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La intertextualidad quijotesca, la dialéctica Cervantes-Avellaneda y la recreación del universo literario barroco en Ladrones de tinta, de Alfonso Mateo-Sagasta (2004) Santiago López Navia Univ. S.E.K. 1. Una nueva (re)visión sobre el texto del Quijote Al igual que ocurre con otras recreaciones literarias de la biografía de Cervantes 1 , el lector de Ladrones de tinta, novela escrita por Alfonso Mateo-Sagasta y publicada en 2004 2 , debe reconocerse como participante comprometido en un juego que consiste en reinterpretar el pasado gracias al recurso de reinventar su contemporaneidad. Si el lector participa en esta propuesta lúdica con la necesaria docilidad y con el necesario entusiasmo, entenderá que el sentido del juego consiste en ver la realidad con otra mirada, apoyada en el equilibrio no siempre fácil entre la gratuidad de toda creación ficticia y el grado de verosimilitud que el autor de la recreación es capaz de conseguir. A esa realidad, reinventada por el novelista y nuevamente contemplada por el lector, pertenecen los objetos de nuestro interés en el estudio de Ladrones de tinta: los detalles de la génesis del Quijote de 1615, las pesquisas sobre la identidad del falso Avellaneda, y el universo de la literatura barroca española. Desde el primer momento, sabemos que el protagonista de la novela y narrador en primera persona, Isidoro Montemayor -mezcla lograda de periodista avant la lettre y de detective privado-, ha tomado entre sus manos el encargo de averiguar quién se esconde bajo la falsa identidad de Alonso Fernández de Avellaneda, siguiendo las instrucciones de Francisco de Robles, preocupado por las repercusiones comerciales que puede tener no sólo la irrupción en el mercado de una continuación imprevista del Quijote, sino también el retraso de Cervantes en cumplir con su compromiso de escribir la segunda parte de la obra. También desde muy pronto descubrimos los guiños de la intertextuahdad que apuntan al texto de Cervantes. Algunos son anecdóticos, como la cantinela con la que el mendigo alemán que se cruza con Isidoro en la Puerta del Sol intenta estimular su generosidad ("Amico, amico, spagnolo e tedeschi tutto uno, misma cosa, buon compaño ACTAS IX - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Santiago LÓPEZ NAVIA. La intertextualidad qu...

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La intertextualidad quijotesca, la dialéctica Cervantes-Avellaneda y la recreación del universo literario barroco en Ladrones de tinta,

de Alfonso Mateo-Sagasta (2004) Santiago López Navia

Univ. S.E.K.

1. Una nueva (re)visión sobre el texto del Quijote

Al igual que ocurre con otras recreaciones literarias de la biografía de Cervantes 1 ,

el lector de Ladrones de tinta, novela escrita por Alfonso Mateo-Sagasta y publicada

en 2 0 0 4 2 , debe reconocerse como participante comprometido en un juego que consiste

en reinterpretar el pasado gracias al recurso de reinventar su contemporaneidad. Si

el lector participa en esta propuesta lúdica con la necesaria docilidad y con el necesario

entusiasmo, entenderá que el sentido del juego consiste en ver la realidad con otra

mirada, apoyada en el equilibrio no siempre fácil entre la gratuidad de toda creación

ficticia y el grado de verosimilitud que el autor de la recreación es capaz de conseguir.

A esa realidad, reinventada por el novelista y nuevamente contemplada por el lector,

pertenecen los objetos de nuestro interés en el estudio de Ladrones de tinta: los detalles

de la génesis del Quijote de 1615, las pesquisas sobre la identidad del falso Avellaneda,

y el universo de la literatura barroca española.

Desde el primer momento, sabemos que el protagonista de la novela y narrador

en primera persona, Isidoro Montemayor -mezcla lograda de periodista avant la lettre

y de detective privado-, ha tomado entre sus manos el encargo de averiguar quién

se esconde bajo la falsa identidad de Alonso Fernández de Avellaneda, siguiendo

las instrucciones de Francisco de Robles, preocupado por las repercusiones comerciales

que puede tener no sólo la irrupción en el mercado de una continuación imprevista

del Quijote, sino también el retraso de Cervantes en cumplir con su compromiso

de escribir la segunda parte de la obra.

También desde muy pronto descubrimos los guiños de la intertextuahdad que apuntan

al texto de Cervantes. Algunos son anecdóticos, como la cantinela con la que el

mendigo alemán que se cruza con Isidoro en la Puerta del Sol intenta estimular su

generosidad ("Amico, amico, spagnolo e tedeschi tutto uno, misma cosa, buon compaño

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" ) 3 . Otros son más elaborados y reveladores, como el intercambio de pareceres que

mantienen Cervantes y el protagonista acerca de la opinión que se tiene en la calle

sobre el Quijote de 1605, en el que Montemayor traslada al autor de la obra las

mismas críticas que podemos leer en el diálogo que los personajes mantienen en

el tercer capítulo del Quijote de 1615: las circunstancias que afectan al robo y la

recuperación del asno de Sancho, el destino final de las monedas que los protagonistas

encuentran en la maleta de Sierra Morena, o la pertinencia de insertar novelas en

la historia principal. Cervantes culpa a los responsables de la impresión de su obra,

pero hace una declaración especialmente reveladora para la urdimbre intertextual:

- N o me va a quedar más remedio que dedicar un capítulo de la segunda

parte a aclarar todas esas cosas 4 .

La ilusión de la que debe participar el lector está muy clara. Se trata de aceptar,

por la vía de la ficción, que el diálogo que mantienen los personajes en el capítulo

II, 3 del Quijote cervantino es el resultado del que mantienen Cervantes y Montemayor

en el mismo sentido. Aquí comienza a manifestarse una de las aristas más interesantes

en la construcción del protagonista de Ladrones de tinta: su responsabilidad directa

o indirecta tanto en la génesis del Quijote de 1615 como en la de otras obras fundamentales

de la literatura áurea, como veremos más adelante 5. Tanto es así, que Isidoro confiesa

a Cervantes que es el verdadero autor de la dedicatoria al Duque de Béjar en el

Quijote de 1605, copia evidente de la que Fernando de Herrera escribe al marqués

de Ayamonte en sus Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de 1580, porque

la dedicatoria original se perdió y el impresor Cuesta ordenó a Montemayor, consciente

de las críticas que Cervantes recibió por este motivo, que compusiese otra "como

fuese" 6 . La respuesta de Cervantes evidencia una generosidad extraordinaria:

- N o fue mala elección -di jo sonriente-. Es un orgullo compartir con el

maestro una dedicatoria de don Femando 7 .

Junto a estos elementos relacionados con la responsabilidad de Montemayor, hay

otros que también remiten claramente al Quijote permitiendo el juego de inferencias

que implica a la relación de una obra literaria con los hechos y los individuos que,

en este caso desde la ficción, forman parte del tiempo de su escritura. Es el caso

de maese Pedro, a quien el protagonista y narrador nos describe inequívocamente

-"hombre mayor, enjuto, de barba rala, (•••) un ojo y medio rostro cubiertos con

un parche de tafetán y un pañuelo anudado en la nuca a lo aragonés" 8 - preparando

su tingladillo en el bodegón de Chete, uno de los amigos de su entorno habitual.

Junto a maese Pedro, es igualmente significativa la presencia de un mono enano

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capaz de leer el destino, o al menos de aparentarlo gracias a la habilidad de su dueño.

Quizá, aunque con menos claridad, haya que entender en el mismo sentido la alusión

a la numerosa banda de gitanos que, según lo que se comenta en la taberna de Chete,

campean a sus anchas por la frontera de Aragón sembrando el terror, probable trasunto

de la banda del bandido Roque Guinart, a quien conocemos en el capítulo II, 60

del Quijote9.

Es también el caso de la cabeza parlante de la diosa Afrodita que el marqués

de Hornacho guarda en su famoso gabinete de rarezas, dotada de la capacidad de

contestar con voz propia a las preguntas que se le formulan, cuyo mecanismo fraudulento

conocerá Isidoro gracias a la confidencia de la condesa de Cameros, sobrina del marqués,

quien aduce una interpretación astrológica para la palabra pseudolatina cancros,

perteneciente a la respuesta dada por la cabeza a la pregunta sobre quién es Avellaneda

(Cancros orbis fel), a la que volveremos luego. Según Micaela, cancros/cáncer se

refiere al signo del zodiaco bajo el cual se edita el Quijote apócrifo, cuya licencia

de edición se concede el 4 de julio de 1614, de lo que se sigue que la misteriosa

palabra alude a Avellaneda, sin que pueda colegirse nada acerca de su verdadera

identidad 1 0 . Lo verdaderamente importante de este episodio, siempre en relación con

la ficción de la influencia de Montemayor en la escritura del Quijote de 1615, es

que el protagonista le habla a Cervantes acerca de esta cabeza, de lo cual se infiere

que Cervantes se inspiró en este dato para urdir los detalles de la cabeza parlante

que Antonio Moreno le muestra a don Quijote en el capítulo II, 42, durante la estancia

de los protagonistas en Barcelona. Más todavía: la idea de que Cervantes conteste

a Avellaneda utilizando a don Alvaro Tarfe, personaje especialmente relevante en

el Quijote apócrifo, es precisamente de Isidoro, de modo que el lector acepta el juego

de saber que la aparición de don Alvaro en el capítulo II, 72 es el resultado de

que Cervantes acepte la bondad de esta sugerencia, muy al contrario de lo que supone

el protagonista de Ladrones de tinta al final del fragmento transcrito:

Luego me enseñó unas notas que tenía preparadas para contestar a Avellaneda

en el prólogo de su Segunda parte, y yo le dije que donde mejor podía hacerlo

era en el mismo texto de la obra, que fuesen el verdadero don Quijote y

Sancho quienes juzgaran a sus imitadores y desmintieran esas historias como

obra de un pobre demente. "¿Cuál es el personaje más importante del Quijote

de Avellaneda? - l e pregunté-. ¿Don Alvaro Tarfe? Pues si Avellaneda ha

hecho uso de don Quijote y de Sancho, bien puede usted utilizar a don Alvaro

para levantar acta de su perfidia."Ya le digo, don Miguel pasó un buen rato

con mis ocurrencias, aunque seguro que caen todas en saco r o t o 1 1 .

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2. A vueltas con la identidad de Avellaneda

Los personajes de Ladrones de tinta coinciden en la sospecha de que Avellaneda

es un seudónimo que oculta la identidad de un autor sobre el que se sostienen las

más variadas hipótesis. Desde sus primeras pesquisas, Isidoro especula con la posibilidad

de que el verdadero autor es alguien que se ha sentido molesto con las alusiones

salpimentadas por Cervantes en el texto de la primera parte de su obra; sea quien

sea, su verdadera intención es vindicativa: humillar y desprestigiar al autor del Quijote.

A la luz de estas consideraciones, salta a la vista que Lope de Vega es el principal

candidato. Sin embargo, el mismo Cervantes desestima esta posibilidad por razones

que salvan en parte la actitud del sospechoso, aunque no dejan en buen lugar su

honor militar:

-Avellaneda se burla de mis heridas -xlijo retrepándose un poco en la cama-

de mis cicatrices en el pecho, de mi mano muerta, y eso Lope nunca lo haría.

Lo conozco bien. Si algo me envidia el Fénix son precisamente mis cicatrices,

el pasado heroico del que él carece, porque y o estuve en Lepanto y luché

y vencí al turco, y él se embarcó en la Invencible y volvió derrotado sin

llegar a ver al enemigo. N o , no es L o p e 1 2 .

Andrés de Almansa, el escritor de "avisos" cuya obra se adscribe a la literatura

epistolar del siglo XVII, aduce otro significativo argumento que tiene que ver con

el carácter del Fénix, quien no habría esperado tanto tiempo para responder a Cervantes

si se hubiese sentido realmente o fendido 1 3 . Por su parte, el poeta Baltasar Elisio

de Medinilla contribuye a alejar más las sospechas recordando que Lope tiene muchos

motivos para andarse con cuidado y no incurrir de nuevo en injurias tras su condena

como consecuencia de haber puesto en entredicho la honestidad de su amante Elena

O s o r i o 1 4 , aunque Góngora - m á s persuadido, como después veremos, de que tras

Avellaneda se esconde Q u e v e d o - vuelve débilmente a la posibilidad de la autoría

de Lope aduciendo que, al igual que el Fénix, el Quijote apócrifo es "aburrido y

cansado" 1 5 . Ya sólo queda conocer la opinión del mismo Lope, que confiesa ser

ajeno a toda sospecha argumentando un motivo principal que nos permite deducir

su opinión sobre la obra de Avellaneda: él siempre mejora los originales cuya continuación

toma entre m a n o s 1 6 . Más bien habría que orientar la búsqueda, sugiere el Fénix,

hacia un esposo o un padre malhumorados. La razón está un motivo tan recurrentemente

revelador en la literatura cervantina como es el hecho de que "algunas obras de Cervantes

traten sobre un viejo enamorado de una inalcanzable jovenci ta" 1 7 .

Baltasar Elisio de Medinilla apunta la posibilidad de que Tirso de Molina, molesto

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por haberse visto retratado en algunas alusiones de las Novelas ejemplares que no

se concretan, se esconda tras el nombre del autor del Quijote apócrifo, pero Gabriel

Téllez, a quien el mismo Cervantes ya había descartado anteriormente 1 8 , no sólo

dice con rotundidad que él no es Avellaneda, sino también que se alegra de no serlo

por la opinión desfavorable que le merece la continuación de 1614: "Hay cosas que

resultan desagradables hasta de leer" 1 9 . Por otra parte, Tirso también desestima las

conjeturas que afectan a Góngora, que entra en el grupo de los sospechosos a partir

de una cadena de razonamientos que resulta bastante forzada: Cervantes se inspiró

en el Entremés de los romances para componer la primera parte del Quijote; como

Góngora es el verdadero autor del Entremés de los romances, escribe el Quijote suscrito

en 1614 por un falso Avellaneda para devolver la moneda a Cervantes 2 0 . Por su

parte, Góngora se aparta de toda sospecha de la forma más radical y expresiva, metiendo

en el mismo lote la impertinencia del original y su continuación a costa de reivindicar

con una actitud militante la superioridad de la poesía:

- ¿ M e cree capaz de escribir semejante basura? ¿Cree que no tengo nada

mejor que hacer? Yo souy un poeta, caballero, no un comediante ni un novellieri.

Mi obra está por encima de esos libritos. El Quijote no pasa de ser una novelita

simpática de barbería, cuyo destino natural es acabar en una tienda de especias

como una margarita en manos de un enamorado 2 1 .

Y como se trata de reorientar las pesquisas hacia los enemigos de cada cual, Góngora

hace lo propio con Quevedo. El mismo Conde de Villamediana abona esta tesis:

Quevedo carece de escrúpulos en grado suficiente como para acusar a Cervantes

de homosexual, como parece hacer Avel laneda 2 2 . Sin embargo, Quevedo declina toda

responsabilidad, y aprovecha para disipar las sospechas que también parecen pesar

sobre el duque de Osuna - d e quien es secretario-, presumiblemente molesto, según

los indicios recabados por Montemayor, por algunas alusiones del Quijote cervantino

acaso desatentas contra su vida privada. La tesis de Quevedo al respecto parece coherente:

en el Quijote de Avellaneda no aparece ninguna alabanza a Osuna, y esta es una

forma muy poco eficaz de desagraviar a quien se considera agraviado, más si el

autor es el agraviado en persona 2 3 .

En cuanto a los personajes creados por Mateo-Sagasta, resulta ciertamente original

el razonamiento de la condesa de Cameros: sea quien sea el verdadero Avellaneda,

es de todo punto imposible que se trate de una mujer por una razón sutil que afecta

a la superioridad que caracteriza a la perspicacia femenina a la hora de elegir los

temas:

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- El cuento del soldado que duerme con la recién parida haciéndole creer

que es su marido. Ninguna mujer habría escrito semejante bobada 2 4 .

Así las cosas, ¿quién se oculta bajo la falsa identidad de Avellaneda? El desenlace

de las pesquisas del protagonista no puede ser más sorprendente: los autores del Quijote

apócrifo son Juan Blanco de P a z 2 5 , compañero de cautiverio y enemigo de Cervantes,

y Jerónimo de Pasamonte, a quien Montemayor reconoce significativamente en maese

Pedro, aquel tipo con un mono adivino al que había visto preparando su tablado

de marionetas en el mesón de su amigo Chete. Todo un guiño para el lector informado,

y toda una trama de corte próximo a la novela detectivesca. El mismo Lope, animado

por el marqués de Hornacho -agradecido por el interés del protagonista en aclarar

la muerte de su esposa- , facilita la declaración de los verdaderos autores, a los que

el marqués, como muestra de su gratitud hacia Isidoro, ha pagado para que confiesen

la verdad. Sabemos, así, que Blanco de Paz y Pasamonte, contratado por el primero,

escriben la segunda parte de 1614 motivados por una evidente intención vindicativa,

pero también por razones económicas. La confesión es finalmente posible porque

el de Hornacho ha pagado más que el instigador del plan que condujo al Quijote

apócrifo.

En cuanto a la identidad de este instigador, la clave se encierra en la misteriosa

respuesta que, en un latín fallido, da la cabeza parlante de Afrodita que guarda el

marqués de Hornacho en su gabinete cuando se le pregunta quién es Avellaneda:

cancros orbis fel. Isidoro desentraña el misterio: cancros orbis fel es un anagrama

de Francisco R o b l e s 2 6 , el editor del Quijote, que ha pagado a Blanco de Paz y a

Pasamonte - a quienes ya apuntaban, respectivamente, el mismo Cervantes 2 7 y Luis

Vélez de G u e v a r a 2 8 - para que escriban una continuación de la obra de Cervantes

en la que además se vertiesen algunos insultos contra él, con el ánimo de "despertarlo

de su letargo" 2 9 e incitarlo a escribir la verdadera segunda parte de su obra. En

medio de toda esta estrategia, Isidoro Montemayor descubre, con una rabia que el

lector comprende fácilmente, que ha sido utilizado por el mismo que le pagó para

averiguar quién se ocultaba bajo el falso nombre de Avellaneda, y sus palabras, cargadas

de desengaño, no pueden ser más reveladoras:

Era evidente que Robles me había utilizado para sus fines. Superado el

estupor inicial, empezaba a sentir cómo crecía la ira en mi interior. Aquel

descubrimiento daba al traste con todos mis sueños. Por lo que parecía, el

muy hijo de puta me había hecho ir de un lado para otro removiendo la mierda.

¿Para qué? Para que todo el mundo supiera de Avellaneda y forzar a Cervantes

a contestar. Y o era el tercer hombre necesario para culminar su plan; Pasamonte,

Blanco de Paz y Montemayor, tres patas de una banqueta que acabaría en

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el fuego. Noté cómo la sangre se calentaba cada vez más en mis venas, pero

procuré mantenerme ecuánime. ¿Y ahora qué?, me pregunté. ¿Podía ir a su

casa a decirle que el juego se había acabado, que tenía a su culpable, que

él mismo era Avellaneda? ¿Qué respondería? Muy bien, Isidoro, lo has

descubierto, y ahora a callar, que te conv iene 3 0 .

3. El universo de la literatura áurea

Atento a los detalles del momento histórico en el que transcurren los hechos, la

recreación de Mateo-Sagasta refleja con acierto la personalidad de las principales

figuras literarias de los Siglos de Oro y parece dispensar además al lector informado

algún guiño acerca de algunos autores y obras significativos de los siglos anteriores

y posteriores al XVII.

Motivados por la especial resonancia del Quijote de Avellaneda, los personajes

citan algunas de las primeras recreaciones de la obra original de Cervantes, entre

las que cabe destacar las de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo y Guillen de Castro 3 1 .

Por otra parte, y hablando de recreaciones, la actividad literaria de los personajes

secundarios, amigos de Isidoro de Montemayor, refleja algún dato de valor singular.

Es el caso del bodeguero Chete, hombre cultivado a pesar de su oficio, que lleva

casi dos años trabajando en una obra que recrea la misma trama y los mismos personajes

que pocos años antes había inmortalizado William Shakespeare. Al lector no le cuesta

ningún trabajo reconocer la peripecia amorosa de Romeo y Julieta en las palabras

del protagonista-narrador, cuyo desafortunado comentario final no tiene desperdicio:

Su última composición, en la que lleva trabajando casi dos años, es un

romance extenso inspirado en una noveletta del piamontés Mateo Bandello

sobre el desventurado amor de unos jóvenes pertenecientes a dos familias

enemistadas de Verona, los Montecchi y los Capuletti. Personalmente no le

veo interés a ese tipo de tragedias italianas, pero hay gustos para t o d o 3 2 .

Entre todos los autores del barroco español que desfilan por las páginas de Ladrones

de tinta, el narrador trata con especial admiración a don Juan de Tassis, conde de

Villamediana, "divertido y aterrador" 3 3, cuya agudeza y mordacidad hace superiores

a las propias del mismísimo Quevedo - q u e también aparece, como Góngora, en la

recreación de Mateo-Sagasta-y cuya elegancia y porte exquisitos, en los que no por

casualidad destaca su gusto por los diamantes, lo convierten en "la personificación

de Mercurio" 3 4 . Es el mismo Villamediana quien narra personalmente a Cervantes

y a Montemayor sus peripecias amorosas con la mujer de un conocido alguacil de

la Corte cuya complaciente condición celebra el conde: "Buen cornudo este Vergel" 3 5 .

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N o es tratado con la misma simpatía el capitán Alonso de Contreras, que levanta

bandera de enganche en la plaza de Antón Martín para reclutar hombres que acudan

en auxilio de la plaza de la Mamora, asediada por el rey de Marruecos 3 6 . La relación

del protagonista con Contreras, que le inspira un temor más que evidente, pone de

relieve una de las facetas más sobresalientes de la personalidad de Montemayor, inspirador

de sugerencias que se traducirán en algunas de las obras más importantes del panorama

literario áureo. Así, por ejemplo, Isidoro recomienda a Alonso de Contreras que escriba

sus memorias 3 7 , y en medio de su conversación con Luis Vélez de Guevara, con

quien comparte sus pesquisas para identificar a Avellaneda, le da - c o n la leve variante

del nombre de la torre, que en Ladrones de tinta no es la de San Salvador- una

pista que el lector reconocerá fácilmente en El diablo cojuelo:

- Ojalá pudiera subirme a la torre de San Ginés y levantar los tejados

de la ciudad para ver sus secretos, pero me temo que las cosas no funcional

así.

- N o es mala idea -dijo Luis V é l e z - 3 8 .

Por otra parte, es Isidoro quien inspira su sobrenombre literario -Tirso de M o l i n a 3 9 -a fray Gabriel Téllez, y quien sugiere a Lope de Vega la pertinencia de recrear literariamente los sucesos de Fuenteovejuna con todos los ingredientes necesarios para conseguir el mayor e fec t i smo 4 0 , en perfecta sintonía con lo que sostiene el autor del Arte nuevo de hacer comedias. Más adelante, Lope celebra la sugerencia y hace saber al protagonista que la va a aprovechar:

- Por cierto - comentó Lope - , he estado reflexionando sobre su idea de Fuente Ovejuna. Creo que la voy a utilizar. Al fin y al cabo tenía usted razón, el tema de fondo ya lo traté en Peribáñez y tuvo muy buena acog ida 4 1 .

Al final de la novela, las palabras de Isidoro dan lugar a entender que Lope volverá

a beneficiarse de sus sugerencias, y se ve con claridad que su experiencia personal

como secretario y amante de la condesa de Cameros será la clave del argumento

de El perro del hortelano:

U n secretario enamorado de su dama es una quimera imposible, aunque

ella le corresponda (•••) Tiene gracia. La próxima vez que vea a don Lope

le contaré mi historia, a lo mejor le da pie a una comedia a la que su genio

encuentre el modo de dar un final f e l i z 4 2 .

En alguna otra ocasión, Isidoro no es el inspirador de una idea literaria, pero asiste

a acontecimientos, personajes e incluso diálogos muy fácilmente identificables con

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los propios de alguna obra especialmente conocida. Es el caso de la respuesta que da el iracundo marqués de Barcarrota a fray Gabriel Téllez cuando el mercedario intenta defender al enano Gustavín de la amenaza de la castración:

- Basta, padre, no vaya más lejos. Y o sólo respondo de mis actos ante

el rey. - Antes o después tendrá que hacerlo ante Dios .

- ¿Ante Dios? ¡Ja! Largo me lo fía, padre 4 3 .

Por si no estuviese suficientemente claro que estamos asistiendo a la ficción del nacimiento del protagonista de El burlador de Sevilla de Tirso, poco más adelante, y ante la pregunta de Montemayor acerca de la posibilidad de inspirarse en Bancarrota para construir una obra protagonizada por un personaje así, fray Gabriel asiente y añade a la configuración del protagonista de su futura creación rasgos propios del duque de Sessa y del duque de Osuna, o lo que es lo mismo - y las pistas ya son definitivas-, "un amoral orgulloso capaz de invitar a la misma muerte a compartir mesa con él sin que le tiemble una ceja" para el que Tirso ya tiene un nombre decidido: don Juan 4 4 .

Este es uno de los rasgos más logrados de la elaboración del protagonista de Ladrones de tinta, y esta es también una de las singularidades de la metaliteratura: de la mano de la ficción que plantea Mateo-Sagasta, aceptamos la invitación a entender - o lo que es lo mismo, jugamos una vez más a entender- que algunas de las obras más representativas de nuestra literatura áurea se deben a la intervención de Isidoro de Montemayor, convertido ahora, en virtud del juego, en la clave recién hallada de algo que en realidad no se había perdido nunca. Es el poder de la literatura recreadora, que reinterpreta a la literatura anterior poniendo ante los ojos del lector una propuesta que en este caso resulta tanto más atractiva cuanto menos p o s i b l e 4 5 , invitándole a releer, con los ojos velados por el juego, el texto del Quijote de 1615, y desentrañando, con el impreciso instrumental de la ficción, las claves que aún parecen ocultarse bajo el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda. Todo un edificio alzado, en fin, sobre los pilares gratamente frágiles de la literatura.

NOTAS

1 Nos referimos especialmente a las novelas que recrean la biografía de Cervantes de las que tenemos conocimiento: Vida (y muertes) de Cervantes, de Stephen Marlowe (Barcelona, Plaza y Janes, 1993, publicada por primera vez en Londres en 1991), El comedido hidalgo, de Juan Eslava Galán (Barcelona, Planeta, 1994) y Cervantes. La novela de un genio, de Bruno Frank (Barcelona, Edhasa, 1995, publicada por primera vez en Munich en 1978).

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2 Alfonso Mateo-Sagasta, Ladrones de tinta, Barcelona, Ediciones B, 2004. El interés que nos ha suscitado la lectura de esta novela justifica que le hayamos dedicado un trabajo anterior {"Ladrones de tinta, de Alfonso Mateo-Sagasta (2004). La presencia de Cervantes y la crítica del Quijote de 1605"), expuesto en el Coloquio Internacional "Cervantes y el Quijote" celebrado en Oviedo (27-29 de octubre de 2004), que será publicado en las actas correspondientes, a las que remitimos para completar los detalles de la presente ponencia.

3 Salta a la vista el parecido de esta frase con la que pronuncian los moriscos al celebrar su encuentro con Sancho en el capítulo II, 54 del Quijote: "De cuando en cuando juntaba alguno su mano derecha con la de Sancho y decía: -Español y tudesqui, tuto uno: bon compaño" Citamos por la edición de Francisco Rico, Barcelona, Instituto Cervantes-Crítica, 1998.

4 Op. cit, p. 165. 5 Isidoro interviene, como vemos, en la génesis del Quijote de 1615. El nacimiento del

Quijote de 1605 ha sido objeto de un gran interés por parte de recreaciones literarias de muy diverso tipo, que estudiamos en nuestros trabajos "La génesis del Quijote como objeto de ficción en la literatura hispánica (1861-1993)" (ap. Giuseppe Grilli, ed., Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Ñapóles, Istituto Universitario Oriéntale, 1995, pp. 727-743) y "La etapa andaluza de Cervantes en la novela biográfica: Bruno Frank, Stephen Marlowe y Juan Eslava Galán" (ap. Pedro Ruiz Pérez, ed., Actas del Coloquio Internacional "Cervantes en Andalucía". Sevilla, Ayuntamiento de Estepa, 1999, pp. 257-274). Aparte de las obras a las que hacemos referencia en estos estudios, añadimos el interés que ofrece en el mismo sentido el cuento de José Jiménez Lozano "Las tardanzas del tiempo", publicado en el diario La Estrella (1 de junio de 2003, p. 48), a cuya lectura remitimos.

* Op. cit, p. 168. i Op. cit, p. 169. 8 Op. cit, p. 170. 9 Cfr. op. cit., p. 296. 1 0 Cfr. op. cit, 512-513. Para contribuir a elaborar el misterio en tomo a las circunstancias

de la publicación del Quijote apócrifo, el canónigo Francisco de Torme y de Liori sostiene ante Isidoro con indignada rotundidad que él no ha otorgado la licencia a la que se refiere la condesa de Cameros, ni ha encargado al sacerdote Rafael Ortoneda la redacción de la licencia suscrita el 18 de abril del mismo año (cfr. op. cit., pp. 130-131).

11 Op. cit., p. 572. Isidoro había mostrado mucho antes su opinión adversa sobre el Quijote de Avellaneda tanto en términos generales ("El libro me pareció un poco reiterativo, los personajes carecían de sutileza, don Quijote era un loco desmesurado y Sancho un zafio glotón. Además, el autor tendía a extenderse al principio y al final de cada episodio con un largo discurso moral más al estilo de El Guzmán de Alfarache", op. cit., p. 200) como acerca de la actitud de Alvaro Tarfe y su relación con el final de don Quijote, que le decepciona y le merece una opinión crítica: "En la obra de Avellaneda, don Alvaro Tarfe, uno de sus personajes principales, ingresa a don Quijote en el hospital del Nuncio, en Toledo, y lo abandona entre otros tantos demenciados. Es el final de un pobre loco aquejado de una locura vulgar. Me defraudó. Supongo que esperaba otra cosa. No sé por qué, pero don Quijote no se merecía este final" (op. cit, p. 206). La proposición "ya le digo" se refiere a un "usted" no identificado, el narratario al que se dirige Montemayor desde el principio de su narración, que va perdiendo presencia a medida que ésta evoluciona y reaparece significativamente en los párrafos finales de la novela.

1 2 Op. cit, p. 166. Obviamente, Mateo-Sagasta pone en boca de Cervantes las circunstancias de la participación de Lope en el desastre de la Armada Invencible, en la que se alistó en Lisboa como voluntario el 29 de mayo de 1588, regresando a puerto español en diciembre del mismo año. La experiencia adversa que Lope tuvo en esta aventura nada tuvo que ver con su participación en la victoriosa expedición mandada cinco años antes por Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, con el fin de rendir la isla Terceira, del archipiélago de las

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Azores, a la autoridad del rey Felipe II (Cfr. Alonso Zamora Vicente, Lope de Vega, Barcelona, Salvat, 1988, pp. 41-49). El Cervantes de Mateo-Sagasta prefiere soslayar este buen recuerdo en la experiencia militar de Lope.

13 Cfr. op. ext., p. 183. 14 Cfr. op. cit., pp. 263-264. 15 Cfr. op. cit, p. 433. 1 6 Cfr. op. cit, p. 285. El mismo Isidoro había anticipado esta presunción algunos capítulos

antes: "Quiero pensar que Lope lo habría hecho mejor" (Op. cit, p. 211). 17 Op. cit, p. 460. i» Cfr. op. cit, p. 325. 19 Op. cit, p. 365. 20 Cfr. op. cit, pp. 381-382. 21 Op. cit., pp. 431-432. 22 Cfr. op. cit, pp. 493-494. 2 3 Cfr. op. cit, p. 536. El banquero Pablo Cimorro, amigo de Isidoro de Montemayor,

había puesto especial énfasis en la importancia que el duque de Osuna concede a la opinión que de él tiene el pueblo (cfr. p. 257). Mateo-Sagasta pone en boca de Luis Vélez de Guevara otra alusión, aunque forzada, a otro noble, el duque de Medinasidonia, almirante de la Armada Invencible, a quien, según él, apunta doblemente Cervantes primero por medio del "siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona" -el "príncipe de la Nueva Vizcaya" al que don Quijote sitúa al frente de uno de los dos ejércitos en los que convierte a los rebaños que el narrador describe en I, 18-, que hay que entender en verdad, según apoya el mismo Montemayor, como "el timonel de la carcajada (•••) por la vergüenza de la Invencible" (op. cit, p. 226), y después a través del galeote condenado por alcahuete entre los presos liberados por don Quijote en I, 22, alusión que implica que sobre Medinasidonia pesa la sospecha de alcahuetería, no esclarecida debidamente por los personajes.

2 4 Op. cit, p. 344. La condesa de Cameros se refiere, obviamente, a uno de los momentos del cuento del Rico desesperado que el soldado Antonio de Bracamonte narra en los capítulos XV y XVI del Quijote de Avellaneda, pasaje que a Tirso, según él mismo dice, le gusta especialmente. En la parte de la narración que afecta al capítulo XV, un soldado español se hace pasar por monsieur de Japelín para gozar a su esposa recién parida la misma noche del parto; en el capítulo siguiente sabremos que Japelín tomará cumplida venganza del soldado dándole muerte (cfr. Alonso Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. de Femando García Salinero, Madrid, Castalia, 1972, cap. XV y XVI, pp. 211-236).

2 5 Juan Blanco de Paz, el dominico de triste recuerdo en la biografía de Cervantes por haber delatado ante Hasán Bajá sus planes de fuga, es tratado con especial acritud por Bruno Frank en el capítulo "Indagación sobre la limpieza de sangre" de su recreación biográfica Cervantes. La novela de un genio, ya citada. Vid. especialmente p. 314.

2 6 Con la definición de este anagrama, Mateo-Sagasta vuelve por donde solían algunos críticos como Rivero, Vindel, Sánchez Pérez, Díaz Solís o el mismísimo Menéndez Pelayo, empeñados en interpretar la verdadera identidad del autor del Quijote apócrifo a partir de posibles claves ocultas en el texto. Vid. nuestro trabajo "Algunas consideraciones acerca del tratamiento de la pseudohistoricidad en el Quijote apócrifo", ap. Ignacio Arellano et al, ed., Studia Áurea. Actas del III Congreso de la AISO, Navarra, GRISO-LEMSO, 1996, v. III, pp. 289-295.

2 7 Cfr. op. cit, pp. 322-324. 2« Cfr. op. cit., p. 225. 29 Op. cit., p. 560. 3 0 Op.cit, p. 563. Alfonso Martín Jiménez considera que hay evidencias suficientes para

sostener que Jerónimo de Pasamonte es el verdadero autor del Quijote apócrifo. Remitimos

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a sus trabajos El Quijote de Cervantes y el Quijote de Pasamente: una imitación recíproca. La Vida de Pasamonte y "Avellaneda", Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2001, y Cervantes y Pasamonte. La réplica cervantina al Quijote de Avellaneda, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004.

3 1 Mateo-Sagasta no pone en boca de sus personajes los títulos a los que se refiere. Es evidente que se refiere a la novela El caballero puntual, publicada por Salas Barbadillo en Madrid el mismo año que la continuación de Avellaneda, y a la comedia de Guillen de Castro Don Quijote de la Mancha, probablemente escrita entre el año de la aparición de la primera parte del Quijote y 1608.

32 Op. cit., p. 87. 33 Op. cit., p. 246. 34 Op.cit, p. 328. 3 5 Op. cit, p. 331. Se trata, evidentemente, del mismo Pedro Vergel que el cáustico Villamediana

ridiculizó en varios de sus poemas. Véanse el "Soneto al mismo [Pedro Vergel]", cuyo segundo cuarteto no puede comenzar de forma más explícita ("Aunque en esto de cuernos es maestro/y de la facultad es el decano", ap. Conde de Villamediana, Poesía impresa completa, ed. de José Francisco Ruiz Casanova, Madrid, Cátedra, p. 439), el famoso epigrama tantas veces puesto como ejemplo de mordaz ingenio ("¡Qué galán que entró Vergel/con cintillo de diamantes/diamantes que fueron antes/de amantes de su mujer", op. cit, p. 1074) y la redondilla "A don Pedro Vergel, alguacil de corte", referida al lance taurino de Vergel en las corridas de toros del 6 de julio de 1622 (cfr. la explicación del poema y la n. 9 de la p. 853 de la edición citada), algunos de cuyos versos son de una descamada e ingeniosa evidencia ("El toro tuvo razón/en no osar acometer/pues mal pudo él oponer/dos cuernos contra un millón", w . 25-28, p. 854; "De otras armas te apercibe/toro, para tu defensa/que a Vergel no hacen ofensa/cuernos, pues con ellos vive", w . 45-48, p. 855; "Conseguirás lauro eterno/Vergel, con sumo tesoro/pues venciste toro a toro/peleando cuerno a cuerno", w . 57-60, ibidem). Las relaciones amorosas de Villamediana con la esposa del alguacil Vergel han sido también recreadas por Femando Fernán-Gómez en su novela Capa y espada (Madrid, Espasa, 2001, pp. 67-69).

3 6 Cfr. op. cit, pp. 80-81. 3 7 Cfr. op. cit, p. 454. 3 8 Op. cit., p. 219. 3 9 Cfr op. cit, pp. 390-394. 40 Cfr. op.cit., pp. 458-459. 41 Op.cit., p. 543. 42 Op. cit, p. 572. Hasta qué punto sea casual o motivado que el protagonista de Ladrones

de tinta se llame Isidoro por el hecho de que su homólogo en El perro del hortelano se llame Teodoro, es algo que se nos antoja muy difícil de dilucidar. Lo que está claro es que entre los nombres de las dos condesas -Diana la de Lope y Micaela la de Mateo-Sagasta-no hay relación alguna, y dista mucho de nuestro interés y de nuestra costumbre forzar interpretaciones abetrusas.

43 Op. cit., p. 384. 44 Op. cit., p. 392. Sin dejar de anotar la coincidencia con todas las cautelas, quizá no

resulte casual, apuntando a la recreación romántica que hace José Zorrilla de la obra de Tirso, el hecho de que el aprendiz del barbero y dentista Ximenet se llame precisamente Chuti. Con las mismas cautelas, de forma más desarrollada, y en una misma línea de posible "anticipación barroca" -entiéndase el guiño- a la literatura romántica, Isidoro expresa con palabras muy parecidas el mismo sentimiento dolorido que leemos en el artículo "El día de difuntos de 1836" de Mariano José de Larra. Leamos, respectivamente, las palabras que dedican a Madrid el narrador de Ladrones de tinta y el Larra desesperado que escribe tres meses antes de su suicidio: "A veces me despierto pensando que vivo en un enorme camposanto, una ciudad

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de conventos donde la muerte es la principal industria y los enormes cipreses que emergen tras sus tapias, altos y robustos como chimeneas de una fábrica de vidrio, la enseña de la prosperidad del negocio" (Op. cit., p. 15); "El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo" (Mariano José de Larra, "El día de difuntos de 1836", Artículos varios, ed. de Evaristo Correa Calderón, Madrid, Castalia, 1979, p. 549).

4 5 Es un recurso muy socorrido para ver los hechos y los personajes históricos con una nueva mirada, cuyo sustrato lúdico, innegablemente audaz, tiene su reflejo en el interés que esta propuesta suscita en el lector. Entre otros ejemplos posibles, pienso ahora en el peso que cobra Kaeso, el protagonista de la interesantísima novela Nerópolis, de Hubert Monteilhet (Barcelona, Tusquets, 1997; la novela se editó por primera vez en París en 1984), como verdadero gran sistematizador de la fe cristiana a través de las sugerencias teológicas que le plantea especialmente al apóstol Pablo. El hecho de que esas sugerencias estén en efecto incorporadas al cristianismo permite que el lector, siempre por la vía de la aceptación del juego, reinterprete literaria y lúdicamente que Pablo las ha tenido en cuenta. De esta manera, la reinterpretación puede llegar a ser incluso más atractiva que la verdadera naturaleza de unos hechos que nunca han sido cuestionados, y que ahora parecen aburridos en virtud de su normalidad. Así como la experiencia demuestra a veces que una recreación de cualquier tipo -musical, literaria o cinematográfica- puede ser más interesante y eficaz que su modelo al margen del concepto de "fidelidad" (y tenemos un ejemplo muy claro en la película Bram Stoker's Drácula, de Francis Ford Coppola, estrenada en 1992), puede admitirse que una reinterpretación ficticia de determinados hechos pueda resultar más atractiva que su verdadera explicación.

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