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Los Cuadernos de Asturias FORTUNA DE LA ARQUITECTURA MODERNA EN OVIEDO Fernando Nanclares e uando, en los años veinte, la ciudad de Oviedo, a través de sus ediles, cre- yó llegado el momento de fijar las nue- vas bases para su turo desarrollo y decidió encargar los correspondientes Proyectos de Ensanche (hacia el norte, a Casariego y San- chez del Río, y hacia el sur, a Anasagasti y Sol) para así, de una vez, establecer de manera indu- dable la imagen sica de la nueva ciudad, tal acti- tud, que debió obedecer en aquel momento a una sensación colectiva de ontera, no apareció debi- damente acompañada de una nueva conciencia, es decir de una conciencia «moderna». Bien es cierto que, en aquel entonces lo «moderno» circulaba exclusivamente por la imaginación de los arquitec- tos vanguardistas europeos que, tras sucesivas reuniones de los C.I.A.M. (Congresos Internacio- nales de Arquitectura Moderna) iniciad en 1928 serían capaces de plasmar su visión de lo que debería ser la nueva ciudad «ncionalista» en un «prontuario urbanístico»: la· llamada «Carta de Atenas», chada en esta ciudad, en 1933. Muy lejos, por lo tanto, de esta nueva doctrina, que llegaría a configurar en Europa la ortodoxia moderna, en Oviedo, en aquellos Proyectos de Ensanche, no e posible el salto a la modernidad, con el típico acompañamiento de imágenes turis- tas, avanzadas, que hubiesen producido un efecto electrizante, muy adecuado para abonar el de- seado optimismo colectivo. Muy al contrario, en lugar de la aventura moderna, entonces imposible, Anasagasti y Casariego optaron por la reconside- ración tardía y manierista de la ciudad tradicional, concretamente de la ciudad del XIX. De todas maneras la ontera se había fijado. Hasta aquí hemos llegado, parecían querer decir los arquitec- tos con sus planes. Finalmente los ensanches se desecharon. Fue- ron acusados de excesivamente grandiosos, mo- numentales, y por tanto, caros, inviables. No hubo solución de repuesto; no se supo, o no se quiso (desde luego Anasagasti no quiso) imaginar la ciudad «Moderna», y el turo tránsito por la época de la modernidad quedó confiado a las in- tervenciones puntuales de los arquitectos oveten- ses, que debieron trabajar para completar y desa- rrollar la ciudad del XIX. A pesar de este ustrado comienzo, l a arquitec- tura moderna, bautizada entonces como «raciona- lista» o «ncionalista» e integrada globalmente en 83 el «Movimiento Moderno» europeo, en su acele- rada difusión alcanzó inevitablemente a los profe- sionales ovetenses que, tímidamente, eron acep- tando las nuevas pautas, transformando su oficio para ponerlo al servicio de las técnicas y del estilo modernos. Que la nueva arquitectura, titulada pretencio- samente «racionalista» alcanzase mayores niveles de racionalidad que la antigua, la que iba implícita en la visión de Anasagasti, es go que hoy debe- mos plantearnos al menos como dudoso. Pero la dinámica histórica exigió que el trayecto comen- zado en aquellos años y que hoy la cultura arqui- tectónica desea finalizar, ese recorrido. Inten- taré a continuación aportar algunas notas que ini- cien el debate preciso acerca de la fortuna con que se realizó ese tránsito en la arquitectura ovetense. PRIMER INDICIO .DE MODERNIDAD: LA ORNAMENTACION «DECO» Los primeros contactos de nuestros arquitectos con el ambiente moderno europeo habrá que ras- trearlos en un más que probable viaje a la Exposi- ción de las Artes Decorativas de París, en el año 1925, de algunos de ellos. Cuando menos el inte- rés que en ellos suscitara tal acontecimiento hubo de llevarles a un rápido conocimiento de lo que allí se proponía, con una disposición mental muy propicia a dejarse scinar por las nuevas imáge- nes. El «Decó», fenómeno mal conocido en parte por su heterodoxia en relación a las corrientes radicales del purismo entonces en voga, y actual- mente en vía apresurada de recuperación desde la óptica post-moderna, cumplió a la perfección en nuestra ciudad el papel de estilo puente que con- dese a nuestros arquitectos desde las postrime- rías de un estilo regionalista, o montañés, explo- tado ya hasta el agotamiento, hacia posiciones ideológicamente muy distintas, cercanas aunque sea periféricamente al Movimiento Moderno eu- ropeo, que ya al final de los años veinte había construido sus principales edificios programáticos. Históricamente el «decó» se produce a conti- nuación, y como reacción, del «ART NOU- VEAU», utilizando el purismo racionalista como soporte compositivo, al que añade un ropaje s- tivo con su ornamentación de complicada geome- tría y de lujosos materiales. No es por lo tanto un racionalismo descafeinado sino su variante «high society», muy apto para lucir en los salones ívo- los de la época. Nada más apropiado para exaspe- rar a los rigurosos racionalistas que verían horro- rizados cómo un estilo superficial y decorativista, nacido en parte a partir de sus propias opciones ideológicas, podía robarles el favor de la gente o, por lo menos, introducir bastante consión en el ambiente. Visto desde ahora podemos decir que los arquitectos ovetenses de los años treinta su- pieron aprovechar esa consión para introducir en nuestra ciudad como moderno lo que en reali-

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Los Cuadernos de Asturias

FORTUNA DE LA ARQUITECTURA MODERNA EN OVIEDO

Fernando Nanclares

e uando, en los años veinte, la ciudad de Oviedo, a través de sus ediles, cre­yó llegado el momento de fijar las nue­vas bases para su futuro desarrollo y

decidió encargar los correspondientes Proyectos de Ensanche (hacia el norte, a Casariego y San­chez del Río, y hacia el sur, a Anasagasti y Sol) para así, de una vez, establecer de manera indu­dable la imagen física de la nueva ciudad, tal acti­tud, que debió obedecer en aquel momento a una sensación colectiva de frontera, no apareció debi­damente acompañada de una nueva conciencia, es decir de una conciencia «moderna». Bien es cierto que, en aquel entonces lo «moderno» circulaba exclusivamente por la imaginación de los arquitec­tos vanguardistas europeos que, tras sucesivas reuniones de los C.I.A.M. (Congresos Internacio­nales de Arquitectura Moderna) iniciadas en 1928 serían capaces de plasmar su visión de lo que debería ser la nueva ciudad «funcionalista» en un «prontuario urbanístico»: la· llamada «Carta de Atenas», fechada en esta ciudad, en 1933.

Muy lejos, por lo tanto, de esta nueva doctrina, que llegaría a configurar en Europa la ortodoxia moderna, en Oviedo, en aquellos Proyectos de Ensanche, no fue posible el salto a la modernidad, con el típico acompañamiento de imágenes futuris­tas, avanzadas, que hubiesen producido un efecto electrizante, muy adecuado para abonar el de­seado optimismo colectivo. Muy al contrario, en lugar de la aventura moderna, entonces imposible, Anasagasti y Casariego optaron por la reconside­ración tardía y manierista de la ciudad tradicional, concretamente de la ciudad del XIX. De todas maneras la frontera se había fijado. Hasta aquí hemos llegado, parecían querer decir los arquitec­tos con sus planes.

Finalmente los ensanches se desecharon. Fue­ron acusados de excesivamente grandiosos, mo­numentales, y por tanto, caros, inviables. No hubo solución de repuesto; no se supo, o no se quiso (desde luego Anasagasti no quiso) imaginar la ciudad «Moderna», y el futuro tránsito por la época de la modernidad quedó confiado a las in­tervenciones puntuales de los arquitectos oveten­ses, que debieron trabajar para completar y desa­rrollar la ciudad del XIX.

A pesar de este frustrado comienzo, la arquitec­tura moderna, bautizada entonces como «raciona­lista» o «funcionalista» e integrada globalmente en

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el «Movimiento Moderno» europeo, en su acele­rada difusión alcanzó inevitablemente a los profe­sionales ovetenses que, tímidamente, fueron acep­tando las nuevas pautas, transformando su oficio para ponerlo al servicio de las técnicas y del estilo modernos.

Que la nueva arquitectura, titulada pretencio­samente «racionalista» alcanzase mayores niveles de racionalidad que la antigua, la que iba implícita en la visión de Anasagasti, es algo que hoy debe­mos plantearnos al menos como dudoso. Pero la dinámica histórica exigió que el trayecto comen­zado en aquellos años y que hoy la cultura arqui­tectónica desea finalizar, fuese recorrido. Inten­taré a continuación aportar algunas notas que ini­cien el debate preciso acerca de la fortuna con que se realizó ese tránsito en la arquitectura ovetense.

PRIMER INDICIO .DE MODERNIDAD: LA ORNAMENTACION «DECO»

Los primeros contactos de nuestros arquitectos con el ambiente moderno europeo habrá que ras­trearlos en un más que probable viaje a la Exposi­ción de las Artes Decorativas de París, en el año 1925, de algunos de ellos. Cuando menos el inte­rés que en ellos suscitara tal acontecimiento hubo de llevarles a un rápido conocimiento de lo que allí se proponía, con una disposición mental muy propicia a dejarse fascinar por las nuevas imáge­nes. El «Decó», fenómeno mal conocido en parte por su heterodoxia en relación a las corrientes radicales del purismo entonces en voga, y actual­mente en vía apresurada de recuperación desde la óptica post-moderna, cumplió a la perfección en nuestra ciudad el papel de estilo puente que con­dujese a nuestros arquitectos desde las postrime­rías de un estilo regionalista, o montañés, explo­tado ya hasta el agotamiento, hacia posiciones ideológicamente muy distintas, cercanas aunque sea periféricamente al Movimiento Moderno eu­ropeo, que ya al final de los años veinte había construido sus principales edificios programáticos.

Históricamente el «decó» se produce a conti­nuación, y como reacción, del «ART NOU­VEA U», utilizando el purismo racionalista como soporte compositivo, al que añade un ropaje fes­tivo con su ornamentación de complicada geome­tría y de lujosos materiales. No es por lo tanto un racionalismo descafeinado sino su variante «high society», muy apto para lucir en los salones frívo­los de la época. Nada más apropiado para exaspe­rar a los rigurosos racionalistas que verían horro­rizados cómo un estilo superficial y decorativista, nacido en parte a partir de sus propias opciones ideológicas, podía robarles el favor de la gente o, por lo menos, introducir bastante confusión en el ambiente. Visto desde ahora podemos decir que los arquitectos ovetenses de los años treinta su­pieron aprovechar esa confusión para introducir en nuestra ciudad como moderno lo que en reali-

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dad no lo era tanto en el contexto europeo. En esta operación cabe resaltar numerosos aciertos, de entre los cuales no es el menor la adecuación del nuevo estilo al tipo de ciudad en que iba a ser construido. Este es, el ensanche burgués de final de siglo, muy adecuado para dar cabida en su trama a los ejercicios virtuosos de los Busto, Bus­telo, Galán ... Los proyectos más logrados, la Casa Blanca de Dría y la esquina de Independencia con Marqués de Pidal, de Busto, el edificio «Chile» en Mendizábal, de Bustelo, se instalarán en posicio­nes privilegiadas de la ciudad, compitiendo con la arquitectura del XIX y contribuyendo con ella a su ornamento. Habría que citar también el Cine Santa Cruz, de Busto, destacadísimo ejemplo de ornamentación «decó», hoy lamentablemente de­saparecido.

LOS AÑOS DE LA REPUBLICA

El paso decisivo hacia una arquitectura más vinculada a la modernidad europea habría de darlo la siguiente generación, en el ambiente propicio de la República. Serán pocos arquitectos y muy po­cos edificios, pero de gran calidad. Vaquero con el I.N.P. y algunas casas unifamiliares en el intentode Ciudad Jardín en torno a la Plaza de la Paz; losSomolinos, con el edificio Aramo y Saiz Herescon el Termómetro, construido tardíamente en los40, y poco más. Suficiente, de todas maneras,para mostrar la potencia de una arquitectura yadecididamente integrada con las propuestas delMovimiento Moderno.

Hay que advertir, necesariamente, la inutilidad de una búsqueda de parentescos, a todos los nive­les, entre esta arquitectura y la que los críticos· europeos seleccionaron como manifiesto del ya por entonces consolidado Estilo Internacional. Los vínculos serán, por supuesto, superficiales. Es decir, se establecerán en la asimilación de los elementos plásticos que definirían lo que la arqui­tectura moderna iba a tener de estilo, quedando excluidas el resto de las cuestiones, de orden polí­tico y social, que sus propagandistas desearon que en todo momento acompañaran a la promoción de sus edificios. Constatar esto, o sea la ausencia de contenidos progresistas en el orden social en las arquitecturas citadas, no añade ni quita méritos en la valoración estrictamente disciplinar que inten­tamos ahora darle. Es cierto que el mito de la supuesta incidencia de la arquitectura en el com­portamiento socio-político de las personas, o bien de su capacidad de reflejarlo, resulta atractivo y además cierto en múltiples casos. He de recono­cer que aceptaría complacido, como tantas veces se hizo, la posibilidad de establecer nexos de unión entre las formas arquitectónicas y su modo de producción. En este caso las nuevas formas racionalistas y expresionistas deberían aparecer avaladas por unos programas de uso asimismo nuevos, o responder a una nueva visión de la

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«La casa.del Termómetro», de Saiz Heres

ciudad. No es así: los edificios se proyectan obe­deciendo a los mismos esquemas de producción y, al igual que los anteriormente analizados, vienen a instalarse en el ensanche de Dría, cuyo trazado obedece a criterios tradicionales.

Así pues, la componente de modernidad de es­tos edificios se reduce a la novedad de su trata­miento plástico, en clave expresionista o raciona­lista, soportado en la aplicación de unos principios constructivos que han variado sustancialmente en relación a los utilizados por sus predecesores. Fundamentalmente, los muros de cierre, liberados de su función resistente y, por lo tanto, de su gran espesor, permitirán que el interés de la composi­ción, fuertemente frontalizada en los alzados clá­sicos, rigurosos y simétricos, derive hacia el tra­tamiento dinámico del muro, como si se tratase de una piel que encierra un organismo cuyas inciden­cias y tensiones internas quedan reflejadas en su periferia. Así deben entenderse las fachadas del Termómetro y del Aramo, auténticas obras maestras en el tratamiento expresionista del muro de cierre, que con sus curvaturas y su distribución de huecos acristalados rasgados horizontalmente,

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nos sugieren una membrana que limita y remata un contenido que se anuncia tenso y dinámico. El Termómetro sumará a sus aciertos arquitectónicos, que lo configuran como un objeto hermoso, el de ser además un objeto «urbano», en íntima relación con su «locus». Su presencia física, captada vi­sualmente, atiende tanto a dar remate expresivo a su condición interior como a su peculiar situación urbana, en esquina aguda, de tal manera que pa­rece como modelado por estas condiciones exte­riores que reclaman de él un énfasis formal ade­cuado a su privilegiada posición en la trama ur­bana.

Veamos además en qué entorno arquitectónico debía instalarse o, dicho con la terminología que cierta crítica italiana instaló en los años sesenta, cuáles eran las «preexistencias ambientales»: La calle Fruela, fuertemente homogénea, construida con edificios de tradición regionalista; el Banco Herrero, de Busto y Alvarez Meana, en una línea decorativista moderna pero respetuosa con las tradiciones, y la Diputación, un ejercicio consu­mado de eclecticismo. Con estos antecedentes, en definitiva los mismos que hoy parecen dejar

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paralizado el espíritu de los arquitectos que actúan en Fruela y Uría, el arquitecto del Termómetro, Vidal Sáiz Heres, entiende que el único compro­miso que debe establecerse con tan prestigiado y digno vecindario arquitectónico es el de levantar a su vez una buena arquitectura, fiel a su tiempo. El resultado es magnífico, espléndido, como reza el entrañable anuncio luminoso que la adorna (es curioso cómo el neón acertó en posarse, en una logradísima simbiosis, en el Termómetro sin duda nuestro edificio más «metropolitano»). Una lec­ción que no son capaces de advertir los burócratas que, desde sus posiciones de control, fuerzan el ánimo de los ya más bien desanimados arquitectos conduciéndoles hacia soluciones timoratas muy respetuosas con todo salvo con la propia dignidad de la arquitectura.

Un dato más para acabar de configurar el carác­ter insólito de este edificio. Su Proyecto es de 1936 pero se construye, por razones obvias, en los últimos años cuarenta cuando la ortodoxia oficial proponía ejercicios muy distintos, de sabor «na­cional», que el propio Sáiz Heres deberá asumir en el bloque porticado de Gil de Jaz. Si el Ter­mómetro consigue salvarse de la quema se debe sin duda al vigor que anuncia en los dibujos del proyecto y a la voluntad que debieron mostrar sus promotores.

Saiz Heres sería también autor de algunos pro­yectos, no construidos, inspirados en los tipos figurativos racionalistas. Uno de ellos, para una sala de fiestas en el Campo de San Francisco, finalmente proyectada y construida por Busto. La propuesta de Sáiz Heres era en «estilo barco», analogía tan querida por el propio Le Corbusier, que veía los elementos constructivos de los bar­cos, ojos de buey, barandillas, pinturas blancas, etc. dotados de un gran vigor estético muy apro­piado como modelo para la arquitectura raciona­lista.

El conjunto· de viviendas y servicios adminis­trativos del I.N.P. de Joaquín Vaquero, es el edificio ovetense que asume con mayor rigor los postulados racionalistas. El temperamento artís­tico del autor le permite, con asombrosa seguridad para una obra de juventud, plantear su arquitec­tura partiendo del manejo de pocos elementos en una sintaxis purista, de máxima sobriedad. Preci­samente ese tratamiento casi brutal de los temas racionalistas le confiere la monumentalidad ade­cuada para presidir dignamente el gran espacio libre que lo rodea.

Merecen ser citados también, acompañando a los tres edificios singulares comentados, el de Quintana esquina a M. Marina, de Busto, Rosal, esquina a Cabo Noval, de Rodríguez Bustelo, y el de U ría 34, de menor entidad pero igualmente valiosos. Su conjunto, a pesar de su reducido nú­mero, es suficiente para ilustrar la virtualidad de la arquitectura moderna y su capacidad de inser­tarse en el paisaje urbano en igualdad de condi­ciones con sus predecesoras.

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Edificio del l. N. P., de Vaquero

LA POSTGUERRA

La guerra y el consiguiente período de autarquía significarán un paréntesis en la producción de ar­quitectura moderna, al menos en términos de es­tilo. La obsesión oficial por la grandilocuencia y la identidad histórica condujo, también en arquitec­tura, a soluciones formales trasnochadas, aparáto­sas y, la mayoría de las veces, vacías de conte­nido. Así y todo es posible adivinar en algunos casos la arquitectura si no racionalista al menos racional que subyace tras la máscara historicista. Hay sobre todo dos casos singulares que merecen una mención destacada: el bloque de viviendas formando una manzana completa y cerrada, en San Lázaro, entre Arzobispo Guisasola y Leo­poldo Alas, y la Colonia Ceano, asimismo en manzana casi cerrada en la calle Fernández La­dreda. Estas obras, en cuanto al lenguaje plástico, se encuentran en las antípodas del Movimiento Moderno. Otro tanto puede decirse de sus respec­tivas ordenaciones de conjunto que, siguiendo los modelos urbanos tradicionales se formalizan en una edificación continua, alineada con la calle y dejando un gran vacío interior o patio de manzana

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ajardinado. Nada más lejano a los nuevos tipos edificatorios dogmatizados por el Movimiento Moderno a través de la Carta de Atenas: Bloques lineales, torres, etc. dispersos en amplias exten­siones de terreno libre.

En los casos que comentamos, ciertamente muy escogidos, la entidad promotora, Regiones Devas­tadas, o mejor sus arquitectos, en principio nada sospechosos de militar en modernidad arquitectó­nica alguna, recogen sabiamente la herencia de una cultura urbana europea que, en el período entreguerras, había llegado a un nivel óptimo de puesta a punto y que el M.M., en su obsesión de presentarse como alternativa global a la arquitec­tura y a la ciudad tradicional, cometió el error de ignorar. Los modelos utilizados para estos dos casos ejemplares no eran tan lejanos: el ensanche del Amsterdan Sur, de Berlage; las manzanas construidas por Oud en el Tusschendyken de Rot­terdam; los Hofe vieneses promovidos en una operación histórica por su ayuntamiento socialista y, mucho más cercanos, la Casa de las Flores en Madrid, de Zuazo. Todos ellos construidos en los años veinte y treinta. A un nivel más familiar, el Fontán y la Plaza de las Aceñas de Avilés.

Son distintas variantes en torno a una tipología

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Diseño del Club de Regatas.

precisa: la manzana como unidad edificatoria, de­finida en sus límites por la red viaria, o bien ella misma definidora de esta red, que por su corpo­reidad maciza es capaz de ser modelada dotando de forma al espacio urbano, tanto el exterior pú­blico, como el interior, también de uso público o privado para la comunidad que la habita. Hay, en esta misma línea, una arquitectura ovetense que debe ser citada: la manzana porticada construida por Sáiz Heres detrás de la conocida finca de Concha Heres, de la cual originalmente formaba parte.

En estos casos citados, el observador debe su­perar el repudio hacia un ropaje ornamental tras­nochado para adivinar su auténtico contenido pro­gresista, de avanzada cultura urbana.

U na vez más citaremos con nostalgia el frus­trado Ensanche de Anasagasti, de 1926, com­puesto con un variado repertorio de manzanas, calles y plazas, formando un tejido urbano conti­nuo y compacto que con toda seguridad se hu­biese soldado con la ciudad antigua garantizando la debida densidad urbana, es decir la vitalidad. En cambio lo que hoy se nos ofrece, el Polígono de Buenavista promovido por el Ministerio de la Vivienda, ciertamente fruto, aunque podrido, de la visión moderna de la ciudad, es una muestra insuperable de desintegración, desperdicio de es­pacio y escasa vitalidad.

LOS RESIDUOS DE LA MODERNIDAD

Hay que reconocer que el episodio de la alterna­tiva racionalista a la ciudad tradicional, revisado críticamente por la cultura arquitectónica en los últimos años, ha sido en líneas generales negativo, si bien es cierto que raramente su proyecto ideal ha sido puesto en práctica con el necesario rigor

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conceptual. En todo caso los trozos de ciudad que en Oviedo se han construido según el modelo ra­cionalista, en su condición tardía e impura revelan claramente la fragilidad del modelo. Su éxito y rápida difusión popular se justifican por la facili­dad con que sus unidades edificatorias pueden ser manipuladas tanto por los organismos administra­tivos encargados de su gestión, cuya pereza men­tal encuentra un cobijo confortable en los simples esquemas racionalistas, como por el capital o las entidades promotoras, que pueden definir sus construcciones de una manera aislada, autónoma, al margen de la dimensión colectiva que. todo he­cho ciudadano lleva implícito, con las consiguien­tes servidumbres.

Salvo casos aislados la arquitectura de las dos últimas décadas la de los años del desarrollismo económico, no ha hecho otra cosa que servir de instrumento a los grandes negocios inmobiliarios. Puede decirse, sin temor a equivocarse, que es la peor que se ha producido en la historia. ¿Herencia lógica de los optimistas e ingenuos postulados modernos? Desde luego debe reconocerse que el M.M. con sus inocentes simplificaciones y su ra­dical ruptura con el legado de la historia, Jo pusomuy fácil. En definitiva de su arrogante títuloapenas si queda el «ismo», el estilo, vulgarizadohasta la ramplonería. La componente de raciona­lidad, de arquitectura soportada en la razón, habráde ser recuperada desde una visión histórica, inte­gradora, reuniendo los trozos rotos por la potentee indiscriminada explosión de la modernidad, queen realidad fue más bien un hermoso artefacto derelojería colocado hace cincuenta años y astuta­mente activado, en Oviedo como en tan-tas ciudades, por quienes ven en la arqui-

"tectura uno de los más rentables objetos de consumo.

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