la constitución española de 1812 cuadernillo completo

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LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1812 EN SU SEGUNDO CENTENARIO CÁDIZ Departamento de Lengua Española y Literatura

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LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1812

EN SU SEGUNDO CENTENARIO

CÁDIZ

Departamento de Lengua Española y Literatura

Historia (Wikipedia) La Constitución española de 1812, conocida popularmente como La Pepa, fue promul-gada el 19 de marzo de 1812 en Cádiz. La importancia histórica de la misma es grande, al tratarse de la primera Constitución promulgada en España, además de ser una de las más liberales de su tiempo. Respecto al origen de su sobrenombre, la Pepa, se debe a que fue promulgada el día de San José.

Oficialmente estuvo en vigencia dos años, desde su promulgación hasta el 19 de marzo de 1814, con la vuelta a España de Fernando VII. Posteriormente estuvo vigente durante el Trienio Liberal (1820-1823), así como durante un breve período en 1836-1837, bajo el gobierno progresista que preparaba la Constitución de 1837. Sin embargo, apenas si entró en vigor de facto, puesto que en su período de gestación buena parte de España se encontraba en manos del gobierno pro-francés de José I de España, el resto en mano de juntas interinas más preocupadas en organizar su oposición a José I, y el resto de los territorios de la corona española (los virreinatos) se hallaban en un estado de confusión y vacío de poder causado por la invasión napoleónica.

La constitución establecía el sufragio universal masculino indirecto, la soberanía nacional, la monarquía constitucional, la separación de poderes, la libertad de imprenta, acordaba el reparto de tierras y la libertad de industria, entre otras cosas.

Una constitución para un Imperio La Constitución de 1812 se publicó hasta tres veces en España —1812, 1820 y 1836—, se convirtió en el hito democrático en la primera mitad el siglo XIX, transcendió a varias constituciones europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la mayor parte de los Estados americanos durante y tras su independencia. Sólo por esto ya hubiera merecido la inmortalidad.

Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones dedicadas a su estudio omiten o minusvaloran la influencia que la revolución liberal y burguesa española tuvo al transformar el imperio colonial español en provincias de un nuevo Estado, y convertir en nuevos ciudadanos a los antiguos súbditos del absolutismo, y que incluía en su definición de ciudadanos españoles no solo a los europeos, o sus descendientes americanos, sino también a las castas y a los indígenas de los territorios de América, lo que tradujo, en tercer lugar, en su trascendencia para las nacientes legislaciones americanas.

Las Cortes abrieron sus puertas el 24 de septiembre de 1810 en el teatro de la Isla de León para, posteriormente, trasladarse al oratorio de San Felipe Neri, en la ciudad de Cádiz. Allí se reunían los diputados electos por el decreto de febrero de 1810, que había convocado elecciones tanto en la península como en los territorios americanos y asiáticos. A estos se les unieron los suplentes elegidos en el mismo Cádiz para cubrir la representación de aquellas provincias de la monarquía ocupadas por las tropas franceses o por los movimientos insurgentes americanos. Las

Cortes, por tanto, estuvieron compuestas por algo más de trescientos diputados, de los cuales cerca de sesenta fueron americanos.

Un mismo estado para ambos hemisferios en el XIX En los primeros días hubo propuestas americanas encaminadas a abolir el entramado colonial y poner las bases de un mercado nacional con dimensiones hispánicas que abarcaran también a los territorios de América, con reducción de aranceles a los productos americanos, apertura de más puertos coloniales para el comercio, etc. Un proyecto, anterior en un siglo a la Commonwealth de Gran Bretaña. Los decretos gaditanos tuvieron una amplia repercusión y trascendencia durante las décadas posteriores, tanto en la península como en América.

La Constitución fue jurada en América, y su legado es notorio en la mayor parte de las repúblicas que se independizaron entre 1820 y 1830. Y no sólo porque les sirvió como modelo constitucional sino, también, porque esta Constitución estaba pensada, ideada y redactada por representantes americanos como un proyecto global hispánico y revolucionario. Parlamentarios como el novohispano Miguel Ramos Arizpe, el chileno Fernández de Leiva, el peruano Vicente Morales Duárez, el ecuatoriano José Mejía Lequerica, entre otros, en los años posteriores se convirtieron en influyentes forjadores de las constituciones nacionales de sus respectivas repúblicas.

Sin duda, a ello contribuyó la fluida comunicación entre América y la península, y viceversa: Cartas privadas, decretos, diarios, periódicos, el propio Diario de Sesiones de Cortes, panfletos, hojas volantes, correspondencia mercantil, literatura, obras de teatro, canciones patrióticas, etc., que a bordo de navíos españoles, ingleses o neutrales informaban sobre los acontecimientos ocurridos en uno y otro continente. Hubo ideas, pero también hubo acción, dado que se convocaron procesos electorales municipales, provinciales y a Cortes, y se verificaron las elecciones, lo cual provocó una intensa politización en ambos espacios.

Asimismo, el envío de numerario por parte de consulados de comercio, dueños de minas, hacendados, recaudaciones patrióticas, etc., al Gobierno peninsular fue constante, e imprescindible para pagar la intervención de los ingleses, así como el armamento de las partidas guerrilleras tras la derrota del ejército español en la batalla de Ocaña, el 19 de noviembre de 1809.

Es importante insistir en que estas medidas contaban con el respaldo de las mayor parte de la burguesía criolla americana, partidaria de los cambios autonomistas y no necesariamente de una independencia que implicase la ruptura completa con la Monarquía.

Código hispano

El producto de este intento de revolución fue una constitución con caracteres nítidamente hispanos. Los debates constitucionales comenzaron el 25 de agosto de 1811 y terminaron a finales de enero de 1812. La discusión se desarrolló en pleno asedio de Cádiz por las tropas francesas, una ciudad bombardeada, superpoblada con refugiados de toda España y con una epidemia de fiebre amarilla. El heroísmo de sus habitantes queda para la historia.

La redacción del artículo 1 constituye un claro ejemplo de la importancia que para el progreso español tuvo América. Fue el primero, y por ello, el más importante. Este es su famoso texto:

La nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios La construcción queda definida desde parámetros hispanos. La revolución iniciada

en 1808 adquiría, en 1812, otros caracteres especiales que los puramente peninsulares. Aludía a unas dimensiones geográficas que compondrían España, la americana, la asiática y la peninsular. La Nación española quedaba constitucionalmente definida.

Cádiz

Benito Pérez Galdós

“Una gran novedad, una hermosa fiesta había aquel día en la Isla. Banderolas y gallardetes adornaban casas particulares y edificios públicos, y endomingada la gente, de gala los marinos y la tropa, de gala la Naturaleza a causa de la hermosura de la mañana y esplendente claridad del sol, todo respiraba alegría. Por el camino de Cádiz a la Isla no cesaba el paso de diversa gente, en coche y a pie; y en la plaza de San Juan de Dios los caleseros gritaban, llamando viajeros: <¡A las Cortes, a las Cortes!>.

Parecía aquello preliminar de función de toros. Las clases todas de la sociedad concurrían a la fiesta, y los antiguos baúles de la casa del rico y del pobre habíanse quedado casi vacíos. Vestía el poderoso comerciante su mejor paño, la dama elegante su mejor seda, y los muchachos artesanos, lo mismo que los hombres del pueblo, ataviados con sus pintorescos trajes salpicaban de vivos colores la masa de la multitud. Movíanse en el aire los abanicos, reflejando en mil rápidos matices la luz del sol, y los millones de lentejuelas irradiaban sus esplendores sobre el negro terciopelo. En los rostros había tanta alegría, que la muchedumbre toda era una sonrisa, y no hacía falta que unos a otros se preguntasen a dónde iban, porque un zumbido perenne decía sin cesar: <¡A las Cortes, a las Cortes!>”. (Cap. VIII) “Los discursos de aquel día memorable dejaron indeleble impresión en el ánimo de cuantos los escucharon. ¿Quién podía olvidarlos? Aún hoy, después que he visto pasar por la tribuna tantos y tan admirables hombres, me parece que los de aquel día fueron los más elocuentes, los más sublimes, los más severos, los más superiores entre todos los que han fatigado con sus palabras la atención de la madre España. ¡Qué claridad la de aquel día! ¡Qué oscuridades después, dentro y fuera de aquel mismo recinto, unas veces teatro, otras iglesia, otras sala, pues la soberanía de la nación tardó mucho en tener casa propia! Hermoso fue tu primer día, ¡oh, siglo! Procura que sea lo mismo el último” (Capítulo IX).

“La iglesia, convertida en salón, no era grande. Ocupaban los diputados el pavimento, la presidencia, el presbiterio y los altares estaban cubiertos con cortinones de damasco, que los escondían, lo mismo que a las imágenes, de la vista del público, como objetos que no habían de tener aplicación por el momento. El arquitecto Prast, reformador del edificio, discurrió también sin duda que a los santos no les haría mucha gracia aquello. Algunos han creído que los diputados subían al púlpito para hablar; pero no es cierto. Los diputados hablaban, como hoy, desde sus asientos; y los púlpitos no servían para nada más que para apolillarse. Tenía la iglesia sus tribunas laterales, que fueron destinadas a los diplomáticos, a las señoras y al público distinguido; y en los pies del edificio abriéronse dos nuevas con barandal de madera, que se dedicaron al pueblo en general, y que este invadió desde las primeras sesiones, alborotando más de lo que parecía conveniente al decoro de su recién lograda soberanía” (Capítulo XVII).

“La atención del Congreso estaba fija en el orador, uno de los más severos y elocuentes de aquella primera fecunda hornada. Profundo silencio reinaba en el salón lo mismo que en la tribunas. Callamos Presentación y yo, y atendimos también, ambos absortos y suspensos, porque la palabra de García Herreros, enérgica y sonora, era de las que imperiosamente se hacen oír y acallan todos los rumores de una Asamblea. Combatiendo las servidumbres, exclamaba: <¿Qué diría de su representante aquel pueblo numantino, que por no sufrir la servidumbre quiso ser pábulo de la hoguera? Los padres y tiernas madres que arrojaban a ellas a sus hijos me juzgarían digno del honor de representarles, si no lo sacrificase todo al ídolo de la libertad? Aún conservo en mi pecho el calor de aquellas llamas, y él me inflama para asegurar que el pueblo numantino no reconocerá ya más señorío que el de la nación. Quiere ser libre y sabe el camino de serlo>”. (Capítulo XVII).

“Calor. Mucha luz. Bullicio de gente descalza o en alpargatas que se conoce de toda la vida y cuya intimidad no existe. Ojos oscuros, casi árabes. Pieles atezadas de océano y sol. Voces jóvenes y alegres, con el acento cerrado, hermético, de las clases gaditanas más humildes. Hay casas de vecindad de poca altura, gritos de mujeres de balcón a balcón,

ropa tendida, jaulas con canarios, niños sucios que juegan en la tierra de las calles estrechas y rectas sin empedrar. Cruces. Cristos. Vírgenes y santos en hornacinas y azulejos, en cada esquina. Olor a mar cercano, a humazo de aceite y a pescado en todas sus variantes: crudo, frito, asado, seco, en salazón, podrido, cabezas y raspas entre las que hurgan gatos con cola pelada de sarna y bigotes pringosos.

Torciendo a la izquierda desde la calle de la Palma, Gregorio Fumagal toma la de San Félix, adentrándose en el barrio pescador y marinero. Avanza esquivando y guiándose por el olfato, la vista y el oído a través de los espacios que aquel mundo abigarrado y hormigueante de vida deja libres. Parece un insecto cauteloso moviendo las antenas. Más allá, donde terminan las casas, semejante a una puerta abierta o al cuello de una botella sin corcho, el taxidermista alcanza a ver parte de la explanada de Capuchinos

y la muralla de Vendaval, guarnecida de troneras y cañones que apuntan al medio día, sobre el Atlántico”.

El asedio. Arturo Pérez-Reverte.

Cádiz Álvaro Mutis

“Después de tanto tiempo, vastas edades, siglos, migraciones allí sorprendidas

frente al vocerío de las aguas sin límite y asentadas en su espera

hasta confundirse con el polvo calcáreo, hasta no dejar otra huella que sus muertos

vestidos con abigarrados ornamentos de origen incierto, escarabajos egipcios,

pomos con ungüentos fenicios, armas de la Hélade, coronas etruscas,

después de todo esto y mucho más transfigurado en la substancia misma

que el sol trabaja sin descanso después de tales cosas, la piedra

ha venido a ser una presencia de albas porosidades, laberintos minúsculos,

ruinas de minuciosa pequeñez, de brevedad sin término,

y así las paredes, los patios, las murallas, los más secretos rincones, el aire mismo

en su labrada transparencia también horadado por el tiempo, la luz y sus criaturas.

Y llego a este lugar y sé que desde siempre ha sido el centro intocado del que manan

mis sueños, la absorta savia de mis más secretos territorios,

reinos que recorro, solitario destejedor de sus misterios, señor de la luz que los devora,

herencia sobre la cual los hombres no tienen ni la más leve noticia, ni la menor parcela de dominio.

Y en el patio donde jugaron mis abuelos, con su pozo modesto y sus altos muros labrados como madréporas sin edad, en la casa de la calle de Capuchinos

me ha sido revelada de nuevo y para siempre la oculta cifra de mi nombre,

el secreto de mi sangre, la voz de los míos. Yo nombro ahora este puerto que el sol

y la sal edificaron para ganarle al tiempo una extensa porción de sus comarcas

y digo Cádiz para poner en regla mi vigilia para que nada ni nadie intente en vano

desheredarme una vez más de lo que ha sido <el reino que estaba para mí>”.

Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía 1948-1988. Los emisarios.

T H E G I R L O F C A D I Z .

L o r d B y r o n

OH never talk again to me Of northern climes and British ladies; It has not been your lot to see Like me, the lovely Girl of Cadiz. Although her eye be not of blue, Nor fair her locks, like English lasses, How far its own expressive hue The languid azure eye surpasses! Prometheus-like from heaven she stole The fire that through those silken lashes In darkest glances seems to roll, From eyes that cannot hide their flashes: And as along her bosom steal In lengthened flow her raven tresses, You'd swear each clustering lock could feel, And curled to give her neck caresses. Our English maids are long to woo, And frigid even in possession; And if their charms be fair to view, Their lips are slow at Love's confession; But, born beneath a brighter sun, For love ordained the Spanish maid is, And who,—when fondly, fairly won,— Enchants you like the Girl of Cadiz?

The Spanish maid is no coquette, Nor joys to see a lover tremble, And if she love, or if she hate, Alike she knows not to dissemble. Her heart can ne'er be bought or sold— Howe'er it beats, it beats sincerely; And, though it will not bend to gold, Twill love you long and love you dearly. The Spanish girl that meets your love Ne'er taunts you with a mock denial, For every thought is bent to prove Her passion in the hour of trial. When thronging foemen menace Spain, She dares the deed and shares the danger; And should her lover press the plain, She hurls the spear, her love's avenger. And when, beneath the evening star, She mingles in the gay Bolero, Or sings to her attuned guitar Of Christian knight or Moorish hero, Or counts her beads with fairy hand Beneath the twinkling rays of Hesper, Or joins Devotion's choral band, To chaunt the sweet and hallowed vesper;— In each her charms the heart must move Of all who venture to behold her; Then let not maids less fair reprove Because her bosom is not colder: Through many a clime 'tis mine to roam Where many a soft and melting maid is, But none abroad, and few at home, May match the dark-eyed Girl of Cadiz

La moza de Cádiz

Oh, nunca vuelvas a mencionarme los fríos del Norte, ni sus mujeres;

no he podido encontrar en tu tierra septentrional lo que he visto en la embrujadora muchacha gaditana.

No son azules sus ojos ni rubios sus mechones, como en las zagalas inglesas,

pero, de qué manera su expresión va más allá de la languidez azur de su mirada.

Como Prometeo, del cielo, ella roba

un fuego que atraviesa sus pestañas de seda y cruza la oscuridad más negra

desde unos ojos que no pueden ocultar su fulgor. Y cuando, a lo largo de su pecho, los senos oculta el prolongado caudal de su cabello de azabache, sería posible blasfemar por sentir cada mechón

y cada rizo que acaricia su cuello.

Son tan diferentes nuestras doncellas inglesas en el cortejo y tan frías, incluso al ser poseídas;

aunque sus encantos son hermosos a la vista, sus labios son lentos en la confesión amorosa.

Sin embargo, nacidas bajo un sol brillante, las mujeres españolas están predestinadas para el amor.

¿A quién –una vez seducida con cariño- hechiza como a ti la moza de Cádiz?

La doncella española no es coqueta,

no disfruta al ver el temblor de un amante, y si ella ama, u odia

como sabe, no disimula; su corazón no puede ser comprado ni vendido,

sino que late y cuando palpita es sincero. No se doblegará ante el oro

sino que lo amará con generosidad y cariño.

La doncella española que te conceda su amor jamás se burlará de ti con un fingido rechazo,

cada uno de sus pensamientos se dirige a probar su pasión a la hora de la verdad.

Cuando el enemigo en tropel amenace España, ella es capaz de hazañas y de compartir el peligro,

y mientras su amante combate en el llano ella empuñará la lanza, vengadora de su amor.

Y bajo la estrella de la noche

se funde con un alegre bolero,

o canta para ella la guitarra afinada de un caballero cristiano o un paladín moro;

o cuenta sus abalorios con mano de hada amparada por los rasgos del Héspero,

o se une a la coral devota para entonar las vísperas dulces y sagradas.

Por cada uno de sus encantos debe sobrecogerse el corazón

de todos que, por ventura, la contemplan; no se dejarán entonces reprender las doncellas menos bellas

pues su pecho no es tan frío. Aunque muchos sean los paisajes de mi vagabundeo,

aunque en ellos haya doncellas suaves y enternecedoras, ninguna habrá en el extranjero y pocas en casa

que puedan competir con los ojos negros de la moza de Cádiz.

CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA Promulgada en Cádiz a 19 de marzo de 1812

Cádiz: en la Imprenta Real: MDCCCXII DON FERNANDO SÉPTIMO, por la gracia de Dios y la Constitución de la Monarquía

española, Rey de las Españas, y en su ausencia y cautividad la Regencia del reino, nombrada por las

Cortes generales y extraordinarias, a todos los que las presentes vieren y entendieren, SABED: Que las

mismas Cortes han decretado y sancionado la siguiente

CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA

MONARQUÍA ESPAÑOLA En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo autor y supremo

legislador de la sociedad. Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española, bien convencidas, después del

más detenido examen y madura deliberación, de que las antiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de las oportunas providencias y precauciones, que aseguren

de un modo estable y permanente su entero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación, decretan la

siguiente Constitución política para el buen gobierno y recta administración del Estado.

TÍTULO I. DE LA NACIÓN ESPAÑOLA Y DE LOS ESPAÑOLES

CAPÍTULO I. De la Nación Española

Art. 1. La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.

Art. 2. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna

familia ni persona. Art. 3.

La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.

Art. 4. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la

propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen. CAPÍTULO II

De los españoles Art. 5.

Son españoles:

Primero. Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de éstos.

Segundo. Los extranjeros que hayan obtenido de las Cortes carta de naturaleza. Tercero. Los que sin ella lleven diez años de vecindad, ganada según la ley en cualquier

pueblo de la Monarquía. Cuarto. Los libertos desde que adquieran la libertad en las Españas.

Art. 6. El amor de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles y,

asimismo, el ser justos y benéficos. Art. 7.

Todo español está obligado a ser fiel a la Constitución, obedecer las leyes y respetar las autoridades establecidas.

Art. 8. También está obligado todo español, sin distinción alguna, a contribuir en proporción de

sus haberes para los gastos del Estado. Art. 9.

Está asimismo obligado todo español a defender la Patria con las armas, cuando sea llamado por la ley.

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”

Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha (Segunda parte, capítulo LVIII).

Canción del pirata José de Espronceda

Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín. Bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar rïela, en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul: «Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Veinte presas hemos hecho a despecho del inglés,

y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo aquí tengo por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pecho a mi valor. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar. A la voz de «¡barco viene!» es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido por igual; sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte! Yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena, quizá en su propio navío. Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di,

cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar, yo me duermo sosegado, arrullado por el mar. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.»

A la muerte de Torrijos y sus compañeros

Helos allí: junto a la mar bravía cadáveres están, ¡ay!, los que fueron

honra del libre, y con su muerte dieron almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía

sus nobles pechos que jamás temieron, y las costas de Málaga los vieron

cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto lágrimas de dolor y sangre sean,

sangre que ahogue a siervos y opresores,

Y los viles tiranos, con espanto, siempre delante amenazando vean alzarse sus espectros vengadores.

José de Espronceda

IES Miguel de Molinos Curso 2011-2012.