la cruz y el puÑal

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  • 8/12/2019 LA CRUZ Y EL PUAL

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    LA CRUZ Y EL PU ALPOR DAVID WILKERSO

    Con Juan y Elisabet Sherriil

    Editorial VIDA

    ISBN 0-8297-0522-8 Edicin en ingls David Wilkerson 1963

    Edicin en espaol David Wilkerson 1965

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    LA CRUZ Y EL PUAL

    Este es un extraordinario relato de las experiencias de un hombre al penetrar en las partes

    ms bajas y sombras de la ciudad de Nueva York. Desde el comienzo, fue guiado por el

    Espritu Santo. Tal como Abraham, obedeci el mandato y sali "sin saber a dnde iba."

    Los detalles de lo que experiment l y su familia son a veces brutales y hasta

    repugnantes, pero a travs de todos los sucesos se observa una fe constante, que aunque

    a veces vacila, jams fracasa.

    - EI Dr. Daniel A. Poling, en "The Christian Herald."

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    THE CROSS AND THE SWITCHBLADE

    A mi esposa, Gwen

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    "Ser un necio si voy. No s nada de muchachos como sos. Y no quiero tampoco saber

    nada de ellos."

    Pero no haba nada que hacer. La idea no se borraba de mi mente: tena que ir a Nueva

    York y adems era imprescindible que lo hiciera de inmediato, mientras se ventilaba el

    proceso.

    A fin de entender el cambio radical que esta idea representaba para m, es necesario decir

    que hasta ese da que volv la pgina de la revista, la ma haba sido una vida corriente.

    Corriente pero satisfactoria. La pequea iglesia ubicada entre montaas en Philipsburg,

    Pensilvania, de la que yo era pastor, haba crecido paulatinamente. Habamos, construido

    un nuevo edificio para la iglesia, una nueva casa pastoral y el presupuesto Para la obra

    misionera aumentaba constantemente. Estaba satisfecho de nuestro crecimiento, puesto

    que cuatro aos antes, cuando Gwen y yo arribamos por primera vez a Philipsburg como

    candidatos para el plpito vacante de la iglesia, sta ni an tena edificio propio. Lacongregacin, compuesta de cincuenta miembros, se reuna en una casa particular,

    empleando el piso de arriba para casa pastoral y la planta baja para los cultos de la iglesia.

    Cuando la comisin encargada de elegir el nuevo pastor nos llev para que viramos la

    casa, recuerdo que el tacn del zapato de Gwen atraves el piso de madera de la casa

    pastoral.

    -Se necesitan hacer algunas reparaciones-admiti una de las damas de la iglesia, una

    seora corpulenta que tena puesto un vestido de algodn estampado. Recuerdo que not

    que esta mujer tena en los nudillos de los dedos grietas llenas de tierra, a raz de lostrabajos agrcolas. -Los dejaremos solos para que recorran la casa a su gusto-nos dijeron.

    Y as fue que Gwen continu recorriendo sola el piso de arriba de la casa. Por la forma

    como cerraba las puertas me daba cuenta de que no se senta feliz, pero la verdadera

    sorpresa se produjo cundo abri un cajn de la cocina. La o dar un grito y corr escaleras

    arriba. All estaban todava procurando escabullirse: siete u ocho cucarachas grandes,

    negras y gordas.

    Gwen cerr de golpe el cajn.

    -Oh, David, no puedo! - me dijo llorando.

    Y sin esperar que le respondiera, sali corriendo por el pasillo y baj a todo correr las

    escaleras, mientras que sus tacones altos hacan un ruido estrepitoso. Me disculp como

    pude ante la comisin y segu a Gwen hasta el hotel -el nico hotel de Philipsburg-donde

    la encontr que ya me esperaba con el beb.

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    -Lo siento, querido-me dijo Gwen-, Es una gente tan buena! pero yo le tengo terror a las

    cucarachas.

    Gwen haba ya empacado las valijas. Era evidente que por lo que a Gwen tocaba,

    Philipsburg, Pensilvania, tendra que buscar otro candidato.

    Pero las cosas no sucedieron as. No podamos irnos antes de la noche porque yo tena

    que predicar en el culto vespertino. No recuerdo si mi sermn fue bueno. Y sin embargo

    haba algo en ese sermn que pareci impresionar a las cincuenta personas que asistan a

    esa pequea casaiglesia. Varios de aquellos agricultores de manos encallecidas, sentados

    ante m, se enjugaban las lgrimas con el pauelo. Termin mi sermn y mentalmente

    sub a mi automvil y comenzaba a viajar alejndome a travs de las colinas de Philipsburg

    cuando de repente un anciano caballero se puso de pie en el culto y dijo:

    -Reverendo Wilkerson, quiere venir a ser nuestro pastor?

    Se trataba de una forma ms bien desusada y tom a todos por sorpresa, incluso a mi

    esposa y a m. Haca varias semanas que los miembros de esta pequea iglesia de las

    Asambleas de Dios no podan ponerse de acuerdo respecto de cul candidato elegir. Y

    ahora el anciano Meyer tomaba el asunto en sus propias manos y me invitaba

    directamente Pero en vez de oposicin fue respaldado por cabezas que asentan y voces

    de aprobacin.

    -Usted puede salir por unos instantes y consultar con su esposa - me dijo el seor Meyer-.

    Hablaremos con ustedes dentro de unos momentos.

    Afuera, en el coche a oscuras, Gwen guardaba silencio. Debbie estaba dormida en la

    cunita de mimbre, en el asiento trasero del coche, la valija apoyada junto a ella, empacada

    y lista. Y en el silencio de Gwen se trasuntaba una callada protesta contra las cucarachas.

    -Necesitamos ayuda, Gwen - dije apresuradamente-. Creo que debemos orar. - Hblale

    respecto de esas cucarachas - dijo Gwen sombramente.

    - Bien, eso har.

    Inclin la cabeza. All en la oscuridad, frente a aquella pequea iglesia, hice unexperimento en una clase especial de oracin que busca hallar la voluntad de Dios

    mediante una seal. Esta forma de hallar la voluntad del Seor se origin con Geden,

    quien al tratar de hallar la voluntad de Dios para su vida, pidi una seal con un velln de

    lana. Puso un velln de lana de cordero en el suelo y le pidi a Dios que enviara roco en

    todas partes menos en el velln. Por la maana, la tierra estaba humedecida de roco pero

    el velln de Geden estaba seco: Dios le haba concedido la seal.

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    -Seor-dije en voz alta-quisiera que me dieses ahora una seal. Estamos dispuestos a

    hacer tu voluntad si podernos descubrir cul es. Seor, si quieres que nos quedemos aqu

    en Philipsburg te pedirnos que nos lo hagas saber haciendo que la comisin nos elija por

    unanimidad de votos. y que por iniciativa propia decidan refaccionar la casa pastoral,

    poniendo una refrigeradora decente y una cocina econmica.

    - Y Seor-dijo Gwen interrumpindome, porque en ese momento se abra la puerta del

    frente de la iglesia y la comisin comenzaba a caminar hacia nosotros - que por propia

    iniciativa maten las cucarachas.

    La comisin sali de la iglesia seguida de toda la congregacin y se reuni alrededor del

    automvil junto al cual ahora Gwen y yo estbamos de pie. El seor Meyer se aclar la

    garganta. En tanto que l hablaba Gwen me oprimi la mano en la oscuridad.

    -Reverendo Wilkerson y seora - dijo. Hizo una pausa y comenz de nuevo -. Hermano

    David, hermana Gwen. Hemos votado y todos estamos de acuerdo en que ustedes sean

    nuestros nuevos pastores, La votacin ha sido cien por ciento. Si resuelven venir,

    repararemos la casa pastoral, pondremos una nueva cocina y otras cosas necesarias y la

    hermana Williams me dice que fumigar el lugar.

    - Para librarnos de esas cucarachas - aadi la seora Williams dirigindose a Gwen.

    A la luz que baaba el csped y que sala ce la puerta abierta de la iglesia, poda ver que

    Gwen lloraba. Ms tarde, de vuelta en el hotel, despus de haber estrechado la mano de

    todos los presentes, Gwen me dijo que se senta muy feliz.

    Y ramos felices en Philipsburg. La vida de un pastor rural me sentaba perfectamente. La

    mayor parte de mis feligreses eran agricultores u obreros de las minas de carbn,

    personas honradas, temerosas de Dios y generosas. Traan los diezmos de los productos

    que envasaban, de la mantequilla, huevos, leche y carne. Eran personas industriosas y

    felices, personas que uno poda admirar y de quienes se poda aprender.

    Despus de haber estado all poco ms de un ao, compramos una vieja cancha de bisbol

    en las afueras de la ciudad, en donde otrora Lou Gehrig haba jugado a la pelota. Recuerdo

    el da que me puse en el jon pleitmir hacia el jardn central, y le ped al Seor que nos

    edificara una iglesia justamente all, teniendo como piedra fundamental el jon pleit y el

    plpito ms o menos en el sitie ubicado entre la primera y segunda base. Y eso es lo que

    exactamente ocurri.

    Construimos la casa pastoral contigua a la iglesia, y mientras Gwen fue seora de aquella

    casa ningn insecto pudo jams levantar la cabeza. Era un hermoso y pequeo chalet de

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    cinco habitaciones, pintado de rosa desde donde se divisaban por un lado las colinas y por

    el otro la cruz blanca de la iglesia.

    Gwen y yo trabajamos con ahnco en Philipsburg y alcanzamos cierto xito. El da de ao

    nuevo de 1958 haba doscientas cincuenta personas inscriptas en la iglesia, incluso

    Bonnie, nuestra nueva hijita. Pero yo me senta intranquilo. Comenzaba a experimentarcierta clase de descontento espiritual, que no se aliviaba con mirar la nueva iglesia

    edificada en un terreno de unas dos hectreas, rodeada de colinas, ni con el creciente

    presupuesto misionero, ni con el aumento de asistencia a la iglesia. Recuerdo la noche

    precisa que lo reconoc de la misma forma que la gente recuerda fechas importantes en su

    vida. Fue el 9 de febrero de 1958. Esa noche decid vender mi televisor.

    Era tarde. Gwen y las nias estaban dormidas y yo me hallaba frente al televisor mirando

    un programa de medianoche. La historia que se desarrollaba ante mis ojos involucraba un

    nmero de danza en el cual varias coristas caminaban por el escenario en ropas escasas.Recuerdo que de repente pens en lo montono que era todo aquello. -Te ests poniendo

    viejo, David-dije a modo de advertencia personal.

    Pero aunque lo procuraba, no poda concentrarme en la vieja historia gastada, y en la

    joven, -cul era?-cuyo destino en las tablas deba ser asunto de palpitante inters para

    todos los televidentes.

    Me levant y apagu el televisor, observando a las jvenes que desaparecan en un

    pequeo punto luminoso en el centro de la pantalla. Sal de la sala y fui a mi despacho y

    me sent en la silla giratoria tapizada de cuero marrn.

    -Cunto tiempo me paso todas las noches mirando esa pantalla?-me pregunt-o Por, lo

    menos dos horas. Qu pasara, Seor, si vendiera mi televisor y pasara ese tiempo

    orando?

    De todas maneras era el nico de la familia que miraba televisin.

    Qu ocurrira si pasaba dos horas en oracin todas las noches? La idea era emocionante.

    "Substituye la televisin por la oracin y vers lo que ocurre," me dije.

    De inmediato acudieron a mi mente objeciones a esa idea. Por la noche estaba cansado.Necesitaba relajar mis nervios y cambiar el ritmo. La televisin era parte de nuestra

    cultura social; no era bueno que un ministro evanglico se aislara de aquello que la gente

    vea y que era tema de conversaciones. Me levant de la silla, apagu las luces y me par

    junto a la ventana mirando hacia las colinas baadas por la luz de la luna. Luego le ped

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    otra seal al Seor, una seal que estaba destinada a cambiar mi vida. Impuse a Dios una

    condicin difcil, segn me pareca, puesto que en realidad no quera dejar la televisin.

    - Jessdije - necesito ayuda para decidirme, de manera que he aqu lo que te pido. Voy a

    poner un aviso en el diario ofreciendo en venta mi televisor. Si t apoyas la idea haz que

    un comprador aparezca de inmediato. Que aparezca dentro de una hora... dentro demedia hora de haber salido el diario a la calle.

    Cuando le habl a Gwen respecto de mi decisin a la maana siguiente, no pareci

    impresionada. -Media hora! Exclam - Me parece, David Wilkerson, que en realidad no

    quieres orar.

    Gwen estaba en lo cierto, pero de cualquier manera puse el aviso en el diario. Era un

    cuadro cmico en nuestra sala despus que apareciera el diario. Yo me hallaba sentado en

    el sof con el televisor que me miraba desde un lado y las nias y Gwen desde el otro. Y

    mis ojos fijos en un gran reloj despertador junto al telfono. Pasaron veintinueve minutos.

    - Bien, Gwendije - parece que tienes razn. Yo creo que no vaya tener que...

    Son el telfono.

    Tom el auricular lentamente, mirando a Gwen.

    -Tiene un televisor para la venta?-me pregunt un hombre del otro lado de la lnea. -S.

    Es un RCA, en buenas condiciones, con pantalla de cuarenta y ocho centmetros. Lo

    compr hace dos aos.

    -Cunto quiere?

    -Cien dlares-le dije rpidamente. Ni haba pensado cunto pedir hasta ese momento. -

    Trato hecho - dijo el hombre sencillamente. -Ni lo quiere ver siquiera? r No, tngalo

    listo en quince minutos. Llevar conmigo el dinero.

    Desde entonces mi vida no ha sido la misma. Todas las noches a medianoche, en vez de

    hacer girar botones y perillas, entraba en mi despacho, cerraba la puerta y comenzaba a

    orar. Al principio las horas parecan marchar lentamente y me pona intranquilo. Luego

    aprend a integrar la lectura sistemtica de la Biblia con mi vida de oracin: nunca haba

    ledo antes la Biblia de tapa a tapa incluyendo las genealogas. Y aprend lo importante

    que es establecer el equilibrio entre la oracin que pide y la oracin de alabanza. Qu

    maravilloso es pasar una hora entera dndole gracias a Dios! Esta prctica sita la vida en

    una perspectiva distinta.

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    Fue durante una de esas noches de oracin que tom al azar la revista Life. Me haba

    sentido extraamente intranquilo esa noche. Estaba solo en la casa; Gwen y las nias se

    hallaban en Pittsburgh visitando a los abuelos. Haba estado orando durante largo tiempo.

    Me senta particularmente cerca de Dios, y sin embargo, por razones que no poda

    entender, senta que pesaba sobre mi corazn una tristeza grande, profunda. Esa tristeza

    cay sobre mi corazn de repente y comenc a preguntarme lo que podra significar. Me

    puse de pie y encend las luces de mi despacho. Me senta intranquilo, como si hubiese

    recibido rdenes, sin poder entender en qu consistan.

    -Qu es lo que quieres decirme, Seor?

    Di unas vueltas por mi oficina, procurando entender lo que me estaba ocurriendo. Sobre

    mi escritorio haba un ejemplar de la revista Life. Estir la mano para tomarlo y luego me

    detuve. No, no iba a caer en esa trampa: leer una revista cuando deba estar orando.

    Comenc a caminar de nuevo por la oficina y cada vez que me acercaba al escritorio, mi

    atencin converga en la revista.

    - Seor, hay en la revista algo que t quieres que yo vea? - dije en alta voz. Mis palabras

    retumbaron en el silencio de la casa.

    Me sent en la silla giratoria tapizada de cuero y con el corazn palpitante, como si

    estuviera en los umbrales mismos de algo portentoso que no poda entender, abr la

    revista. Momentos ms tarde mi vista se haba fijado en aquel dibujo a tinta de los siete

    muchachos, y las lgrimas comenzaban a correrme por el rostro.

    La noche siguiente era mircoles, noche de culto de oracin en la iglesia. Decid informar a

    la congregacin respecto de mi experimento de oracin de las doce a las dos de la maana

    y acerca de la extraa sugerencia que haba resultado de ese experimento de oracin. La

    noche de aquel mircoles era fra. Era a mediados del invierno y haba comenzado a

    nevar. No fueron muchas las personas que vinieron esa noche a la iglesia. Los agricultores,

    segn creo, teman ser sorprendidos por una tormenta de nieve en el pueblo. Hasta las

    gentes del pueblo que asistan al culto llegaron tarde y ocuparon los ltimos asientos de la

    iglesia, que es siempre una mala seal para el predicador. Significaba que tendra una

    congregacin "fra" a la cual dirigir la palabra.

    No intent siquiera predicar un sermn esa noche. Cuando me puse de pie tras el plpito

    ped que todos pasaran a sentarse en las primeras bancas, "porque tengo algo que quiero

    ensearles," les dije. Abr la revista Life y se la ense.

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    - Miren bien la cara de esos muchachos - les dije y luego les narr cmo el llanto haba

    acudido a mis ojos y cmo haba recibido instrucciones claras de ir yo mismo a Nueva York

    y procurar ayudar a esos muchachos. Mis feligreses me miraban impasibles. No me daba a

    entender y me daba cuenta del porqu. El instinto natural de cualquiera sera de aversin

    hacia esos jvenes, y no de simpata. Ni an yo poda entender mi propia reaccin.

    Luego ocurri algo maravilloso. Le inform a la congregacin que quera ir a Nueva York

    pero no tena dinero. A pesar de que haba tan pocas personas presentes esa noche, y de

    que no entendan lo que yo trataba de hacer, mis feligreses se pusieron de pie en silencio,

    avanzaron hacia el frente de la iglesia, y uno por uno colocaron su ofrenda sobre la mesa

    de la comunin.

    La ofrenda alcanz a setenta y cinco dlares, ms o menos, lo suficiente para un viaje de

    ida y vuelta en automvil a Nueva York.

    El jueves estaba listo para partir. Llam por telfono a Gwen y le expliqu, temo que sin

    xito, lo que trataba de hacer.

    -Crees sinceramente que es el Espritu Santo quien te dirige? - me pregunt Gwen.

    -S, querida. Lo creo sinceramente.

    -Bien, entonces, no te olvides de llevar medias abrigadas.

    En las primeras horas de la maana del jueves sub a mi viejo automvil con Miles Hoover,

    el director de los jvenes de mi iglesia. Di marcha atrs al coche y sal a la calle. Nadie nos

    vino a despedir, otro indicio de la falta total de entusiasmo que acompaaba al viaje. Y esa

    falta de entusiasmo no se poda achacar simplemente a los dems. La senta yo mismo.

    Continuamente me preguntaba qu era lo que me llevaba hasta Nueva York, con una

    pgina arrancada de la revista Life. Me preguntaba incesantemente por qu el rostro de

    aquellos muchachos me haca llorar aun ahora cuando los miraba.

    -Tengo miedo, Miles, tengo miedo--confes finalmente mientras corramos a lo largo de la

    autopista de Pensilvania. -Miedo?

    -Temo que est haciendo algo temerario. Quisiera saber si hay alguna manera de estarseguro que Dios es quien dirige mis pasos y que no es algn capricho alocado de mi propia

    cabeza.

    Manej un rato en silencio.

    -Miles?

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    -Qu?

    Mantena los ojos fijos en la carretera y no me atreva a mirarle de frente. -Quiero que

    hagas algo. Saca la Biblia y brela al azar y leme el primer pasaje sobre el cual pongas el

    dedo.

    Miles me mir como si me acusara de practicar cierta clase de rito supersticioso, pero hizo

    lo que le ped. Tom la Biblia que estaba en el asiento trasero del coche. Por el rabillo del

    ojo lo observ que cerraba los ojos, inclinaba la cabeza hacia atrs, abra el Libro y

    sealaba con determinacin un cierto lugar de la pgina.

    Luego lo ley para s. Lo observ que se daba vuelta para mirarme pero no me dijo nada.

    -Y?-le pregunt.

    El pasaje se encontraba en el Salmo 126, versculos 5 y 6.

    -"Los que sembraron con lgrimas"-ley Miles-"con regocijo segarn. Ir andando y

    llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volver a venir con regocijo, trayendo sus

    gavillas."

    Estos versculos nos animaron profundamente mientras viajbamos hacia Nueva York. Y

    era una buena cosa, puesto que sera el ltimo consuelo que bamos a recibir durante un

    tiempo largo, muy largo.

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    CAPITULO 2Llegamos a las afueras de Nueva York a lo largo de la ruta 46 que une la autopista de

    Nueva Jersey con el puente Jorge Washington. Una vez ms tena que luchar con la lgica.

    Qu iba a hacer una vez que pasara al otro lado del puente? No lo saba.

    Necesitbamos gasolina, de manera que nos detuvimos en una estacin de servicio

    ubicada cerca del puente. Mientras Miles se qued en el coche, yo tom el artculo de la

    revista Life, fui a una cabina telefnica y llam al fiscal de distrito mencionado en el

    artculo. Cuando finalmente logr comunicarme con la oficina que corresponda, trat de

    hablar como un pastor evanglico de importancia, investido de una misin divina. La

    persona que me atendi en la oficina del fiscal de distrito no qued impresionada.

    - El fiscal de distrito no tolerar ninguna interferencia en este caso. Adis, seor.

    Y la comunicacin qued cortada. Sal de la cabina telefnica y me qued de pie por unos

    momentos junto a una pirmide de latas de aceite, tratando de captar de nuevo el sentido

    de la misin que me impulsaba. Nos hallbamos a 560 kilmetros de mi casa y estaba

    oscureciendo; el cansancio, el desnimo, y un vago temor se haban apoderado de m. Me

    senta solo. Por alguna razn, mientras me hallaba de pie junto a la luz crepuscular de los

    avisos de nen de aquella estacin de servicio, despus de haber experimentado el

    desaire que esperaba, la direccin divina que haba recibido en la tranquilidad de mi

    iglesia en las montaas no me pareca tan convincente.

    -Eh, David - era Miles el que me llamaba - estamos bloqueando la salida.

    Partimos de la estacin de servicio y entramos de nuevo en la carretera. Al instante nos

    sentimos apresados en una gigantesca marea de trfico; no podramos habernos vuelto si

    lo hubiramos querido. Jams en mi vida haba visto tantos automviles, y todos de prisa.

    Me pasaban por los costados y me tocaban bocina. Los frenos hidrulicos de los

    gigantescos camiones silbaban amenazadores.

    Qu cuadro presentaba el puente! Era un ro de luces rojas a la derecha - las luces

    traseras de los coches que iban delante - y el resplandor blanco del trfico que avanzabaen direccin opuesta y la inmensa lnea de los rasca cielos que se recortaba en lontananza,

    surgiendo de la noche. Comprend de pronto que era un rstico campesino.

    -Y qu hacemos ahora?-le pregunt a Miles a la salida del puente, en donde una docena

    de luces verdes nos sealaban distintas carreteras cuyos nombres nada significaban para

    nosotros.

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    -Cuando se encuentre en duda - dijo Miles - siga al coche que va adelante. El coche que

    iba adelante, segn result, se diriga al Manhattan superior. Y as lo hicimos nosotros.

    -Mire!-dijo Miles, despus de pasar yo dos luces rojas sin detenerme y de casi atropellar a

    un polica que se qued sacudiendo tristemente la cabeza-o All se ve un nombre que

    conozco! Broadway!

    El nombre conocido de esta calle era como un rostro familiar en medio de una multitud

    de, desconocidos. Seguimos la calle Broadway, pasando por calles cuyos nmeros

    descendan paulatinamente desde un nmero superior al doscientos hasta menos de

    cincuenta, y repentinamente nos encontramos en Times Square. Pensamos en noches

    serenas en Philipsburg mientras Miles lea ahora las palabras de las marquesinas de los

    teatros y cines: "Secretos desnudos," "Amor sin cario," "La jovencita de la noche,"

    "Vergenza." Grandes letras blancas en uno de los teatros decan: "Para mayores

    solamente," mientras un hombre vestido de uniforme rojo mantena en lnea a una fila denios inquietos que se empujaban.

    Unas cuadras ms adelante llegamos a la tienda de Macy's y luego Gimbels. Mi corazn

    me dio un salto a la vista de ellas. He aqu nombres que conoca. Gwen haba encargado

    artculos de estas tiendas. Las medias abrigadas que me haba hecho prometer que

    llevara, procedan, pens, de Gimbels. Estableca un punto de contacto con lo viejo y

    familiar. Yo quera quedarme cerca de esos comercios

    -Busquemos un hotel en las cercanas - le suger a Miles.

    Del otro lado de la calle se encontraba el hotel Martnique. Decidirnos hospedamos all.

    Pero ahora surga el problema del estacionamiento. Haba una playa de estacionamiento

    enfrente del hotel, pero cuando el encargado en el portn de entrada me dijo: -Dos

    dlares por noche- di de inmediato marcha atrs y me volv a la calle.

    -Es porque somos de afuera - le dije a Miles mientras me alejaba a una velocidad con la

    que esperaba demostrar mi indignacin - Se creen que se pueden aprovechar porque uno

    es forastero.

    Media hora ms tarde nos encontrbamos de nuevo en la playa de estacionamiento. -

    Bueno, sali con la suya - le dije al hombre, que ni siquiera esboz una sonrisa. Minutos

    ms tarde nos hallbamos en nuestra habitacin en el piso nmero doce del hotel

    Martinique. Estuve de pie junto a la ventana por largo tiempo, mirando hacia abajo a la

    gente y los automviles. De vez en cuando una rfaga de viento levantaba en la esquina

    nubes de polvo y de pedazos de diarios. Un grupo de muchachos se acurrucaba alrededor

    de un fuego del otro lado de la calle. Haba cinco. Bailaban de fro, calentndose las manos

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    sobre el fuego y preguntndose sin duda qu iban a hacer. Palp la pgina de la revista

    Life que tena en el bolsillo y pens en qu forma unos cuantos meses antes otros siete

    muchachos, quiz parecidos a stos, caminando a la deriva, envueltos en una nube de ira

    y hasto, se haban encontrado de repente en el parque Highbridge.

    -Voy a tratar de nuevo de comunicarme con la oficina del fiscal del distrito-le dije a Miles.Con sorpresa descubr que estaba abierta todava. Saba que me estaba convirtiendo en

    una molestia pero no se me ocurra otra manera de comunicarme con esos muchachos.

    Llam dos veces ms y luego la tercera vez. Y al final fastidi a alguien tanto que me

    suministr alguna informacin.

    -Mire - se me respondi con sequedad - la nica persona que le puede dar permiso para

    ver a esos muchachos es el mismo juez Davidson.

    -Y cmo puedo ver al juez Davidson?

    La voz denotaba fastidio. - Asistir al proceso maana por la maana. Calle Court nmero

    cien. Y ahora, adis, Reverendo. Por favor no nos llame ms aqu. No podemos ayudarle.

    Intent una llamada ms, esta vez al juez Davidson Pero la telefonista me dijo que su lnea

    haba sido des conectada. Aadi que lo lamentaba pero que no era posible comunicarse

    con el juez Davidson.

    Fuimos a la cama pero yo, por lo menos, no pude dormir. Para mis odos no

    acostumbrados a la vida de la ciudad, cada ruido que se produca en la noche era una

    amenaza. La mitad de la noche la pas en vela preguntndome qu era lo que haca aqu,y la otra mitad la pas elevando oraciones fervientes de agradecimiento que, cualquiera

    fuese la causa, no me poda retener aqu mucho tiempo.

    A la maana siguiente, poco despus de la siete, Miles y yo nos levantamos, nos vestimos

    y salimos del hotel. No tomamos desayuno. Ambos sentamos instintivamente que una

    crisis nos esperaba, y consideramos que este ayuno nos permitira hallarnos en

    condiciones ptimas, tanto fsicas como mentales.

    Si hubisemos conocido a Nueva York mejor, hubiramos tomado el subterrneo para ir a

    los Tribunales, pero como no conocamos a Nueva York, sacamos el coche de la playa deestacionamiento, preguntamos la direccin de la calle Court y una vez ms nos dirigimos

    hacia Broadway,

    El nmero cien de la calle Court pertenece a un edificio gigantesco y aterrorizador al cual

    acuden personas que sienten odio y que buscan la venganza. Todos los das atrae a

    centenares de personas que tienen asuntos legtimos que ventilar, pero tambin atrae a

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    espectadores curiosos y estpidos, que vienen a compartir - sin peligro - la ira que all se

    desencadena. Ese da un hombre en particular haca comentarios en voz alta fuera de la

    sala del tribunal en donde el proceso por la muerte de Michael Farmer iba a proseguir ms

    tarde esa maana.

    -La silla elctrica no es castigo suficiente para sos-dijo dirigindose al pblico en general.Luego volvindose al guardia uniformado que estaba estacionado junto a las puertas

    cerradas dijo: - Hay que ensearles una leccin a esos matones. Hay que hacer un ejemplo

    de ellos.

    El guardia se meti los dedos pulgares en el cinturn y le dio la espalda, como si hubiese

    aprendido haca mucho tiempo que sta era la nica manera de defensa contra los que se

    nombraban a s mismos guardianes de la justicia. Cuando nosotros llegamos - a las ocho y

    media - haba cuarenta personas esperando en fila para entrar en la sala del tribunal.

    Descubr ms tarde que ese da haba disponible solamente cuarenta y dos butacas en laseccin para los espectadores. Con frecuencia he pensado que si nos hubiramos

    detenido a tomar el desayuno, todo lo que me ha ocurrido desde aquella maana del 28

    de febrero de 1958, hubiese tomado una direccin distinta.

    Durante una hora y media esperamos en fila, no atrevindonos a irnos, puesto que haba

    otros esperando la oportunidad de ocupar nuestro lugar. En cierto momento, cuando un

    empleado del tribunal pas junto a la fila yo le seal una puerta que estaba a cierta

    distancia en el corredor y le pregunt: -Es aqulla la oficina del juez Davidson?

    Por toda respuesta asinti con la cabeza.

    -Cree usted que podra entrevistarme con l?

    El hombre me mir y se rio. No me respondi, sino que emiti una especie de gruido,

    entre despreciativo y burln, y se alej.

    Alrededor de las diez de la maana un guardia abri las puertas del tribunal y entramos a

    un vestbulo en donde cada uno de nosotros fue brevemente inspeccionado. Levantamos

    los brazos; supuse que buscaban armas.

    -Han amenazado la vida del juez-dijo el hombre en frente de m, volviendo la cabezamientras era palpado. La pandilla de los Dragones. Dicen que le agarrarn en el Tribunal.

    Miles y yo ocupamos los dos ltimos asientos. Me hall sentado junto al hombre que

    pensaba que la justicia deba ser ms sumaria. -Esos muchachos deban estar ya muertos,

    no es as?-me dije aun antes de que nos hubisemos sentado y luego, volvindose a la

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    otra persona que estaba sentada junto a l le formul la misma pregunta antes de que yo

    tuviera oportunidad de responderle.

    Me sorprendi el tamao de la sala del tribunal. Yo me haba imaginado una sala

    impresionante con centenares de asientos, pero me imagino que esa idea proceda de

    Hollywood. En realidad la mitad de la sala estaba ocupada por personal del tribunal, unacuarta parte por la prensa y slo una pequea seccin en el fondo estaba destinada al

    pblico. Mi amigo sentado a mi derecha hizo un comentario sin interrupcin respecto de

    los procedimientos que segua el tribunal. Un grupo numeroso de hombres penetr en el

    tribunal desde atrs, y se me inform que eran los abogados designados por el tribunal.

    -Son veintisiete - me dijo mi amigo - Los tiene que proporcionar el Estado. Ningn otro

    defendera a estos canallas. Adems no tienen dinero alguno. Son muchachos de habla

    hispana.

    No lo saba, pero no dije nada. -Tuvieron que decir que eran inocentes. Son las leyes del

    Estado por asesinato de primer grado. Deban ser condenados a la silla elctrica, todos.

    Luego entraron los muchachos.

    Yo no s lo que haba estado esperando. Hombres, me imagino. Despus de todo se

    trataba ste de un proceso por asesinato, y jams haba pensado en realidad que hubiese

    nios que pudiesen cometer un asesinato. Pero esos eran nios. Siete muchachitos

    encorvados, asustados, plidos, enflaquecidos, procesados por un asesinato brutal. Cada

    uno estaba esposado al guardia, y cada guardia, segn me pareca, era

    extraordinariamente corpulento, como si se los hubiese escogido deliberadamente para

    hacer contraste.

    Los siete muchachos fueron escoltados a un sitio ubicado a la izquierda de la sala, se los

    hizo sentar y se les quitaron las esposas.

    -Esa es la forma de tratarlos-me dijo mi vecino-. No hay que descuidarse en lo ms

    mnimo. Dios, cmo los odio!

    -Dios parece ser el nico que no los odia - le dije.

    -Qu? Alguien comenz a golpear en un pedazo de madera, abriendo la sesin al entrar

    el juez con paso rpido, mientras todo el tribunal se puso de pie.

    Observ los procedimientos en silencio, pero no as mi vecino, Se expres en forma tan

    enftica que varias veces la gente se dio vuelta para mirarlo. Una muchacha era

    interrogada esa maana.

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    - Esa es la "mueca" de la pandilla - me dijo el hombre sentado a mi lado. Una "mueca"

    es una prostituta joven.

    Se le mostr un cuchillo a la joven y se le pregunt si lo reconoca. Ella admiti que s, que

    era el cuchillo del cual haba limpiado sangre la noche del asesinato. Se tard toda la

    maana para conseguir esa simple declaracin.

    Y de repente, el procedimiento termin. Me tom de sorpresa, lo que puede, en parte,

    explicar lo que ocurri despus. No tuve tiempo de pensar lo que iba a hacer.

    Vi al juez Davidson que se pona de pie y anunciaba que el tribunal levantaba la sesin.

    Con los ojos de mi imaginacin lo vi que sala de la sala, pasaba por la puerta y

    desapareca para siempre. Me pareci que si no lo vea ahora, jams lo vera.

    - Voy all a hablar con l - le susurr a Miles.

    - Ha perdido la razn?

    - Y si no... - El juez estaba recogiendo su tnica y preparndose para partir. Musit una

    rpida oracin, agarr la Biblia en mi mano derecha, esperando que me identificara como

    ministro evanglico, hice a un lado a Miles, penetr en el pasillo y corr hacia el frente de

    la sala.

    - Su Excelencia - grit. El juez Davidson dio media vuelta, molesto y airado por haberse

    violado la etiqueta de la corte.

    - Su Excelencia, le ruego tenga en consideracin que soy un ministro evanglico yconcdame una entrevista. Para entonces los guardias me haban alcanzado. Supongo que

    el hecho de que la vida del juez haba sido amenazada fue responsable por parte de la

    brusquedad que sigui. Dos de ellos me tomaron de los codos y me empujaron por el

    pasillo, mientras que se produjo un repentino remolino y gritos en la seccin de prensa, en

    circunstancias que los fotgrafos emprendan veloz carrera hacia la salida procurando

    sacar fotografas.

    Los guardias me entregaron a dos personas vestidas de uniformes azules que se hallaban

    en el vestbulo.

    - Cierren esas puertas - orden uno de los oficiales-. Que nadie salga.

    Luego, volvindose a m, dijo: - Muy bien, dnde est el arma?

    Le asegur que no tena arma alguna. Una vez ms se me palp.

    -Quin estaba con usted? Quin ms est all?

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    -Miles Hoover. Es nuestro dirigente de los Jvenes.

    Trajeron a Miles. Creo que temblaba ms de ira y vergenza que de temor.

    Algunos periodistas lograron entrar en la sala mientras la polica nos interrogaba. Le

    ense a la polica mis credenciales de ordenacin para que supieran que era un clrigoverdadero. Discutan entre s respecto de las acusaciones que deban formulrseme. El

    sargento dijo que consultara con el juez Davidson. Mientras se haba ido, los periodistas

    nos formularon a m y a Miles numerosas preguntas. De dnde ramos? Por qu

    habamos procedido as? Estbamos con los Dragones? Habamos robado esas cartas

    credenciales de la iglesia o las habamos falsificado?

    El sargento regres diciendo que el juez Davidson no quera formular cargo alguno y que

    se me dejara ir si prometa no volver jams.

    -No se preocupen - dijo Miles - Nunca volver.

    Me escoltaron bruscamente hasta el corredor. All en semicrculo los periodistas nos

    esperaban con sus cmaras listas. Uno de ellos me dijo:

    - Eh, Reverendo, Qu libro tiene en la mano?

    - Mi Biblia.

    - Se avergenza de ella?

    - Seguro que no.

    - No? Entonces, por qu la esconde? Levntela en alto, as la podernos ver.

    Y yo fui lo suficientemente ingenuo como para levantarla en alto. Resplandecieron los

    fogonazos y de repente supe cmo iba a aparecer en los diarios: Un predicador rural

    enarbolando la Biblia, con los pelos de punta, interrumpe un proceso por asesinato.

    Uno, simplemente uno de los periodistas, procedi con ms objetividad. Se trataba de

    Gabe Pressman, del servicio noticioso de la National Broadcasting Company. Me formul

    algunas preguntas respecto del porqu estaba interesado en estos jvenes que haban

    cometido un crimen tan horrendo.

    - Ha observado la cara de esos muchachos?

    - S, naturalmente.

    - Y todava me formula esa pregunta?

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    Gabe Pressman esboz una dbil sonrisa. -Ya s lo que me quiere decir. Bien, Reverendo,

    de cualquier manera, usted es diferente de los curiosos.

    Era sin duda diferente. Tan diferente como para pensar que me animaba alguna misin

    divina, mientras que todo lo que haca era el papel de necio. Tan diferente como para

    traer oprobio a mi iglesia, a mi pueblo y a mi familia.

    Tan pronto como nos dejaron ir, nos trasladamos apresuradamente a la playa de

    estacionamiento donde tuvimos que pagar dos dlares extra por estacionamiento. Miles

    no dijo ni una palabra. En cuanto entramos en el coche y cerrarnos la portezuela, baj la

    cabeza y llor durante veinte minutos.

    -Vmonos a casa, Miles. Salgamos de aqu de inmediato.

    Al pasar por el puente Jorge Washington volv la cabeza y mir una vez ms los rascacielos

    de Nueva York. De repente record el pasaje de los Salmos que me haba animado tanto:"Los que sembraron con lgrimas, con regocijo segarn."

    Qu clase de direccin divina haba seguido? Comenc a dudar de que existieran

    instrucciones precisas de Dios.

    Cmo me podra presentar ante mi esposa, mis padres, y mi iglesia? Me haba puesto de

    pie ante mi congregacin y le haba dicho que Dios haba inspirado mi corazn, y ahora

    deba volver a casa y decirles que haba cometido un error y que no saba cul era la

    voluntad de Dios en el asunto.

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    CAPITULO 3- Miles - dije cuando ya el puente haba quedado atrs, a unos 90 kilmetros de distancia -

    te opondras a que de regreso a casa pasramos por Scranton?

    Miles saba lo que le quera decir. All vivan mis padres. Deseaba francamente que mis

    padres fueran el pao de lgrimas; quera que me consolaran y se condolieran de m.

    Cuando llegamos a Scranton a la maana siguiente, la noticia haba aparecido en los

    diarios. El proceso relacionado con Michael Farmer haba sido bien abarcado por la

    prensa, pero las noticias haban comenzado a escasear. Las facetas espeluznantes del

    asesinato haban sido exploradas y agitadas mediante editoriales, hasta que el ltimo

    vestigio de horror haba sido extrado. El aspecto psicolgico, sociolgico y penolgico del

    caso haba quedado agotado haca mucho tiempo. Y ahora, en el momento en que elcorrer de la tinta amenazaba cesar, apareca aqu un aspecto que aunque incidental era

    fantstico como para animar el corazn del director de un diario, y los peridicos haban

    aprovechado la circunstancia.

    Nos hallbamos en las afueras de Scranton antes que se me ocurriera preguntarme cmo

    afectara todo esto a mis padres. Haba estado ansioso de verlos, como un niito cuando

    se lastima, pero ahora que haba llegado en realidad a Scranton tema el momento del

    encuentro. Despus de todo, el nombre que haba puesto en ridculo era el de ellos

    tambin.

    - Quiz dijo Miles al enfilar la entrada para los coches - no hayan visto la noticia en los

    diarios.

    Pero la haban visto. Un diario estaba abierto sobre la mesa de la cocina en la pgina

    donde apareca la noticia enviada por la Prensa Unida relativa al joven predicador de

    mirada extraviada que enarbolando una Biblia haba sido arrojado de la sala del tribunal

    en donde se ventilaba el juicio por el asesinato de Michael Farmer.

    Mis padres me saludaron con cortesa, casi con formalismo.

    - David - me dijo mi madre - qu... sorpresa ms agradable!

    - Cmo te va, hijo? - me salud mi pap. Me sent. Miles, con mucho tacto se haba ido

    "a dar una vuelta," sabiendo que aquellos primeros momentos deban pasarse en privado.

    - Yo s lo que ustedes estn pensando. - Hice un movimiento de cabeza hacia el diario - Lo

    siento por ustedes. Cmo podrn jams soportar todo esto?

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    -Bueno, hijo - dijo mi padre - no es tanto por nosotros. Es la iglesia. Y t, naturalmente.

    Puedes perder tus documentos de ordenacin.

    Al comprender cunto se preocupaban por m, guard silencio. -Qu vas a hacer cuando

    llegues de vuelta a Philipsburg, David? - me pregunt mam.

    -No he pensado en eso todava.

    Mi mam fue al refrigerador y sac una botella de leche.

    - Quieres que te de un consejo - me dijo, llenando un vaso de leche. (Siempre procuraba

    darme algo que me engordara.) Con frecuencia, cuando mam estaba lista para darme

    algn consejo, no se detena a pedirme permiso. Esta vez, sin embargo, esper con la

    botella en la mano hasta que yo asintiera con la cabeza para que continuara. Era como si

    ella reconociera que se trataba ahora de una batalla que deba librar por m mismo, y que

    quiz no quisiera, los consejos de la madre.

    -Cuando regreses a tu casa, David, no procedas precipitadamente a decir que te has

    equivocado. "El Seor procede en forma misteriosa para llevar a cabo sus maravillas." Es

    posible que todo esto sea parte de un plan que t no puedes ver desde donde te

    encuentras. Siempre he credo en tu buen criterio.

    De camino a Philipsburg reflexionaba sobre esas palabras de mi madre. Qu cosa buena

    podra resultar de este fiasco?

    Llev a Miles a su casa y luego me dirig a la casa pastoral por un callejn. Si es posible

    llegar furtivamente a la casa en un automvil, luego eso fue lo que hice yo. Cerr

    silenciosamente la portezuela del automvil para que no hiciera ruido y casi en puntillas

    entr a la sala de mi casa. All estaba Gwen. Se me acerc y me puso los brazos alrededor

    del cuello.

    -Pobre David - me dijo. Fue slo despus de un largo silencio y de estar simplemente a mi

    lado que finalmente me pregunt: -Qu pas?

    Le comuniqu en detalles lo que haba acontecido desde que la haba visto por ltima vez

    y luego le manifest el pensamiento de mi madre de que quiz nada haba ido mal.

    - Tendrs dificultad en convencer a la gente de este pueblo, David.

    El telfono haba estado llamando continuamente. Y se mantuvo llamando durante los

    tres das subsiguientes. Uno de los funcionarios de la ciudad me llam para censurarme.

    Mis colegas en el ministerio no vacilaron en decirme que yo haba hecho todo eso para

    conseguir publicidad barata. Cuando por fin me atrev a caminar por la ciudad, la gente

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    daba vuelta la cabeza para mirarme. Cierto hombre que procuraba siempre incrementar

    los negocios de la ciudad me estrech efusivamente la mano y me palme las espaldas

    dicindome: -Eh, Reverendo Wilkerson, ahora s que todos saben dnde est Philipsburg.

    Lo ms difcil fue enfrentarme con mis propios feligreses ese domingo. Eran corteses y

    guardaban silencio. Desde el plpito aquella maana hice frente al problema lo msdirectamente que pude.

    - Yo s que todos ustedes deben estar formulndose preguntas - dije hablando a

    doscientos rostros impvidos- Primero de todo ustedes se conduelen de m y yo lo

    aprecio. Pero asimismo deben de estar preguntndose: "Qu clase de egosta tenemos

    de predicador? Un hombre que piensa que todos los caprichos que siente son mandatos

    de Dios?" Es una pregunta legtima. Parecera como si hubiese confundido mi propia

    voluntad con la de Dios. He quedado avergonzado y humillado. Quiz fue para que

    aprendiera una leccin. Y sin embargo, preguntmonos honradamente:

    si es verdad queel quehacer de los seres humanos aqu en la tierra consiste en hacer la voluntad de Dios,

    no debemos esperar de alguna manera que l nos haga conocer su voluntad?"

    Los rostros seguan an impasibles. Nadie responda. Mi defensa del caso en favor de una

    vida bajo la direccin divina no haca impresin alguna.

    Pero la congregacin se mostr extraordinariamente bondadosa. La mayora manifest

    que a su entender yo haba cometido una tontera, pero que mi corazn era recto. Una

    buena seora me dijo: "Todava lo queremos, aunque ningn otro lo quiera." Despus de

    aquella memorable declaracin esa seora se tom un tiempo considerable paraexplicarme que en realidad no haba querido decir lo que sus palabras significaban a

    simple vista.

    Luego ocurri algo extrao.

    En mis sesiones de oracin durante las noches, un verso particular de las Sagradas

    Escrituras acuda constantemente a mi memoria. Acuda vez tras vez: "Y sabemos que a

    los que amaba Dios, todas las cosas les ayudan a bien."

    Acudi con gran fuerza y con un sentido de certeza y confianza, aunque la parte

    consciente de mi intelecto no haba recibido esa confianza. Pero junto con el versculo

    naci una idea tan descabellada que durante varias noches la rechac tan pronto como

    apareca.

    Vuelve a Nueva York.

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    Cuando trat de no hacer caso a esta idea durante tres noches seguidas y descubr que

    continuaba con la persistencia de siempre, me propuse hacer algo al respecto. Esta vez

    estaba preparado.

    Nueva York, en primer lugar, no me cautivaba. No me gustaba el lugar. Y era evidente que

    no estaba adaptado para la vida en dicha ciudad. Revelaba mi ignorancia a cada paso y elnombre mismo "Nueva York" era para m smbolo de turbacin. Sera un error desde todo

    punto de vista dejar a Gwen y a las nias de nuevo, tan pronto. No iba a manejar ocho

    horas de ida y ocho horas de vuelta por el privilegio de hacer de nuevo el papel de tonto. Y

    con respecto a solicitar a la congregacin dinero de nuevo, era imposible. Estos

    agricultores y mineros contribuan ya ms de lo que deban. Cmo podra explicarles a

    ellos, cuando yo mismo no poda entender siquiera esta nueva orden de retornar al

    escenario de mi derrota? No se me presentara esta vez una oportunidad mejor de ver a

    los muchachos. Tendra menos oportunidad, porque ahora era considerado como un

    luntico a los ojos de las autoridades municipales. Ni con una yunta de bueyes me podranhaber arrastrado a la iglesia con una sugerencia semejante.

    Y sin embargo tan persistente era esta nueva idea, que el mircoles por la noche solicit

    desde el plpito a mis feligreses ms dinero para retornar a Nueva York.

    La forma como respondi mi gente fue en realidad maravillosa. Uno por uno se puso de

    pie de nuevo, caminaron por el pasillo y colocaron una ofrenda en la mesa de la

    comunin. Esta vez haba mucha ms gente en la iglesia, quiz ciento cincuenta. Pero lo

    interesante es que la ofrenda fue casi exactamente la misma. Cuando los centavos fueron

    todos contados con algn billete ocasional, la suma era suficiente para ir a Nueva York yregresar. La ofrenda consista en setenta dlares.

    A la maana siguiente Miles y yo estbamos de camino a las seis de la maana. Tomamos

    la misma ruta, nos detuvimos en la misma estacin de servicio y entramos a Nueva York

    por el mismo puente. Al cruzarlo musit una oracin diciendo: "Seor, no tengo la menor

    idea del porqu t has permitido que las cosas hayan ocurrido as la semana pasada, o por

    qu regreso a esta situacin confusa. No te pido que me des a conocer tu propsito, slo

    que dirijas mis pasos."

    Una vez ms encontramos la calle Broadway y doblamos hacia el sur, a lo largo de la nica

    ruta que conocamos. Marchbamos con lentitud, cuando de repente me invadi la ms

    increble sensacin de que deba bajarme del coche.

    -Voy a buscar un lugar para estacionar el coche - le dije a Miles-. Quiero caminar un rato y

    dar una vuelta.

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    Hallamos un lugar vaco para estacionar. -Estar de vuelta dentro de un rato, Miles. Yo no

    tengo ni la menor idea de lo que busco.

    Dej a Miles sentado en el coche y comenc a caminar por la calle. No haba caminado

    media cuadra cuando escuch a alguien que me gritaba: - Eh, David.

    No me di vuelta al principio, pensando que algn muchacho llamaba a un amigo. Pero los

    gritos continuaron. - Eh, David, predicador.

    Esta vez me di vuelta. Era un grupo de unos seis jvenes que estaban recostados contra un

    edificio, debajo de un letrero que deca: "Prohibido vagabundear aqu. Orden policial."

    Estaban vestidos con pantalones ajustados, de botamangas estrechas y chaquetas con

    cierre relmpago. Todos, con excepcin de uno, fumaban, y todos parecan hastiados de la

    vida. Un sptimo muchacho se separ del grupo y camin hacia m. Me gust su sonrisa al

    decirme:

    -No es usted el predicador que echaron del tribunal donde se realizaba el juicio por la

    muerte de Michael Farmer?

    -S. Cmo lo sabes?

    -Su fotografa estaba en todas partes. Su cara es fcil de recordar.

    - Bueno, gracias.

    - No es un cumplido.

    - Sabes cmo me llamo yo, pero yo no s cmo te llamas t.

    - Yo soy Tomasito. Soy el presidente de los Rebeldes.

    Le pregunt a Tomasito, presidente de los Rebeldes si eran sus amigos aqullos que

    estaban recostados bajo el letrero que deca "Prohibido vagabundear aqu." Tomasito se

    ofreci presentarme.

    Mantuvieron su estudiada expresin de hasto hasta que Tomasito les revel que yo haba

    tenido un encuentro con la polica. Eso obr como arte de magia en los muchachos. Era mi

    "carta blanca" entre ellos. Tomasito me present con profundo orgullo.

    - Eh, muchachos - les dijo - aqu est ese predicador que echaron del proceso por la

    muerte de Michael Farmer.

    Uno por uno los muchachos se "despegaron" de la pared del edificio y vinieron para

    inspeccionarme. Slo uno de ellos no se movi. Abri una navaja y comenz a cincelar un

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    vocablo obsceno en el marco metlico del letrero que deca "Prohibido vagabundear

    aqu,"

    Mientras que el resto de nosotros conversbamos dos o tres muchachas se nos plegaron.

    Tomasito me pregunt del proceso, y le manifest que estaba interesado en ayudar a los

    jvenes, especialmente a aqullos que formaban pandillas. Todos los muchachos, conexcepcin del que cincelaba palabras en el letrero, escucharon atentamente y varios de

    ellos mencionaron que yo era "uno de los nuestros."

    - Qu quieren decir "uno de los nuestros"? - les pregunt.

    Su lgica era simple; la polica estaba en contra de m; la polica estaba en contra de ellos.

    Luego entonces nos hallbamos en iguales condiciones y yo era uno de ellos. Fue sta la

    primera vez, pero no la ltima, que o esta clase de lgica. De repente capt una vislumbre

    de m mismo arrastrado por aquel pasillo de los tribunales, y aquella vislumbre arroj

    nueva luz sobre el asunto. Sent el leve estremecimiento que siempre experimento en la

    presencia del plan perfecto de Dios.

    No tuve que pensar ms en ello en ese momento puesto que el muchacho con la navaja

    dio unos pasos hacia m. Sus palabras, aunque estaban dichas en la fraseologa del

    muchacho solitario de la calle, me traspasaron el corazn, ms de lo que podra haberlo

    hecho la navaja.

    - David - me dijo el muchacho -. Levant los hombros para que su chaqueta se ajustara

    con ms firmeza en su espalda. Cuando lo hizo not que los otros muchachos retrocedan.

    Con estudiado detenimiento cerr la navaja y luego la abri de nuevo. La extendi y en

    forma casual, deliberada, la pas por encima de los botones de mi saco tocando cada uno

    de ellos. Hasta que no terminara este pequeo "rito" no habl de nuevo.

    - David - dijo por fin mirndome fijamente por primera vez - usted es una buena persona.

    Pero, David, si alguna vez se pone en contra de los muchachos en esta ciudad...-. Sent la

    presin suave de la navaja sobre el estmago.

    -Cmo te llamas, muchacho?

    Se llamaba Willie, (Guillermito) pero fue otro muchacho el que me lo dijo.

    - Guillermito, yo no s por qu Dios me ha trado a esta ciudad. Pero permteme que te

    diga una cosa. Dios est de tu parte. Eso puedo asegurarte.

    Los ojos de Guillermito seguan fijos en m. Pero gradualmente sent que la presin de la

    navaja disminua. Y luego desvi la vista. Se hizo a un lado.

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    Tomasito con habilidad cambi el tema de la conversacin.

    - David, si desea conocer a otros miembros de las pandillas por qu no comenzamos

    aqu? Estos muchachos son todos Rebeldes, y puedo ensearle algunos GBI tambin.

    -GBI?

    -Grandes Bandoleros, Incorporados.

    Haca apenas media hora que me hallaba en Nueva York y ya haba sido presentado a la

    segunda pandilla callejera. Tomasito me dio direcciones de calles pero yo no poda

    entenderlas.

    -Hombre, usted s que es un campesino rstico! Nancy! - dijo llamando a una de las

    muchachas que estaba cerca - lleva al predicador al cuartel de los GBI, quieres?

    Los GBI se reunan en un stano de la calle 134. Para llegar a la "sala del club," Nancy y yobajamos un tramo de una escalera de cemento abrindonos paso por entre tachos de

    basura y desperdicios, sujetos con cadenas al edificio, junto a gatos flacos de pelaje duro y

    sucio, por entre una pila de botellas vacas de vodka, hasta que finalmente Nancy se

    detuvo y dio dos golpes rpidos y cuatro lentos en una puerta. Una muchacha la abri. Al

    principio pens que estaba haciendo un chiste. Era la imagen perfecta y estereotipada del

    vagabundo. Estaba descalza, sostena en la mano una botella de cerveza, el cigarrillo le

    colgaba de un costado de la boca, estaba despeinada y el vestido dejaba al descubierto

    uno de los hombros en forma reveladora. Dos cosas impidieron que soltara la risa. El

    rostro de la jovencita estaba serio. Y era solamente una pequeuela, una adolescente.

    - Mara? - dijo Nancy -. Podemos entrar? Quiero presentarte a un amigo.

    Mara se encogi de hombros. El hombro que sostena el vestido, y abri un poco ms la

    puerta. La habitacin estaba a oscuras y tard un tiempo en darme cuenta que estaba

    llena de parejas. Muchachos y chicas de edad de la escuela secundaria, sentados juntos en

    aquella habitacin fra y maloliente y comprend con sobresalto que Tomasito tena

    razn: que yo era un campesino rstico, que probablemente Mara no se haba quitado

    sus zapatos ni se haba descubierto ella misma el hombro. Alguien encendi una luz

    mortecina. Los muchachos comenzaron a desligarse y levantaron la vista reflejando elmismo hasto que haba observado en los rostros de los Rebeldes.

    -Este es el predicador que echaron del tribunal durante el juicio por la muerte de Michael

    Farmer-dijo Nancy.

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    De inmediato se fijaron en m. Ms importante an, se compadecan de m. Esa tarde se

    me present la oportunidad de predicar mi primer sermn a una de las pandillas de Nueva

    York. No trat de predicarles un sermn complicado sino simplemente decirles que eran

    amados. Se les amaba tal como eran, all, entre las botellas de vodka y en medio de la

    aburrida bsqueda del placer sexual. Dios saba lo que buscaban cuando beban bebidas

    alcohlicas y se entregaban al placer sexual, y Dios anhelaba ardientemente que hallaran

    lo que realmente buscaban: el estmulo y el regocijo y el ntimo conocimiento de que se

    les necesitaba. Pero ni ese estmulo ni ese regocijo deban proceder del alcohol barato en

    un fro stano de una casa de departamentos. Dios tena esperanzas mucho ms elevadas

    para ellos.

    En cierta oportunidad, cuando hice una pausa, uno de los muchachos dijo: Siga,

    predicador, le captamos la onda.

    Era la primera vez que oa la expresin. Significaba que llegaba a sus corazones, que mecomunicaba con ellos y era el cumplido ms elevado que podan hacer a un predicador.

    Media hora despus hubiera dejado esa guarida muy animado, excepto por una cosa. All

    entre los GBl tuve mi primer encuentro con estupefacientes. Mara, que result ser la

    presidenta del grupo auxiliar de mujeres jvenes adscripto a los GBl me interrumpi

    cuando dije que Dios poda ayudarlos a comenzar una nueva vida.

    - A m no, David. A m, no.

    Mara haba dejado el vaso, se haba levantado el vestido cubrindose el hombro.

    - Y por qu no, Mara?

    Por toda respuesta, se arremang la manga del vestido y me ense la parte interior del

    brazo, junto al codo.

    No poda entenderla. -No la entiendo, Mara.

    - Venga aqu.-Mara dio unos pasos y se puso debajo del foco de luz elctrica y estir el

    brazo. Poda observar pequeas heridas como si fueran picaduras infestadas de

    mosquitos. Algunas eran viejas y estaban azules. Otras eran nuevas y rojas.Repentinamente comprend lo que esta jovencita quera decirme. Era adicta a las drogas.

    - Soy una mainliner, David. No hay esperanzas para m ni aun de Dios.

    Ech una mirada en la habitacin para ver si poda captar en los ojos de los dems jvenes

    la idea de que Mara proceda en forma melodramtica. Nadie sonrea. Al mirar por un

    instante los rostros de aquel crculo de jvenes supe lo que ms tarde leera en las

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    estadsticas policiales y en los informes de los hospitales: la medicina an no tiene una

    cura para el adicto a las drogas. Mara haba expresado la opinin de los expertos: no hay

    virtualmente esperanzas para el mainliner, el enviciado que se inyecta la herona

    directamente en las venas.

    Y Mara era una de esas adictas.

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    CAPITULO 4.Cuando regrese al automvil, estacionado todava en la calle Broadway, Miles pareci

    muy contento de verme. Tena miedo que se hubiese enredado en su propio proceso por

    asesinato, con usted como cadver - me dijo.

    Cuando le habl de las dos pandillas con las que me haba encontrado a la hora de haber

    sentado pie en Nueva York, acudi a la mente de Miles el mismo pensamiento fantstico

    que se me haba ocurrido a m.

    - Comprende, naturalmente, que no hubiera tenido jams probabilidad alguna entre ellos

    si no hubiera sido expulsado de aquel tribunal y si no le hubieran sacado una fotografa -

    me dijo.

    Manejamos hacia el centro de la ciudad, y esta vez nos dirigimos personalmente a la

    oficina del fiscal de distrito, no porque tuvisemos ilusin alguna de que seramos bien

    recibidos, sino porque de esa oficina dependa de que viramos a los siete jvenes en la

    crcel o no.

    - Quisiera que hubiese alguna formadije - de convencerle que no me anima otro motivo

    que el bienestar de esos muchachos al pedirle que me deje verlos.

    - Reverendo Wilkerson, si cada una de sus palabras procediera directamente de esa Biblia

    que usted tiene en la mano, aun as no podramos permitirle que los visite. La nica

    manera de que usted pueda ver a esos muchachos sin el permiso del juez Davidson es

    mediante un permiso escrito por cada uno de los padres.

    Aqu se me habra otro camino de posibilidades!

    - Me podra dar los nombres y las direcciones?

    - Lo lamento. No estamos autorizados para hacerlo.

    De nuevo en la calle saqu del bolsillo la pgina ahora bastante ajada de la revista Life.

    Aqu figuraba el nombre del jefe de la pandilla: Luis Alvarez, mientras Miles se qued en elautomvil fui a una confitera y cambi un billete de cinco dlares - era casi todo el dinero

    que me quedaba - por monedas de diez centavos. Luego, con ese dinero comenc a llamar

    a todos los Alvarez de la gua telefnica. Haba como doscientos solamente en Manhattan.

    - Es sta la casa de Luis Alvarez, el que figura en el juicio por la muerte de Michael

    Farmer-preguntaba yo.

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    Se produca un silencio de persona ofendida. Seguan palabras airadas. Y colgaban el

    telfono de un golpe haciendo estrpito en mis odos. Haba usado ya cuarenta monedas

    de diez centavos, y era evidente que nunca podra comunicarme con los muchachos de

    esta manera.

    Sal afuera y me un a Miles en el automvil. Ambos estbamos desanimados. Notenamos la menor idea de lo que haramos luego. All en el automvil, entre los

    rascacielos del Manhattan inferior que se erigan a nuestro alrededor, inclin la cabeza.

    "Seor," dije orando, "si estamos aqu por mandato tuyo, t debes guiarnos. Hemos

    llegado al lmite de nuestras humildes ideas. Dirgenos adonde debemos ir, puesto que no

    lo sabemos."

    Comenzamos a manejar al azar en la direccin que llevaba el automvil, que era norte.

    Quedamos atrapados en un gigantesco embotellamiento de trfico en Times Square,

    Cuando finalmente logramos salir de esta congestin, fue para perdemos en Central Park,Dimos vueltas y ms vueltas antes de comprender que all los caminos formaban un

    crculo. Finalmente enfilamos hacia una salida, cualquiera, una que nos sacara

    simplemente del parque. Nos hallamos manejando por una avenida que nos llevaba al

    corazn mismo del barrio espaol del Harlem. Y de repente tuve la misma sensacin

    incomprensible de bajarme del coche.

    - Busquemos un lugar de estacionamiento - le dije a Miles.

    Nos detuvimos en el primer sitio de estacionamiento vacante. Me baj del coche y di unos

    cuantos pasos por la calle. Me detuve confuso. Ese anhelo, esa sensacin interior habadesaparecido. Un grupo de muchachos estaban sentados en la escalinata de entrada de

    un edificio.

    - En dnde vive Luis Alvarez? - le pregunt a uno de ellos.

    Los muchachos me miraron con hosquedad y no respondieron. Camin un poco ms

    adelante sin rumbo fijo. Un muchacho de color vino corriendo por la vereda.

    - Usted busca a Luis Alvarez?

    - S.

    Me mir con extraeza. - El que est preso por el muchacho lisiado?

    - S. Lo conoces?

    El muchacho me segua mirando fijamente. - Es se su automvil? - me pregunt.

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    Me estaba cansando de las preguntas. - Ese es mi coche, por qu?

    El muchacho se encogi de hombros. Hombre - me dijo - ha estacionado el coche

    enfrente mismo de su casa.

    Sent un estremecimiento. Seal hacia el viejo edificio de departamentos frente al cualhaba estacionado el coche.

    - Vive all? - le pregunt casi con un susurro.

    El muchacho asinti. A veces le he formulado preguntas a Dios cuando las oraciones no

    han sido contestadas, pero la oracin contestada es an ms difcil de creer. Le habamos

    pedido a Dios que nos guiara. Y l nos haba llevado a las puertas mismas de la casa donde

    viva Luis Alvarez.

    - Te doy gracias, Seor - dijo en voz alta.

    - Qu dijo?

    - Gracias - respond dirigindome al muchacho. - Gracias, muchsimas gracias.

    El nombre "Alvarez" se hallaba escrito en el buzn en el oscuro y srdido vestbulo, tercer

    piso. Sub las escaleras corriendo. El pasillo del tercer piso era oscuro y ola a orn y polvo.

    Las paredes de un marrn oscuro estaban hechas de lata con dibujos en relieve.

    - Seor Alvarez - dije en voz alta, despus de hallar una puerta con el nombre pintado en

    letras claras.

    Alguien habl en castellano desde el interior del departamento, y suponiendo que fuera

    una invitacin para entrar abr la puerta unos treinta centmetros y mir hacia adentro.

    All, sentado en una silla roja de cojines estaba un hombre delgado, de tez triguea,

    sosteniendo un rosario en la mano. Levant la vista del rosario y me mir. Su rostro se

    ilumin.

    - Usted, David - dijo lentamente -, Usted es el predicador. Los policas lo echaron del

    tribunal.

    - S, s - dije. Y entr. El seor Alvarez se puso de pie.

    - He rezado para que usted venga - me dijo -. Va a ayudar a mi hijo?

    - Quiero hacerlo, seor Alvarez, Pero no me dejan ver a Luis. Necesito un permiso escrito

    por usted y los dems padres.

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    - Se lo dar.

    El seor Alvarez tom un lpiz y papel del cajn de la cocina. Lentamente escribi que me

    daba permiso para ver a Luis Alvarez, Luego dobl el papel y me lo entreg.

    - Tiene los nombres y direcciones de los padres de los otros muchachos?

    - No - dijo el padre de Luis y agach levemente la cabeza. - Como usted ve sa es la

    dificultad. No somos muy unidos con mi hijo. Dios lo ha trado a usted aqu, y Dios lo

    llevar hasta donde estn los otros padres.

    As que, unos minutos despus de que hubisemos estacionado el coche al azar en una

    calle de Harlem, consegu mi primer permiso firmado. Sal del departamento del seor

    Alvarez preguntndome si era posible que Dios hubiera dirigido literalmente mi automvil

    a esa direccin en respuesta a la oracin de este padre. Mi mente busc otra explicacin.

    Quiz hubiese visto la direccin en un diario en alguna parte y la haba retenido en misubconsciencia.

    Pero mientras meditaba sobre esto, al bajar aquellas escaleras oscuras, recubiertas de lata

    ocurri otro acontecimiento que no poda haber explicado mi memoria subconsciente. Al

    doblar un recodo de la escalera casi me llevo por delante a un muchacho de unos

    diecisiete aos que suba a todo correr.

    - Perdone - le dije sin detenerme.

    El muchacho me mir, tartamude algo e iba a seguir subiendo. Pero al pasar yo por

    debajo de una de las luces que alumbraban la escalera, el joven se agach y me mir de

    nuevo.

    - El predicador?

    Me di vuelta. El muchacho haca esfuerzos por reconocerme en la oscuridad.

    - No es usted el tipo que expulsaron de los tribunales durante el proceso contra Luis?

    - Yo soy David Wilkerson, s.

    El muchacho me tendi la mano. -Bueno, soy Angelo Morales, Reverendo Wilkerson.

    Pertenezco a la pandilla de Luis. Ha visitado a los Alvarez?

    - S.

    Le dije a Angelo que necesitaba el permiso de los padres para ver a Luis. Y entonces, de

    repente, vi la mano de Dios en aquel encuentro. -Angelo! - le dije - necesito el permiso de

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    cada uno de los padres de los muchachos. El seor Alvarez no sabe dnde viven los padres

    de los otros muchachos, pero t lo sabes, verdad... ?

    Angelo nos acompa por todo el barrio espaol de Harlem localizando a las familias de

    los otros seis acusados en el proceso por la muerte de Michael Farmer, Mientras

    viajbamos Angelo nos revel algo de su vida: l hubiera estado con los muchachosaquella noche que "le dieron la paliza a Michael" si no hubiera sido porque tena dolor de

    muelas. Me dijo que los muchachos no haban ido al parque con ningn plan especial.

    Haban ido all a buscar camorra. Si no hubieran encontrado a Farmer hubiera habido

    "guerra."

    "Guerra" segn lo descubr, significaba ria entre las pandillas. Angelo nos ense muchas

    cosas, y quedaron confirmadas muchas de nuestras sospechas. Los muchachos de esta

    pandilla eran todos as, hastiados de la vida, solitarios, con una ira latente en el corazn?

    Buscaban aventuras en dondequiera que pudieran encontrarlas. Ansiaban profundamenteel compaerismo y lo reciban en donde lo pudieran encontrar.

    Angelo tena una manera extraordinaria de aclarar las cosas. Era un muchacho inteligente,

    atractivo y quera ayudarnos. Tanto Miles como yo llegamos a la conclusin de que no

    obstante lo que ocurriera al futuro de nuestros planes, nos mantendramos en contacto

    con Angelo Morales y le sealaramos otro camino.

    En el espacio de dos horas conseguimos todas las firmas.

    Nos despedimos de Angelo, despus de conseguir su direccin y de prometerle que nos

    mantendramos en contacto con l. Regresamos a la ciudad. Nuestro corazn entonaba

    una cancin. En realidad cantbamos mientras luchbamos por abrimos paso a travs de

    la congestin de trfico en Broadway. Cerramos las ventanillas del coche y cantamos a voz

    en cuello aquellas hermosas canciones evanglicas que habamos aprendido en nuestra

    niez. Los milagros innegables que haban ocurrido en las ltimas horas nos daban una

    nueva seguridad de que cuando avanzamos en obediencia a la promesa de Dios de

    dirigimos, las puertas se abrirn de par en par a lo largo de nuestro camino. Cmo

    podramos tener alguna idea, mientras avanzbamos lentamente por el congestionado

    trfico cantando, que unos pocos minutos ms tarde las puertas se cerraran de golpe en

    nuestras narices? Porque ni aun con esas firmas pudimos ver a los siete muchachos.

    El fiscal del distrito se sorprendi sobremanera de vernos de vuelta tan pronto. Y cuando

    le presentamos las firmas solicitadas, nos mir como un hombre que contempla lo

    imposible. Hizo un llamado a la crcel y dijo que si los muchachos queran vernos, deba

    permitrsenos la entrada.

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    Fue en la crcel misma donde un obstculo extrao y totalmente inesperado fue puesto

    en nuestro camino, no por parte de los muchachos, ni por los funcionarios municipales,

    sino por un colega en el ministerio. El capelln de la prisin que tena a su cargo los

    muchachos consider al parecer que sera "perturbador" para su bienestar espiritual

    presentar una nueva personalidad. Cada uno de los muchachos haba firmado un

    documento que deca: "Queremos conversar con el Reverendo David Wilkerson." El

    capelln cambi "queremos" por "no queremos" en la declaracin firmada por los

    muchachos y ningn ruego pudo persuadir a las autoridades de que esta medida deba ser

    invalidada.

    Una vez ms nos dirigimos a travs del puente Jorge Washington, muy, muy perplejos,

    Por qu era que despus de recibir un estmulo tan dramtico nos encontrbamos de

    nuevo ante una muralla infranqueable?

    Fue mientras viajbamos a lo largo de la autopista de Pensilvania, tarde esa noche, como amitad de camino de nuestro pequeo pueblo rural, que vi de repente un rayo de

    esperanza que alumbraba la oscuridad que nos envolva.

    - Ah! - dije en voz alta despertando repentinamente a Miles que dorma.

    - Ah, qu?

    - Eso es lo que voy a hacer.

    - Bueno, me alegro que est todo resuelto - dijo Miles arrellenndose en el asiento y

    cerrando los ojos nuevamente.

    El rayo de esperanza tena la forma de un hombre, un hombre extraordinario: mi abuelo.

    Mi esperanza consista en que me dejara visitarle a fin de exponerle mi perplejidad.

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    La predicacin de mi abuelo era muy inortodoxa, y algunas de sus convicciones

    escandalizaban a sus contemporneos. Por ejemplo, cuando mi abuelo era predicador

    joven, se consideraba pecaminoso llevar cintas y plumas. En algunas iglesias los ancianos

    llevaban tijeras sujetas a la cintura por un cordn. Si una seora arrepentida pasaba al

    altar llevando una cinta en el sombrero, las tijeras entraban en actividad junto con un

    sermn intitulado: "Cmo podr ir al cielo con cintas en sus ropas?"

    Pero mi abuelo cambi de punto de vista respecto de estas cosas. Al avanzar en aos,

    desarroll lo que l llamaba "evangelizacin de costilla de cordero."

    - Uno se gana a la gente como se gana a un perro - sola decir - Si ve pasar a un perro

    trotando por la calle con un viejo hueso en la boca, no se le quita el hueso dicindole que

    no es bueno para l. Lo que har ser gruirle. Ese hueso seco y viejo es lo nico que

    tiene. Pero si uno le tira delante una chuleta gorda de 'cordero, con seguridad que va a

    dejar el hueso y agarrar la chuleta mientras que al mismo tiempo menear rpidamente lacola. Y se habr ganado un amigo. En vez de andar de aqu para all quitndole huesos a la

    gente o cortando plumas yo voy tirndoles costillas de cordero. Algo que tenga carne y

    vida. Les voy a decir cmo pueden comenzar una nueva vida.

    Mi abuelo predic en carpas como as en iglesias y hasta hoy cuando viajo por el pas oigo

    narraciones de cmo el viejito Jay Wilkerson sola mantener activas esas reuniones. Una

    vez, por ejemplo, predicaba en una carpa en Jamaica, Long Island. Asista a la carpa una

    congregacin numerosa porque era el fin de semana del 4 de julio, da de la

    independencia, y mucha gente estaba de vacaciones. Esa tarde mi abuelo recibi la visita

    de un amigo que tena un negocio de ferretera. El amigo de mi abuelo le mostr ciertotipo de cohete que explotaba y desparramaba luces y echaba humo cuando uno lo pisaba.

    Esperaba que esto fuera un artculo que se vendera mucho el 4 de julio. Mi abuelo qued

    intrigado y compr algunos; los puso en una bolsita de papel, se los meti en el bolsillo y

    se olvid de todo.

    Mi abuelo predicaba de la nueva vida en Cristo, pero tambin predicaba del infierno, y a

    veces lo describa en forma muy vvida en lo que respetaba a lo que iba a ser este lugar.

    Hablaba mi abuelo sobre este tema esa noche de julio cuando ocurri que su mano tante

    el bolsillo del saco y palp los cohetes que haba comprado. Con mucho disimulo tom unpuado y lo dej caer detrs de s sobre la plataforma. Luego, con una perfecta

    impasibilidad, simulando que jams haba notado nada, continu hablando del infierno,

    mientras que el humo se levantaba de detrs de s y sobre la plataforma estallaban los

    cohetes. Circul la noticia de que cuando Jay Wilkerson hablaba del infierno, uno casi

    poda oler el humo y ver las chispas.

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    La gente al principio esperaba que mi padre fuera el mismo tipo de predicador, de

    personalidad independiente como mi abuelo. Pero mi padre era por completo diferente.

    Era ms un pastor que un evangelista. Dado Que mi abuelo haba predicado por todas

    partes del pas, mi padre creci sin la seguridad que ofrece un hogar fijo, y esta

    particularidad se reflej en su carrera. Durante todo su ministerio ejerci el pastorado en

    slo cuatro iglesias, mientras que mi abuelo visitaba una iglesia todas las noches. Mi padre

    fund iglesias estables, slidas, en donde se le amaba y se le buscaba en pocas de

    dificultades.

    - Creo que se necesitan esas dos clases de predicadores para fundar una iglesia - me dijo

    un da mi padre cuando vivamos en Pittsburgh -. Pero s envidio la capacidad que tena tu

    abuelo para despojar a la gente de su orgullo. Necesitamos esa habilidad en esta iglesia.

    Y la recibimos tambin la prxima vez que mi abuelo estaba de paso. (Mi abuelo siempre

    "estaba de paso".)

    La iglesia en la cual ejerca el pastorado mi padre se hallaba en un suburbio elegante de

    Pittsburgh, entre los banqueros, abogados y mdicos de la ciudad. Era una ubicacin

    extraa para una iglesia pentecostal, puesto que nuestros cultos son por lo general un

    poquito ruidosos y en donde la gente se expresa con libertad. Pero en este caso habamos

    moderado los cultos por deferencia a nuestros vecinos. Se necesit a mi abuelo para

    demostramos que estbamos equivocados.

    Cuando mi abuelo nos hizo una visita, todos en la iglesia trataban de vivir de acuerdo a sus

    vecinos, muy sosegados y de buen tono.

    - Y como muertos - dijo mi abuelo -. Vaya, la religin del hombre debe comunicar la vida!

    Mi padre se encogi de hombros y tuvo que asentir. Y luego cometi un error. Le pidi a

    mi abuelo que predicara el siguiente domingo por la noche.

    Yo me hallaba en ese culto y jams me olvidar de la mirada en el rostro de mi padre

    cuando lo primero que hizo mi abuelo fue sacarse sus sucias galochas y colocarlas all

    mismo, sobre el altar de los penitentes!

    - Y ahora - dijo mi abuelo ponindose de pie y mirando fijamente a la congregacin

    sorprendida, - qu es lo que les molesta? Un par de galochas sucias sobre el altar? He

    embadurnado su iglesita con barro. Les he herido el orgullo, y les apostara cualquier cosa

    que si les hubiese preguntado, ustedes me hubieran dicho que no eran orgullosos.

    Mi padre se encoga de vergenza.

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    - Y t puedes retorcerte en tu asiento - dijo mi abuelo volvindose a l. - T tambin

    necesitas esto. Dnde estn todos los diconos de la iglesia?

    Los diconos levantaron la mano. - Quiero que abran todas las ventanas. Nos estamos

    preparando para hacer ruido y quiero que esos banqueros y abogados que estn sentados

    en sus porches este domingo por la noche sepan lo que es sentirse feliz con la religin.Van a predicar un sermn esta noche, a los vecinos. Luego mi abuelo dijo que quera que

    todas las personas en la congregacin se pusieran de pie. Y todos se pusieron de pie. Nos

    pidi luego que comenzramos a marchar y a batir palmas. Nos hizo batir palmas durante

    quince minutos, y luego cuando comenzamos a dejar de hacerlo l sacudi la cabeza y

    empezamos a batir palmas de nuevo. Ms tarde nos hizo cantar. Y ahora marchbamos

    batiendo palmas y cantando y cada vez que disminuamos la intensidad de la marcha o del

    canto el abuelo iba y abra las ventanas un poco ms. Mir a mi padre y supe lo que

    pensaba: "Jams nos repondremos de esto, pero me alegro que est sucediendo." Y luego

    l mismo comenz a cantar ms alto que los dems.

    Aquel s que fue un culto memorable.

    Al da siguiente mi padre recibi las primeras reacciones de los vecinos. Fue al banco por

    asuntos de negocio y efectivamente, sentado detrs de su escritorio sin papeles sobre l,

    se encontraba uno de nuestros vecinos. Mi padre trat de esquivarlo pero el banquero lo

    llam.

    - Diga, Reverendo Wilkerson. - El banquero lo invit a que pasara y le dijo: - Anoche s que

    cantaron en su iglesia. Ese es tema de las conversaciones de hoy. Se nos haba dicho queustedes podan cantar, y desde hace tiempo habamos estado esperando orlos. Es lo

    mejor que ha pasado en este vecindario.

    Durante los tres aos siguientes se manifest un verdadero espritu de libertad y de poder

    en la iglesia, y con l aprend una tremenda leccin. - Tienes que predicar el mensaje

    pentecostal - dijo mi abuelo al hablar con mi padre ms tarde, respecto del culto en el cual

    haba puesto las galochas embarradas sobre el altar de los penitentes -. Cuando se lo

    despoja de todo lo dems, Pentecosts representa poder y vida. Es por eso que vino a la

    Iglesia cuando el Espritu Santo descendi el da de Pentecosts.

    - Y - continu mi abuelo golpendose con el puo la palma de la mano - cuando uno goza

    de poder y vida demostrar robustez, y cuando uno es robusto probablemente har algo

    de ruido, que es bueno para uno, y ciertamente se le embarrarn las botas.

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    Para mi abuelo, el embarrarse las botas no significaba solamente ensuciarse la suela de las

    botas caminando por el barro para ayudar a algn necesitado, sino tambin significaba

    que se gastara la puntera al arrodillarse con frecuencia.

    Mi abuelo era un hombre dedicado a la oracin, y en este aspecto toda su familia era as.

    Educ a mi padre para ser hombre de oracin, y mi padre a su vez implant esta virtud enm.

    - David - me pregunt mi abuelo cierta vez que estaba de paso - te atreves a orar

    pidiendo ayuda cuando te encuentras en dificultades?

    Al principio me pareci una pregunta rara, pero cuando mi abuelo insisti descubr que

    procuraba decirme algo importante. Le agradeca a Dios con frecuencia por las

    bendiciones que disfrutaba, padres y casa, alimentos y escuela. Y oraba generalmente en

    forma evasiva que el Seor algn da, de alguna forma, escogiera trabajar a travs de mi

    vida. Pero rara vez or solicitando ayuda especfica.

    - David - me dijo mi abuelo mirndome fijamente y sin que se asomara esta vez el chispeo

    caracterstico de sus ojos - el da que aprendas a ser pblicamente especifico en tus

    oraciones se ser el da que descubrirs poder.

    No entend bien lo que me quera decir, por una parte porque contaba slo doce aos de

    edad, y por otra porque tema instintivamente la idea. "Ser pblicamente especfico," me

    haba dicho. Esto significaba decir mientras otros me oyeran: "Dios yo te pido esto y

    aquello," significaba correr el riesgo de que la oracin no tuviera respuesta.

    Fue por accidente que me vi obligado a descubrir un espantoso da lo que haba querido

    decirme mi abuelo. Durante toda mi niez, mi padre haba sido un hombre muy enfermo.

    Tena lceras duodenales y por espacio de ms de diez aos haba sufrido

    constantemente.

    Cierto da, mientras regresaba a casa de la escuela, vi una ambulancia que pas a toda

    velocidad y cuando me encontraba a ms de una cuadra de mi casa me di cuenta en

    dnde se haba detenido. Desde esa distancia poda or los gritos de dolor de m padre.

    Un grupo de ancianos de la iglesia estaba sentado solemnemente en la sala. El doctor nome dejaba entrar en la habitacin en dnde se encontraba mi padre de manera que mi

    madre se reuni conmigo en el pasillo. - Se va a morir, mam?

    Mi madre me mir fijamente y resolvi decirme la verdad. - El doctor cree que quiz viva

    dos horas ms.

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    En ese momento mi padre dio un grito particularmente agudo de dolor y mi madre

    despus de apretarme el hombro corri rpidamente hacia el dormitorio.

    - Aqu estoy, Kenneth - dijo cerrando la puerta tras de s. Antes de que la puerta se

    cerrara, sin embargo, me di cuenta por qu el doctor no me dejaba entrar. Las ropas de

    cama y el piso estaban baados en sangre.

    En ese momento record la promesa de mi abuelo: "El da que aprendas a ser

    pblicamente especfico en tus oraciones es el da que descubrirs poder." Por un

    momento pens en ir a la sala en donde estaban sentados los ancianos de la iglesia y

    anunciar que oraba por mi padre para que sanara de su enfermedad y dejara el lecho. No

    lo poda hacer. Aun en aquel caso de extrema necesidad no poda exponer mi fe al

    fracaso.

    Pasando por alto las palabras de mi abuelo me alej cunto pude de todos. Baj corriendo

    las escaleras del stano, me encerr en la carbonera y all or, tratando de que el volumen

    de mi voz contrarrestara la falta de fe. De lo que no me di cuenta era de .que estaba

    orando en una especie de megfono o amplificador de la voz. La calefaccin de nuestra

    casa era a aire caliente, y gigantescos tubos como grandes trompetas, comunicaban la

    cmara de aire caliente situada junto a la carbonera, con todas las habitaciones de la casa.

    Mi voz era transmitida por esas tuberas, de manera que los ancianos de la iglesia,

    sentados en la sala, oyeron de repente una voz fervorosa que sala de las paredes. El

    doctor oy esa misma voz en el piso de arriba. Mi padre, acostado en su lecho de muerte,

    tambin la oy.

    -Traigan aqu a David - dijo con un susurro.

    De manera que fui llevado a las habitaciones de arriba y trado a la habitacin en que

    estaba mi padre, despus de pasar por la sala bajo la mirada insistente de los ancianos de

    la iglesia. Mi padre le pidi al doctor Brown que saliera por un momento de la habitacin,

    y luego requiri a mi madre que leyera en voz alta el versculo 22 del captulo 21 de

    Mateo. Mi madre abri la Biblia y pas las pginas hasta que encontr el pasaje. "Y todo lo

    que pidiereis en oracin, creyendo, lo recibiris."

    Sent un entusiasmo y excitacin tremendos. - Mam, podemos confiar en esa verdad yorar por pap?

    Y mientras mi padre estaba all acostado, con el cuerpo flccido, mi mam comenz a leer

    el pasaje una y otra vez. Lo ley como doce veces. Y mientras que lo lea, yo me levant de

    la silla, me acerqu a la cama de mi padre y le puse las manos sobre la frente.

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    - Qu me quieres decir?

    - Tengo el presentimiento, David, mi hijo, de que Dios nunca tuvo la intencin de que

    vieras solamente a siete muchachos, sino a miles de muchachos como sos.

    Mi abuelo dej que esa idea penetrara profundamente. Y luego continu:

    - Me refiero a todos los muchachos desorientados, temerosos y solitarios de Nueva York

    que pudieran terminar cometiendo asesinatos por el simple placer de hacerlos, a menos

    que t los ayudes. Tengo el presentimiento David, de que la nica cosa que necesitas

    hacer es ampliar tus horizontes.

    Mi abuelo tena una forma de decir las cosas que me inspiraba. Aquel deseo de antes de

    alejarme de la ciudad de Nueva York tan pronto como me fuera posible fue reemplazado

    ahora repentinamente por un intenso anhelo de volver de inmediato y comenzar a

    trabajar. Le dije algo as a mi abuelo, y simplemente me sonri.

    - Es fcil decir eso, sentado en el ambiente clido de esta cocina hablando con tu viejo

    abuelo. Pero espera hasta que te encuentres con ms de esos muchachos antes de

    comenzar a tener visiones. El corazn de esos muchachos estar saturado de odio y de

    pecado y ser peor de lo que t jams has odo. Son apenas muchachos pero ya saben lo

    que es el asesinato, la violacin y la sodoma. Cmo vas a resolver esas cosas cuando te

    encuentres frente a ellas?

    Honradamente no poda responder a la pregunta formulada por mi abuelo.

    - Permteme la respuesta a mi propia pregunta, David. En vez de fijar tus ojos en estas

    cosas, tienes que mantener la mirada enfocada en el corazn mismo del evangelio.

    Cul ser?

    Lo mir a los ojos. - He odo hablar a mi abuelo lo suficiente sobre esta materia - le dije -

    que puedo darle una respuesta entresacada de sus propios sermones. El corazn mismo

    del evangelio es el cambio. Es transformacin. Es nacer de nuevo, comenzar una nueva

    vida.

    - Parloteas esas verdades muy bien, David, pero espera hasta que el Seor opere esa

    transformacin. Luego t imprimirs an ms entusiasmo a tu voz. Pero sa es la teora. El

    corazn del mensaje de Cristo es extremadamente simple: un encuentro con Dios - un

    verdadero encuentro - significa cambio.

    Poda decir por la forma en que mi abuelo se pona inquieto que mi entrevista tocaba a su

    fin. Mi abuelo se desprendi lentamente de la silla, se puso de pie, se estir y camin

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    hacia la puerta. Sabiendo que por naturaleza a mi abuelo le gustaba el toque dramtico,

    tuve la impresin de que la parte ms importante de nuestra discusin an no se haba

    producido.

    - David, David - me dijo, cuando haba puesto su mano en la puerta de la granja - aun

    temo por ti cuando tengas que enfrentarte con toda la crudeza de la vida de la ciudad. Thas vivido una vida protegida. Cuando te enfrentes con la maldad de la carne quedars

    petrificado.

    - T sabes... - y luego mi abuelo comenz a narrarme una historia que no pareca tener