimiento de una amplia franja de terreno) y las operaciones astronómicas

(determinación precisa del meridiano y medición del arco recorrido). La fase geodésica

10

No obstante, la participación en la iniciativa francesa supuso para ellos un tremendo reto profesional.

Como llegó a afirmar Benito Bails “es de suponer lo mucho que tuvieron que aplicarse para ampliar lo

que sabían, que, aunque no poco para su edad y época, era no más que la geometría elemental, algo de

cálculo, las trigonometrías plana y esphérica, principios de astronomía, la geographía, la náutica y otras

que no son del caso”. Biblioteca Nacional de España, ms. 7406, fol. 29. Citado por GUILLÉN, Julio F.

(1936): Los tenientes de navío Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral y la

medición del meridiano, Imp. Galo Sáez, Madrid.

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Antonio de Ulloa. Vida y obra de un ilustrado a través de su librería

consistió en medir la distancia entre dos puntos de ese arco lo suficientemente alejados

mediante una precisa triangulación. Más adelante, en la fase astronómica de los trabajos

se procedió a determinar la posición de los extremos de la triangulación geodésica

(latitud y longitud), y con ella la amplitud del arco de meridiano11

.

Antonio de Ulloa regresó a Europa en 1744, después de casi diez años de

ausencia. Junto a Jorge Juan trabajó intensamente en la preparación de los resultados del

viaje, lo que les permitió adelantarse a los académicos franceses en la publicación de unos

resultados que demostraban la veracidad de la teoría de Newton12

. Pero los resultados

obtenidos en la expedición al ecuador, y su comparación con los de Laponia, no sólo

sirvieron para confirmar la validez de las ideas del científico británico sobre de la forma

de la Tierra. Para España, la expedición a Quito tuvo un valor añadido muy especial.

Gracias a ella, los dos jóvenes oficiales de la Armada española que habían participado en

los trabajos propuestos por los integrantes de la Academia Real de Ciencias de París se

convirtieron en magníficos científicos, después de haber tomado contacto durante varios

años con algunos de los más importantes académicos europeos del momento.

Mientras tanto, coincidiendo con el reinado de Fernando VI, la Marina impulsó

en aquellos mismos años un nuevo período de reformas que afectaría directamente al

funcionamiento de la Academia en la que se habían formado Antonio de Ulloa y Jorge

Juan. Las Ordenanzas de S.M. para el gobierno militar, político y económico de su

Armada Naval, publicadas en Madrid en 1748, incluyeron algunos artículos que

reformaron la organización de la institución docente gaditana. A partir de entonces, los

alumnos de la Academia debían seguir tres cursos o clases, en las que estudiarían las

siguientes disciplinas: aritmética inferior, geometría elemental y trigonometría (en el

primer curso); trigonometría esférica, cosmografía y navegación práctica (en el segundo

curso); y, por último, mecánica, geografía, hidrografía y astronomía (en el tercer curso).

Además, según lo estipulado en las citadas Ordenanzas, aquellos alumnos que

demostrasen su capacidad, podrían aplicarse al estudio de las ciencias matemáticas más

11

Finalmente, la comparación de los resultados de ambas expediciones terminaría confirmando la

hipótesis de Newton sobre la forma de la Tierra, dando lugar a la que sería la primera comprobación

experimental de las teorías del científico inglés. Sobre este asunto, véase LAFUENTE, A. y DELGADO,

Antonio J. (1984): La geometrización de la Tierra: Observaciones y resultados de la expedición

geodésica hispano-francesa al virreinato del Perú (1735-1744), CSIC, Madrid. 12

A la vuelta del viaje, Antonio de Ulloa y Jorge Juan publicaron los resultados de su trabajo en dos

obras que pueden ser consideradas como el punto de partida de la ciencia moderna en España: las

Observaciones astronómicas y phísicas hechas de orden de S. Mag. en los reynos del Perú y la Relación

histórica del viage a la América Meridional hecho de orden de S. Mag. para medir algunos grados de

meridiano terrestre (ambas publicadas en 1748, en las madrileñas imprentas de Juan de Zúñiga y Antonio

Marín).

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

abstractas y difíciles, como el álgebra y la geometría superior, siguiendo las

inclinaciones naturales de cada uno de ellos. Es en este punto donde podemos encontrar,

seguramente, el germen de aquello que, sólo unos años más tarde, sería conocido con el

nombre de cursos estudios mayores, en los que ampliarían su formación científica

muchos de los marinos científicos que participaron en los grandes proyectos de

exploración geográfica y de cartografía náutica impulsados por la Armada durante las

dos últimas décadas del siglo XVIII.

Los fondos de la Biblioteca de la Academia de Guardias Marinas.

Ya hicimos anteriormente algún comentario sobre el carácter autodidacta de la

formación científica de Antonio de Ulloa, al hablar de su traslado a Cádiz para ingresar

en la Academia de Guardias Marinas. Sin embargo, sería conveniente volver a este

asunto pues, gracias a la conjunción entre su formación previa y la adquirida en Cádiz,

la Marina pudo contar con nuestro personaje para que protagonizase junto a Jorge Juan

la colaboración española en la expedición científica al Virreinato del Perú planteada por

los académicos franceses. Antonio de Ulloa encontró en la academia gaditana una

magnífica biblioteca cuyos fondos le permitieron, sin lugar a dudas, ampliar gran parte

de sus conocimientos previos. Para completar estos conocimientos, Antonio de Ulloa

pudo consultar los magníficos fondos bibliográficos con los que ya contaba la

Academia de Guardias Marinas. Poco sabemos sobre los primeros años de esta

colección bibliográfica, pero parece evidente que desde un primer momento los

responsables de la Academia consideraron muy conveniente la adquisición de

bibliografía procedente del extranjero, pues los futuros oficiales de la Armada debían

tener a su disposición durante los tres años que duraba su formación los avances e

investigaciones de los científicos europeos, unos avances científicos e intelectuales de

los que España había permanecido aislada desde finales del siglo XVI.

Los jefes de la Armada habían buscado en todo momento que la Academia

gaditana mantuviese el equilibrio entre la formación castrense propia de unos cadetes

militares y la formación científica necesaria para el dominio de los mares, pues el

conocimiento de la matemática y de la física aparecía ya en estas fechas como

imprescindible para todo lo relacionado con la construcción, gobierno y maniobra de los

navíos que los futuros oficiales de Marina estaban llamados a dirigir. No hay que

olvidar lo estipulado al respecto en las Ordenanzas de 1748, en las que la Academia

aparecía descrita como un centro de enseñanza donde los futuros oficiales debían

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Antonio de Ulloa. Vida y obra de un ilustrado a través de su librería

adquirir el cúmulo de saberes que les facultarían para estar al frente de navíos y

fragatas, las máquinas de guerra más avanzadas de la época13

.

La necesidad de libros de texto para estudiar estos avances llevó a los

responsables de la Academia a fomentar la preparación de manuales por parte de los

profesores, y a impulsar la adquisición de obras especializadas en el extranjero cuando

esta primera medida no fuese suficiente14

. A ello habría que añadir las necesidades

bibliográficas derivadas de la posibilidad de ampliación de estudios reservada a los

alumnos más aplicados y juiciosos, unos alumnos a los que las citadas Ordenanzas de

1748 autorizaban a profundizar en aquellas ciencias para las que tuvieran mayor

inclinación, una vez superado el aprendizaje de las materias incluidas en el plan de

estudios de la Academia15

. De esta forma, este centro terminó convirtiéndose en una

verdadera academia de matemáticas, en la que tanto el plan de estudios como la

actividad de los profesores estaban dirigidos hacia la enseñanza de las principales

materias científicas y técnicas relacionadas con la navegación. Y para ello resultaba

imprescindible contar con unos fondos bibliográficos actualizados que, junto a una

buena colección de instrumentos náuticos, debían convertirse en una magnífica

herramienta docente.

Una consecuencia directa de esta evolución que acabamos de describir fue, sin

duda, el aumento del patrimonio bibliográfico acumulado en la Biblioteca de la

Academia, cuyos fondos podemos conocer gracias a un documento titulado "Relación

de la librería de la Academia del Cuerpo de Caballeros Guardias Marinas según el

cargo que de ellos tiene hecho el Director de Estudios Dn. Vicente Tofiño y

subdelegado en el Maestro de Idiomas y traductor de Facultades Mathemáticas Dn.

13

Decía el matemático Benito Bails al hablar de los barcos de guerra “Es el navío la máquina más

portentosa que han inventado la industria y codicia de los hombres; para su manejo han de obrar una

infinidad de máquinas con tan estremada precisión y concierto, que de atrasarse o anticiparse un instante

una maniobra pende el destino de la nave”, BAILS, Benito (1779): “Elogio de Juan Don Jorge”,

Elementos de matemáticas, Tomo I, Imp. Joaquín Ibarra, Madrid, Tomo I, , p. 17. 14

Como dice el profesor García Hurtado: “un oficial nunca deja de estudiar y de tener como compañeros

inseparables a los libros y a los mapas. El trato habitual con los impresos y su posesión marca la

diferencia entre quienes cumplen con su deber y los que hacen dejación del mismo”. GARCÍA

HURTADO, Manuel-Reyes (en prensa): “Un océano de papel. Libros para formar guardias marinas”,

Actas del Congreso Internacional Jorge Juan Santacilia (1713-1773) en la España de la Ilustración,

Universidad de Alicante, 14-16 de octubre de 2013. 15

Las Ordenanzas de 1748 establecieron que los libros de la Biblioteca de la Academia serían de uso

exclusivo para los profesores de la misma, aunque contemplaban la posibilidad de su utilización por

aquellos alumnos que destacasen en sus conocimientos (Tratado VII, Título VI, Art. XXI). Citado por

GARCÍA HURTADO, Manuel-Reyes (en prensa): “Un océano de papel. Libros para formar guardias

marinas”, Actas del Congreso Internacional Jorge Juan Santacilia (1713-1773) en la España de la

Ilustración, Universidad de Alicante, 14-16 de octubre de 2013.

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

Joseph Carbonell Bibliotecario de ella..." (1775) 16

. Según este documento, al inicio del

último tercio del siglo XVIII, la Academia de Guardias Marinas de Cádiz tenía en las

estanterías de su biblioteca cerca de mil trescientos volúmenes, entre los que ya se

encontraban las obras de los autores más destacados de la ciencia moderna (Newton,

Boyle, Hooke, Riccioli, Galileo, Huygens, Fermat, Bernouilli), los tratados españoles de

interés para las disciplinas impartidas en sus planes de estudios (incluyendo los tratados

de navegación del siglo XVI) y, por supuesto, la mayor parte de los libros publicados en

la Europa del siglo XVIII sobre matemáticas, náutica, astronomía, geografía,

construcción naval, artillería, física o historia marítima. En definitiva, unos fondos

bibliográficos que, sin duda, permitieron acceder a ciertos cadetes como Antonio de Ulloa

o Jorge Juan a un profundo conocimiento de las teorías físicas y astronómicas surgidas del

desarrollo del fenómeno intelectual conocido como revolución científica, desarrollado en

el resto de Europa durante los siglos XVI y XVII, y al aprendizaje de nuevas herramientas

matemáticas, como el cálculo infinitesimal, cuyo uso resultaba imprescindible en las

aplicaciones prácticas de las citadas teorías.

Muchos de los libros anotados en la relación preparada en 1775 por el

bibliotecario de la Academia pueden ser localizados en la actualidad en las estanterías

de las tres grandes bibliotecas históricas que hoy día conserva la Armada española: la

Biblioteca Central de Marina (Madrid), la Biblioteca del Museo Naval (Madrid) y la

Biblioteca del Real Observatorio de la Armada (San Fernando)17

. Como veremos a

continuación, si hacemos un detenido repaso de las obras incluidas en la relación de

1775 que fueron publicadas antes de 1730, y que en la actualidad todavía se conservan

en la Biblioteca del Real Instituto y Observatorio de la Armada (San Fernando),

podremos apreciar perfectamente la calidad de los libros que estuvieron a disposición de

los profesores y los cadetes de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz durante las

primeras décadas del siglo XVIII, especialmente en materias como las matemáticas, la

física, la astronomía o la navegación.

16

Archivo del Museo Naval de Madrid, ms. 1181, 271-294. 17

En 1827 ingresaron en la Biblioteca del Observatorio más de cinco mil nuevos volúmenes, a raíz de la

clausura de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, según podemos constatar en el documento

titulado Inventario de los libros existentes en la Biblioteca formada en este Real Observatorio y

compuesta de la antigua de la Compañía de Guardias Marinas y de la del Museo proyectado en la Nueva

Población de San Carlos, firmado el 21 de agosto de 1827 por José Sánchez Cerquero y conservado

actualmente en el Archivo General de Marina, Observatorio, Generalidad, Legajo 4855. La historia de la

formación de estas tres grandes bibliotecas está resumida en GONZÁLEZ, Francisco J. (2010): “Libros y

Bibliotecas de la Armada”, Libros y Bibliotecas. Tesoros del Ministerio de Defensa, Ministerio de Defensa,

Madrid, pp. 155-264.

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Antonio de Ulloa. Vida y obra de un ilustrado a través de su librería

Entre los libros de matemáticas y física merecen ser destacadas algunas

ediciones de los elementos de Euclides, el tratado matemático más publicado de la

historia sólo superado en número de ediciones por la Biblia. De la biblioteca de la

Academia proceden dos de ellas, la publicada en el siglo XVI por el jesuita alemán

Cristóbal Clavio (Euclidis elementorum libri XV. Accessit XVI de solidorum regularium

comparatione. Omnes perspicuis demonstrationibus, accuratisque... Auctore

Christophoro Clavio Bambergensi) (Roma, 1574) y la editada un siglo más tarde por el

matemático inglés Isaac Barrow (Euclidis elementorum libri XV breviter demonstrati

opera Is. Barrow Cantabrigiensis) (Londres, 1678). Por otro lado, no podían faltar en

una biblioteca matemática como la de la Academia gaditana obras de autores de la

Antigüedad clásica, como Arquímedes de Siracusa (Opera quae extant Archimedis;

novis demonstrationibus commentariisque illustrata per Davidem Rivaltum a Flurantia)

(París, 1615), Diofanto de Alejandría (Arithmeticorum libri sex, et de numeris

multangulis liber unus, nunc primum Graecè et Latinè editi Diophanti Alexandrini;

commentariis illustrati auctore Claudio Gaspare Bacheto) (París, 1620) o Apolonio de

Pérgamo (Apollonii Pergaei conicorum libri IV cum commentariis R. P. Claudii

Richardi) (Amberes, 1655).

Otras obras matemáticas destacables, también procedentes de la Biblioteca de la

Academia, y conservadas actualmente en San Fernando, son las conjeturas matemáticas

de Marin Mersenne (Cogigata physico-mathematica) (París, 1644-1647), la geometría

de René Descartes (La géométrie) (Paris, 1664), el álgebra de John Wallis (De algebra

tractatus; historicus & practicus) (Oxford, 1693) o la geometría de Omerique (Analysis

geometrica sive nova, et vera methodus resolvendi tam problemata geometrica, quam

arithmeticas quaestiones... authore D. Antonio Hugone de Omerique) (Cádiz, 1698). A

las citadas obras publicadas en ediciones de los siglos XVI y XVII, habría que añadir

algunos libros ya publicados en los primeros años del siglo XVIII, como es el caso del

tratado de análisis del marqués de l’Hôpital (Analyse des infiniment petits, pour

l'intelligence des lignes courbes) (Paris, 1715), la geometría de Colin Maclaurin

(Geometria organica: sive descriptio linearum curvarum universalis auctore) (Londres,

1720) y, por supuesto, algunas de las más importantes obras de Isaac Newton: el

análisis (Analysis per quantitatum series, fluxiones, ac differentias; cum enumeratione

linearum tertii ordinis) (Londres, 1711), la óptica (Optice: sive de reflexionibus,

refractionibus, inflexionibus et celeribus lucis, libri tres) (Londres, 1719) o los

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

principios matemáticos de la filosofía natural (Philosophiae naturalis principia

mathematica) (Londres, 1726), obra esta última considerada como el punto de partida

de la física moderna.

No menos valiosos fueron los fondos bibliográficos de materia astronómica que

estuvieron a disposición de Antonio de Ulloa y de sus compañeros de la Academia de

Guardias Marinas de Cádiz. Para hablar de ellos, sería conveniente citar en primer lugar

las dos ediciones de la esfera de Sacrobosco que actualmente se conservan en la

Biblioteca del Real Observatorio de la Armada, un tratado que a partir de su primera

edición como manuscrito en 1250 se había convertido en uno de los tratados de

astronomía más influyentes de la Baja Edad Media. La primera de ellas fue publicada en

castellano por Rodrigo Sáenz de Santayana (La Sphera de Iuan de Sacrobosco nueua y

fielmente traduzida de Latín en Romance por Rodrigo Sáenz de Santayana) (Valladolid,

1567) y la otra, en latín, publicada en Roma con los comentarios de Cristóbal Clavio (In

sphaeram Ioannis de Sacrobosco commentarius... Christophori Clavii Bambergensis)

(Roma, 1585). Ulloa también pudo consultar en Cádiz otras obras importantes del siglo

XVI, como las escritas por Georg von Peurbach (Tabulae eclypsium magistri) (Viena,

1514), Johannes Stoeffler (Calendarium romanum magnum) (Tubinga, 1518), Pedro

Apiano (Libro de la Cosmographía) (Amberes, 1548) y Oronce Finé (De mundi

sphaera, sive cosmographia, libri V) (París, 1555), a las que habría que añadir la

edición de 1545 de las tablas alfonsíes (Diui Alphonsi romanorum et hispaniarum regis,

astronomicae tabulae in propriam integritatem restitutae) (París, 1545) y el tratado de

astronomía del jiennense Juan Pérez de Moya (Tratado de cosas de astronomía, y

cosmographía, y philosophía natural) (Alcalá, 1573).

Al siglo XVII pertenecen la obra astrológica de Antonio de Nájera (Suma

astrológica y arte de enseñar hazer pronósticos de los tiempos) (Lisboa, 1632), las

efemérides astronómicas de Andrea Argoli (Ephemerides annorum L iuxta Tychonis

Hypotheses, et accuraté e coele deductas observationis ab anno 1630 ad annum 1680)

(Venecia, 1638), la famosa descripción de la Luna de Joannes Hoewelcke, más

conocido como Hevelius (Selenographia: sive Lunae descriptio) (Gdansk, 1647), o el

tratado de astronomía del jesuita italiano Giovanni Battista Riccioli (Astronomiae

reformatae tomi duo) (Bolonia, 1665). Por último, también habría que mencionar otras

obras de astronomía de más reciente publicación, como el tratado astronómico de

Christian Huygens (Cosmotheoros, sive De Terris Coelestibus) (La Haya, 1698) o el

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Antonio de Ulloa. Vida y obra de un ilustrado a través de su librería

atlas celeste de John Flamsteed, el primer astrónomo real del Observatorio de

Greenwich (Atlas coelestis by the late Reverend Mr. John Flamsteed) (London, 1729).

La navegación fue otra de las materias protagonistas en los fondos de la

Biblioteca de la Academia gaditana, pues resulta evidente que los libros relacionados

con esta materia no podían faltar en la biblioteca de un centro destinado a la formación

de oficiales de Marina. Como consecuencia de ello, Antonio de Ulloa pudo consultar en

Cádiz un amplio abanico de tratados de náutica, empezando por los tratados de Martín

Cortés (Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar) (Sevilla, 1551), Pero

Nunes (De arte atque ratione navigandi libri duo) (Coimbra, 1573), Rodrigo de

Zamorano (Compendio de la arte de navegar) (Sevilla, 1581) y Andrés García de

Céspedes (Regimiento de navegación) (Madrid, 1606). Al siglo XVII pertenecen otras

obras bien interesantes, como las de Lorenzo Ferrer (Imagen del mundo, sobre la esfera,

Cosmografía, y Geografía, Teórica de Planetas y arte de navegar) (Alcalá, 1626),

Lázaro de Flores (Arte de navegar) (Madrid, 1673), Luis Serrao Pimentel (Arte pratica

de navegar e regimento de pilotos repartido em duas partes... iuntamente os roteiros

das navegaçoens das conquistas de Portugal, & Castela) (Lisboa 1681) y, por último,

Antonio de Gaztañeta (Norte de la navegación hallado por el quadrante de reducción)

(Sevilla, 1692). Y a todos ellos habría que añadir, por supuesto, la Trigonometría

aplicada a la navegación (Sevilla, 1718) escrita por Pedro Manuel Cedillo profesor del

Colegio de San Telmo de Sevilla y de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz.

Esta bibliografía especializada en temas matemáticos, astronómicos y náuticos

se completaba con libros de otras disciplinas científicas y técnicas que también podían

tener algún interés para los oficiales de la Real Armada, como es el caso de la

arquitectura militar, la construcción naval, la artillería y las ciencias naturales. Una

mención especial merecen los libros relacionados con los viajes y la información

geográfica, capítulo este último al que pertenecen obras tan interesantes como An

account of several late voyages & discoveries to the South and North, towards the

streights of Magellan, the South seas... de John Narborough (Londres, 1694) o el

Journal des observations physiques, mathematiques et botaniques, faites par l'ordre du

Roy sur les Côtes Orientales de l'Amerique Meridionale, & dans les Indes Occidentales,

depuis l'année 1707 jusques en 1712 de Louis Feuillée (Paris, 1714), además de los

atlas de Juan Pablo Galucio, Francisco de Afferden y Henrico Scherer, titulados

respectivamente Theatro y descripción universal del mundo compuesto (Granada,

1617), El atlas abreviado o compendiosa geographía del mundo antiguo y nuevo,

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

conforme a las ultimas Pazes Generales del Haya (Amberes, 1725) y Atlas novus

exhibens orbem terraqueum (Augsburgo, 1730).

Por último, y para finalizar este repaso a los fondos bibliográficos de la

Academia de Guardias Marinas de Cádiz, habría que mencionar aquí las publicaciones

seriadas de carácter científico coleccionadas en su Biblioteca. Además de las

monografías especializadas que hemos citado anteriormente, los profesores y los

alumnos de la Academia pudieron consultar también algunas de las mejores revistas

científicas publicadas en la Europa de aquellos tiempos, revistas hoy conservadas en la

Biblioteca del Real Instituto y Observatorio de la Armada. Ese fue el caso de las

Philosophical Transactions, revista publicada en Londres por la Royal Society y

considerada como la primera revista europea dedicada exclusivamente a temas

científicos (conservada a partir de 1665, desde su primer número), las Acta eruditorum,

primera revista científica alemana, publicada en Leipzig y dedicada a las matemáticas,

las ciencias naturales la filosofía y la teología (desde 1682 en adelante), las Mémoires

de Trévoux (conservadas a partir de su fundación por los jesuitas en 1701) y,

finalmente, el Journal des Sçavans (París), la más antigua revista científica de Francia,

recibida con regularidad en la Academia gaditana a partir de 172318

.

En definitiva, podemos terminar este artículo afirmando que Antonio de Ulloa,

como tantos otros marinos españoles del siglo XVIII, tuvo a su disposición una

interesante colección de bibliografía científica, posiblemente la mejor que se podía

encontrar en la España de aquellos años. Una colección que fue creciendo a lo largo de

la primera mitad del siglo XVIII, en función de la aprobación de los diversos planes de

estudios de la institución, y cuyos fondos alcanzaron su máxima riqueza durante las

últimas décadas del siglo, gracias a dos importantes aportes bibliográficos que superan

el ámbito temporal del presente estudio. Nos referimos, claro está, a los fondos

recibidos en el Real Observatorio de Cádiz (Real Observatorio de la Isla de León a

partir de 1798 y, actualmente, Real Instituto y Observatorio de la Armada)19

y a la

18

Algunas de estas obras eran de uso restringido a los profesores. Destaca especialmente el caso de

colecciones prohibidas por la Iglesia, como las Acta eruditorum, que se guardaban bajo llave por

indicación del Santo Oficio. Véase GARCÍA-MOLINA RIQUELME, Antonio (2003): “La Inquisición y

la gran biblioteca de guardias marinas”, Revista de Historia Naval (Madrid), 82 (2003), pp. 91-101. 19

El Observatorio fue fundado en 1753 a propuesta de Jorge Juan como un laboratorio de práctica

astronómica para los cadetes de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. En el último tercio del siglo

XVIII, los contactos con astrónomos y científicos europeos mantenidos a raíz de los primeros trabajos y

el intercambio de publicaciones con otras instituciones científicas contribuyeron directamente al

crecimiento de su Biblioteca, sobre todo a raíz de la distribución de las Observaciones astronómicas

hechas en Cádiz, en el Observatorio Real de la Compañía de Cavalleros Guardias Marinas (Cádiz,

1776-1777) de Vicente Tofiño y José Varela, el resultado del primer plan sistemático de observaciones

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Antonio de Ulloa. Vida y obra de un ilustrado a través de su librería

adquisición de obras especializadas en temas marítimos llevada a cabo por José de

Mendoza y Ríos, oficial comisionado desde 1789 para adquirir en el extranjero las

novedades científicas, técnicas y bibliográficas que pudiesen ser consideradas de interés

para la Armada20

.

Fuentes documentales y bibliografía

Fuentes documentales

Relación de la librería de la Academia del Cuerpo de Caballeros Guardiasmarinas

según el encargo que de ellos tiene hecho el Director de Estudios D. Vicente Tofiño y

subdelegado en el Maestro de idiomas y traductor de Facultades Matemáticas D.

Joseph Carbonell Bibliotecario de ella... (1775). ARCHIVO DEL MUSEO NAVAL

(Madrid), ms. 1181, 271-294.

Relación de los libros de ciencias y otras materias que hai en las Bibliotecas de las

Compañía de Guardias Marinas (1790). ARCHIVO GENERAL DE MARINA (Viso

del Marqués), Guardias Marinas, Legajo 737.

Inventario de los libros existentes en la Biblioteca formada en este Real Observatorio y

compuesta de la reunión de la antigua de la Compañía de Guardiasmarinas y de la del

Museo proyectado en la nueva población de S, Carlos (1827). ARCHIVO GENERAL

DE MARINA (Viso del Marqués), Observatorio, Generalidad, Legajo 4855.

Inventario de los libros..., que componen la biblioteca propia del Observatorio de

Marina de San Fernando en 1829. ARCHIVO HISTÓRICO DEL REAL INSTITUTO

Y OBSERVATORIO DE LA ARMADA (San Fernando), Biblioteca, Caja 0029.

astronómicas, y del Almanaque náutico y efemérides astronómicas para el año bisiesto de 1792 (Madrid,

1791), las primeras efemérides astronómicas españolas. La mayor parte de las obras recibidas por

intercambio pertenecían a colecciones de publicaciones periódicas como las Mémoires de la Academia

Real de Ciencias de Paris, las Astronomical observations del Real Observatorio de Greenwich y los tomos

anuales de las efemérides astronómicas publicadas en Gran Bretaña y en Francia (The nautical almanac,

Connaissance des temps). Véase GONZÁLEZ, Francisco J. (1998): “Los libros científicos de la Marina de

la Ilustración: Algunos datos para la historia de la Biblioteca del Real Observatorio de la Armada”,

Cuadernos de Ilustración y Romanticismo (Cádiz), 6 (1998), pp. 45-57. 20

Mendoza recibió la orden de trasladarse a París y a Londres con la misión de adquirir libros, cartas e

instrumentos destinados al proyecto de construir en la Isla de León un gran centro dedicado a las ciencias

relacionadas con el mar. Este centro, del que debían formar parte importante un museo naval y una gran

biblioteca de temas marítimos, estaba destinado a completar el complejo náutico, científico y técnico de la

Armada en la bahía de Cádiz, formado por la Academia de Guardias Marinas, el Real Observatorio y el

Arsenal de La Carraca La comisión de Mendoza dio lugar al envío de numerosos cajones de libros hacia

Cádiz y se prolongó hasta febrero de 1796, fecha en la que la Armada abandonaría la idea de crear el gran

centro náutico de la Población de San Carlos. Se ordenó entonces que los materiales ya acumulados se

repartiesen entre los distintos centros científicos y docentes de la Marina, pasando gran parte de ellos a la

Biblioteca de la Academia de Guardias Marinas. Véase GONZÁLEZ, Francisco J. (2010): “Libros y

Bibliotecas de la Armada”, Libros y Bibliotecas. Tesoros del Ministerio de Defensa, Ministerio de Defensa,

Madrid, pp. 155-264.

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Francisco José González: Antonio de Ulloa en Cádiz

Bibliografía

BARROS CANEDA, José R.; GONZÁLEZ, Francisco J.; MARTÍNEZ MONTIEL,

Luis F. (2003): El Universo en los libros: Imágenes para los científicos del

observatorio gaditano, Grupo Información, Jerez de la Frontera.

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