la noche. francisco tario

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ATALANTA FRANCISCO TARIO LA NOCHE

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"Se dice que en México existe una secta secreta de gente que regala libros de Francisco Tario; los miembros ignoran que pertenecen a la secta, y en el momento en que lo descubren, son expulsados de ella". Mario González Suárez

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Page 1: La noche. Francisco Tario

A T A L A N T A

F R A N C I S C O TA R I O

L A N O C H E

Page 2: La noche. Francisco Tario

«Tario fue ese afortunado y extrañolector de cuentos fantásticos que logróescribir algunos tan notables como lasgrandes piezas del género que leyó confelicidad.»

Christopher Domínguez Michael

Con la publicación de La noche, en1943, Francisco Tario rompió los mol-des de la literatura mexicana de sutiempo al dar voz a los objetos y losanimales para que nos pudieran ofre-cer su propia visión del mundo. A vecesquien habla es un ser incierto, como en«La noche de Margaret Rose», quesegún García Márquez es uno de losmejores cuentos del siglo XX. Pero sisus primeros relatos poseen la fuerzasalvaje de una imaginación alucinada,rebosante de un humor esperpénticoque escarba en lo trágico y grotescode la condición humana, su último li-bro, Una violeta de más (1968) –de cuyovolumen esta edición recoge sietecuentos–, es su obra más perfecta ydepurada, muy en sintonía con los rela-tos de la célebre Antología de cuentosfantásticos compilada por Borges yBioy Casares en 1940.

«Se dice que en México existe unasecta secreta de gente que regalalibros de Francisco Tario. Los miem-bros ignoran que pertenecen a la secta,y en el momento en que lo descubren,son expulsados de ella.»

Mario González Suárez

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ARS BREV I S

ATALANTA

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Francisco Tario en Manhattan, ca. 1953

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ATA L A N TA2012

FRANCISCO TARIO

LA NOCHE

PRÓLOGO

ALEJANDRO TOLEDO OLIVER

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación públicao transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la

autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesita fotocopiar o escanearalgún fragmento de esta obra.

En cubierta: Variaciones sobre una foto de Francisco Tario.En contracubierta: Autorretrato de Francisco Tario, 1954.

Dirección y diseño: Jacobo Siruela

Todos los derechos reservados.

© Herederos de Francisco Tario, 2003© Del prólogo: Alejandro Toledo Oliver

© EDICIONES ATALANTA, S. L.Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. EspañaTeléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34

atalantaweb.com

ISBN: 978-84-9384662-6Depósito Legal: B-1.148-2012

Page 9: La noche. Francisco Tario

Í N D I C E

Prólogo

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La noche del féretro

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La noche del buque náufrago

33

La noche del loco

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La noche de los cincuenta libros

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La noche de la gallina

63

La noche del perro

70

La noche de Margaret Rose

78

La noche del muñeco

95

La noche del traje gris

105

Mi noche

119

Page 10: La noche. Francisco Tario

La semana escarlata

129

El mico

174

Un huerto frente al mar

199

El balcón

209

Ragú de ternera

216

El hombre del perro amarillo

234

La banca vacía

243

Entre tus dedos helados

251

Entrevistas con Francisco Tario

271

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PRÓLOGO

Allá por los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, lasfamilias Paz-Garro y Peláez-Farell eran vecinas. Las ca-lles en donde vivían aún permanecen en la geografía deCiudad de México; las guías actuales ubican esas casas enla colonia Hipódromo Condesa. Coincidían una y la otrapor su respectivo patio trasero. En una, la de los Paz-Garro, en la calle Saltillo, había frecuentes tertulias detono decididamente poético a las que acudían las máximasfiguras de la lírica mexicana de ese entonces; en la otra, lade los Peláez-Farell, en la calle de Etla, y según testimo -nio de los propios poetas, continuamente se escuchabanpor las noches sonidos extraños (extravagantes, decía Oc-tavio Paz), como si de la epifanía del verso se pudiera ir,con sólo saltar la barda, a Transilvania o a uno de esos si-tios que la literatura de terror ha vuelto míticos y en dondeel grito o el aullido pueblan la atmósfera nocturna. De esosmuros salía también música, cual si un pianista melancó-lico viviera ahí encarcelado por un vampiro o una sinies-tra criatura de laboratorio. ¿Qué pasa en ese lugar?, ¿quéclase de locos viven junto a ustedes?, preguntaban sus in-

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vitados a Octavio Paz y Elena Garro. No sabemos, res-pon dían ellos, habrá que averiguarlo.Y lo hicieron. Se trataba del matrimonio Peláez-Farell:

él, de nombre Francisco, había publicado ya algunos li-bros bajo el seudónimo de Francisco Tario; y ella, Car-men, era una mujer hermosa y feliz, madre de dos hijos(Sergio y Julio) y atenta escucha de los relatos de su ma-rido, en los que aparecían féretros con la sexualidad en cri-sis, ropas de vestir excitadas y deseosas, o gallinas coninstinto asesino, entre otros personajes de una galería sin-gular… Pero los gritos y los aullidos no salían de los li-bros sino que se debían a una costumbre curiosa: habíacomprado Francisco un gran aparato para grabar discosde gramófono, que era un mueble del tamaño de un ro-pero, y por las noches montaba dramatizaciones hogare-ñas con su hermano Antonio Peláez (de oficio pintor) yotros figurantes, quizá Rosenda Monteros (actriz) o JoséLuis Martínez (historiador y crítico literario). Llegó aestar con ellos en varias ocasiones el torero Manolete, alque, ya pasado de copas, le daba por cantar esta tonada,que era en él la máxima expresión de la euforia: «Ya semurió el burro que acarreaba la vinagre, / ya se lo llevóDios de esta vida miserable».En esos discos había una adaptación del Drácula de

Bram Stoker, una lectura de poemas realizada por el pro-pio Paz (el vecino curioso cayó en la trampa y su voz fuegrabada, acaso por vez primera) e interpretaciones pianís-ticas a cargo de Francisco Peláez…, al que a partir de aquíse llamará con su nombre de pluma, Francisco Tario. Al-gunas de esas grabaciones hace poco fueron restauradas ydigitalizadas por la Fonoteca Nacional y pronto se podránescuchar. Alimentarán la leyenda de un autor raro o mar-ginal de las letras mexicanas, un extravagante, como lo ca-

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lificaría Paz. O, para decirlo con Julio Cortázar, un cro-nopio auténtico.Hay en Tario la costumbre de sorprender. Su escritura

consiste en una o muchas vueltas de tuerca humorísticas osarcásticas, y a la vez serias y terribles, a las ceremonias dela humanidad. Se ríe del hombre y su circunstancia. Tomaasuntos como el amor y el deseo y los transporta, sea alataúd, cuya sexualidad se frustra cuando recibe un cuerpomasculino, al que escupe en pleno velorio; o a un traje grisque, sin espantar así a los mortales, asesina a un hombre enuna carretera y se viste con su cuerpo para, de esa forma ycon ese disfraz, poder acechar a coquetos y autónomosvestidos femeninos en un cabaret.Lo extravagante acompaña a lo monstruoso. Para huir

de las definiciones a la mano (que conciben al monstruocomo anormalidad, algo que se sale de la norma o de unsentido, por lo común estrecho, de lo normal), acudo a unadistinción surgida de la propia obra de Tario, poblada demonstruos y fantasmas, y separo a los unos de los otros.Lo que mata al fantasma, decía Tario, es el olvido. Estosignifica que la esencia del fantasma es el recuerdo y que supermanencia incorpórea se mantiene en el mundo sólo apartir de la memoria. El fantasma es un recuerdo a puntode ser olvidado (parafraseando a Salvador Elizondo), peroque se obstina en continuar vivo.Hay fantasmas en la obra de Tario. Están en el cuento

magistral que se llama «La noche de Margaret Rose»; en«El éxodo» refiere una redada de fantasmas ocurrida enInglaterra en el año 1928; y dedica Una violeta de más a sumujer ausente, Carmen Farell, a la que llama «mágico fan-tasma».También están esas otras presencias inquietantes (fére-

tros, perros, trajes grises…) que no entran en ese terreno

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de lo fantasmal sino que representan a lo «otro» alte-rado –por así decirlo–, lo que probablemente definiríamoscomo monstruoso.Los monstruos tienen, literariamente hablando, un aura

romántica. Es un concepto que ha perdido en la actuali-dad ese halo, pues la noticia diaria está llena de personajesmonstruosos y de hechos que pueden ser así calificados.Lo anormal es la norma en estos tiempos. En Tario hayaún el anhelo de sorprender. Su tercer libro de relatos (elprimero, de 1943, fue La noche; el segundo, Tapioca Inn:mansión para fantasmas, de 1952), que se titula Una vio-leta de más (1968), se inicia con «El mico», en donde asis-timos al parto singular de una especie de animal anfibio (ode un enano con características zoomórficas) que sale ex-pulsado del grifo, al abrir la llave del agua, y se convierte,a lo Cortázar, en el inquilino inesperado de un hombresoltero. El mico, escribe Tario, «era pequeño y rojo comouna zanahoria»; también lo llama «un mísero renacuajo» y«un intruso, un fortuito huésped, un invitado más, o, en elmejor de los casos, un hijo ilegítimo».El mico es el otro; el monstruo es el otro. O quizá se

trata, más bien, del reconocimiento de lo semejante en losotros, el enfrentarse a espejos inesperados en donde se des-cubren rasgos comunes, pero ocultos, que nos espantan.Lo que aterra al narrador de «El mico» es la convivencia,y cómo sus costumbres solitarias se ven alteradas por estemonstruillo nacido absurdamente en la bañera.Esas dos recurrencias en Tario, la del fantasma y la del

monstruo, tienen quizá estas características: en un caso, elde los fantasmas, se trata del recuerdo y su obstinada luchapor permanecer; en el otro, el del monstruo, es la seme-janza informe la que nos aterra al confrontarnos con el es-pejo. Entre una cosa y la otra está el sueño, motor de la

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fantasía, que ata y desata a esas presencias (y lo hace unay otra vez, como ocurre en el cuento «Entre tus dedos he-lados», hasta conformar esos fantasmas un laberinto).

Francisco Peláez Vega vino al mundo el 9 de diciembrede 1911 en Ciudad de México. De su infancia hay noticiade que pasaba largas temporadas en Llanes, en el norte deEspaña, de donde es originaria su familia. Ahí nació, diezaños más tarde, su hermano Antonio, que será un pintordestacado y con quien llevará una gran amistad. En elcuento «Por el monte hacia el mar» (Luz de dos, JoaquínMortiz, 1978), la escritora mexicana Esther Seligson ima-gina a los hermanos Peláez en ese Llanes en el que el ruidodel oleaje y el viento estaban imbricados en la vida delpueblo y en las anécdotas familiares, anécdotas cuyo co -mún denominador eran los fantasmas, «las historias de lospersonajes del pueblo, de los vivos y de los muertos, delos que aún lo habitaban y de los que se habían ido a otrastierras, de los que existieron y de los que no».En aquellas raras conversaciones que Tario sostuvo con

José Luis Chiverto, ocurridas en Llanes a finales de losaños sesenta y comienzos de los setenta para el periódicoEl Oriente de Asturias (recogidas en este volumen comoanexo), Tario hablará de la infancia como «el espejo en elcual nos seguiremos mirando», y es probable que de esasestancias primeras en Llanes hayan surgido muchas de lasfantasías que recreará luego en sus textos. De ahí proviene,directamente, la novela Jardín secreto, publicada de mane -ra póstuma. Serán dos mares muy distintos los que ali-menten su escritura: ese océano Atlántico del norte espa-ñol, conocido y sentido en la niñez, y ese otro océanodescubierto más tarde, el Pacífico, de la costa acapulqueña.En un diario personal fechado en 1931, del que sobre-

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viven unas pocas páginas (correspondientes a los meses deenero y febrero), obtenemos una estampa más o menosprecisa del momento en que Tario entra a la edad adulta.Tiene diecinueve años, trabaja con el abuelo en la Casa Pe-láez, es portero del Club Asturias (a las órdenes del entre-nador español Juan Luque de Serrallonga) y empieza sunoviazgo con Carmen Farell. Se lee en el apunte del 12 deenero, por ejemplo: «Es domingo. Será la inauguración delParque Alianza y jugaremos contra el Germania. Hace undía espléndido. Me levanto a las 8 y tomo un baño de re-gadera antes de irme al campo. Desayuno un trozo delomo y una cerveza helada. Salgo con Manuel para buscara Poncho; iremos juntos al partido, que terminó con unavictoria nuestra 2-1. He quedado muy satisfecho de mi ac-tuación».Era conocido en las canchas como Paco Peláez, el Ele-

gante Peláez o incluso el Adonis Peláez, y vestía con go-rras y suéteres a lo Ricardo Zamora (el gran porteroes pañol); una revista deportiva de la época lo definió en suportada como «el portero de más clase en México». En elboletín Los Asturianos en México se lee que el momentocumbre de su carrera fue un partido Asturias-América, enel que ganó el Asturias 2-0: «En aquel partido la figura másvigorosa del field fue Paco Peláez, que rayó a altura in-conmensurable: aquella tarde sus paradas geniales las hu-biera rubricado el divino Zamora».Como Goethe y Byron, creyó Tario en el esfuerzo fí-

sico como preparación para el trabajo intelectual. A la vezque juega al fútbol se dedica a escribir una novela, que setrata sin duda de aquel proyecto narrativo a la manera delos rusos (Dostoievski, sobre todo) que se llamó Los Ver-novov, cuyos originales más tarde destruiría.Según Alberto Arriaga, estudioso de esa etapa depor-

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tiva, la vida de Paco Peláez en las canchas termina unanoche de septiembre, quizá de 1934, cuando el atlantistaJuan Trompito Cañedo clava sus «tacos» en los riñones delguardameta; las zapatillas de fútbol eran casi armas punzo-cortantes, y la lesión lo empujará al retiro. En los álbumesdel escritor hay varias fotografías de los momentos en quees atendido en el césped.Vendrá luego la boda con Carmen Farell, una ceremo-

nia aclamada por las crónicas de sociales debido a la sin-gular belleza de los contrayentes; el refugio en el piano,como dedicado intérprete de los valses y los nocturnos deChopin…, y una escritura que también tendió a lo noc-turnal. El ser que publica en 1943 La noche y Aquí abajo

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Paco Peláez como portero del Club Asturias.

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se ha transformado incluso físicamente: esa larga cabelleraque exhibía en los lances futbolísticos es sustituida por unacabeza a rape, y no firma los libros Paco Peláez, el guar-dameta, el Elegante Peláez, sino Francisco Tario, palabraesta última tomada de una lengua prehispánica, la purépe-cha, y que según él mismo significa «lugar de ídolos».Sobre todo en La noche se lleva a cabo una operación

imaginativa admirable. En un terreno literario como elmexicano de esa época, en donde bajo las leyes del nacio-nalismo imperan afanes realistas recargados y hasta ruti-narios –más o menos del estilo que manejará el mismoTario en su novela Aquí abajo–, en los cuentos intenta algodistinto: se trata de dotar de alma o espíritu a objetos y

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Con su mujer, Carmen Farell, ca. 1931.

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animales, que el féretro hable de lo que es la vida de los fé-retros; que un traje gris testimonie su infructuosa bús-queda del placer; que una gallina planee la muerte dequienes la van a devorar… Un temperamento enrarecidoguía a la escritura, un poco con el afán de sorprender oirritar, pero también debido a un gran desencanto respectoa lo que es la vida de los hombres. Se le podría describircomo un «artista grotesco», según lo define WolfgangKayser: alguien que «juega, medio risueño, medio horro-rizado, con los profundos absurdos de la existencia». En«La noche de los cincuenta libros», propone Tario una arspoetica de carácter extremo:

Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a loshombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; queles espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les em-ponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión in-igualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad,lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nausea-bundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquier otrafe o mito. […] Mas no conforme con eso, daré vida a los obje-tos, devolveré la razón a los muertos, y haré bullir en torno alos vivos una heterogénea muchedumbre de monstruos, carro-ñas e incongruencias…

Por estar inscrita en una tradición más directa y con-vencional, fue mejor atendida la novela que el conjunto derelatos. En cuanto a La noche, la primera respuesta críticala dio José Luis Martínez, que seguirá a Tario en el restodel trayecto, y que al leerlo lo encuentra aislado de suscontemporáneos y le supone maestros como el Villiers deL’Isle-Adam de los Cuentos crueles (1883) o el BarbeyD’Aurevilly de Las diabólicas (1874), e incluso lo hermana

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con Schwob, Huysmans y el Marqués de Sade. Cree adi-vinar Martínez, además, las lecturas tempranas que Tarioha hecho de Jorge Luis Borges y lo considera asiduo visi-tante de la Antología de la literatura fantástica (1940), deBorges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, de la que «La no -che de Margaret Rose» parece descender en línea directa.¿Tenía Francisco Tario ese equipaje literario? Es difícil

aseverarlo. Tal vez como un gesto de arrogancia, a JoséLuis Martínez le aseguró desconocer a la mayoría de losautores de esa lista. Entre los libros que pertenecieron asu biblioteca personal se descubre ahora la colección deLa Pajarita de Papel, en donde hay varios títulos prologa-dos o traducidos por Borges, y un par de ejemplares de laAntología de la literatura fantástica.La vía de Aquí abajo parecerá a él mismo insatisfacto-

ria, pues era como arrojar agua al mar (hacer lo que esta-ban haciendo otros); el camino de La noche, y con éste lospreceptos enunciados en «La noche de los cincuenta li-bros», se continuará de algún modo en los volúmenes deescritura fragmentaria llamados Equinoccio y La puerta enel muro (ambos de 1946); acaso también en Tapioca Inn:mansión para fantasmas, que tal vez falla por ser dema-siado festivo o carnavalesco (con la mano muy suelta ypoco tino); y al fin en Una violeta de más, su volumen mássólido, summa de aprendizajes. También hay que conside-rar esos otros libros que son eco de aventuras amorosas:Yo de amores qué sabía (1950) y Breve diario de un amorperdido (1951); y el tomo en que da constancia de su fide-lidad a una geografía, Acapulco en el sueño (1951), endonde se establece un diálogo entre las fotografías de LolaÁlvarez Bravo y la prosa de Tario.Lo que muestra este abanico es que Francisco Tario

podía frecuentar diversos registros en una escritura que

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nunca se queda quieta, aunque a la distancia pueda afir-marse que la columna vertebral (que va de La noche a Unavioleta de más) fue el cuento fantástico. Esos otros regis-tros se integran a la obra (lo romántico fundido con lo fan-tasmal, por ejemplo, o lo psicológico como base delmisterio), y tienen acaso como punto de arribo el relato«Entre tus dedos helados», con Tario en la plenitud de suexpresión, en su mejor forma como cuentista, en el que

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Al piano, ca. 1944.

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«mezcla en forma asombrosa el sueño o el delirio con ins-tantes de lucidez y levanta un edificio frío y oscuro, perofabuloso, donde el terror y la fantasía pueden avecindarse»(María Elvira Bermúdez).De 1943 a 1952 la actividad social y literaria de Fran-

cisco Tario es frenética; es la época de su encuentro conAcapulco (en donde administró un par de salas cinemato-gráficas), y es también el tiempo en que vivía en el número

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En Llanes, ca. 1962.

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24 de la calle de Etla. Luego vienen el silencio y el exilio enMadrid; y ocurre en esa ciudad, en marzo de 1967, lamuerte de Carmen Farell. Ella lo acompañó siempre, fuesu ancla en la vida, además de ser una escucha atenta desus ficciones; antes de dar un texto a la imprenta, éstedebía pasar por los oídos de Carmen y recibir de ella elfallo: era publicable o no. De ahí la dedicatoria de Unavio leta de más: «Para ti, mágico fantasma, las que fuerontus últimas lecturas». La muerte de Carmen es, por ello,el comienzo del fin.Tario se va de México como quien busca salvarse de sí

mismo. En los años treinta fue portero de fútbol y pia-nista; en los cuarenta y comienzos de los cincuenta, un es-critor constante y un asiduo a las reuniones sociales, unaespecie de socialité a la manera proustiana: las herenciasfamiliares lo ponían en una situación económica de ciertoprivilegio y pudo hacer con su tiempo lo que le viniera engana, mientras otros escritores peregrinaban en el perio-dismo, la burocracia gubernamental o la diplomacia. Mascon los años «fue haciéndose grave y solo, cada vez mássolo», ha dicho Antonio Peláez. «Quizá descubrió final-mente que la soledad era su verdadera condición.»Del repliegue en España surgirá Una violeta de más,

como lo último de su pluma, aunque dejó terminadas tresobras de teatro (recogidas en El caballo asesinado y otraspiezas teatrales, 1988) y la novela Jardín secreto (publicadaen 1993), con el encargo a los familiares, a lo Franz Kafka,de que se destruyeran los originales mecanográficos. Tam-bién olvidó en el camino un par de cuentos, que aparecie-ron en México en la «Cultura», suplemento del periódicoNovedades: uno es «Jud, el mediocre» (14 de octubre de1951) y el otro «Septiembre» (20 de abril de 1952).En el agitado año de 1968, Una violeta de más semeja

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una aparición. «¿Es necesario recordar que FranciscoTario nació en México y ha vivido casi toda su vida en Mé-xico?», se pregunta Ramón Xirau al reseñar el libro. «¿Esnecesario recordar que, hace veinte, hace quince años suobra tuvo entre nosotros verdadera vigencia?» La memo-ria de los lectores podía ser corta, pero se tenían, en esevolumen, dieciséis nuevos cuentos de Francisco Tario, lamayoría de filo fantástico y todos de hechura impecable.En el primero, «El mico», algo había de la «Casa tomada»de Cortázar… Claro, después de Borges o Cortázar loscuentos de Tario serán leídos de otra forma, hay ya unatradición en la que podía ser insertado. La crítica tiende aconsiderarlo un escritor «raro» (según la propuesta deRubén Darío en su libro Los raros) o un auténtico «cro-nopio» (en la terminología de Cortázar), de la estirpe deluruguayo Felisberto Hernández, con el que suele asociár-sele. Comparte con Felisberto la pasión por el piano y esacapacidad imaginativa de dotar de alma o espíritu a ob- jetos y animales; las obras de ambos crecen al margen delas corrientes literarias dominantes (que las apartan porextravagantes) y serán descubiertas por las nuevas genera-cio nes. El universo de Felisberto se activa por la sensuali-dad y la mirada; en Tario, el motor de su narrativa es undiálogo incesante entre el presente y la memoria, la vigiliay el sueño, lo romántico y lo grotesco, el mundo de losvivos y el mundo de los muertos.Se diría que la mayor fidelidad de Francisco Tario fue

hacia esa forma personal de interpretar lo fantástico, co-rriente en cierto modo inaugurada por él, para la literaturamexicana, desde La noche, libro al que vuelve en la líneafinal de «Entre tus dedos helados»: «Y la envolví entre misbrazos, notando que la noche se echaba encima».Francisco Tario pasó a poblar definitivamente el uni-

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verso de los fantasmas el penúltimo día de 1977 en laciudad de Madrid. Aún ahora su obra (potente de imagi-nación, refinada de procedimientos literarios y loca de in-vención, como la ha descrito Jacobo Siruela) es una casavecina en la que por las noches la República de las Letrasescucha sonidos inquietantes.

Alejandro Toledo

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En Roma, ca. 1957.

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Hijo de padres españoles, FranciscoTario, seudónimo de Francisco PeláezVega, nació en la Ciudad de México en1911 y murió en Madrid en 1977. En sujuventud fue portero del Club Asturias ypianista; en los años cuarenta y cin-cuenta, su actividad social y literariajunto a su bella mujer, Carmen, es fre-nética, pero, a pesar de ser amigo deOctavio Paz, no forma parte de ningunacorriente literaria mexicana ni pertene-ce a ningún grupo de escritores. Regen-ta tres cines en Acapulco y escribe ais-lado del mundo literario. Primero pu-blica La noche y Aquí abajo. Tres añosdespués, La puerta en el muro y unaobra de aforismos inclasificable, únicaen la literatura hispanoamericana, titu-lada Equinoccio (Mario González Suárezla define como «un prontuario de mal-dades muy necesarias para nuestrasalud mental»).A principios de los años cincuenta,

Tario inicia su segunda época con lapublicación de Breve diario de un amorperdido (1951), Acapulco en el sueño(1951), con fotos de Lola Álvarez Bravo,y Tapioca Inn: mansión para fantasmas(1952). En los años sesenta, al mar-charse de México y fijar su residenciaen Madrid, da paso a su última etapaliteraria, llena de melancolía tras lamuerte de su mujer, que culmina conUna violeta de más (1968). Al morir,Tario dejó unas extrañas piezas teatra-les que tituló El caballo asesinado y unanovela póstuma, Jardín secreto.

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