el poeta no estÁ para salvar a nadie entrevista a … · país no ha dejado de generar “familias...
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ERRANCIA CAIDAL ABRIL 2018
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“EL POETA NO ESTÁ PARA SALVAR A NADIE”
ENTREVISTA A RICARDO CASTILLO
ARTURO VALDEZ CASTRO
I
Esto ya sabes cómo termina. Pero antes está aquella explanada, a la entrada del Instituto
Ibero-Americano de Berlín (IAI), donde ocurrió esta entrevista. El frío, humo de tabaco y
nuestras voces en la noche o -mejor dicho- la suya, su lenta y reposada voz que
repentinamente se vio acompañada por el desgajado sonido de las campanas de la iglesia
evangelista de San Mateo. El poeta Ricardo Castillo (Guadalajara, 1954) no se inmutó o no
le dio importancia y siguió la charla, fumando, aunque –dijo— ya había dejado de fumar.
En algún momento le pregunté cosas sencillas o básicas, no sé si necesarias. En una noche
de ocho grados de una ciudad como Berlín, esas preguntas pueden adquirir una perspectiva
alterna, o eso supuse cuando pensé que es difícil comprender del todo cómo es que inician
las cosas. Cómo, por ejemplo, llegué a los versos de este poeta, cómo es que esos versos me
habían sacudido, influenciado desde la primera vez que leí el libro con el que irrumpió
brutalmente en el panorama de la literatura mexicana: El pobrecito señor X.
–¿Una forma de volver al origen, un estado volcánico… qué es para ti la poesía?
-Me gustaría creer que la poesía es una forma de pensar, una forma de vivir, un procedimiento
para sentir el privilegio de estar vivo. Y esto es independientemente de que la poesía la
escribas tú o la escriba yo. Es eso que nos muerde y nos toca a todos, finalmente. Es aquello
que nos hace sentir el privilegio de estar vivos. Es eso. Ojalá alcanzara para algo más, pero
creo que es una cosa de todo mundo. No es ni de los poetas. Es eso que ni siquiera llamamos
poesía, pero es cuando sentimos o por mucho dolor o por mucho placer, eso: que la vida vale
la pena.
II
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En aquella explanada no hay nadie. Sólo él y yo, y las luces de los autos a través de la avenida
Potsdamer. Estamos frente a unas bancas de cemento picado, donde ha puesto su copa de
vino tinto. “Oye, cómo ves si salimos y platicamos afuera, mejor, ¿no?”, me propuso, cuando
le pregunté si me daba una entrevista. “Es que quiero echarme un cigarro”, agregó. Luego
tomó una de las copas dispuestas para el brindis de inauguración en la larga mesa de manteles
blancos, y salimos de los bajos del lugar donde, momentos antes, se había inaugurado la
décima edición del Festival Rodante de Poesía Latinoamericana (Latinale), de Berlín, por el
que han pasado ya 100 poetas nacidos entre Tijuana y Tierra del Fuego. Ricardo (junto con
las poetas Maricela Guerrero (ciudad de México, 1977), Amaranta Caballero (Guanajuato,
1973) y Monika Rinck (Zweibrücken, 1969)) fue invitado estelar.
Gorro de invierno, sudadera con capucha, abrigo, pantalón cargo, botas y mochila colgada al
hombro, parece un muchacho que acaba de salir del CCH –aunque nunca terminó la prepa–.
En esa mochila, quizá con cuadernos o libros, lleva seguramente el vestuario que usó en el
performance con el que abrió el Latinale, que este año reunió a 21 poetas de Argentina, Costa
Rica, Chile, México, entre otros.
La presentación de Castillo fueron sombras, sonidos, video, versos dichos de memoria, los
cuales se fueron diluyendo en algo así como el origen del lenguaje: gritos, bramidos
paleolíticos.
Ser fan del entrevistado hace de la entrevista un caballo difícil de montar. Sin embargo,
Castillo emana calma y sencillez abrumadoras, lo que facilita la conversación. Nada que ver
con la figura que me construí de él cuando, a los 17 o 18, leí El pobrecito señor X, libro que
con apenas 22 poemas sacudió y reconfiguró el panorama de las letras mexicanas oficiales
de los años setenta.
En los noventa del siglo pasado, este poemario era vigente. Hoy sigue siendo vigentísimo.
Han pasado 40 años de su primera edición, publicada por Ricardo Yáñez (Guadalajara, 1948),
en la colección El ciervo herido, de la editorial Cefol, y este año le han hecho algunos
homenajes, como el de la pasada Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México. Mordaz,
Castillo es el primero en advertir que si dicho libro se mantiene vivo es “gracias” a que el
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país no ha dejado de generar “familias disfuncionales”. Los señores X, dice, siguen entre
nosotros, aunque no les importa la poesía.
“Es un poco lo que me ha pasado. El libro que en realidad puede dar una referencia mía es
El (…) señor X y es un libro que escribí a los 21, 22 años. Ahora tengo cuarenta más”. La
estructura de este clásico, sin prólogo ni anotaciones al pie que expliquen los hilos o
mecanismos con los que fue creado, surgió del cómic:
“Este primer libro, que además es muy visual, muy literario, lo intenté hacer como un cómic,
que cada poema fuera como un dibujo de un personaje: El señor X, que partía de una situación
individual, el poema Autogol, aquel que termina: como alguien me lo dijo una vez: valgo
madre, partía de eso para llegar ahí, a un ser colectivo y desarrollar la historia, finalmente
común, que yo sentía abarcaba pues a mis cuates, a mi generación, a lo que me rodeaba. Es
el primer trabajo y creo que tiene más la filiación literaria”.
-El pobrecito señor X fue o es necesario, surgió a contracorriente, inauguró o refrescó la
manera de concebir y hacer poesía en México, su lenguaje coloquial, las imágenes cercanas,
los temas a partir de situaciones cotidianas, quizá por haberlo pensado como un cómic.
Podría pasar por un libro ligero, pero creo que es profundísimo. Han pasado cuatro décadas
de que irrumpió en la literatura mexicana de forma brutal. ¿Cómo lo ves a la distancia?
-Sí, bueno, yo había tenido una formación de talleres en donde lo que te enseñan directamente
es la gran tradición de poesía mexicana que hay: Tablada, López Velarde, Los
Contemporáneos, Paz. Aquellos poemas enormes, aquellos poemas río: Muerte sin fin, Canto
a un dios mineral, Piedra de Sol; en fin, esos poemas, y yo estaba queriendo escribir, con 20
años, poesía y tenía esos modelos. Así, pues, mis primeros poemas eran completamente
imitando a estos grandes modelos.
”De pronto descubro filones de otra factura, como lo es la poesía sudamericana, los chilenos
como Nicanor Parra; los peruanos, como el mismo Vallejo, los de Hora Zero; en fin, en
donde, finalmente a lo que me lleva es a decir, ‘bueno, tengo 20, 21 años, no tengo porqué
tratar de escribir como alguien de 40, con cultura’, bueno, sentía que no me salía y que se
veía ridículo, pedante que escribiera así. Así que empecé a escribir como alguien de mi edad,
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con mis temas, mis asuntos. No eran los grandes temas, sino cosas cotidianas. Era lo que
sucedía en mi entorno, dándole la espalda a la trascendencia del poema y buscando la
inmediatez, que era lo que podía escribir realmente, dignamente a mi edad, y creo que por
ahí es que aparece El pobrecito señor X. Es un poco también la provocación, la insolencia a
la gran poesía mexicana, ¿no? Sale también, en los años 70, una década bastante heterodoxa
que le da la espalda a los moldes, ¿no?, al Arte con mayúscula, al Progreso con mayúscula.
Entonces estaba como en el ambiente, en la música, y lo que yo creo es que el libro tal vez
corrió con buena suerte, porque había muchos compañeros poetas que ya andaban también
con el registro coloquial, con la inmediatez. Lo que pasa es que este libro corrió con suerte,
llamó la atención, traía lo suyo. Y ahora, nos podemos acordar de él, gracias al país que
también es un fabricante imparable de familias disfuncionales. Sí, por eso sigue vigente,
porque creo que finalmente siguen ahí los señores X, aunque ya no les importe la poesía
tanto, siguen ahí.
III
Aquí una parte del poema Autogol, con el que inicia el libro:
(…)
Mi papá se moría mirándome en los resquicios
con el encabronamiento a oscura, con la violencia a tientas,
muriéndose en a cámara lenta de los años,
exigiéndole a la vida.
Y luego la ceguez de mi abuelo, los hermanos,
el desamparo sexual de mis primas,
el barrio en sombras
y luego yo, tan mirón, tan melodramático.
Jamás he servido para nada.
No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento.
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Como alguien me lo dijo alguna vez: Valgo madre.
IV
Cuando le mostré a una amiga la única foto que pude tomarle a Ricardo Castillo, cerca de la
estación Hackescher Markt (centro de Berlín), comentó: “hasta parece bueno”. El adverbio
se desprende de la lectura que meses atrás ella había hecho de El pobrecito señor X. No
esperaba que aquellos versos hubieran sido escritos por un personaje de aspecto “común”.
Ricardo Castillo, de quien podría decirse, es una leyenda viva o, incluso, uno de esos poetas
etiquetados como “de culto”, no se traga ni se toma en serio tales calificativos. Tampoco eso
de que su primer libro refrescó o logró inyectarle vitalidad, sensatez a la lírica mexicana. O
que la resucitó. No tiene nada que ver con la supuesta figura del enfant terrible mexicano que
quizá representó. Esa etiqueta tampoco le importa. Si fue eso, ya se superó. Ahora más bien
luce como un veterano lúcido y tranquilo, poeta maduro (como dijera el autor Víctor Manuel
Pazarín), investigador de literatura en la Universidad de Guadalajara, padre de familia y autor
experimental que ha viajado por distintos países para presentar sus performances poéticos.
Aun así, parece mantener intacta cierto tipo de vena lírica, curtida en los barrios lúdicos de
la desesperanza.
–¿Qué es para ti la muerte?
-La próxima estación (risas). Ya muy cerca, cabrón. Bueno, no, no. Espero que no. Quitemos
lo de “muy”. Pero, ya por la edad, está cabrón, ¿no?
–¿La derrota?
-La derrota… pues la condición natural del ser humano, por haber nacido (risas). No hay de
otra.
–¿Qué piensas de la relación (¿intrínseca?) entre drogas, alcohol y literatura?
-Qué dios nos ampare (risas). Ponle así, eso que dije: “qué dios nos ampare”, y, después,
risas (risas).
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Ligeramente encorvado por el frío, sus palabras carecen de acento académico o categórico,
de esos que suenan como queriendo imponer verdades. Podría decirse que cuando habla, más
bien, su tono está permeado por la duda o la timidez.
Quién carajo, pues, se vanagloria de ser héroe, de intentar salvar una humanidad destinada al
fracaso, condición inherente a nuestra especie, según dice este poeta. Así que vuelvo a la
carga con esta pregunta sencilla, básica: ¿Qué es para ti la felicidad?
“La felicidad es serlo sin darte cuenta. Ser feliz sin estar pensando si lo eres o no. Y eso está
hecha como de fragmentos, ¿no? Estar en el escenario, por ejemplo, o ¿por qué no? estar
aquí, en Berlín, contigo, platicando. Lo imprevisto. Es decir: cuando las cosas se acomodan
solas, que no son como un producto del esfuerzo, sino un regalo de la vida”.
Ricardo me hace evocar la palabra infalible.
V
Tras su primer éxito, su poemario La oruga acompañó la edición de El pobrecito… que
publicó el Fondo de Cultura Económica (FCE) en 1980. En esa etapa, dice, “nace una de mis
fuentes que es el rock, la oralidad”.
Ricardo hace ahora otra poesía. Más experimental: lúdica-corporal, vestida de negro,
descalza. Poesía para escenarios. Dura. Deconstructiva. Usa sonidos, pantallas, imágenes.
Invertebrada. Habrá a quien le guste, habrá quien prefieran otra. Da igual. Su contenido
provoca. Disloca. Es volcánico, dicen algunos. Sus ruidos golpean, sus imágenes. El aullido,
su aullido estalla en el núcleo del lenguaje cotidiano.
Evolución de libro a performance. Castillo explica que, influenciado por el rock, La oruga
se estructuró como un disco de “aquellos de acetato, de cuatro caras”. Intentó una especie de
Rock Ópera, con cuatro secciones para cada lado del disco:
“Jamás expliqué esto en un prólogo o en un texto ni lo creí necesario, como me pasó con el
señor X. Pero esa fue la intención del libro. En este punto empezó a sonar el fraseo de los
poemas. Vinieron las ganas de colocar el poema fuera de la página. De repente encontré, en
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lo que buscaba, la vocalización, alguna necesidad de sacar el poema del libro. No para
desterrarlo, sino para que tuviera esa distinción oral”.
Después de esto, publica Concierto en vivo (1981), el cual, “como su nombre lo indica, ya
iba directamente sobre lo oral”. Este libro, cuyo subtítulo reza Más oído que leído, lo
encaminó al performance, preparando un trabajo en conjunto con el cantautor tamaulipeco
Jaime López (Matamoros, 1954).
“Era un texto que me llevó a tener una serie de presentaciones, me llevó al performance, con
Jaime López. Mucho tiempo estuvimos haciéndolo en vivo en el (ex)D.F. El cantaba unas
canciones, luego me dejaba un puente y yo intervenía, era un montaje del Concierto en vivo,
alternando. Fue la primera vez que me enfrenté a decir los poemas de pie, aunque los decía
leyendo. Ahí, Jaime me dio una buena lección, porque le dije que me gustaría decir los
poemas de memoria y le pregunté cómo le hacía para aprenderse tantas canciones, porque
Jaime sabe cualquier cantidad de canciones y él se la pasaba cantando toda la noche sin repetir
una sola canción. Entonces, él me hizo el favor de darme el concepto de la memoria física,
que es una memoria que no tienen que ver con la memorización propiamente, sino con la
memoria del cuerpo. Eso me llevó a memorizar el texto y a atreverme, ahora sí, a apartar el
libro y a decir el poema directamente en su dimensión oral”.
Después de una temporada en la ciudad de México, regresa a Guadalajara, donde conoce al
compositor poblano Gerardo Enciso (1962), con quien graba un disco: Es la calle, honda
(1992). Al momento de montarlo para su presentación, se realizó más o menos el mismo
procedimiento que había empleado con Jaime López, es decir, “canción, puente, texto, etc”.
Ricardo ya decía entonces sus poemas de memoria. Realizó un video interdisciplinario de
poesía, música y danza llamado Borrados (1998), “acompañado de una plaquette, Borrar los
nombres, en torno a la ‘borrada’, del grupo étnico los Coras, en la Sierra Madre Occidental
en Nayarit que, como muchas etnias en México, durante la Semana Santa hacen su propia
interpretación de la pasión de Cristo.
”Yo había participado ahí, corría maratón y acompañé a unos a los de la revista Hojarasca a
hacer un reportaje ese año. Me les pegué y conocí al doctor de la comunidad. Le pregunté si
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podía correr y ya después de que me discriminaron un rato, me dieron chance y pude
participar. Y ese es el poema con el que ahora empieza la participación del performance que
hago: Al doblar la esquina la carrera/ me siento más en los bufones/ que en mi propio cuerpo
compañero/corro detrás de sus gritos y sus burlas/ y una fuerza involuntaria te socorre el
corazón/ con su acento primitivo.
”Esos bufones son puro malandrín que anda ahí en la celebración haciendo reír a las mujeres,
pateando perros, asustando niños. En fin, aquello es una locura. Es un carnaval que vale la
pena por lo visual. Estando ahí adentro, de pronto fue un poing, pues eso me permitió hacer
el performance con Gerardo. Dije: ‘olvidemos la calle y vamos a hacer el Borrados’. Ese fue
el segundo, y pues de ahí viene un libro que se llama Il re lámpago que ya tiene que ver con
estos poemas de deconstrucción del lenguaje, a partir de la sonoridad de las lenguas
romances, empleando la sonoridad del español y muchas veces apartando el significado y
buscando más el sentido. Claro, si tú lo oyes parece que se me ocurre en ese momento, porque
no hay una referencia, pero es un poco la intención. Es un poema que busca más el sentido
que el significado, es decir, lo que está previo. Es un esfuerzo completamente destinado al
fracaso, pero que vale la pena figurar como el nacimiento del lenguaje, las primeras palabras
que se dijeron, cuando todavía no se podían entender unos con otros, lo cual, si llegó a ser
posible, fue porque el sentido es más importante que el significado. El sentido es el que nos
lleva a que las cosas signifiquen, ¿no? Por eso es un libro que tiene que ver más con el sentido
que con el significado, como dice el prólogo: es un fraseo como si estuviera inaugurando el
significado”.
VI
–En la época en que se publica El pobrecito… están también los Infrarrealistas. Aunque
nunca estuviste dentro de ese grupo como tal, hay ciertos ecos, cierta atmósfera, aspectos en
los que parecen coincidir, como si fueran contracorrientes paralelas. Ellos, los Infras, fueron
grupo, pandilla; tú has sido solitario, tu propio grupo. Aun así, parecen hermanos.
-Para hacer justicia, no tanto a los Infras, pero sí a Mario Santiago (1953-1998), te cuento
esto: Mario se va a trabajar a Guadalajara por ahí del 75; era mi compañero en el trabajo, en
la mesa de Corrección, en el departamento de Bellas Artes de Jalisco. Él había ido para allá
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porque fueron a hacer una revista. En realidad, Mario estaba dedicado a la revista, pero
también para poder seguir chambeando y ganarse los frijoles le consiguieron un puesto de
corrector, y yo trabaja de corrector ahí. Entonces fue un alucine porque, te mencionaba la
poesía peruana, pues él me la presentó, y además varios de estos cuestionamientos, de que
había que ir directo al poema, usar nuestro lenguaje. A mí Mario me ayudó muchísimo.
Realmente, en su momento, yo estaba en la provincia, y él era bastante más vago y más
corrido y me puso en contacto con una bibliografía a la que difícilmente yo hubiera podido
tener acceso. Además, la misma poesía de Mario, en ese momento, y que le encantaba recitar
y era brutal recitando, buenísimo. Entonces sí, sí hay un parentesco.
”Ahora, yo siempre tuve un camino aparte. Mario nunca me invitó a ser Infra, cosa que le
agradezco, porque podía ser bastante presión, impresionar. Pero no, él siempre fue muy
respetuoso. Fuimos amigos siempre, ya cuando yo me fui a vivir allá (al exD.F.). En ese
sentido, para mí el contacto directo con el Infrarrealismo fue Mario Santiago, porque lo tuve
cerca. Con el tiempo conocí a gente que él llevaba a la casa, como Pedro Damián, (José)
Peguero, el mismo Orlando Guillén, quien no se reconoce como infra, en fin, a muchos que
integraban el Infrarrealismo. Pero sí, también sentía que los grupos no eran para mí. Sin
embargo, a Mario, al grupo, los respetaba. Muchas veces la poesía infra tenía el problema de
que se les identificaba como en bloque y muchas veces no dejaba ver las obras individuales,
¿no? Además, eran bastante beligerantes en su momento. Pero sí, hay algo de Mario Santiago.
A (Roberto) Bolaño (1953-2003) nunca lo conocí, por ejemplo, y cuando me voy a México,
ya el movimiento infra estaba desintegrado. Duró unos años desintegrado, pero Mario me
visitaba en la casa y fue una muy buena amistad, que se dio justo porque se fue a
Guadalajara”.
–¿Alguna vez leyeron juntos?
-Nunca leímos juntos. Bueno, en las fiestecillas, ahí, de repente, sí. Nos pasaban la guitarra
y luego cada quien decía poemas. Como cuando estaba (Jaime) López, que por cierto no se
cayeron muy bien entre ellos (risas). Muy talentosos los dos, y pues también los egos. No se
llevaron.
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–Orlando Guillén, los Infras, tú, y 40 años después, tu libro sigue vigente, tiene recepción
porque, dices, México sigue generando las condiciones para que así sea. ¿Hay entonces
alguna diferencia entre hace 40 años y este momento? ¿Cómo ves a México, la situación
actual?
-Híjole, lo veo tristísimo. Tristísimo. La verdad es que son cosas que a mi edad se soportan
cada vez con menos optimismo. Y no veo por dónde, realmente, porque en México hay una
clase política que quiere hacernos creer que es diferente el de chile, de mole y de manteca, o
¿cómo se dice eso de los tamales? (risas). Pero la verdad es que son una bola de rufianes,
todos. Están juntos. Y yo no le veo esperanza en el sentido político, o sea, tú, ¿qué te puedes
esperar? El que venga, aunque cambie de color o partido, va a ser lo mismo que Fox,
Calderón, el de ahora. Son socios. En los periódicos pueden estar disque peleando, pero
cenan, comen y se acuestan juntos. Realmente es desesperanzador, y ojalá me equivoque,
pero esto es un poco como los músicos del Titanic.
–Y la poesía, en estos tiempos de barbarie, ¿juega algún papel?, ¿puede o podría hacer
algo? o ¿ese tamal se cuece aparte?
-Yo creo que hace comunidad, da identidad. Pero resolver los problemas, creo que está muy
lejos de hacerlo. El poeta sufre de esa situación. No está para salvar a nadie, tampoco. Sí, yo
pienso que, lamentablemente, para los grandes problemas que atraviesa México, no aporta
gran cosa, la verdad.
VII
–¿Cómo es tu proceso de construcción de un poema?
-Esto ha ido cambiando a través de los tiempos. Como El (…) señor X que fue a través de un
modelo de cómic, de dibujo. Te comentaba lo de La oruga como un disco de acetato, tipo
Rock Ópera, como de los Who. El Concierto en vivo, que era el reflejo de un concierto en
vivo, directo, sin tanta preocupación por darle una presentación convencionalmente literaria,
o lo que era ese concepto. Como agua al regresar (1982) es un libro que intenta una noveleta,
una cuestión narrativa que combina los dos tonos. Luego viene un trabajo que para mí rompe
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y que es Borrar los nombres. Creo que ahí se cierra un ciclo. Ah, espera, antes está Nicolás
el camaleón (1989), que es un guion de cine, una película literaria, digamos.
“Pero a partir de Borrar los nombres viene un trabajo que ya venía haciendo con Gerardo
Enciso, Jaime López, de performance, de leer, de la memoria. Eso me lleva a experimentar
más. Antes era al teclado, la máquina y, de pronto, empiezo a darme cuenta que inicio a partir
de la sonoridad del mismo texto, que muchas veces yo, ya caminando, lo venía trabajando en
la mente, y luego ya, pues solo llegaba a escribirlo. Pero, a partir de la sonoridad,
directamente. Creo que es como crear a la inversa, y esto te lleva al origen, es decir, a la
fuente de la poesía, cuando no había escritura. La primera página de la poesía es la memoria,
¿no? El poeta oral escribe en la memoria a base de ritmos y melodías y temas del propio
escrito, así es como se te va grabando. Pero no para ir y decirlo, sino más bien para escribirlo.
Es la preescritura, que es la memoria. La primera página de la poesía, yo sostengo, fue la
memoria. Antes que se inventara, inclusive la escritura, el hombre ya escribía poesía sin
escritura: lo hacía en su memoria”.
–¿Ves una escena, una imagen, escuchas un sonido, una palabra y entonces surge un verso,
el poema?
-Puede ser todo eso. Esas cosas para mí son muy difíciles de fijar. Puede llegar de cualquier
lado, según yo entiendo. Claro, cuando ya estás con un proyecto definido, ya sé cómo, pues
se extiende el campo semántico, y los instintos para esos intereses están más atentos. Al
principio, es más difícil. No sabes por dónde viene. Ya que dices: “ah, aquí hay una hebra”,
pues le vas jalando al hilito, al hilito y esperando que se haga un poco más gordo, y creas
relaciones, un conjunto.
”A mí me sigue interesando el concepto de poesía escrita. El poema escrito me interesa. Pero
me interesa más que lo escrito no se quede entre los muros de las dos tapas; una poesía
silenciosa, una poesía que sí, a cambio se lee, pero en silencio.
”Pero yo creo que el disparador no ocurre por tu cuenta, es algo que tiene que sucederte, que
te tiene que ocurrir y es por ese algo que se llama poesía del instante o instante poético. Es
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algo que te permite que se guíe tu trabajo, es una relación con el instante poético. Un lugar
común”.
–¿Andas con tu libreta, anotas en papeles, servilletas?
-No. En los primeros poemas, sí; pero actualmente, no. Si hay algo, lo trabajo en la cabeza y
llego rápidamente a escribirlo, a vaciarlo en el papel.
–¿Cómo ves el escenario poético en México, movimientos como el slam, la AltLit, la
experimentación con nuevas tecnologías?
-Para mí, el problema es que todo este movimiento, como el slam, que parte de la oralidad
como que ha provocado que muchos jóvenes metidos ahí se hayan desinteresado por la
escritura. Lo cual nos lleva también a que el sonido de lo que se dice no sea tan importante
para ellos, sino dar un mensaje que muchas veces tiene que ver más bien con el registro del
merolico, que se puede lograr o no, pero siempre es arengando a la población a que tome
conciencia, es decir, el poeta como maestro de la humanidad. Particularmente lo veo con
reservas, pero también es muy interesante ver qué va a pasar con eso. A mí, alguien como
Rojo Córdova (Ciudad de México, 1986) me parece el más interesante de todos ellos; es la
punta visible. Él lo logra con malicia y sentido literario, y creo que es muy prometedor a la
larga. Por otro lado, la explosión de las redes sociales ha creado algo muy interesante en
México, porque se ha cancelado esa posibilidad de que solamente Letras Libres, como órgano
que finalmente consolida si publica o no, y directamente se va a internet y se publica. Yo he
detectado una generación estupenda de gente de 40 años para abajo, como Ángel Ortuño
(Guadalajara, 1969), Luis Eduardo García (Guadalajara, 1984), Daniel Bencomo (San Luis
Potosí, 1980), es decir, gente a la que yo, gracias a internet, tengo acceso, y siento que sí, hay
ya una vuelta de rosca, gente bastante colmilluda en la literatura, con bastantes herramientas,
fuera de la ingenuidad y las buenas intenciones.
”En general, es una poesía bastante mordaz, bastante sarcástica y va. Lamentablemente,
también muy desolada y decepcionada de la realidad. Pero en cambio, provista de un ingenio
y una imaginería y un sentido literario que a mí me gusta. Pero eso es lo que a mí me gusta.
Igual puedes ver un montón de frentes, también bastante interesantes, que están ahí,
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directamente, en internet. Yo creo que esta generación de internet va a terminar haciendo,
pues, la siguiente hornada. De hecho, ahí está Maricela (Guerrero) y Amaranta (Caballero),
quienes son de esa generación. Gente a la que le llevo 20 años o más”.
VIII
El año pasado, durante el VII Congreso Internacional de Estudios Transatlánticos de la
Universidad de Brown, en Providence, Estados Unidos, Ricardo Castillo presentó un
performance poético. En el congreso –cuenta el poeta— estaba Rike Bolte, fundadora y
curadora, junto con Timo Berger, del Latinale. Ahí ocurrió el “feliz encuentro”, dice. Rike,
quien al parecer ya tenía referencias de su trabajo, le dijo que en cuanto se pudiera lo invitaría
al festival. Un año y medio después, aquí está.
“Me parece sensacional, fabuloso, estar en Berlín. Me encantaría haber llegado un poquito
antes, para poder hacer bien las pruebas, y estar más relajado”, señala, no sin humor, “pero
igual eso está sabroso, la sensación de ‘a ver qué pasa’”.
-¿Tienes algún trabajo nuevo en puerta?
-Sí. Es un poemario transgénero que se llama El climaterio de Kirk Douglas.
–Órale, ¿y por qué Kirk Douglas?
-Es una cosa un poco fantasiosa porque es un poco regresar al poema escrito. No son poemas
tan orales. Digo que es transgénero porque se supone que lo escribe una mujer que está en la
menopausia y que, a lo largo de la historia, se deja entrever que es gay. Entonces es así como
jugar, porque realmente el climaterio no es el de la mujer, sino es mi climaterio, pasado por
la voz de esta mujer imaginaria. Esto me libró de caer en una poesía confesional, exclusiva
de mi persona y al mismo tiempo me da para no sólo ver mi propio proceso menopáusico,
sino también el de la mujer que me parece otro caso.
”Yo, desde chico, veía a mis tías cuando les llegaba esto, entre risas y lágrimas, y me di
cuenta que eso existía. Entonces, qué es eso, lo sabes hasta que ya te toca. Pero es que, con
nuestra educación, no te das cuenta que los hombres también tienen menopausia. Es algo
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muy loco, pero en eso está. Supuestamente ya lo terminé. Lo quiero dejar descansar y después
darle un repaso.
–¿Ya hay editorial?
-No, todavía no. Está ahí, y voy a esperar para revisarlo.
IX
Ricardo y yo nos encontramos la mañana siguiente en su hostal. “Te quería regalar esto, te
lo doy así, en esa carpeta porque, mira, la edición parece muy delicada, forros blancos, parece
una invitación de bautizo o bodas (risas). Está bien, sí, pero no quería mancharla o ensuciarla.
Toma, carnal”, me dice, con una sonrisa suave o desvelada, y gafas de sol que ocultan sus
ojos aceitunados. Voy a pedirle que me dedique el libro, pero antes de terminar la frase, dice:
“ya está, ya está”. Le agradezco. Después, a unos pasos del Spree, esto: un hasta pronto entre
turistas abrigados, un abrazo entrañable bajo cielo nublado, una carpeta roja del Instituto
Cervantes de Berlín en mis manos, en cuyo interior hay un ejemplar de la edición
conmemorativa por los 40 años de El pobrecito señor X.
Veo a Ricardo perdiéndose, cigarro en mano, abrigado igual que la noche anterior, entre
bullicio y ruido de pájaros, por las calles otoñales de la capital alemana.
Cuando llego a tomar el tren, me doy cuenta que he olvidado hacerle otra pregunta sencilla,
básica: ¿qué es para ti la amistad? Lamento mi error, aunque igual no le doy importancia.
No puedo hacer nada. Así terminan las cosas, pienso, con errores, faltas, vacíos. Abordo la
línea 42 que da la vuelta a la ciudad como un anillo. Los colores callados de los edificios y
los rostros se deslavan en las ventanillas. Abro el poemario que hace años me perturbó como
devastadora claridad de días ordinarios. Leo la dedicatoria.
Este texto fue publicado por primera vez por la revista electrónica: Revés -la cultura no te
mata- en la siguiente dirección electrónica: http://revesonline.com/2016/12/03/el-poeta-no-
esta-para-salvar-a-nadie-ricardo-castillo/ Errancia, revista electrónica de la Universidad
Nacional Autónoma de México, agradece a Arturo Valdez Castro su escritura y a la revista
Revés su publicación con fines meramente académicos.