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CRÍMENES BESTIALES PATRICIA HIGHSMITH Digitalizado por

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CRMENES BESTIALES

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CRMENES BESTIALESPatricia HiGhsmiTh

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Para mi primo Dan Coates, de Box Canyon Ranch, Weatherford, Texas

La absolutamente ltima actuacin de Corista

Me llaman Corista, y en el aire se elevan gritos que dicen Corista, Corista!, cuando balanceo la pierna izquierda, luego la derecha, etc., etc. Sin embargo, antes, y hace de ello diez o quiz veinte aos, me llamaban Jumbo Junior, por lo general solamente Jumbo. Ahora, todos me llaman Corista. Seguramente mi nombre est escrito en la plancha de madera que hay fuera de mi jaula, juntamente con la palabra frica. La gente mira la tabla, a veces dice frica, y luego comienzan a gritarme: Corista, hola Corista! Y cuando balanceo las piernas se produce un leve alboroto de alegra.

Vivo sola. Jams he visto a otro ser que sea igual que yo, por lo menos en este lugar en el que ahora me encuentro. Sin embargo, recuerdo que cuando era pequea segua a mi madre a todas partes, y tambin recuerdo a muchos seres iguales que yo, pero mucho ms grandes, as como algunos que incluso eran ms pequeos. Recuerdo que segu a mi madre por una inclinada pasarela de madera por la que entramos en un barco, un barco un tanto frgil y movedizo. A golpes alejaron a mi madre de mi lado obligndola a descender. por la misma madera por la que habamos subido, y yo me qued en el barco. Mi madre, que quera estar conmigo, levant la trompa y chill. Vi que la ataban con cuerdas y que diez o veinte hombres tiraban de ellas para contener a mi madre. Alguien dispar un tiro contra ella. Se trataba de una bala mortal o de una con droga? Nunca lo sabr. Esas ltimas balas huelen diferente, pero yo tena el viento en contra. Slo s que mi madre se derrumb poco despus. Yo me encontraba en cubierta, lanzando agudos gritos, propios de una cra de corta edad. Luego, me pegaron un tiro con droga. Por fin el buque se puso en movimiento, y al cabo de mucho, mucho tiempo, durante el cual casi siempre dorm y com en una caja en penumbra, llegamos a otra tierra, en la que no haba bosques ni hierba. Me metieron en otra caja, hubo ms movimiento, y fui a parar a un sitio con suelo de cemento, duras piedras por todas partes, rejas y gente que ola muy mal. Pero lo peor era que me senta sola. No haba otros seres de mi edad. No tena madre, ni simptico abuelo, ni padre. No poda jugar. No poda baarme en ros de embarradas aguas. Estaba sola, con las rejas y el cemento.

Pero la comida era buena y abundante. Tambin haba un hombre de simptico trato que cuidaba de m. Aquel hombre se llamaba Steve. Iba siempre con una pipa entre los dientes, pero casi nunca la encenda, se limitaba a llevarla en la boca. A pesar de la pipa, el hombre hablaba y pronto comprend lo que deca o, por lo menos, el significado general de sus palabras.

-Arrodllate, Jumbo!

Y me daba una palmada en las rodillas, lo cual significaba que quera que me arrodillara. Si levantaba la trompa Steve daba una palmada para indicar que mi actitud le gustaba, y me lanzaba a la boca un puado de cacahuetes o una manzana pequea.

Me gustaba que Steve se montara a horcajadas en mi espalda, estando yo arrodillada. Luego, me pona en pie, y as pasebamos por la jaula. La gente al verlo bata palmas, principalmente los nios pequeos.

En verano, Steve me protega por medio de un flequillo de cordeles que at a mi cabeza de las moscas que me atacaban los ojos. Steve regaba el suelo de cemento, en su parte a la sombra, de manera que yo poda tumbarme all y estar fresca. Tambin me regaba a m. Cuando me hice mayor, Steve se sentaba en mi trompa y yo le levantaba en el aire, teniendo buen cuidado de que no se cayera, ya que no tena sitio alguno donde agarrarse, como no fuera a la punta de mi trompa. Tambin en invierno Steve me prodigaba atenciones especiales cuidando de que tuviera la paja suficiente, e incluso algunas mantas, cuando haca mucho fro. En un invierno que fue muy crudo, Steve trajo una caja, de la que sala algo parecido a una cuerda, y esta caja me lanzaba aire caliente. Tambin me cuid durante una enfermedad que tuve, causada por el fro.

La gente de este lugar se toca con grandes sombreros. Algunos hombres llevan cortas armas de fuego al cinto. De vez en cuando, uno de estos hombres se saca el arma y dispara un tiro al aire con la idea de asustarme a m o a las gacelas que viven en la jaula contigua y a las que veo a travs de las rejas. Las gacelas reaccionan violentamente, pegan un salto en el aire y luego se amontonan, todas juntas, en el rincn ms lejano de su jaula. Es un espectculo lamentable. Cuando llega Steve o algn otro cuidador, el hombre que ha disparado ya ha vuelto a colgar del cinto su arma, y no se distingue en nada de los dems que hay en los contornos, los cuales se ren y no parecen dispuestos a decir quin ha disparado.

Esto me recuerda uno de los momentos ms agradables de mi vida. Hace unos cinco aos vena un tipo gordo y con la cara roja que, en dos o tres domingos, dispar su ruidosa arma al aire. Esto me irritaba, aunque jams hubiera osado dar muestras de ello. Pero el tercer o cuarto domingo en que ese individuo dispar su arma, tom un buen sorbo de agua del abrevadero, y la lanc sobre el individuo, con toda mi fuerza, a travs de las rejas. Le di en el pecho y se cay de espaldas, patas al aire, con sus altas botas. Casi todos los que formaban el grupo, fuera de la jaula, se rieron. Unos pocos parecieron sorprendidos o enojados. Algunos 'me arrojaron piedras, que o bien no me dieron o pegaron contra las rejas, rebotando en otras direcciones, o bien no me hicieron dao. Entonces, lleg corriendo Steve -quien haba odo el tiro- y pude advertir que se haba dado exacta cuenta de lo ocurrido. Steve se ri, pero dio unas palmaditas en la espalda del hombre mojado, procurando as calmarle. El hombre probablemente negaba haber disparado. Pero vi que Steve me diriga un movimiento de la cabeza, como diciendo que s, que indicaba que aprobaba mi conducta. Se me antoj que a Steve incluso le haba gustado mi acto, y aquel da me sent muy orgullosa de rn misma. Las gacelas se haban adelantado tmidamente y, a travs de las rejas, miraron al grupo de hombres de fuera, y tambin me miraron a m. Incluso so en coger al hombre mojado, o a cualquier otro como l, y oprimir su blando cuerpo hasta matarle, y luego, pisotearle.

Durante los tiempos en que Steve estuvo conmigo, que quiz se prolongaron treinta aos, de vez en cuando pasebamos por el parque, y los nios se suban a mi lomo. Esto era divertido, una agradable novedad en mi manera de vivir. Pero el parque en nada se parece a un bosque. Slo hay unos cuantos arbolitos que crecen en la dura y seca tierra. Casi nunca est hmedo. La hierba es muy corta, y me permitan arrancarla por lo menos en la cantidad que yo quera. Steve lo diriga todo, me diriga a m, y llevaba algo parecido a un palo, pero que estaba hecho de cuero trenzado, con lo que me daba toquecitos, para orientarme en sta o aquella direccin, para que me arrodillara, para que me levantara, o para que me sostuviera solamente con las patas traseras, junto a la salida del parque. (Ms aplausos.) Steve no necesitaba el palito, pero ste formaba parte de la comedia, lo mismo que el que yo diera un paseo, recorriendo un trayecto en crculo un par de veces, lo cual era muy aburrido, antes de levantarme sobre las patas traseras. Tambin saba sostenerme solamente con las patas delanteras, si Steve me lo peda. Recuerdo que en aquellos tiempos, yo tena mejor carcter que ahora, y sin que Steve me lo dijera, evitaba pasar por debajo de ramas bajas, para que stas no derribaran a los nios que llevaba en el lomo. Pero si ahora tuviera las oportunidades de aquellos tiempos, dudo mucho que me comportara tal como lo haca antes. Exceptuando a Steve, qu me han dado los hombres? Ni siquiera hierba bajo los pies. Ni siquiera la compaa de otro ser como yo.

Ahora que soy algo ms vieja, con las patas ms pesadas y con un carcter menos paciente, ya no paseo a los nios, pero la banda de msica todava toca los domingos por la tarde, en verano. Interpreta Take Me out to the Ball Game y, ltimamente, Hello Dolly! A veces siento deseos de volver a pasear de nuevo con Steve, y tambin de volver a la juventud. Pero, para qu? Para pasar ms aos en este lugar? Ahora, me paso ms tiempo tumbada que en pie. Me tumbo al sol que me parece que no calienta tanto como antes. Las ropas de las personas han cambiado un poco, y ya no hay tantas armas y tantas botas, pero los hombres y algunas mujeres siguen tocndose con los mismos sombreros de anchas alas. Siguen arrojndome los mismos cacahuetes, no siempre pelados, que yo sola pedir con tantas ansias, por el medio de sacar la trompa por entre las rejas, cuando era ms joven y tena ms apetito. Siguen tirndome palomitas de maz y galletas. Los sbados y los domingos no siempre me tomo la molestia de ponerme en pie. Esto enfurece a Cliff, el nuevo y joven cuidador; Cliff quiere que acte igual que en los viejos tiempos. Si no lo hago no se debe tanto a que estoy vieja y cansada como a que Cliff no me gusta.

Cliff es un hombre alto y joven, con el pelo rojo. Le gusta presumir, haciendo restallar un largo ltigo ante m. Imagina que mediante ciertos golpes y rdenes puede obligarme a hacer cosas. Tiene un bastn con un pincho metlico en la punta, que resulta muy molesto, aunque no me rompe la piel, ni mucho menos. Steve me trat como un ser trata a otro, trabando conocimiento conmigo, y sin presumir de que yo hara lo que l quisiera. sta es la razn por la que Steve y yo nos llevamos bien. Cliff no me quiere y, por ejemplo, no hace nada para protegerme de las moscas en verano.

Desde luego, cuando Steve se retir yo segu dando los paseos de los sbados y los domingos, con nios en el lomo, y alguna que otra vez tambin con adultos. En cierta ocasin, un domingo concretamente, un hombre, que tambin quera alardear, me clav las espuelas, entonces, yo increment un poco mi velocidad, lo cual hice porque quise, y no me agach al pasar por debajo de una rama baja, sino que, por el contrario, pas por all deliberadamente. La rama era tan baja que el hombre no pudo evitarla, con lo que fue limpiamente derribado, aterriz de rodillas y se qued all aullando de dolor. Esto produjo un gran alboroto, el hombre estuvo quejndose y gimiendo durante un rato, y, lo que fue peor, Cliff se puso de su parte con lo que intent congraciarse con aquel hombre por el medio de decirme cosas a gritos y de pincharme con el palo. Yo resopl de rabia, y me gust ver cmo la multitud retroceda aterrada. S, me tenan miedo. Estaba muy lejos de m la idea de embestir a aquella gente, aunque ciertamente me hubiera gustado hacerlo, pero obedec a los pinchazos de Cliff y me fui al fondo de mi jaula. Cliff me deca cosas entre dientes. Yo tom un buen sorbo de agua y Cliff lo vio y se retir. Pero volvi despus del anochecer, cuando el parque estaba desierto, con las puertas cerradas, y me propin una azotaina y me rega. La azotaina no me hizo ningn dao, pero seguramente dej agotado a Cliff quien, cuando se fue, se tambaleaba.

El da siguiente apareci Steve, en una silla de ruedas. Tena el cabello blanco. No le haba visto quiz en tres o cuatro aos, pero segua siendo el mismo, con su pipa entre los dientes, la misma voz amable, la misma sonrisa. Llevada por la alegra, balance las patas, dentro de la jaula, y Steve se ri y me dijo algo agradable. Haba trado unas cuantas manzanitas rojas, para drmelas. Y, en su silla de ruedas, entr en la jaula. Esto ocurri muy a primera hora de la maana por lo que en el parque no haba casi nadie. Steve dijo algo a Cliff e indic el palo con el pincho, que Cliff llevaba, de tal manera que pude comprender que Steve deca a Cliff que deba prescindir del palo.

Luego Steve me dirigi una sea: Arriba! Levntame, Corista!Comprend lo que Steve quera. Me arrodill, puse la trompa debajo de la silla de ruedas de Steve, lo cual hice de lado, para que Steve pudiera cogerse a la punta de mi trompa con la mano derecha, y apoyarse con la izquierda en mi frente, manteniendo as el equilibrio. No me puse en pie, por temor a que se me cayera la silla de ruedas con Steve encima, pero le levant a bastante altura. Steve se ri. Y yo dej la silla en el cemento, suavemente.

Pero esta visita de Steve ocurri hace aos. Y no fue la ltima. Me visit dos o tres veces ms en su silla de ruedas, aunque nunca lo hizo en los dos das de la semana en que hay ms gente en el parque. Ahora, hace unos tres aos que no he visto a Steve. Ha muerto? Siempre que pienso en esta posibilidad, me pongo triste. Pero es igualmente triste tener esperanzas de que Steve aparezca una de esas maanas en que hay poca gente, y advertir que Steve no se encuentra entre los pocos visitantes. A veces, levanto la trompa y con un gran mugido manifiesto la tristeza y desilusin que me produce el que Steve no venga. Mis mugidos parecen divertir a la gente, lo mismo que ocurri con los de mi madre en el muelle, al no poder regresar a mi lado. Cliff no me presta la menor atencin, y se limita a taparse las orejas con las manos, si es que se encuentra cerca.

Esto me trae al presente. Ayer, vino al parque la multitud de todos los domingos, y quiz mayor an. Haba un hombre vestido de rojo y con barba blanca que agitaba una campana que sostena en la mano, y que iba de un lado para otro, hablando a todos, principalmente a los nios. Este hombre viene de vez en cuando. Los visitantes llevaban cacahuetes y palomitas de maz para arrojar por entre las rejas de mi jaula, Como de costumbre yo alargaba la trompa por entre los barrotes y abra la boca, para ver si alguien tiraba con buena puntera un cacahuete. Alguien arroj un objeto redondeado dentro de mi boca, y yo cre que se trataba de una manzanita roja hasta que la aplast con las mandbulas, en cuyo momento comenc a sentir un horrible picor en la boca. Al instante cog agua con la trompa, me enjuagu la boca y escup. No haba tragado ni la menor pizca de aquel objeto, pero todo el interior de mi boca arda. Tom ms agua, pero sent poco alivio. El dolor me obligaba a apoyarme ahora en una pata ahora en otra, y por fin, llevada por el sufrimiento, me puse a trotar alrededor de la jaula. La gente se rea y me sealaba con el dedo. Esto me enfureci. Como pude, tom un gran sorbo de agua, y me dirig, con aire ms o menos tranquilo, a la parte frontal de la jaula. Mantenindome un poco apartada de la reja, para poder alcanzarlos a todos, solt el agua con todas mis fuerzas.

No cay al suelo ni uno, pero por lo menos veinte personas se tambalearon, chocaron entre s, y quedaron, durante unos instantes, con el aliento cortado y cegados. Me fui al abrevadero y cog ms agua, lo que fue una buena medida, ya que la multitud tambin se haba armado. Piedras y palos, cajas vacas de galletas, objetos de todo gnero llegaban volando hacia m. Apunt al hombre ms corpulento, lo derrib y emple el resto del agua para mojarlos a todos una vez ms. Una mujer chillaba pidiendo socorro. Otros emprendieron la retirada. Un hombre sac un arma y la dispar contra m, pero no me dio. Alguien sacaba otra arma, a pesar de que sobre el hombre que haba disparado en primer lugar se haba abalanzado ya otro hombre. Una bala me hiri en la paletilla, aun cuando no penetr en mi cuerpo sino que tan slo me desgarr la piel. Una segunda bala me salt la punta del colmillo derecho. Llevando en la trompa toda el agua que quedaba en el abrevadero, proyect un chorro sobre uno de los que esgriman armas de fuego, dndole de lleno en el pecho. El golpe hubiera debido bastar para quebrarle los huesos. De todas maneras, el hombre sali volando por los aires, hacia atrs, y, al caer, derrib a una mujer. Considerando que haba ganado aquel asalto, a pesar de lo que me quemaba la boca, me retir prudentemente a mi dormitorio (tambin de cemento), en donde las balas no podan alcanzarme. Sonaron tres disparos ms, que despertaron ecos en el vaco espacio cerrado. No s contra qu dieron los disparos, pero lo cierto es que no me alcanzaron.

Ola la sangre que manaba de mi paletilla. Todava estaba muy enojada, de modo que jadeaba en vez de respirar, y, casi con sorpresa por mi parte, me descubr a m misma en el acto de taponar la entrada de mi dormitorio con las balas de paja que haba all. Derribaba las balas de paja del montn que formaban junto a las paredes, y las empujaba con trompa y patas, y con la trompa consegu amontonarlas hasta una altura de ocho o nueve balas, con lo que cerr la entrada, salvo un orificio en la parte superior. De todas maneras, aquello me protega definitivamente de los disparos. Pero ahora ya nadie disparaba. O la voz de Cliff, en el exterior, gritando a la multitud.

-Clmate, Corista, clmate! -me dijo Cliff.

Estaba acostumbrada a esta frase. Pero jams haba percibido el tono del miedo, como un temblor, en la voz de Cliff. Desde luego la multitud tena la atencin puesta en l. Cliff tena que hacer una demostracin de podero, de ser capaz de dominarme. Esta idea juntamente con la antipata que senta hacia l me indujo a actuar de nuevo. Con la cabeza empuj la barricada que yo misma haba construido. Cliff haba estado tirando de la bala que se encontraba en la cumbre, y, ahora, todas las balas cayeron encima de l. La multitud lanz un grito, un chillido de miedo.

Vi las piernas de Cliff, sus negras botas, pateando debajo de las balas de paja.

Son un disparo, y en esta ocasin me dio en el costado izquierdo. Cliff empuaba un arma, pero no era la suya la que haba disparado. Ahora, Cliff se estaba quieto. Y yo tambin. Esperaba que de la multitud surgiera otro tiro, que alguien volviera a disparar.

Pero la multitud se limitaba a mirarme. Yo les diriga furiosas miradas, con la boca entreabierta. La parte interior de la boca todava me arda.

Dos hombres uniformados, los dos del lugar, llegaron junto a la puerta lateral de mi jaula. Portaban armas largas. Me qued quieta, sin hacer nada, sin apenas mirarlos. Enloquecidos y excitados como se hallaban, hubieran podido disparar sobre m, llevados por el miedo, si yo hubiera dado el ms leve sntoma de ira. Comenzaba a recuperar el dominio de m misma. Y la idea de que quiz Cliff hubiera muerto me causaba placer.

Pero Cliff no haba muerto. Uno de los dos hombres se inclin sobre l, apart una bala de paja, y vi que la pelirroja cabeza de Cliff se mova. El otro hombre me golpe groseramente con la punta de su arma, empujndome hacia el interior del dormitorio. Me deca algo a gritos. Di media vuelta y sin prisas me adentr en mi dormitorio cuyo suelo estaba desordenadamente sembrado de balas de paja. De repente, me sent mal, mientras la boca segua dolindome. En la puerta apareci un hombre cuya arma me apuntaba. Le mir con calma. Vi que Cliff se pona en pie. El otro hombre hablaba a Cliff en tono irritado. ste habl y agit las manos, pero presentaba un aspecto impropio de l, muy diferente al habitual. Tena las piernas inseguras y no haca ms que bajar la cabeza.

Luego un hombre con el cabello gris, aunque no tanto como el de Steve, lleg a la puerta, en compaa de otro hombre que llevaba un saco. Entraron en la jaula. Los dos se acercaron mucho a m y me miraron. D mi costado izquierdo manaba la sangre que caa en el cemento. El hombre del cabello gris habl a Cliff en tono irritado, y sigui hablando cuando Cliff le contest, de modo que sonaron al mismo tiempo dos chorros de palabras. El hombre del cabello gris indic la puerta de la jaula, ordenando a Cliff que se fuera. Recuerdo vagamente los instantes siguientes, debido a que el hombre con el saco me puso una tela en la boca y la at firmemente. Tambin me dio un pinchazo con una aguja. Durante la conversacin a gritos, me haba tumbado. La tela tena un sabor fresco pero horroroso, y me sum en un sueo terrible, durante el cual vi animales como grandes gatos, dando saltos de un lado para otro y atacndome. Vi a mi madre, vi a mi familia. Una vez ms vi verdes rboles y alta hierba. Pero tena la impresin de morirme.

Cuando despert ya haba oscurecido, y en la boca llevaba algo grasiento, pero ya no me dola, y el costado slo me dola un poco. Era eso la muerte? Probablemente no, ya que perciba el olor a paja de mi dormitorio. Me puse en pie, y me mare. Vomit un poco.

Luego o el metlico sonido de la puerta lateral al cerrarse. Reconoc el sonido de los pasos de Cliff, a pesar de que l procuraba que sus botas no hicieran ruido. Pens que lo mejor era salir de mi pequeo dormitorio, que era como una trampa, ya que la puerta era la nica salida, pero me senta tan adormecida que no poda moverme. Apenas poda distinguir a Cliff, arrodillado, con un saco igual al que haba llevado el otro hombre. Luego percib el mismo olor sutil y dulzn que el otro hombre me haba puesto en la nariz. Incluso Cliff dio un respingo y volvi la cabeza hacia otro lado, luego se acerc corriendo a m, me arroj una tela sobre la nariz, y la at prietamente con una cuerda. Agit la trompa y propin un golpe con ella en la cadera de Cliff, que le derrib. Con la trompa golpe su cuerpo cado, antes animada por el deseo de quitarme el trapo que por la intencin de herir a Cliff, quien se retorca y gema. La cuerda cedi, y con una sacudida de la cabeza consegu liberarme de ella. Fue a caer sobre el pecho y las piernas de Cliff, despidiendo un hedor malo, peligroso. Sal a la jaula en busca de aire ms puro.

Jadeante, Cliff se estaba poniendo en pie. Sali en busca de aire, luego regres a toda prisa al interior, farfullando, cogi el trapo y se dirigi de nuevo hacia m. Me levant un poco sobre las patas traseras, y gir sobre m misma, para eludir la accin de Cliff a quien poco le falt para caerse al suelo. Le propin un golpecito leve con la trompa, y el golpe bast para levantarle los pies del suelo. Cay cuan largo era sobre el cemento. Estaba irritada. Se haba planteado una lucha entre los dos, y Cliff todava sostena el maloliente trapo en las manos y se haba puesto de rodillas.

Con mi pata izquierda le propin una patada, floja, apenas un empujoncito. Le di en un costado y o un sonido de ruptura como el que producen las ramas al quebrarse. Despus de este golpe, Cliff se qued quieto y no volvi a moverse. A mi olfato llegaba un horrendo hedor a sangre mezclado con el hedor dulzn y mortfero. Fui al rincn delantero de mi jaula, lo ms lejos que pude del maloliente trapo, y me tumb, en un intento de recuperar mis fuerzas gracias al aire fresco. Haca fro, pero ello tena poca importancia. Poco a poco, comenc a tranquilizarme. Ya poda respirar. Por unos instantes sent el deseo de levantarme y de aplastar a Cliff con mi pata, pero no me quedaban fuerzas para ello. Estaba rabiosa. Pero poco a poco la rabia desapareci. Sin embargo me senta tan alterada que no poda dormir. En el rincn, sobre el cemento, esper el alba.

Y ste es el lugar en que ahora me encuentro, en el rincn de mi jaula de hierro, sobre el cemento, en este lugar en el que tantos aos he pasado. La luz aparece despacio. Primero veo la conocida figura del viejo que da de comer a los dos carneros almizcleos. Empuja un carrito, abre otra jaula en la que hay otros animales con cuernos. Por fin pasa ante mi jaula, y me mira dos veces, y dice una frase en la que distingo la palabra Corista, con expresin de sorpresa al verme tumbada donde estoy. Luego ve el cuerpo de Cliff.

-Cliff? Cliff! Qu te pasa?

Parece que la jaula no est cerrada con llave, y el viejo entra, se inclina sobre Cliff, murmura algo, se lleva la mano a la nariz, y saca de la jaula, arrastrndolo, el maloliente trapo. Luego, echa a correr, gritando. Me pongo en pie. La puerta de la jaula est entornada. Paso junto al cuerpo de Cliff, empujo con la trompa la puerta y salgo de la jaula.

El parque est desierto. Es agradable caminar de nuevo sobre tierra, como no lo haba hecho desde que suspendieron los paseos semanales hace ya tiempo. La tierra seca incluso parece suave. Me detengo para alzar la trompa y arrancar unas cuantas hojas de un rbol, y comerlas. Estas hojas son duras y espinosas pero, por lo menos, tambin son frescas. Aqu est la fuente circular ante la que nunca me permitan detenerme ni beber de ella, en las salidas semanales. Ahora, me tomo unos largos y frescos tragos.

Detrs de m oigo voces excitadas. Estas voces suenan, sin la menor duda, en mi jaula, pero no me tomo la molestia de mirar hacia all. Gozo de mi libertad. Encima tengo un gran cielo azul, todo un mundo vaco me cubre. Entro en una arboleda en la que los rboles estn tan juntos que me rozan los costados. Pero hay pocos rboles y pronto salgo de entre ellos, y entro en un sendero de cemento, en donde monos y micos enjaulados me miran con los ojos desorbitados y parlotean pasmados al verme pasar. Un par de monos se apelotonan en el fondo de la jaula, como dos peludos amigos. Monos grises me dirigen agudos chillidos, luego vuelven hacia m su azul trasero y huyen asustados hacia el fondo de la jaula. Ser que a alguno de ellos le gustara subirse a mi lomo, y pasear de esta manera? Recuerdo esta escena aunque no s localizarla. Arranco unas flores y me las como, slo para divertirme. Los monos negros con largos brazos sonren y ren, agarrados a los barrotes, movindolos hacia arriba y hacia abajo, para armar ruido. Me acerco a ellos, y slo se asustan un poquito, ya que sienten ms curiosidad que miedo, y yo enrosco la trompa alrededor de dos barrotes y tiro de ellos hacia m, arrancndolos, luego hago lo mismo con un tercer barrote, con lo que los monos pueden salir corriendo de la jaula.

Chillan y ren, saltan por el suelo, ayudndose con las manos. Uno de ellos me coge la cola con aire travieso. Dos se suben con deleite a un rbol.

Pero oigo pasos no s dnde, sonidos de pasos corriendo, gritos.

-Ah est! Junto a los monos!

Me vuelvo para enfrentarme con ellos. Un mono, sirvindose de mi cola para ascender, se encarama en mi lomo. Me da un manotazo en el hombro. Quiere dar un paseo. El mono parece carecer de peso. Dos hombres, los mismos de ayer, con largas armas, se acercan corriendo a m, se detienen, resbalando sus pies sobre la tierra y levantan las armas. Antes de que yo pueda levantar la trompa en movimiento de amistad, incluso antes de que pueda arrodillarme, suenan tres disparos.

-No le des al mono! Me dan a m.

Bang!

Ahora, comienza a salir el sol y la parte alta de las copas de los rboles se torna verdosa, ya que no todos los rboles estn pelados. Mi vista se levanta y se levanta. Y mi cuerpo se hunde. Me doy cuenta de que el mono salta gilmente de mi lomo al suelo, y se aleja a grandes saltos, aterrorizado por los disparos. De repente me siento muy pesada, como si me sumiera en el sueo. Tengo intenciones de arrodillarme y tumbarme, pero mi cuerpo se inclina hacia un lado y me derrumbo sobre el cemento. Otro disparo me estremece la cabeza. Me ha dado entre los ojos, pero mis ojos siguen abiertos.

Unos hombres saltan a mi alrededor como antes hicieran los monos, me propinan patadas y se dirigen gritos entre s. Una vez ms veo los grandes gatos en el bosque, y en esta ocasin se abalanzan sobre m. Luego entre las borrosas figuras humanas vea a Steve con gran claridad, pero le veo tal como era en su juventud, sonriente, hablndome, con la pipa entre los dientes. Steve se mueve despacio y con gracia. Por esto me doy cuenta de que me estoy muriendo, s, porque s que Steve est muerto. Es ms real que los dems. Hay un bosque a su alrededor. Steve es amigo mo, como siempre. Ya no hay gatos. Slo est Steve, mi amigo.

La venganza de Djemal

En las profundidades del desierto arbigo viva Djemal con su amo Mahmet. Dorman en el desierto porque era ms barato. De da iban los dos, Mahmet montado en Djemal, a la ciudad ms prxima que era Elu-Bana, en donde Djemal paseaba a los turistas, mujeres que chillaban, con vestidos de verano, y nerviosos hombres con pantalones cortos. ste era el nico tiempo en que Mahmet iba a pie.

Djemal se daba cuenta de que los otros rabes no apreciaban a Mahmet. Los otros camelleros soltaban bajos gruidos, cuando Djemal y Mahmet se les acercaban. Haba muchos regateos sobre los precios, sobre denarios, entre Mahmet y los otros camelleros, que inmediatamente acosaban a Mahmet. Se levantaban manos y las voces se tornaban gritos. Pero nadie sacaba los denarios, slo se hablaba de ellos. Por fin, Mahmet llevaba a Djemal cerca del grupo de turistas que miraban curiosos, daba una palmada a Djemal y a gritos le ordenaba que se arrodillara.

El pelo haba- desaparecido de las rodillas de Djemal, tanto en las delanteras como en las traseras, de modo que en estos lugares su piel pareca cuero viejo. En cuanto al resto del cuerpo, era de peludo color castao, con algunos lugares de pelo amazacotado y otros casi pelados, como si hubieran sido atacados por las polillas. Pero los grandes ojos castaos de Djemal eran lmpidos, y sus generosos e inteligentes labios tenan un aspecto agradable, como si sonrieran constantemente, aun cuando esto ltimo estaba muy lejos de ser verdad. De todas maneras, Djemal slo tena diecisiete aos, es decir, estaba en la flor de la vida, y era inslitamente corpulento y fuerte. Ahora, debido a que era verano, estaba cambiando el pelo.

Una seora gorda se balance violentamente a uno y otro lado, cuando Djemal se puso en pie, alcanzando su normal e impresionante estatura.

-Oooooooh! Jiiiiiii! -exclam la seora-. Parece que el suelo est a quilmetros de distancia!

-Ten cuidado! -advirti la voz de un ingls a- la seora-. No vayas a caerte! Agrrate! La arena no es tan suave como parece!

El menudo y sucio Mahmet, con sus polvorientas ropas, tiraba de la brida de Djemal, y ste sala a paso de paseo, golpeando con sus anchos pies la arena, y dirigiendo la mirada a donde le diera la gana, ya a las blancas cpulas de la ciudad recortadas contra el cielo azul, ya a un automvil que pasaba zumbando por la carretera, ya a un montn de limones amarillos junto a la carretera, ya a otros camellos que paseaban o que cargaban o descargaban su humana carga. Aquella mujer, lo mismo que cualquier otro ser humano, pareca no pesar, no poda ni compararse con los grandes sacos de limones o de naranjas que a menudo Djemal tena que transportar, o con los sacos de yeso o los haces de arbolillos que a veces cargaba durante largos trayectos por el desierto.

De vez en cuando, incluso los turistas discutan, con sus voces dubitativas y de intrigados acentos, con Mahmet. Discutan los precios. Todo tena un precio. Todo quedaba reducido a denarios. Los denarios, en papel o en moneda, inducan a los hombres a esgrimir las dagas, o levantar los puos y golpearse en la cara.

Mahmet, con su turbante, sus zapatillas puntiagudas y con la punta vuelta hacia arriba, y con su chilaba, pareca el ms rabe de todos los rabes. Quera ser una atraccin turstica, fotognico (cobraba un mdico precio para dejarse fotografiar), con un aro de oro en una oreja, una cara morena y reseca casi oculta por las pobladas cejas y una barba absolutamente descuidada. Con tanto pelo, apenas se le vea la boca.

La razn por la que los otros camelleros odiaban a Mahmet radicaba en que no respetaba el precio fijo por paseo en camello que los otros camelleros haban acordado. Mahmet haba prometido respetar el precio, pero cuando se le acercaba un turista y efectuaba lamentables intentos de regatear (como haban aconsejado a los turistas, lo que Mahmet saba muy bien), rebajaba ligeramente el precio, con lo que consegua cerrar el trato, y dejaba al turista de tan buen humor, por haber triunfado en su regateo, que a menudo despus del paseo le daba una propina de valor superior a la rebaja conseguida. Por otra parte, cuando haba mucha demanda de paseos en camello, Mahmet suba los precios, sabedor de que seran aceptados, y a veces lo haca al alcance de los odos de los otros camelleros. Ello no quiere decir que el resto de sus compaeros fuera un ejemplo de honradez, pero existan unos acuerdos verbales, y la mayora de ellos los respetaban. Por culpa de la falta de escrpulos de Mahmet, a veces Djemal reciba el golpe de una piedra arrojada contra su jiba, piedra que, en realidad, iba destinada a Mahmet.

Despus de un da de buenos negocios con los turistas, da que se prolongaba hasta el ocaso, Mahmet dejaba a Djemal atado a una palmera, en la ciudad, y se pegaba un festn de cuscs, en un barracn transformado en restaurante que tena una terraza y un loro chilln. Entretanto, Djemal ni siquiera haba podido beber agua, debido a que Mahmet atenda primero a sus propias necesidades, y a Djemal no le quedaba ms remedio que mordisquear las hojas de los rboles que pudiera alcanzar. Sentado a una mesa, Mahmet coma solo, despreciado por los otros camelleros que se sentaban juntos a otra mesa, armando mucho ruido, un ruido alegre. Entre plato y plato, uno de ellos tocaba un instrumento de cuerda. Mahmet roa los huesos de carnero en silencio, y se limpiaba los dedos en sus ropas. No dejaba propina.

A veces, llevaba a Djemal a la fuente pblica y otras no lo haca, pero siempre iba subido sobre Djemal, mientras ste caminaba por el desierto camino del grupito de rboles en donde Mahmet sentaba sus reales todas las noches. A veces, Djemal no poda ver en la oscuridad, pero su olfato le guiaba hacia el montoncillo de ropas de Mahmet, hacia la tienda enrollada, los sacos de cuero, todo ello empapado por el peculiar hedor agrio del sudor de Mahmet.

En los ardientes meses de verano, generalmente le tocaba a Djemal transportar limones a primeras horas de la maana.

Gracias a Al -pensaba Mahmet-, el gobierno ha decretado que las horas de "paseos en camello" para turistas sean de 10 a 12 por la maana, y de 6 a 9, por la tarde. As los camelleros pueden ganar dinero en la parte media del da, y dedicarse al negocio de los turistas en horas fijamente determinadas.

Mientras el gran sol anaranjado se hunda en el horizonte de arena, Mahmet y Djemal se encontraban fuera del alcance de la voz del muecn, en Elu-Bana. Pero Mahmet pona en funcionamiento su transistor, aparatito no ms grande que su puo, que se colocaba en el hombro, sostenido entre los pliegues de su chilaba. Sonaba una interminable cancin quejumbrosa, cantada en falsete por un hombre. Mahmet tarareaba, mientras extenda una maltratada alfombra sobre la arena y echaba sobre ella unos harapos. Esto era su cama.

-Djemal, ponte ah! -deca Mahmet.

E indicaba un lugar por el que el viento soplaba en direccin a su cama. Djemal desprenda considerable calor, y al mismo tiempo su cuerpo no dejaba pasar el viento. Djemal segua comiendo maleza seca a varias yardas de distancia. Pero Mahmet se le acercaba y lo golpeaba con un ltigo de cuero trenzado. Los golpes no hacan dao a Djemal. Se trataba de un rito que Djemal dejaba que siguiera durante unos cuantos minutos, antes de decidirse a apartarse de las matas de color verde oscuro.

Aquella noche, afortunadamente Djemal no tena sed. -Ay... Ay... Ayaya Ayay Ay... -gema el transistor. Djemal se arrodill, situndose en posicin un tanto apartada de los deseos de Mahmet, de manera que el leve viento casi le daba en la cola. Djemal no quera recibir arena en la nariz. Alarg su largo cuello, apoy la cabeza en el suelo, casi cerr los orificios de su nariz y cerr completamente los prpados. Al cabo de un rato, sinti que Mahmet se apoyaba en su costado izquierdo, tirando de la vieja manta roja con la que se arropaba, y clavando sus pies con las sandalias puestas en la arena. Mahmet dorma casi sentado. Era su descanso.

A veces, Mahmet lea unos versculos del Corn, musitando las palabras. Apenas saba leer, pero desde la infancia se saba de memoria gran parte del Corn. Las enseanzas que recibi Mahmet, igual que las que actualmente se impartan, tuvieron lugar en una estancia llena de nios sentados en el suelo que repetan las frases pronunciadas por un hombre alto y con chilaba, que paseaba entre ellos, a grandes zancadas, leyendo por encima de sus cabezas frases del Corn. Esta sabidura, estas palabras, eran como poesa para Mahmet, muy lindas cuando se lean, pero carentes de toda utilidad en el vivir cotidiano. Aquella noche, el Corn de Mahmet -un grueso librillo con las puntas de las pginas retorcidas hacia arriba y letra casi borrada- se qued en el interior de la bolsa de cordel entretejido, juntamente con unos cuantos dtiles pegajosos y una porcin de pan seco. Mahmet pensaba en la prxima Carrera Nacional de Camellos. Se rasc la picadura de urca pulga en la parte interior de su brazo izquierdo. La carrera de camellos comenzara al da siguiente por la noche y durara una semana. El trayecto iba desde Elu-Bana a Khassa, importante ciudad del pas, con un gran puerto, en la que haba todava ms turistas. Desde luego, los camelleros dormiran al aire libre y tenan que llevar consigo suministros de alimentos y agua, y tenan que hacer un alto en Souk Mandela, en donde los camellos beberan, para seguir luego la carrera. Mahmet revis sus planes. No se detendra en Souk Mandela, naturalmente. Y sta era la razn por la que, ahora, mantena a Djemal a rgimen seco. Despus de que Djemal bebiera y acumulara agua en su cuerpo, maana, antes de que la carrera comenzara, Mahmet estimaba que Djemal poda pasarse siete das sin agua, y, de todas maneras, Mahmet proyectaba terminar el recorrido en seis das.

Tradicionalmente, la carrera de Elu-Sana a Khassa era muy reida, y en su ltimo tramo, los camelleros azotaban constantemente a sus camellos. El premio era de trescientos denarios, lo suficiente para que resultara interesante.

Mahmet puso la manta roja de forma que le tapara la cabeza, y se sinti seguro y autosuficiente. Mahmet no tena esposa, ni siquiera familia, o mejor dicho, s que tena familia en un lejano pueblo, pero sus familiares le tenan antipata y l se la tena a ellos, por lo que Mahmet jams pensaba en sus familiares. Siendo chico, haba cometido unos cuantos hurtos, y la polica haba acudido con demasiada frecuencia a casa de su familia, para hacer unas cuantas advertencias a Mahmet y a sus padres, por lo que ste haba abandonado su hogar a la edad de trece aos. A partir de entonces, llev una vida nmada, lustrando zapatos en la capital, trabajando de camarero durante una temporada hasta que le descubrieron en el acto de hurtar dinero de la caja, robando carteras en museos y mezquitas, haciendo de ayudante de un alcahuete en una cadena de burdeles de Khassa, y siendo agente de un comprador de objetos robados, en una ocasin en ese trabajo un polica le peg un tiro en una pantorrilla, a raz de lo cual Mahmet cojeaba. Mahmet tena treinta y siete o treinta y ocho aos, quiz incluso cuarenta, aunque no lo saba de cierto. Cuando hubiera ganado la Carrera Nacional de Camellos, con el dinero pagara el anticipo para comprar una casita en Elu-Sana. Ya haba visto la casita de dos habitaciones, blanca, con agua corriente y un menudo hogar de leos. La vendan a bajo precio debido a que su anterior propietario haba sido asesinado mientras se encontraba en la cama, y nadie quera vivir en ella.

El da siguiente, Djemal qued sorprendido por la relativa levedad de su trabajo. Djemal y Mahmet anduvieron por entre los montones de limones en las afueras de Elu-Sana, y las dos alforjas de Djemal fueron cargadas y descargadas cuatro veces antes del anochecer, lo cual era prcticamente nada. Por lo general, Djemal hubiera sido obligado a avanzar mucho ms de prisa por los caminos.

-Ho-ya, Djemal! -grit alguien. -Mahmet! Fuisssss...!

All haba excitacin. Djemal ignoraba por qu. Los hombres batan palmas. En elogio o en censura? Djemal tena conciencia de que nadie senta simpata hacia su amo, y parte de estas antipatas, y en consecuencia, aprensiones, recaan sobre el propio Djemal. A ste le molestaba en gran manera recibir un golpe traicionero, de algo arrojado contra su cuerpo, que en realidad iba destinado a Mahmet. Los grandes camiones se pusieron en marcha, cargados con los limones que antes haban transportado docenas y docenas de camellos. Los camelleros descansaban sentados, ya apoyados en las panzas de sus camellos, ya con las piernas cruzadas y el trasero sobre los pies. En el momento en que Djemal sala del recinto, otro camello, sin razn alguna que lo justificara, adelant la cabeza y peg un mordisco en la jiba de Djemal.

Djemal se volvi rpidamente, levant su saliente labio superior, poniendo al descubierto largos y poderosos dientes frontales, y contest con otro mordisco que casi atrap el morro del otro camello. El otro camellero fue casi derribado por el movimiento de retroceso de su camello, y maldijo a Mahmet, quien contest lo mejor que pudo.

A pesar de que Djemal ya estaba repleto de agua, Mahmet lo llev de nuevo al abrevadero de la ciudad. Djemal bebi un poco, despacio, detenindose de vez en cuando para levantar la cabeza y olisquear la brisa. Desde lejos le llegaba al olfato el perfume de los turistas. Oa msica recia, lo cual no era inslito ya que los transistores emitan sus estridentes sonidos durante todo el da y en todas partes, pero esta msica era mucho ms recia, ms slida. Djemal sinti un golpe en su pata trasera izquierda. Y, acto seguido, Mahmet se puso a caminar delante de l, tirando de sus riendas.

All haba banderas, turistas, una tribuna, y dos altavoces que difundan aquella msica. Todo, al borde del desierto. Haba camellos alineados. Un hombre hablaba con voz artificialmente fuerte. Los camellos tenan buen aspecto. Se tratara acaso de una carrera? Djemal haba participado en una, montado por Mahmet, y recordaba que haba corrido ms de prisa que los otros camellos. Eso ocurri el ao anterior, ao en que Mahmet compr a Djemal. ste recordaba borrosamente a su primer amo, que fue quien lo haba adiestrado. Se trataba de un hombre alto, amable y bastante viejo. Haba discutido con Mahmet, sin duda por cuestin de denarios, y Mahmet haba ganado la discusin. As lo entenda Djemal. Mahmet se haba llevado a Djemal consigo.

Bruscamente, Djernal se encontr alineado con otros camellos. Son un silbato. Mahmet azot a Djemal, y ste dio un salto al frente y ech a correr, tardando cosa de uno o dos minutos en cogerle el ritmo a la carrera. Despus, comenz a galopar con regularidad hacia el sol poniente. Iba en cabeza. Era fcil. Djemal comenz a respirar acompasadamente, dispuesto a mantener el ritmo de su galope durante mucho tiempo, si ello fuere necesario. Adnde iban? Djemal no ola hojas o agua, y el terreno no le era conocido.

Ca-pa-la-pop, ca-pa-la-pop... El sonido del galope de los camellos que iban detrs de Djemal iba alejndose. Djemal corri un poquito menos. Mahmet no lo azot. Djemal oy que Mahmet rea un poco. Sali la luna y siguieron adelante, yendo Djemal al paso. Estaba algo fatigado. Se detuvieron, Mahmet extrajo la cantimplora y bebi, comi algo, y, como de costumbre, se tumb, arrebujndose, contra el costado de Djemal. Pero en el lugar en que pasaron aquella noche no haba rboles ni cobijo alguno. La tierra era llana y ancha.

A la maana siguiente, al alba, se pusieron en marcha, despus de que Mahmet se tomara una jarrita de caf dulce, que se prepar en su hornillo de alcohol. Puso en marcha el transistor y lo sostuvo con la pierna doblada, que se apoyaba en el cuello de Djemal. Detrs de ste no se divisaba camello alguno. A pesar de ello, Mahmet imprimi a Djemal cierta velocidad. Mahmet, a juzgar por la firme jiba de Djemal, a su espalda, estimaba que su montura seguira en buena forma durante cuatro o cinco das ms, sin dar muestras de fatiga. A pesar de todo, Mahmet miraba a derecha e izquierda en busca de rboles, o de cualquier tipo de follaje, que los protegieran del sol, aunque slo fuera por poco tiempo. Tuvieron que detenerse al medioda; el calor del sol incluso haba penetrado el turbante de Mahmet, a quien el sudor le chorreaba por las cejas. Por primera vez, Mahmet puso un trapo sobre la cabeza de Djemal para protegerla del sol, y as descansaron hasta las cuatro de la tarde. Mahmet no tena reloj, pero averiguaba con toda exactitud la hora, por el sol.

El da siguiente discurri de la misma manera, con la salvedad de que Mahmet y Djemal encontraron unos cuantos rboles, aunque no hallaron agua. Mahmet conoca vagamente el territorio. No recordaba si haba estado all aos atrs, o si alguien le haba hablado del paraje. No haba agua salvo en Souk Mandela, en donde los participantes deban detenerse. Ello significaba dar un rodeo, apartndose del trayecto recto, por lo que Mahmet no tena intencin de ir all. Por otra parte, consideraba que era mejor dar un largo descanso a Djemal al medioda, y recuperar el tiempo perdido durante la noche. Y esto hicieron. Mahmet se guiaba un poco por las estrellas.

Djemal era perfectamente capaz de pasarse cinco das sin beber agua, siempre y cuando hubiera llevado poca carga y adoptado una velocidad moderada, pero Djemal a menudo se exceda. A la hora del descanso del medioda de la sexta jornada, Djemal comenz a sentir las consecuencias del esfuerzo efectuado. Mahmet. farfullaba versculos del Corn. Soplaba un poco de viento, y ste apag un par de veces la llama del hornillo de alcohol que Mahmet utilizaba para preparar caf. Djemal reposaba con la cola orientada contra el viento, y los orificios de la nariz abiertos solamente lo suficiente para poder respirar.

Mahmet estim que el estado del tiempo indicaba que se hallaban en los bordes de una tormenta de arena, pero no en la tormenta misma. Dio un par de palmadas en la cabeza de Djemal. Mahmet pensaba que los otros camellos y camelleros se encontraban en plena, tormenta, ya que el centro de sta estaba hacia Souk Mandela, al norte. Mahmet albergaba esperanzas de que todos ellos sufrieran los efectos de la tormenta y los hiciera retrasar notablemente su avance.

Pero Mahmet se equivocaba tal como descubri el sptimo da. Aqul era el da en que segn las previsiones terminara la carrera. Mahmet inici la marcha al alba, en unos momentos en que la arena se arremolinaba a su alrededor de tal manera que ni siquiera se tom la molestia de intentar preparar caf; se limit a masticar unos cuantos granos. Mahmet comenz a pensar que la tormenta se haba desplazado haca el sur, y que iba a alcanzarle, exactamente en su trayecto hacia Khassa, y. tambin pens que quiz sus rivales no se haban equivocado tanto como eso, al hacer un alto en Mandela para abrevar, y, luego, emprender el camino directo hacia Khassa, ya que con eso quedaban en el lmite norte de la tormenta y no en medio de ella.

Djemal tena dificultades en avanzar a buen ritmo, debido a que se vea obligado a mantener los orificios de la nariz casi cerrados para que no entrara arena en ellos, y, en consecuencia, no poda respirar a gusto. Mahmet, montado en las espaldas de Djemal e inclinado sobre su cuello, le azotaba nerviosamente para que corriera ms. Djemal se daba cuenta de que Mahmet tena miedo. Si Djemal no poda ver ni oler hacia dnde iban, cmo iba a poder Mahmet? Se le haba acabado el agua a Mahmet? Quiz. La paletilla derecha de Djemal comenz a dolerle y, luego, a sangrar a consecuencia de los latigazos que en ella le propinaba Mahmet. En la paletilla derecha era donde ms dolan los latigazos, y sta era la razn por la que segn supona Djemal, Mahmet no le azotaba en la otra paletilla. Ahora, Djemal conoca ya muy bien a Mahmet. Le constaba que esperaba obtener una recompensa gracias a los esfuerzos de Djemal, puesto que, de lo contrario, Mahmet jams se hubiera prestado a sufrir tantas incomodidades. Djemal tambin tena la vaga idea de que estaba compitiendo con otros camellos, aquellos que haba visto en Elu-Bana, debido a que Djemal haba sido obligado a participar en otras carreras, en las que deba correr ms de prisa que otros camellos hacia un grupo de turistas que Mahmet haba divisado a cosa de un kilmetro de distancia.

Mahmet pegaba saltos sobre la espalda de Djemal, esgrima el ltigo y gritaba:

-Ay, ay, ay!

Por fin, comenzaron a salir de la tormenta de arena. De vez en cuando ya se poda ver el plido resplandor del sol aunque lejos, cerca del arenoso horizonte. Djemal tropez, cay, y con ello derrib a Mahmet. Sin querer, Djemal se trag un buen puado de arena. Le hubiera gustado quedarse all, tumbado durante unos minutos, recobrando fuerzas, pero Mahmet grit y lo azot.

Mahmet haba perdido su transistor, y anduvo a gatas por la arena, desatentado, con el fin de recobrarlo. Cuando lo encontr atiz una buena patada en la jiba a Djemal, sin que produjera efecto alguno, luego le atiz un despiadado puntapi en el ano, debido a que Djemal segua tumbado. Mahmet lanz una sarta de maldiciones.

Djemal hizo lo mismo, por el medio de resoplar violentamente y de dejar al descubierto dos formidables dientes frontales, antes de ponerse despacio en pie, con lenta y amargada dignidad. Atontado por el calor y la sed, Djemal vea borrosamente a Mahmet, y estaba tan exasperado que de buena gana le hubiera atacado, pero la fatiga lo haba dejado tan debilitado que no poda hacerlo. Mahmet golpe a Djemal y le orden que se arrodillara. Djemal lo hizo y Mahmet mont en l.

Volvan a avanzar. Las pezuas de Djemal se movan ms y ms pesadamente, e incluso se arrastraba sobre la arena. Pero Djemal senta el olor de gente. Agua. Luego oy msica, la habitual msica quejumbrosa de los transistores rabes, pero ms fuerte, como si sonaran varios al mismo tiempo. Mahmet golpe a Djemal una y otra vez en la paletilla, gritndole frases de nimo. Djemal no vio razn alguna para esforzarse, debido a que la meta estaba claramente a la

vista, pero hizo cuanto pudo para andar a buen paso, animado por la esperanza de que ello inducira a Mahmet a manejar ms moderadamente el ltigo.

Los gritos de jbilo eran ya ms cercanos: -Yea!

Ahora, Djemal iba con la boca abierta y seca. Poco antes de llegar al lugar en que estaba la gente, a Djemal le fall la vista. Tambin le fallaron los msculos de las piernas. Y las rodillas. De tal manera que Djemal cay de costado sobre la arena. La jiba se le bamboleaba inerte, tan vaca como su boca y su estmago.

Y Mahmet lo azot, lanzando gritos.

La multitud chillaba y gema al mismo tiempo. A Djemal le importaba muy poco. Tena la impresin de que se estaba muriendo. Por qu alguien no le daba agua? Mahmet se dedicaba a encender cerillas en los talones de Djemal. Este ni siquiera rebull. Con sumo placer hubiera atravesado de un mordisco el cuello de Mahmet, pero le faltaban las fuerzas precisas. Djemal se desmay.

Con rabia y rencor, Mahmet vio cmo un camello y su camellero cruzaban la lnea de llegada. Luego lo hizo otro. Los camellos tenan aspecto de cansancio, pero no fingan estar muertos de cansancio, como haca Djemal. En la mente de Mahmet no haba lugar para la lstima. Djemal lo haba traicionado. Djemal, de quien se deca que era tan fuerte.

Cuando un par de camelleros se rieron de Mahmet e hicieron desagradables observaciones acerca del hecho de que Mahmet no le haba dado de beber a Djemal -hecho harto evidente-, Mahmet los maldijo a gritos. Luego arroj un cubo de agua sobre la cabeza de Djemal, lo que reanim a ste. Luego, rechinando los dientes, Mahmet vio cmo el vencedor de la carrera (viejo y gordo cerdo, que siempre se burlaba de Mahmet en Elu-Bana) reciba el premio, en forma de cheque. Naturalmente, el gobierno no iba a dar el dinero en metlico, porque en las apreturas el ganador corra el peligro de que se lo robaran.

Aquella noche, Djemal bebi agua, e incluso comi un poco aunque Mahmet no le dio de comer ya que, adems, haba arbustos y rboles en el lugar en que pasaron la noche. Se encontraban en los aledaos de la ciudad de Khassa. Al da siguiente, despus de haber adquirido provisiones -pan, dtiles, agua y un par de salchichas, todo para Mahmet- los dos emprendieron el camino de regreso por el desierto. Djemal estaba todava un poco cansado y descansar durante un da no le hubiera sentado mal. Se detendra Mahmet, en esta ocasin para permitir que Djemal bebiera

agua en algn lugar u otro? Eso esperaba Djemal. A fin de cuentas, no estaban haciendo una carrera.

Hacia el medioda, cuando les tocaba descansar a la sombra, a Djemal le fall la rodilla derecha, en el momento en que intentaba arrodillarse para que Mahmet desmontara. Mahmet cay rodando por la arena, se puso en pie de un salto, y golpe un par de veces con la empuadura de su ltigo a Djemal, en la cabeza.

-Estpido! -grit Mahmet en rabe.

Djemal mordi el ltigo, apoderndose de l. Cuando Mahmet se ech hacia adelante para recobrar el ltigo, Djemal volvi a morder y atrap con sus dientes la mueca de Mahmet.

Mahmet chill.

Djemal se puso en pie, dispuesto a proseguir su ataque. Cunto odiaba a aquel ser menudo y maloliente que se consideraba su amo!

Retrocediendo y blandiendo el ltigo, Mahmet chill: -Aaah! Atrs! Al suelo!

Djemal se acerc despacio a Mahmet, con los dientes al descubierto, y los ojos rojos y dilatados de rabia. Mahmet huy corriendo y se refugi detrs del inclinado tronco de una palmera. Djemal traz un crculo alrededor del rbol. A su olfato llegaba el penetrante hedor que despeda el aterrado cuerpo de Mahmet.

Mahmet se quit la vieja chilaba y el turbante y acto seguido arroj ambas prendas contra Djemal.

Sorprendido, Djemal mordi aquellos malolientes trapos, y lo hizo sacudiendo la cabeza, como si entre sus dientes tuviera el cuello de Mahmet, y sacudiera a aquel hombrecillo, para matarlo. Djemal resopl y atac el turbante, que, al quedar desenroscado no era ms que un largo y sucio harapo. Se trag buena parte del turbante, y mastic el resto con sus grandes dientes frontales.

Mahmet, situado detrs del rbol, comenz a respirar mejor. Saba que los camellos a veces desfogaban su ira en las ropas del hombre al que odiaban, y que con ello se quedaban tranquilos. sta era la esperanza que albergaba Mahmet. No tena el menor deseo de regresar a pie a Khassa. Quera ir a Elu-Bana, ciudad que consideraba suya.

Por fin, Djemal se tumb en el suelo. Estaba cansado, tan cansado que no se tom la molestia de situarse a la irregular sombra que proyectaba la palmera. Y se durmi.

Cautelosamente, Mahmet lo golpe hasta despertarlo. El sol se estaba poniendo. Djemal intent morderle pero fall. Mahmet juzg oportuno no castigar a Djemal, y dijo:

-Arriba, Djemal! Arriba que nos vamos!

Djemal se puso en marcha. Avanz en la noche, intuyendo ms que viendo, la confusa senda en la arena. La noche era fresca.

En el tercer da, llegaron a Souk Mandela, ajetreada aunque pequea poblacin con mercado. Mahmet haba decidido vender all a Djemal. En consecuencia se dirigi al mercado al aire libre en el que se vendan alfombras, joyas, sillas de camello, cacharros, peines, y cuanto se quiera, todo se encontraba en venta, all, en el suelo. En un rincn se vendan camellos. Mahmet llev a Djemal all, yendo a pie, mirando de vez en cuando hacia atrs, bastante adelantado con respecto a Djemal, no fuera que le mordiera.

Mahmet dijo al tratante de camellos:

-Barato. Seiscientos denarios. Es un hermoso camello, como puedes ver. Y acaba de ganar la carrera de Elu-Bana a Khassa!

Un camellero con turbante oy estas palabras y se ech a rer, como tambin lo hicieron otros dos. El camellero dijo:

-De veras? No es esto lo que nos han contado. Tu camello se cay al suelo!

-S, nos han dicho que no te detuviste para darle de beber, viejo sinvergenza hijo de mala madre! -dijo otro. -Incluso en este caso... -comenz a decir Mahmet.

Y peg un salto para evitar una dentellada de Djemal Un viejo con barbas dijo:

-Oooh! Ni siquiera su camello le tiene simpata... -Trescientos denarios! -chill Mahmet-. Silla incluida! Un hombre indic la golpeada paletilla de Djemal, que estaba todava ensangrentada y sobre la que se haban posado moscas, como si se tratara de una llaga permanente, y ofreci doscientos cincuenta denarios.

Mahmet acept. En metlico. El hombre tena que ir a su casa, en busca del dinero. Mahmet esper, taciturno, a la sombra, mientras el tratante en camellos y otro hombre llevaban a Djemal al abrevadero que haba en la plaza. Mahmet haba perdido un buen camello -y tambin haba perdido dinero, lo cual era todava ms doloroso-, pero estaba muy contento de haberse desembarazado de Djemal. A fin de cuentas, su vida era ms valiosa que el dinero.

Aquella tarde, Mahmet tom un incmodo autobs que iba a Elu-Bana. Llevaba su equipo, sus vacas cantimploras, su hornillo de alcohol, su cazo para guisar y su manta. Durmi como los muertos en una calleja que se encontraba detrs del restaurante en que sola comer cuscs. A la maana siguiente, teniendo una visin muy clara de su mala suerte, y con el mortificante recuerdo del bajo precio que haba obtenido por uno de los mejores camellos del pas, Mahmet rob en el automvil de un turista. Consigui una manta trenzada, y algo inesperado que haba debajo de ella -una cmara fotogrfica-, se apropi tambin de un frasco de plata que encontr en la guantera, y de un paquete envuelto en papel castao que contena una pequea alfombra, evidentemente recin comprada en el mercado. Tard menos de un minuto en cometer este hurto, debido a que la portezuela del vehculo no estaba cerrada con llave. El automvil se encontraba enfrente de un srdido bar, y un par de descalzos adolescentes sentados a una mesa, se limitaron a rer, al contemplar cmo Mahmet cometa su hurto.

Mahmet vendi su botn, antes del medioda, por setenta denarios (la cmara era un buen aparato alemn), con lo cual se sinti un poco mejor. Con esta suma, aadida a los denarios anteriormente atesorados por Mahmet, que llevaba consigo en una bolsa cosida en una manta, ahora ya posea casi quinientos denarios. Poda comprar otro camello, aunque no tan bueno como Djemal, que le haba costado cuatrocientos denarios. Y an le quedara lo suficiente para hacer un primer pago, a cuenta de la casita que quera comprar. La temporada de turismo no haba terminado an, y Mahmet necesitaba un camello para ganar dinero, ya que el oficio de camellero era el nico que conoca.

Entretanto, Djemal haba ido a parar a buenas manos. Lo haba comprado un hombre pobre pero decente, llamado Chak, para aadirlo a los tres con que ya contaba. Principalmente, Chak se dedicaba a transportar limones y naranjas con sus camellos, pero durante la temporada turstica tambin ofreca paseos en camello. A Chak le encantaba la gracia y la buena voluntad con que Djemal trataba a los turistas. Y adems, debido a su altura, siempre era el. camello preferido por aquellos turistas que queran contemplar el .panorama.

Djemal ya se haba curado la paletilla herida, iba bien alimentado, no trabajaba en exceso, y estaba muy contento con su manera de vivir y de su amo. Sus recuerdos de Mahmet iban borrndose, debido a que nunca le vea, ya que Elu-Bana tena muchos caminos, tanto de entrada como de salida. A menudo Djemal trabajaba a millas de distancia, y la casa de Chak se encontraba un poco lejos de la ciudad. En ella, Djemal dorma en compaa de los otros camellos, en un cobertizo, cerca de la casa en que Chak viva con su familia.

A principios de otoo, un da, en que el tiempo era un poquito ms fresco y en que la mayora de los turistas se haban ido, lleg al olfato de Djemal el peculiar hedor que desprenda Mahmet. En aquellos momentos, Djemal estaba entrando en el mercado de fruta de Elu-Bana, con un pesado cargamento de pomelos. Grandes camiones estaban siendo cargados con pesadas cajas de pomelos y de pias, y all haba mucho ruido, con conversaciones y gritos de los trabajadores, y los transistores difundiendo diferentes programas a todo volumen. Djemal no vio a Mahmet, pero los pelos del cuello se le erizaron un poco, y temi recibir un golpe. Obedeciendo las rdenes de Chak, Djemal se arrodill, y le quitaron la carga que llevaba a uno y otro costado.

Entonces vio a Mahmet ante l, a la distancia de un largo de camello. Mahmet tambin vio a Djemal, se qued mirndolo durante uno o dos segundos, para tener la certeza de que realmente se trataba de Djemal, y acto seguido, Mahmet peg un salto, retrocedi y se meti unos cuantos billetes en algn lugar de su chilaba.

Otro camellero, indicando con el pulgar a Djemal, dijo a Mahmet:

-Este es el camello que tenas antes, verdad? Todava le tienes miedo, Mahmet?

-Jams le he tenido miedo! -replic Mahmet. -Ja, ja!

Dos camelleros ms se unieron a la conversacin. Djemal observ a Mahmet, mientras ste se estremeca, encoga los hombros y no dejaba de hablar. Djemal le ola muy bien ahora, y su odio se despert de nuevo, en toda su pujanza, y se acerc a Mahmet.

Un camellero con turbante, que haba bebido demasiado vino, dijo riendo:

-Ja, ja ...! Ten cuidado, Mahmet! Mahmet retrocedi.

Djemal sigui adelante. Sigui caminando, a pesar de que oy la voz de Chak llamndolo. Luego, Djemal inici el trote, en el instante en que Mahmet se esconda detrs de un camin. Cuando Djemal lleg al camin, Mahmet ech a correr velozmente hacia una casita, especie de cobijo para camelleros.

Ante el horror de Mahmet, result que la puerta de la casita estaba cerrada con llave. Corri a ocultarse detrs de la casita.

Djemal fue tras de l, y con sus dientes atrap a Mahmet por la chilaba y por parte de su espinazo. Mahmet cay al suelo, y Djemal le pate y le pate, en la cabeza.

-Mirad! Una pelea entre un hombre y un camello! -Este hijo de mala madre se lo merece! -grit alguien.

Diez o doce hombres y, despus, veinte se congregaron para contemplar el espectculo, riendo, y esperando, al principio, que alguien interviniera y pusiera fin a aquello, pero nadie lo hizo. Contrariamente, alguien hizo pasar de mano en mano una jarra de vino.

Mahmet chillaba. Djemal pate con fuerza la parte media de la espalda de Mahmet. Entonces todo se acab. Por lo menos, Mahmet se qued quieto, muy quieto. Djemal, reuniendo valor para llevar a cabo su propsito, mordi la desnuda pantorrilla izquierda de Mahmet.

La multitud rugi. Los que la formaban estaban a salvo, ya que el camello no iba a atacarlos a ellos, sino que atacaba a un hombre al que detestaban, a Mahmet, que no slo era tacao sino absolutamente deshonesto, incluso con personas a las que l induca a creer que era su amigo. -Qu camello! Cmo se llama? -Djemal! Ja, ja!

Alguien repiti, como si todos no lo supieran:-Hasta hace poco era el camello de Mahmet. -Djemal! Basta, Djemal! -intervino por fin Chak. -Que Djemal nos vengue! -chill alguien.-Esto es terrible! -grit Chak.

Los hombres rodearon a Chak, dicindole que aquello no era terrible, y dicindole que ellos se encargaran de ocultar el cadver en algn lugar. No, no, no, no haba necesidad alguna de llamar a la polica. Era absurdo! Toma un poco de vino, Chak! Incluso unos cuantos conductores de camin se haban unido al grupo, sonriendo siniestramente divertidos por lo que haba ocurrido detrs del barracn.

Djemal, ahora con la cabeza alta, haba comenzado a calmarse. Juntamente con el hedor propio de Mahmet, tambin ola a sangre. Altanero, Djemal pas por encima de su vctima, alzando cuidadosamente las patas, y acudi al lado de su amo, Chak, que todava estaba nervioso. Chak deca:

-No, no...

Debido a que los hombres, todos ellos un poco borrachos, le ofrecan setecientos denarios y ms, por Djemal. Lo ocurrido haba dejado a Chak estremecido, y, al mismo tiempo, orgulloso de Djemal, de quien no se hubiera desprendido, en aquellos momentos, ni por mil denarios.

Djemal sonrea. Levant la cabeza, y mir framente, con sus ojos de largas pestaas, hacia el horizonte. Los hombres

le acariciaban los costados, las paletillas. Mahmet estaba muerto. La ira de Djemal, como un veneno, ya no corra junto con su sangre. Djemal sigui a Chak, sin que ste cogiera las riendas, cuando Chak se alej, mirando hacia atrs y llamando a Djemal por su nombre.All estaba yo, cargando con Bubsy

S, all estaba l, cargando con Bubsy, triste destino que ningn ser vivo mereca. Barn, de diecisis aos de edad -o quiz diecisiete?-, pero de todas maneras entrado en aos, se senta condenado a pasar los ltimos das de su vida cargando con aquel gordo y aborrecible animal a quien Barn haba detestado casi desde el mismo instante en que haba entrado en escena, haca de ello diez o doce aos por lo menos. S, condenado, a no ser que ocurriera algo. Pero, qu poda, ocurrir, y cmo poda conseguir, Barn, que ocurriera? Barn se devanaba los sesos. Desde que era cachorro, la gente haba dicho que estaba dotado de extraordinaria inteligencia. Esto consolaba un poco a Barn. En el fondo se trataba de inducir a Marion a que se comportara con mano dura, lo cual resultaba muy difcil para un perro, ya que Barn no hablaba, a pesar de que su amo, Eddie, le haba dicho que s, que hablaba. Esto se deba a que Eddie haba comprendido todos los ladridos, gruidos y miradas de Barn.

ste reposaba en una rellena funda con tela de lunares, que cubra su cesto; ste tena una especie de techumbre abombada e incluso la techumbre estaba forrada con la tela de lunares. Procedentes de la estancia contigua, llegaban a los odos de Barn risas, voces entremezcladas, el sonido de vasos entrechocando, as como, de vez en cuando, el entrechocar de alguna botella y los ocasionales ja, ja, ja... de Bubsy, Ja, ja, ja... que en los das inmediatos posteriores a la muerte de Eddie haban bastado para que las orejas de Barn se estremecieran de hostilidad. Barn ya ni siquiera reaccionaba ante las patochadas de Bubsy. Al contrario, finga languidez e indiferencia (era mejor para sus nervios); bostez a toda mandbula, mostrando sus amarillos caninos inferiores; luego apoy la cabeza en sus patas delanteras. Quera hacer pip. Haca diez minutos que haba entrado en la ruidosa sala de estar y haba indicado a Bubsy, por el medio de acercarse a la puerta del apartamento, que quera salir al exterior. Pero Bubsy no le haba hecho el menor caso, a pesar de que uno de los jvenes all presentes

(Barn tena la casi absoluta certeza de ello) se haba ofrecido a llevarlo abajo. Barn se puso bruscamente en pie. Ya no poda esperar ms. Desde luego, siempre le caba la posibilidad de hacer pip directamente encima de la alfombra, en una actitud de que-se-vaya-todo-al-cuerno, pero todava le quedaba cierta decencia.

Barn volvi a probar suerte en la sala de estar. Aquella noche haba ms mujeres que de costumbre.

-Ooooh... !

-Aaaaah... ! Aqu est Barn!

-Por el amor de Dios, Bubsy, Barn quiere salir! Dnde est la correa?

-Pero si acabo de sacarlo! -minti Bubsy chillando. -Cundo? Esta maana?

Un hombre joven, con gruesos y peludos pantalones baj a Barn en el ascensor. Barn se acerc al primer rbol, all, en la acera, y levant un poco una pata. El joven le habl en tono amistoso, y dijo algo acerca de Eddie. El nombre de su amo entristeci por un instante a Barn, aun cuando supona que era un gesto amable el que personas totalmente desconocidas recordaran a su amo. Dieron la vuelta a la manzana. Cuando se hallaban cerca de una charcutera, en Lexington Avenue, un hombre los detuvo y, en tono corts, formul una pregunta en la que intervena el nombre Barn.

El joven que sostena en la mano la correa de Barn contest:

-S.

El desconocido dio una cariosa palmada en la cabeza de Barn, y ste reconoci el otro nombre de su amo: Brockhurst. Los dos: Edward Brockhurst.

Los dos siguieron su camino, hacia la marquesina del edificio de apartamentos, hacia la horrenda reunin. De repente, las orejas de Barn se levantaron al reconocer el ritmo de unos pasos conocidos, y su olfato oli un aroma tambin conocido: Marion.

-Hola, siento llegar tarde...

Marion haba estado ms cerca de lo que Barn haba supuesto. Sin duda su odo ya no era ni sombra de lo que fue en otros tiempos, y a decir verdad, tampoco su vista. Marion hablaba con el joven que haba sacado a Barn a la calle, y todos se metieron en el ascensor.

El corazn de Barn lata con ms fuerza a impulsos del placer. Marion ola bien. De repente la velada mejor, incluso cabe decir que adquiri caractersticas maravillosas, y ello se deba solamente a la llegada de Marion. El verdadero amo de Barn siempre haba amado a Marion. Y Barn tena plena conciencia de que Marion quera llevrselo, para que viviera con ella.

El ambiente cambi de forma muy notable cuando Barn, el joven y Marion entraron. La conversacin se apag, y Bubsy se adelant llevando en la mano un vaso de su burbujeante lquido favorito, champaa. El joven le quit la correa a Barn.

En tono corts y como si explicara algo, Marion dijo: -Buenas noches, Bubsy...

Algunas personas saludaron a Marion, y otras reanudaron sus conversaciones en pequeos grupos. Barn mantena la vista fija en Marion. Caba la posibilidad de que ella se lo llevara, aquella misma noche? Marion hablaba de l, de Barn. Y Bubsy pareca un poco preocupado. Acompa a Marion a otro cuarto, que era el dormitorio de Bubsy, y Barn los sigui, pegado a los talones de Marion. Bubsy quiso cerrar la puerta ante las narices de Barn pero Marion mantuvo la puerta abierta, y dijo:

-Entra, Barn!

Aquel cuarto desagradaba a Barn. La cama era alta, y lo pareca an ms a causa de las almohadas, y a sus pies estaba el aparato que Bubsy utilizaba cuando tena sus ataques de ahogos y estertores, lo que casi siempre ocurra por la noche. Estaba formado por dos tanques de cromo, de los que surga un tubo de goma, y tambin tubos flexibles de aluminio. El aparato era arrastrado, sobre sus ruedas, hasta las almohadas de Bubsy.

-...amiga... vacaciones... -deca Marion.

sta intentaba convencer a Bubsy. Barn oy su propio nombre dos o tres veces, el de Eddie una vez, y Bubsy mir a Barn con aquella expresin irritada y tozuda que l conoca tan bien desde haca aos, incluso en los tiempos en que Eddie viva.

-Bueno, no... -dijo Bubsy.

Y a continuacin pronunci un discurso muy complicado. Marion volvi a empezar, sin dar la menor muestra de sentirse desanimada.

Bubsy tosi, y su cara se oscureci un poco. Repiti su habitual palabra:

-No... no...

Marion se puso de rodillas ante Barn, lo mir a los ojos, y le habl. Barn mene su peluda cola. Temblaba de alegra, y de buena gana hubiera puesto las patas en los hombros de Marion, pero no lo hizo porque no era correcto. Pero sus patas delanteras se alzaban y bajaban, como en un baile, sobre el suelo. Se sinti rejuvenecido en muchos aos.

Luego, Marion comenz a hablar de Eddie, y se enfad. Marion se ergua un poco, cuando hablaba de Eddie, como si ste fuera un motivo de orgullo, y para Barn era evidente que Marion pensaba, y quiz incluso dijera, que Bubsy no le llegaba a la altura del zapato a Eddie. Barn saba que su amo haba sido una persona importante. Los desconocidos que iban a la casa trataban a Eddie como si ste fuera su amo, hasta cierto punto, en aquellos tiempos en que Barn y Eddie vivan en otro piso, y en que Bubsy serva las bebidas y guisaba las comidas, igual que aquellos criados de los barcos en los que Barn haba viajado, o de los hoteles en que se haba alojado. De repente, Bubsy afirmaba que l era el amo de Barn. Por lo menos ste era el general significado de sus palabras.

Bubsy segua diciendo no, en voz crecientemente firme; despus se dirigi hacia la puerta.

Marion dijo algo en tono serenamente amenazador. Barn senta grandes deseos de saber qu era lo que Marion haba dicho, y la sigui a travs de la sala de estar, hasta la puerta del apartamento. Barn estaba plenamente dispuesto a fugarse con Marion, a dar saltos de alegra sin correa, y a quedarse con ella. Marion se detuvo para hablar con el joven que llevaba gruesos y peludos pantalones, que se haba acercado a Marion.

Bubsy los interrumpi agitando las manos, animado por el deseo de poner fin a la conversacin.

-Buenas noches... buenas noches... -dijo Marion. Barn se desliz por la puerta junto a Marion, y avanz a saltos hacia los ascensores. Un hombre ri, pero no fue Bubsy.

-Barn, no puedes, querido... no puedes... -dijo Marion. Alguien cogi a Barn por el collar. ste lanz un gruido, pero saba que no poda ganar la batalla, que alguien le dara un azote de aviso, si l no haca lo que ellos queran. Barn oy, a sus espaldas, el horrible clanc que significaba que Marion haba quedado ya dentro del ascensor y que, por lo tanto, se haba ido. Algunos gimieron, cuando Barn cruz la sala de estar, y otros rieron, mientras la barahnda volva a comenzar ms ruidosa y alegre que antes. Barn se dirigi directamente al dormitorio de su amo, que se encontraba en el otro extremo de la sala de estar, opuesto a aquel en el que se encontraba el dormitorio de Bubsy. La puerta estaba cerrada pero Barn saba abrirla mediante la manecilla horizontal, siempre que no estuviera echada la llave, ya que no saba manejar la llave que sobresala debajo de la manecilla, a pesar de que a menudo lo haba intentado. La puerta se abri. Quiz esa noche Bubsy haba mostrado el cuarto a alguno de sus invitados. Barn entr e inhal aire, que todava ola levemente al tabaco de la pipa de su amo. En la gran mesa escritorio estaba la mquina de escribir de su amo, ahora cubierta con un pao a lunares, parecido al que cubra el cesto-cama de Barn, en el cuarto libre. Pero Barn se senta tan feliz, y quiz incluso ms durmiendo ah, en la alfombra, cerca de la mesa escritorio como haba hecho a menudo mientras su amo trabajaba. Pero Bubsy, con mala intencin, sola tener el aposento de su amo cerrado con llave.

Barn se enrosc en la alfombra y apoy la cabeza en el suelo, quedando con la nariz casi pegada a la pata de la silla de su amo. Suspir, sbitamente embargado por las emociones experimentadas en los ltimos minutos. Pens en Marion, record las felices maanas en que sta los visitaba, y en las que su amo y Bubsy haban preparado huevos con tocino o pasteles calientes, y luego se haban ido a dar un paseo por el Parque Central. All, Barn sala lanzarse al agua y recobrar los palos que Marion arrojaba al lago. Y Barn recordaba un crucero especialmente feliz, con la cubierta del buque iluminada por el sol, en compaa de su amo y de Marion (antes de los tiempos de Bubsy), efectuado cuando Barn era joven, gil y apuesto, popular entre los pasajeros, y mimado por los camareros del barco, quienes llevaban bistecs enteros a la cabina que ocupaban Eddie y Barn. ste recordaba los paseos por una ciudad de blancos muros, con muchas casas blancas, y con olores que jams haba olido y que nunca volvera a oler... Y tambin recordaba un paseo en barca, durante el que sta se balance, y l recibi espuma del mar en la cara, y una isla en la que las calles estaban adoquinadas, isla que l lleg a conocer en su integridad, y por la que vagaba a su antojo. Oy de nuevo la voz de su amo hablndole con calma, hacindole preguntas... Barn oy el fantasmal teclear de la mquina... Luego, se durmi.

Lo despertaron las toses de Bubsy. Luego oy las trabajosas y silbantes inhalaciones de aire de Bubsy. En la casa haba silencio. Bubsy paseaba arriba y abajo, en su aposento. Barn se puso en pie, y sacudi el cuerpo para despertarse. Sali del cuarto, para no pasar la noche entera encerrado, y anduvo hacia la sala de estar, pero le repeli el olor a humo de cigarrillos, Barn fue a la cocina, bebi un poco de agua de su cuenco, olisque los restos de cierto enlatado alimento para perros, y dio media vuelta, encaminndose hacia el cuarto libre, en donde tena su cama. De buena gana hubiera comido algo; le habra gustado comer restos de un bistec, o roer el hueso de una costilla de cordero. En los ltimos tiempos Bubsy cenaba fuera de casa muy a menudo, no se llevaba a Barn consigo, y la alimentaba casi siempre con comida enlatada. El amo de Barn hubiera acabado terminantemente con semejante,, comportamiento! Barn se enrosc en su cesto.

La mquina de Bubsy zumbaba. De vez en cuando la mquina haca clic-clic. Bubsy se son las narices, lo cual era seal de que se senta mejor.

Bubsy no iba a trabajar, y bien se poda decir que no trabajaba, si por trabajo se entiende lo que haca Eddie, que se pasaba varias horas al da sentado ante la mquina de escribir, y en ciertas temporadas lo haca todos los das de la semana. Bubsy se levantaba a media maana, se preparaba t con tostadas, se sentaba cubierto con su bata de seda, y as lea el peridico que todava dejaban en la puerta todas las maanas. Y casi eran ya las doce, cuando sacaba de paseo a Barn. A esa hora, Bubsy ya haba llamado por telfono al menos dos veces, y luego sala quiz para efectuar un largo almuerzo, de todas formas lo cierto era que no regresaba hasta muy entrada la tarde. Bubsy haba estado relacionado en cierta manera, aunque Barn no saba cul, con el teatro. Pero cuando el amo de Barn conoci a Bubsy, Barn y su amo lo visitaron un par de veces entre las ajetreadas bambalinas de un teatro de Nueva York. Entonces, Bubsy se port con ms amabilidad, como Barn recordaba muy bien, y siempre pareca dispuesto a llevarlo de paseo, a limpiarle las orejas, y a peinarle el tup que se alzaba en la parte superior de su cabeza, un tup de rizado pelo negro, debido a que, en aquellos tiempos, Bubsy estaba orgulloso de lucir a Barn por la calle. En la flor de su juventud, Barn haba ganado uno o dos premios en el Madison Square Garden, de ello haca ya muchos aos. Oh, tiempos felices! Sus dos copas de plata y sus dos o tres medallas ocupaban un lugar de honor en la estantera con libros que se encontraba en la sala de estar, pero, ahora, haca ya varias semanas que la doncella no haba limpiado aquellos trofeos. A veces, Eddie los mostraba a sus visitantes, y un par de veces, riendo, haba servido a Barn los bizcochos del desayuno con leche, en una de aquellas copas. Barn record que, ahora, no haba bizcochos en la casa.

A santo de qu Bubsy se empeaba en conservarlo, a l, cuando en realidad no lo quera? Barn sospechaba que ello se deba a que con ello Bubsy poda seguir amparndose en su amo, que haba sido un hombre ms importante que l, lo que significaba ms amado y ms respetado por ms personas. Durante los das horribles de la enfermedad de su amo, y despus de su muerte, la persona en quien Barn busc consuelo fue Marion y no Bubsy. Barn pensaba que su amo haba deseado, y probablemente lo haba dicho con toda claridad, que Barn se fuera a vivir con Marion, cuando l muriese. Bubsy siempre haba tenido celos de Barn, y ste se vea obligado a reconocer que tambin l haba tenido celos de Bubsy. Ahora bien, el problema radicaba en si l, Barn, vivira con Marion o con Bubsy. Esto Barn lo vea muy claro, ya que no tena un pelo de tonto. Y por eso, Marion y Bubsy se haban peleado constantemente, desde la muerte de Eddie.

Abajo, en la calle, un automvil pas ruidosamente sobre una tapa metlica de alcantarilla. Desde el aposento de Bubsy le llegaba el sonido de silbantes inhalaciones; la mquina estaba desenchufada. Barn tena sed y pens en tomar un par de tragos ms, pero se senta muy cansado y se limit a pasarse la lengua por el hocico. Luego, cerr los ojos. Le dola una muela. La vejez era horrible. Barn haba tenido dos esposas, pero de ello haca tanto tiempo que apenas se acordaba. Y haba tenido muchos hijos, quiz doce. Las fotografas de muchos de ellos estaban en la sala de estar, y sobre la mesa de su amo haba una foto en la que apareca Barn en compaa de tres de sus vstagos.

Barn despert de una pesadilla, lanzando gruidos. Mir alrededor, desorientado en la oscuridad. Realmente haba ocurrido. No, no haba sido un mal sueo. Pero s, haba ocurrido. Haca de ello pocos das. Bubsy haba despertado a Barn, que estaba echando una cabezada; correa en mano, dispuesto a sacarlo a la calle, y Barn, llevado quiz por un arrebato de malhumor en aquel instante, debido a que lo haban despertado, haba gruido de una manera terrible, sin levantar la cabeza del suelo. Y Bubsy haba retrocedido lentamente. Ms tarde, aquel mismo da, Bubsy, con la correa doblada en la mano, haba recordado a Barn su mal comportamiento, y haba azotado el aire con la correa. Barn-no se inmut, limitndose a contemplar a Bubsy con helado desprecio. De esta manera se haban mirado, sin que nada ocurriera, pero Bubsy fue el primero en retirarse.

Conseguira algo, si se lanzaba a la lucha? La idea tens los viejos msculos de Barn; pero no pudo trazar planes, no poda prever el futuro con claridad, y poco tard en estar dormido de nuevo.

Aquel da, despus del atardecer, Barn qued sorprendido por un delicioso plato de bistec crudo, cortado en cmodas porciones, y despus por un paseo durante el cual Bubsy le habl en tono amable. Subieron a un taxi. Recorrieron una larga distancia. Caba la posibilidad de que se dirigieran al piso de Marion? El piso de ella estaba muy lejos, segn recordaba Barn desde los tiempos en que Eddie viva. Pero Bubsy jams iba a casa de Marion. Sin embargo, cuando el taxi se detuvo y los dos se apearon, Barn reconoci la carnicera, todava abierta, que ola a especias y a carne. Estaban realmente ante la casa en que viva Marion! Barn comenz a menear la cola. Alz ms la cabeza, y tir de Bubsy hacia la puerta de la derecha.

Bubsy oprimi un timbre, en la puerta son un zumbido, y los dos subieron tres pisos, yendo Barn delante, jadeante y feliz, tirando de Bubsy.

Marion abri la puerta. Barn se alz, sostenindose slo con sus patas traseras, teniendo buen cuidado de no rascar con sus uas el vestido de Marion, y ella le cogi las manos.

-Hola, Barn! Hooo-la! Pasa, pasa!

El piso de Marion tena el techo muy alto y ola a aceite y a aguarrs. Haba grandes y cmodos sofs, as como sillas, en donde Barn saba que le estaba permitido tumbarse, si as lo deseaba. Pero all se encontraba un hombre desconocido que se puso en pie cuando ellos entraron. Marion present a Bubsy al desconocido, y los dos se estrecharon la mano. Los dos hombres se pusieron a hablar. Marion fue a la cocina y llen de leche un cuenco para Barn, y tambin le dio un hueso que tena guardado en la nevera, envuelto en papel encerado. Marion dijo algo que Barn interpret de la siguiente manera: Ests en tu casa. Chupa el hueso donde prefieras.

Barn prefiri chupar el hueso a los pies de Marion, tan pronto sta se hubo sentado.

La conversacin se hizo ms y ms acalorada. Bubsy extrajo unos papeles del bolsillo, y ahora estaba en pie, con la cara ms sonrojada que de costumbre, y agitando sus rubios rizos.

-No hay nada... absolutamente nada... No, no... Esta ltima era la palabra favorita de Bubsy; No. -Es que no se trata de eso... -dijo Marion.

Entonces el otro hombre dijo algo con ms calma que Bubsy y Marion. Barn sigui royendo su hueso, procurando no emplear la muela que le dola. El desconocido pronunci un largo discurso, que Bubsy interrumpi un par de veces, pero, al fin Bubsy se call y escuch. Marion estaba muy tensa.

-No? -Ahora, no.

S, Barn conoca muy bien estas palabras. Mir a Marion que tena la cara algo sonrojada pero muchsimo menos de lo que estaba la de Bubsy. ;slo el otro hombre guardaba la calma.. Tambin sostena papeles en la mano. Qu ocurrira ahora? Barn asociaba la palabra ahora con rdenes de notable importancia para l.

Bubsy extendi las dos manos palma hacia el suelo y dijo:

-No.

Luego aadi muchas ms palabras.

Muy pocos minutos despus la correa quedaba prendida en el collar de Barn, y ste era arrastrado -suavemente, pero arrastrado, a fin de cuentas- por Bubsy hacia la puerta. Barn clav las patas en el suelo, tan pronto se dio cuenta de lo que le estaba ocurriendo. No quera irse! Su visita a Marion apenas haba comenzado. Mir por encima del hombro y pidi ayuda a Marion. El desconocido mene la cabeza y encendi un cigarrillo, Bubsy y Marion se hablaban al mismo tiempo, el uno al otro, casi gritando. Marion crisp los puos. Pero abri una mano para dar unas cariosas palmaditas a Barn, y le dijo algo amable, antes de que se encontrara fuera de la casa y con la puerta cerrada.

Bubsy y Barn cruzaron la ancha calle, y entraron en un bar. All la msica era muy fuerte, y el lugar ola muy mal, salvo en lo referente a un aroma a bistec recin hecho. Bubsy bebi y murmur para s un par de veces.

Luego, Bubsy iz a Barn al interior de un taxi. Lo iz ya que, al entrar, Barn perdi pie y se qued espatarrado, de una manera muy poco elegante, golpendose la mandbula contra el suelo del taxi. Bubsy estaba de un humor infernal. Y varias emociones agitaban el corazn de Barn: indignacin, pesar por no haber podido estar ms tiempo en compaa de Marion, y odio hacia Bubsy. Barn ech una ojeada a las dos ventanillas (las dos casi cerradas), como si pensara en saltar por una, a pesar de que Bubsy se haba enroscado la correa con dos vueltas a su mueca, y los edificios a uno y otro lado desfilaban hacia atrs, a gran velocidad. Cuando llegaron, Bubsy solt un poco la correa para as agradar a los porteros quienes siempre saludaban a Barn llamndolo por su nombre. Bubsy estaba tan agitado, tan sin resuello, que apenas pudo dirigir la palabra a los porteros. Barn saba que Bubsy sufra, pero no le tena la menor lstima.

Una vez en el piso, se derrumb inmediatamente en un silln, quedando con la boca abierta. Arrastrando la correa, Barn recorri tristemente la sala de estar, dud al encontrarse ante la puerta del aposento de su amo, y, por fin, entr. Se derrumb en la alfombra junto a la silla. De nuevo estaba all. Cun breve haba sido su placentera estancia en casa de Marion! Oy los sonidos de la trabajosa respiracin de Bubsy, ahora ya en su dormitorio, desnudndose, o, por lo menos, quitndose la chaqueta y arrancndose la corbata. Luego, Barn oy el ruido de la mquina al ser enchufada. Buuuuuss... Clic-clic. El gemido de un silln. Sin la menor duda, Bubsy estaba en el silln junto a su cama, sosteniendo la mascarilla contra su cara.

Sediento, Barn se levant para ir a la cocina. La correa, concretamente el lazo en que terminaba, qued trabada debajo de la puerta, deteniendo as su avance. Paciente, volvi a entrar en el cuarto, extrajo de debajo de la puerta la correa, y sali rozando con el costado la parte derecha del marco a fin de que el incidente no se repitiera. Lo ocurrido le haba recordado los desagradables trucos o bromitas que Bubsy le haba gastado cuando Barn era ms joven. Desde luego, l tambin le haba hecho unas cuantas jugarretas a Bubsy, hacindole tropezar, con gran destreza, mientras Barn se dedicaba nicamente, al parecer, a jugar con una pelota. Ahora, Barn estaba muy cansado. Le dolan las patas traseras y cojeaba. Le dolan varias muelas. Haba rodo con excesivo entusiasmo aquel hueso. Bebi ntegramente el contenido del cuenco -que estaba slo mediado y con el agua pasada-, y, al salir de la cocina, la correa volvi a quedar trabada, igual que antes, pero en la puerta de la cocina. En aquel preciso instante, Bubsy sali tosiendo de su aposento con paso inseguro camino del cuarto de bao, y pis con todo su peso la pata delantera de Barn, ste lanz un grito de dolor, ya que el pisotn realmente le hizo dao, y casi le quebr los dedos de la pata.

Bubsy le atiz una patada y lo insult.

Barn -como impulsado por un misterioso resorte- dio un salto y hundi los dientes, a travs del pantaln, en la parte inferior de la pantorrilla de Bubsy.

Este chill, y atiz a Barn un puetazo en la cabeza. Esto motiv que Barn se enfureciera, y Bubsy le atiz otra patada aunque en esta ocasin no lo alcanz. Bubsy jadeaba. Barn lo contempl cmo entraba en el cuarto de bao, sabedor de que iba en busca de una toalla mojada, para ponrsela en la cara.

De repente, Barn se sinti pletrico de energas. De dnde haban surgido? Qued quieto, con las patas delanteras separadas, mostrando sus doloridos dientes, y retenido por la correa, a su vez trabada debajo de la puerta de la cocina. Cuando Bubsy reapareci con la goteante toalla oprimida contra la frente, Barn lanz los ms profundos gruidos de que era capaz. Bubsy pas ante l, tambalendose, y entr en su aposento. Barn oy el ruido que Bubsy produjo al derrumbarse sobre la cama. Despus Barn regres despacio al interior de la cocina, con la finalidad de no empeorar todava ms la situacin en que la correa lo haba puesto. En esta ocasin, la correa estaba firmemente trabada, y no haba espacio suficiente, en el caso de que Barn tirara de ella en direccin a la pileta para destrabarla. Barn cogi-la correa con sus muelas y tir de ella. La correa resbal por entre sus muelas. Prob con las del otro lado, y de un solo tirn liber la correa. Este ltimo lado era el que Barn tena en peor estado por lo que las muelas le dolieron de una forma terrible. Se agazap en el suelo, con los ojos cerrados durante unos instantes, como jams se hubiera agazapado ante Bubsy ni ante nadie. Pero el dolor es el dolor. Terrible. Incluso las orejas se le estremecan, pero no gimi. Recordaba un dolor parecido que le haba infligido Bubsy. O acaso esto ltimo no era verdad? De todas maneras, el dolor le record a Bubsy.

Cuando el dolor comenz a menguar, Barn se puso en pie para defenderse de Bubsy, quien poda reaparecer en cualquier instante. Anduvo cautelosamente hacia la sala de estar, arrastrando la correa en lnea recta. Luego se orient hacia el cuarto de Bubsy y se tumb con la mandbula sobre sus patas delanteras, y esper con el odo atento y los ojos abiertos de par en par.

Bubsy tosi. Era la clase de tos que indicaba que ya se haba quitado la mascarilla y que se encontraba mejor. Bubsy se estaba levantando. Probablemente ira a la sala de estar para tomarse una copa de champaa. Las patas traseras de Barn se tensaron, y realmente se hubiera ido a otro sitio ms discreto, si no hubiera sido por el temor que senta en algn recoveco de su cabeza a que la correa se trabara en cualquier otro lugar. Bubsy se