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  • 7/30/2019 Himno - Ayn Rand

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    HIMNO

    AYN RAND

    Captulo I

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    Escribir estas cosas es una falta. Es una falta pensar palabras en las quenadie ms piensa, y escribirlas en un papel que nadie ms ha de ver. Es unaaccin mezquina y mala cual si hablramos solos, para nuestros odosnicamente. Y sabemos muy bien que no existe mayor transgresin que el obrary el pensar solos. Hemos infringido las leyes. Las leyes que dicen que loshombres no deben escribir como no se lo haya permitido el Consejo de las

    Vocaciones. Qu nos perdonen!Mas esta no es nuestra nica culpa. Nuestras culpas son innumerables

    como las estrellas del cielo. Hemos cometido un delito ms grave, un delito queno tiene nombre. No sabemos qu castigo nos espera si se nos descubre, porqueeste delito no ha sido cometido nunca y no hay ley que lo tenga previsto.

    Hay mucha oscuridad aqu abajo. La llama de la vela est quieta en el aire.Nada se muestra en esta caverna tenebrosa, excepto nuestra mano sobre elpapel. Estamos solos, aqu, bajo tierra. Es una palabra necia y pavorosa, solos.La ley dice que los hombres no deben estar solos en ningn momento, porqueesto es una grave transgresin y el origen de todos los males. Pero nosotroshemos quebrantado muchas leyes. Y ahora, aqu, est slo nuestro cuerpo, y es

    extrao ver solamente dos piernas tendidas sobre el lodo y reflejarse en la paredla sombra de una sola cabeza.

    Los muros estn todos agrietados y el agua se desliza sobre ellos enpequeos hilos silenciosos, negros y brillantes como la sangre. Hemos robadouna vela en la despensa de la Casa de los Barrenderos. Si nos descubren noscondenarn a diez aos en el Palacio de la Detencin Correccional. Pero esto notiene importancia. Importa slo que la luz es preciosa y que no hemos dedesperdiciarla la para escribir, cuando nos hace falta para el trabajo queconstituye nuestro delito. Nada importa excepto el trabajo, nuestro secreto,culpable, precioso trabajo. Y, sin embargo, tenemos que escribir para que elConsejo tenga piedad de nosotros. Deseamos por una vez hablar tambin a odos

    que no sean los nuestros.Nuestro nombre es Igualdad 7-2521, segn est escrito en el brazalete quecada hombre lleva en la mueca izquierda. Tenemos veintin aos, nuestraestatura es de un metro noventa, y esto es un grave inconveniente porque nohay muchos hombres que midan un metro noventa de altura. Los Maestros y losJefes jams nos pierden de vista y, ceudos, nos dicen:

    - Hay algo malfico en vuestros huesos, Igualdad 7-2521, porque vuestrocuerpo ha crecido ms que los de vuestros hermanos.

    Nos avergonzamos de nuestros huesos y de todo cuanto encierra nuestrocuerpo, pero no podemos cambiarlo.

    Hemos nacido con una maldicin. Y sta nos ha arrastrado siempre hacia

    pensamientos prohibidos, hacia deseos que los hombres no deben experimentar.Reconocemos que somos malos, pero no tenemos voluntad ni la fuerza parareaccionar. Y este es nuestro asombro y nuestro miedo secreto, saberlo y nopoder reaccionar.

    Tratamos de ser como nuestros hermanos porque todos los hombres debenser iguales. En el frontis del Palacio del Consejo Mundial hay una gran lpida y enella estn grabadas unas palabras que nos repetimos a nosotros mismos cuandonos asalta la tentacin.

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    Somos uno en todos y todos en uno. No existen hombres sino slo elgrande Nosotros, uno indivisible y para siempre.

    Nos las repetimos, pero no nos sirve de ninguna ayuda.Estas palabras fueron esculpidas hace mucho tiempo. Hay un musgo verde

    en las muescas d las letras y rayas amarillentas en el mrmol, producidas por un

    incalculable nmero de aos. Y estas palabras estn escritas en el Palacio delConsejo Mundial, y ste es la fuente de todas las verdades. As ha sido desde elGran Renacimiento, y desde tiempo lejano e inmemorable. Dcese que antes delGran Renacimiento los hombres eran ciegos e ignorantes como los animales,porque tenan que buscar la verdad. Esto es extrao y pavoroso de nosotros,porque nuestra poca ha hallado la verdad. Pero no hemos de hablar nunca delos tiempos que precedieron al Gran Renacimiento, pues de hacerlo sufriramoscondena de tres aos en el Palacio de Detencin Correccional. Tan slo los viejosmusitan algo que por la noche, en la Casa de los Intiles. Ellos susurran muchascosas extraas e inconcebibles; hablan de torres que se erguan en el cielo, enlos tiempos aquellos que no se deben mentar; de vagones que se movan sin

    caballos, y de luces que ardan sin llama. Pero aquellos tiempos estaban regidospor perfidias en las que no nos atrevemos a pensar. Y aquellos tiempos pasadoscuando los hombres vieron la Gran Verdad, que es sta: todos los hombres sonuno y no hay ms voluntad que la de todos los hombres unidos.

    Todos los hombres son buenos y sabios. Slo nosotros, Igualdad 7-2521,slo nosotros hemos nacido con una maldicin. Porque nos somos- y esto notenemos que decirlo, sino murmurarlo solamente y avergonzados- iguales anuestros hermanos. Y si miramos a nuestro pasado, vemos que siempre ha sidoas y que esto nos ha llevado poco a poco a la ltima, suprema transgresin, aldelito de los delitos escondido aqu bajo tierra.

    Nos acordamos de la Casa de los Nios, donde hemos vivido hasta los cinco

    aos, jun a todos los dems hijos de la Cuidad, nacidos en el mismo ao. Losdormitorios eran blancos y limpios desnudos de todo excepto las cien camas.Nosotros ramos como los dems hermanos menos en esto, en que estbamossiempre en lucha con ellos. Pocas ofensas hay ms graves que el contrastar connuestros hermanos, en toda y edad y por cualquier motivo. El Consejo de la Casanos lo dijo, y entre todos los nios de aquel ao nosotros fuimos a los que se nosencerr ms veces en el Lugar Oscuro, sentados desnudos sobre el piso depiedra.

    Al cumplir los cinco aos se nos mand a la Casa de los Estudiantes, dondehay diez maestros para los diez aos de enseanzas. Los hombres debenestudiar hasta los quince aos. Luego van a trabajar. En la Casa de los

    Estudiantes nos levantbamos cuando la gran campana tocaba en la torre y nosacostbamos cuando tocaba de nuevo. Antes de desnudarnos, de pie en el grandormitorio, levantbamos el brazo derecho y decamos todos juntos con los tresMaestros jefes de la estancia:

    - Nosotros no somos nada. La humanidad lo es todo. Nos es dado vivirgracias a nuestros hermanos. Existimos por ellos, al lado de ellos y paraellos que son el Estado. Amn

    Luego dormamos. Los dormitorios eran blancos y limpios y desnudos detodo excepto las cien camas.

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    Nosotros, Igualdad 7-2521, no fuimos felices durante los aos transcurridosen la Casa de los Estudiantes. Y no precisamente porque la enseanza fuesedemasiado difcil para nosotros. Al contrario, era demasiado fcil. Es un granpecado nacer con una inteligencia demasiado despierta. No est bien ser distintode los dems hermanos, pero est mal ser superior a ellos. Los Maestros nos lodecan y fruncan el ceo al mirarnos.

    Luchamos contra esta maldicin. Tratamos de olvidar las lecciones, pero lasrecordbamos siempre. Intentamos no comprender lo que explicaban losMaestros, pero lo entendamos siempre, aun antes de que ellos lo dijeran.Mirbamos a Unin 5-3992, que era un muchacho plido y poco listo, yprocurbamos hablar y accionar como l, para poder ser iguales, mas losmaestros se daban cuenta de que no era as. Y se nos azota con ms frecuenciaque a los otros.

    Los Maestros eran justos, porque haban sido designados por los Consejos,y los Consejos son la voz de la justicia, porque son la voz de todos los hombres.El mundo de los hombres es slo benevolencia y amor. Y si alguna vez, en lasecreta oscuridad de nuestro corazn, aoramos lo que nos ocurri al cumplir los

    quince aos, sabemos que la culpa fue nuestra. Habamos violado la ley por nohaber escuchado las palabras de nuestros Maestros. Ellos nos haban dicho:

    - No os atrevis a elegir en vuestra mente el trabajo a que desearaisdedicaros al dejar la Casa de los Estudiantes. Haris lo que os mandarel Consejo de las Vocaciones. Porque el Consejo de las Vocaciones sabeen su gran sabidura dnde sois necesarios a vuestros hermanos, muchomejor de lo que podis saberlo vosotros con vuestras pequeas mentesignorantes. Y si no sois necesarios a vuestros hermanos no hay raznpara que tengis que estorbar en la tierra con vuestros cuerpos.

    Esto es justo, porque los Consejos tienen un gran deber que cumplir, y losque tienen el debe de tener tambin el poder. Son los Consejos los que tienen las

    riendas del mundo, los que nos dan de comer a todos nosotros, y ropas y cama.Nadie padece hambre, nadie tiembla sin cobijo durante las lluvias otoales eneste maravilloso mundo nuestro. Por los caminos del mundo van da y nochepesados carros, llevando lo que los hombres necesitan; campos de trigo quemaduran al sol; hay ruedas que giran y hachas que golpean los rboles de losbosques y sacan chispas el granito de latiera, y cada golpe, cada msculo entensin, cada verde y trmula espiga de grano estn guiados por la sabidura denuestros padres que son los Consejos, esos Consejos que inclinan las cabezasdoctas e incansables a la luz de las velas sobre kilmetros y montaas depapeles, para que cada bocado pueda encontrar a tiempo el camino hasta elestmago ms humilde. Mas, para hacer esto, nuestros Consejos tienen el poder

    de imponer a cada hombre, el trabajo de su vida: de otro modo, qu ordenpodra haber sobre la tierra?Lo sabamos perfectamente, en los aos de nuestra infancia, pero la

    maldicin estaba sobre nosotros, y no nos conceda tregua. ramos culpables y loconfesamos aqu; ramos culpables de la gran Transgresin de la Preferencia.Preferamos determinados trabajos y determinadas lecciones. No escuchbamosde buen grado la historia de todos los Consejos elegidos desde el GranRenacimiento. Pero ambamos la Ciencia de las Cosas. Desebamos saber.

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    Desebamos darnos cuenta de todas las cosas que nos rodeaba. Hacamos tantaspreguntas que los Maestros nos prohibieron interrogar.

    Pensbamos que haba misterios en el cielo y debajo del agua y en lasplantas que crecen. Mas el Consejo de los Estudiosos haba dicho que no existenmisterios, y l lo sabe todo. Y aprendimos muchas cosas de nuestros Maestros.Aprendimos que la tierra es plana y que el sol da vueltas a su alrededor

    ocasionando el da y la noche. Aprendimos el nombre de todos los vientos quesoplan sobre el mar y empujan las velas de nuestros navos. Aprendimos a sacarsangre a los hombres para curar todas sus enfermedades.

    De este modo ambamos la Ciencia de la Tierra. Y en la oscuridad, en lahora secreta, cuando nos despertbamos de noche y en nuestro derredor noestaban los hermanos, sino slo sus blancas formas en las camas y su pesadarespiracin, cerrbamos los ojos, apretbamos los labios y casi no respirbamospara que ni siquiera el hlito pudiese traicionarnos, para que nuestros hermanosnos pudiesen or, ver y adivinar. Pensbamos entonces que hubiramos deseadoser destinados a la Casa de los Estudiosos cuando fuese llegado el momento.Todos los grandes inventos modernos salen de la Casa de los Estudiosos, como el

    ms reciente hallazgo de hace escasamente hace unos cien aos, de fabricarbujas con cera y un cordelito, para darnos la luz, y la de fabricar esa cosa nuevallamada vidrio para colocarlo en nuestras ventanas y protegernos de la lluvia. Ypara hallar estas cosas los Estudiosos deben escudriar la tierra y aprender delos ros, de las arenas, de los vientos y de las rocas. Nosotros tambin habramospodido sacar enseanzas si hubisemos ido al a Casa de los Estudiosos.Habramos podido interrogar las cosas porque stas no prohben preguntas.

    Y las preguntas no nos conceden reposo. No sabemos qu demonios hay ennuestros cerebros que nos hacen buscar algo que ni nosotros mismos sabemos,constantemente. Pero no podemos resistirnos. Murmuran a nuestro odo queexisten cosas que ni siquiera podemos imaginar en esta tierra nuestra, y que

    podramos conocerlas slo con intentarlo. No sabemos explicarnos este malvadodeseo nuestro, pero no logramos vencerlo. Por eso desebamos que se nosenviara a la Casa de los Estudiosos. Lo desebamos de tal modo que los dedosnos temblaban por la noche bajo las mantas, y algo nos haca dao en el pecho ynos mordamos el brazo para calmar el otro sufrimiento que no podamossoportar. Estaba mal hecho y por la maana no nos atrevamos a mirar a la carade nuestros hermanos. Porque los hombres no deben desear nada para smismos. Y fuimos castigados cuando el Consejo de las Vocaciones nos dionuestros Mandatos de Vida que imponen a los que tienen quince aos su oficiopara el resto de su existencia.

    El Consejo de las Vocaciones lleg el primer da de primavera y se sent en

    la gran sala, y nosotros, los de quince aos, y todos los Maestros nostrasladamos a la gran sala. El Consejo de las Vocaciones estaba sentado en unaalta ctedra y deca slo dos palabras a cada estudiante. Llamaban por sunombre a los estudiantes, y cuando stos llegaban ante ellos uno detrs de otro,el Consejo deca: Carpintero o Mdico o Cocinero o Jefe y cadaestudiante deca: Hgase la voluntad de nuestros hermanos.

    Si el Consejo haba dicho Carpintero o Cocinero los estudiantesdestinados a tal oficio iban al trabajo y dejaban de estudiar, mas si el Consejohaba dicho Jefe entonces los estudiantes iban a la Casa de los Jefes, que es la

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    ms alta de la ciudad porque tiene tres pisos. Y all aprenden muchas cosasdurante varios aos para poder llegar a ser candidatos y elegidos en el Consejode la Ciudad, en el Consejo de Estado y en el Consejo del Mundo, con el votolibre y universal de todos los hombres. Pero nosotros no desebamos ser Jefe,aunque esto sea un gran honor. Desebamos ser un Estudioso, y la intensidad denuestro deseo nos haca sufrir fsicamente.

    As, pues, esperbamos nuestro turno en la gran sala: omos la Consejo delas Vocaciones pronunciar nuestro nombre: Igualdad 7-2521. Bajamos por elpasillo hacia la ctedra; nuestras piernas no temblaban y nuestros ojos mirabanfijamente al Consejo. Componan el Consejo cinco miembros, tres de sexomasculino y dos del femenino. Sus cabellos eran blancos, los rostros agrietadoscomo el barro d un rido lecho de ro. Eran viejos. Parecan ms viejos de lo quepueden serlo los hombres, parecan viejos como el mrmol del Templo delConsejo del Mundo. Estaban sentados delante de nosotros y no se movan. Ynosotros no veamos levantarse ni una orla de sus blancas togas por efecto de larespiracin. Pero nos dimos cuenta de que estaban vivos porque un dedo del msviejo se levant para volver a caer en seguida. Aquello era lo nico que se mova,

    porque los labios el ms viejo no se despegaron cuando dijeron: Barrendero.Notamos un tirn de los tendones del cuello mientras nuestra cabeza selevantaba para mirar a la cara a los del Consejo, y experimentamos unasensacin de felicidad. Reconocamos haber sido culpables, pero ahora tenamosmedios de remediarlo. Aceptaramos el Mandato de Vida de todo corazn,trabajaramos para nuestros hermanos, alegres y de buena gana, y borraramosnuestro pecado contra ellos, pero que ellos ignoraban, pero nosotros conocamosperfectamente. Y nos sentamos felices y orgullosos de nosotros y de nuestravictoria sobre nosotros mismos. De modo que levantamos el brazo y hablamos, ynuestra voz fue la ms clara y firme que se oy aquel da en la sala. Dijimos:

    - Hgase la voluntad de nuestros hermanos.Y clavamos la vista en los ojos de los Consejeros, pero sus ojos semejabanfros botones de vidrio azul.As, pues, entramos en la Casa de los Barrenderos. Es una casa gris en una

    calle estrecha. Hay un reloj de sol en el patio y por l el Consejo de la Casapuede decir las horas del da y sabe cuando debe tocar la campana. Cuando statoca saltamos todos de la cama; el cielo tiene un color verde y fro y rgido comoel metal y una franja de oro resplandece sobre la Ciudad en nuestras ventanasque miran hacia el oriente. La sombra del reloj solar marca una media horamientras nos vestimos y desayunamos en el comedor que tiene tres mesaslargas con cien platos de loza y cien tazas, tambin de loza. Luego vamos altrabajo por las calles de la Ciudad, con nuestras escobas y nuestros rastrillos.

    Despus de cinco horas, cuando el sol ya est alto, regresamos a la Casa yconsumimos la comida del medioda, para lo cual disponemos media hora. Luegovolvemos al trabajo. Despus de cinco horas, las sombras azuladas caen sobre latierra y el cielo se torna azul turqu de una brillantez profunda que no da luz.Entonces regresamos y consumimos nuestra cena que dura una hora. Luegosuena la campana y marchamos en columna, con el Consejo de la Casa a lacabeza, hasta el parque de la ciudad, donde nos colocamos en fila y estiramos losbrazos e inclinamos el cuerpo mientras el Consejo toca un tambor. Hacemos estopar que nuestro cuerpo est sano y fuerte y apto para el trabajo. El cielo

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    adquiere un color tenue y dulce, a rayas finas de prpura descolorida, y losrboles se destacan negros sobre la franja cobriza del oeste. Al cabo de una horavolveremos a la Casa. Suena la campana y nosotros marchamos en columnahacia uno de los Crculos de la Ciudad para la Reunin Social. Otras columnas dehombres llegan de las Casas de los distintos Oficios. Se encienden las velas y losConsejos de las distintas Casas se colocan en una alta tribuna y nos hablan de

    nuestros deberes y de nuestros hermanos. Luego los Jefes presentes suben a unatribuna y nos leen los discursos pronunciados en el Consejo de la Ciudad en aquelda, porque el Consejo de la Ciudad representa a todos los hombres y todo lo quelos hombres deben saber. Luego cantamos los Himnos. El Himno de laFraternidad, el Himno de la Igualdad, el Himno del Espritu de la Colectividad. Astranscurren dos horas. Entonces vamos en columna al Teatro de la Ciudad paratres horas de Recreo Social. Se representa una obra en la que intervienen dosgrandes coros de la Casa de los Actores que hablan y contestan todos juntos convoces potentes. Las representaciones versan sobre el trabajo y su utilidad. Luegovolvemos a la Casa en columna. El cielo es como un negro cedazo horadado porgotas plateadas y trmulas a punto de caerse. Las falenas chocan con sus alas

    contra los faroles de las calles. Nos acostamos y dormimos hasta que vuelve asonar la campana. Los dormitorios son blancos y limpios y desnudos de todo,excepto las cien camas.

    As hemos vivido durante cuatro aos hasta hace dos primaveras, cuandoempez nuestro crimen. As han de vivir los hombres hasta los cuarenta aos. Aesa edad sus cuerpos estn encogidos como hongos secos y les duelen loshuesos. A los cuarenta se les manda a la Casa de los Intiles donde viven losViejos. Los Viejos no trabajan porque el Estado se encarga de ellos; se sientan alsol en verano, junto al fuego en invierno. No hablan mucho porque estncansados y sus ojos son lacrimosos. Los viejos saben que han de morir pronto.Cuando ocurre un milagro y alguno vive hasta los cuarenta y cinco aos, se le

    llama Anciano, y los nios le miran asombrados al pasar por delante de la Casade los Intiles. Esta debe ser nuestra vida y la de nuestros hermanos y la de loshermanos que nos precedieron. Esta habra sido nuestra vida si no hubisemoshecho el descubrimiento y cometido el gran delito que lo ha cambiado todo paranosotros. Y fue nuestra maldicin la que nos empuj a esto. Habamos sido unbuen Barrendero semejante a todos los dems menos por nuestro deseo desaber. Mirbamos demasiado tiempo las estrellas, la noche, y los rboles y latierra bajo nuestros pies. Y cuando limpibamos el patio de la Casa de losEstudiosos, recogamos las ampollas de vidrio y los pedazos de hierro y loshuesos disecados entre los desechos que ellos haban tirado.

    Desebamos guardar aquellos objetos y estudiarlos, pero no tenamos sitio

    donde esconderlos. Por cuya razn los llevbamos al Lugar de los Desechos de laCiudad, y all hicimos entonces el gran descubrimiento.Era un da de la penltima primavera. Nosotros, los Barrenderos,

    trabajbamos en grupos de a tres, y estbamos con Unin 5-3392, el de escasainteligencia, y, con Internacional 4-8818. ahora Unin 5-3992 est malucho y aveces tiene convulsiones, la boca se le llena de espuma y sus ojos se ponen enblanco. Pero Internacional 4-8818 es distinto. Es un joven alto y fuerte de ojosparecidos a las lucirnagas porque brillan con intermitencias y en ellos se lee larisa. No podemos mirar a Internacional 4-8818 sin sonrernos nosotros tambin.

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    Por ello no era bien visto en la Casa de los Estudiantes: no es correcto sonrer sinrazn. Y no era bienquisto adems porque coga pedazos de carbn en los suelosy haca dibujos en las paredes y en los suelos y eran dibujos que hacan rer.Pero slo nuestros hermanos de la Casa de los Artistas tiene permiso paradibujar as. Internacional 4-8818 fue enviado a la Casa de los Barrenderos comonosotros. Internacional 4-8818 y nosotros ramos amigos. Esto es feo decirlo

    porque es una Transgresin, la gran Transgresin de la Preferencia, la de amar auna persona ms que a otras, porque debemos amar a todos los hombres ytodos los hombres son nuestros amigos. Por ello Internacional 4-8818 y nosotrosno habamos hablado nunca de esto. Pero lo sabamos. Lo comprendamoscuando nos mirbamos a los ojos. Y cuando nos mirbamos as, sin hablar,comprendamos tambin esas cosas, cosas raras que no pueden expresarse conpalabras y que nos asustaban.

    As, pues, en aquel da de la penltima primavera, Unin 5-3992 sufriun ataque de convulsiones en la periferia del Ciudad, cercad el Teatro de laCiudad. Le dejamos tendido a la sombra de la tienda del Teatro y nos fuimos aacabar nuestro trabajo con Internacional 4-8818. Llegamos juntos al gran

    barranco que estaba detrs del Teatro. All no hay ms que rboles y hierbajos.Se extiende hasta los pies de las montaas. Detrs e l hay un llano, y ms atrsaun yace la Selva Innominada, en la que los hombres no deben pensar.Estbamos recogiendo los papeles y los trapos que el viento haba llevado hastaall desde el Teatro, cuando vimos una barra de hierro que sala de la tierra,entre la broza. Estaba vieja y oxidada por las muchas lluvias. Tiramos de ella contodas nuestras fuerzas, mas no conseguimos moverla. Entonces llamamos aInternacional 4-8818 y junto cavamos la tierra alrededor de la barra.Improvisamente la tierra cedi ante nosotros, y vimos una reja desgastada sobreun orificio negro. Y pareca que detrs de l se extendiese una oscuridad infinita.Internacional 4-8818 empez a temblar y retrocedi. Pero nosotros empujamos

    la reja y sta cedi. Y vimos una serie de aros de hierro que conducan al centrode la tierra.- Nosotros bajamos- dijimos a Internacional 4-8818.- Est prohibido- nos contest.Replicamos.- El Consejo no sabe nada de este agujero, de manera que no puede estar

    prohibido.l repuso:- Puesto que el Consejo lo ignora no pude haber ninguna ley que permita

    entrar en l. Y todo cuanto no est permitido por la ley est prohibido.Pero nosotros dijimos:

    - De todos modos iremos.l se qued aterrorizado. Cay de rodillas y mir hacia abajoobservndonos, mientras descendamos.

    Nos agarramos a los aros de hierro con las manos y con los pies. Nopodamos ver nada debajo de nosotros excepto una noche ms oscura que lanoche. Y arriba el orificio abierto sobre el cielo se tornaba cada vez ms pequeohasta que tuvo el tamao de un botn. Sin embargo, seguimos bajando yhabramos seguido aunque el pozo no hubiese tenido fondo. Luego nuestros piestocaron el suelo, un suelo blando y hmedo. Nos restregamos los ojos porque no

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    veamos nada. Luego los ojos se acostumbraron a la oscuridad, pero nopodamos creer lo que veamos. Ningn hombre de los que nosotros conocamospoda haber construido aquel lugar y ni siquiera los hombres conocidos pornuestros hermanos que haban vivido antes que nosotros: sin embargo habasido construido por hombres. Era una gran galera, pero no tena ni principio nifin. Las paredes eran duras y lisas al tacto: pareca piedra pero no era piedra. Y

    en el suelo, bajo nuestros pies haba dos partes de tiras largas y finas de hierro,pero no era hierro, pero no era hierro, era liso y fro como el vidrio. Camos dehinojos y avanzamos arrastrndonos, nuestras manos seguan la raya de hierropara poder darnos cuenta de adnde nos llevaba. Ms delante de nosotros nohaba sino una ininterrumpida oscuridad. Slo las cuatro tiras de hierro relucancual estrechos regueros, rectos y blancos, colgados en el espacio, invitndonos aseguirlos. Pero no podamos seguirlos porque perdamos hasta el ltimo tenueresplandor de luz detrs de nosotros: por lo cual dimos la vuelta y nosdeslizamos hacia atrs con la mano sobre la tira de hierro. Y nos lata el coraznen las yemas de los dedos con una locura absurda. Y entonces comprendimos.

    Comprendimos de repente que aquel lugar era obra de los Tiempos

    Innominables. As, pues, era verdad, y aquellos Tiempos haban existido, y todaslas maravillas de aquellos Tiempos tambin. Hace cientos y cientos de aos loshombres conocan los extraos secretos que nosotros hemos perdido. Ypensbamos: Este es un lugar abominable. Los que tocan las cosas de losTiempos Innominables estn condenados. Pero nuestra mano que apretaba elrastro mientras nos deslizbamos, sujetaba el hierro como si no quisiera dejarlo,cual si la piel de la mano estuviese sedienta e invocara del metal algn fluidosecreto emanante de su frialdad. Y nuestra mano obraba as sin que nosotros loquisiramos.

    Volvimos a la superficie de la tierra. Internacional 4-8818 nos mir, dio unpaso atrs y sus labios empezaron templar de pnico:

    - Igualdad 7-2521- dijo- vuestro rostro est blanco y vuestros ojos no sonhumanos.Mas nosotros no pudimos hablar y nos quedamos inmviles, mirndole.l retrocedi, como si no se atreviese a tocarnos. Luego sonri, pero su

    sonrisa no era una sonrisa alegre, estaba azarado e implorante. Nosotros nopodamos hablar todava. l dijo:

    - Hemos de dar cuenta de nuestro descubrimiento al Consejo de la Ciudady los dos recibiremos una recompensa.

    Y entonces hablamos nosotros. Y nuestra voz era dura y despiadada.Dijimos:

    - No daremos cuenta de nuestro descubrimiento al Consejo de la Ciudad.No daremos cuenta a nadie.Internacional 4-8818 se tap los odos con las manos porque jams haba

    escuchado palabras semejantes.Pero nosotros le miramos sin benevolencia y sin vergenza.- Internacional 4-8818- preguntamos- nos denunciaris al Consejo y nos

    veris azotar hasta la muerte antes vuestros ojos?Entonces l se irgui repentinamente y contest:- Antes moriremos.

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    - En este caso- dijimos- no digis una palabra de esto, jams. Este lugarnos pertenece, a nosotros, Igualdad 7-2521, y a ningn otro serhumano. Y si tuviramos que cederlo daramos con l nuestra vidatambin.

    Y vimos entonces que los ojos de Internacional 4-8818 brillaban y estabanllenos de lgrimas que no se atrevan a caer. Y dijo con una voz que era slo un

    murmullo y que temblaba de tal suerte que las palabras perdan su forma:- La voluntad del Consejo est sobre todas las cosas porque es la voluntad

    de nuestros hermanos que es sagrada. Pero si vosotros lo queris as,obedeceremos. Preferimos ser malos en vuestra compaa que buenoscon todos nuestros hermanos. Que el Consejo se apiade de nuestros doscorazones.

    Luego regresamos juntos a la Casa de los Barrenderos. Y caminamos ensilencio.

    As ocurre que cada noche, cuando las estrellas estn ms altas y losBarrenderos se sientan en el Teatro de la Ciudad, nosotros, Igualdad 7-2521, nosescurrimos y echamos a correr en la oscuridad hasta nuestro refugio.

    Es fcil salir del Teatro porque el sitio que tenemos asignado est al final dela ltima fila junto a Internacional 4-8818, y cuando se apagan las velas y losActores aparecen en escena, nadie nos ve deslizarnos por debajo de las sillas ybajo la recia lona de la tienda del Teatro. Luego es fcil moverse en las tinieblasy colocarse en fila junto a Internacional 4-8818, cuando la columna sale delTeatro. Ahora las calles estn a oscuras y no hay ningn transente porque nadiepuede recorrer la Ciudad si no tiene una misin que cumplir. Corremos haciaabajo por el barranco y la tierra vuela bajo nuestros pies. Quitamos las piedrasque hemos amontonado sobre la reja de hierro para ocultarla a los ojos de todos.Y nos hallamos bajo tierra, solos.

    Hemos robado velas en la despensa de la Casa, hemos robado piedras de

    chispa, y cuchillos, y papel que hemos escondido durante todo el da bajo nuestratnica hasta que hemos podido traerlos hasta este lugar. Hemos robado ampollasde vidrio y polvos cidos y retortas de hierro de la Casa de los Estudiosos,cuando limpibamos su patio y cuando hemos podido entrar en ella por lasventanas abiertas. Hemos hecho esto para poder estudiar. Ahora nos sentamosen la galera todas las noches durante tres horas, durante tres horas culpablespero benditas, y aprendemos los misterios de la tierra. Fundimos metalesdistintos, mezclamos cidos y abrimos los cuerpos de los animales y de lospjaros que encontramos en el Lugar de los Desechos de la Ciudad. Hemosconstruido una gran estufa con los ladrillos desperdiciados y que hemos recogidopor las calles. Quemamos los gajos que hallamos en el barranco. El fuego hace

    guios en la estufa y sombras azules danzan por las paredes. No nos molestaningn ruido de hombres o animales.Hemos robado algunos manuscritos. Esta es una falta grave. Los

    manuscritos son preciosos porque nuestros hermanos de la Casa de losEscribanos tardan un ao en copiar un solo escrito con su letra clara y precisa.Los manuscritos son raros y se guardan en la Casa de los Estudiosos. As, pues,nos sentamos junto a la estufa y leemos los escritos robados. Han transcurridodos aos desde que descubrimos este lugar. Y en estos dos aos hemosaprendido ms que en los diez aos de la Casa de los Estudiantes.

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    Hemos aprendido cosas que no figuran en los escritos, hemos descubiertosecretos acerca de los cuales los Estudiosos no saben nada. Hemos llegado aentender que es mucho lo desconocido y lo ignorado, y que muchas vidas nopodran conducirnos al final de nuestras investigaciones. No deseamos nada, sinoestar solos junto a nuestra estufa y aprender de las cosas de la tierra yexperimentar la sensacin de que nuestra mirada se tornase cada da ms aguda

    que la del guila, ms clara que el cristal de roca.Los caminos del mal son extraos. Somos falsos ante nuestros hermanos.

    Desafiamos la voluntad ante nuestros hermanos. Desafiamos la voluntad denuestros Consejos. Nosotros solos, entre miles y miles de hombres que pueblanla tierra, nosotros solos, en este momento, realizamos un trabajo que nadie nosha encargado. La magnitud de nuestra culpa no puede ser juzgada por la mentehumana. La naturaleza de nuestro castigo, si la culpa llega a descubrirse, nopuede ser decretada por un corazn humano. Ni los ms Ancianos entre losAncianos recuerdan que nadie haya hecho lo que nosotros hacemos.

    Sin embargo, no sentimos ni vergenza ni aoranza. Nos decimos quesomos delincuentes y traidores, mas no sentimos ningn peso sobre nuestro

    espritu, ningn temor en nuestro corazn. Por el contrario se nos antoja quenuestro espritu est limpio como un lago al que ningn ojo turba, excepto el delsol. Y en nuestro corazn- qu extraos son los caminos del mal!- en nuestrocorazn sta es la primera sensacin de paz experimentada en veinte aos.

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    Captulo II

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    Libertad 5-3000... Libertad cinco-tres-mil... Libertad 5-3000...Gozamos al escribir este nombre, gozamos al pronunciarlo, pero no nos

    atrevemos a repetirlo en voz alta. Porque a los hombres les est prohibidoocuparse de las mujeres y a las mujeres les est prohibido ocuparse de loshombres. Pero nosotros pensamos en una mujer, en la que lleva por nombreLibertad 5-3000, y slo en ella.

    Las mujeres destinadas al cultivo de la tierra viven en la casa de loscampesinos, ms all de la Ciudad. Donde sta termina hay una gran carreteraque va serpenteando hacia el Norte y nosotros, los Barrenderos, hemos detenerla limpia hasta la primera piedra miliar. Hay un seto verde y bajo al o largodel camino, y al otro lado se extienden los campos infinitos bajo el sol. Loscampos son pardos y estn arados, y se abren como un gran abanico antenosotros, con sus surcos recogidos en una mano invisible detrs del horizonte. Seramifican desde all, y, ensanchndose, vienen hacia nosotros, negros surcos,relucientes de verdes y delgadas espigas. Algunas mujeres trabajan en loscampos y andan y se agachan a sesenta pasos una de otra y sus blancas tnicasal viento semejan alas de gaviota volando sobre el campo.

    All vimos a Libertad 5-3000 que andaba a lo largo de los surcos, su cuerpoera derecho y fuerte y delgado como la hoja de una espada: sus ojos eranoscuros, profundos y brillantes, no haba en ellos ni miedo, ni gentileza nivergenza. Sus cabellos no eran como los cabellos de los hombres y las mujeres:eran dorados como el sol, ondeaban al viento trmulos, relucientes, salvajes ylibres y retadores en su libertad. Lanzaba la semilla con las manos como si sedignara en derramar un don, y como si las glebas fueran unos mendigos a suspies.

    De este modo Libertad 5-3000 vino aquel da en el campo hacia nosotros,comuna pequea llama en el viento, como una ondulante niebla blanca, como unltigo, como un milagro. Y nosotros nos quedamos inmviles, y en nosotros no

    vivan ms que los ojos que contemplaban aquella magnfica visin. Y porprimera vez nuestro corazn tuvo miedo, tembl de pena. Y nos quedamosinmviles para no dispersar aquella pena ms preciosa que el placer. Luego ellalleg al lmite del surco, dio la vuelta y retrocedi. Omos una voz que la llamaba Libertad 5-3000! y ella se volvi, para continuar despus su camino. Assupimos su nombre y nos quedamos mirndola mientras se alejaba, hasta que sublanca tnica desapareci en la niebla azul.

    Y al da siguiente, al llegar a la carretera del Norte, fijamos la vista enLibertad 5-3000 en el campo. Y cada da, desde entonces, conocimos elsufrimiento de la espera, y nuestro cuerpo padeci esperando esta hora en lacarretera del Norte. Y all miramos cada da a Libertad 5-3000. No sabamos si

    ella tambin nos miraba, pero pensamos que s.Un da ella lleg hasta el seto, se volvi de improviso y nos mir. Se volvicomo en un torbellino y el movimiento de su cuerpo se detuvo en seguida cual sihubiese recibido un latigazo, tan rpidamente como haba empezado. Se quedinmvil como la piedra; el cuerpo echado hacia atrs, los brazos tiesos, rgidos:nos miraba de hito en hito. No haba sonrisa en su rostro, ni sonrojo, ni saludo.Pero sus facciones estaban rgidas, y sus ojos eran oscuros y grandes. Luego sevolvi de pronto y se alej: andaba mucho ms deprisa que de costumbre.

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    Pero al da siguiente, cuando llegamos a la carretera, ella nos mir y sonripor nosotros y para nosotros. Sus labios eran blandos y relucan al sol. Ynosotros contestamos a su sonrisa. Ella se volvi lentamente, su cabeza se doblhacia atrs, y los brazos cayeron inertes, cual si los brazos y el suave cabellosintiesen de pronto un gran cansancio. No nos miraba a nosotros, sino al cielo.Luego nos mir por encima del hombro y aquella mirada era dulce e intensa y

    nosotros sentimos como si una mano hubiese tocado nuestro cuerpo resbalandodulcemente de nuestros labios a nuestros pies. Luego se fue.

    Y desde entonces, cada maana, Libertad 5-3000 y nosotros nossaludamos con los ojos. No nos atrevamos a hablar. Es una grave transgresin elhablar a los hombres de otros Oficios, excepto en las Reuniones Sociales. Pero unda, parados junto al seto, osamos levantar la mano a la altura de la frente ymoverla luego, lentamente con la palma hacia abajo, en direccin a Libertad 5-3000. Si los otros nos hubiesen visto no habran comprendido nada porquepareca que nos hacamos pantalla con la mano contra el sol. Mas Libertad 5-3000 lo vio y lo comprendi. Y levant la mano a la altura de la frente y repiti elltimo gesto. De este modo, cada da, saludamos a Libertad 5-3000 y ella

    contest, y nadie tuvo sospechas de nada.El mal genera el mal. Por lo tanto no nos extraa nuestra nueva falta. Es la

    segunda Transgresin de Preferencia porque no pensamos como es debido, entodos nuestros hermanos, sino solamente en uno, cuyo nombre es Libertad 5-3000. no sabemos por qu, cuando pensamos en ella, sentimos repentinamenteque la tierra es hermosa y que la vida no es una carga. Y la maldicin quellevamos dentro grita con voz tonante que quisiramos ver antes a todosnuestros hermanos, s, a miles de ellos morir entre indescriptibles sufrimientos,antes que ver tocar un rubio pelo de la cabeza de Libertad 5-3000. Y estaspalabras que, con el fuego de su culpa, deberan quemar el papel en que lasescribimos, estas palabras no nos causan temor.

    Ya no pensamos en ella como en Libertad 5-3000. Le hemos dado unnombre en nuestro pensamiento, la llamamos la urea. Pero la culpa ms grandede todas es dar a los hombres nombres que los distinguen de los dems. Noobstante la llamamos la urea porque ella no es como los dems. No. La ureano es como los dems. La urea no es como las dems! He aqu lo quequisiramos gritar en el orgullo de nuestro pecado.

    Y hacemos caso omiso de la ley que dice que los hombres deben recibircien latigazos si se les ve interesarse por una mujer, y si sobreviven a los cienlatigazos deben ser recluidos durante diez aos en el Palacio de la DetencinCorreccional. Los hombres no deben pensar en las mujeres ms que en la pocadel Acoplamiento. Es la poca de cada primavera en la cual todos los hombres

    que hayan cumplido los veinte aos y las mujeres que tienen ms de dieciochoson enviados por una noche al Palacio del Acoplamiento de la Ciudad. Y cadahombre tiene la mujer que le ha sido asignada por el Consejo Eugensico. Eninvierno nacen unos nios, pero las mujeres jams ven a sus hijos y stos noconocen jams a sus padres. Nos han enviado dos veces al Palacio delAcoplamiento, pero es una cosa fea y vergonzosa en la que no nos gustapensar...

    Hoy hemos hablado a la urea.

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    Las otras mujeres estaban lejos, en el campo, cuando nos paramos junto alseto. La urea estaba arrodillada sola cerca del foso que cruza el terreno. Y lasgotas que caan de las manos de la urea, cuando llevaba el agua a sus labios,parecan chispas llameantes al sol. Clavamos la vista en la urea y ella notnuestra mirada. Levant la cabeza hacia nosotros, y no se movi; se qued as,de rodillas, con los ojos levantados hacia nosotros, mientras unos crculos de luz

    producidos por el sol sobre el agua del arroyo, jugaban sobre la tnica blanca.Una gota reluciente cay de un dedo que haba quedado rgidamente levantado.

    Entonces la urea se incorpor y se acerc al seto cual si hubiese ledo unaorden en nuestros ojos. Los otros dos Barrenderos de nuestro grupo estabanunos cien pasos ms abajo, en la carretera. Y pensamos que Internacional 4-8818 no nos denunciara y que Unin 5-3992 no entendera nada. Miramos, pues,fijamente a la urea y vimos la sombra de sus pestaas sobre las blancasmejillas y el suave centelleo del sol sobre sus labios. Y hablamos. Dijimos:

    - Sois bella. Libertad 5-3000.Jams los hombres han hablado de este modo a las mujeres. Pero la urea

    no se asust. Sus facciones no se alteraron, sus ojos no se volvieron. Slo que

    poco a poco se tornaron ms grandes. Haba en ellos cierto aire de triunfo, perono de triunfo sobre nosotros, sino sobre algo que no podamos adivinar.

    Luego ella pregunt:- Cmo os llamis?- Igualdad 7-2521- contestamos.Dijo, y vimos un delgado hilo azul temblar bajo la epidermis de su

    garganta:- Vos no sois uno de nuestros hermanos, Igualdad 7-2521, y no deseamos

    que lo seis.No podemos decir lo que quera dar a entender porque no hay palabras

    para expresar tal significado, mas lo comprendimos en seguida.

    - No- contestamos-, y vos tampoco sois una de nuestras hermanas.- Si nos vierais en medio de una muchedumbre de mujeres- pregunt-,

    nos mirarais?- Os miraramos, Libertad 5-3000- repusimos-, aunque por ello tuvieran

    que azotarnos a muerte.Luego ella pregunt:- A los Barrenderos os mandan a distintos distritos de la Ciudad o

    trabajan siempre en los mismos sitios?- Trabajan siempre en los mismos sitios- contestamos- y nadie nos

    arrancar de esta carretera... Vuestros cabellos, Libertad 5-3000-inquirimos-, brillan por la noche e iluminan la estancia en que dorms?

    - No- repuso ella-, pero vuestros ojos no son como los de los otroshombres.Y de repente, sin razn, un pensamiento que nos cruz por la mente nos

    hizo sentir fro en el estmago, y:- Cuntos aos tenis?- preguntamos.Ella comprendi nuestro pensamiento porque baj los ojos por primera vez,

    y las plidas mejillas, que no conocan el miedo, se sonrojaron de improviso.- Diecisiete.

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    Respiramos como si se nos hubiera quitado un peso del corazn, porquehabamos pensado sin motivo en el Palacio de Acoplamiento. E improvisamentesentimos que no permitiramos que la urea fuese enviada al Palacio deAcoplamiento.

    No sabamos cmo habramos podido impedirlo, cmo habramos podidoeludir la voluntad de los Consejos, pero comprendamos que no lo permitiramos.

    Lo que no sabamos explicarnos es cmo se nos haba ocurrido pensar en ello,porque estos srdidos argumentos no tenan ninguna relacin con nosotros y conla urea. Qu relacin podan tener?

    No obstante, sin motivo, mientras permanecamos all junto al seto,notamos que nuestros labios se contraan duramente por un odio repentino, unodio hacia todos nuestro hermanos. Y la urea nos mir y sonri dulcemente.Haba en su sonrisa una sombra de tristeza, la primera que pudimos vislumbrar.Pensamos que, con la intuicin propia de la mujer, la urea haba comprendidoms de lo que podamos comprender nosotros mismos.

    Aparecieron en el campo tres hermanas, en direccin a la carretera, y laurea se volvi, alejndose. La vimos recoger la cesta de las semillas y lanzarlas

    en los surcos al tiempo que se alejaba, pero las semillas caandesordenadamente, porque la mano de la urea temblaba.

    Sin embargo, mientras volvamos a la Casa de los Barrenderos, haban ennosotros un canto que resonaba cual si quisiera partir en dos nuestro cuerpo. Porello se nos reproch aquella noche en el refectorio porque empezamos a cantaren voz alta una cancin que no habamos odo nunca. Pero no se debe cantar sinmotivo, se debe cantar solamente durante las Reuniones Sociales.

    - Cantamos porque somos felices- contestamos al del Consejo de la Casaque nos habamos reprochado.

    - Claro que sois feliz!- repuso-. Cmo pueden no serlo los hombres queviven para sus hermanos?

    Y ahora, sentados en nuestro refugio, pensamos con estupor en aquellaspalabras. Es una cosa prohibida no ser felices. Porque, segn nos han explicado,los hombres son libres y la tierra les pertenece, y todas las cosas de la tierraestn destinadas a todos los hombres, y la voluntad de todos los hombresreunidos es buena para con todos: por consiguiente los hombres deben serfelices. Es tan sencillo y claro como el agua y los hombres jams han dudado deello, porque nacen los hombres para ser felices.

    Sin embargo, por la noche, cuando en el gran dormitorio nos desnudamospara meternos en la cama, miramos perplejos a nuestros hermanos. Tienen lascabezas gachas, sus ojos no tienen brillo, sino que estn velados y opacos y nomiran nunca a la cara. Los hombros de nuestros hermanos estn encorvados y

    rendidos de cansancio, los msculos abandonados como si sus cuerpos seestuviesen disecando y deseasen hurtarse las miradas. Y una palabra acude anuestra mente y esta palabra es miedo.

    El miedo flota en el aire de los dormitorios y en el de las calles. El miedoanda por la Ciudad, un miedo injustificado, sin nombre, sin forma. Todos losienten y nadie se atreve a hablar.

    Lo sentimos tambin en la Casa de los Barrenderos, pero aqu, en nuestrorefugio, ya no lo sentimos. El aire es puro, bajo tierra. No hay olor a humanidad,aqu. Y nos sentimos ms limpios, como si salisemos de un bao.

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    Al parecer nuestro cuerpo nos traiciona, porque el Consejo de Casa nosobserva recelosamente. No est bien sentir demasiada felicidad en el propiocuerpo ni estar muy alegres porque nuestro cuerpo viva. Porque nosotros nosignificamos nada, y no debe importarnos ni la vida ni la muerte; esto dependede la voluntad de nuestros hermanos. Por el contrario nosotros, Igualdad 7-2521,gozamos de estar vivos. Si esto es pecado, no deseamos la virtud.

    Sin embargo, nuestros hermanos no son como nosotros. La atmsfera espesada en los dormitorios y no todo va bien para nuestros hermanos. EstFraternidad 2-5503, un muchacho reposado, de ojos inteligentes y buenos, quellora improvisamente, sin motivo, en pleno da y en plena noche, y su cuerpo essacudido por sollozos que no pueden explicar. Est Solidaridad 9-6347, que es unjoven vivaz y alegre y despreocupado durante el da, pero que grita soando: Auxilio! Auxilio! Auxilio! Auxilio!, con una voz que nos hiela la sangre en lasvenas: pero los mdicos no pueden curar a Solidaridad 9-6347.

    Y cuando nos desnudamos por la noche, a la dbil luz de las velas, nuestroshermanos callan porque no osan expresar sus pensamientos. Porque hemos depensar como todos los dems, y nadie puede saber si sus pensamientos son los

    de todos. De modo que tienen miedo de hablar. Y se alegran cuando se apaganlas velas. Mas nosotros, Igualdad 7-2521, miramos el cielo a travs de laventana. Hay paz en el cielo, y nitidez y dignidad. Y ms all de la Ciudad est elllano, y ms all de ste, negra sobre el cielo negro, est la Selva Innominada.

    No deseamos mirar la Selva Innominada, no deseamos pensar en ella, peronuestros ojos vuelven siempre a aquella lnea negra sobre el cielo. Los hombresno entran nunca en la Selva Innominada, porque no es posible explorarla y nopasa ningn sendero por entre vetustos rboles que se yerguen hoscos y cruelescomo guardianes de secretos que no se pueden decir. Se murmura que una vez odos en cien aos un hombre solo haya huido sin razn a la Selva Innominada.Estos hombres no han vuelto jams. Han perecido por hambre o bajo las garras

    de las fieras que infestan la Selva. Pero nuestros Consejos dicen que se trata slode una leyenda. Hemos odo decir que hay muchas Selvas Innominadas sobre latierra, entre las Ciudades. Se murmura que han surgido sobre las ruinas demuchas ciudades de los Tiempo Innominables. Y nos preguntamos cmo pudoocurrir que aquellos secretos se perdieran para el mundo. Hemos odo lasleyendas de las grandes batallas en las que un bando lucharon muchos hombresy en el otro muy pocos. Estos pocos eran los Malvados y fueron vencidos.Entonces grandes incendios se desataron sobre la tierra. Y aquellos incendiosquemaron a los Malvados y todo lo construido por ellos. Y el incendio de losincendios, que fue llamado el Alba del Gran Renacimiento, fue aquel Incendio delos Libros en el que todos los escritos de los Malvados quedaron destruidos, y con

    ellos todas sus palabras. Enormes hogueras elevndose en sus plazas e lasCiudades durante tres meses y un da. Luego advino el Gran Renacimiento.Las palabras de los Malvados... las palabras de los Tiempos Innominables...

    cules son las palabras que hemos perdido? Oh, Gran Piedad de todas las piedades humanas, ten compasin de

    nosotros! No queramos escribir esta pregunta, y no sabamos siquiera lo quehacamos hasta que la vimos escrita. No tenemos que formular esta pregunta, yni siquiera pensar en ella! No debemos atraer la muerte sobre nosotros.

    Sin embargo... sin embargo...

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    Hay una palabra, una palabra sola que no figura en el lenguaje de loshombres, pero que figur alguna vez. Es esta la palabra que no se debepronunciar, que nadie debe pronunciar, que nadie debe or.

    Pero alguna vez, por casualidad, en algn lugar, uno entre los hombresencuentra aquella Palabra. La encuentra entre fragmentos de viejos manuscritos,o grabados en pedazos de piedras antiguas. Pero si la pronuncian estn

    condenados a muerte. Hay un solo delito en este mundo que se castiga con lamuerte, el de decir la palabra que no se debe pronunciar.

    Hemos visto quemar vivo a uno de estos hombres en la plaza de la Ciudad.Y fue un espectculo que qued grabado en nuestra mente a travs de los aos,que nos atormenta, que nos sigue, y no nos concede descanso. ramos nios,entonces tenamos diez aos. Y estbamos en la gran plaza con todos los nios ytodos los hombres de la Ciudad, enviados all para asistir a la hoguera. Llevaronal transgresor a la Plaza hasta el lugar del suplicio. Le haban arrancando lalengua para que no pudiera hablar. Joven, alto, con cabellos de oro ojos azulescomo la maana, el Transgresor se acerc a la hoguera y sus pasos eran segurosy haba en ellos orgullo y una calma que superaban a la humana compresin. Y

    de todos aquellos rostros de la plaza, de todos aquellos rostros dela plaza, detodos aquellos rostros que gritaban y alborotaban lanzando maldiciones sobre l,el suyo era el rostro ms sereno y ms feliz.

    Cuando las cadenas sujetaron su cuerpo al palo y pegaron fuego a la pajade la hoguera, el Transgresor mir a la Ciudad. Un hilillo de sangre de lacomisura de su boca, pero sus labios sonrean. Y un pensamiento monstruosopas raudo por nuestra mente, un pensamiento que no nos ha vuelto aabandonar nunca ms. Habamos odo hablar de los Santos. Hay Santos delTrabajo, Santos de los Consejos y Santos del Gran Renacimiento. Pero jamshabamos visto un Santo o una imagen suya. Y pensamos entonces, mientrasestbamos en la laza, que la imagen del Santo fuese aquel rostro que veamos

    entre llamas, el rostro del Transgresor de la Palabra que no se debe pronunciar.Cuando las llamas se levantaron, ocurri algo que slo nosotros vimos,pues de lo contrario no viviramos hoy. Acaso fuera solamente una ilusin. Masnos pareci que los ojos del Transgresor nos haba elegido entre la muchedumbrey nos miraban fijamente. No haba pena en aquellos ojos y ni siquiera un reflejode la agona de su cuerpo. Haba slo felicidad, una felicidad ms santa que lafelicidad humana. Y nos pareci que aquellos ojos intentasen decirnos algo atravs de las llamas, enviarnos una palabra sin sonido. Y nos pareci queaquellos ojos nos rogasen recoger aquella palabra y no dejarla escapar ni denosotros ni de la tierra. Pero las llamas relumbraron y no pudimos adivinar lapalabra.

    Cul es- aunque tuvieran que quemarnos por ello como, al Santo en lahoguera-, cul es la Palabra que no se debe pronunciar?

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    Captulo III

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    Esta noche lo escribiremos en el papel, y le haremos rente y loreconoceremos aunque ello nos cause espanto. Escribiremos el pensamiento quenos ha torturado durante dos aos. Ha nacido en nuestra mente, anquee hemosintentado rechazarlo y no hacerle caso. Y mientras decamos a nosotros mismosque no tenamos semejante pensamiento, ste adquira forma en palabras ystas resonaban en nuestros odos como una campana de alarma que tocase en

    nuestra mente.As, puse, lo declaramos ahora a nosotros mismos, abiertamente; es esto:

    nosotros, Igualdad 7-2521, hemos descubierto una nueva naturaleza, y la hemosdescubierto solos y lo sabemos nosotros solos.

    Ea, ya est dicho. Ahora que nos condenen a muerte, si es preciso. ElConsejo e los Estudiosos ha dicho que nosotros todos conocemos las cosas queexisten y que, por consiguiente, las cosas que no conocemos no existen. Masnosotros creemos que el Consejo de los Estudiosos est ciego. Los misterios deesta tierra son infinitos y no son para ser visto por todos, sino nicamente por loque procuramos desentraarlos. Nosotros lo sabemos, porque hemos descubiertoun secreto desconocido por nuestros hermanos.

    No sabemos lo qu es esta fuerza ni de qu proviene. Pero conocemos sunaturaleza, la hemos observado y hemos trabajado en ella. La vimos por primeravez hace dos aos. Una noche, poco despus de haber empezado a venir aqupara estudiar, estbamos abriendo el cuerpo de una rana muerta y sin embargose mova. Algn poder ignorado por los hombres la haca moverse. Nosquedamos atnitos y asustados ante este hecho. Y durante muchos daspensamos en ello. Y luego, tras muchos experimentos, dimos con la respuesta.La rana estaba colgada de un hilo de cobre, y fue el metal de nuestro cuchillo elque mand un extrao poder al cobre por conducto de la humedad salada delcuerpo de la rana.

    Metimos un pedazo de cobre y otro de zinc en un baso de agua salada

    acercamos a ellos un alambre y notamos una sacudida que no era un golpe, niuna quemadura, sino una sensacin para la cual no haba nombre. Tocamos denuevo y soportamos de buen grado el sufrimiento porque all, entre nuestrosdedos, haba un milagro jams ocurrido sobre la tierra, un milagro nuevo y unnuevo poder.

    Este descubrimiento nos atorment. Volvimos a ocuparnos de l a cadamomento con preferencia sobre los dems estudios. Trabajamos en l, loexperimentamos de mil maneras, ms de lo que se puede describir, y a cadapaso se nos revelaba un nuevo milagro. Y comprendimos que habamosdescubierto la fuerza ms grande de este mundo, porque desafa a todas lasleyes conocidas por los hombres. Comprobamos que hace mover la aguja y le

    hace dar vueltas en la brjula que hemos robado en la Casa de los Estudiosos.Nos ensearon, cuando ramos nios, que la aguja imantada seala el Norte yque sta es una ley de la tierra que no puede variar y, sin embargo, nuestranueva fuerza desafa a esta ley de la tierra y a todas las leyes del cielo. Hemosdescubierto lo que produce el rayo, y los hombres no han conocido nunca lasleyes del rayo. Durante las tempestades, levantamos una alta asta de hierrojunto a nuestro refugio y la observamos desde abajo. Vimos los rayos golpearlavarias veces. Y ahora sabemos que el metal atrae el poder del cielo, y que sepuede hacer de modo que el metal lo rechace.

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    Hemos construido mquinas extraas y hemos hecho cosas inconcebiblescon nuestro descubrimiento. Usamos para este fin los hilos de cobre halladosaqu, bajo tierra. Habamos recorrido la galera iluminndola con una vela quellevbamos en la mano. Pero no habamos podido ir ms de media milla porquela tierra y las piedras cadas limitaban sus dos extremidades, y ninguna fuerzahumana hubiera podido ir ms all. Pero recogimos todo canto pudimos hallar, y

    lo llevamos al lugar donde trabajbamos. Encontramos extraas cajas conbarritas de metal dentro, con muchas cuerdas y trozos y rollos de alambre.Encontramos hilos de cobre, mucho ms finos de los que habamos visto hastaentonces. Estos hilos iban hasta unas extraas y pequeas bolas de vidrio sobrela pared. Estas bolas estaban selladas con metal, y en estas haba hilos de hierroms sutiles que los de las telaraas.

    Estas cosas nos ayudaron en nuestro trabajo. No sabemos explicarlas, peropensamos que los hombres de los Tiempos Innominables deban conocer el poderdel cielo, y que estas cosas deban tener alguna conexin con tal poder. No losabemos, pero aprenderemos. No podemos pararnos ahora, aun cuando nosasusta la idea de ser los nicos conocedores de esto. Ningn hombre solo puede

    poseer ms ciencia que los muchos Estudiosos elegidos por todos los hombres,precisamente por sus conocimientos. Y sin embargo, nosotros podemos. Hemosluchado mucho antes de decirlo y ahora ya lo hemos dicho. No nos importa.Olvidamos todos los hombres, todas las preguntas, todo excepto nuestrosmetales, nuestros hilos y nuestros cidos. Nos queda todava tanto poraprender! Ante nosotros se abre un camino muy largo, y qu nos importa sihemos de recorrerlo solos...?

    Leemos estas palabras y no podemos creer que las haya escrito nuestramano. No es posible que seamos tan malvados. Sin embargo, as es. Si por lomenos- rogamos-, si por lo menos pudisemos sufrir al decirlo! Si pudisemossentir un poco de remordimiento: sabramos cuando menos que hay an en

    nosotros un adarme de bondad. Pero no sufrimos. Nuestra mano es ligera.Nuestra mano y el pensamiento que la gua al escribir, nos escarnecen y nosienten ninguna vergenza.

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    Captulo IV

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    Transcurrieron muchos das antes de poder hablar de nuevo con la urea.Mas lleg el da en que el cielo semejaba un blanco fuego. Como si el sol hubiesehecho explosin y esparcido sus llamas sobre la tierra: los campos estabansilenciosos, sin el ms mnimo soplo de aire, y el polvo de los caminos eracndido por la luz cegadora. Las mujeres en los campos estaban cansadas yrealizaban su trabajo lentamente. Estaban lejos de la carretera cuando llegamos.

    Pero la urea estaba sola, junto al seto, apoyada en las verdes ramas, serena,inmvil, aguardando... Nos paramos all cerca y la miramos. Y vimos sus ojos tanaltivos y desdeosos cuando miraban al mundo, tornarse dulces y humildes cualsi deseasen obedecer cada palabra nuestra.

    Dijimos:- Os hemos dado un nombre en nuestros pensamientos, Libertad 5-3000.- Qu nombre?- La urea- contestamos.- Nosotros tampoco os llamamos Igualdad 7-2521 cuando pensamos en

    vosotros- susurr ella.- Qu nombre nos habis puesto?- preguntamos.Nos mir a los ojos, levant la cabeza y repuso:- El Invicto.No pudimos hablar durante largo rato, luego dijimos:- Semejantes pensamientos estn prohibidos urea.- Entonces nos estara prohibido tambin mirarnos- replic-, nos estara

    prohibido todo lo relacionado con vosotros, vuestro cuerpo y la miradade vuestros ojos. Porque vosotros tenis estos mismos pensamientos ydeseis que nosotras tambin los tengamos.

    La miramos a los ojos y no pudimos mentir.- S- susurramos, y ella sonri, luego aadimos:- Querida, tenis razn.Retrocedi y nos mir; sus ojos estaban muy abiertos y fijos.- Pronunciad de nuevo esta palabra- murmur.- Qu palabra?- preguntamos. Mas ella no contest, sus ojos quemaban

    y comprendimos.- Querida- susurramos.Nunca habamos pensado en semejante palabra, y no sabemos cmo

    acudi a nuestra mente, porque los hombres no hablan as a las mujeres.La urea empez a mirarnos, luego baj los ojos, inclin lentamente la

    cabeza y se qued inmvil, los brazos cados a lo largo del cuerpo, las palmas delas manos vueltas hacia nosotros, igual que si su cuerpo desfalleciera,subyugado, a la voluntad de nuestros ojos. Y no pudimos hablar.

    Luego ella levant la cabeza, sonri dulcemente y habl con sencillez ydonosura como si desease hacernos olvidar una ansiedad enteramente suya.- Hace un da caluroso- dijo- y habis trabajado durante muchas horas y

    debis de estar cansado.- No- contestamos.- Hace ms fresco en los campos- dijo-y hay agua para beber. Tenis

    sed?- S- contestamos-, pero no podemos pasar al otro lado del seto.- Podemos traeros agua- dijo.

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    Se agach hacia el riachuelo, cogi agua en sus dos manos y nos la acerca los labios.

    No sabemos si bebimos aquella agua. Nos dimos cuenta, repentinamente,de que las manos estaban vacas, que an tenamos los labios en ellas y que nose retiraban.

    Luego levantamos la cabeza y retrocedimos. Porque no habamos conocido

    nunca nuestro cuerpo y su extrao deseo. Pero ahora lo conocamos.La urea tambin retrocedi con los brazos tendidos hacia delante, y se

    mir las manos, asombrada. Luego, lentamente, se alej, aunque nadie seacercaba, andando hacia atrs como si no pudiese darnos la espalda, con losbrazos tendidos como si no pudiese bajar las manos. Y nosotros nos volvimos ynos fuimos, sin mirar cmo se alejaba.

    Pero desde aquel da, si hay otras mujeres a la vista cuando pasamos porla carretera y no nos es posible acercarnos, la urea apoya el brazo sobre elseto, luego se vuelve como si no nos hubiese visto, y nosotros pasamos sinmirarla, como si no reparramos en ella. Pero, al pasar, nuestra mano roza la dela urea que cuelga del seto.

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    Captulo V

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    La luz...! Aqu en nuestras manos, cuando queremos, la Luz del cielo, la Luz para

    alumbrar la tierra, la Luz sin humo, sin llama e inextinguible!Nosotros la hemos hecho. Nosotros la hemos sacado de la noche de los

    tiempos. Nosotros solos. Nuestras manos. Nuestro cerebro. Nosotros solos...No sabemos lo que estamos diciendo. Nuestra mente vacila. Miramos la Luz

    al tiempo que escribimos y nuestras manos tiemblan. Se nos tendr queperdonar escribamos lo que escribamos esta noche...

    Despus de ms das y ms intentos de lo que podamos decir, construimoscon los restos de los Tiempos Innominables una extraa mquina, una caja decristal par dar al poder del cielo una fuerza mayor de la que pudimos conseguirhasta entonces. Y cuando acercamos los hilos a esta caja y cerramos la corrienteel hilo resplandeci. Se anim, se torn de un color rojo plido, luego rojo, rojocomo el metal fundido, y un crculo de luz blanca se difundi ante nosotros, sobrela piedra, bajo el hilo.

    Nos quedamos inmviles, luego nos echamos las manos a la cabeza,conteniendo la respiracin. No podamos darnos cuenta de lo que habamos

    creado. No habamos tocado ninguna piedra de chispa, no habamos encendidoningn fuego. Y, sin embargo, all, ante nosotros, estaba la luz, una luz que venasin saber de dnde, una luz que sala del corazn del metal.

    Apagamos la vela. La oscuridad lo envolvi todo a nuestro alrededor, comosi se hubiese abierto un pozo. Y qued slo la noche y un sutil hilo de llama,semejante a una grieta en la pared de una crcel abierta sobre la luz del cielo.Acercamos las manos al hilo, y vimos nuestros dedos, y nuestra piel, y todas lasrayas de nuestra piel, a la luz roja. No se oa un ruido, ni podamos ver ni sentirnuestro cuerpo, y en aquel momento existan slo nuestras dos manos sobre unhilo que resplandeca en un negro abismo.

    Se nos iba la cabeza al pensar en lo que significaba lo que tenamos all,

    ante nosotros. Podramos alumbrar nuestro subterrneo, y la Ciudad, y todas lasCiudades del mundo con un poco de metal y unos hilos. Podramos dar anuestros hermanos una nueva luz, ms clara, ms fuerte que la conocida. Seraposible someter el poder del cielo a la voluntad humana. No sabemos mucho porahora, pero una cosa sabemos: que no existen lmites para los secretos y para lafuerza de este poder, y que ste podra procurarnos cosas inimaginables siemprey cuando lo hubisemos querido.

    De un salto, improvisamente, nos pusimos de pie porque sabamos lo quenos quedaba por hacer. Nuestro descubrimiento es demasiado grande para quepodamos perder nuestro tiempo barriendo las calles. No podemos quedarnos connuestro secreto, ni ocultarlo debajo de tierra. Tenemos que dar conocimiento de

    l a todos los hombres. Necesitamos todo nuestro tiempo, necesitamoslaboratorios y algunas mquinas de la Casa de los Estudiosos, necesitamos laayuda de nuestros hermanos sabios, y unir su inteligencia con la nuestra. Haytanto trabajo ante nosotros y para todos nosotros, para todos los Estudiosos delmundo, y para todas las generaciones de Estudiosos que vendrn despus denosotros!

    Dentro de un mes el Consejo Mundial de los Estudiosos debe reunirse ennuestra Ciudad. Es un gran Consejo para el cual son elegidos los ms sabios detodos los pases y que se rene una vez al ao en las distintas ciudades de la

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    tierra. Iremos a este Consejo y le presentaremos, como un don, la caja de cristalque contiene el poder del cielo. Lo confesaremos todo. Ellos vern, comprenderny perdonarn. Porque nuestro don es ms grande que nuestra transgresin. Se loexplicaremos al Consejo de las Vocaciones y se nos destacar a la Casa de losEstudiosos. Esto no ha ocurrido nunca antes de ahora, pero jams se les ofrecia los hombres un don como ste.

    Tenemos que esperar, tenemos que vigilar nuestro refugio ms que antes.Porque si otros que no fuesen los Estudiosos llegasen a conocer nuestro secreto,no lo comprenderan y no nos creeran. Veran slo nuestra falta de trabajar solosy nos destruiran a nosotros y a nuestra Luz. No nos importa nuestro cuerpo,pero nuestra Luz existe...

    Pero s, s que nos importa nuestro cuerpo. Por primera vez nospreocupamos de l. Porque este hilo es como una parte de nosotros, como unavena arrancada de nosotros, rojeante por nuestra sangre. Estamos orgullosos deeste hilo metlico y de nuestras manos que lo han hecho. O es que existe unalnea para dividir las dos cosas?

    Alargamos los brazos y las miramos. Y por primera vez nos damos cuenta

    de su fuerza. Y un extrao pensamiento cruza raudo por nuestra mente. Nospreguntamos, por primera vez, cmo somos. Los hombres no ven nunca supropio rostro y no preguntan nunca por l a sus hermanos porque no est bieninteresarse por sus propias facciones y por su propio cuerpo. Mas esta noche, poruna razn que no sabemos explicarnos, desearamos que nos fuese posibledarnos cuenta de nuestro aspecto.

    Es una cosa vana y ruin porque nosotros no somos nada. Pero, de verdadno somos nada? Lo somos? Qu es este nuevo orgullo que sale como unvapor que nos ahoga la respiracin en la garganta, que resuena como un cantoen nuestros odos? Qu nos ha pasado? Pero, qu importa? Esta Luz est porencima de todo y el ser del cual ha nacido... oh, qu importa? Levantamos los

    brazos sobre el hilo llameante, erguimos la cabeza y nuestro espritu es todo unhimno dentro de nosotros.Nosotros, Igualdad 7-2521 poseemos la Luz Quienquiera que seamos, poseemos la Luz!

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    Captulo VI

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    No hemos escrito durante treinta das. Durante treinta das no hemosvenido aqu, a nuestro subterrneo. Nos han descubierto.

    Ocurri la noche en que escribimos por ltima vez. En nuestra alegra y ennuestra locura, olvidamos aquella noche observar la arena del reloj de cristal quenos dice cundo han transcurrido las tres horas y es tiempo de volver al Teatrode la Ciudad. Cuando quisimos darnos cuenta la arena haba pasado ya toda.

    Fuimos corriendo al Teatro. Pero la enorme tienda se levantaba gris ysilenciosa en el cielo. Las calles de la Ciudad se extendan ante nosotros oscuras,anchas y desiertas. Si hubisemos vuelto atrs y nos hubisemos escondido ennuestro subterrneo, nos habran descubierto y con nosotros haba sidodescubierto nuestro refugio. Por lo cual nos dirigimos a la Ciudad de losBarrenderos.

    Y cuando el Consejo de la Casa nos interrog, nosotros miramos las carasde los miembros del Consejo y en ellas no haba curiosidad, ni ira, ni piedad. As,pues, cuando el ms viejo nos dijo:

    - Dnde habis estado?- pensamos en nuestra caja de cristal, ennuestra Luz y olvidamos todo lo dems. Contestamos:

    - No queremos decroslo.El ms viejo no nos pregunt nada ms, se dirigi a los dos ms jvenes y

    su voz tena un tono aburrido.- Llevad a vuestro hermano Igualdad 7-2521 al Palacio de la Detencin

    Correccional. Azotadle hasta que se os ordene.Nos llevaron, pues, a la Estancia de Piedra debajo del Palacio de la

    Detencin Correccional. Esta estancia no tiene ventanas, est vaca y slo hay enella un palo de hierro. Dos hombres estn junto a este palo vestidos nicamentecon un delantal de piel y una capucha, de piel tambin, sobre el rostro. Los quenos haban llevado hasta all se fueron y nos dejaron con los dos Jueces queestaban en un rincn de la estancia. Los Jueces que estaban en un rincn de la

    estancia. Los Jueves eran pequeos, delgados, grises y encorvados. Suspequeas manos temblaban y sus labios estaban hmedos. Dieron la seal a losdos encapuchados.

    stos nos arrancaron la ropa de encima, nos tiraron al suelo de rodillas ynos ataron las manos al palo de hierro.

    El primer latigazo cay como un sutil collar de hierro y cort nuestra carne:los pliegues el sufrimiento esparcindose desde all como un manto, sobrenuestro cuerpo hasta la punta de los pies, y nos pareci que nuestra espinadorsal estaba partida por la mitad. El segundo golpe nos arranc el manto, y porun minuto, cegados, no sentimos nada, luego el dolor nos golpe el pecho y unaola de fuego penetr en nuestros pulmones faltos de aire. Mas no gritamos.

    El ltigo silbaba igual que un viento sutil y reverberante. Intentamos contarlos golpes, mas no lo conseguimos. Una vez nos pareci que unos dientes dehierro nos desgarraban los muslos, luego el pecho, pero sabamos que los golpescaan, por el contrario, sobre nuestra espalda. Slo que ya no sentamos nada enlas espaldas. Y una reja llameante danzaba ante nuestros ojos y no nos dbamoscuenta de nada, excepto de la reja; una reja de cuadros encarnados; luegocomprendimos que mirbamos los cuadros de la reja de hierro de la puerta, yhaba tambin cuadros de piedra en las paredes, y cuadros que el ltigo ibamarcando sobre nuestra espalda y que se entrecortaban cruzndose en nuestra

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    carne. Luego notamos un flujo pesado y clido que desde la cintura resbalabapor nuestras piernas. Pero no miramos.

    Luego vimos un grueso puo ante nosotros; era, por el contrario, slo elpequeo puo de uno de los jueces. Nos levant la barbilla y vimos la rojaespuma de nuestra boca sobre los dedos grisceos y secos. El Juez pregunt:

    - Dnde habis estado?Pero nosotros volvimos la cabeza, la escondimos entre las manos atadas y

    nos mordimos los labios.Y el ltigo silb nuevamente y nos pareci fluctuar, fluctuar lejos y que la

    blanda cosa que se retorca sobre la piedra no nos interesase lo ms mnimo. Nospreguntamos con asombro quin sera el que lanzaba los trocitos de carbnardiendo sobre el suelo porque veamos relucir, apagarse y parpadear unapequeas perlas rojas sobre las piedras a nuestro alrededor. Nos preguntamosasombrados, de dnde procedera aquel ruido extrao, el ruido sordo de unbastn al golpear barro blando, hmedo.

    Luego ya no omos nada, excepto dos voces que gruan continuamente,que repetan sin descanso, una despus de otra, si bien sabamos que hablaban a

    distancia de varios minutos una de otra:- Dnde habis estado, dnde habis estado, dnde habis estado, dnde

    habis estado, dnde habis...Y nuestros labios se movan, ms el sonido se nos quedaba en la garganta

    y aquel sonido deca solamente:- La Luz... La Luz... La LuzLuego ya no sentimos nada.Cuando abrimos los ojos, yacamos boca abajo sobre el suelo de ladrillo de

    una celda. Vimos dos manos abandonadas lejos de nosotros, sobre los ladrillos,las movimos y comprendimos que eran nuestras propias manos. Pero nopodamos mover nuestro cuerpo, entonces sonremos porque pensamos en la

    Luz, en la Luz que no habamos traicionado.Yacimos en nuestra cela durante muchos das. La puerta se abra dos vecesal da, una para los hombres que nos traan el pan y el agua, y otra para losJueces. Muchos Jueces vinieron a nuestra celda: primero los ms modestos,despus los ms estimados de la Ciudad.

    Se pararon ante nosotros con sus blancas tnicas y nos preguntaron:- Estis dispuesto a hablar?Meneamos la cabeza, mientras yacamos sobre el suelo ante ellos. Y se

    fueron.Estuvimos tendidos solos durante horas interminables y, mientras,

    pensbamos que nuestros hermanos haban obrado en justicia.

    No sentamos ni ira ni odio hacia nuestros hermanos sabamos quehabamos merecido el ltigo y la celda y la agona de nuestro cuerpo: noobstante, nuestra maldicin y la Luz nacida de esta maldicin mantenan selladosnuestros labios.

    Contbamos los das y las noches que iban pasando. Anoche comprendimosque era necesario huir porque maana se rene en la Cuidad el Consejo Mundialde los Estudiosos.

    Es fcil huir del Palacio de la Detencin Correccional. Las cerraduras de laspuertas de las celdas estn flojas y no hay guardias. No hay razn para tener

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    guardias porque los hombres no han desafiado jams a los Consejos hasta elpunto de huir del lugar a que se les ha destinado. Nuestro cuerpo est sano yrecobramos las fuerzas rpidamente.

    Empujamos la puerta y sta cedi, nos deslizamos por los lbregos pasillosy por las calles oscuras hasta nuestro refugio. Encendimos la vela y vimos quenuestro lugar no haba sido descubierto, y que nada haba sido tocado. Y nuestra

    caja de cristal estaba delante de nosotros, sobre la estufa fra, como la habamosdejado. Qu importaban las cicatrices sobre nuestras espaldas?

    Maana, a plena luz del da, cogeremos nuestra caja, dejaremos abiertonuestro subterrneo, y andaremos por las calles hasta la Casa de los Estudiosos.Les ensearemos el don ms grande que jams se haya puesto a los pies de lahumanidad. Les diremos la verdad. Les entregaremos, como confesin nuestra,estas pginas que hemos escrito. Uniremos nuestras manos a las de ellos, ytrabajaremos juntos, con el poder del cielo, por la dicha, la fuerza y la gloria dela humanidad. Que nuestra bendicin descienda sobre vosotros, hermanos!Maana nos acogeris de nuevo entre vosotros y nosotros dejaremos de ser unosdesterrados. Maana seremos nuevamente uno de vosotros. Maana...

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    Captulo VII

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    Hay mucha oscuridad aqu, en la selva. Las ramas se mecen sobre nuestracabeza, negras y pobladas sobre el ltimo resquicio dorado del cielo. El musgo esblando debajo de nuestro cuerpo. Dormiremos sobre este musgo durante muchasnoches, hasta que lleguen las fieras a destrozar nuestro cuerpo. No tenemos mscama que el musgo ni ms porvenir que las fieras.

    Somos viejos ahora, mas ramos jvenes esta maana cuando llevbamos

    nuestra caja a travs de las calles de la Ciudad hasta la Casa de los Estudiosos.Nadie nos par pues no haba nadie en las proximidades del Palacio de laDetencin Correccional, y los dems no saban nada. Nadie nos par en la verja.Por los pasillos vacos llegamos hasta la espaciosa sala donde el Consejo Mundialde los Estudiosos celebraba su solemne reunin. No vimos nada al entrar,excepto el cielo azul y brillante a travs de los grandes ventanales. Luegodivisamos a los Estudiosos sentados alrededor de una mesa larga: se destacabacual sombras contra la luz, como nubes informes amontonadas sobre el vastocielo. Haba unos hombres extraos, hombres de piel blanca como la nuestra, yhombres de piel negra, y hombres de piel amarilla, todos ellos vestidos por igualcon blancas togas. Haba hombres cuyos nombres famosos conocamos y otros

    llegados de pases lejanos que ignorbamos. Vimos colgado de la pared, sobressus cabezas, un gran cuadro que representaba a los veinte hombres ilustres queinventaron las bujas.

    Todas las cabezas se volvieron hacia nosotros cuando entramos. Y aquellosgrandes y sabios hombres no supieron que pensar de nosotros, y nos miraroncon asombro y curiosidad, como si fusemos un milagro incomprensible. Ciertoes que nuestra tnica estaba rota y cuajada de manchas oscuras que haban sidode sangre. Levantamos el brazo derecho y dijimos:

    - Os saludamos, honorables hermanos del Consejo Mundial de losEstudiosos!

    Entonces Colectividad 0-0009, el ms viejo y el ms sabio del Consejo,

    habl. Pregunt:- Quin sois, hermano? No parecis un Estudioso.- Nuestro nombre es Igualdad 7-2521- contestamos- y soy un Barrendero

    de esta Ciudad.Pareci como si un viento huracanado hubiese hecho irrupcin en la sala y

    todos los Estudiosos hablaron al mismo tiempo irritados y espantados.- Un Barrendero! Un Barrendero que entra en el Consejo Mundial de los

    Estudiosos! Es inconcebible! Est en contra de todas las reglas y detodas las leyes!

    Pero sabamos como calmarles.- Hermanos!- gritamos- nosotros y nuestra transgresin no contamos

    nada. Cuentan slo los hombres, nuestros hermanos. No os fijis ennosotros, pues nosotros no somos nadie, pero escuchad nuestraspalabras porque os traemos un don sin igual entre los hechos hastaahora por los hombres. Escuchadnos porque tenemos en la mano elporvenir de la humanidad.

    Y ellos escucharon.Colocamos la caja de cristal delante de ellos. Hablamos de ella, de nuestras

    largas investigaciones, de nuestro subterrneo y de nuestra fuga del Palacio deDetencin Correccional. En la sala, mientras hablbamos, no se mova ni un ojo

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    ni una mano. Luego enganchamos los hilos de la caja y todos se inclinaron,atentos para observarla. Nos quedamos inmviles, fijando los hilos... y,lentamente, lentamente, como un flujo de sangre, una roja llama tembl en elhilo. Luego el hilo brill. Brill como una estrella cada del cielo sobre la mesa delConsejo.

    Pero el terror se apoder de los hombres del Consejo. Se pusieron en pie

    de un salto, se alejaron corriendo de la mesa y se apretaron contra la pared,amontonados, buscando el calor del cuerpo del vecino para darse nimos.Nosotros los miramos y sonremos, diciendo.

    - No tengis miedo, hermanos! Hay un gran poder en este hilo, maseste poder est dominado! Es vuestro! Os damos la Luz!

    Ellos, no obstante, seguan sin moverse.- Os damos el poder del cielo!- gritamos- Os damos la llave para

    penetrar en la tierra! Acogednos en vuestra gran sabidura y dejadnosser uno de los vuestros, el ms humilde de todos vosotros. Haced quepodamos trabajar juntos y arrancar a estos hilos todos sus secretos.Haced que podamos dominar este poder y hacer ms fcil el trabajo de

    los hombres. Haced que podamos tirar al polvo nuestras velas ynuestras antorchas. Haced posible que alumbremos nuestras Ciudadescon la radiante luz de mil auroras. Haced que podamos llevar unanueva Luz a los hombres!

    Mas ellos nos miraron y repentinamente tuvimos miedo. Porque sus ojoseran firmes, pequeos y perversos.

    - Hermanos!- gritamos- No tenis nada que decirnos?Entonces Colectividad 0-0009 se acerc a la mesa y los dems le siguieron,

    y sus ojos parecan ojos de perros hambrientos clavados en la presa.- S- dijo Colectividad 0-0009-, tenemos muchas cosas que decir a un

    delincuente que ha infringido todas las leyes y que se jacta de su

    infamia! Vosotros, hez de todos los malhechores! Osis creer acasoque vuestra ruin y pequea mente posee ms sabidura que la devuestros hermanos? Y si el Consejo ha decretado que habis de ser unBarrendero, cmo os atrevis a pensar en poder ms til a loshombres de cualquier modo que no sea barriendo las calles?

    - Cmo os atrevis, limpiador de alcantarillas- dijo Fraternidad 9-3452-a consideraros solo y con los pensamientos de uno solo en lugar de losde todos?

    - Este renegado debe morir abrasado en el palo- dijo Igualdad 4-6998.- No, hay que azotarle- dijo Humanidad 2-3304- hasta que no quede nada

    bajo el ltigo.

    - No- dijo Colectividad 0-2009-, no podemos decidir sobre esto,hermanos. Jams se ha cometido semejante delito, y no podemosjuzgarlo nosotros. Ni siquiera uno de nuestros Consejos menores.Entregaremos a este monstruo al Consejo del Mundo y su voluntad serla cumplida.

    Les miramos e imploramos:- Hermanos! Tenis razn. Cmplase la voluntad del Consejo sobre

    nuestra cabeza. No nos importa. Pero, y la Luz?, la Luz? Qu hariscon la Luz?

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    Colectividad 0-0009 nos mir, se rasc la barbilla y sonri.- Pensis, pues, haber hallado una nueva fuerza?- dijo- Y lo piensan

    tambin vuestros hermanos?- No- contestamos.- Lo que no piensan todos los hombres no puede ser verdad- dijo

    Colectividad 0-0009.- Habis trabajado solo?- pregunt Internacional 1-5537.- S- repusimos.- Lo que no se hace colectivamente no puede ser bueno- dijo

    Internacional 1-5537.- Muchos hombres en la Casa de los Estudiosos tuvieron extraas ideas en

    el pasado- dijo Solidaridad 8-1164- pero cuando la mayora de sushermanos Estudiosos vot contra ellas, abandonaron tales ideasequivocadas, segn deben hacer todos los hombres.

    - Esta caja no es ms que magia culpable e intil- dijo Alianza 6-7349.- Si fuese lo que proclamis- dijo Armona 9-2642- acarreara la ruina del

    Departamento de las Velas. La Vela es un gran don para la humanidad y

    no est aprobada por todos. Por consiguiente, no puede se destruida porla volunta de uno solo.

    - Esto echara por tierra los planes del Consejo Mundial- dijo Humanidad2-9913- y sin ellos la tierra no puede moverse. Han sido precisoscincuenta aos para asegurarse la aprobacin de todos los Consejos dela Vela y para decidir el nmero de velas necesario y para rehacer losPlanes con el fin de sustituir las antorchas por velas. Esto dio ocupacina miles y miles de hombres que trabajan en gran nmero de estados. Nopodemos alterar de nuevo, as inmediatamente, los Planes.

    - Y si esto tuviese que hacer ms llevadero el trabajo de los hombres- dijoSemejanza 5-0306-, sera n gran mal porque los hombres no tienen otra

    razn para existir que la de trabajar para sus hermanos. E indeciblesmales oprimiran la tierra si se dejase tiempo libre a los hombres.Al llegar aqu, Colectividad 0-0009 se levant y seal la caja con el dedo.- Esta es una cosa maldita- dijo- y hay que destruirla.Y los dems gritaron a una:- Muy bien dicho, hermano! Hay que destruirla! Destruirla!

    Destruirla!Entonces nos abalanzamos sobre la mesa.

    Cogimos nuestra caja, rechazamos a todos y corrimos a la ventana.Volvimos la cabeza, los miramos por ltima vez y una ira ms que humana nosahog la voz en la garganta:

    - Idiotas!- gritamos-. Idiotas! Mil veces idiotas!Rompimos los cristales con el puo y nos lanzamos fuera entre underrumbamiento de vidrios.

    Camos, pero nuestras manos no abandonaron la caja. Luego noslevantamos nuevamente y echamos a correr. Corrimos. Corrimos ciegamente, yhombres y casas pasaban a nuestro lado como un torrente sin forma. Y nospareca que la tierra ante nosotros no era llana sino un pozo profundo, y quenosotros estbamos volando en este pozo, hacia abajo, y que la calle salavertiginosamente a nuestro encuentro. No esperbamos que la tierra se

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    levantase y nos golpease la cara. Pero corramos. No sabamos a donde ir.Sabamos slo que tenamos que correr, correr, correr hasta el fin del mundo,hasta el fin de nuestros das.

    Repentinamente nos dimos cuenta de que yacamos sobre una tierra blanday de que nos habamos parado. Unos rboles ms altos que todos cuantoshabamos visto hasta entonces se levantaban encima de nosotros en un silencio

    profundo. Y comprendimos. Estbamos en la Selva Innominada. No habamospensado ir all, mas nuestras piernas haban guiado nuestra voluntad, y a pesarnuestro, nos haban conducido a la Selva Innominada.

    La caja de cristal estaba a nuestro lado. Nos acercamos a ella,arrastrndonos, le camos encima con el pecho, escondimos el rostro entre losbrazos y nos quedamos quietos. No oamos ms ruido que nuestra fatigadarespiracin.

    Estuvimos as largo rato. Una vez descansados, nos levantamos, cogimos lacaja y echamos a andar por la selva. No importaba adonde bamos. Sabamosque los hombres no nos habran seguido, porque ellos no entran nunca en laSelva Innominada. No tenamos nada que temer de ellos. La Selva dispone ella

    misma de sus vctimas. Esto no nos asustaba. Queramos slo ir lejos, lejos de laCiudad y de la atmsfera de la Ciudad. As, pues, seguimos adelante, con la cajaen los brazos y corazn vaco.

    Estamos vencidos. Los das que an quedan por vivir tendremos quevivirlos solos. Y sabemos lo malo que es esto. Hemos odo hablar de la corrupcinabismal que se halla en la soledad. Nos hemos separado de la verdad que estrepresentada por nuestros hermanos, y no hay camino de vuelta ni de rendicin.

    Lo sabemos, pero no nos preocupamos de nada. No nos preocupamos denada. Estamos cansados.

    Slo la caja que nos pesa en los brazos es como un corazn vivo que nosda fuerza. Nos hemos engaado a nosotros mismos. No la hemos construido

    prale bien de nuestros hermanos. La hemos construido para nosotros. Est paranosotros por encima de nuestros hermanos, y es una verdad superior a suverdad. Por qu pensar en ello? No nos quedan muchos das de vida. Vamoshacia nuestra condena, hacia las garras que nos esperan en algn lugar de estos,entre los grandes rboles silentes. No dejamos nada digno de aoranza.

    Pero, improvisamente, experimentamos una sensacin de pena, la primeray la nica. Pensamos en la urea. Pensamos en la urea que ya no volveremos aver. Luego la pena pas. Es mejor as. Somos uno de los Condenados. Es mejorque la urea olvide nuestro nombre y el cuerpo que llevaba aquel nombre.

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    Captulo VIII

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    Las vicisitudes de la vida son muy extraas. Nosotros no las comprendemos

    y no comprendemos siquiera el significado que se oculta detrs de ellas.Este primer da en la Selva ha sido un da de sorpresas. Nos despertamos

    cuando un rayo de luz cay sobre nuestra cara. Sentimos el impulso de ponernosen pie de un salto, como lo habamos hecho cada maana de nuestra vida, pero

    nos acordamos, de improviso, de que no haba sonado una campana, y de que nohaba ninguna campana en los alrededores. Seguimos tumbados, estiramos losbrazos y miramos al cielo. Los bordes de las hojas tenan un color de platafundida que temblaba, se encrespaba y reluca como un ro verdoso y de fuegoondeante sobre nosotros. A travs de las hojas veamos el cielo limpio y azul.

    No desebamos movernos. Las manos estaban hundidas en el musgo.Pensamos, de pronto, que podramos descansar as todo el tiempo que se nosantojara, y al pensarlo soltamos la carcajada. Podamos tambin levantarnos, ocorrer o saltar a nuestro gusto, o estirarnos de nuevo boca abajo. Pensamos quetodas estas ideas eran insensatas, pero, antes de darnos cuenta, nuestro cuerpose haba levantado de un brinco. Los brazos se estiraron por voluntad propia, y

    nuestro cuerpo empez a dar vueltas y ms vueltas hasta que levant un aireque hizo mover las frondas de las matas. Luego nuestras manos se agarraron auna rama e hicieron que nuestro cuerpo se columpiase del rbol, sin objeto, slopor el asombro de ver lo fuertes y giles que eran nuestros miembros. La ramase tronch bajo nuestro peso y camos sobre el musgo blando como unaalmohada. Entonces nuestro cuerpo, perdiendo el apoyo, rod sobre el musgomientras las hojas secas se enganchaban a nuestra tnica, a nuestros cabellos ya nuestro rostro. Y notamos, de repente, que estbamos riendo a carcajadas,como si no pudisemos hacer otra cosa.

    Nos incorporamos, nos quitamos las hojas del a cara, y nos dijimos que yano conocamos nuestro cuerpo ni podamos comprenderlo. Volvimos a nuestra

    caja, la cogimos en los brazos y seguimos adelante en la selva. Anduvimosabrindonos camino entre las ramas, nadando en un palpitante mar de hojas,mientras las matas suban y bajaban para volver a subir como olas a nuestroalrededor, lanzando sus verdes rociadas hasta las copas de los rboles. Estos seseparaban ante nosotros, y nos invitaban a seguir adelante. Pareca que la selvanos acogiese sonriendo. La razn nos hablaba de distinta manera, pero nuestrocuerpo nos gritaba que no haba peligros ni garras en acecho. Seguimos elcamino sin preocupaciones, sin temores, escuchando slo el canto salvaje denuestro cuerpo.

    Nos paramos cuando sentamos hambre. Estudiamos con curiosidad esasensacin. Nunca habamos conocido el hambre; el hambre, para nosotros, era

    nicamente una palabra. Vimos muchos pjaros sobre las ramas de los rboles yotros que volaban muy cerca de nosotros. Recogimos una piedra y lanzamos.Nuestra puntera es buena. El pjaro cay a nuestros pies, se agit un poco y porfin se qued inmvil. Encendimos un fuego, lo asamos y nos lo comimos y nuncamanjar alguno nos pareci mejor. Y pensamos, improvisamente, que se hallabagran satisfaccin en el alimento cuya falta notamos y que nos hemos procuradocon nuestras propias manos. Y deseamos tener pronto hambre otra vez parapoder volver a sentir este nuevo y extrao orgullo al comer.

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    Luego reanudamos la marcha. Y llegamos a un ro que se deslizaba comouna cinta de cristal entre los rboles. Estaba tan quieto que no vimos el agua,sino slo una hendidura en la tierra, en la que los rboles estaban boca abajo, yel cielo yaca al fondo. Nos arrodillamos cerca del ro y nos inclinamos parabeber. Y nos quedamos parados. Porque sobre el azul del cielo debajo denosotros, vimos, por primera vez, nuestras facciones.

    Nos quedamos inmviles, sentados, y conteniendo la respiracin para n