stefan zweig - fouche, el genio tenebroso

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  • 8/2/2019 Stefan Zweig - Fouche, El Genio Tenebroso

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    SStteeffaannZZwweeiigg

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    INTRODUCCIN

    Jos Fouch fue uno de los hombres ms poderosos de su poca y uno de los ms

    extraordinarios de todos los tiempos. Sin embargo, ni goz de simpatas entre suscontemporneos ni se le ha hecho justicia en la posteridad.

    A Napolen en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras yTalleyrand en sus respectivas Memorias y a todos los historiadores franceses realistas,republicanos o bonapartistas-, la pluma les rezuma hiel cuando escriben su nombre.Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, trnsfugaprofesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral... No se le escatiman las injurias. Y niLamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carcter, o, pormejor decir, su admirable y persistente falta de carcter. Por primera vez aparece sufigura, con sus verdaderas proporciones, en la biografa monumental de Luis Madelins, al

    que este estudio, lo mismo que todos los anteriores, tiene que agradecerle la mayor partede su informacin. Por lo dems, la Historia arrincon silenciosamente en la ltima fila delas comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se transformabael mundo, dirigi todos los partidos y fu el nico en sobrevivirles, y que en la luchapsicolgica venci a un Napolen y a un Robespierre. De vez en cuando ronda an sufigura por algn drama u opereta napolenicos; pero entonces, casi siempre reducido alpapel gastado y esquemtico de un astuto ministro de la Polica, de un precursor deSherlock Holmes. La crtica superficial confunde siempre un papel del foro con un papelsecundario.

    Slo uno acert a ver esta figura nica en su propia grandeza, y no el ms

    insignificante precisamente: Balzac. Espritu elevado y sagaz al mismo tiempo, nolimitndose a observar lo aparente de la poca, sino sabiendo mirar entre bastidores,descubri con certero instinto en Fouch el carcter ms interesante de su siglo.Habituado a considerar todas las pasiones -las llamadas heroicas lo mismo que lascalificadas de inferiores-, elementos completamente equivalentes en su qumica de lossentimientos; acostumbrado a mirar igualmente a un criminal perfecto -un Vautrin- que aun genio moral -un Luis Lambert-, buscando, ms que la diferencia entre lo moral y loinmoral, el valor de la voluntad y la intensidad de la pasin, sac de su destierrointencionado al hombre ms desdeado, al ms injuriado de la Revolucin y de la pocaimperial. El nico ministro que tuvo Napolen, le llama,singulier gnie, la plus forte tteque je connaiss, una de las figuras que tienen tanta profundidad bajo la superficie y que

    permanecen impenetrables en el momento de la accin, y a las que slo puedecomprenderse con el tiempo. Esto ya suena de manera distinta a las depreciacionesmoralistas. Y en medio de su novela Une tnbreuse affaire dedica a este genio grave,hondo y singular, poco conocido, una pgina especial. Su genio peculiar -escribe-, quecausaba a Napolen una especie de miedo, no se manifestaba de golpe. Este miembrodesconocido de la Convencin, lino de los hombres ms extraordinarios y al mismotiempo ms falsamente juzgados de su poca, inici su personalidad futura en losmomentos de crisis. Bajo el Directorio se elevo a la altura desde la cual saben loshombres de espritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado; luego,sbitamente -como ciertos cmicos mediocres que se convierten en excelentes actorespor una inspiracin instantnea-, di pruebas de su habilidad durante el golpe de Estado

    del 18 de Brumario. Este hombre, de cara plida, educado bajo una disciplina conventual,

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    que conoca todos los secretos del partido de la Montaa, al que perteneci primero, lomismo que los del partido realista, en el que ingres finalmente; que haba estudiadodespacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prcticas de la escena poltica,aduese del espritu e Bonaparte, dndole consejos tiles y proporcionndole valiosos

    informes... Ni sus colegas de entonces ni los de antes podan imaginar el volumen de sugenio, que era, sobre todo, genio de hombre de Gobierno, que acertaba en todos susvaticinios con increble perspicacia. Estos elogios de Balzac atrajeron por primera vez laatencin sobre Fouch, y desde hace aos he considerado ocasionalmente lapersonalidad a la que Balzac atribuye el haber tenido mas poder sobre los hombres queel mismo Napolen. Pero Fouch pareca haberse propuesto, lo mismo en vida que en laHistoria, ser una figura de segundo trmino, un personaje a quien no agrada que leobserven cara a cara, que le vean el juego. Casi siempre est sumergido en losacontecimientos, dentro de los partidos, entre la envoltura impersonal de su cargo, taninvisible y activo como el mecanismo de un reloj. Y rara vez se consigue captar, en eltumulto de los sucesos, su perfil fugaz en las curvas ms pronunciadas de su ruta. Y ms

    extrao an! Ninguno de esos perfiles de Fouch, cogidos al vuelo, coinciden entre s aprimera vista. Cuesta trabajo imaginarse que el mismo hombre que fue sacerdote yprofesor en. 1790, saquease iglesias en 1792, fuese comunista en 1793, multimillonariocinco aos despus y Duque de Otranto algo ms tarde. Pero cuanto ms audaz leobservaba en sus transformaciones, tanto mas interesante se me revelaba el carcter, omejor, la carencia de carcter de este tipo maquiavlico, el ms perfecto de la pocamoderna. Cada vez me pareca ms atractiva su vida poltica, envuelta toda en lejana ymisterio, cada vez ms extraa, mas demonaca su figura. As me decid a escribir, casisin proponrmelo, por pura complacencia psicolgica, la historia de Jos Fouch, comoaportacin a una biografa que estaba sin hacer y qu era necesaria: la biografa deldiplomtico, la ms peligrosa casta espiritual de nuestro contorno vital, cuya exploracinno ha sido realizada plenamente.

    Una biografa as, de una naturaleza perfectamente amoral, an siendo, como la deJos Fouch, tan singular y significativa, me doy cuenta de que no va con el gusto de lapoca. Nuestra poca quiere biografas heroicas, pues la propia pobreza de cabezaspolticamente productivas hace que se busquen ms altos ejemplos en los tiempospasados, No desconozco de ninguna manera el poder de las biografas heroicas, queamplifican el alma, aumentan la fuerza y elevan espiritualmente. Son necesarias, desdelos das d Plutarco, para todas las generaciones en fase de crecimiento, para todajuventud nueva. Pero precisamente en lo poltico albergan el peligro de una falsificacinde la Historia, es decir: es como si siempre hubiesen decidido el destino del mundo las

    naturalezas verdaderamente dirigentes. Sin duda domina una naturaleza heroica por susola existencia, an durante decenios y siglos, la vida espiritual, pero nicamente laespiritual. En la vida real, verdadera, en el radio de accin de la poltica, determinan raravez -y esto hay que decirlo como advertencia ante toda fe poltica- las figuras superiores,los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia est en manos de otros hombresinferiores, aunque mas hbiles: en las figuras de segundo trmino. De 1914 a 1918hemos visto como las decisiones histricas sobre la guerra y la paz no emanaron de larazn y de la responsabilidad, sino del poder oculto de hombres annimos del masequvoco carcter y de la inteligencia mas precaria. Y diariamente vemos de nuevo queen el juego inseguro y a veces insolente de la poltica, a la que las naciones confan ancrdulamente sus hijos y su porvenir, no vencen los hombres de clarividencia moral, de

    convicciones inquebrantables, sino que siempre son derrotados por esos jugadores

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    profesionales que llamamos diplomticos, esos artistas de manos ligeras, de palabrasvanas y nervios fros. Si verdaderamente es la poltica, como dijo Napolen hace ya cienaos, la fatalite moderne, la nueva fatalidad, vamos a intentar conocer los hombres quealientan tras esas potencias, y con ello, el secreto de su poder peligroso. Sea la historia

    de la vida de Jos Fouch una aportacin a la tipologa del hombre poltico.

    Salzburgo, otoo 1929.

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    CAPTULO PRIMERO

    ASCENSO

    (1759-1793)EL 31 de mayo de 1759 nace Jos Fouch -todava le falta mucho para ser Duque de

    Otranto!- en el puerto de Nantes. Marineros y mercaderes sus padres y marineros susantepasados, nada ms natural que l continuase la tradicin familiar; pero bien pronto sevi que este muchacho delgaducho, alto, anmico, nervioso, feo, careca de toda aptitudpara oficio tan duro y verdaderamente heroico en aquel tiempo. A dos millas de la costa,se mareaba; al cuarto de hora de correr o jugar con los chicos, se cansaba. Qu hacer,pues, con una criatura tan dbil?, se preguntaran los padres no sin inquietud, porque enla Francia de 1770 no hay todava lugar adecuado para una burguesa ya despierta y enempuje impaciente. En los tribunales, en la administracin, en cada cargo, en cada

    empleo, las prebendas substanciosas se quedan para la aristocracia; para el servicio deCorte se necesita escudo condal o buena barona; hasta en el ejrcito, un burgus concanas apenas llega a sargento. El Tercer Estado no se recomienda an en ninguna partede aquel reino tan mal aconsejado y corrompido; no es extrao, pues, que un cuarto desiglo ms tarde exija con los puos lo que se le neg demasiado tiempo a su manoimplorante. No queda ms que la Iglesia. Esta gran potencia milenaria, que superainfinitamente en sabidura mundana a las dinastas, piensa ms prudente, msdemocrtica, ms generosamente. Siempre encuentra sitio para los talentos y recoge almas humilde en su reino invisible. Como el pequeo Jos se destaca ya estudiando en elcolegio de los oratorianos, le ceden con gusto la ctedra de Matemticas y Fsica paraque desempee en ella los cargos de inspector y profesor. A los veinte aos adquiere en

    esta Orden -que desde la expulsin de los jesuitas prevalece en toda Francia- laeducacin catlica, honores y cargo. Un cargo pobre, sin mucha esperanza de ascenso;pero siempre una escuela en la que l mismo aprende a la vez que ensea. Podra llegarms alto: ser fraile un da, tal vez obispo o Eminencia, si profesara. Pero cosa tpica enJos Fouch: ya en el escaln inicial, en el primero y ms bajo de su carrera, resalta unrasgo caracterstico de su personalidad: la antipata a ligarse completamente, de manerairrevocable, a alguien o a algo. Viste el habito de clrigo, esta tonsurado, comparte la vidamonacal de los dems Padres espirituales, y durante diez aos de oratoriano en nada sediferencia, ni exterior ni interiormente, de un sacerdote. Pero no toma las rdenesmayores, no hace voto; como en todas las situaciones de su vida, dejase abierta laretirada, la posibilidad de variacin y cambio. A la Iglesia se da temporalmente y no porentero, lo mismo que mas tarde al Consulado, al Imperio o al Reino. Ni siquiera con Diosse compromete Jos Fouch a ser fiel para siempre.

    Durante diez aos, de los veinte a los treinta, anda este plido y reservadosemisacerdote por claustros y refectorios silenciosos. Da clase en Niort, Saumur,Vendome, Pars, pero casi no siente el cambio de lugar, pues la vida de un profesor deseminario se desarrolla igual en todas partes: pobre, silenciosa e insignificante, lo mismoen una ciudad que en otra, siempre tras muros callados, siempre apartado de la vida.Veinte, treinta, cuarenta discpulos, a los que ensea latn, matemticas y fsica;muchachos plidos, vestidos de negro, a los que lleva a misa y a los que vigila en eldormitorio. Lectura solitaria en libros cientficos, comidas pobres y sueldos mezquinos.

    Una existencia conventual, humilde. Anquilosados, irreales, al margen del tiempo y del

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    espacio, estriles y humillantes, parecen estos diez aos silenciosos y sombros de la vidade Fouch. Sin embargo, aprende durante ellos lo que ha de ser, ms tarde, infinitamentetil al diplomtico: el arte de callar, la ciencia magistral de ocultarse a s mismo, lamaestra para observar y conocer el corazn humano. Si este hombre, an en los

    momentos de mayor pasin de su vida, llega a dominar hasta el ltimo msculo de sucara; si es imposible percibir una agitacin de ira, de amargura, de emocin en su fazinmvil, como emparedada en silencio; si con la misma voz apagada sabe pronunciar locotidiano y lo terrible, y si puede cruzar con el mismo paso sigiloso los aposentos delEmperador y la frentica Asamblea popular, ello se debe a la disciplina incomparable dedominio sobre s mismo aprendida en los aos de religin; a su voluntad domada en losejercicios de Loyola, y a su expresin educada en las discusiones de la retricaeclesistica secular. Tal es el aprendizaje de Fouch antes de poner el pie sobre el podiode la escena mundial. Quiz no sea casualidad que los tres grandes diplomticos de larevolucin francesa: Talleyrand, Sieyes y Fouch, salieran de la escuela de la Iglesiamaestros en el arte humano mucho antes de pisar la tribuna. El mismo lastre religioso

    pone un sello especial a sus caracteres -por lo dems contradictorios-, dndoles en losminutos decisivos cierto parecido. A esto rene Fouch una autodisciplina frrea, casiespartana, una resistencia interior extraordinaria contra el lujo, la fastuosidad y el arte sutilde saber ocultar la vida privada y el sentimiento personal. No, estos aos de Fouch a lasombra de los claustros no fueron perdidos. Aprendi enseando.

    Tras muros de conventos, en aislamiento severo, se educa y desarrolla este espritusingularmente elstico e inquieto, llegando a alcanzar una verdadera maestrapsicolgica. Durante aos enteros slo puede actuar invisiblemente en el crculo espiritualms estrecho; pero ya en 1778 comienza en Francia esa tempestad social que inundahasta los muros mismos del convento. En las celdas de los oratorianos se discute sobre

    los derechos del hombre igual que en los clubes de los francmasones. Una extraacuriosidad empuja a estos sacerdotes jvenes hacia lo burgus, curiosidad que hacederivar tambin la atencin del profesor de Fsica y Matemticas hacia losdescubrimientos sorprendentes de la poca: las primeras aeronaves -los montgolfiers- ylos grandiosos inventos en el terreno de la electricidad y la medicina. Los religiososbuscan contacto con los crculos intelectuales, y este contacto lo facilita en Arras uncrculo extrao llamado de los Rosatis, una especie de Schlaraffia, en la que losintelectuales de la ciudad se renen en animadas veladas. El ambiente es modesto.Pequeos burgueses, gente insignificante, recitan poesas o pronuncian discursosliterarios; los militares se mezclan con los paisanos. Jos Fouch, el profesor religioso, esmuy bien recibido en estas veladas, pues sabe mucho sobre los nuevos descubrimientos

    de la Fsica. All, en amigable reunin, escucha, por ejemplo, como recita un capitn deingenieros llamado Lazaro Carnot versos satricos, compuestos por l mismo, o atiende alflorido discurso que pronuncia el plido abogado, de delgados labios, Maximiliano deRobespierre (entonces an daba importancia a su nobleza) en honor de los Rosatis.An disfruta la provincia de los ltimos soplos del Dixhuitieme filosofante. Reposadamenteescribe el seor de Robespierre, en vez de sentencias de muerte, graciosos versos; elmdico suizo Marat, en vez de crueles manifiestos comunistas, escribe una noveladulzona y sentimental, y en algn rincn de provincia se afana el pequeo tenienteBonaparte por imitar al Werther con una novela. Las tempestades estn todava invisiblestras el horizonte.

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    Parece un juego del destino: precisamente con este abogado plido, nervioso, deorgullo inconmensurable, llamado Robespierre, hace amistad el tonsurado profesor deseminario, y sus relaciones estn en el mejor camino de trocarse en parentesco, puesCarlota Robespierre, la hermana de Maximiliano, quiere curar al profesor de los

    oratorianos de sus achaques msticos, y se murmura de este noviazgo en todas lasmesas. Porqu se deshacen al fin estas relaciones no se ha sabido nunca; pero quiz seoculte aqu la raz del odio terrible, histrico, entre estos dos hombres, tan amigos antaoy que ms tarde lucharon a vida o muerte. Entonces nada saben an de jacobinismo y derencor, al contrario: cuando mandan a Maximiliano de Robespierre como delegado a losEstados Generales, a Versalles, para trabajar en la nueva Constitucin de Francia, es eltonsurado Jos Fouch quien presta al anmico abogado las monedas de oro necesariaspara que se pague el viaje y se pueda mandar hacer un traje nuevo. Es simblico el queen esta ocasin, como en tantas otras, tenga los estribos para que otro inicie su carrerahistrica, para luego ser l tambin quien en el momento decisivo traicione y derribe por laespalda al amigo de antao.

    Poco despus de la partida de Robespierre a la Asamblea de los Estados Generales,que ha de hacer temblar los fundamentos de Francia, tienen tambin los oratorianos enArras su pequea revolucin. La poltica ha penetrado hasta los refectorios, y el perspicazoteador que es Jos Fouch hincha con este viento sus velas. A propuesta suya mandanun diputado a la Asamblea Nacional, para demostrar al Tercer Estado las simpatas de losclrigos. Pero esta vez, el hombre tan precavido en otras ocasiones obra conprecipitacin, sin duda porque sus superiores le envan, como medida correccional -lo queno constituye un verdadero castigo, pues carecen de fuerza para ello-, a la institucin filialde Nantes, al mismo puesto donde aprendi de nio los fundamentos de la ciencia y elarte del conocimiento humano. Mas ya es adulto y experto, y no le seduce ensear a los

    muchachos Geometra y Fsica. El sutil oteador presiente que se cierne sobre el pas unatempestad social, que la poltica domina el mundo... Y a la poltica se lanza. De un golpetira la sotana, hace desaparecer la tonsura y en vez de pronunciar sus discursos polticosante los nios lo hace ante los buenos burgueses de Nantes. Se funda un club -siempreempieza la carrera de los polticos en un escenario, prueba de la elocuencia-, y un par desemanas despus ya es Fouch presidente de los Amis de la Constitucin de Nantes.Alaba el progreso, aunque con precaucin y tolerancia, porque el barmetro de la honestaciudad seala una temperatura moderada. Los ciudadanos de Nantes no gustan delradicalismo, temen por su crdito; quieren, sobre todo, hacer buenos negocios. Noquieren -ellos que obtienen de las colonias opulentas prebendas- proyectos tanfantsticos como el de la manumisin de los esclavos. Jos Fouch, certero observador,

    redacta un documento pattico contra la abolicin de la trata de esclavos, que aunque leproporciona una severa represin por parte de Brissot, no mengua su reputacin en elestrecho crculo de los burgueses. Para asegurar su posicin poltica entre ellos (losfuturos electores!), se casa muy pronto con la hija de un rico mercader, una muchachafea, pero de buena posicin, pues quiere convertirse rpidamente en un perfecto burgus;es el tiempo en que -bien lo presiente l- el Tercer Estado va a tener en sus manos ladireccin, el predominio. Todo esto son ya los preliminares del verdadero fin que sepropone. Apenas se convocan elecciones para la Convencin, se presenta el antiguoprofesor de seminario como candidato. Y qu es lo que hace todo candidato? Promete,por lo pronto, a sus buenos electores todo lo que pueda halagarlos. As jura Fouchproteger el comercio, defender la propiedad, respetar las leyes; como en Nantes soplams el viento de la derecha que el de la izquierda, truena con mayor elocuencia contra los

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    partidarios del desorden que contra el viejo rgimen. Y, efectivamente, en 1792 es elegidodiputado de la Convencin, y la escarapela tricolor sustituye, por largo tiempo, a latonsura, llevada oculta y silenciosamente.

    Jos Fouch cuenta en la poca de su eleccin treinta y dos aos. No es de agradablepresencia, ni mucho menos: cuerpo seco, casi espectralmente esmirriado; cara de huesosfinos y lneas picudas; afilada la nariz; afilada y estrecha tambin la boca, siemprecerrada; ojos fros de pez, bajo prpados pesados, casi adormecidos, con las pupilas deun gris felino como bolitas de cristal. Todo en esta cara, todo en este hombre, est, pordecirlo as, provisto de una menguada y fina materia vital. Parece un personaje visto conluz de gas, plido y verdoso; sin brillo en los ojos, sin sensualidad en el gesto, sin metalen la voz, lacio y revuelto el pelo, rojizas y apenas visibles las cejas, de una palidezgriscea las mejillas, jams el pigmento colorea esta cara con arrebol saludable; siemprehace el efecto, este hombre tenaz, inauditamente duro para el trabajo, de un ser cansado,de un enfermo, de un convaleciente. Todo el que le ve recibe la impresin de un hombre

    sin sangre ardiente, roja, pulsante. Y, efectivamente, tambin en lo psquico pertenece ala raza de los flemticos, de los temperamentos fros. No conoce pasiones recias,avasalladoras; no es arrastrado hacia las mujeres ni hacia el juego; no bebe vino, no letienta el despilfarro, no mueve sus msculos, no vive ms que en su estudio, entredocumentos y papeles. Nunca se enfada visiblemente, nunca vibra un nervio en su cara.Slo para una leve sonrisa, corts, mordaz, se contraen estos labios afilados, anmicos;nunca se observa bajo esta mascara gris, terrosa, aparentemente desmadejada, unaverdadera tensin; nunca delatan los ojos, bajo los prpados pesados y orillados, suintencin, ni revela sus pensamientos con un gesto.

    Esta sangre fra, imperturbable, constituye la verdadera fuerza de Fouch. Los nerviosno le dominan, los sentidos no le seducen, toda su pasin se carga y se descarga tras el

    muro impenetrable de su frente. Deja jugar sus fuerzas y acecha despierto las faltas delos dems. Espera pacientemente a que se agote la pasin de los otros o a que aparezcaen ellos un momento de flaqueza para dar entonces el golpe inexorable. Terrible es estasuperioridad de su enervada paciencia; quien as puede esperar y ocultarse, bien puedeengaar hasta al ms sagaz. Obedecer tranquilamente, sin pestaear. Sonriente y fro,soportar las mas recias ofensas, las ms viles humillaciones; ninguna amenaza, ningngesto de rabia conmover a este monstruo de frialdad. Tanto Robespierre como Napolense estrellaran contra esta calma ptrea, como el agua contra la roca. Tres generaciones,toda una poca fluye y refluye en mareas pasionales mientras que l persiste fro einsensible.

    En esta imperturbable frialdad de su temperamento radica el verdadero genio deFouch. Su cuerpo no le pone trabas, no le arrastra; est casi siempre al margen de todo.Su sangre, sus sentidos, su alma, todos estos turbadores elementos del sentir de unhombre normal, estn ausentes en este enigmtico hasardeur, cuya pasin se detienentegra en el cerebro. Este seco personaje de escritorio ama viciosamente la aventura, supasin es la intriga; pero nicamente en la esfera del espritu sabe depurarla y gozar deella, y nada oculta mejor y ms genialmente su lgubre placer de lo catico, del complot,que su disfraz de fiel y honesto burcrata que lleva toda la vida. Tender los hilos desde suaposento, parapetado detrs de expedientes y documentos; asestar el golpe criminal,inesperado e inadvertido, esa es su tctica. Hay que mirar profundamente la Historia parapercibir en la rfaga de la revolucin, en el resplandor legendario de Napolen, la figura

    de Fouch, de apariencia humilde y subalterna, en realidad omnmoda, definidora de una

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    poca. Durante toda una vida acta en la sombra sobre tres generaciones. Patroclo caycomo cayeron Hctor y Aquiles, mientras prevaleci Ulises, el astuto. Su talento sobrepujaal genio; su sangre fra perdura sobre toda pasin.

    La maana del 12 de septiembre hace su entrada en la sala la recin elegidaConvencin. Ya no es tan solemne y pomposo el saludo como, hace tres aos, en laprimera Asamblea Constituyente. Entonces an estaba en el centro un magnfico silln dedamasco bordado con blancas flores de lis: el sitial del Rey; y al entrar ste, se levantrespetuosamente la Asamblea y recibi al Monarca con vivas y ovaciones. Ahora estninvlidos sus castillos, la Bastilla y las Tulleras; ya no hay Rey en Francia; hay slo unseor grueso llamado por sus recios guardianes y jueces Luis Capeto, que se aburrecomo impotente burgus en el Temple y espera su sentencia. En su lugar mandan ahoraen el pas los setecientos cincuenta instalados en su propia casa. Tras la mesapresidencial se yerguen en letras gigantescas las nuevas tablas mosaicas de las leyes, eltexto original de la Constitucin, y adornan las paredes del saln, smbolo amenazador,

    las varas de los lictores y el hacha mortfera.En las galeras se rene el pueblo y contempla curioso a sus representantes.

    Setecientos cincuenta miembros de la Convencin entran a paso lento en la Casa Real,extraa mezcla de todos los estados y profesiones: abogados cesantes con ilustresfilsofos, sacerdotes fugitivos con militares insignes, aventureros fracasados conafamados matemticos y poetas galantes. Como en un vaso violentamente agitado, todose ha mezclado en Francia, todo lo ha invertido la revolucin. Es tiempo de aclarar elcaos.

    Ya la disposicin de los asientos indica un primer ensayo de orden. En el salnanfiteatral, donde se mezclan los alientos y chocan las frases hostiles, estn colocados,

    abajo los tranquilos, los serenos, los cautos: el marais, el pantano, como llamanirnicamente a los que en todas las decisiones carecen de pasin. Los turbulentos, losimpacientes, los radicales, toman asiento arriba, en los bancos ms altos, en lamontaa, que casi tocan con sus ltimas filas las galeras, como para indicarsimblicamente que tienen a su espalda la masa, el pueblo, el proletariado.

    Estas dos potencias sostienen la balanza. Entre ellas se tambalea, en flujo y reflujo, larevolucin. Para los ciudadanos, para los moderados, es ya perfecta la Repblica con laConstitucin conquistada, con la aniquilacin del Rey y de la nobleza, con el traspaso delos derechos al Tercer Estado; ahora quisieran mas bien poner diques y retener la marearemovida desde el fondo, defender lo seguro. Condorcet, Roland, los girondinos son suscabecillas, representantes del clero y de la clase media. Pero los de la montaa quierenseguir empujando la ola hasta que arrastre todo lo que qued existente de antao, todo loanticuado; quieren a Marat, a Danton y Robespierre como jefes del proletariado, larevolution intgrale, radical hasta el atesmo y el comunismo. Despus del Rey quierenechar a tierra las dems potencias viejas del Estado: dinero y Dios. Inquieta, oscila labalanza entre los dos partidos. Si vencen los girondinos, los moderados, se debilitara larevolucin poco a poco en una reaccin primero liberal y luego conservadora. Si vencenlos radicales, navegarn por todas las profundidades y torbellinos de la anarqua. As noengaa la solemne armona de las primeras horas a ninguno de los presentes en el salnpredestinado, cada uno sabe que aqu comenzara pronto una lucha a vida o muerte por elespritu y por el Poder. Y el sitio en que toma asiento un diputado, abajo, en el llano, o

    arriba, en la montaa, indica ya de antemano su decisin.

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    Con los setecientos cincuenta que entran solamente en el saln del Rey destronadoentra tambin, silencioso, cruzada sobre el pecho la banda tricolor de representante delpueblo, Jos Fouch, el diputado de Nantes. Desaparecida la tonsura y olvidado ya eltraje de sacerdote, viste, como los dems, sencilla ropa de ciudadano.

    Dnde tomar asiento Jos Fouch: entre los radicales de la montaa o entre losmoderados del llano? Jos Fouch no titubea mucho tiempo. No conoce mas que unpartido, al que es leal y al que permanecer fiel hasta el fin: al ms fuerte, al de lamayora. As, pesa y cuenta tambin esta vez interiormente los votos y ve que el Poder seinclina del lado de los girondinos, de los moderados. Con ellos estn Condorcet, Roland,Servan, los hombres que tienen en sus manos los Ministerios, que influyen en todos losnombramientos y que reparten las prebendas. All puede estar seguro. Y all toma asiento.

    Pero cuando alza casualmente los ojos hacia arriba, donde han tomado sus posicioneslos adversarios, los radicales, se cruza su mirada con otra mirada severa, desdeosa. Suamigo Maximiliano Robespierre, el abogado de Arras, ha reunido all a su alrededor a sus

    partidarios. Irnico y glacial, a travs de sus impertinentes, observa cruel, orgulloso de supropia terquedad, que no perdona las vacilaciones y flaquezas de los dems, aloportunista Fouch. En este momento se rompe el ltimo lazo de la amistad de estos doshombres. Desde entonces siente Fouch a su espalda, detrs de sus ademanes y susactos, la mirada de cruel examen y severa observacin del eterno acusador, delimplacable puritano. Hay que tener cuidado!

    Nadie tiene ms que l. En los protocolos de las sesiones de los primeros meses faltapor completo el nombre de Jos Fouch. Mientras que todos se precipitan con mpetu ypresuncin hacia la tribuna a hacer proposiciones, a declamar latiguillos, a acusarse yenemistarse, el diputado de Nantes nunca pone los pies sobre el plpito. La insuficiencia

    de voz (as se excusa ante sus amigos y electores) le impide hablar pblicamente. Ycomo todos los dems se quitan, vidos e impacientes, la palabra de la boca, se destacacon simpata el silencio de esta aparente modestia. Pero en verdad no es modestia, sinoclculo. El ex fsico estudia primero el paralelogramo de las fuerzas, observa, vacila antesde formular su opinin, porque ve oscilar continuamente la balanza. Precavido, reserva suvoto decisivo para el momento en que comience a inclinarse definitivamente a un lado o aotro. Por nada gastarse demasiado pronto; por nada sujetarse antes de tiempo; por nadaligarse para siempre! An no se ve claramente si la revolucin ha de avanzar o si ha deretroceder, y, como buen hijo de marinero, espera para lanzarse al lomo de la ola que elviento sea favorable y mantiene entre tanto su nave en el puerto.

    Adems, ya en Arras, tras los muros del convento, haba observado cun pronto sedesgasta en una revolucin la popularidad, cmo se convierte el grito popular deHossaniza en el grito de Crucifige.Todos o casi todos los que durante la poca de losEstados Generales y de la Asamblea Constituyente se haban destacado eran vctimasdel olvido o del odio. El cadver de Mirabeau, ayer an en el Panten, haba sidoexhumado vergonzosamente de aquel lugar; Lafayette, celebrado triunfalmente hacaalgunas semanas como padre de la Patria, era considerado como traidor; Custine,Pethoin, ovacionados poco antes, se arrastraban temerosos en la sombra, lejos de lapublicidad. No. No haba que surgir precipitadamente a la luz, no haba que sujetarsedemasiado ligeramente; que se inutilicen, que se gasten los dems. Una revolucin -losabe muy bien este hombre precozmente sutil- nunca pertenece al primero, al que la

    inicia, sino al ltimo, al que la culmina asindose a ella como a una presa.

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    As se agazapa taimada e intencionadamente en la oscuridad. Se acerca a lospoderosos, pero evita todos los Poderes pblicos y visibles. En vez de escandalizar en latribuna y en los peridicos, prefiere ser elegido en las Comisiones, donde se gana en lasombra conocimiento de la situacin e influencia sobre los acontecimientos sin ser

    observado ni odiado. Y, efectivamente, su manera de trabajar tenaz y rpida le ganasimpatas; su invisibilidad le protege contra toda evidencia. Desde su despacho puedeobservar descuidadamente cmo se ensaan los tigres de la montaa y las panteras dela Gironda, cmo los grandes apasionados, cmo las grandes figuras destacadas de unVergiaud, Condorcet, Desmoulins, Danton, Marat y Robespierre se hieren a muerte. lcontempla y espera, pues sabe que hasta que no se aniquilen los apasionados noempieza la poca de los que supieron esperar, de los prudentes. Slo se decidir cuandola batalla se vislumbre ganada.

    Este aguardar en la oscuridad es la actitud de Jos Fouch durante toda su vida. Noser nunca el objeto visible del Poder y sujetarlo, sin embargo, por completo; tirar de todos

    los hilos eludiendo siempre la responsabilidad. Colocarse, parapetado, detrs de unafigura principal, y empujarla hacia delante; y en cuanto esta avance excesivamente, en elinstante decisivo, traicionarla de manera rotunda. ste es su papel preferido. Lo interpretacomo el ms perfecto intrigante de la escena poltica, en veinte disfraces, eninnumerables episodios bajo los republicanos, los reyes o los emperadores, siempre conel mismo virtuosismo.

    A veces se le presenta la ocasin, y con ella la tentacin, de representar el papelprincipal, el papel de hroe en el drama mundial. Pero es demasiado perspicaz paradesearlo seriamente. Tiene plena conciencia de su rostro feo y repulsivo, que no se prestapara las medallas y emblemas, para el lujo y la popularidad, a lo que no podra ofrecernada heroico con una corona de laurel sobre la frente. Sabe de su voz delgada y

    enfermiza que puede muy bien susurrar, sugerir, insinuar, pero nunca arrastrar a lasmasas con elocuencia inflamada. Sabe que su fuerza reside en el aposento de burcrata,en la habitacin cerrada en la sombra. All puede acechar y explorar holgadamente,observar y convenir, tirar de los hilos y enredarlos mientras permanece impenetrable,hermtico.

    ste es el ltimo secreto de la fuerza de Jos Fouch, que, aunque anhela el Poder, lamayor cantidad posible de Poder, se conforma con la conciencia de su posicin; nonecesita sus emblemas ni su investidura. Fouch tiene amor propio desmesurado, perono ansia de gloria; es ambicioso sin vanidad. La vara de lictor, el cetro de rey, la coronade emperador pueden llevarlos otros tranquilamente. cede gustoso el brillo y la dicha de la

    popularidad. A l le basta con enterarse de la cosa, con tener influencia, con ser l quienmanda verdaderamente sobre quien tiene la apariencia de mando, y, sin exponer supersona, hacer el juego emocionante, el juego tremendo de la poltica. Mientras los demsse ligan fuertemente a sus convicciones, a sus palabras y gestos oficiales, queda l,tenebroso y escondido, interiormente libre; es lo permanente en el proceso fugitivo deapariciones. Los girondinos caen, Fouch queda; los jacobinos son arrojados, Fouchqueda; el Directorio, el Consulado, el Imperio, el Reino y otra vez el Imperio zozobran ydesaparecen, pero siempre queda l, el nico, Fouch, gracias a su refinado retraimientoy a su valor audaz para perseverar en la falta absoluta de vanidad.

    Pero llega un da en el proceso mundial de la revolucin, un da que no admite

    vacilaciones, un da en el que cada cual tiene que dar su voto terminante, concreto, con

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    s o no: el 16 de enero de 1793. La manecilla del reloj de la revolucin sealamedioda. La mitad del camino esta andado. Palmo a palmo se ha arrancado el Poder a laMonarqua. Pero an vive el Rey, Luis XVI, aunque prisionero en el Temple. Ni ha sidoposible dejarle huir, como esperaban los moderados, ni se ha conseguido que encontrase

    la muerte en aquel asalto al palacio realizado por la furia del pueblo, como secretamentedeseaban los radicales. Le han humillado, le han quitado libertad, nombre y categora;pero an por su solo aliento, por su sangre heredada, es Rey, es el nieto de Luis XIV, yaunque ahora slo se le llame desdeosamente Luis Capeto, sigue siendo un peligro parala joven Repblica. Por eso formula la Convencin la pregunta de vida o muerte. En vanohaban esperado los indecisos, los cobardes, los cautos, las personas del carcter deJos Fouch, poder escapar por votacin secreta de emitir su juicio definitivo.Robespierre exige terminantemente que cada representante de la nacin francesapronuncie su s o no, su Vida o Muerte, en medio de la Asamblea, para que sepa elpueblo y la posteridad el lugar que a cada uno corresponde: a la derecha o a la izquierda,en la bajamar o en la pleamar de la revolucin.

    Ya el 15 de enero, Fouch ha definido claramente su propsito. Pertenece a losgirondinos, y el deseo de sus electores, netamente moderados, le obliga a pedirclemencia para el Rey. Pregunta a sus amigos, sobre todo a Condorcet, y ve que estntodos dispuestos a evitar una medida tan irrevocable como la ejecucin del Rey. Y comola mayora esta en contra de la sentencia, se pone Fouch, naturalmente, de su parte; lanoche anterior, la del 15 de enero, lee a un amigo el discurso que piensa pronunciar para

    justificar su deseo de clemencia. Sentarse en los bancos de los moderados le obliga a seras.

    Pero entre aquella noche del 15 de enero y la maana del 16 transcurre una nocheintranquila y agitada. Los radicales no han estado ociosos: han puesto en marcha la

    mquina de la rebelin de las masas, que saben dominar tan magistralmente. En losarrabales truenan los caones del escndalo; las secciones llaman con sus tambores alas gentes del pueblo; todos los batallones irregulares de la rebelin, a los que recurrensiempre los terroristas invisibles, que los mueven para alcanzar por la fuerza decisionespolticas y a los que pone en accin en pocas horas un gesto del cervecero Santerre.Estos batallones de los agitadores de barrio son conocidos de las pescaderas yaventureros desde la gloriosa conquista de la Bastilla; se los conoce de la hora vil de losasesinatos de septiembre. Siempre, cuando hay que romper el dique de las leyes, serevuelve a la fuerza esta gigantesca ola del pueblo, y siempre lo arrastra todo consigo,irresistible, hasta a aquellos a quienes ha hecho surgir de sus bajos fondos.

    Miles y miles cercan, ya al medioda, la Escuela de Equitacin y las Tulleras; hombresen mangas de camisa, el pecho desnudo, amenazantes, pica en mano; mujeresvociferantes, insultadoras, con carmaolas de rojo gneo; guardia ciudadana y gentecallejera. Entre ellos se multiplican los provocadores de la rebelin: Fournier, elamericano; Guzmn, el espaol; Theroigne de Mricourt, esa caricatura histrica deJuana de Arco. Si pasan diputados sospechosos de votar por la clemencia, se viertesobre ellos un diluvio de insolencias como cubos de basura, se alzan puos, se profierenamenazas contra los representantes del pueblo. Con todos los medios del terrorismo y dela fuerza bruta trabajan los amedrentadores para conseguir que la cabeza del Rey seapuesta bajo la cuchilla.

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    Y esa intimidacin hace su efecto en todos los espritus apocados. Medrosos, seaprietan en sus asientos los girondinos, a la luz oscilante de las velas, en esta noche grisde invierno. Los que ayer esperaban an, decididos a votar contra la muerte del Rey paraevitar la guerra con toda Europa, estn intranquilos y desunidos bajo la enorme presin de

    la rebelin del pueblo. Por fin, ya bien entrada la noche, se verifica la primera citacin denombres, y - qu irona! - le toca precisamente al jefe de los girondinos, a Vergniaud, alotras veces tan apasionado orador, cuya voz resuena siempre como un martillo sobre lamadera vibrante de las paredes. Pero ahora teme no pasar, como jefe de la Repblica,por bastante republicano si perdona la vida del Rey. Y l, que siempre fu bravo y furioso,se acerca a la tribuna, lento, pesado, la testa poderosa vergonzosamente inclinada, y diceen voz baja: La mort.

    La palabra resuena como un diapasn por la sala. El primero de los girondinos hafallado. De los dems permanecen firmes la mayor parte: trescientos entre setecientosvotos se inclinan al perdn, a pesar de que saben que una actitud de moderacin poltica

    requiere en esta ocasin mil veces ms audacia que una firmeza aparente. La balanzaoscila mucho: un par de votos pueden decidir. Por fin es llamado el diputado de Nantes,Jos Fouch, el mismo que aseguro ayer an a los amigos que defendera con palabrasinflamadas la vida del Rey, el que hace diez horas se manifestaba como el ms decididoentre los decididos. Pero mientras tanto ha contado los votos el antiguo profesor deMatemticas, y, buen calculador, Fouch ha visto que con ello dara un paso en falso,ligndose al nico partido al que nunca habra de pertenecer: al partido de la minora. Yano duda. Con sus pasos sigilosos sube ligeramente a la tribuna, y de sus labios plidos seescapan, tenues, estas dos palabras:La mort.

    El Duque de Otranto escribir y pronunciar ms tarde cien mil palabras para excusar,como una equivocacin, estas dos palabras que le estigmatizan de rgicide, de asesino

    del Rey. Pero estas dos palabras estn dichas pblicamente y, anotadas en elMoniteur,no se las puede borrar de la Historia ni de su vida, en la que sern memorables, puessignifican su primera cada oficial. Ha traicionado alevosamente a sus dos amigosCondorcet y Daunou, se ha burlado de ellos, los ha engaado. Pero no tiene queavergonzarse de ello ante la Historia: otros ms fuertes, como Robespierre y Carnot,Lafayette, Barras y Napolen, los ms poderosos de su tiempo, sern burlados por l enla hora de la desgracia. En este momento se descubre por primera vez en el carcter deJos Fouch otro rasgo muy marcado: su osada. Si deja traicioneramente un partido, nolo hace nunca despacio y cautelosamente, nunca se desliza con disimulo de las filas. Lohace a la luz del da, con fra sonrisa. Con estupefaciente naturalidad se pasadirectamente al antiguo adversario y acepta todas sus palabras y argumentos. Lo quecreen y dicen los partidarios anteriores, lo que piensa la masa, el pblico, le dejacompletamente fro. Le importa una sola cosa: estar siempre con el vencedor, nunca conel vencido. En la rapidez de rayo de este cambio, en el cinismo sin medida de sutransmutacin, muestra una dosis de osada que involuntariamente anonada y causaadmiracin. Le bastan veinticuatro horas, a veces una hora sola, a veces un solo minuto,para arrojar francamente la bandera de sus convicciones y desplegar con estrpito lacontraria. No va con una idea, va con el tiempo, y mientras ms ligero corra, ms ligero leseguir.

    Sabe que sus electores de Nantes se indignaran cuando lean al da siguiente en elMoniteursu voto. Hay, pues, que arrollarlos, en vez de convencerlos. Y con esa rpida

    audacia, con esa osada que le presta en esos instantes casi una aureola de grandeza, no

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    espera la indignacin, sino que se adelanta al asalto con un ataque. Al da siguiente de lavotacin manda imprimir un manifiesto en el que proclama ruidosamente, como suconviccin ms leal y sincera, lo que en realidad le ha sugerido el miedo a caer endesgracia ante el Parlamento: no quiere dejar a sus electores tiempo para pensar y

    calcular, quiere aterrorizarlos y amedrentarlos, dando el golpe con rpida brutalidad.Ni Marat ni los mas acalorados jacobinos son capaces de escribir de manera ms

    sangrienta que este hombre, ayer an tan moderado, a sus bravos, a sus buenoselectores burgueses: Los crmenes del tirano han sido descubiertos y llenan deindignacin todos los corazones. Si no cae su cabeza enseguida bajo la espada, puedencaminar tranquilamente con las suyas erguidas todos los ladrones y asesinos, y el caosms terrible nos amenazara. Los tiempos estn con nosotros y contra todos los reyes dela tierra. As proclama la ejecucin como necesidad inevitable quien el da anteriorllevaba preparado en el bolsillo un manifiesto, probablemente igual de persuasivo, contrala ejecucin.

    Y, efectivamente, el astuto matemtico haba calculado bien. Como buen oportunista,conoce la irresistible gravitacin de la cobarda; sabe que en todos los momentos polticosde la masa es la audacia el decisivo denominador de todo clculo. Tiene razn: losbuenos burgueses conservadores se agachan tmidos ante este manifiesto descarado einesperado; confundidos y perplejos se apresuran a dar su consentimiento para unadecisin con la que no estn conformes interiormente en lo ms mnimo. Ninguno seatreve a contradecir. Y desde aquel da tiene Jos Fouch en su mano la dura y frapalanca con la que dominar las ms difciles crisis: el desprecio a la Humanidad.

    Desde esa fecha memorable, el 16 de enero, elige (por el momento) Jos Fouch, consu carcter de camalen, el color rojo. El moderador se convierte de la noche a la maana

    en archirradical y ultraterrorista. De un salto se encuentra en medio de sus adversarios, yuna vez entre ellos decide colocarse en el ala extrema de la izquierda, en la ms radical.Con una rapidez fantstica adopta este espritu fro, este reseco burcrata, para noquedarse atrs, el lenguaje ms sangriento de los terroristas. Hace rigurosamenteproposiciones contra los emigrados, contra los sacerdotes; azuza, truena, se enfurece,degella con palabras y gestos. Verdaderamente, podra volver a hacer amistad conRobespierre y volver a sentarse a su lado; pero este hombre de conciencia incorruptible,de duro espritu protestante, no ama a los renegados; con doble desconfianza repeleahora al trnsfuga, cuyo radicalismo ruidoso le es ms sospechoso que su antiguamoderacin.

    Fouch barrunta, con sentido atmosfrico agudo, el peligro de tal vigilancia y veacercarse das crticos. An se cierne la tormenta sobre la Asamblea y ya se insinan enel horizonte poltico las luchas trgicas entre los jefes de la revolucin, entre Danton yRobespierre, entre Hebert y Desmoulins; habra que decidirse de nuevo dentro del mismoradicalismo; pero a Fouch no le gusta comprometerse antes de que la declaracin estexenta de peligros y sea propicia a la ganancia. Sabe que hay situaciones en losmomentos decisivos que domina un diplomtico, lo ms sabiamente, eludindolas. As esque prefiere ausentarse del ruedo de la Convencin durante la lucha y no volver a pisarlohasta que sta se haya decidido. Para fundar y justificar su retirada tiene la suerte de quese le presente con oportunidad una excusa honorable: la Convencin elige doscientosdelegados de su seno para que mantengan el orden en las provincias. Fouch, que no se

    encuentra bien en la atmsfera volcnica del saln de sesiones, hace todo lo posible por

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    ser uno de los enviados y consigue ser elegido. Se le concede as una tregua. Puedetomar aliento. Que luchen mientras tanto unos con otros, que se aniquilen entre shaciendo lugar, haciendo sitio, con su apasionamiento, para l, soberbio y ambicioso!Pero ahora, alejarse, evadirse, no tomar partido entre los partidos! Unos meses, unas

    semanas son mucho en aquellos tiempos en que el reloj del universo correfrenticamente. Cuando llegue el momento de volver estar decidida la suerte y entoncespodr situarse tranquilamente y sin peligro al lado del vencedor, en su partido de siempre:en la mayora.

    Se ha estudiado poco la historia provincial de la revolucin francesa. Todas lasdescripciones concentran la atencin pasmada en la esfera del reloj de Pars, donde soloes visible el signo de la hora. Pero el pndulo que regulariza su marcha sostiene su eje enel pas y en el ejrcito. Pars no es ms que la palabra, la iniciativa, el motor; pero el pasinmenso es la accin, la fuerza decisiva y continua.

    Pronto reconoce la Convencin que el temporevolucionario de la capital y el del pas

    no coinciden. Los lugareos, los habitantes de las aldeas y de las montaas, no piensancon la misma rapidez que las gentes de la capital. Absorben ms despacio y con mscuidado las ideas y se las apropian a su manera.

    Lo que en la Convencin se convierte en ley en una hora, se filtra despacio, gota agota, por el pas, y casi siempre adulterado y diluido por la burocracia realista provincial,por el clero, por los hombres del antiguo rgimen. Por eso hay siempre una hora de atrasoen las regiones respecto a Pars. Si gobiernan en la Convencin los girondinos, an eligela provincia realista; cuando los jacobinos triunfan, empieza el acercamiento espiritual dela provincia a la Gironde. Intiles son contra esto todos los decretos patticos, pues slolenta y tmidamente se abre paso la palabra impresa hasta la Auvergne y la Vendee.

    As acuerda la Convencin desplazarse en verbo y presencia activamente a laprovincia para avivar el ritmo de la revolucin en toda Francia, para dar jaque al tiempovacilante y casi antirrevolucionario de las comarcas rurales. Elige de su propio senodoscientos delegados que deben representar su voluntad y les da poderes casi ilimitados.Quien lleva la banda tricolor y el sombrero de pluma roja tiene derechos de dictador.Puede cobrar contribuciones, pronunciar sentencias, pedir reclutas, destituir generales;ninguna autoridad puede oponerse al que representa con su persona, santificadasimblicamente, la voluntad de la Convencin Nacional ntegra. Su poder es ilimitado,como antao el de los procnsules de Roma, que llevaron a todos los pases sometidos ala voluntad del Senado. Cada uno es un dictador, un soberano, contra cuyo fallo no sepuede apelar ni recurrir.

    Enorme es el poder de estos embajadores escogidos; pero enorme tambin suresponsabilidad. Dentro de la provincia que se les asigna parece cada uno un rey, unemperador, un autcrata. Pero detrs de su nuca manda su destello siniestro la guillotina.El Comit de Salud pblica vigila cada queja y pide implacablemente a cada uno cuentasexactas sobre la administracin de los fondos. Contra el que no muestra suficienteenerga se aplicaran duras sanciones; quien, por otra parte, se deja arrastrar por una furiaexcesiva, tambin ha de esperar su castigo. Si prevalece el terrorismo, toda medida deeste gnero se considerar acertada; si se inclina la balanza hacia la clemencia, se

    juzgara, en cambio, como improcedente. Seores, en apariencia, de todo un pas, son enrealidad verdaderos siervos del Comit de Salud pblica y estn sometidos a la tendencia

    que rige la hora. Por eso miran de soslayo, con el odo atento a las seales de Pars.

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    Mientras deciden sobre la vida y la muerte de los dems, han de estar alerta paraconservar la propia vida. No es, ni mucho menos, un cargo fcil el que aceptan. Igual quelos generales de la revolucin ante el enemigo, saben todos que slo una cosa los salvade la afilada cuchilla: el xito.

    En el momento en que Fouch es enviado como procnsul, se inclina la balanza dellado de los radicales. As, pues, matiza Fouch su accin en el departamento de la Loireinferieure,en Nantes, Nevers y Moulins, con un tono rabiosamente radical. Truena contralos moderados, inunda el pas con un diluvio de manifiestos, amenaza a los ricos, a lostimoratos, de la manera ms cruel; pone en pie regimientos enteros de voluntarios bajopresin moral o efectiva y los manda contra el enemigo. En fuerza organizadora, enrpido conocimiento de la situacin iguala, por lo menos, a cada uno de sus compaeros;en audacia verbal los supera a todos.

    Porque -y esto hay que anotarlo- Jos Fouch no permanece en un margen de cautela,como los clebres campeones de la revolucin, Robespierre y Danton, ante la cuestin de

    la propiedad eclesistica y privada, que aqullos declaran an respetuosamenteinvulnerables. Fouch se traza decididamente un programa radical, socialista ycomunista. El primer manifiesto comunista claro de la poca moderna no es, por cierto, elclebre de Carlos Marx, ni el Hessische Landbote, de Jorge Buechner, sino la tandesconocida Instruction de Lyon, intencionadamente olvidada por la historiografasocialista, y que lleva las firmas de Collot d'Herbois y Fouch, pero que, sin duda alguna,fue redactada slo por ste. Tal documento enrgico, que en sus postulados se adelantaa su poca en cien aos -y que es uno de los ms sorprendentes de la revolucin-, bienmerece la pena de ser sacado de la sombra. Aunque pretenda atenuar su significadohistrico el hecho de negar desesperadamente ms tarde el Duque de Otranto laspalabras escritas como simple ciudadano Jos Fouch, siempre definirn stas su credo

    de antao. Visto como documento de la poca, se nos presenta Fouch como el primersocialista verdadero, como el primer comunista de la revolucin. Ni Marat ni Chaumettehan formulado los ms audaces postulados de la revolucin francesa, sino Jos Fouch.Con mayor claridad y agudeza que la mejor descripcin, ilumina su texto el retratoespiritual de Fouch; en otras ocasiones -casi siempre- parece deslerse en una zona depenumbra...

    Esta Instruction comienza audazmente con una declaracin de infalibilidadjustificativa de todas las osadas: Todo les est permitido a los que actan en nombre dela Repblica. Quien se excede en cumplirlas, quien aparentemente pasa del lmite, anpuede decirse que no ha llegado al fin ideal. Mientras quede sobre la tierra un solo

    desgraciado, debe proseguir el avance de la libertad.Despus de este preludio enrgico, en cierto sentido ya maximalista, de Fouch, la

    siguiente definicin del espritu revolucionario: La revolucin esta hecha para el pueblo;pero no hay que entender por pueblo esa clase privilegiada, por su riqueza, que haacaparado todos los goces de la vida y todos los bienes de la sociedad. El pueblo esnicamente la totalidad de los ciudadanos franceses, sobre todo esa clase social infinitade los proletarios que defienden las fronteras de nuestra patria y que sustentan a lasociedad con su trabajo. La revolucin sera un absurdo poltico y moral si no se ocuparamas que del bienestar de unos cuantos cientos de individuos y dejara perdurar la miseriade veinticuatro millones de seres. Por eso sera un engao afrentoso a la Humanidad el

    pretender hablar siempre en nombre de la igualdad, mientras separa an a los hombres

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    desigualdades tan tremendas en el bienestar. Despus de estas palabras introductivasdesarrolla Fouch su teora preferida: que el rico, mauvais riche, no ser nunca unverdadero revolucionario, nunca un republicano leal; que toda revolucin, nada mas queburguesa, que deje persistir las diferencias de bienes, tendra que volver a degenerar

    inevitablemente en una nueva tirana, porque los ricos se tendran siempre por otra clasede seres. Por eso exige Fouch del pueblo la energa ms extremada y completa, larevolucin integral. No os engais: para ser un verdadero republicano, tiene que sufrircada ciudadano en s mismo una revolucin parecida a la que ha cambiado la faz deFrancia. No puede quedar nada comn entre los vasallos de los tiranos y los habitantesde un pas libre. Por eso tienen que ser completamente nuevas todas sus obras, sussentimientos y sus costumbres. Estis oprimidos y debis aniquilar a vuestros opresores;habis sido esclavos de la supersticin eclesistica, y no debis tener otro culto que el dela Libertad... Todo el que permanece al margen de este entusiasmo, que conoce alegrasy tribulaciones ajenas a la felicidad del pueblo, abre su alma a intereses fros, calcula loque rentar su honor, su posicin y su talento, y se aparta as por un momento del bien

    general; todo aquel cuya sangre no arde vindicadora ante la opresin y la opulencia; todoel que tenga una lgrima de compasin para un enemigo del pueblo, y el que no guardatoda la fuerza de su sentimiento para los mrtires de la Libertad, todos estos mienten, sise atreven a llamarse republicanos. Que abandonen el pas, si no quieren que se losdesenmascare y que su sangre impura riegue el suelo de la Libertad. La Repblica noquiere en su seno mas que seres libres, est dispuesta a aniquilar a los dems, y noreconoce como hijos sino a los que quieren vivir, luchar y morir por ella. En el tercerprrafo de esta instruccin se convierte la confesin revolucionaria en un manifiestocomunista desnudo y franco (el primero explicito de 1793): Todo el que posea ms de loindispensable ha de contribuir con una cuota igual al exceso a los grandes requerimientosde la patria. De modo que habis de averiguar, de manera generosa y verdaderamenterevolucionaria, cuanto tiene que desembolsar cada uno para la causa pblica. No se trataaqu de la averiguacin matemtica, ni tampoco del mtodo vacilante que en otros casosse emplea en la reparticin de contribuciones; esta medida especial tiene que llevar elcarcter de las circunstancias. Obrad, pues, generosamente y con audacia: quitadle acada ciudadano lo que no necesite, pues lo superfluo es una violacin patente de losderechos del pueblo. Todo lo que tiene un individuo mas all de sus necesidades no lopuede utilizar de otra manera que abusando de ello. No dejarle, pues, sino loestrictamente necesario; el resto pertenece ntegro, durante la guerra, a la Repblica y asus ejrcitos.

    Expresamente acenta Fouch en este manifiesto que no hay que contentarse

    solamente con el dinero. Todos los objetos -continua- que se poseen en demasa y quepuedan ser tiles a los defensores del pas, los pide ahora la patria. As hay gentes quetienen increble abundancia en telas de hilo y camisas, en pauelos y zapatos. Todasestas cosas tienen que ser objeto de la requisa revolucionaria. Igualmente pide laentrega del oro y de la plata, de losmtaux vils et corrupteurs, que desprecia el verdaderorepublicano, al tesoro nacional, para que all les sea acuada la efigie de la Repblica, ypurificados por el fuego sirvan solamente a la Comunidad. No necesitamos sino acero yhierro, y la Repblica triunfara. El llamamiento termina con una tremenda apelacin a laviolencia: Administraremos con todo rigor la autoridad que nos ha sido encomendada,consideraremos y castigaremos como actos malvados todo lo que, bajo otra circunstancia,se llame descuido, debilidad y lentitud. Pas la poca de las decisiones tibias y de las

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    consideraciones. Ayudadnos a dar los golpes implacables o estos golpes caern sobrevosotros mismos! La libertad o la muerte! Podis elegir.

    La teora de este documento nos da ya una idea de cmo ser el procnsul JosFouch en el desempeo de sus funciones. En el departamento de la Loire infrieure,enNantes, Nevers y Moulins, se atreve a la lucha contra las mas fuertes potencias deFrancia, ante las cuales se haban retrado prudentemente el mismo Robespierre yDanton: contra la propiedad privada y contra la Iglesia. Obra rpida y decididamente ensentido de la Egalisation des fortunes,con la invencin del llamado Comit filantrpico,al que haban de enviar los propietarios voluntariamente sus ddivas, segn la frmula.Pero para evitar confusiones, agrega de antemano la suave encomienda de que si elrico no hace uso de su derecho, mostrndose propicio al rgimen de la Libertad, tienela Repblica, por su parte, el derecho de apoderarse de su fortuna. No tolera el menorexceso en el uso de los bienes, y delimita enrgicamente el concepto de lo superflu.Elrepublicano slo necesita hierro, pan y cuarenta escudos de renta. Fouch saca los

    caballos de las cuadras, la harina de los sacos; hace responsables con la vida a losmismos arrendatarios, para que no se queden atrs en su prescripcin; hace obligatorio elpan de guerra -como en la Guerra Europea el pan nico- y prohibe terminantemente elpan blanco de lujo. Semanalmente pone en pie cinco mil reclutas, equipados con caballos,calzado, ropa y fusiles; utiliza la violencia para poner en marcha las fbricas y todoobedece a su energa frrea. El dinero afluye con las contribuciones, impuestos y ddivas,entregas y tributos. Escribe as orgulloso a la Convencin despus de dos meses deactividad: On rougit ici d'etre richesAqu da rubor ser rico. Pero, en verdad, debi decir:Aqu da temblor ser rico.

    Al mismo tiempo que como radical y comunista, se revela Jos Fouch (el futuromultimillonario Duque de Otranto, que se casara en segundas nupcias por la iglesia,

    piadosamente, bajo el patronato de un rey) como el ms feroz y fantico enemigo delcristianismo. Este culto hipcrita tiene que ser reemplazado por la creencia en laRepblica y en la moral, truena en su carta flamante... Y caen como rayos ardientes lasprimeras disposiciones contra las iglesias y las catedrales. Ley sobre ley, decreto sobredecreto: Ningn sacerdote podr llevar los hbitos fuera del lugar destinado al culto, sele quitaran todos los Privilegios, pues ya es tiempo -argumenta- de que vuelva esta clasealtanera a la pureza del cristianismo primitivo y se reintegre al estado civil. No le basta aJos Fouch con ser la cabeza del poder militar, con ser el ms alto funcionario de la

    justicia, dictador autnomo de la administracin; se apodera tambin de todas lasfacultades eclesisticas. Suprime el celibato, ordena a los sacerdotes que se casen en elplazo de un mes o que adopten un nio; concierta matrimonios y los divorcia en la plazapblica. Sube al plpito (del que han sido quitadas cuidadosamente todas las cruces yefigies religiosas) y pronuncia sermones atestas, en los que niega la inmortalidad y laexistencia de Dios. Las ceremonias de entierro cristianas son suprimidas, y como nicoconsuelo se graba en los cementerios la inscripcin: La muerte es un sueo eterno. Elnuevo papa introduce en Nevers -dando a su hija el nombre de Nievre, segn lanominacin del departamento-, por primera vez en el pas, el bautismo civil. Hace salir a laguardia nacional con tambores y msica, y en la plaza pblica, sin intervencineclesistica, bautiza a la nia y le da nombre. En Moulins, precediendo a caballo a unpelotn por toda la capital, con un martillo en la mano, va destruyendo cruces y crucifijos,imgenes de santos, smbolos vergonzosos del fanatismo. Con las mitras y los paos

    del altar robados forman una hoguera, y mientras arden en pompa, danza la plebe en

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    torno de este auto de fe atestico. Pero ensaarse nicamente en objetos muertos, contrafiguras de piedra indefensas y contra cruces frgiles, hubiera sido para Fouch un triunfoa medias. El verdadero triunfo lo consigue cuando logra con su elocuencia que el cardenalFrangois Laurent arroje los hbitos y se ponga el gorro frigio, y le siguen, entusiasmados

    con este ejemplo, treinta sacerdotes, alcanzando un xito que se propaga como unreguero de plvora por todo el pas. As puede vanagloriarse con orgullo ante sus colegasatestas de haber acabado con el fanatismo y de haber aniquilado tanto el cristianismocomo la riqueza en el territorio a l confiado.

    Se dira que se trata de los hechos de un loco, del fanatismo desatentado de un entefantstico! Pero Jos Fouch sigue siendo el fro calculador de siempre, el realistaimpasible, tras estos fingidos apasionamientos. Sabe que debe cuentas a la Convencin,sabe que las frases patriticas y las cartas han bajado de valor y que para suscitaradmiracin hay que hablar con el lenguaje positivo de las monedas sonantes. Y enva,mientras los regimientos levantados marchan hacia la frontera, todo el producto del

    saqueo de las iglesias a Pars. Cajones y cajones son llevados a la Convencin llenos decustodias de oro, de velones de plata rotos y fundidos, crucifijos y joyas de metalespreciosos y pedreras. Sabe que la Repblica necesita, ante todo, dinero, riquezas, y l esel primero, el nico que enva desde la provincia botn tan elocuente a los diputados, queal principio se asombran de esta nueva energa, aplaudindole luego frenticamente.Desde este momento se conoce en la Convencin el nombre Fouch como el de unhombre frreo, como el ms intrpido, el mas violento republicano de la Repblica.

    Cuando vuelve Jos Fouch de sus misiones a la Convencin, ya no es el pequeo ydesconocido diputado de 1792. A un hombre que levant diez mil reclutas, que saca delas provincias cien mil francos de oro, mil doscientas libras en metlico, mil barras deplata, sin utilizar ni una sola vez el rasoir national, la guillotina, no le puede negar la

    Convencin verdadera admiracin Pour sa vigilance, por su celo. El ultrajacobinoChaumette pblica un himno a sus hazaas. El ciudadano Fouch -escribe-ha realizadolos milagros que acabo de contar. Ha honrado a la vejez, ayudado a los dbiles,respetado la desgracia, destruido el fanatismo y aniquilado el federalismo. Ha vuelto aponer en marcha la fabricacin de hierro, ha arrestado a los sospechosos, ha castigadoejemplarmente los crmenes, ha perseguido y encarcelado a los explotadores. Un aodespus de haberse sentado cauteloso y titubeante en los bancos de los moderados,pasa ya Fouch por el mas radical de los radicales. Y ahora, cuando la sublevacin deLyon requiere el hombre sin miramientos ni escrpulos, el hombre capaz de llevar a caboel edicto mas terrible que invento jams una revolucin, quien mas indicado queFouch? Los servicios que has prestado hasta ahora a la revolucin -decreta laConvencin en su lenguaje pomposo- son garanta de los que has de prestar an. En tiest el volver a encender en la Ville Affranchie (Lyon) el fuego agonizante del esprituciudadano. Concluye la revolucin, termina la guerra de los aristcratas y que caigansobre ellos y los aniquilen las ruinas que pretende levantar aquel Poder destruido!

    Y con esta figura de vengador y asolador, como el Mitrailleur de Lyon, entra JosFouch -el que ha de ser mas tarde multimillonario y Duque de Otranto- por primera vezen la Historia.

    CAPTULO II

    EL MITRAILLEUR DE LYON

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    (1793)

    En los anales de la revolucin francesa rara vez se abre una pgina sangrienta como lade la sublevacin de Lyon, y, sin embargo, en ninguna capital, ni an en Pars, se hadestacado el contraste social tan claramente como en esta patria de la fabricacin de laseda, primera capital de industria de la entonces an burguesa y agraria Francia. Allforman los obreros, en medio de la revolucin de 1792, por primera vez, una masaproletaria visible, rgidamente separada de los fabricantes, realistas y capitalistas. No esun milagro que tomen los conflictos, precisamente sobre este suelo ardiente, las formasms sangrientas y fantsticas, tanto en la reaccin como en la revolucin.

    Los partidarios de los jacobinos, las masas de los obreros y de los sin trabajo seagrupan alrededor de uno de esos hombres singulares que surgen a la superficie en todaslas transformaciones mundiales, uno de esos seres puros, idealistas y creyentes, quesuelen causar con su fe ms mal y derramar ms sangre con su idealismo, que los msbrutales polticos y los ms feroces tiranos. Siempre ser precisamente el hombre puro,

    religioso, exttico, el reformador, quien, con la intencin ms noble, dar motivo aasesinatos y desgracias que l mismo detesta. En Lyon se llamo Chalier, un sacerdoteescapado y antiguo comerciante, para el que la revolucin significo otra vez elcristianismo autntico y verdadero, entregndose a ella con amor desinteresado ysupersticioso. La elevacin de la Humanidad a un nivel de razn e igualdad signific, paraeste lector apasionado de Juan Jacobo Rousseau, la realizacin en la tierra del reinomilenario. Su filantropa ardiente y fantica ve en la conflagracin general la aurora de unaHumanidad nueva y eterna. Es un idealista conmovedor; cuando cae la Bastilla coge ensus manos una piedra del baluarte y, cargado con ella seis das y seis noches, la lleva dePars a Lyon, donde la utiliza de ara para un altar. Venera como a un dios a Marat, a estelibelista de sangre ardiente, frvido, en el que ve una nueva Pythisa. Aprende sus

    discursos escritos de memoria y arrebata con sus sermones, msticos e infantiles, a losobreros de Lyon. Instintivamente ve el pueblo en l una caridad ardiente y comprensiva.Por otra parte, los reaccionarios de Lyon comprenden que es mucho ms peligroso unhombre tan puramente posedo por el espritu visionario rayando en las fronteras de lalocura, rebosante de amor al prjimo, que los ms estrepitosos y rebeldes jacobinos. En lse concentra todo el amor y contra l va todo el odio. Y al primer motn encierran en lacrcel, como presunto caudillo de los revoltosos a este idealista neurastnico y un pocoridculo. Se logra achacarle una carta falsificada que le compromete, para fundamentaruna denuncia en virtud de la cual se le condena a muerte, para escarmiento de radicales ycomo reto a la Convencin de Pars. Intilmente la Convencin, indignada, envamensajero tras mensajero a Lyon para salvar a Chalier, y amonesta, exige y amenaza almagistrado insubordinado. La municipalidad de Lyon rehusa toda intervencin conarrogancia, decidida a ensear los dientes a los terroristas de Pars. Haca tiempo quehaban recibido con repugnancia la guillotina, el instrumento del terror. Sin servirse de l,lo tuvieron metido en un granero hasta este momento, en el que se preparan a dar unaleccin a los paladines del sistema terrorista, estrenando el filantrpico artefacto en lacabeza de un revolucionario. Y precisamente por la falta de uso de la maquina siniestra, ytambin por la torpeza del verdugo, se convierte la ejecucin de Chalier en cruel e infamesuplicio. Tres veces cae el filo romo de la cuchilla sin decapitar al reo. El pueblocontempla horrorizado el cuerpo atado y ensangrentado de su caudillo retorcerse an convida, en cruenta tortura, hasta que el verdugo, compadecido, remata la obra de la

    enmohecida guillotina con un golpe certero de su sable. Pero esta cabeza atormentada,

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    cruelmente lacerada, ser Palladium de vindicta para la revolucin y cabeza de Medusapara sus asesinos!

    Produce verdadero espanto en la Convencin la noticia de este crimen. Cmo seatreve una ciudad francesa sola a hacer franca resistencia a la Asamblea Nacional?Haba que ahogar en sangre la insolente provocacin. Pero el Gobierno de Lyon sabemuy bien lo que le espera, y de la resistencia pasa abiertamente a la rebelin contra laAsamblea Nacional. Levanta tropas y prepara las obras defensivas necesarias paraoponerse por la fuerza al ejrcito republicano.

    Las armas decidirn entre Lyon y Pars, entre reaccin y revolucin.

    Es lgico que una guerra civil se considere en este momento como un verdaderosuicidio para la joven Repblica, pues jams fue una situacin ms peligrosa y msdesesperada. Los ingleses haban tomado Toln, saqueado la flota y el arsenal yamenazaban a Dunquerque, mientras que, por otra parte, avanzaban los prusianos y losaustriacos en el Rin y estaba en llamas la Vende. La contienda y la rebelin conmuevena la Repblica de una a otra frontera. Pero son los das heroicos de la Convencinfrancesa. Impulsada por un instinto siniestro, de predestinacin, decide responder alpeligro con el reto como mejor manera de combatirlo, y as rehusan los jefes, despus dela muerte de Chalier, todo pacto con sus verdugos. Potius mori quam foedari, Mejorsucumbir que pactar, mejor otra guerra sobre las siete guerras que se hacan, que unapaz sntoma de flaqueza. Y este irresistible mpetu de la desesperacin, esta pasinilgica, furiosa, salv a la revolucin francesa lo mismo que a la rusa (amenazada en elexterior por los ingleses y los mercenarios de todo el mundo, en el interior por las legionesde Wrangel, de Denikin y de Koltschak) en el momento de mayor peligro. No les vale a loshabitantes de Lyon echarse francamente en brazos de los realistas y confiar el mando de

    sus tropas a un general del Rey. De las granjas y de los suburbios surgen aludes desoldados proletarios, y el 9 de octubre las tropas republicanas conquistan la segundacapital de Francia. Este da es acaso el mas esplndido de la revolucin francesa.Cuando en la Convencin se levanta solemne el Presidente de su asiento y comunica lacapitulacin definitiva de Lyon, saltan los diputados de sus asientos y se abrazan dealegra; por un momento parece terminada toda discordia. La Repblica esta salvada; hadado un magnfico ejemplo a todo el pas, a todo el mundo, de la fuerza iracunda, de lapujanza irresistible del ejrcito popular republicano. Pero fatalmente arrastra a losvencedores el orgullo de la propia bravura a una soberbia incontenible, a un trgico deseode convertir el triunfo en terror. Terrible, como el mpetu de la victoria, ha de ser ahora lavenganza contra los vencidos. Hay que dar un escarmiento ejemplar, hay que hacer ver

    que la Repblica francesa, que la joven revolucin, reserva el ms duro castigo paraaquellos que se levantan contra ella. Y as se rebaja ante el mundo entero laConvencin, defensora de la Humanidad, con un decreto cuya pauta histrica parecedada por los Califas y por Barbarroja con su vandlica devastacin de Miln. El 12 deoctubre propone el Presidente de la Convencin el documento tremendo en que se pidenada menos que la destruccin de la segunda capital de Francia. Este decreto, pococonocido, dice textualmente:

    1. La Convencin Nacional nombra, a propuesta del Comit de Salud pblica, unComit especial de cinco miembros para castigar sin demora, militarmente, lacontrarrevolucin de Lyon.

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    2. Todos los habitantes de Lyon sern desarmados y sus armas entregadas a losdefensores de la Repblica.

    3. Parte de ellas sern entregadas a los patriotas que fueron oprimidos por los ricos ycontrarrevolucionarios.

    4. La ciudad de Lyon ser devastada. Toda la parte habitada por los ricos serdestruida; quedarn en pie las casas de los pobres, las viviendas de los patriotasasesinados o proscritos, los edificios industriales y los que sirven para fines benficos yeducativos.

    5. El nombre de Lyon ser borrado del ndice de ciudades de la Repblica. Enadelante llevara el conjunto de casas que queden en pie el nombre de Ville Affranchie.

    6. Sobre las ruinas de Lyon se erigir una columna que anuncie a la posteridad loscrmenes y el castigo de la ciudad realista, y que llevar esta inscripcin: Lyon hizo laguerra contra la Libertad. Lyon no existe.

    Nadie se atreve a protestar contra esta peticin delirante de convertir la segunda capitalde Francia en un montn de escombros. Se acab el valor cvico en el seno de laConvencin francesa desde que la guillotina brilla amenazante sobre las cabezas de losque se atreven a susurrar tan slo palabras de clemencia o compasin. Atemorizada delpropio terror, del terror por ella impuesto, aprueba unnimemente la Convencin eldecreto vandlico y confa su ejecucin a Couthon, el amigo de Robespierre.

    Couthon, el antecesor de Fouch, reconoce enseguida el desatino, el suicidio quesignifica demoler voluntariamente, por un gesto amedrentador, la capital industrial deFrancia y sus monumentos de arte. Desde el primer momento est decidido interiormentea eludir el cumplimiento de su misin. Mas para ello es indispensable adoptar una actitud

    de hipocresa llena de prudencia. Por eso vela Couthon su designio secreto de respetar laciudad elogiando de primera intencin desmesuradamente el disparatado decreto de totaldemolicin. Colegas ciudadanos- exclama-, la lectura de vuestro decreto nos ha llenadode admiracin! S; es preciso que la ciudad sea devastada para que sirva, de ejemplo alas que pudieran llevar su atrevimiento a levantarse contra la Patria. Entre todas lasmedidas grandes y fuertes que ha ordenado hasta ahora la Convencin Nacional, faltabauna, a la que no se haba llegado: la de la destruccin total; pero estad tranquilos,Colegas, ciudadanos, y asegurad a la Convencin Nacional que sus principios son losnuestros y sus decretos sern ejecutados al pie de la letra. Aunque recibe Couthon suencomienda con palabras de panegrico, no piensa, en verdad, llevarla a cabo. Secontenta con preparativos teatrales. Invlido de las dos piernas por una parlisis

    temprana, pero de espritu inquebrantablemente resuelto, se hace conducir en una litera ala plaza de Lyon, designa con un martillo de plata simblicamente las casas que han deser derribadas y anuncia la institucin de terribles tribunales de vindicta. Con esto secalman los espritus ms fogosos. En realidad, con el pretexto de la falta de obreros, seemplean slo un par de mujeres y nios que, pro forma, dan algunos golpes indolentesde pico en las casas. Y slo se llevan a cabo contadas ejecuciones.

    La ciudad respira, sorprendida por tan inesperada clemencia tras decretos tanfulminantes; pero los terroristas estn alerta, se dan cuenta poco a poco de los propsitosbenvolos de Couthon e instigan a la Convencin a la violencia. La cabeza destrozada ysangrienta de Chalier es llevada a Pars como reliquia, presentada con gran solemnidad a

    la Convencin y expuesta en Notre Dame con el fin de excitar al pueblo. Cada vez con

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    mayor impaciencia se lanzan nuevos requerimientos contra el cuncttorCouthon. Se dicede l que es excesivamente flexible, indolente, demasiado tmido. En fin, que no es elhombre capaz de llevar a cabo venganza tan ejemplar. Hace falta un revolucionarioverdadero, dispuesto a todo, digno de la confianza que se le otorga; un hombre que no se

    asuste de la sangre y que se arriesgue: un hombre de acero. Por fin cede la Convencin atan ruidosas demandas y enva como verdugo de la ciudad desdichada, en el lugar delexcesivamente blando Couthon, a los mas decididos de sus tribunos: al vehemente Collotd'Herbois (del que circula la leyenda de que, por haber recibido una rechifla como actor enLyon, es el verdadero hombre para castigar a sus habitantes) y al ms radical de losprocnsules, al ms calificado de los jacobinos y ultraterroristas, a Jos Fouch.

    Se trata, en el caso de Fouch, designado de la noche a la maana por la obraasesina, de un verdadero verdugo, de un ebrio de sangre, como se llamaba a loscampeones del terror?

    Si atendemos a sus palabras, ciertamente. Ningn procnsul se ha conducido en su

    provincia con mayor energa, con mayor espritu revolucionario, con mayor radicalismoque Jos Fouch. Nadie ha requisado con menos miramientos, nadie ha realizado msconcienzudamente el saqueo de las iglesias ni ha hecho desembolsar las fortunas yestrangulado toda resistencia con mayor eficacia. Pero, cosa muy caracterstica en l:nicamente con palabras, con rdenes e intimidaciones, ha instituido el terror. En lassemanas que dur su poder en Nevers, Clamecy, no corre ni una gota de sangre.Mientras cruje en Pars la guillotina como una mquina de coser, mientras Carrier ahogaen Nantes, arrojndolos al Loire, a centenares de sospechosos; mientras que todo el pastiembla de fusilamientos, crmenes y persecuciones, no tiene Fouch en su distrito unasola ejecucin sobre la conciencia. Conoce muy bien -es el leitmotiv de su psicologa- lacobarda de las gentes; sabe que un gesto feroz y un ademn de terror ahorran casi

    siempre el terror mismo. Y cuando ms tarde, en lo ms florido de la reaccin, se levantanacusadoras las provincias contra sus sojuzgadores, no puede formular el distrito deFouch en contra suya otra acusacin que la de la amenaza de muerte; pero de unaejecucin efectiva, no puede acusarle nadie. Vemos, pues, que Fouch, designado ahoracomo verdugo de Lyon, no tiene inclinaciones cruentas. En este hombre fro, sinsensualidad; en este calculador, en este malabarista mental, hay ms de zorro que detigre. No necesita el vaho de la sangre para excitar sus nervios. Gesticula rabioso, perosin fiebre interior, con palabras de amenaza, jams pedir ejecuciones por el placer deasesinar, por monomana de mando. Obedeciendo al instinto y a la prudencia -no porhumanidad-, respeta la vida de los dems mientras no peligra la suya.

    Este es uno de los secretos de casi todas las revoluciones y el destino trgico de suscaudillos; sin tener sed de sangre, verse obligados a derramarla. Desmoulins Pidefrentico desde su pupitre burocrtico el tribunal para los girondinos. Pero ms tarde,cuando, sentado en la sala de justicia, oye caer la palabra muerte sobre los veintidshombres que l mismo ha arrastrado ante los jueces, salta del asiento con palidez mortal,trmulo, se precipita fuera de la sala lleno de desesperacin; no, no es eso lo que lquera! Robespierre, que puso su firma bajo miles de decretos fatales, combati dos aosantes, en la Asamblea Constituyente, la pena de muerte, y conden la guerra como uncrimen. Danton, a pesar de ser hechura suya el terrible tribunal, llego a gritar estaspalabras de desesperacin con el alma atribulada: Ser guillotinado antes que guillotinar.Hasta Marat, que pide pblicamente desde su peridico trescientas mil cabezas, hace

    todo lo posible para salvar a los que estn sentenciados a caer bajo la cuchilla. Todos los

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    que ms tarde han de aparecer como bestias sangrientas, como asesinos frenticos,ebrios con el olor de los cadveres, todos detestan en su interior (lo mismo que Lenin ylos jefes de la revolucin rusa) las ejecuciones. Empiezan por tener a raya a susadversarios polticos con la amenaza de muerte; pero la simiente del dragn del crimen

    surge violenta del consentimiento terico del crimen mismo. No pec por embriaguez desangre la revolucin francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientas.Para entusiasmar al pueblo y para justificar el propio radicalismo, se cometi la torpeza decrear un lenguaje cruento; se di en la mana de hablar constantemente de traidores y depatbulos. Y despus, cuando el pueblo, embriagado, borracho, posedo de estas palabrasbrutales y excitantes, pide efectivamente las medidas enrgicas anunciadas comonecesarias, entonces falta a los caudillos el valor de resistir: tienen que guillotinar para nodesmentir sus frases de constante alusin a la guillotina. Los hechos han de seguirfatalmente a las palabras frenticas. As se inicia la desenfrenada carrera, en la que nadiese atreve a quedar atrs en la persecucin de la aureola popular. Siguiendo la leyirresistible de la gravitacin, viene una ejecucin tras la otra; lo que empez como juego

    sangriento de palabras, se convierte en puja feroz de cabezas humanas. Se hacen asmiles de sacrificios, no por placer, ni siquiera por pasin, y mucho menos por energa,sino simplemente por indecisin de los polticos, de los hombres de partido, que carecende valor para resistir al pueblo; por cobarda, en ltimo trmino. Por desgracia, no essiempre la Historia, como nos la cuentan, historia del valor humano; es tambin historia dela cobarda humana. Y la poltica no es, como se quiere hacer creer a todo trance, gua dela opinin pblica, sino inclinacin humillante de los caudillos precisamente ante lainstancia que ellos mismos han creado e influenciado. As nacen siempre las guerras: deun juego con palabras peligrosas, de una superexcitacin de las pasiones nacionales; yas tambin los crmenes polticos; ningn vicio y ninguna brutalidad en la tierra hanvertido tanta sangre como la cobarda humana. Si, pues, Jos Fouch llega a ser en Lyonel verdugo de las masas, no ser por pasin republicana (no conoce l ninguna pasin),sino nicamente por miedo de caer en desgracia como moderado. Pero no deciden en laHistoria los pensamientos, sino los hechos, y aunque se haya defendido mil veces contrala expresin del mitrailleur de Lyon, quedar ya estigmatizado como tal. Y ni la capa ducalpodr ocultar las huellas de sangre de sus manos.

    El 7 de noviembre llega Collot d'Herbois a Lyon y el 10 llega Jos Fouch. Inician sustrabajos inmediatamente. Pero antes de la verdadera tragedia ponen en escena, entre elexcmico y el exsacerdote, una breve comedia satnica que constituye tal vez la mscnica y provocativa de la revolucin francesa: una especie de misa negra en pleno da.Los funerales por el mrtir de la Libertad, Chalier, sirven de pretexto para esta

    desenfrenada orga atesta. Como preludio, a las ocho de la maana se arrancan de lasiglesias las ltimas insignias religiosas; los crucifijos caen de los altares; se las despoja depafos y casullas. Se organiza despus una procesin imponente por toda la ciudad haciala plaza de Terraux. Cuatro jacobinos llegados de Pars llevan en una litera, cubierta contapices tricolores, el busto de Chalier materialmente cubierto de flores. Al lado, una urnacon sus cenizas y, en una pequea jaula, una paloma que consol, segn se dice, almrtir en la prisin. Solemnes y graves caminan detrs de la litera los tres procnsules, enservicio del culto nuevo que debe mostrar al pueblo de Lyon pomposamente la deidad delmrtir de la Libertad, Chalier, el dieu sauveur mort pour eux. Pero esta ceremoniapattica, de por s ya desagradable, se rebaja an con otros estpidos excesos del peorgusto: una horda estrepitosa arrastra, en triunfo, entre danzas salvajes, clices, custodiase imgenes de santos; detrs trota un burro, al que han puesto artsticamente sobre las

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    orejas una mitra cardenalicia y que lleva atado al rabo un crucifijo y una Biblia. As searrastra el Evangelio, para risa de la chusma alborotada, colgado de la cola de un pobreasno, por el lodo de la calle!

    El son de trompetas marciales ordena alto. En la gran Plaza, donde se ha erigido unaltar de ramaje, se coloca solemnemente el busto de Chalier y la urna, y los tresrepresentantes del pueblo se inclinan respetuosamente ante el nuevo santo.Primeramente perora Collot d'Herbois con la rutina del actor; luego habla Fouch. Quiensupo callar tan tenazmente en la Convencin, ha recobrado de pronto su voz y lanza sudeclaracin desmesurada sobre el busto de yeso: Chalier, Chalier, no existes ya. Losasesinos te han inmolado a ti, mrtir de la Libertad; pero sus propias sangres sern elnico sacrificio capaz de apaciguar tu espritu airado. Chalier! Chalier! Juramos ante tuefigie vengar tu martirio; sangre de aristcratas te servir de incienso. El tercer delegadodel pueblo, menos elocuente que el futuro aristcrata, que el futuro Duque de Otranto,besa la frente del busto y grita estentreamente en medio de la Plaza: Muerte a los

    aristcratas!Despus del triple homenaje se hace una gran hoguera. Muy serio ve el hace poco an

    tonsurado Jos Fouch, con sus dos colegas, como es desatado el Evangelio del rabo delburro y echado al fuego, convirtindose en humo en medio de las llamas que devoranpafos de iglesia, misales, hostias e imgenes santas. Luego se hace beber al infelizcuadrpedo en un cliz consagrado como premio a sus servicios, y, como final de acto detan psimo gusto, los cuatro jacobinos llevan a hombros el busto de Chalier a la iglesia,donde es colocado solemnemente en el lugar del Cristo derribado. Para eterna memoriadel solemne festejo, se acua, en los das sucesivos, una moneda conmemorativa, de laque no se encuentran ejemplares, tal vez porque el que fue despus Duque de Otrantoadquiri todas las existencias y las hizo desaparecer, lo mismo que los libros que

    describan demasiado claramente las ferocidades brutales de su poca ultrajacobina yatesta. Tena l buena memoria; pero no quera, sin duda, que los dems pudieranrecordarle la misa negra de Lyon y todos los dems excesos: hubiera sido demasiadoviolento y desagradable para Son Excellence Monsegneur le Snateur Ministre de uncristiansimo rey.

    Por repugnante que sea este primer da de Jos Fouch en Lyon, no hay, sin embargo,en l ms que farsa y mascarada banal: an no ha corrido la sangre. Pero al da siguientese recluyen los cnsules inaccesibles en una casa apartada, guardada por centinelasarmados, defendida de intrusos, con la puerta simblicamente cerrada a toda clemencia,a todo ruego, a toda tolerancia. Se constituye un tribunal revolucionario, y de la tremenda

    noche de San Bartolom que preparan estos monarcas del pueblo que se llaman Fouchy Collot puede darnos una idea la carta que dirigen a la Convencin: Cumplimos-escriben- nuestra misin con la energa de republicanos puros y no descenderemos de laaltura en que nos ha colocado el pueblo para ocuparnos de los miserables intereses deunas cuantas personas ms o menos culpables. Hemos apartado a todo el mundo denosotros porque no tenemos tiempo que perder ni favores que otorgar. Slo tenemospresente a la Repblica, que nos ordena una accin ejemplar, una leccin difana yevidente. No omos sino el grito del pueblo que pide venganza por la sangre vertida de lospatriotas, venganza rpida y tremenda, para que la Humanidad no vuelva a verla correr.Convencidos de que en esta ciudad infame no hay ms inocentes que los oprimidos porlos asesinos, los encerrados por ellos en los calabozos, mantenemos nuestra

    desconfianza ante las lgrimas del arrepentimiento. Nada podr desarmar nuestra

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    severidad. Hemos de confesarlo, colegas ciudadanos: consideramos la benevolenciacomo debilidad peligrosa, apropiada tan slo para volver a encender esperanzascriminales en el momento preciso en que hay que apagarlas para siempre. Tratar a unslo individuo con benevolencia nos obligara a seguir la misma conducta con todos,

    haciendo con ello ineficaz el xito de nuestra justicia. Se trabaja demasiado despacio enlas demoliciones: la impaciencia republicana requiere medios mas rpidos, como laexplosin de las minas, la accin devastadora de las llamas... Medios que pongan enevidencia el poder del pueblo. Su voluntad no debe ser considerada como la de lostiranos: ha de producir el efecto de u