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La oración, lugar originario de la fe Pedro RODRÍGUEZ PANIZO 67 La fe y el paso del tiempo Pedro RODRÍGUEZ PANIZO 9 Penúltimo recodo del camino: lo bueno está al llegar José María FERNÁNDEZ-MARTOS, SJ 21 El tiempo en familia. Una historia en tres edades Francisco IGEA ARISQUETA / Magdalena GONZÁLEZ PARRA 35 Lecciones del tiempo María Dolores LÓPEZ GUZMÁN 47 SUMARIO Enero 2013 | Tomo 101/1 (Nº 1.174) Un Sínodo que alienta la esperanza, pero que aún ha de matizarse Juan RUBIO FERNÁNDEZ 61 Recensiones 81 ESTUDIOS EN POCAS PALABRAS LOS LIBROS LOS LENGUAJES DE LA FE

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La oración, lugar originario de la fe

Pedro RODRÍGUEZ PANIZO 67

La fe y el paso del tiempo

Pedro RODRÍGUEZ PANIZO 9

Penúltimo recodo del camino:lo bueno está al llegar

José María FERNÁNDEZ-MARTOS, SJ 21

El tiempo en familia.Una historia en tres edades

Francisco IGEA ARISQUETA / Magdalena GONZÁLEZ PARRA 35

Lecciones del tiempo

María Dolores LÓPEZ GUZMÁN 47

SUMARIOEnero 2013 | Tomo 101/1 (Nº 1.174)

Un Sínodo que alienta la esperanza,pero que aún ha de matizarse

Juan RUBIO FERNÁNDEZ 61

Recensiones 81

ESTUDIOS

EN POCAS PALABRAS

LOS LIBROS

LOS LENGUAJES DE LA FE

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SalTerraeRevista de Teología pastoral

de la Compañía de Jesús en España

Revista mensual de divulgación científi ca

sobre teología, Iglesia, sociedad, familia, psicología

Publicada por la editorial Sal Terrae

Fundada en 1912

ISSN: 1138 - 1094

Año 101

Número 1.174

Enero 2013

DIRECTOR:

Abel Toraño Fernández, sj

(Universidad Pontifi cia Comillas)

Alberto Aguilera, 23 / E-28015 Madrid

Tfno.: 00 34 915 422 800 / Fax: 00 34 914 351 254

E-mail: [email protected] / [email protected]

CONSEJO DE REDACCIÓN:

Antonio Allende (Editorial Sal Terrae)

Virginia Cagigal (Universidad Pontifi cia Comillas)

Junkal Guevara (Facultad de Teología de Granada)

Diego Molina (Facultad de Teología de Granada)

José Mª Rodríguez Olaizola (Editorial Sal Terrae)

Pedro Rodríguez Panizo (Universidad Pontifi cia Comillas)

Juan Rubio (Vida Nueva - Editorial PPC)

Javier de la Torre (Universidad Pontifi cia Comillas)

COLABORADORES HABITUALES:

Dolores Aleixandre - Patxi Álvarez de los Mozos

Lola Arrieta - Adela Cortina - Cipriano Díaz Marcos

José Mª Fernández Martos - Jesús García Herrero

Joaquín García Roca - José Antonio García Rodríguez

Pedro José Gómez - José I. González Faus

Luis González-Carvajal - Juan Antonio Guerrero

Pablo Guerrero - Daniel Izuzquiza - Mariola López

Luis López-Yarto - Juan Manuel Martín Moreno

Xavier Melloni - Fernando Millán

Jon Sobrino - Gabino Uríbarri

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El primer número del año de nuestra revista quiere acercarse al insonda-ble misterio del tiempo que, en su transcurrir, es compañero de todos losseres humanos. Se ha convertido en tópico decir que vivimos tiemposacelerados, con poco margen para la pausa; tiempos en que se valora, so-bre todo, lo de ahora, lo del instante. Para muchos jóvenes –y quizá notan jóvenes– una película de los 90 es poco menos que prehistoria. Vivi-mos inmersos en una cultura que absolutiza ciertos tiempos –la juven-tud– e ignora u oculta otros –la vejez, por ejemplo–. En cuanto creyen-tes, ¿cómo afrontar el paso del tiempo, sus edades, sus enseñanzas y de-safíos? ¿Cómo hacer frente a sus tentaciones, espejismos, falsas promesaso infundados temores? ¿Cómo gustar los distintos tiempos, convertirlosen oportunidad, aceptar sus límites, transmitir sus enseñanzas?

No debemos absolutizar el tiempo; pero sí comprender que el tiempo esocasión de encuentro con Dios y con los hombres y puede ser momen-to de gracia y posibilidad para hacer el bien. Señala Pedro Rodríguez Pa-nizo que «las cosas más decisivas de la vida exigen tiempo, cultivo repo-sado, renuncia a los frutos inmediatos, esfuerzo constante y paciente. Nose aprende ruso en quince días, ni se fundamenta una relación de amis-tad en un encuentro, ni se logra identificar los plumajes y los cantos delas aves de Europa en un mes». El tiempo tampoco es nuestro enemigo.

PRESENTACIÓN

EL PASO DEL TIEMPO...«... Y VIO DIOS QUE ERA BUENO»

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Necesitamos una sabia educación que nos muestre la duración como unaescuela de paciencia y de esperanza. La experiencia de fe ayuda a trans-formar la condición temporal, histórica y biográfica del ser humano,abriendo nuestra morada temporal a la salvación de Dios.

Si hay un «tiempo difícil» de afrontar, es el de la ancianidad. Con el ho-rizonte más cercano de la muerte, esta «travesía del penúltimo recodo»puede lanzarnos a la cara las oportunidades desperdiciadas o puede tam-bién encerrarnos en la nostalgia de un rico caudal acumulado que jamásse podrá volver a vivir. José María Fernández-Martos invita a vivir la ter-cera edad dejando a un lado las añoranzas y los lamentos: lo importanteno son los quehaceres, sino el «quehacerse». Como al mártir san Esteban,al anciano le caen encima diversas «pedradas» que pueden hacerle daño:las muertes parciales, el pobre balance de lo vivido, la falta de expectati-vas, la tristeza y la rutina, la pérdida de memoria y la lejanía de Dios.Transitando estas «pedradas» es posible percibir cómo se va abriendo unventanal que nos llena de esperanza y abre nuestro tiempo al «indoma-ble deseo de que lo bueno sea eterno».

Francisco Igea y Magdalena G. Parra nos ofrecen su particular Historia depareja recorriendo las tres edades que la configuran: la historia de los hi-jos, la de los padres y la de los abuelos. Tres edades que invitan a recor-dar, aprender y proyectar sin dejarse atrapar por la melancolía, la nostal-gia o la justificación. A cada edad va acompañando «un Dios» con susrasgos específicos. Si cuando los hijos son niños es tiempo de abrazar, elDios de estos niños tiene el rostro de un padre bueno, sencillo y bona-chón. Si la adolescencia es tiempo de rasgar y la juventud es tiempo deconstruir, entonces Dios, más que mostrarse, parece olvidado, desapare-cido, quizá oculto en la profundidad de la persona, pero ausente en susuperficie. A los padres les toca vivir el tiempo de plantar y cosechar, vi-viendo con más profundidad, pero con una libertad más limitada. Eltiempo de desprenderse es el tiempo de los abuelos, tiempo de dejarse enmanos de un Dios paciente y misericordioso.

El tiempo no es el «enemigo a batir», sino un don con el que podemosir construyendo vidas que merecen la pena ser vividas. «El tiempo es éti-camente neutro. Las cosas no dependen de él, sino de la forma en que el

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sujeto afronta los acontecimientos y ejerce su responsabilidad. Es falazpensar que un atributo de la existencia tenga voluntad». Dolores LópezGuzmán nos ofrece unas pautas para vivir responsablemente el tiempocomo don de Dios para aprovechar las oportunidades que nos ofrece, pa-ra desentrañar sus tentaciones y sus límites y afrontar sus retos.

* * *

Comienza una nueva serie de «Sal Terrae», que en 2013 quiere aportarsu contribución al Año de la Fe. Una fe que se vive y se expresa de muydiferentes modos: en la silenciosa oración y en las grandes concentracio-nes multitudinarias; en el estudio callado y en los diálogos y controver-sias con otras posturas creyentes; en la expresión artística y en el con-cienzudo trabajo teológico. La serie de este año pretende acercar a loslectores y lectoras de la revista los distintos lenguajes en que se expresa lafe, desde el más originario hasta los más asertivos, comenzando por laoración.

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Fecha de recepción: diciembre 2012Fecha de aceptación y versión final: diciembre 2012

Resumen

Como en muchos otros aspectos de la vida humana, también su condición tem-poral será transformada por el ejercicio de la fe cristiana, que posibilita una nue-va relación con el misterio del tiempo. Para el creyente el tiempo no es un diosni un enemigo, sino una ocasión de mayor encuentro con Dios, un momento degracia y de posibilidad para el bien. La fe va influyendo positivamente tambiénen las diversas etapas de la vida humana.

PALABRAS CLAVE: fe, tiempo, temporalidad, edades de la vida, liturgia, pa-ciencia, esperanza.

Faith and the passage of time

Abstract

As in many other aspects of human life, its temporary status will also be trans-formed by the exercise of the Christian faith, which enables a new relationshipwith the mystery of time. For believers, time is neither a god nor an enemy, but

ESTUDIOS

LA FE Y EL PASO DEL TIEMPO

Pedro Rodríguez Panizo*

* Miembro del consejo de redacción de «Sal Terrae». Profesor de teología en laUniversidad Pontificia Comillas, Madrid. <[email protected]>.

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a greater chance of encountering God, a moment of grace and an opportunityfor good. Faith is also a positive influence on the various stages of human life.

KEYWORDS: faith, time, transience, stages of life, liturgy, patience, hope.

–––––––––––––––

En un momento de gran intensidad de la película Cleopatra (1965), deJoseph L. Mankiewicz, la conocida reina de Egipto le dice a Marco An-tonio: «El tiempo nunca es razonable, el tiempo es nuestro enemigo».Para el creyente, nada se aleja tanto de la realidad como esta frase deses-perada. Es más, lo significado por ella se actualiza cuando el hombre pre-tende fijar un momento absolutizado y detenerlo, sin aceptar el hechode que todo en la vida está comenzando, durando y terminando y, porello mismo, haciendo del tiempo humano, diferente del de los relojes,una oportunidad para el bien, un momento de gracia, una experiencia dela eternidad en medio de la fugacidad del tiempo; lo que el griego del Nue-vo Testamento gusta de llamar kairós. El hecho y la fe de que Dios sea ElEterno, es decir, el Señor del tiempo, libera al creyente auténtico de abso-lutizar cualquier instante, momento o periodo de su devenir terrenal, co-mo si Dios solo estuviera en la dicha y hubiera alguno de dichos instantessin la compañía y la presencia de quien dijo: «Yo estaré con vosotros todoslos días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Por este motivo, ya San Juande la Cruz, al comentar la primera canción de su Cántico espiritual, afir-maba que, «si el alma sintiere gran comunicación o sentimiento o noticiaespiritual, no por eso se ha de persuadir a que aquello que siente es pose-er o ver clara y esencialmente a Dios, o que aquello sea tener más a Dioso estar más en Dios, aunque más ello sea; y que, si todas esas comunica-ciones sensibles y espirituales faltaren –quedando ella en sequedad, tinie-bla y desamparo–, no por eso ha de pensar que la falta Dios más así queasí, pues que, realmente, ni por lo uno puede saber de cierto estar en sugracia, ni por lo otro estar fuera de ella» (CB 1,4).

Al consistir la fe en la conversión del corazón a Dios, como gustaba dedecir San Bernardo, tiene que difractarse luego, desde su más profundocentro, a través de todas y cada una de las dimensiones y niveles queconstituyen a la persona, de modo que en cada uno de ellos la respuesta

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se producirá según la peculiaridad de su índole propia y con la creativi-dad que inspira Dios, a quien es debida siempre la voz de la fe, que, ani-mada por Él, encuentra el camino hacia la máxima explicitud en el or-den de la razón, de la libertad y de la emoción. Y así, en el primero deellos, propiciará la conversión de la tendencia a reducir conceptual y po-sesivamente lo real, hacia la apertura de una razón múltiple, participati-va, acogedora, unida a su profundidad y, por tanto, respetuosa en gradosumo con el misterio de todo cuanto existe y, con más motivo, con elmisterio de Dios, al recurrir a conceptos transfigurados y dignos de Él, ten-dentes en sí mismos a modo de deictemas que invitan a hacer personal-mente el viaje hacia lo señalado por ellos. La estimación de los valores y larazón práctica que pone en juego la libertad seguirán siempre la máximaevangélica de caminar dos millas con quien pide compañía para una, o en-tregar la túnica a quien solo necesita el manto, en una lógica de gratitud yexceso del don propia de quien vive agradecido a quien es a la vez, segúnla hermosa expresión de Karl Rahner, donador, don y posibilidad de reci-birlo en libertad; gracias a lo cual se afina y dilata enormemente la sensi-bilidad para el dolor de nuestros prójimos, y se nos envía a un éxodo cor-dial hacia los más necesitados, por el que se acendra la capacidad de perci-bir en toda su crudeza la maldad del mal, sin engaños ni ilusiones, a cuyocombate sin descanso se invita al creyente con las solas armas del amor en-tregado al Bien Perfecto de Dios. Y lo mismo sucederá con la dimensiónemotiva y estética, desdivinizadas y liberadas para irradiar amor a los de-más –en la primera– y percibir el fulgor de la gloria (kābod, doxa) de Diosen todas las criaturas (cf. Sal 19,1), en la segunda.

No será una excepción a este abanico de respuestas la condición tempo-ral, histórica y biográfica de la condición humana. La entrega del hom-bre entero al Dios revelado que llamamos fe (cf. DV 5) introduce unnuevo eje en el conjunto de su vida que articula de un modo nuevo to-das las realidades con las que aquel se relaciona, incluido el misterio deltiempo. Una primera gran liberación que posibilita la fe respecto de élconsiste en ir educando al creyente a transitar de la necesidad al deseo y,por tanto, a padecer la duración, no como un motivo de desesperacióno de escepticismo, sino como una escuela de paciencia y esperanza, si-guiendo siempre el mandato paulino: «no os canséis de hacer el bien»

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(2 Tes 3,13) y la invitación lucana: «a fuerza de constancia salvaréis vues-tras vidas» (Lc 21,19).

Lo cual tiene en nuestro tiempo una relevancia especial, pues el tipo devida de nuestras sociedades avanzadas se caracteriza, precisamente, por lafalta de tiempo, por el éxito inmediato y fácil –lo que ha influido no po-co en la actual crisis económica y financiera–, por la rapidez vertiginosade los modernos medios de comunicación, con su pretensión de seguir-lo todo casi en tiempo real. Hoy día, no responder a un correo electró-nico inmediatamente después de recibirlo se considera casi una afrenta.Por todas partes se intenta acortar la espera: comida rápida, billetes detren o de avión, o entradas para teatros y cines sacadas por Internet alinstante, etc., configurando un tipo de persona que lo quiere todo ya,ahora, en este momento, lo que supone un cierto infantilismo cuandotodo eso no cumple sus promesas, y se reacciona malhumoradamente.Lo cual es especialmente grave en las generaciones más jóvenes, acos-tumbradas como están a desear poco y a tener enseguida lo que desean.La sociedad actual pone serias dificultades al hombre de nuestro tiempopara responder a los acontecimientos que acaecen rompiendo el ámbitode lo previsible: una enfermedad que sobreviene de repente, rompiendotodos los proyectos; una crisis personal; un periodo de duelo; etc. Todoello parece no tener cabida en el ritmo de los trabajos y los días.

1. La fe y el misterio del tiempo

La fe posibilita una relación nueva con el misterio del tiempo. Al desdi-vinizarlo, lo pone en razón, como una realidad penúltima y preliminar,convirtiéndolo, como se dijo más arriba, en el lugar de la paciencia y la es-peranza. De Abrahán dice la Carta a los Hebreos que salió sin saber adón-de iba y que murió sin ver cumplidas sus promesas (cf. Heb 11,1-7). Lascosas más decisivas de la vida exigen tiempo, cultivo reposado, renunciaa los frutos inmediatos, esfuerzo constante y paciente. No se aprende ru-so en quince días, ni se fundamenta una relación de amistad en un en-cuentro, ni se logra identificar los plumajes y los cantos de las aves deEuropa en un mes. De igual modo, exige tiempo el aprendizaje de cual-

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quier disciplina u oficio. Lograr hacer buenas fotografías, por ejemplo, vamucho más allá de los meros conocimientos técnicos, por otra parte im-prescindibles –sin ellos se habría segado uno la hierba bajo los pies–, yaque supone horas y horas de experiencia hasta que el manejo de la cáma-ra se convierta casi en una segunda naturaleza del que la maneja. Al haberpuesto en el centro de su vida al Señor del tiempo, el creyente sabe que sudestino y sus sueños y sus proyectos y su vida toda están en sus manos defiar; que le ha tocado una hermosa heredad y que, al tenerlo siempre pre-sente, jamás sucumbirá a los avatares de la vida (cf. Sal 16[15],5-8).

Asimismo, la fe hace de nuestra relación con el tiempo una cuestión degracia. Al vivirlo como un don maravilloso, se puede también regalar sinmiedo a perderlo, al contrario de esas personas que, yendo demasiado alo suyo, no paran mientes en lo que se les cruza por el camino hacia suobjetivo perseguido con denuedo, en una especie de cupiditas currendihacia el supuesto éxito. Se podría decir del tiempo lo mismo que el Evan-gelio dice de la vida: «Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pe-ro el que pierda su vida por mí la salvará» (Lc 9,24). El hombre de fe sa-be que no se pierde el tiempo cuando se dona a quien lo necesita, puesno hay acto de amor al prójimo que caiga en el vacío, sino en el odredonde Dios recoge las lágrimas de sus fieles y en el libro donde anota suvida errante (cf. Sal 56[57],9).

Semejante confianza no quita un ápice a la seriedad del tiempo huma-no. Al encontrase en el arco que va del nacimiento a la muerte, cada mi-nuto de nuestro tiempo es de una seriedad extrema, al ser único e irre-petible: no se puede dejar pasar sin el intento sincero de vivir en cadamomento en la verdad. Pero por eso mismo existe incluso la palabra «po-sibilidad», y en ello reside también en parte la belleza de lo que lo quehoy es y mañana no es: «si lo caduco tiene su esplendor, figuraos cuál se-rá el de lo permanente» (2 Cor 3,7). Como dice el general de la maravi-llosa película de Gabriel Axel, El festín de Babette (1987), «hay victoriasque pueden ser un fracaso»; y en su «homilía» en medio del banquete,afirma: «Llega un tiempo en que se abren nuestros ojos, y llegamos acomprender que la gracia es infinita; y lo maravilloso, lo único que de-bemos hacer, es esperar con confianza y recibirla con gratitud. La graciano pone condiciones»; para concluir: «Lo que hemos elegido nos es con-

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cedido, y lo que rechazamos nos es dado; incluso se nos devuelve aque-llo que tiramos, porque la misericordia y la verdad se han encontrado, yla justicia y la dicha se besarán». El creyente confía en que es verdad es-ta paradoja y que, por tanto, tiene razón Pablo cuando dice a los cristia-nos de Tesalónica: «No os canséis de hacer el bien» (2 Tes 3,13).

Las citadas palabras de la «homilía» del general en el banquete que cul-mina la hermosa película de Axel ponen en la pista de una realidad muyprofunda en la vivencia del tiempo, pues este, en el caso de los hombres,es también el de sus elecciones y los «sacrificios» libremente ejercidos, alno tener más que un tiempo y muchos deseos. La fe hace posible vivir larenuncia a trayectorias que habrían sido posibles, pero que ya no lo sonpor la opción tomada, no como un foco permanente de nostalgia y de-sesperación, sino como un acto de libertad en el que se nos devuelve, conotra figura, y se nos concede, sin merecerlo, incluso aquello que pare-cíamos haber dejado. El verdadero sacrificio es el que pone tanto amoren esas renuncias que siente que le arrebatan la vida cuando se tiene elcoraje y la valentía de ellas, pues, como gustaba de decir Maurice Blon-del, el motivo por el que se sacrifica vale más que aquello a lo que se re-nuncia. La fe da entonces alas a la libertad y libera al creyente de guiar-se por la necesidad, pues hay una gran diferencia entre decirle a alguien:«te amo porque te necesito», a decirle: «te necesito porque te amo».

En un pasaje sorprendente de su Cur Deus homo –en concreto II, V–,Anselmo de Canterbury se refiere a quien libremente y de buena gana sesomete a la necesidad de hacer un bien perseverando con alegría en suejercicio. Precisa cómo, más que de «necesidad», habría que hablar aquíde «favor», pues no mueve a la persona una fuerza mayor, sino que lo ha-ce espontáneamente, y por ello merece una recompensa más grande. Elejemplo que aduce da que pensar: aquel que espontáneamente hace unaprofesión religiosa, comprometiéndose libremente a guardar los votos, leparece a Anselmo que es más grato a Dios que quien no los hace, puesno solo renuncia a la vida ordinaria por amor a Dios, sino que ademásrenuncia a la libertad de volver a ella, no viviendo santamente por nece-sidad, sino con la misma libertad con que hizo su promesa solemne. Yesta será la tarea vital del monje desde entonces: evitar, por la gracia deDios y la relación íntima con Él, olvidar la libertad de su compromiso y su

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ejercicio también libre, espontáneo y novedoso. No perder esa novedad yla alegría que conlleva es un don de Dios que siempre hay que implorarcon la misma intensidad con que la cierva busca corrientes de agua (cf. Sal42,1-3). En el momento en que no fuera así, habría cambiado la mismavivencia del tiempo, dado que se intentaría introducir, en el único de quese dispone, la ficción de otra vida que, como el principio de no contradic-ción, no cabe bajo el mismo aspecto y que más pronto o más tarde aflora-ría en la primera, haciéndola inauténtica o falseándola. Con todo lo hu-manamente comprensible que es, y con la misericordia que despierta, nodeja de producir tristeza contemplar una existencia que ha convertido uncamino de libertad y alegría en una cárcel desde la que todo parece más in-teresante que la propia trayectoria. Y este ejemplo sería extensible, con laspeculiaridades y los matices de cada uno, a todos los estilos de vivencia dela fe que se puedan imaginar, pues es aquí –en el paso del tiempo– dondese aquilata el valor del compromiso adquirido y se ve hasta dónde llega laestimación del valor que un día se hizo.

2. La morada del tiempo

Pero en esta tarea el creyente no está solo. Cuenta con la presencia per-manente de Aquel que ha iniciado su fe y va por delante de los creyentes,haciendo posible que esta tome la figura de la perseverancia en su segui-miento sin desalentarse. Es llamativo que tanto Heb 10,38 como Rom1,17 y Gal 3,11 citen la expresión del profeta Habacuc: «el justo vivirá porla fe» (Hab 2,4). Con ello se indica que esta es un motor de la existencia,una virtus o dynamis que desinstala de toda seguridad y todo apego, ha-ciendo nuevas todas las cosas. Gregorio de Nisa hizo precisamente de estehecho uno de los puntos centrales de su teología mística. En efecto, el tér-mino epéktasis (progreso y tensión infinitos), inspirado en Flp 3,13, apun-ta al dinamismo incesante del camino de la fe hasta la unión con Dios,pues quien lo «ve» no se sacia jamás en su deseo, de modo que la existen-cia creyente nada tiene que ver con el aburrimiento (kóros) al que parece-ría aludir Orígenes con su teoría de la primera caída de los seres espiritua-les en el cielo por saturación, saciedad y aburrimiento ante la eterna con-templación de Dios, lo que produjo primero un enfriamiento, y después

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una caída. Para Gregorio, por el contrario, la saciedad aumenta el deseode todo el ser del hombre hacia Dios, de manera que la perfección de lavida cristiana será no pensar que ya se ha alcanzado del todo, sino crecerconstantemente en el bien con creatividad incesante, sabiendo que elque ha iniciado la fe también será su consumador.

Por otra parte, el hombre de fe cuenta con la oración y la liturgia, de ma-nera que la vivencia del paso del tiempo, que ni vuelve ni tropieza, co-mo gustaba de decir Quevedo, va punteada por el canto firme de su vi-vencia ante Dios y por su cristificación en el año litúrgico. La celebraciónde la eucaristía es para el cristiano la morada del tiempo, la posibilidad deque este revitalice sus raíces al contacto con el agua viva, y se abra a la no-vedad y al significado infinito. Como dice el n. 10 de Sacrosanctum Con-cilium: «La liturgia es la cumbre (culmen) a la que tiende la acción de laIglesia y, al mismo tiempo, la fuente (fons) de donde mana toda su fuerza(virtus)». El Misterio Pascual es la apertura del tiempo, su fundamento, suredención y, en su culmen, con el don del Espíritu Santo, la creatividad dela autocomunicación de Dios actuante en el mundo y en el corazón de loscreyentes. No hay posibilidad más alta para el tiempo de los hombres queel perdón del pecado. Cuando los agravios o el mal que estos se infligensupera un cierto nivel, quedan atados al pasado de la ofensa y se cierran elfuturo. No digamos cuando se trata no solo de afrentas personales, sino co-lectivas, en conflictos civiles de división y odio que atan a un pueblo du-rante años. Cuando el milagro del perdón se realiza, gracias a la humildadde los que se dejan inspirar por el don pascual, el tiempo se abre y cambia,haciendo posible un futuro verdadero.

Pero en el año litúrgico está también el Adviento, esas cuatro semanasque preceden a la Navidad y que animan al creyente a tensar la esperan-za, a vigilar en discernimiento constante la venida del Señor en cadahombre y en cada acontecimiento, porque el venir de Dios es visitar a suhumanidad querida, venir para alguien, hasta el punto de hacer tambiénde su criatura un «viniente», como gusta de contemplar al hombre la fe-nomenología de Claude Romano: alguien susceptible de ser visitado, deque le sucedan acontecimientos que rompen lo previsible y ponen enjuego su misma ipseidad, reconfigurando sus posibilidades y transfor-mando el mundo. Deus semper adveniens, Dios está siempre viniendo, no

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solo en la debilidad de la Encarnación, sino en cada momento; y no por-que no esté ya presente, sino porque nosotros, en nuestra pobreza, nun-ca lo recibiremos suficientemente. ¡Cómo cambia el tiempo cuando sevive desde la paciencia y la esperanza, desde el deseo de su venida! ¡Quéactiva es la espera, hecha de vigilante atención, discernimiento, silencio,apertura y disponibilidad! ¡Qué elocuente el símbolo evangélico de laslámparas encendidas! En este sentido, es conmovedora hasta la emociónla secuencia de la película Nostalgia (1983), de Andréi Tarkovsky, en laque el protagonista atraviesa una piscina seca con una vela encendida enlas manos que se le apaga varias veces, haciéndole comenzar de nuevo,hasta que por fin, no sin esfuerzo, llega al término de su recorrido y lo-gra depositar su vela sin que se apague y muere. ¡Qué imagen de la fe ydel tiempo! Vivir nuestra filiación en el tiempo, de modo que no se apa-gue esa llama que el Espíritu Santo ha encendido en el norte de nuestrocorazón (R. Char), a pesar de todas las desgracias y dolores de la vida, dela pompa y circunstancia del poder y la gloria de este mundo, lo cual nosolo aumenta lo misterioso de lo real –el sentido del Misterio–, sino quetambién nos despierta de la «idiotez» y nos abre al «más que cosas» de lascosas –su valor– y, en grado sumo, de las personas.

3. La fe y el tiempo de las edades de la vida

Queda por hacer referencia a otro aspecto fundamental de la relación dela fe con el paso del tiempo: lo que podríamos llamar, con Kierkegaard,«las edades de una vida». ¿Cómo no evocar aquí la parte final de la her-mosa obra de Hans Urs von Balthasar, El todo en el fragmento (1990)? Laspalabras pasarán, pero la palabra del poeta no pasará, dice allí el teólogosuizo. ¡Cuánto más la Palabra que es Jesucristo! Por su Encarnación, ha he-cho del hombre lenguaje de Dios y ha asumido la condición humana en-tera, excepto en el pecado, que es lo antihumano. Las diferentes etapas dela vida –lactante, niño, muchacho, hombre, anciano– obedecen a una leymisteriosa: el hombre está completo en cada una de ellas; por inmaduroque sea en las primeras etapas, no es «imperfecto»; no es, como pensaba lacultura pagana, una especie de realización parcial del ser hombre. El hom-bre lo es ya desde siempre, no se vuelve tal con su desarrollo, aunque en

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cada momento de su devenir personal ocurra a su modo y según la índo-le de cada tramo de tiempo. Al hacerse hombre, la Palabra de Dios ha lle-nado de sentido y revelación cada momento de la vida humana. Hasta sussilencios son elocuentes y Palabra que nos interpela. Piénsese en los silen-cios de Cristo en la Pasión, por ejemplo; o en el silencio de Belén o Naza-ret. Si el Verbo ha sido niño, este es expresión de la verdad eterna que re-basa totalmente lo humano, y así se salva lo temporal en lo eterno.

Suele decirse que el niño no es todavía sujeto moral y religioso, pero quecomienza expresándose estéticamente. Hasta Franz Rosenzweig piensaque en el artista hay todavía una parte de niño que no termina de crecer.Con todo, no conviene minusvalorar la maravilla de la infancia. DiceVon Balthasar que el niño es un maestro en el arte de la contemplación:observa a todas horas, se asombra de todo: un semáforo, la rueda de uncoche, la luna, un pájaro; está sumergido en la contemplación con unamirada que no recuperamos jamás –¿quizá en la vejez?–; y, en su pobre-za y dependencia, duerme y juega para crear libremente su mundo. Susueño es un misterio como pocos pueden contemplarse en este mundo.Con él nos dice que no lo molestemos, que guardemos silencio, que nolo abandonemos ni un minuto. Poco a poco, va rimando el tiempo al pa-so de los cumpleaños y las vacaciones del jardín de infancia, hasta queun buen día irrumpe el acontecimiento fundador que abre el tiempo, lavida, el ser, y desgarra su centro más íntimo, ahora frente al mundo, queya no es una prolongación de sus juegos. Nadie entre nosotros ha des-crito con mayor precisión y belleza que Miguel García-Baró ese mo-mento de verdadera ruptura de nivel en la vida humana por el que unose convierte en un gran enigma para sí mismo cuando irrumpe la muer-te, el duelo, el desgarro o el amor. Pocos momentos mejores que este pa-ra que enraícen las experiencias religiosa, moral, artística y científica.

¡Qué tiempo el de la conversión cuando se contempla a tergo! El día de gra-cia en que se asumió la fe personalmente, rehaciendo de arriba abajo lasruinas del alma de una religiosidad infantil hecha escombros y que ya noparecía dar respuesta al adolescente que se era, al ocurrir algo imprevisiblee inolvidable aunque se tuvieran veinte vidas. ¡Cómo se desvelaron zonasdel corazón que se creían inexistentes, y para que lo hicieran irrumpió enellas la gracia! ¡Cuánto costó poner a tono lo que había ocurrido «de mi al-

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ma en el más profundo centro» con todas las dimensiones y niveles queconstituyen a la persona! ¡Qué aventura tan formidable y apasionante esatarea! Todo como nacido de nuevo y por estrenar. Una confianza y un em-puje extraordinarios, «sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía»(San Juan de la Cruz). El encuentro con la comunidad cristiana y con tes-tigos creíbles y verdaderos que ayudaron a aquel joven a poner palabras ya celebrar todo el don y la alegría recibidos sin merecerlo. ¡Cómo trans-forma el tiempo la conversión, al llenar de valentía al neófito y hacer quehasta le parezca fácil arriesgar la vida, jugársela a una sola carta! ¡Qué agra-decimiento invade al que pasa por ello, y qué ganas de aprender a «saber-se dejar llevar de Dios», como gustaba de decir el místico de Fontiveros,poniendo las mínimas resistencias posibles!

Cuando esto ocurre, se ha puesto en el centro de la existencia al ÚnicoNecesario, y todo lo demás se torna preliminar y penúltimo, pero no porello pierde interés; antes bien, se acrecienta, pues la realidad de Dios, quetodo lo determina, no le quita espacio, anchura ni libertad a nada; alcontrario, la fe se convierte en el cantus firmus, según la hermosa y pro-funda metáfora de Dietrich Bonhöffer, que permite recuperar todo locreado puesto ahora en razón. Al transformar la vivencia del tiempo, es-te no se vive como «nuestro enemigo», según pensaba la Cleopatra deMankiewicz, sino como lo que nos abre a la confianza en Dios, al reco-nocimiento de nuestra condición de criaturas y nuestra dependencia deDios, única que nos hace libres y nos libera en el fondo. Por ello, el tiem-po de la madurez será también una aventura igualmente formidable,pues ahora todo posee una hondura y un espesor mayores; muchas rea-lidades han mostrado su límite y su finitud radical, se percibe con ma-yor profundidad el mal que uno puede hacer a los demás y el bien quedeja de hacerse por omisión, y por ello se vive más de la paciencia, delperdón y del amor de Dios, que parece un misterio cada vez más apabu-llante. Quien escribe estas líneas no tiene experiencia del tiempo de laancianidad, pero sí tiene muy cerca a personas que son un testimonio vi-viente de cómo, incluso en la desolación y la vulnerabilidad de esa etapade la vida, puede ser también ella un profundo momento de gracia.

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Los personajes bíblicos (Abrahán, Moisés, el Siervo de Yahvé, la Samari-tana, los discípulos...) nos ayudan a entrar en la trama entre voluntad deDios y voluntad del hombre, en su encuentro y desencuentro, en el cam-bio de mentalidad y de comportamiento que exige la Palabra. Es decir,nos ayudan a introducirnos en la comprensión de aquello que debe serconsiderado el drama fundamental del hombre, el drama de su salvación,más o menos percibido, el drama de una llamada, de una invitación a mi-rar no solo al aquí y ahora, sino a lo que aún no existe; no solo al hoy, si-no al mañana; no solo a lo que se muestra, sino a lo que se oculta.

PIER GIORDANO CABRA

Los personajes bíblicosde la Cuaresmay del tiempo de Pascua

248 págs.P.V.P.: 20,00 €

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Fecha de recepción: agosto 2012Fecha de aceptación y versión final: noviembre 2012

Resumen

No hay etapa de la vida sin crisis y riesgos; tampoco sin ganancias y horizontes(locomoción, lenguaje, identidad, pareja, hijos). La tercera edad –penúltimo re-codo– desvela implacable el caudal acumulado o las oportunidades desperdicia-das. Su riesgo es mayor cuanto más anchuroso y gozoso es su ventanal a lo de-seado; no caben trampas ni aplazamientos. ¿Convertiremos sus pedradas en alas?¡Se puede! Mejor si somos más esperanzados y con conciencia de la dignidad delestilo de vida que escogimos.

PALABRAS CLAVE: envejecer, crecer, achaques, tareas, esperanzarse.

The penultimate bend in the road:the best is yet to come

Abstract

There is no stage of life without crises and risks, or without gains and horizons(locomotion, language, identity, family, children). Old age –the penultimatebend– relentlessly unveils the wealth accumulated or the opportunities wasted.

PENÚLTIMO RECODO DEL CAMINO:LO BUENO ESTÁ AL LLEGAR

José María Fernández-Martos, sj*

* Sacerdote. Psicólogo clínico. Madrid. <[email protected]>.

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The risks are greater the broader and the more enjoyable the road to fulfill ourdreams is; there is no room for cheating or putting things off. Can we turn thenegatives into positives? Yes, we can! Even more so if we are more hopeful andaware of the dignity of our chosen lifestyle.

KEYWORDS: aging, growing, pains, tasks, feeling hopeful.

–––––––––––––––

El último tramo de la vida va avecinándonos a la muerte, cruda e inevi-table realidad. Los seres queridos con los que la hemos compartido y tra-jimos a ella seguirán adelante sin nosotros. Amenazadora nube y, tancierta, precedida de cortejo de crecientes y molestas debilidades que alar-gan su sombra. La tercera edad anuncia –incansable– que hemos de mo-rir a no tardar1. ¡Que cualquier apología de la vejez no olvide sus peajesy pejigueras! Aun así, cabe levantar una bandera que ennoblezca y llenede tareas y sentido la recia travesía del penúltimo recodo. Aunque caiganpiedras como años, se puede proclamar que lo mejor «está al llegar», aun-que requiera coraje, espacio interior, esperanza, mucha paciencia y altasdosis de crudo realismo.

Despedidos los «quehaceres», toca afinar el propio «quehacerse». El ver-de de las esperanzas se torna tierra ocre de esfuerzos, perplejidades y de-beres. Todo invita a reclamar más vida:

«Junto a la orilladorada del ocaso. Atardecerignorante de un hombre pensativo,consciente de ser algo más que arcilla,y esperando a la muerte sin saberqué pretendes decirme mientras vivo»2.

1. Vida corta: «los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como flor del campo,que el viento la roza y ya no existe» (Sal 103,15-16).

2. M. RÍOS, «Oyéndote, mar», en Altamar del hombre, Ed. Ateneo de Sevilla y Ánga-ro, Sevilla 2008, 36.

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Esencial es no encerrarse en lamentos y añoranzas de quejumbroso ani-mal herido, sino afanarse en las tareas recias y sutiles del espíritu quesabe aguardar jugosas y sorprendentes ganancias. ¡Las hay... para quienespabila!

1. Caían piedras sobre Esteban y las convirtió en alas en vuelo3

Ante esta vecindad tan molesta, traeré, sorpresivamente, a un joven –Este-ban de nombre– enfrentado a una muerte temprana y violenta. Joven y to-do, nos va enseñar lo esencial: dónde centrar nuestra mirada –ya débil ycansada– cuando caen piedras. Las pedradas brutales y asesinas que sobreél caían no le impidieron darle «su forma» a lo que era atropello e imposi-ción. Su respuesta será maqueta de la transformación propuesta para estosaños, poco apetecibles a nuestro paladar, hecho para gustar la vida.

El relato del capítulo 7 (vv. 54-60) de los Hechos llena de asombro y dapistas a seguir. La cosa pintaba muy mal si Esteban se fijaba en el odio yla rabia de quienes se abalanzaban sobre él gritando amenazas y empu-jándolo fuera de la ciudad para apedrearlo. Empujado, apedreado, insul-tado, tirado en el suelo y mortalmente herido, ocurrió lo imposible: suatención se desvió –ignorando golpes e insultos– «hacia el Cielo». ¿Có-mo? Porque estaba «lleno de Espíritu Santo». El Espíritu en su alma, yaun tanto despedida del cuerpo, le mostró: «la gloria de Dios, y a Jesús depie a la derecha de Dios, en el cielo abierto» (vv. 55-56). Arreciaban los in-sultos, y él dialogaba en otro planeta: «Señor Jesús, recibe mi espíritu»(v. 59). Su último deseo fue un grito de perdón casi ya triunfante:«Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (v. 60). Sospecho que este gri-to resquebrajó el corazón del joven testigo Pablo, «que aprobaba su eje-cución» (vv. 58 y 8,1).

Ganó la partida, desviando la atención de las amenazas y las piedras a la es-peranza. ¡No he visto otra! Lo hizo «lleno de Espíritu Santo». Es muy difícilpara el mero pecho humano resistir los embates del desmoronamiento...

3. «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme!» (Sal 55,7).

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2. Pedradas caen en el penúltimo recodo

«Los verdaderos sabios aspiran la vida dentro de la muerte».– ISAAC EL SIRIO

También a la tercera edad la cercan «empujones» que arrastran a los mé-dicos, a las continuas revisiones, a las residencias de ancianos o adondelos hijos y nietos determinan con sus veraneos y descansos. Como a Es-teban, se acaba por echarlos fuera de la ciudad, jubilarlos, retirarlos oprescindirlos de lugares de trabajo y vida. Sobre él y sobre nosotros caenpedradas. ¿Adónde dirigir la atención: a las pedradas o hacia el cielo queme espera? Habiendo acompañado, en vida y terapias, muchos itinera-rios humanos, las dos encrucijadas en las que más se distancian las per-sonas, con fe o sin ella, son «sufrimiento» y «tercera edad». No hay co-lor. Lo que parecían pequeñas diferencias de opiniones se convierten envidas enteramente diferentes. Solo queda plantar raíces como garras entierras que no saben de edad.

Recojo algunas piedras del penúltimo recodo para convertirlas en alas yvuelo.

2.1. Primera PEDRADA: Afrontar y acoger las muertes parciales

Puede inaugurarlo la inevitable jubilación o adelantarse incluso con al-gún quebranto tolerable pero molesto (piernas pesadas, ojos que fallan,artritis penosa, kilos de más...). El cuerpo, tantos años amigo, se va ha-ciendo molesto aguafiestas: «las que muelen [dentadura] son pocas y se pa-rarán; las que miran por las ventanas [vista] se ofuscarán» (Ecl 12,3-4). Ca-da día susurra un dato minúsculo y doloroso o un diagnóstico alarman-te o, más triste aún, el olvido de los hijos y nietos. Quizá se crucen sue-ños de no sé qué último tren maravilloso, o nos aferremos a no ceder te-rritorio. La vida me va invitando a recogerme para darme forma en la es-cucha serena del misterio de las cosas que me rodean. En lo humano, na-da nace sin que algo tenga morir: «cuando soy débil, entonces soy fuerte»(2 Cor 12,10).

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Convertiré estas muertes en alas si agradezco el crecimiento y los apren-dizajes de los que me siguen, si siento la satisfacción y dignidad del pro-pio estilo de vida. Todavía más, si con Pedro oteo tras los temores: «ha-ce falta ahora sufrir por algún tiempo diversas pruebas; de esa manera, losquilates de vuestra fe resultan más preciosos que el oro perecedero... Creyen-do en él sin verlo, sentís un gozo indecible, radiantes de alegría, porque ob-tenéis el resultado de vuestra fe» (1Pe 1,6-9.12).

Alto vuelo levantaré si se me concede sentir que mis disminuciones deahora van «completando en mi carne mortal lo que falta a las penalidadesdel Mesías por su cuerpo que es la Iglesia... sostenido por esa fuerza suya quedespliega en mí su eficacia» (Col 1,24.29). ¡Mis limitaciones no naveganperdidas y a la deriva!

2.2. Segunda PEDRADA:Sentir la pobreza del balance de la propia vida

«Me habré de conformar con ser el dueñode mi oculta riqueza empobrecida,y luego he de olvidar, si Dios no olvida,el saldo del balance que hoy le enseño:calderilla mi amor, la fe vencida»4.

Empiezo con este muñón de soneto de un poeta amigo (lujo ante tantaprosaica realidad). Así es. Ha llegado la hora de llamar a las cosas por sunombre diciéndome la verdad con una buena dosis de bondad. Entraren la verdad desnuda y rocosa de mi vida, no nombrándola a mi conve-niencia. Evité conflictos, no por prudencia, sino por cobardía. Mi inca-pacidad para detenerme no era creatividad, sino huida de mí mismo. Miinundarme de ocupaciones me excusó de acercarme más a mi familia ocomunidad. Quizá jugué con una doble vida, sin apostar a fondo por na-die. A mi avaricia le llamé «sacrificarse por la seguridad familiar». Tocadespedir eufemismos y descubrir que algunas decisiones, que en su tiem-

4. M. RÍOS, «Mi economía Trascendente», en op. cit., 29-30.

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po saludé como liberadoras, me condujeron a esclavitudes (¡se acabó, nosólo fuman los hombres!)5.

Pero para poder hacerlo, sin pesadumbre y lastre, he de ser bueno con-migo mismo, aceptándome como pobre ser humano, mirándome conuna mirada más matizada, menos tajante, menos defensiva y, sin duda,mucho más benévola. Eso sí, sin contarme los cuentos en los que de jo-ven podía recordar cualquier cosa, hubiese ocurrido o no, y ahora queme voy haciendo viejo, solo recuerdo las que no ocurrieron (MarkTwain). Ser bueno es no culpabilizarme por lo de antaño, sino mirar a lonuevo que ya está brotando en mis yermas soledades (cf. Is 43,18-20).Ser bueno es darme tiempo para la contemplación benévola y sorpren-dida de placeres y espectáculos menudos que mi apresurada vida me hur-tó (conversación pausada, cuidar plantas, visitar alamedas junto al ríoque limpien la mirada y enseñen lo que los libros y la prisa nos velaron:«Mirar los animales simplemente / para que un poco de la gracia de sumarcha entre en mis coyunturas / y tendré breve vida en sus ojos, al to-marme / y soltarme despacio, sin juzgarme» (Rilke). Es difícil vivir cuan-do mueren los proyectos y solo queda vivir el día de hoy. Falta aprendi-zaje en la pasividad y la acogida. ¿Más duro recibir que dar?

2.3. Tercera PEDRADA:No esperar nada nuevo de la vida y estancarse

«Si uno no nace de nuevo,no podrá gozar del reinado de Dios»

– Jn 3,1-3

¿Cómo crece la langosta? Produciendo caparazones protectores de losque se desprende para crecer. En cada transición queda frágil y vulnera-ble hasta lograr el nuevo caparazón acomodado al crecimiento. Sin ex-ponerse al cambio y a la vulnerabilidad, no hay crecimiento. Adquiriruna profesión o un trabajo, casarse, tener hijos, perder familiares y ami-

5. J.M. FERNÁNDEZ-MARTOS, «Qué pronto se me hizo tarde»: Sal Terrae 88 (2000), 793.

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gos, lidiar con responsabilidades, lamentar aspiraciones frustradas... re-forzaron el caparazón y nos hicieron menos permeables a lo nuevo. Lascostumbres y modas de los jóvenes pueden chocarnos y descolocarnos.Esta desazón cultural no se sortea, arrastrando «nuestro hogar transeún-te» como el caracol. La jubilación impone deshacerse de caparazones.¡Ojo: que al disminuir las exigencias y tareas de afuera no aumenten lasmanías y rutinas de dentro! Los recortes más peligrosos nos los impone-mos balanceándonos en la mecedora o ante el televisor. Si reaccionamoscon vigor, no miraremos con envidia a otros que inician caminos a losque nosotros dimos la espalda.

Pero, más hondamente, mi historia de libertad no ha terminado. La vi-da nos ofrece la sonora posibilidad de murmurar una palabra nueva. «Enninguna edad está el cuerpo más flaco que en la vejez, ni el ánima máslibre y suelta para obrar conforme a razón» (Huarte de San Juan). Pasóel tiempo de competir y llegó el de cultivar el campo del noble senti-miento. El pobre ladrón, con nutridos antecedentes penales, pronuncióuna última palabra que le trasplantó al paraíso. Se me pasa a la firma la«última forma» que configurará definitivamente mi balance. Quizás elpasado no me permita restablecerme del todo ante la historia, pero sí an-te la conciencia, quizá la familia, y seguro que ante Dios. La vida bio-gráfica ofrece ser definitivamente moldeada, no solo por lo que quisimoso logramos ser, sino por lo que ahora creemos que deberíamos haber si-do. Inclinemos la balanza a favor de los impulsos generosos, amplios ysanos. Basta una tonalidad última, quizás hecha de paciencia, de valen-tía, de tolerancia, de generosidad, de reconciliación, de humor, y el últi-mo rayo de la tarde la vestirá de belleza. Una torta de manzana de laabuela permanecerá siempre como recuerdo caliente6. Queden atrás pro-clamadas certidumbres de caminos trillados; quizás hollar veredas pedre-gosas con pies descalzos pueda darme saberes no sospechados. ¡Abrámo-

6. D.H. LAWRENCE, «Cuando el fruto maduro cae», en Poemas, Argonauta, Barcelo-na 1980. En p. 68: «Cuando el fruto maduro cae, / su dulzura destila y permea lasvenas de la tierra. / Cuando muere la gente con plenitud, / el aceite esencial de suexperiencia entra / a las venas del viviente espacio, y agrega un destello / al átomo,al cuerpo inmortal del caos».

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nos a lo nuevo, dentro y fuera de nosotros, aunque sea con pasos lastra-dos de incalculable pereza! ¡Rescatemos aficiones menudas que un díasofocamos! ¡Arrostremos tanteos de nuevos aprendizajes! Despidámonos,mejorando la vida.

2.4. Cuarta PEDRADA: Tristeza y rutina7

«No les saco gusto...; a la lluvia sigue el nublado,los guardianes de casa y los robustos se encorvan...las que miran por las ventanas se ofuscan...se debilita el canto de los pájaros,las canciones se van callando...»

– Ecl 2,2-7

Según la sociología, la probabilidad de tener una depresión es tres vecesmayor para nosotros que para nuestros abuelos. Grandes horizontes delpasado se alejaron (Dios, nación, familia, deber) mientras crecían nuestratolerancia a la frustración, nuestra búsqueda de evasiones y nuestra avidezpor lo nuevo. Toca defender nuestra alegría serena, como se defienden lastrincheras. Alcemos la bandera de una sana alegría. Diversión y alegría serelacionan como superficie y profundidad. La alegría toca el núcleo denuestro ser y baña e ilumina la vida por entero, tanto en su pasado comoen su futuro. En El Viejo y el mar de Hemingway8, aunque los tiburoneslo acosasen en manada, todo era viejo, «salvo sus ojos; y estos tenían el co-lor mismo del mar y eran alegres e invictos». Nuestros hijos, nietos o se-guidores, nos perdonarán muchas cosas, pero no que seamos tristes. Hu-yamos de la amargura y la queja. El humor estimula la dopamina, que ha-ce «sentirse bien». Los humanos no dejan de jugar porque envejecen; en-vejecen porque dejan de jugar. La risa relativiza preocupaciones y ayuda aque el cerebro genere creatividad. El alegre no quiere volver atrás el relojdel tiempo, ni pide con Goethe en el Fausto: «Devolvedme mi juventud».

7. Cf. J.M. FERNÁNDEZ-MARTOS, «Locos de alegría, abandonar a toda prisa los se-pulcros. Trabajándose el optimismo y acogiendo la alegría verdadera»: Sal Terrae 90(2002), 835-848.

8. ¡Qué distinta de las deprimentes Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar!

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La vida no es aburrida si evitamos pensar que cualquier tiempo pasadofue mejor o que todo lo que está ocurriendo es malo.

Solo cuentan los años vividos en la verdad. Los otros fueron no vividos:«sin reconocer el camino del Señor. ¿De qué nos ha servido nuestro orgullo?¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una som-bra» (Sab 5,6-10). Pocos años pueden ser muchos9 si los invertimos enamar y en ablandar durezas pasadas. Crecer es madurar en el amor. Aldeclinar la tarde, nos han de examinar: no si es mucha la cosecha; más sisalimos a sembrar. Si no todas florecieron, digamos que las sembramoscon amor.

Aceptar irse perdiendo poco a poco en las manos del Padre para poder,por fin, sentir su presencia. Alas te brotarán si dejas atrás agravios y ru-tinas. Volarás si te atreves a transgredir –cuanto puedas– costumbres in-veteradas. ¡Hay mucho mundo y mucho modo nuevo por estrenar!

2.5. Quinta PEDRADA:¡Qué cabeza! Pierdo memoria y me desespero.

«Todas las neuronas tienen una muerte con esperanza».– YANN ROUGIER (neurobiólogo)

Me digo ¿dónde habré puesto las gafas?, mientras las llevo puestas. Esmuy verdad y duro a ratos, pero hay inadvertidas ganancias, y muy cier-tas. Puede ser que, herido en el costado, vaya ganando mi corazón sabi-duría: «quien no ha sido probado sabe bien poco» (Eclo 34,10). Muerenneuronas y crecen la mesura, la proporción, la tolerancia. Podemos afi-nar nuestra capacidad de escucha y dejar de contar historias insignifi-cantes para los que vienen detrás. Ayuda mucho aprender a callar y aprestar nuestros oídos menos finos, pero más atentos, a los que quierancontarnos historias. ¡Ah! y prestar atención a lo que se me enseña en mispasividades crecientes: «Abriéndole el oído con el sufrimiento» (Jb 36,15).Sobre todo, intentaré «no olvidar al Señor» (Dt 8,11). Solo Él puede sermi fuerza.

9. Cf. Sab 4,13.

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Hay que leer, escribir, aprender cuanto se pueda sanamente. Según losneurólogos, cuando mantenemos ocupado el cerebro, aumenta la memo-ria automática, que permite hacer cosas sin pensar en ellas, como el aje-drecista que empieza la partida moviendo piezas sin dudar. Un aprendiza-je constante estimula los circuitos del cerebro y evita la pérdida de faculta-des mentales, tonificando nuestra materia gris. Cada día perdemos millo-nes de neuronas que dejan nutrientes para las que quedan. Olvidados dela edad, debemos vivir como si estuviéramos poniendo a prueba el mun-do. Seguir siendo niños aun con la experiencia atesorada en miles de si-tuaciones que proporcionan criterio para afrontar problemas –nuestros ode otros–. Cuando empiezas a pensar como un viejo, perdiste la batalla.

Pero, para mí, la más dorada posibilidad es la de murmurar una nuevapalabra. Quizás esa nueva palabra tenga que ver con estrenar alguna ma-nera de amar a los demás. Así se alcanza la edad adulta: «plenitud de Cris-to. Así ya no seremos niños zarandeados y a la deriva... sino auténticos en elamor» (Ef 4,13-15). El albor del «encanecer» abrirá alboradas nuncaimaginadas, claridades convertidas en estrenada ternura...

2.6. Sexta PEDRADA:Dios más remoto que nunca, cuando más le necesitaría

«De repente, de todas esas voces,una voz se distingue elevándose sola,pequeña, leve, pálida.Se eleva hacia el milagro y hacia el bien,sosteniendo como una caracolaa Dios en el oído».

– RAINER M. RILKE10

Es verdad que cada día puede derrochar luces y soles, pero la suma dedías de una larga vida suelen oscurecer el alma con perplejidades y no-ches. La más dura en el penúltimo recodo es «cómo la divinidad» se pu-

10. R.M. RILKE, «Sexta y bendición», en Poemas a la noche y otra poesía póstuma y dis-persa, DVD Ediciones, Barcelona 2008, 117.

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do esconder en tantos aconteceres humanos, sociales y personales11. Seabren dos caminos: pensar que no hay NADIE tras nosotros o abrirse a latrascendencia, «conscientes de ser algo más que arcilla» (M. Ríos). Ciertoes para todos que la vida interroga sobre un algo «por encima de la natu-raleza» (Paracelso) y que en el atardecer de la vida piden paso preguntas en-tre los ídolos caídos de antaño. ¿Mira que si es verdad que «este mundo esel camino para el otro, que es morada sin pesar»? (Jorge Manrique). Es unAlguien con mayúscula que me invita a un abandono confiado, a pasar dela nostalgia a la alabanza, de la soledad que endurece al diálogo que abre.

Sin esperanza, esta edad puede ser muy dura; pero si se aguza el oído, pue-de oírse una llamada discreta de quien nos regaló la existencia: «Hasta la ve-jez, yo seré el mismo; hasta las canas, yo os sostendré y os liberaré» (Is 46,4), di-ce Dios. Muchos están felices por descubrir que les espera reencontrarse alfin con la «partícula divina», el famoso «bosón de Higgs»; otros ingenuos,creen que, nacidos del deseo de Dios, están hechos para el encuentro y es-peran el mejor y más grande de los abrazos. Con los años, en vez de buscarmás en el reino de la posesión, se añora y se aprende a cuidar la relación.

Todos cruzamos noches y desiertos alejados de los demás y, más duro, deDios. De nada valen los bellos recuerdos del pasado. Silencio de acero enla oscurísima noche. Podemos, sin embargo, salir gananciosos si depo-nemos revivir alegrías pasadas y solo le buscamos a Él. Ignacio dirá: pa-ra que «en cosa ajena no pongamos nido» (EE 322). No es tiempo de ha-blar a Dios, sino de gritarle con Jesús: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué mehas abandonado?» (Mt 27,47). Queda el desnudo deseo de Dios sin el ca-lor de su presencia; momento de adorarle. Se muere al mundo y se vis-lumbra al único Viviente que nos cincela en el abismo insondable queabrió en sus carnes. ¿Brillará una luz en la noche, penetrando en el almay mostrando a Dios? Jesús cruzó su noche y para siempre quedaron lasnuestras iluminadas. La claridad del Dios sufriente es muy singular: «en-tre risas llora el corazón» (Pro 14,13). Es vivir «no solo creyendo en él, sinosufriendo por él» (Flp 1,29).

11. Cf., J.M. FERNÁNDEZ-MARTOS, «El ocultamiento de Dios en la ruptura de los víncu-los humanos ¿Qué hacer en tales situaciones?»: Revista Manresa 84 (2012), 17-27.

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3. ¿Qué contemplaba Esteban para ignorar las pedradas?

«Ven, muerte, tan escondida,que no te sienta venir,porque el placer de morirno me vuelva a dar la vida».

– Santa Teresa de Jesús12

Esteban vio la gloria y a Jesucristo, que en pie le esperaba para abrazar-lo. Mucho tendría que ser, aunque no sepamos ni adivinarlo, para queno haya ni una sola huella del quebranto de las pedradas y sí solo con-solación y perdón. Mal pertrechados estamos para poder siquiera imagi-nar esta gloria los que, aun desde la vida más afortunada y luminosa,siempre la experimentamos como confuso y excesivo laberinto –¡siempretanteando salidas!– para nuestras escasas entendederas. Es asomarse a la-gos que solo existen en lo eterno y, desde la ignorancia aprendida dura-mente, desbordarse hacia el que se adivina más allá...13 «Al ponerse el sol,todo se me hizo claro» (L. Rosales).

Intentemos soñarlas ayudados por la Escritura, que, de entrada, nos lle-va más allá de todo lo que hemos visto y soñado para describirla: «Ni ojovio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre lo que tiene Dios pre-parado para los que le aman» (1 Cor 2,9). Nuestra más loca imaginaciónserá superada por la generosidad de Dios, pues «sabemos que, si esta nues-tra casa terrestre se desmorona, tenemos una habitación de Dios en losCielos» (2 Cor 5,1). Expresivo es el Apocalipsis para los que llegan del va-lle de lágrimas: «Él enjugará las lágrimas de sus ojos: ya no habrá muerteni luto ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado... Todo será nuevo»(Ap 21,4-5). ¿Demasiado hermoso para ser verdad? Cierto para quienatraviesa el tiempo confiado en «la promesa que Él mismo nos ha hecho: lavida eterna» (1 Jn 2,25).

12. Cervantes la trae en el Quijote, P.II, c. 38.13. Cf., Federico BERMÚDEZ-CAÑETE, Rilke. Vida y Obra, Ediciones Hiperión, Madrid

2007, 139.

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Jesús, también desviando la atención de sufrimientos que amenazan, enla penúltima Cena que celebra con sus discípulos para despedirse los em-plaza para una última e inacabable cena donde ya no beberemos de nues-tros más ricos licores sino de un «vino nuevo en el Reino de mi Padre»(Mt 26,29). Pablo bebe de ese vino antes de morir, pues en la tierra seconsideraba ya en el Cielo: «Nosotros somos ciudadanos del Cielo, de don-de aguardamos a un Salvador: el Señor Jesucristo» (Flp 4,1).

Los mismos santos se ven sobrepasados –aunque felices– ante tan an-churoso ventanal: «la diferencia que hay de esta luz que vemos a la queallí se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la clari-dad del sol parece muy desgastada. En fin, no alcanza la imaginación,por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz [...] que el Se-ñor me daba entender como un deleite tan soberano que no se puede de-cir; porque todos los sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, queello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más»14 (Teresa de Je-sús). Según Agustín, «este Bien que satisface siempre producirá en noso-tros un gozo siempre nuevo [...] Tranquilizaos y mirad: será una conti-nua fiesta»15. San Juan de la Cruz le llama «juntura de todos los bienes».

Concluyo preguntando: ¿hacia dónde va mi atención? ¿Hacia mis pasi-vidades y descalabros o hacia lo grande y bueno que me espera? ¿Haciamis escepticismos e increencias o hacia mi indomable deseo de que lobueno sea eterno? Soy un ser en quien «la catarata de Dios en cada venase arroja»16. ¿No podremos, con garras de fe, afianzarnos en que nos es-pera «un patrimonio mejor y más estable»? (Heb 10,34). Hacia él volóconfiado Esteban: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Le esperaba «la coronade la vida» (Ap 2,10). Escribe Juan: «somos ahora hijos de Dios; mas lo queseremos algún día no aparece aún. Sabemos que, cuando se manifieste Jesu-cristo, seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es» (1 Jn 3,2).Queda por ver si nuestra esperanza da para poner proa al cielo, amenovalle prometido por quien puede. Si aguzamos el oído «a orillas del gran

14. TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida, C. 38, 2.15. AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 362.16. RAINER M. RILKE, «Entonces será el Ángel», en op. cit., 39.

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silencio» (Machado), escucharemos la llamada discreta del que nos rega-ló la existencia: «Hasta la vejez, yo seré el mismo; hasta las canas, yo os sos-tendré y os liberaré» (Is 46,4).

La más grande y duradera palabra y que más ayudará a levantar mi vue-lo será la coherencia entre lo proclamado y lo vivido: «¡No es digno de miedad ese engaño! Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años,ha apostatado [...] Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno demis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arros-trar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venera-ble Ley» (2 Mac 6,24-28). Mi añosa fidelidad a valores hondos puedeconvertirse en árbol que regale su amplia y serena sombra a más jóvenesovejas que buscan apacentar y guarecerse de abrasadores soles que asolantoda esperanza (cf. Mc 4,32).

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Fecha de recepción: noviembre 2012Fecha de aceptación y versión final: noviembre 2012

Resumen

Los autores desgranan su particular Historia en un breve manual con tres Eda-des: la Edad de los hijos, la Edad de los padres y la Edad de los abuelos. La in-fluencia del tiempo en su vida familiar, qué ha hecho el tiempo con ellos y quéhan hecho ellos con ese tiempo. Cómo enfrentarse a la inevitable tarea de recor-dar, aprender y proyectar su vida en el breve espacio que nos es concedido. Unahistoria compartida con quienes les son más cercanos y cuyo transcurrir junto aellos marca de forma definitiva los hitos de su existencia.

PALABRAS CLAVE: Dios, infancia, juventud, madurez, ancianidad.

Family time. A story in three ages

Abstract

The authors unravel their particular Story as a short manual on three Ages: theAge of children, the Age of parents and the Age of grandparents. The influenceof time on family life, what time has done to them and what they have done

EL TIEMPO EN FAMILIA.UNA HISTORIA EN TRES EDADES

Francisco Igea Arisqueta*Magdalena González Parra**

* Médico. <[email protected]>.** Periodista. <[email protected]>.

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with that time. Coping with the inevitable task of remembering, learning andplanning our lives in the short time that is given to us. A story that is sharedwith those who are closest to us; such shared story will forever contain themilestones of our existence.

KEYWORDS: God, childhood, youth, maturity, old age.

–––––––––––––––

«Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo denacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar lo plan-tado; tiempo de matar y tiempo de sanar; tiempo de destruir y tiempode construir; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de hacer dueloy tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras y tiempo de recogerlas;tiempo de abrazar y tiempo de desprenderse; tiempo de buscar y tiem-po de perder; tiempo de guardar y tiempo de desechar; tiempo de ras-gar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo deamar y tiempo de odiar; tiempo de guerra y tiempo de paz» (Ecl 3,1-9).

Escribir sobre el tiempo en la familia es escribir sobre la vida y sus mar-cas, la existencia y sus hitos. Repasar los mojones que atravesamos ennuestra carretera. Reflexionar sobre lo que fuimos, lo que soñamos y loque esperábamos en nuestros años de infancia y juventud. Imaginar lostemores y las esperanzas, las decepciones y las alegrías de nuestros ma-yores. Es, en resumen, escribir sobre nuestra historia. Una historia fami-liar y personal, una historia indivisible. Nuestra individualidad no secomprende sin nuestras familias, ni nuestra familia sin los rasgos perso-nales de cada uno de nosotros. Nuestra tarea será, entonces, tratar detransmitir lo que el tiempo ha hecho con nosotros y lo que hemos hechonosotros con él. Un trabajo desasosegante, en el que es difícil no caer enla melancolía, no dejarse llevar por la nostalgia, no tratar de justificarseo no añorar lo que podría haber sido y no fue. Todos los historiadorestienden a buscar una explicación a los hechos que narra la historia acor-des con sus convicciones y su sentido último de las cosas. Es un hechohumano y comprensible con el que uno ha de contar cuando se enfren-ta a los libros de Historia. Si lees mucha historia, acabarás compren-diendo que hay quienes ocultan unos datos, quienes resaltan otros yquienes matizan unos terceros. Es necesario leer esta multiplicidad de

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versiones sobre unos mismos hechos para formarte tu propio criterio. Asípues, nosotros escribiremos «nuestro» manual de Historia; pero seguroque nuestros hijos, nuestros padres, nuestros abuelos... escribirían otro.Suponemos que a ustedes les gustaría leerlos; a nosotros, quizá no tanto.Pónganse en su pellejo e imagínenlo desde su punto de vista: quizá sa-quen más de ese ejercicio que de la lectura de este pobre artículo.

Como buen manual de historia, dividiremos el tiempo en las tres grandes«Edades» fundamentales que separan la historia de una familia. Estas eda-des se separaran, a su vez, en periodos más pequeños, para poder com-prender mejor el discurso de la historia, de nuestra pequeña historia.

I. La edad de los hijos

1. El periodo infantil: Tiempo de nacer. Tiempo de abrazar

Para cualquier cronista de nuestro medio, esta edad se vería siempre co-mo una Edad de Oro: una edad jovial, una edad donde recibes amor,abrazos, afecto y regalos sin que nadie espere de ti nada a cambio. Cuan-do recordamos nuestra infancia, recordamos como en un sueño esa bici-cleta de ruedas gordas con la que echábamos cuesta abajo en el pueblo, so-ñándonos motoristas. Añoramos esa noche mágica en la que unos desco-nocidos entraban por la ventana de nuestro salón y llenaban nuestros zapa-tos de juguetes. Recordamos ese veraneo en la playa en la que construíamos,en nuestro primer intento de frenar el tiempo, un dique de arena connuestra pala, esperando detener la marea. La infancia siempre es recorda-da como un tiempo amable, un tiempo feliz. Para padres e hijos es untiempo de amor sin fisuras, un «tiempo de abrazar». Ellos corren a tus bra-zos, y tú les alzas, y todos esperamos que nada cambie. Esperas que esa son-risa y ese beso apretado y húmedo en tu mejilla se fundan en tu mente pa-ra siempre, y que el tiempo se detenga en ese instante.

Sin embargo, no todo es así. La infancia tiene sus horas de dolor, de in-comprensión, su dosis de injusticia. La infancia es el tiempo de la de-pendencia. No puedes tomar tus decisiones, todo te es impuesto. Es elperiodo del aprendizaje, el tiempo en que las normas y los criterios que

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regirán tu vida te son impuestos, a veces sutilmente, otras de una formabrutal. Tenemos un amigo, padre añoso a los 48, que un buen día resu-mió la tarea de la infancia de forma sorprendentemente simple, mientrassu hija de un año se empeñaba en andar por encima de la mesa de unaterraza: «Lo que más me sorprende de ella es que no entiende de límites,cree que todo es posible». Perfecta definición. «Para eso estás tú», pensa-mos los dos inmediatamente, «para ponérselos». Pero no se lo dijimos.El tiempo se tomará su venganza.

Este periodo es el periodo en que los chicos se forman, se estructuran. Estiempo de plantar. En estos años iniciales adquirirán lo fundamental: susmecanismos de repuesta, su idea del valor, de la solidaridad, de la ver-dad, su manera de relacionarse con el mundo exterior. Adoptarán su es-queleto. Sobre ese esqueleto desarrollarán más o menos músculo, pero sutalla y sus articulaciones estarán ya ahí. Por eso es un tiempo tan impor-tante, un tiempo en el que los golpes dejarán una huella más profunda;un tiempo en el que la desatención puede ser fatal. Para ellos es un tiem-po gozoso; para nosotros es también un tiempo de ansiedad. En estetiempo son esponjas, esponjas sensibles que observan y aprenden de no-sotros lo bueno y lo malo. Nuestra justicia será la suya; nuestras ambi-ciones y nuestro amor al prójimo serán los suyos; nuestra fe será la suya.«Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nues-tro porvenir», cantaba Serrat. Pero los años pasan, y un buen día ellos co-nocerán nuestra verdad mejor que nosotros mismos. Cuando menos loesperemos, llegará el tiempo de confrontar nuestras realidades con nues-tras máscaras; llegará un tiempo nuevo... un tiempo de rasgar.

El Dios de la infancia

Cada época tiene su Dios. Cuando somos pequeños nuestro Dios es unDios paternal, un Dios sencillo que premia y castiga según unas normaselementales. Bonachón y poco exigente casi siempre. Un Dios que no nosocupa el tiempo, un Dios al que agradan nuestros juegos y disgustan nues-tras malas contestaciones a nuestros padres. Dios, como ellos, está aquí pa-ra cuidarnos siempre y regañarnos cuando la ocasión lo requiera, pero nova mucho más allá. Vigila nuestras vidas, cuida de ellas, pero no las dirige.

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2. La adolescencia: Tiempo de rasgar. Tiempo de arrojar piedras

La adolescencia es el primero de los grandes desgarros que el tiempo nosva produciendo. De repente empiezan a ser mayores, a descubrir que larealidad no es siempre dulce. De pronto se percatan de que nosotros, suspadres, no somos perfectos. No cumplimos sus ideales. Ni los nuestros.Entonces se niegan a admitir que algún día ellos serán así. Serán perfec-tos, siempre jóvenes, siempre leales, siempre valientes. Entonces los chi-cos hacen lo que toca en ese momento: se centran en sí mismos. Todogira sobre «su» eje: sus sentimientos, sus deseos, sus sueños. Y nosotros,dedicados a recordarles que fuera de su mundo hay otro mundo real; quesu tiempo todavía no es hoy; que su momento no es todavía ahora.Recuerdas tus sueños de aquella época y comparas. En ese momento de-searías que nada nos hubiera cambiado; desearías que ellos tuvieran ra-zón, al menos en parte; desearías que ellos pudieran seguir siendo siem-pre como sueñan. Ese recuerdo de nuestro pasado nos ayuda a aguantarsu insufrible egoísmo, su tedioso repiqueteo de incomprensión. Incom-prensión y desgarro. Puede que esas sean dos de las características másfundamentales de ese tiempo. Los chicos, como nosotros, son incapacesde ponerse en el lugar de sus padres. Piensan que nuestros temores noson fruto de la experiencia vivida, sino de un temor atávico a los nuevostiempos; piensan que su tiempo es nuevo, distinto y solamente com-prensible por ellos; piensan que son únicos, especiales...

El año pasado, un profesor de literatura inglesa, David McCullough,pronunció un discurso en la despedida de los alumnos del WellesleyHigh School que dio la vuelta al mundo por YouTube. Lo recomenda-mos sinceramente. Se titula «You are not special». Pocas veces se ve undiscurso tan apropiado para la adolescencia: «Aunque fueras uno de en-tre un millón en un planeta de seis mil millones de habitantes, eso su-pondría que al menos hay seis mil personas como tú»1. Nosotros solemosrecordar un día en el que, cansados ya de tanto «no me comprendes» y

1. D. MCCULLOUGH, You Are Not Special. Commencement Speech from Wellesley HighSchool, en línea: http://www.youtube.com/watch?v=_lfxYhtf8o4 (consulta el 24 de noviembre de 2012).

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tanto «tú no sabes», nuestra hija nos pidió permiso para ir a pasar unanoche fuera de casa con unos amigos a la temprana edad de 14 años. Leinformamos de que era un poco pronto para dejarla ir a pasar una nochea una casa desconocida, sin padres y con unos chicos. Muy ofuscada, nosdijo: «¡Vosotros no conocéis a mis amigos!». La miré y le pregunté: «¿Sonchicos?». «Sí», contestó ella. «¿Tienen 15 años?». «Sí», repitió sin dudar.«¡Los conozco!». Todavía nos reímos.

Su tiempo y el nuestro. Dulce y arrebatador para ellos; angustioso y ago-tador para nosotros. Lleno de lágrimas y pasiones para ellos; lleno de pa-ciencia y miedos para nosotros. Suficientemente mayores para sentir eldolor y la pasión; suficientemente jóvenes para no comprenderlo.

Es, por tanto, un tiempo de arrojar piedras, un tiempo para la guerra.Deben marcar su territorio enfrentándose al nuestro. Debemos pelearesa guerra, no rendirnos y confiar en el Espíritu. Confiar en que saldránadelante. Recordar nuestro tiempo y confiar. Ese es el secreto.

3. La juventud: tiempo de buscar; tiempo de construir

Se hacen mayores, nos hacemos mayores. Es hora de construir nuestrofuturo personal, nuestro futuro laboral, nuestro futuro afectivo. Grandesdecisiones. Nos construimos, abandonamos la casa materna y comenza-mos la independencia. Todo parece aún por delante: grandes ambicio-nes, esfuerzos y sueños. Pocos recuerdos aún. Libertad. Ahora sí, liber-tad. Estudio, esfuerzo, amores y amistades ya adultas. Un mundo de re-laciones libres y autónomas. Un mundo de amor de descubrimiento delotro. Trabajo, pero aún sin demasiados traumas, sin demasiadas decep-ciones. Tiempo de vida, de diversión en muchas ocasiones y compromi-so en otras. Tiempo de fuerza: creemos poder con todo, el futuro ya es-tá aquí y no nos acobarda. Es la hora de cambiar el mundo para algunos,la hora de atraparlo para otros. Ya comprendemos la realidad, pero aúnno nos resignamos a no cambiarla. Un tiempo de cambio de la familiapasada a la futura, de progresivo paso de la comunidad que nos creó a laque esperamos crear. Nuestras relaciones familiares son ahora más adul-tas, más libres, más respetuosas e, inevitablemente, más distantes. Si te-nemos suerte, otra persona se cruzará definitivamente en nuestra vida.

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El amor nos llevará de manera silenciosa a nuestra nueva edad y a nuestranueva familia. Si tenemos suerte, la vida nos regalará una oportunidad dedescubrir a otro, de abrirnos a su mundo. Si somos afortunados, experi-mentaremos eso que tan bien describía Lope de Vega: «Desmayarse, atre-verse... olvidar el provecho, amar el daño...» Esa locura que es el amor ensus inicios. En esos primeros años de desvarío, nuestro mundo cambiará yse encaminará alegre, inocentemente alegre, irresponsablemente alegre,descuidadamente alegre, hacia una nueva edad. Una edad de compromisonuevo, una edad de abandono definitivo de las cosas de niño.

El Dios de la adolescencia y de la juventud

No nos engañemos: a esta edad, habitualmente es un Dios desaparecido.Un Dios que se ausenta, salvo cuando conseguimos que ellos entiendanque es un Dios que no se conforma con los domingos, que no es solo unconsuelo de ancianas... Si conseguimos que entiendan que es un Dios vi-vo, que exige compromiso, rebeldía frente al mal, acción concreta, res-puestas incómodas; si conseguimos que entiendan que no es solamenterito y costumbre, sino principio y motor, conseguiremos que permanez-ca en el interior de ellos, aunque a veces desaparezca de la superficie du-rante este tiempo.

II. La edad de los padres

1. La paternidad: tiempo de plantar, tiempo de cosechar

Llegó el momento. Aún no sabes bien cómo, pero están ahí. Tener hijoses una decisión muchas veces más espontánea de lo que esperábamos.Simplemente, un buen día están ahí. Lo habíamos deseado, claro. Lo ha-bíamos comentado, pero realmente siempre es una sorpresa. Dar vida esalgo tan inconmensurable que, cuando te sucede, parece que nunca tesientes preparado. No acabas de creértelo cuando están en tu mano. Tan-ta fragilidad, tanta belleza, tanto futuro, tanta responsabilidad, tanta ale-gría... El mundo cambia radicalmente. Tu vida se vuelve monótona. Tra-bajo y cuidados: hoy al fútbol, mañana al voleibol o a francés... Desapa-

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reces. Ya no eres el centro; ellos lo ocupan todo, y hay que adaptarse.En el cine ya no hay seres humanos, ni pasiones reales, ni intrigas; aho-ra solo hay dibujos animados. Te encuentras, de repente, inmerso enmundo Disney. Conoces el terror cuando, por primera vez, alguno deellos enferma de gravedad, pasa su apendicitis o te llaman avisándotede que se «ha abierto la cabeza». Conoces la felicidad en su estado ple-no cuando por primera vez te llaman por tu nuevo rango: «papá» o«mamá». Ese nombre te va acompañar ya para siempre. Más que unnombre, es un título nobiliario. Como todos los títulos, da prestanciay empaque, pero exige responsabilidades y actitudes nuevas. Tu mun-do gana profundidad, pero constriñe tu libertad de movimientos. Noes fácil: hay muchos momentos duros, las relaciones se resienten, y tuegoísmo se resiste a morir. Muchos días te encuentras invisible para tupareja, para tu familia. La monotonía y la soledad tienden formidablestrampas en las que es difícil no caer. ¡Cuántas parejas se rompen en esemomento por resistirse cada cual a dejar de ser el único....! Sin embar-go, es el tiempo más maravilloso, es el tiempo más pleno, más feliz, side verdad crees en el milagro de dar vida, si de verdad crees en que ellosserán la parte más importante de tu huella en el mundo. Proporcionargente responsable, comprometida, afectuosa...: ¡qué hermosa y arduatarea! Esos primeros años de paternidad son tan veloces y tan intensosque, si uno no se los toma con el detenimiento preciso, su recuerdo tellenará de melancolía el resto de su vida.

2. Los 40 y los 50: tiempo de amar, tiempo de odiar

De repente, el tiempo aparece con toda su brutalidad. Un buen día nosencontramos sentados y surge una realidad incontestable: ya no quedatanto por delante, hemos pasado el ecuador de nuestra vida. Tu cuerpoda señales de fatiga, la muerte se convierte en algo cercano y empieza apasar por tu lado. Y entonces, inevitablemente, empiezas a pensar: ¿Eraesto lo que queríamos? Esta pregunta ronda día y noche si uno no seconforma con lo que es. La realidad ya es lo que es; si te equivocaste, estu última oportunidad. Algunos lo llaman a esto la crisis de los 40 o delos 50. Algunos no aguantan la realidad y todos estos golpes brutales que

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atiza en esta época. Inesperadamente, la enfermedad, la soledad, la an-gustia se convierten en temor, y el temor es mal consejero. Los chicos yavan siendo mayores y empiezan a separase del núcleo familiar. El miedoa la soledad, el miedo al vacío, si se vuelve insuperable, nos empuja a to-mar decisiones equivocadas. Nos empuja a la huida.

Sin embargo, si uno está satisfecho, es un tiempo de Amar, con mayús-cula. No es un tiempo de pasión, no es un tiempo de frenesí. Es un tiem-po de celebrar de verdad el compromiso; es un tiempo de agradecer loalcanzado, de mirarnos y reconocernos debajo de nuestras cicatrices. De-bajo de la huella que el tiempo ha dejado en nosotros, debajo de las yamás que incipientes arrugas, debajo de las canas que pueblan nuestrassienes, aún somos capaces de avistar a aquellos jóvenes adolescentes quesoñaban una vida mejor, un mundo mejor. Nos reconocemos el uno enel otro y vemos que, sorprendentemente, aún seguimos ahí. Aún sobre-vivimos a los golpes y aún mantenemos la fe en nosotros mismos, en laBuena Noticia, en un mundo de Bienaventuranzas.

Tiempo en el que los chicos comienzan su propio camino. El inicio desu propio recorrido conduce inevitablemente a que nosotros nos enca-minemos hacia la siguiente edad de la que se compone este particularmanual.

Nuestro Dios

El Dios de nuestra edad es un Dios maduro y exigente. Lo queremoscomprensivo con nuestras limitaciones, lo esperamos caritativo connuestros fracasos. Nos soporta en nuestras peleas, nos consuela en nues-tros temores. No es un Dios completo, no nos salva de nuestras dudas,no nos explica nuestros límites. Nuestro credo es a veces mecánico, a ve-ces incompleto... Pero sabemos que Él está ahí; hemos conocido su lógi-ca, hemos comprobado su razón, hemos experimentado su amor.

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III. La edad de los abuelos

1. La ancianidad: tiempo de desprenderse;tiempo de callar y tiempo de hablar

Es difícil para nosotros hablar de esta edad. No es aún nuestra edad. Sinembargo, podemos intuirla por nuestros padres, podemos intentar ima-ginarla. Es una tarea dura, porque hemos de intentar ponernos en su si-tio y, desde ahí, mirarnos a nosotros mismos. Mucho nos tememos queno va a gustarnos lo que veremos. Hemos de intentar vernos todas lasmañanas «tomando café y leyendo esquelas», como decía Bill Cosby. He-mos de intentar comprender su miedo, su melancolía, sus añoranzas, susdolores. Hemos de intentar ponernos en su lugar, y eso, si somos míni-mamente honestos, nos llevará a reprocharnos nuestros desagradeci-mientos, nuestras ausencias, nuestros desafectos, nuestras impaciencias,nuestras incomprensiones. La ancianidad suponemos que tendrá tam-bién sus horas dulces. A veces basta un rato de charla, una broma, paraver su sonrisa. Pero la ancianidad es, sobre todo, la hora de los abuelos:verles sonreír a sus nietos, cantar con ellos... ¿Qué pensarán? ¿Cuántasnostalgias, cuántas alegrías, cuántos errores se recordarán al ver a los hi-jos de tus hijos? Pero probablemente todo esto no sea más que una ide-alización de una edad dura, un «tiempo de desprenderse». Un tiempo demeditar, de perder amigos, de resignarse a la debilidad, de luchar contrala memoria y contra la desmemoria. La ancianidad es también el tiem-po de la limitación, la hora en la que ya no todo es posible, no todo esabarcable. No siempre esta circunstancia se vive como una angustia. Loslímites, a veces, ayudan a centrarse en lo esencial, a tener tiempo para loimportante. En una ocasión, alguien comentaba a un enfermo reciénoperado de próstata lo duro que debería de ser, y este, sorprendente-mente, contestó: «No te creas; es un alivio, una preocupación menos».

No sabemos cómo será entonces nuestro tiempo, pero sí sabemos comonos gustaría vivirlo. Vivirlo con los nuestros, con los que nos han queri-do. Recibir un uno por ciento de los desvelos que gratuitamente ofreci-mos en su día. Nos gustaría que nuestros hijos no fueran tan desagrade-cidos como hemos sido nosotros con nuestros padres. Nos gustaría que

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nuestros hijos no estuvieran tan absortos en su trabajo, tan centrados ensus problemas como lo estamos nosotros ahora. Nos gustaría que el solse pusiera lenta y plácidamente sobre nosotros y tener una sonrisa, unacaricia, un gesto amable, una mano sobre la nuestra.

La ancianidad debería ser el tiempo del reconocimiento, el tiempo de lacomprensión. A menudo se comenta cuántas veces despreciamos el va-lor de la experiencia; pero pocas veces somos capaces de llevarlo a la prác-tica. A menudo pensamos que los consejos de los ancianos son guiadospor el temor, por la desconfianza hacia lo nuevo, por un orgullo incom-prensible por el pasado. Es un error frecuente. Sin embargo, reciente-mente hemos tenido un curioso y divertido ejemplo de la sabiduría queproporcionan los años. Ha sido noticia un documental grabado en 2007en un pueblo de Soria. En él, dos viejos pastores castellanos, sentados so-bre una piedra, con su boina calada hasta las cejas, con sus escasos estu-dios y con dos toneladas de sentido común, vaticinaban el desastre eco-nómico de nuestro país con más precisión que ninguno de los flamantesasesores económicos de nuestros políticos locales. Lleva más de un mi-llón de visitas... tardías visitas.

Nos gustaría ser escuchados, sí, pero también nos gustaría, como dice delos ancianos el Eclesiastés, «hablar cuando nos corresponda, pero no re-frenar el canto». Poder compartir nuestra experiencia sin ser unos cons-tantes aguafiestas; no aburrir a los demás con nuestros consejos. Este añola abuela nos regaló la genial oración de una monja anciana. En ella seexpresa con perfección y exquisito humor estos mismos deseos: «Señor,tú sabes mejor que yo que estoy envejeciendo, y un día seré vieja. Nopermitas que me haga charlatana y, sobre todo, adquiera el hábito de cre-er que tengo que decir algo sobre cualquier tema en toda ocasión. Libé-rame de las ansias de querer arreglar la vida de los demás. Que sea pen-sativa, pero no taciturna; solícita, pero no mandona. Con el vasto aco-pio de sabiduría que poseo, parece una lástima no usarla toda; pero túsabes, Señor, que quiero que me queden algunos amigos al final». Teneramigos al final de la vida. Un deseo tan vital que probablemente no sepuede pedir nada más acertado.

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El Dios que esperamos

Esperamos, sobre todo, un Dios paciente, un Dios misericordioso, ama-ble y con una balanza algo estropeada, donde el amor pese más que loshechos. Esperamos un Dios que nos acoja en su confortable morada des-pués de, como dice San Pablo, haber «peleado la noble pelea, haber ter-minado la carrera, haber mantenido la fe» (2 Tim 4,7).

Desde las marcas del tiempo, contemplamos su paso y pretendemos va-ticinar un futuro que se asienta sobre ellas. Nos gustaría acabar compar-tiendo con ustedes esta poesía de Pedro Casaldáliga, que expresa congran belleza cómo vencer la trampa del tiempo:

NUESTRA HORA2

Es tardepero es nuestra hora.

Es tardepero es todo el tiempoque tenemos a manopara hacer futuro.

Es tardepero somos nosotrosesta hora tardía.

Es tardepero es madrugadasi insistimos un poco.

2. P. CASALDÁLIGA, El tiempo y la espera, Sal Terrae, Santander 1986, p. 68.

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Fecha de recepción: noviembre 2012Fecha de aceptación y versión final: diciembre 2012

Resumen

En lugar de percibirlo como un don con el que nos encontramos al nacer, el tiem-po se ha convertido en nuestros días en «el enemigo a batir». Nos cuesta convi-vir pacíficamente con el paso de los años, quizá porque no hemos aprendido –onadie nos ha enseñado– a vivir desde la óptica de este discurrir temporal, a le-er y comprender lo que nos quiere decir y a valorar sus mensajes. Y, sin embar-go, el tiempo es portador de una parte sustancial del misterio de la existencia.¿Qué tentaciones nos impiden entenderlo? ¿Cómo podemos afrontarlas? Cadaetapa de la existencia presenta retos propios, y se pueden proponer vías adecua-das para cada edad.

PALABRAS CLAVE: tentaciones, transcurrir, misterio.

Lessons of time

Abstract

Rather than perceiving it as a gift given to us at birth, time is nowadays seen as«an enemy to be defeated». Over the years, we have found it harder to live withothers peacefully, perhaps because we have not learned –or nobody has taught

LECCIONES DEL TIEMPO

MARÍA DOLORES LÓPEZ GUZMÁN*

* Profesora de Teología. Universidad Pontificia Comillas. Madrid.<[email protected]>.

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us– to live considering the passing of time, to read and understand what itconveys to us and to appreciate its meaning. Yet, time bears a substantial part ofthe mystery of existence. Which temptations prevent us from understanding it?How can we address them? Each stage of life presents us with unique challengesand appropriate actions can be applied to each age.

KEYWORDS: temptations, passing [of time], mystery.

–––––––––––––––

Una asignatura pendiente: eso es el tiempo. No cuadra bien en las agen-das de nuestro mundo occidental. Se dice que es un «recurso escaso»; poreso el deseo más habitual es inventar fórmulas para estirarlo al máximoy que así quepa todo lo que uno ambiciona.

La relación con el paso de los años o de los acontecimientos no terminade ser todo lo buena que debería. Es sorprendente que, pese a la crisis,no deja de aumentar la demanda de productos anti-edad; y resulta lla-mativo que los psicólogos alerten de que el estrés se haya convertido enla epidemia del siglo XXI, causado en parte por ese afán de encajar el ma-yor número de actividades en el menor espacio de tiempo posible.

Más que un regalo con el que uno se encuentra al nacer, la temporalidades vista como el «enemigo a batir». Mal asunto. Se trata de una batallaperdida de antemano, porque es una pelea contra uno mismo.

Guste o no, el transcurrir forma parte de la existencia. Quizás hasta Diosnos esté diciendo algo acerca de lo que significa vivir. Sería más inteli-gente, pues, llevarse bien con el tiempo, escucharlo; pero no parece quesea la opción actual. Probablemente sea uno de los problemas más seriosdel hombre contemporáneo, aunque se trate de un tema clásico. En elmundo antiguo los griegos ya representaron la conflictiva relación entreel ser humano y la temporalidad a través de la figura del Titán Cronos,quien acabó devorando a sus hijos para que no lo destronaran. El poderdel tiempo era percibido de tal envergadura que terminaba ahogando auna humanidad destinada a nacer, vivir y morir, ininterrumpidamente.

Toda la realidad creada –incluido el tiempo– dice algo de su Creador;por eso es tan importante pararse a descubrir lo que transmite. Pero el

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camino hacia una mejor comprensión del mismo suele ser tortuoso. To-dos nos hemos sentido descolocados más de una vez, fuera de tiempo yde lugar, echando muchas veces la culpa de nuestro malestar o infortu-nio al inevitable discurrir de los acontecimientos que no fluyen según loque nos interesa. La vida no se detiene, y ni siquiera lo más valioso se de-ja atrapar. Pero en medio de esa incisiva fugacidad hay cosas llamadas asubsistir –permaneced en mí y yo en vosotros [...], permaneced en mi amor,insistía Jesús (Jn 15,4-9).

I. A destiempo

La temporalidad está continuamente sometida a tentaciones que nos im-piden comprenderla, que provocan desajustes en nuestra forma de estaren el mundo y que ensombrecen el sentido de las cosas. Algunas de lasmás comunes son las siguientes:

1. Instalarse en los tiempos

Aspirar a romper la continuidad temporal es uno de los errores habitua-les. Los tres tiempos del Tiempo –pasado, presente, futuro– están indi-solublemente ligados entre sí, y la intención de separarlos resulta inge-nua e inútil. Según el periodo que absoluticemos, así serán los riesgosque corramos:

– Aferrarse al pasado

Una tentación que tiende a hacerse más fuerte a medida que nos vamosacercando a etapas adultas, pero ni siquiera los jóvenes están libres deella. Suele presentar tres notas diversas:

En primer lugar, la nostalgia desproporcionada. Esa melancolía que sur-ge del recuerdo de la dicha perdida. Tiene la mala costumbre de arreciaren los momentos más difíciles, impidiendo abrirnos al futuro y a nuevasmaneras de amar o disfrutar. Vive en un doble engaño: pensar que el pa-sado, si no se revive continuamente, se pierde; y creer que nunca se vol-verá a experimentar algo equivalente. Dos percepciones erróneas, pues el

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pasado sigue conformando el presente, y lo que está por venir lo desco-nocemos; luego es fundamental estar abierto a la sorpresa. Además, si deverdad aquello que añoramos es tan bueno, entonces podrá ser un aci-cate que alumbre los nuevos acontecimientos. Cierto que será inevitablevivir echando de menos aquello que nos ha marcado tanto; pero ese do-lor que queda no deberá impedirnos acoger nuevos rostros o encontrarpropuestas inesperadas a las que responder. ¿Por qué rechazar algo quepuede conducirnos a amar mejor? ¿Por miedo al sufrimiento? No le de-mos tanto poder...

En segundo lugar, la idealización excesiva. La que surge cuando se eli-minan los recuerdos nocivos de la memoria para evitar reencontrarse conlas experiencias más negativas. Efectivamente, cuesta tocar con las ma-nos el dolor, hacerlo presente. Y sin embargo, no se puede tener una bue-na visión de la realidad prescindiendo de partes sustanciales. Amor-desamor, rutina-sorpresa, cansancio-descanso, muerte-vida, salud-enfer-medad, éxito-fracaso, abundancia-escasez, etc., conviven al mismo tiem-po. Solo una mirada que acoja las mezclas de la vida será verdaderamen-te realista y sabrá mantener cierta serenidad ante los contrastes de cadadía. Y únicamente asumiendo el sufrimiento se estará capacitado paraacercarse a la fragilidad de los demás.

En tercer lugar, la infantilización anacrónica. Mantenerse niño, resistir-se al crecimiento, es agradable cuando se tiene cerca a gente que se hacecargo de todo. Un rasgo propio de nuestra cultura. Las nuevas genera-ciones acceden tardíamente al mundo laboral, lo que les impide asumirresponsabilidades acordes con la edad y mantener un buen equilibrio en-tre derechos y deberes, trabajo y ocio, e incorporar compromisos para to-da la vida. El error está en acomodarse a esa situación esperando que lascircunstancias cambien. Porque el tiempo pasa, y hay presente, y se cum-plen años, y el futuro llega.

– Consumirse en el presente

Otra tentación en la que es fácil caer. La lógica que la guía es la siguien-te: el pasado queda lejos, y «lo hecho, hecho está»; asimismo, el futuronadie puede predecirlo; luego mejor asegurarse vivir de verdad el pre-

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sente, ya que es lo único que se puede controlar. Una ingenuidad.Resulta relativamente sencillo caer en dos extremos opuestos:

La conocida expresión carpe diem resume perfectamente la opción porvivir el ahora, sin más. El problema no está, sin embargo, en el populargrito –«¡aprovecha el momento!»–, que es razonable, sino en hacerloprescindiendo de lo vivido con anterioridad y sin contar con las conse-cuencias de los actos. Las interpretaciones modernas de la máxima deHoracio apuntan en esta dirección –«despreocúpate del mañana»–, conla agravante de que la medida que se aplica para saber que se está dis-frutando del presente es la mayor o menor intensidad de las emociones–«¡eso que me llevo pa’l cuerpo!»–. Aun así, la crisis económica está em-pezando a pasar factura y a despertar la conciencia de que es necesariocontar con el «después». ¿Qué mundo vamos a dejar a las siguientes ge-neraciones? ¿Cuál será nuestro legado?

Pero la inmediatez sigue teniendo poder, y también se potencia el gocecomo medio de evasión de los problemas. No es una buena opción. Pri-mero, porque el tipo de excitación que se busca no está hecho para per-manecer a largo plazo: en su naturaleza está la brevedad; segundo, por-que las consecuencias de las acciones llegan tarde o temprano, ya que to-do lo que hacemos deja una huella en nosotros o en los demás; y terce-ro, porque, en comparación con otras experiencias más profundas, esas op-ciones quedan en una posición bastante pobre. La razón está en que la in-tensidad, es decir, la magnitud o la fuerza con que se manifiestan senti-mientos, deseos e impresiones, es mayor cuando va acompañada de la du-rabilidad, es decir, de recuerdos que alimentan la pasión, de momentospresentes que dan carta de realidad a las historias, de sueños por cumplirque enardecen la imaginación y dan alas a los proyectos. Una misma emo-ción sostenida en el tiempo no es equiparable a ninguna otra que se dé ais-lada en un momento, por muy fuerte que esta sea. No hay color.

Pero también puede aparecer la tentación contraria con respecto a la for-ma de situarse en el presente: la cautela excesiva. Silvio Rodríguez, en su«Fábula de los tres hermanos», lo expresó con acierto. Cuenta en su can-ción cómo el hermano mayor, en su periplo vital, caminaba siempre mi-rando al suelo para no equivocarse. El error: que «de tanto en esta posi-

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ción caminar, ya nunca el cuello se le enderezó, y anduvo esclavo de laprecaución». Quien únicamente vive en el hoy corre el riesgo de que lavisión se le acorte. El escenario de la vida, por contra, es amplio –La al-tura del cielo, la anchura de la tierra, la profundidad del abismo, ¿quién losalcanzará? (Sab 1,3)–, y nuestro Dios ensancha permanentemente nues-tras expectativas –algún día podremos comprender cuál es la anchura yla longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que ex-cede a todo conocimiento (Ef 3,18-19).

– Perderse en el futuro

También es posible vivir excesivamente volcado en el futuro. Ya que elpasado se ha escapado y el presente es efímero, parece que lo más sensa-to es depositar toda la confianza solo en lo venidero. Pero también tienesus riesgos.

El hermano mediano de la fábula del cantautor cubano confiaba en que,mirando constantemente al horizonte, no se equivocaría en sus decisio-nes. Pero este «chico listo no podía ver la piedra, el hoyo bajo sus pies».Un peligro real de esta elección que se manifiesta de diversas maneras:

Cuando toda la energía se invierte en el mañana, es más que probableque nunca se llegue a disfrutar de nada. Jesús lo explicaba en la parábo-la del hombre que acumulaba riquezas pensando en una existencia deplacer (Lc 12,16-21); y cuando hubo reunido todos los bienes que que-ría, murió. Al final, había gastado su tiempo en atesorar una gran fortu-na que no le sirvió para nada.

La persona que vive pensando únicamente en el futuro tampoco suele te-ner buen tino para detenerse en los sufrimientos de los demás. Pasa de-masiado deprisa por ellos, porque estima que todo se solucionará al final.El recorrido para llegar a la meta no le parece tan importante, y consideraque una palmadita en la espalda es suficiente para animar a los otros.

En el ámbito espiritual es el estilo de aquellos que se instalan en la resu-rrección olvidándose de la cruz y de los tres días que Jesús pasó en el se-pulcro. Un número simbólico de gran calado que transmite el sentido detotalidad. Tres días estuvo también Jonás en el vientre de un cetáceo, y

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después de numerosas súplicas Yahveh dio orden al pez, que vomitó a Jo-nás en tierra (Jon 2,11). Pero hasta que llegó ese momento tuvo que ex-perimentar la angustia de no saber lo que iba a pasar. E igualmente fue-ron tres los días que la reina Ester pidió a su pueblo que ayunara mien-tras rezaba a Yahveh para que el rey Asuero revocara la orden de exter-minio contra los judíos. Su corazón estaba oprimido por la angustia(Est 5,1); aquellos días se hicieron interminables, aunque en última ins-tancia lograra su propósito. Asimismo, Judit –la otra gran heroína deIsrael– pasó tres días en el campamento de Holofernes hasta que le cor-tó la cabeza. Había conseguido ganarse su confianza con su belleza y se-guridad, si bien los momentos anteriores al triunfo estuvieron llenos deincertidumbre a pesar de la fe: ¡Dame fortaleza, Dios de Israel, en este mo-mento! (Jdt 13,7-8).

La confianza en el futuro no debe hacernos pasar por encima ni precipi-tadamente sobre Getsemaní, aunque se tenga certeza de la victoria. Mialma está triste hasta el punto de morir, decía Jesús ante la perspectiva dela muerte (Mt 26,36); sentía pavor y angustia (Mc 14,34), y su sudor sehizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra (Lc 22,44). Si el buensamaritano hubiera presenciado la escena, se habría acercado al Señor yle habría vendado las heridas antes de seguir su camino (Lc 10,34).

2. Animar el tiempo

Otro bloque de tentaciones lo constituyen aquellas que otorgan al tiem-po capacidad de decisión sobre la vida de las personas: «el tiempo pon-drá las cosas en su sitio», «dale tiempo al tiempo», «es ley de vida», «eltiempo lo cura todo», «obedece al tiempo»... Una convincente manerade antropomorfizar la temporalidad. A pocas realidades creadas les haconcedido el hombre tanto poder. Ciertamente es valioso: «el tiempo esoro», pues da cuenta del existir. Pero es el ser humano quien dispone yactúa sobre la realidad. El tiempo es éticamente neutro. Las cosas no de-penden de él, sino de la forma en que el sujeto afronta los aconteci-mientos y ejerce su responsabilidad. Es falaz pensar que un atributo dela existencia tenga voluntad. Prueba de ello es que con el paso de los añosse pueden recordar momentos de sufrimiento con paz o, por el contra-

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rio, con más dolor; mirar a quienes nos han ofendido con espíritu re-conciliador o con mayor rencor; experimentar agradecimiento por lo re-cibido o amargura porque haya desaparecido. Las respuestas son tan va-riadas como las personas.

El padre Anton Luli, jesuita albanés que estuvo durante 42 años prisio-nero en los campos de trabajo de su país –Albania fue la primera nacióndel mundo que se declaró atea–, contó ante Juan Pablo II que había co-nocido la libertad con 80 años y que cuando, casualmente, se encontrócon uno de sus torturadores, «sentí el impulso interior de saludarlo y lobesé»1. La primera santa sudanesa, Josefina Bakhita, que había vivido laesclavitud en su infancia y juventud, escribió siendo ya Hija de la Cari-dad Canossiana: «Si me encontrara de nuevo con aquellos negreros queme raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos, porquesi no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa [...] po-brecillos, quizá no sabían que hacían tanto mal; ellos eran los dueños, yosu esclava. De la misma manera en que nosotros estamos acostumbradosa hacer el bien, ellos actuaban así más por costumbre que por maldad»2.

No es el tiempo quien transforma la realidad, sino nosotros... gracias aDios.

II. Al tiempo

Todo parece indicar que la temporalidad es una realidad poliédrica, lle-na de matices. Las tentaciones señaladas lo confirman. Los griegos en laantigüedad ya descubrieron lo complejo de la duración y distinguierondiversas dimensiones: el tiempo cronológico (krónoj), el que indican losrelojes marcando un ritmo común a todos los individuos; el momentooportuno (kairój), único para cada persona; el instante eterno (aiÎn),en el que se dan simultáneamente todos los tiempos y que marca un an-tes y un después en la historia; y la eternidad incondicionada (aàdion).

1. Conmemoración de los 50 años de la ordenación sacerdotal del Papa: L’Osservato-re Romano (15/XI/1996).

2. M.L. DANIGNO, Bakhita racconta la sua storia, Casa Generalizia, Canossiane Figliede la Carità, Roma 1989.

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Conocer los diferentes planos y saber situarse ante ellos es fundamentalpara aprender a vivir. Ajustarse al tiempo (y «a los tiempos que corren»)resulta determinante para manejarse en el día a día si, además, tenemosen cuenta el ritmo de Dios.

Así pues, con lo visto hasta ahora se puede entresacar una conclusión: eltiempo es portador de una parte sustancial del misterio de la existencia,y esta verdad se muestra en algunos puntos de modo particular:

1. El misterio de crecer

El «arranque» de la vida incluye la dinámica del desarrollo. Estamos he-chos para crecer. Es una obviedad, cierto, pero que contiene mucha en-jundia. Implica dependencia, capacidad de mejora, aprendizaje conti-nuo, sometimiento a unas leyes y a continuos cambios que no se reali-zan en un momento, sino que necesitan mucho tiempo y se manifiestande modo distinto en cada persona.

Lo más impresionante es comprobar que el Señor lo aceptó para sí y pa-ra el Reino –crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría (Lc 2,40); el Rei-no de los cielos es semejante a un grano de mostaza (...) que, una vez sem-brado, se hace mayor... (Mc 4,31-32)–. Realmente, era uno como noso-tros. No creció arbitrariamente, sino que portaba unos genes (del Espí-ritu y de María) y alcanzó la madurez «tardíamente», a los treinta años,cuando decidió contar al mundo el plan de su Padre. Pero ni siquiera en-tonces dejó de progresar. Ser humano significa estar en permanente pro-ceso. Lo asombroso es que, puesto que la humanidad de Cristo perma-nece en Dios, su cuerpo se hace mayor con cada nuevo creyente. Esta-mos llamados a ser una «humanidad complementaria»3 para Él.

La capacidad de crecer exige dos actitudes: saber esperar y saber escuchar.Solo los humildes, por tanto, «progresan adecuadamente».

3. ISABEL DE LA TRINIDAD, Obras completas, NI 15, EDE, Madrid 1986, 281.

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2. El misterio del transcurrir

Que no exista una línea divisoria entre pasado, presente y futuro quieredecir que no contamos con un «tiempo muerto» para pensar la jugadade nuestra vida, pues los minutos se suceden uno tras otro, querámosloo no. «Lo nuestro es pasar», como decía Machado4. Y eso significa quehay que mirar la realidad muy a fondo, contando con sus entrañas y nosolo con lo que de forma inmediata se ve. De esta constatación se deri-van dos convicciones:

– Fragmentar la existencia en episodios sueltos no es compatible con laduración. Todo está intrínsecamente relacionado. Existe un hilo con-ductor, aunque sea tenue, que entrevera los acontecimientos. Poreso, pretender que Dios nos hable en instantes aislados de la realidadno es acorde con su modo de haber planteado la existencia.

– Olvidar que nuestro tiempo no coincide con el de los demás dificul-ta las relaciones. Ocurre cuando no tenemos en cuenta que cada ge-neración ha formado parte del futuro de una generación anterior yse ha convertido en el pasado de la siguiente (estamos vinculados losunos a los otros). Asimismo, las relaciones también se resientencuando prescindimos de los ritmos de cada persona (que no conver-gen en el mismo sitio ni a la misma hora de los demás). Hay untiempo objetivo y otro subjetivo que conviene tener presentes.

3. El misterio de la eternidad en el tiempo

Lo que parecía inverosímil ha sucedido. La venida de Jesucristo ha pro-vocado una grieta en la temporalidad. La infinitud (por ser Él divino) seha hecho historia (por haberse encarnado). Dos incompatibles –tiempoy eternidad– se han encontrado para siempre. Ningún creyente puedeprescindir de ello. Este hecho cambia muchas cosas:

– Ha comenzado una nueva era que ha marcado la historia. Hay un«antes de Cristo» y un «después de Cristo» que no deberían quedar

4. A. MACHADO, Campos de Castilla, Proverbios y cantares, XLIV.

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únicamente fijados en el calendario, sino también en el corazón. Lavida con Él o sin Él... ¿cómo sería?

– El acercamiento de Dios al mundo ya se ha producido; el que faltaes el del hombre hacia Él.

– La mezcla de eternidad y tiempo hace posible lo imposible; es decir,que su salvación esté hecha totalmente por su parte, a falta de la co-laboración necesaria (por eso nos da más tiempo) por la nuestra. ¡Hallegado nuestro momento!

Mal que les pese a los existencialistas, el hombre, a partir de Jesús, ya noes un ser-en-el-tiempo, sino un ser-en-Cristo (el dominio de la historia nolo posee la temporalidad, sino el Señor). El tiempo, desde entonces, ya noes lineal ni cíclico, sino en espiral y en progresión ascendente (para el queasí lo quiera), enclavado en el Señor. Elegir el tiempo de Dios y salirse dela mala planificación del mundo forma parte de la salvación; resulta enor-memente liberador. En Él hemos quedado referidos a la eternidad.

4. El misterio del amor

La experiencia humana más capacitada para «romper» la realidad espacio-temporal y rozar la infinitud es el amor. Porque es fuerte el amor como lamuerte (...) grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo(Ct 8,6-7). Por un lado, para que sea real tiene que ser concreto e históri-co –«el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras»5–; porotro, su naturaleza le hace trascender la materialidad e inmediatez. Hay ex-periencias conocidas que muestran esta naturaleza paradójica:

– La distancia física entre dos personas que se quieren no es impedi-mento para el amor. De hecho, a veces la presencia de alguien au-sente es mayor que la de otros que están cercanos. Inspira y potenciael alma. Un gesto de amor sencillo como es la oración plasma estaverdad (¡cuánto valor posee el rezo de los religiosos contemplativos,dedicado a tantas almas que sin embargo lo ignoran...!).

5. IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [231]. No amemos de palabra ni de bo-ca, sino con obras y según la verdad (1 Jn 3,18).

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– Las promesas de carácter definitivo (propias, por ejemplo, de los es-tados de vida) contienen todos los ingredientes del tiempo: se pro-ducen en la historia (krónoj); suponen una profundización en la vin-culación al misterio de Cristo (aiÎn); responden a una llamada es-pecial de la persona (kairój) y se enraízan en la eternidad (aàdion).Pero, además, la palabra dada en un juramento ocurre en un instan-te (presente), como consecuencia de una relación cultivada con an-terioridad (pasado), con intención de ser para siempre (futuro). Uncompromiso de alto voltaje, hermoso y profundo. Lo más parecidoa las promesas de Dios. Únicamente entendible desde el amor.

III. Con el tiempo

Con el tiempo se van aprendiendo las lecciones que el acontecer enseña.Y aunque hay elementos ineludibles, comunes a todos, es importante to-mar conciencia de que cada etapa de la existencia presenta sus propiosretos. Así se podrán buscar propuestas adecuadas para afrontar las tenta-ciones según la edad.

1. Los niños y la impaciencia

En los niños, el rasgo prevalente es la falta de conciencia de la tempora-lidad. Los adverbios de tiempo –ayer, mañana, hoy, después, etc.– no tie-nen para ellos un contenido claro. La primacía la tiene el «ya». Por eso elreto en la infancia es cultivar la virtud de la paciencia. Lo importante esadiestrarles en la comprensión de que las cosas se suceden una detrás deotra, y que hay una concatenación de los hechos que no se puede saltar.

Para ello es necesario combinar tres tipos de ejercicios: aquellos que im-plican concederles un deseo de forma inmediata; otros que, para su rea-lización y para la consecución del fin, requieren un espacio de tiempobreve y alcanzable (de un día para otro, por ejemplo); y, por último, losque exigen un seguimiento constante, donde los frutos se dan a largoplazo (destinados a generar hábitos).

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2. Los jóvenes y el consumo

Los jóvenes suelen vivir el tiempo como posesión, como un derecho ycon sentido de propiedad –«tengo tiempo o no» para hacer lo que quie-ro–. Por eso la muerte a una edad temprana es vista como una injusticia,pues el sentido del tiempo es para ellos ser objeto de consumo. Se dis-fruta cuando se puede llenar el tiempo de experiencias fuertes. Porque nose piensa en el valor de la temporalidad, sino en el hecho de que, ya queexiste, hay que exprimirlo al máximo.

El reto en la enseñanza tendría tres frentes: mostrar que el tiempo seaprovecha más cuando no solo es mío, sino nuestro, es decir, cuando secomparte; descubrir que no hay tiempo de sobra; y reconocer que no esbueno quemar etapas antes de tiempo.

Educativamente, sería el momento de lanzar preguntas que pueden tar-dar en responder: ¿en qué invierto la vida y de qué la estoy llenando?¿Hacia dónde me conduce todo ello y adónde realmente me gustaría ir?

3. Los adultos y la sobrecarga

Los adultos, tan empapados de una cultura que sobrevalora el hacer, sue-len mirar el tiempo con recelo. A pesar de tratarse de una etapa de supuestamadurez, pronto se descubre la limitación y la fugacidad: «el tiempo vue-la». Por eso es percibido como limitador de posibilidades. Cada día se pre-senta como un universo de ocasiones perdidas (sin haber llamado a fulani-to, sin haber rematado un proyecto, sin haber rezado, sin comer sano, sin...un sin-fín de temas no resueltos). Estirar el tiempo todo lo que se pueda esel objetivo de padres y madres tras la jornada laboral, para atender a los hi-jos; y es también la pretensión de muchos religiosos y religiosas –para con-seguir un buen rendimiento evangélico, claro.

Es urgente descubrir la bondad de una realidad querida por el Creadorque nos ajusta como un cinturón de seguridad para recordarnos que ca-da cosa requiere y tiene su espacio en el tiempo. Cierto que no siemprela sobrecarga es buscada y que a veces es lo que corresponde. Pero parano desorientarnos es necesario que no perdamos de vista dónde está elcogollo de la llamada de Dios, no sea que solapemos su voz diluyéndola

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entre tantas otras. Cuando la vocación prevalece sobre todo lo demás, lapersona suele transmitir, en lugar de agobio, paz. A propósito de esta ex-periencia, la Madre Micaela escribió en 1859: «Como es mi destino elno tener jamás tiempo para lo que quiero y deseo, hago lo que Diosquiere y como quiere, que es mejor»6.

4. Los ancianos y la rendición

El anciano Eleazar, que fue martirizado por no renunciar a su fe (2 Mc6,18ss), es un buen ejemplo de cómo la entrega no tiene edad. El relatobíblico propone cuatro puntos para reflexionar lo que significa: ser dig-no de la ancianidad (se trata de un don que no se debe desaprovechar);ser responsable y ejemplar (las personas mayores son un referente fun-damental para las nuevas generaciones); ser consecuente (la credibilidadde todo lo defendido a lo largo de su vida se certifica en la fidelidad has-ta el final); y ser valiente ante lo que la vida depara –soporto flagelado enmi cuerpo recios dolores, pero en mi alma los sufro con gusto por temor a Él(2 Mc 6,30).

Hay sentido en la vejez, posibilidad de amar de un modo nuevo. Y nosolo queda esperar la muerte y la eternidad, sino la oportunidad de serparte inspiradora del futuro de las generaciones que vienen detrás. Loque queda por vivir no es un «resto», una fase final de rendición y decli-ve, sino una ocasión para mostrar al mundo que los tiempos de Dios sonhabitualmente diferentes de los nuestros.

6. MADRE MICAELA, Cartas selectas (Tomás Monzoncillo y del Pozo), t. I, Barcelona1930, 448.

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La XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos concluyó en Romael 28 de octubre con un mensaje final en el que la palabra «esperanza»aparece como transversal en todo el texto. Las esperanzas que se hanpuesto en el evento, tanto por el tema a tratar –la nueva evangelización–como por el momento –el 50º aniversario del inicio del Vaticano II y elarranque del Año de la fe–, han estado justificadas. Ha sido uno de lossínodos más esperados de este pontificado, pero también ha dejado al-gunas lagunas y expectativas por cubrir. A la espera de la ExhortaciónApostólica que podría escribir Benedicto XVI recogiendo las conclusio-nes del mismo, el encuentro sinodal trató sobre un esquema final quemodificaba algunos de los aspectos tratados en los Lineamenta y que tan-to interés despertaron.

Hacía falta abordar el modo de transmitir la fe a las nuevas generaciones.Es este uno de los aspectos que han ocupado y preocupado a los padres si-nodales. En este inicio de milenio, en unas sociedades que ya no son tra-dicionalmente creyentes, la fe no debe darse por supuesta, sino que los re-planteamientos han de ser distintos. Presuponer la fe puede ser un error deinicio que acarree dificultades. Ha sido, por lo tanto, un encuentro rico enel que se han podido escuchar las voces de todos los rincones de la tierra

UN SÍNODO QUE ALIENTA LA ESPERANZA,PERO QUE AÚN HA DE MATIZARSE

Juan Rubio Fernández*

EN POCAS PALABRAS

* Director de la Revista Vida Nueva. Miembro del Consejo de Redacción de Sal Terrae. <[email protected]>.

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en los que la Iglesia camina y trabaja en su labor evangelizadora. La rique-za de la voz de los asistentes ha sido recogida, si bien ha habido escasotiempo para las intervenciones, dada la estructura del mismo.

Como decíamos, tras el Sínodo y el Mensaje falta ahora que el Papa, contodo lo allí reflexionado, dé a conocer la exhortación apostólica sobre untema tan apasionante y que los últimos pontífices han abordado con es-tilo propio. La Evangelización fue un tema que Pablo VI puso entre lasprioridades de la Iglesia con la publicación de la Encíclica Evangelii Nun-tiandi. Juan Pablo II, en América Latina, invitó a la Iglesia al ardor de es-ta evangelización, que ha de ser nueva en las formas, en el estilo y en ellenguaje. Ahora, Benedicto XVI ha querido dar un nuevo impulso. Y pa-ra ello convocó el Sínodo, no sin antes abordar el Sínodo de la Palabra,en el que se puso el Misterio de la Palabra en el lugar apropiado. Qué he-mos de anunciar y cómo hemos de anunciarlo. Este sínodo, de algunaforma, es continuidad del anterior.

Tres claves asoman en el texto del Mensaje, que se repiten como un es-tribillo a lo largo del mismo. Por un lado, la necesaria conversión de laIglesia y la urgente reforma interior, algo sobre lo que Benedicto XVI vie-ne insistiendo. Es por ello por lo que se dice que la Iglesia ha de ser laprimera en recibir el anuncio del Evangelio, la primera en aplicarse la ta-rea de la evangelización. No se puede salir a evangelizar sin ser evange-lizado antes. Un reto importante que ha de ir cuajando no solo en las es-tructuras eclesiales, sino también, por supuesto, en el corazón de cadacristiano. La evangelización propia, atendiendo a esta conversión, nece-sita corazones abiertos, pero también estructuras que no tengan miedo adejarse renovar desde este impulso. La osadía de la evangelización nopuede quedarse solamente en una proclamación de principios, sino queha de ahondar más para que, lejos de un restauracionismo, el impulsolleve a nuevas formas.

En segundo lugar, se hacen continuas referencias a los pobres, a la necesi-dad de cercanía a sus problemas y a la prioridad en la misión evangelizado-ra. Es este un aspecto en el que se ha insistido por parte de los padres si-nodales, conscientes de las dificultades para una humanidad atravesadapor grandes bolsas de pobreza. Son los pobres, por exigencia evangélica,

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los primeros que han de ser evangelizados, y la Iglesia no puede ni debedejar de hacerlo. Han sido muchas las intervenciones, principalmente depastores procedentes del Tercer Mundo, que han instado a la Iglesia a es-tar más atenta a estas realidades de pobreza que ensombrecen el mundo.La paz y la justicia, ligadas a una salida de las mismas, han de ser anun-ciadas desde la misión evangelizadora. En este sentido, el Sínodo no so-lo ha agradecido los muchos y variados esfuerzos de los misioneros, sinoque ha alentado a proponerse este objetivo como el primordial.

Y, en tercer lugar, se advierte en todo el texto un claro y valiente alientoen la tarea. Se trata de un mensaje que no cae en el catastrofismo a quenos tienen acostumbrados algunos ministros de la Iglesia. Es un docu-mento lleno de esperanza. Y en esto hay que reconocer el esfuerzo reali-zado, dado que en la Iglesia hay profundas razones para la esperanza. Enmuchos lugares las estadísticas pueden avalar un cierto pesimismo respec-to del compromiso tanto de fieles cristianos como de religiosos y sacerdo-tes, así como en relación al abandono de la práctica religiosa en muchoslugares, especialmente en aquellos en los que la Iglesia ha ocupado desta-cados papeles culturales, sociales y políticos. La vieja Europa puede caer enla tentación del síndrome de los templos vacíos y dejarse arrastrar por elmiedo y el pesimismo, acudiendo a fórmulas ya obsoletas y buscando víasde restauración, más que de conversión. Aunque no haya datos para la es-peranza, sí hay, no obstante, muchos motivos y razones para ella, avaladospor la riqueza de la evangelización en otros continentes. Con estas tres cla-ves, y con importantes detalles concretados en las propuestas operativas, haconcluido el Sínodo sobre la Nueva Evangelización.

Hay, sin embargo, una tarea por delante y algunos flecos que no han te-nido tiempo de ser abordados, que se han olvidado o que se han silen-ciado de forma discreta. Por un lado, aún está por ver si este importanteencuentro ha sabido dar respuesta a una nueva antropología, al perfil delhombre de hoy. Hay quienes creen que se ha tenido en cuenta un perfilque ya no existe o que está en extinción, y que debería haberse presen-tado cómo es el hombre que va a recorrer este nuevo siglo con claves biendistintas del que suponemos. Se ha hablado de escenarios, pero no se hatenido en cuenta que el personaje que ha de moverse en él ya no es elque ha estado en la mente de los padres sinodales. La urgencia de una

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nueva antropología es cada vez mayor. Para ello se considera que el len-guaje no ha sido todo lo significativo que debiera, si no queremos estaren mundos distintos. El lenguaje ha sido una de las brechas en este sí-nodo. Según algunos asistentes, ha sido uno de los temas sobre los quese ha hablado en las distintas intervenciones. Han sido muchos los pa-dres sinodales que han pedido a la Iglesia una reformulación del lengua-je, así como el uso del lenguaje nuevo que aportan las nuevas tecnologías,para estar presente en medio del mundo con la propuesta evangélica.

Igualmente, la ausencia de jóvenes, a los que en última instancia va diri-gido, también ha sido un déficit. La edad media de los asistentes ha si-do elevada, y pese a que, según se ha dicho, han sido consultados por lasdistintas conferencias episcopales, lo que sí es cierto es que no ha sido unlugar para que los jóvenes se expresen. Es verdad que se trata de un sí-nodo de obispos, pero también es verdad que los cauces para que su vozpudiera llegar no se han tenido en cuenta suficientemente.

Junto a ello hay que reseñar algunos problemas en la comunicación decuanto se ha hablado en el Aula y la cuestión de la representación de loslaicos, que asisten como meros asesores u observadores, cuando son par-te fundamental en esta nueva misión. Los laicos no han tenido voz, co-mo tampoco los religiosos no ordenados sacerdotes, que han acudidotambién como observadores.

No es el momento de dejar atrás este impulso que debe aprovecharse enel contexto del cincuenta aniversario del inicio del Vaticano II. Es unmomento para poner en valor el espíritu conciliar, más allá de cuestio-nes concretas. El Vaticano II fue un concilio pastoral, no doctrinal. LaIglesia se puso al lado de la Humanidad para ser más Madre que Maes-tra. «Una Iglesia samaritana», que dijo Pablo VI al concluir. El Sínodo,si quiere ser efectivo, recogiendo ese espíritu, debería seguir por la sendade una propuesta evangelizadora y no de una imposición camuflada. Laevangelización como propuesta en medio del mundo. Pero en esto mepermito recordar cuatro grandes pasos, los mismos que marcaron los dis-cursos del papa a su país natal en 2011. Sería ese el ritmo de la nuevaevangelización, siguiendo los derroteros conciliares. Estos pasos son:

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– La Iglesia tiene una propuesta de sentido en el mundo y tiene dere-cho a expresarla abiertamente en el concurso de los pueblos y de lasnaciones. Y hacerlo de forma positiva. Es una propuesta que afectaal sagrado espacio de lo religioso. (Discurso en el Bundestag).

– Esto no puede hacerlo sola. Es necesario el diálogo interreligioso conotras religiones que también tienen su propuesta de sentido y de tras-cendencia. Y lo hará sin sincretismos, pero con respeto, junto a judíos,musulmanes y otras religiones, según el Espíritu de Asís. (Discurso enuna sala del Parlamento con representantes de otras religiones).

– Para que sea efectiva tiene que caminar hacia un mayor diálogo ecu-ménico. La Iglesia no puede evangelizar si no da pasos hacia la de-seada unidad por la que Cristo murió. El escándalo de la división delos cristianos frena la evangelización. (Discurso en Erfurt, junto a latumba de Lutero).

– Pero todo ello no se puede llevar a cabo sin una profunda renovaciónde todos y cada uno de los cristianos, en un proceso de conversióninterior. (Discurso en Friburgo).

Desde la esperanza de este Sínodo, conviene retomar estas lagunas pa-ra que toda la Iglesia sea la que se implique en la ilusionada tarea de laevangelización.

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¿Dónde queda en nuestra vida espacio y tiempo para la oración, para elsilencio, para el descanso –el descanso que Dios observó el séptimo día dela creación, el mismo que también mandó santificar a los humanos? Paraconseguir un sano equilibrio o para mantenernos en él es necesario, al la-do de nuestros quehaceres, pasar una parte de nuestro tiempo en el silen-cio y el descanso santificados por Dios. La profunda paz de cuerpo, almay espíritu que se adquiere en la oración de quietud nos libera de los dolo-rosos impactos que se interponen en nuestro camino y nos acerca más ala raíz y fundamento de la creación, Dios.

PETER DYCKHOFF

La prácticade la oración de quietud

248 págs.P.V.P.: 15,00 €

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Fecha de recepción: noviembre 2012Fecha de aceptación y versión final: diciembre 2012

Resumen

La oración es el lugar más originario de la fe, una verdadera matriz de tránsi-tos y «pascuas» que permiten incluso plantear en mejores condiciones la doctri-na de la analogía. La vida vivida ante Dios en que consiste, supone dejar a es-te hablar primero en lo profundo del corazón. La oración es siempre un aconte-cimiento del Espíritu que hace desear la vida verdadera.

PALABRAS CLAVE: oración, silencio, analogía, anagogía, persona, EspírituSanto.

Prayer: the place where faith originates

Abstract

Prayer is the place of origin of faith, a true matrix of transitions and «easter»experiences enabling one to be even better prepared to approach the doctrine ofanalogy. Life lived in front of God, which it consists of, entails letting one speak

LA ORACIÓN,LUGAR ORIGINARIO DE LA FE

Pedro Rodríguez Panizo*

LOS LENGUAJES DE LA FE

* Miembro del consejo de redacción de «Sal Terrae». Profesor de teología en la Uni-versidad Pontificia Comillas, Madrid. <[email protected]>.

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first from deep within the heart. Prayer is always an event of the Spirit makesone desire a real life.

KEYWORDS: prayer, silence, analogy, anagogy, person, Holy Spirit.

–––––––––––––––

Una serie sobre las variedades del lenguaje de la fe debe comenzar por lomás originario, por el lugar donde la Palabra-primordial «Dios» signifi-ca con más densidad y señala más lejos, otorgando al lenguaje religiosola hondura más insondable: la oración. Tomás de Aquino la definía co-mo «la religión en acto» (religionis actus) y veía en ella, junto con la «pie-dad» (pietas) y el «culto» (cultus), una expresión privilegiada de esa origi-nal relación salvadora, redentora y liberadora que llamaba «religión» (re-ligio). Las expresiones de la fe no agotan el ordo ad Deum redentor en queesta consiste; es más, en él reside precisamente el criterio teológico parajuzgar de la autenticidad y la verdad de todo acto cultual o de todo cli-ma de devoción que envuelve al creyente en la práctica de las formas deoración más variadas. Dichas expresiones le dan patria real, antropológi-ca y social, pues pertenecen a un ser –el hombre– corporal, finito, con-tingente y dramático, de modo que son fe anunciada (protestatio) me-diante signos exteriores que evitan que se pierda en los pliegues más re-cónditos del corazón humano, en los que –a la vez– reside también la po-sibilidad del abuso y la ambigüedad de la religión, que hacen clamar alprofeta: «Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios,pero su corazón está lejos de mí, y el culto que me rinden es puro pre-cepto humano, simple rutina» (Is 29,13; cf. Mc 7,6; Mt 15,8).

Cuando la oración es verdadera, el orante es liberado de la tentación,siempre posible, del secuestro filosófico y hasta teológico del MisterioSanto ante quien vive; aunque en este último caso sería ya, solo por eso,una mala teología. Por este motivo, en la introducción de su Curso fun-damental sobre la fe advierte Karl Rahner muy pronto sobre el peligro dehablar sobre todo lo humano y lo divino con un arsenal casi ilimitado deconceptos teológicos y filosóficos que, con una habilidad extrema, impi-diera el viaje hacia la experiencia originaria (ursprüngliche Erfahrung),cuando la reflexión y la paciencia del concepto implican necesariamente

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ese viaje, que posibilita, además, comprender desde la profundidad de laexistencia aquello de lo que hablamos1. Siempre habrá una tensión crea-dora entre la experiencia originaria y el concepto, pues la persona hu-mana es una «unidad en la diferencia entre originaria posesión de sí mis-mo (ursprünglichem Selbstbesitz) y reflexión»2. La oración vivida, y hastapadecida, evita que se impugne esta realidad, como suelen hacer tantolos racionalismos teológicos como el «modernismo» clásico; bien porquese piense –como los primeros– que la realidad se da al hombre en la po-sesión libre de sí mismo en el concepto objetivante, que llega a su pleni-tud en la ciencia, bien porque se opine –como el segundo– que la refle-xión y el concepto son accesorios y secundarios frente a la libertad y laautoposesión originaria de sí mismo. La vida ante Dios que es la actitudorante mantiene en vilo la tensión entre ambos elementos, impidiendoque se minusvalore el uno frente al otro, y haciendo converger la ener-gía que se manifiesta en dicha tensión, en un impulso que invita a trans-cender libremente hacia el Deus semper maior, de modo que los concep-tos funcionen como realidades tendentes en sí mismas, como decía SanBuenaventura –salvando todas las distancias– de los artículos de la fe enun pasaje inspirado por San Isidoro3.

Y es que la oración transforma tanto la tranquila posesión de sí mismocomo la reflexión en una suerte de «inversión intencional», como gustade decir Juan Martín Velasco, por medio de la cual el sujeto es invitadoa salir de su propio amor, querer e interés; a reconocerse herido de infi-nito, diseñado dialógicamente en su entraña más íntima, «con un miste-rio en su corazón que es mayor que él mismo»4 y, por ello, capaz de des-pertar la profundidad de la razón, haciendo de ella una realidad múlti-ple que no intenta dominar y controlar lo que se muestra, sino acogerlo

1. Cf. K. RAHNER, Grundkurs des Glaubens. Einführung in den Begriff des Christen-tums, Herder, Freiburg-Basel-Wien 1984, 28 (Curso fundamental sobre la fe, Her-der, Barcelona 1984, 34).

2. Ibid., 26 (esp. 32).3. SAN BUENAVENTURA, 3 Sent., d. 24, a. 3, q. 2: «El artículo de la fe es a la vez lo que

da luz al espíritu para recibir la verdad divina, y lo que mueve en nosotros el deseode su posesión».

4. H.U. VON BALTHASAR, La oración contemplativa, Encuentro, Madrid 20073, 16.

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como demanda, casi implorante, su estilo de darse. La importancia deeste hecho para la teología es capital, pues como se dice en un impor-tante tratado sobre el Misterio de la Trinidad, «las afirmaciones más pro-fundas sobre Dios en la Biblia no se encuentran en afirmaciones abs-tractas acerca de él, sino en las oraciones. Cuando se le invoca o se le su-plica, cuando se le alaba y cuando se cantan sus maravillas, cuando se lehabla con el corazón, cuando se experimenta su bondad infinita, es cuan-do el hombre profundiza más en (el) Misterio»5. Más adelante se verá la ra-zón de esta transmutación admirable, hecha posible por la oración.

1. La actitud orante

Llama la atención la poca cabida que tiene su tratamiento en las dogmáti-cas y en los tratados teológicos sobre el Misterio Trinitario de Dios, puesse supone que es el tema por excelencia de la teología espiritual y de algu-nos corolarios de la pneumatología, cuando, según Gerhard Ebeling, es «lallave hermenéutica de la doctrina sobre Dios, [...] que debe ser trazadaen correlación con la doctrina de la oración»6, hasta el punto de que, se-gún este autor, hay que repensar todas las aserciones teológicas a su luz,pues el creyente se dirige en primer lugar al Dios vivo y verdadero, no auna doctrina sobre Él, de modo que lo más originario es el hombre ha-blando a Dios en la expresión de la fe que es la oración.

Pero el originario hablar a Dios en la oración supone, al mismo tiempo,dejar hablar a Dios en el corazón del creyente. Como dice Pablo en Rom10,7, en el terreno de la fe todo comienza ex auditu. En la oración elhombre es todo oídos para Dios, al hacer de ellos la puerta o el umbraldel templo del Espíritu. No se trata aquí de un simple oír, sino de laatención máxima en todos los órdenes, hecha de intensidad y obedien-cia, para la que reservamos en español la palabra escucha. «Habla, Señor,

5. L.F. LADARIA, El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Secretariado Tri-nitario, Salamanca 20104, 526. Cursiva mía.

6. G. EBELING, Dogmatik des christlichen Glaubens, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck),Tübingen 19822, vol. I, § 9, 192-215; aquí, 193.

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que tu siervo escucha» (1 Sam 3,9-10), dirá el joven Samuel cuando per-cibe la llamada de Dios. Y escuchar es ya una magnífica forma de hospi-talidad, de descentramiento, de salida de sí, al consentir que sea otra vozla que tome la iniciativa y me interpele, haciendo del orante término delamor de una Presencia que lo precede y lo supera. En pocos lugares seexperimenta con tanta densidad lo que significa trans(as)cenderse, segúnla forzada pero sugerente grafía de Jean Wahl. De ahí que la escucha(akoé) a la que se refiere Pablo en el pasaje citado culmine en la obe-diencia (hypakoé) y sea una realidad constituyente y estructuradora delser del orante.

Una de las condiciones que hacen posible esa escucha atenta es el silen-cio. La fe cristiana no lo tiene por un absoluto; se lo impide la confesiónde Nicea (325): «no hay Dios sin Verbo eterno; lo originario no es el si-lencio, sino la Palabra. Esa eterna comunicación intradivina de Dios es laque se revela en el mundo por la encarnación»7. Pero toda la tradición es-piritual del cristianismo ve en él un medio fabuloso para que pueda escu-charse la Palabra, un impulso que hace posible la resonancia suficiente pa-ra «sentir y gustar de las cosas internamente», como dice San Ignacio deLoyola en sus Ejercicios Espirituales. Guardar silencio permite hablar y ac-tuar con hondura y sentido. ¡Cuánto silencio se necesita para ver todo loque hay en un paisaje o en un cuadro, o para crear una obra filosófica oteológica! El cuidado amoroso de un enfermo grave, la vela del sueño deun niño o de un anciano... imponen de por sí, sin forzarlo, la actitud si-lente. Cuando la escucha es verdadera, ya ha nacido el silencio del reco-nocimiento y de la respuesta: «un “heme aquí” suscitado por un “ven”»8.Todavía más. El silencio no es una conquista del orante, sino un don deDios cuando aparece en todo su esplendor la grandeza de su amor para con

7. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, BAC, Madrid 2001, 234.8. J-L. CHRÉTIEN, La llamada y la respuesta, Caparrós, Madrid 1997, 34. Cf. ibid., 37:

«¿Qué es, entonces, escuchar? De una forma general, escuchar es, en primer lugar,guardar silencio, en torno a nosotros y en nosotros, para estar atentos a lo que senos dirige». J. LECLERQ, «Silence et parole dans l’expérience spirituelle d’hier etd’aujourd’hui»: Collectanea Cisterciensia 45 (1983) 185-198. Y la hermosa reflexiónde J. MARTÍN VELASCO, Orar para vivir. Invitación a la práctica de la oración, PPC,Madrid 2008, 91-94; 99-102.

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él; el límite hasta donde ha sido capaz de ir por amor: la cruz del Hijo. Eseste hecho el que deja a la persona en oración literalmente apabullada, co-mo si todo quedara «envuelto en silencio», porque «la tiran de dentro a ca-llar», según la hermosa expresión de San Juan de la Cruz (Carta 8).

El clima y el ámbito de recogimiento en que el Espíritu Santo envuelveal creyente en la oración hace respirar a la respuesta teologal de fe, espe-ranza y amor que en ella toma cuerpo, oxigenando la actitud religiosa ydeshaciendo los apretados nudos del ansia de dominio, posesión y con-trol, propios de quien está centrado en sí mismo, como el sol de un pe-queño universo alrededor del cual girase todo, haciendo posible una en-trega verdadera y la conversión del corazón a Dios, como denomina SanBernardo la fe. Se trata aquí nada menos que de una desapropiación yuna confianza sin límites en Dios, mediante la cual el sujeto se recobraa la luz de su mirada agraciante, que estima lo que considera porque su«mirar» es amar, como dice de nuevo el místico castellano (CB 31, 5.8).De esta manera, el orante percibe que no puede dar un solo latido de vi-da de por sí si no es enraizado en esa savia que no detienen ni sus zonasleñosas, pues al estar ante una Presencia que hace ser, que saca lo mejorde él, que eleva y dilata y salva, el oyente de la Palabra se va haciendo ca-da vez más creyente, al convertirse por gracia en una caja de resonanciade todo tipo de tonalidades espirituales. Y lo primero de todo es retor-nar (con-versión), devolver a Dios el agradecimiento más rendido por ha-berle regalado su propio ser, término de su amor; un yo que es ahora«más yo que soy yo mismo», como gustaba de decir Unamuno, porqueconsiste, lejos de todo panteísmo, en apertura a Dios y al prójimo. Y nosolo eso; también el momento mismo de la oración se percibe como otroregalo inapreciable; y hasta el hecho de poder entregarse total y libre-mente a Él, pues si esto es posible, es porque Dios se ha vuelto primerohacia el hombre y lo ha atraído hacia sí.

2. La oración, matriz anagógica

Precisamente aquí reside una de las realidades más asombrosas y pro-fundas que puedan imaginarse sobre la oración: la de ser un verdaderocrisol en el que se produce toda clase de tránsitos o «pascuas» por los que

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el creyente va creando lenguaje de condición simbólica para responder,agradecido, a la anterioridad previa de Dios, que le hace ser y abre sus la-bios a la invocación; y para decirse también a sí mismo y a los demás cuáles el término fascinante y sublime de su tender en el acto de fe expresa-do en la oración: Dios. Por ello, la doxología y el himno, la súplica y laadoración y hasta el silencio elocuente de la «noticia callada amorosa» ex-presan de un modo admirable la entrega sin restricciones que se da enese acto de absoluto transcendimiento que se llama «fe». En efecto, estaes la razón más profunda de la transmutación referida páginas atrás, dela posibilidad de hacer atribuciones dignas de Dios9 y hasta de un ade-cuado tratamiento de la doctrina de la analogía. En lo que conozco, ra-ra vez se lleva a este terreno su consideración teológica. Y es que pocasexperiencias ponen en actitud más fundamental de la existencia que laoración. Quien está ante la santidad augusta y benevolente de Dios, an-te su superioridad en todos los órdenes (ontológico, axiológico, ético),no puede por menos de percibir, por un lado, la precariedad y la vulne-rabilidad de su vida en el mundo –su propia contingencia y la de todocuanto existe– e, igualmente, la de los otros y la realidad en su conjun-to; pero, al mismo tiempo, su grandeza y dignidad, en la invitación a seren la salida de sí por el diálogo con Él y el amor a los demás.

En pocos lugares se despierta más que en la actitud orante la despropor-ción constitutiva del ser humano, su lúcido padecer el hecho de que nocoincida nunca su ímpetu de transcendencia con el conjunto de sus de-cisiones, deseos, sueños, amores y aspiraciones concretas, incapaces decolmar el querer que, en el límite de ellos, se deja «oír» como insatisfac-ción incurable en este mundo. Se ha dicho «lúcido padecer», porque setrata –en palabras de Ebeling– de «una pasividad entreverada de íntimavitalidad»10, que no ve en la desproporción un signo para la desespera-ción, sino para la clarividencia; un impulso para un movimiento o tra-vesía a través de un ámbito de sentido que deja al sujeto resonante, ca-paz de «ver» la relación entre lo visible y lo invisible que llamamos «ana-

9. Cf. G. EBELING, Dogmatik, o.c., 207-209.10. Ibid., 200.

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logía», como la dimensión más superficial de una experiencia muchomás profunda de carácter anagógico mediante la cual se adquiere la ca-pacidad de «ver» una percepción «como algo que apunta más allá de símisma; ver en las cosas perceptibles y cercanas cosas que no estaban an-te nuestros ojos»11.

Como hace tiempo señaló Bernhard Welte, hay una significación másoriginaria de analogía que la formalizada por Aristóteles y que ha pasa-do a la tradición occidental. En algunos textos platónicos (Fedón, 110 d)se habla de ana ton autón logon, donde la preposición ana indica ese mo-vimiento a través del ámbito del logos: «análogo es lo que se mueve deuno a otro a través del mismo ámbito de sentido»12, haciendo las másatrevidas conexiones en el tejido de una red cada vez más tupida: textosde la Escritura que se iluminan e interpelan como nunca lo habían he-cho, despertando dimensiones del alma que creíamos no tener; zonas dela vida personal que aparecen como misteriosamente guiadas por la ac-ción providente de Dios y que no se percibieron así cuando se atravesa-ron en presente; afinamientos dolorosos para percibir las omisiones delbien que se ha dejado de hacer, o la conciencia lúcida de tanto bien re-cibido y despilfarrado en el desamor; el agrandamiento del misterio dela naturaleza, de las cosas y las personas, al vivir ante el Misterio Santo yreferirlo todo a Él. Especialmente las personas, nunca arrojadas a la exis-tencia del ser-ahí, sino estando siempre más allá, como gustaba de decirJulián Marías; el despertar del asombro permanente ante todo, pues Dioses «la luz y el objeto del alma»13 y hace «ver» con el regalo –por gracia–de unos ojos nuevos enraizados en el corazón; la agudeza misericordiosaante el dolor ajeno y la percepción sin engaños de la maldad del mal, so-bre todo del que puede salir de uno mismo a poco que se actualice nues-tra pobreza; y muchas otras conexiones que una razón abierta a su pro-fundidad, y el conocimiento participativo que lleva parejo, va posibili-

11. M. NUSSBAUM, Justicia poética. La imaginación literaria y la vida pública, AndrésBello, Santiago de Chile 1997, 65. Cf. R. WILLIAMS, Grace and Necessity. Reflectionson Art and Love, Morehouse, Harrisburg 2005, 136-137.

12. B. WELTE, Filosofía de la religión, Herder, Barcelona 1982, 137.13. SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama de amor viva, 3, 70.

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tando en un como temple lírico del hombre en oración que le hace de-sear que esta no se agote solo en momentos puntuales, sino que se trans-forme en un hábito estructurador del ser del sujeto por el que se adquiereconnaturalidad con las cosas de Dios. Como decía de forma tan hermo-sa Unamuno: «No, la oración no es tanto algo que haya de cumplirse atales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compues-ta, cuanto un modo de hacerlo todo votivamente con toda el alma y vi-viendo en Dios. Oración ha de ser el comer y el beber y el pasearse y eljugar y el leer y el escribir y el conversar y hasta el dormir, y rezo todo,y nuestra vida un continuo y mudo “¡hágase tu voluntad!” y un incesan-te “¡venga a nos el tu reino!” no ya pronunciados, mas ni aun pensadossiquiera, sino vividos»14.

2. El Tú de la invocación y el acontecimiento del Espíritu

Todo lo dicho hasta ahora va poniendo de manifiesto cuál es el elemen-to más decisivo en la oración: no tanto el discurso del hombre, cuantosu ser interpelado por Dios que lo provoca y lo despierta15. En ella, Dioses siempre el Dios de alguien: mi Dios, nuestro Dios. «Señor mío y Diosmío», dice el discípulo Tomás en Jn 20,28. El Dios en quien se cree y dequien se vive, lo que hace del lenguaje religioso una realidad autoimplica-tiva en grado sumo, pues expresa una preocupación última en la que al su-jeto le va, literalmente, el ser. La Presencia originante (Juan Martín Velas-co) que es Dios para el creyente se condensa en el nombre propio, perso-nal y singular con que se le invoca. Hay un ejemplo magnífico de ello enel poema de Dámaso Alonso titulado «Invisible presencia», de 1956:

«Yo te llamo “Dios”, y es lo único que supe darte. / Tú me hasdado mi ser y me has llenado con mi existir; / yo a ti, un nom-bre. // Porque yo te llamo “Dios”: nombre es lo único que supedarte. / Cuando yo te llamo “Dios” te devuelvo todas las sensa-

14. M. DE UNAMUNO, La tía Tula, edición de Carlos A. Longhurst, Cátedra, Madrid19936, 106.

15. Cf. G. EBELING, Dogmatik, o.c., 202.

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ciones, / toda la miel y el oxígeno, todo el incendio y tus estan-ques / y la circunvolución de mis glóbulos, / y mi ser y mi exis-tir, y las tenebrosas galerías de mi origen / y mi desconocida cau-sa. / Recíbeme en lo único que te puedo dar, en ese nombre / conque te nombro, / “Dios”. // Yo digo “Dios”, y quiero decir “Teamo”, / quiero decir: “Tú, tú que me ardes”, quiero decir “tú, tú,/ que me vives, vivísimo, alertísimo”, / te digo “Dios”, como si di-jera “deshazme, súmeme”, / como si dijera “toma este hombre-Dámaso, esta diminuta / incógnita-Dámaso, / oh mi Dios, oh mienorme, mi dulce incógnita”»16.

Obsérvese en este hermosísimo y profundo poema el ámbito, el clima yla luz que lo baña, hecho de sobrecogimiento, adoración, intensidad,emoción, pregunta. La condición dialogal que comporta, de una intimi-dad como no es posible tener con ningún ser intramundano («Tú, tú...»).El fuerte carácter autoimplicativo del sujeto que habla, provocado por lapresencia originante de Dios y que le hace buscar las expresiones máshermosas y atrevidas, creando metáforas y expresiones simbólicas («lamiel y el oxígeno», «las tenebrosas galerías de mi origen»). Cómo signi-fica el nombre «Dios» cuando se le habla, cuando se vive ante Él, en unarelación personal que personaliza como ninguna otra puede hacerlo.

Alguien ha señalado a este respecto que la palabra griega para rostro ypersona (prosopon), significa mucho más que eso, pues nunca se usa conel verbo tener, sino con el ser. No se tiene, sino que se es un prosopon, demodo que afirmar lo primero reduciría el término a algo que se posee, auna máscara. «Pros» significa hacia, delante de, y «opos» (genitivo) sem-blante, rostro y, especialmente, ojo, vista, de modo que «ser un pros-oponsignifica nada más que ser-hacia-un-rostro, estar de pie delante del rostrode alguien, estar presente en su presencia y ante su vista»; destacándoseasí el carácter dinámico y extático del movimiento recíproco del ser ha-cia el otro en que consiste la persona. Un pasaje que «deja mi existenciavulnerable al temor y temblor de las infinitas posibilidades que me

16. D. ALONSO, Obra completa. Tomo X: Verso y prosa literaria, edición de Valentín Gar-cía Yebra, Gredos, Madrid 1993, 458.

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aguardan»17. El término antónimo es atomon, ser fragmentado (la «a» pri-vativa añadida al verbo temno, cortar). Lo a-tómico es lo que ya no sepuede cortar más. Y Kierkegaard llamaba demoníaco a todo individua-lismo de lo atomon, de lo cerrado sobre sí de modo solipsista18.

De ahí que el texto no use el término «Dios» de forma meramente aser-tiva, sino como la palabra de la invocación. Al ser-hacia la Presencia Per-sonal por antonomasia (¿cómo sería menos que personal el fundamentode lo fundado, el creador de la criatura?), al introducirse en el ámbito desu mirada amorosa y quedar vulnerable por su herida esencial «de mi al-ma en el más profundo centro» (San Juan de la Cruz), el orante pro-rrumpe en un lenguaje hiperbólico y exagerado como consecuencia deldinamismo de trans(as)cendimiento con que ha sido agraciado: «Teamo», «Tú que me ardes», «vivísimo, alertísimo», «deshazme, súmeme».

Finalmente, cómo despierta el Misterio con mayúsculas de Dios la condi-ción de misterio con minúsculas del ser humano, al llevar en sí una llamaencendida en el norte de su corazón («esta diminuta incógnita-Dámaso»),lo que supone la vivencia de esa incurable desproporción, señalada en elapartado anterior, que la luz de Dios ilumina en la oración y que, lejos dedesesperar, se transforma en una «dulce incógnita», fuente de toda lucidezy verdadero motor de la existencia. ¡Una maravilla! Conviene recordar queel gran teólogo que fue Karl Rahner llamaba precisamente «éxtasis» a la en-trega sin reservas del creyente al Misterio insondable de Dios, que en rea-lidad consiste más bien en dejarse alcanzar y tomar por Él19. Como en elrelato evangélico del ciego Bartimeo (Mc 10,46-52)20, al paso de Cristoque llama, esta vez a través de los discípulos, con el imperativo de la re-

17. Cf. J.P. MANOUSSAKIS, God after Metaphysics. A Theological Aesthetic, Indiana Uni-versity Press, Bloomington and Indianapolis 2007, 24-31; aquí 25 (de esta páginason todos los entrecomillados desde la última nota).

18. Cf. ibid., 26.19. Cf. K.P. FISCHER, Gotteserfahrung. Mystagogie in der Theologie Karl Rahners und die

Theologie der Befreiung, Matthias Grünewald, Mainz 1986, 20. ID., Der Mensch alsGeheimnis. Die anthropologie Karl Rahners, Herder, Freiburg-Basel-Wien 1974,38-45.

20. Cf. C. FOCANT, L’évangile selon Marc, Cerf, Paris 2004, 403-410.

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surrección (egeire, levántate), corresponde la puesta en movimiento delque está en la cuneta del camino: soltar el manto, dar un salto y acercarsea Jesús que inaugura el diálogo: «¿Qué quieres que haga por ti?», prece-dido por el vocativo primero: «¡Jesús, ten compasión de mi!», repetidodos veces, y que se transformará, con el paso de los siglos, en el núcleode la llamada «oración del corazón» de los monjes orientales.

Pero además, si la respuesta humana de fe expresada en la oración es po-sible, lo es porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros co-razones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5), de modoque «la oración puede considerarse la obra propia del Espíritu»21. Y esque precisamente aquí, en el terreno de la oración, se reflejará como enninguna otra parte el misterio del Dios Uno y Trino. Cuando el cristia-no ora, participa, por gracia, en la relación con el Padre –a quien va di-rigida–, propia del Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo22. El Espíritu ha-ce posible la confesión de Jesús como Señor (Kyrios), según 1 Cor 12,3.Gracias a Cristo, «unidos en un solo Espíritu (en heni Pneumati), tene-mos acceso al Padre» (Ef 2,18). Se trata de una realidad tan densa queespecifica cristianamente la original relación salvadora y redentora conDios que llamamos, con Tomás de Aquino, «religión» (ordo ad Deum).Hecha de fe, esperanza y amor, consiste en la vivencia de la filiación y dela libertad ante Dios: «habéis recibido un Espíritu que os hace hijosadoptivos y nos permite clamar: “Abba”, es decir, “Padre”. Ese mismo Es-píritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios»(Rom 8,15-16). Y vivir la filiación no es otra cosa que dejarse guiar porsu Espíritu para «reproducir la imagen de su Hijo», el Primogénito demuchos hermanos (cf. Rom 8,29). Por ello, «el don del Espíritu es la pre-condición para la comunión salvadora con Dios que llega a expresión ri-tual en el culto»23. La fe es, pues, un movimiento hacia el Padre, con

21. C. SCHÜTZ, Introducción a la pneumatología, Secretariado Trinitario, Salamanca1991, 178.

22. Cf. L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, BAC, Madrid 1993,248-262.

23. G. WAINWRIGHT, Doxology. The Praise of God in Worship, Doctrine, and Life. ASystematic Theology, Oxford University Press, New York 1980, 107.

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Cristo, en el Espíritu que inspira y atrae interiormente al hombre, do-tándolo de una tendencia o disposición que nada puede colmar, exceptoel Dios vivo y verdadero. Como ha podido decir con razón ChristianSchütz: «Con la revelación testimoniada desde fuera, Dios, por así de-cirlo, da testimonio de sí mismo en el interior del hombre»24.

Según Pablo, el Espíritu «intercede por nosotros con gemidos inefables»(Rom 8,27), pues viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemosorar como conviene. Gracias a Él, nada se pierde, ni siquiera lo que en no-sotros no ha llegado a la articulación de las palabras: dolores padecidos,más que tematizados; anhelos por debajo de los cuales las primicias del Es-píritu provocan a nuestro espíritu a suspirar «por que Dios nos haga sushijos» (Rom 8,23), hasta el punto de que la «creación misma espera anhe-lante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios» (Rom 8,19). Comosabía tan bien San Juan de la Cruz, «el gemido es anejo a la esperanza» (CB1, 14), pues lo provoca el hecho de que ya somos hijos de Dios, pero to-davía no se ha manifestado lo que seremos: semejantes a quien veremos talcual es (cf. 1 Jn 3,1-2). Por ello, el Espíritu invita a pedir la vida biena-venturada, a la que Agustín de Hipona animaba a la viuda Proba en unacarta memorable sobre la oración (posterior al año 411). Ya en fecha tantemprana, Agustín decía que Dios conoce nuestras necesidades antes deque se lo pidamos, y que lo único que pretende es «ejercitar con la oraciónnuestros deseos, y así prepara la capacidad para recibir lo que nos ha dedar», tan grande que no parece caber en nosotros, tan pequeños y estre-chos, de modo que «es el corazón el que debe subir hasta Él; tanto mayorcapacidad tendremos cuanto más fielmente creamos, más firmemente loesperemos y más ardientemente lo deseemos»25. Orar sin interrupción es,así, desear ardientemente tener sed de esa fuente de la vida absoluta; y nohacerlo, más que un pecado, es una verdadera desgracia26.

24. C. SCHÜTZ, Introducción a la pneumatología, o.c., 229.25. AGUSTÍN DE HIPONA, Ep. 130 (a Proba), 8, 17 (BAC 99, 68).26. Cf. J. MARTÍN VELASCO, Orar para vivir, o.c., 11.

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El éxito de las «reuniones», instrumento que parece ser absolutamenteineludible en nuestros días, no se basa únicamente en el talento. Hay quesaber escoger los objetivos, emplear instrumentos eficaces de comunica-ción, adoptar normas operativas de funcionamiento en grupo, empleartécnicas estimulantes de animación, adoptar decisiones realizables, esti-mular la participación de todos, etcétera. Todo lo cual no se improvisa. Deahí el interés de este libro, que describe una serie de aspectos que, cuan-do se dominan debidamente, permiten transformar las reuniones en ins-trumentos que garanticen el éxito en la gestión.

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A los muchos méritos intrínsecos dela obra que presentamos hay que su-marle otro, más externo y circuns-tancial, pero no por ello menos sig-nificativo y orientador: la oportuni-dad de su publicación en un mo-mento en que la Iglesia, a los 50 añosdel Vaticano II, está haciendo balan-ce –de muchos modos y maneras–del último medio siglo eclesial, y enel que, a través del Sínodo reciente-mente celebrado (11-28.10.2012)sobre la «Nueva Evangelización parala transmisión de la fe cristiana» y delas actividades programadas para el«Año de la fe», está relanzando lí-neas de fuerza renovadas para unaNueva Evangelización.

El proceso (puesto que en y comoproceso describe U. Valero el pro-yecto de renovación) pasa por trescumbres –más un col de inferior ele-vación– y una serie de llanos o «in-

termedios». Las cumbres son lasCongregaciones Generales 31 (1964-65), 32 (1974-75) y 34 (1995). Elcol de inferior categoría sería la CG33 (1983), que, sin embargo, tieneen su haber, entre otras, tres presta-ciones impagables: la vuelta a lanormalidad tras el estado de excep-ción decretado por Juan Pablo II conocasión de la enfermedad del P.Arrupe, la elección de un nuevo Ge-neral de talla excepcional, el P. Peter-Hans Kolvenbach, y la (¿audaz yatrevida para aquel momento?)aprobación de todo el andamiajeprogramático anterior.

A lo largo de este itinerario, laCompañía re-define fiel y creativa-mente, como enfatiza en varios pa-sajes el autor, su proyecto de renova-ción: proyecto no unilineal, sino po-liédrico, por cuanto desarrolla y ac-tualiza las cuatro dimensiones que,

LOS LIBROS

RECENSIONES

VALERO AGÚNDEZ, U., El proyecto de renovación de la Compañía deJesús (1965-2007), Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2011,362 págs.

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en lenguaje de Pablo VI (Discursoinaugural a la CG 32, 3 Dic. 1974),constituyen la característica esencialy, por tanto, permanente de laCompañía de Jesús como orden re-ligiosa, apostólica, sacerdotal (con in-clusión esencial del Laico-Herma-no, parte integral irrenunciable) yespecialmente vinculada al Sumo Pon-tífice: cuatro características íntima-mente imbricadas en una únicaunidad integral.

La densidad y trabazón estruc-tural de toda la obra hace irrespon-sable todo intento de desgajar delconjunto, puntos más básicos. Aunasí, para ilustrar de algún modo allector sobre los contenidos y deriva-ciones de la obra, me aventuro adestacar algunas líneas del proyecto.

CG 31. Elige General al P. PedroArrupe. Convocada en plena cele-bración del Vaticano II, sienta lasbases y traza las líneas maestras delproyecto de renovación. Base y condi-ción primera de esta renovación fuela flexibilización y, en algunos casos,la supresión del blindaje que laCompañía se había auto-impuesto,durante los cuatro siglos de su his-toria, por respeto a la dinámica y es-tructura ignaciana originaria; respetoque había cuajado en la prohibiciónno solo de cambiar, sino incluso detratar (en determinadas circunstan-cias) sobre el posible cambio de di-námicas y estructuras consideradassustanciales. Esta decisión convierte

la 31 en la CG más revolucionaria,opina con razón el autor. Sobre estabase, la Congregación pudo, a lo lar-go de 52 densos decretos, definir nue-vas líneas y abrir horizontes renova-dos a la vida religiosa-apostólica-sacer-dotal-especialmente vinculada al Su-mo Pontífice, que constituyen unprograma rompedor puesto en manosde un General carismático.

CG 32. Tal vez, la Congregaciónmás dramática y espectacular. Des-de la experiencia de la década ante-rior, tortuosa a veces, magnífica enocasiones, generosa casi siempre, laCG no duda en plantearse a sí mis-ma radicalmente las cuestiones másradicales. Una muestra: se atrevecon la pregunta: «¿Qué significa serjesuita?» (D2, n1). Otra muestra:no se echa atrás ante el problema dela misión de la Compañía hoy, y asíla define lapidariamente como «elservicio de la fe, del que la promociónde la justicia es una exigencia absolu-ta» (D4, n2); de esta formulación,tan agresiva y provocadora, el P.Kolvenbach, que tantas aristas tuvoque limar en su aplicación, afirma-ba que «esta opción se ha converti-do en elemento integrante de nues-tra identidad jesuítica, de la con-ciencia de nuestra misión y de nues-tra imagen pública, tanto en la Igle-sia como en la sociedad» (Discursosuniversitarios, Santa Clara 2000).U. Valero, sin dejarse seducir por loanecdótico (que es mucho y muy

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los libros82

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delicado), pero sin eludirlo del to-do, expone magistralmente, con co-nocimiento de primera mano, la re-novación que introducen en el pro-yecto cuatridimensional de la Com-pañía 16 densos decretos de la Con-gregación, entre los que destaca unadelicada regulación del régimen depobreza en la Compañía.

CG 34. Certeramente la calificael autor de «complemento y culmi-nación»; creo, además, que es laCongregación de la madurez: ma-durez del proyecto renovado y madu-rez de la Compañía renovadora.Concreta el proyecto en seis grandeslíneas de fuerza de distinta densi-dad, alcance y calidad, pero sustan-ciales todas e íntimamente entrela-zadas entre sí: fe - justicia - cultura -diálogo - en - con. [Diálogo: interre-ligioso e intercultural. En: la Iglesia:«sentir con...». Con: colaboración«con otros»]. En este proyecto seentrecruzan referencias y llamadasmás básicamente religiosas, que ledan sentido, fundamento y expre-sión. La puesta al día de las Consti-tuciones y la formulación nueva deNormas Complementarias, exigidapor la Iglesia, completa una laborde madurez de la CG 34. De ma-durez y de síntesis: el D 26 dibujacon ocho grandes trazos el retratohumano-espiritual del jesuita.

Intermedios. Dos, bajo Arrupe(1966-1974; 1975-1981). Otros dos,bajo Kolvenbach (1983-1995; 1995-

2007). [En 2008 ya hay un nuevoGeneral: el P. Adolfo de Nicolás].

Toda ley precisa de reglamentospara su aplicación. La legislación je-suítica, por su naturaleza y conteni-do, requiere, además, motivación einteriorización, traducción a planesestratégicos, organización e impul-so, evaluación, correcciones... Enun cuerpo tan vario, cuantitativa ycualitativamente, como es la Com-pañía de Jesús, puede suponerseque el seguimiento de la legislaciónde las Congregaciones hecho porlos PP. Generales necesariamente hatenido que dar lugar a toda una«doctrina» y una «jurisprudencia»que han alentado a las últimas ge-neraciones y que servirán segura-mente de guía, durante muchotiempo, a las generaciones venide-ras: ha sido la labor de los PP. Arru-pe y Kolvenbach durante los «inter-medios» aludidos, que U. Valero or-dena y sistematiza a lo largo de to-da la obra.

Epílogo. En un breve y densoresumen, el autor aventura su pro-pia síntesis de «los rasgos objetivosdel proyecto de la Compañía reno-vada, tratando de resaltar la “nove-dad” del mismo» (pp. 341ss). Másaún, no rehúye confrontarla conotros dos cuadros-sumario distin-tos: el del prólogo a la primera edi-ción de las Constituciones, atribui-do al P. Ribadeneira [«Hominesmundo crucifixos...»], y el formula-

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los libros84

do en la Norma Complementaria246. Es un ejercicio instructivocomparar personalmente los rasgosdel tríptico resultante.

Final. En síntesis, el Proyecto derenovación de la Compañía de Jesús,de U. Valero, es una reseña críticade los progresivos esfuerzos que laCompañía ha venido haciendo, a lolargo de cuatro décadas, para defi-nir y llevar a la práctica, en fidelidadcreativa, su acomodación renovada alas exigencias de la Iglesia y delmundo en los tiempos modernos.No es ni quiere ser un libro de his-toria: a los grandes avatares de laCompañía en esta época solo se aso-ma en contadas ocasiones, y siem-pre a modo de alusión; ni siquierapretende hacer historia de la gesta-ción y alumbramiento de los mis-mos textos «jurídicos» que analiza.Sin embargo, la macro-historia dela Compañía en estas décadas ya nose podrá escribir sin hacer referenciaal contenido de esta obra: un conte-nido que viene a ser como la co-lumna vertebral de todo el ser y ha-cer del jesuita. La presentación delproyecto es esencial/lineal y, al mis-mo tiempo, poliédrica, tanto por lareflexión sobre las diversas dimen-siones del carisma como por la ri-queza detallista de la documenta-ción aportada. Por otra parte, no es-tamos ante un simple estudio inte-lectual-teórico, aun cuando se pre-senta esencialmente como «noticia»,

ilustración, para el conocimiento, y apesar de su empaque analítico: esademás y –me parece– sobre todointerpelación y programa, por cuan-to (como el proyecto mismo) ni quie-re ser ni es un modelo abstracto detesis teóricas, sino un surtidor deorientaciones e impulsos para la con-versión y para la acción personal einstitucional. Huelga decir, final-mente, que se trata de una obra au-torizada, por cuanto está compuestay redactada por un autor que ha sidotestigo inmediato de casi todo elproceso y co-protagonista activo enno pocos de los tramos del mismo.

Al principio de esta reseña alu-díamos a la oportunidad de la apa-rición de este estudio en momentosde balance y relanzamiento del Va-ticano II. En relación con el Sínodorecientemente celebrado, el P. Adol-fo Nicolás, en un breve balance delmismo, se refería a los puntos positi-vos y a los puntos insuficientes quehabía creído detectar en su desarro-llo. Entre los puntos insuficienteshace referencia a «la deficiente cons-ciencia y conocimiento de la Historiade la Evangelización y el papel quelos Religiosos, hombres y mujeres, handesempeñado en ella. En algunosmomentos la Vida Religiosa fue ig-norada; en otros momentos recibióuna mención casual y perentoria.No es que nosotros, los Religiosos,necesitemos ulterior confirmación:pero querría expresar mi preocupa-

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ción acerca de que la Iglesia se ex-ponga a perder su propia memoria»[Ignoro si el «Mensaje final» del Sí-nodo ha compensado en el P. Gene-ral esta impresión negativa]. En laIntroducción (p. 24), no oculta elautor su previsión y deseo de que suobra, «de paso, podría servir tam-bién para “decir a la comunidad”(Mt 18,17), es decir, a la Iglesia engeneral, con sencillez y modestia, es-to mismo. En primer lugar, a los co-

laboradores y colaboradoras... Ytambién, en un momento de nuestrahistoria en que todos los institutosreligiosos nos hemos re-proyectado aimpulso del Vaticano II... podría serprovechoso que... nos contáramosfraternalmente los unos a los otros loque... hemos hecho y hemos queridohacer y cómo nos hemos propuestoser y actuar».

Melecio Agúndez, SJ

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BELDA, Rosa Mª, Gestión con corazón. El corazón de la gestión, SalTerrae, Santander 2011, 174 págs.Una Organización puede definirsecomo un conjunto de procesos enlos que intervienen personas y se di-ferencia del entorno de manera for-mal. Pero las Organizaciones sonsistemas vivos, redes de personas yrelaciones en donde se comparte vi-sión y misión con la finalidad deprestar un servicio a la sociedad ymejorar la calidad de vida.

Llevar el timón, coordinar, ges-tionar, dirigir... es también una ta-rea humanizadora y que humanizaa quienes la desarrollan. Es impor-tante revisar el modo de hacer parano caer en la rutina y perder paula-tinamente de vista el verdadero finde la gestión, por lo que la autorahace una llamada a la supervisión yrevisión de la tarea gestora.

La autora del libro parte de unaexperiencia de dirección y entra en el

corazón de la gestión. Propone unitinerario de reflexión para líderes yaprendices y hace una invitación arecuperar los sueños y las ilusionesantes de ahogarse en el cansancio y ladesmotivación.

Rosa Mª Belda es médico y mas-ter en Bioética por la UniversidadPontificia Comillas, además demaster en Counselling por la Univer-sidad Ramón Llull. Ha trabajado enlos programas de Mujer, Mayores,Droga y Sida de Cáritas. Perteneceal grupo «Mujeres y Teología» deCiudad Real. Escribe en la RevistaHumanizar, de los Religiosos Cami-los, y en Sororidad. Ha publicadocon José Carlos Bermejo Bioética yAcción Social, y ella sola Mujeres. Gri-tos de sed, semillas de esperanza. Esprofesora en el Centro de Humani-zación de la Salud de los Camilos.

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Uno de los grandes retos del si-glo XXI es humanizar la gestión delas organizaciones, una responsabi-lidad que depende, en buena medi-da, de los directivos. Cuanto más sepreocupan los directivos por las per-sonas de los equipos de trabajo, tan-to mayor es el compromiso que estosasumen con la organización. Este li-bro quiere ser una contribución a labúsqueda del corazón de la gestión,lo que contribuye a que el mundosea más humano a través del modode trabajar en las organizaciones.

Para que se gestione con corazónha de haber una transformación in-terior de los gestores a través del au-toconocimiento, y esto es posibleempleando herramientas de uso ac-tual, aunque el cambio se producelentamente cuando los hábitos detrabajo están muy arraigados.

Hay jefes «tóxicos» que ejercensu liderazgo de forma egocéntrica,muy ocupados en su propia auto-complacencia, y desde ahí concibenla organización como algo propioque sirve a sus intereses; esto supo-ne descontento para el líder y paralas personas que lidera. Particularrelevancia tienen una gestión orga-nizada del tiempo y una direcciónequilibrada y serena, lo cual no res-ta eficacia ni minimiza la importan-cia de la toma de decisiones.

Hace una llamada a una toma dedecisiones sostenible y beneficiosapara uno mismo, para la organiza-

ción y para los destinatarios de losservicios. En definitiva, se trata deayudar a que todos los componentesde la organización saquen lo mejorde sí mismos y lo pongan al serviciode la causa común. La experiencia dela autora le da crédito y autoridad pa-ra escribir este libro. El modelo queplantea es muy válido para no «per-der el norte» y no se desdibujen losobjetivos fundacionales de las entida-des, que por el desgaste del tiempo yla falta de reflexión y evaluación vana la deriva, lejos de los objetivos paralos que fueron creadas.

Hay que apostar por una gestiónllena de valores: humildad, nobleza,generosidad, impregnada de la di-mensión ética en el proceder de laspersonas. Trata de ser un libro quefacilita el que los directivos se con-fronten acerca de lo que hacen y decómo deberían hacerlo.

La autora pretende con esta obraentrar en la trama de la organizaciónde manera reflexiva y creativa, bus-cando los «porqués» y dando algunasorientaciones para los «cómos». Enel curso de las tareas organizativas esmuy conveniente detenerse para re-flexionar y analizar, y probablemen-te surjan cuestiones a modificar, locual mejoraría el curso de la acción yotorgaría mayor bienestar a los pro-fesionales de la organización.

Es muy aconsejable, a decir de laautora, articular sistemas propios decalidad que respondan a las necesi-

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dades reales de organizaciones con-cretas, contando con sus singulari-dades fundacionales y sus objetivos.Habla del concepto de «excelencia»y señala que viviendo el libro se estágenerando excelencia profesional yasentando un sistema de calidadpropio.

En suma, el libro quiere ser unaapuesta coherente, donde lo priori-tario es la persona y su bien inte-gral, que no puede estar al margende la llamada profesionalidad. Sebusca, según la autora, trabajar te-niendo en cuenta la inteligenciaemocional en los equipos, en los di-rectores, y que desde ahí las organi-zaciones contribuyan a la creaciónde un mundo más justo y más hu-mano y a que sus modos de actua-ción sean más humanizadores. Setrata de armonizar la eficacia y elservicio a las personas, tener el cora-zón en las manos, como proclama-ba Camilo de Lelis, que es algo queno tiene por qué ser ajeno al mun-do de la gestión y la organización.

Se hace una llamada a que las or-ganizaciones, a través de su gente ysus estructuras, transpiren valores so-lidarios y fraternos, desde sus funda-mentos hasta las acciones, todo ello

impregnado de gestos de humanidad.Que las personas sean siempre la clavedel discernimiento a la hora de tomardecisiones en la gestión de las organi-zaciones. El liderar, el gestionar, debehacernos «mejores personas» y libe-rarnos del egoísmo y la vanidad.

Gestionar desde unos criteriosque humanicen, con la ilusión dehacerlo lo mejor posible y que sirvaa otros, ¿por qué no?, creyendo enla utopía. La utopía en las organiza-ciones tiene que ver con el hecho deformar parte de un equipo humanoconvocado a construir un mundomejor. Tiene que ver también con eldeseo legítimo de dejar huella paraque un estilo, unos ideales y un mo-do de hacer permanezcan. Final-mente, tiene que ver también con elempeño de ser felices ejerciendo laprofesión, trabajando por los de-más. Libro muy recomendable,pues aporta un «aire fresco» a la ar-dua tarea de la gestión y una clarallamada a renovar ilusiones, lo quebeneficiará a todos, de dentro y defuera de la organización, lejos deltedio, la rutina y la repetición de ac-tos sin reflexión para mejorar.

Rosario Paniagua Fernández

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El autor, periodista y sacerdote ita-liano, ha escrito numerosas obrassobre temas bíblicos. En este libronos enseña a leer el Evangelio comosi fuera un texto nuevo al que nosacercamos por primera vez.

La obra se compone de unatreintena de breves artículos sobretres temas: la Palabra, la Iglesia yCristo. Comienza explicando el ob-jetivo del libro, invitar al lector a unviaje que empieza y acaba en el mis-mo lugar: en el Evangelio. La nove-dad es presentar una lectura poéti-ca, siguiendo la propuesta de KarlRahner en su artículo «La palabrade Dios y la poesía». Fortalecer lacreencia en Dios a pesar de las ad-versidades de la vida. Para lograrlo,el Evangelio nos propone un men-saje sencillo: El dinero: la ley deincompatibilidad.

El primer tema, El evangelio iné-dito, recuerda cómo adorar a Dios.Dios es así, el Padre de la paráboladel hijo pródigo (Lc 15). Dios no velos delitos de las personas. Todos es-tamos necesitados del perdón deDios. Dios es misericordia infinita ygratuita. Su ternura conmueve alhombre y le lleva a adorarlo. Esta esla sabiduría evangélica: amar comoDios ama.

Con respecto al segundo tema,el peligro de la Iglesia-institución es

el de orientarse hacia un estilo direc-tivo. Denuncia el autor que ciertossectores están cayendo en estastrampas mundanas, por lo que pro-pone recuperar la dimensión de po-breza en la Iglesia. La Iglesia funda-da sobre lágrimas, no sobre la roca. Elhombre actual, homo demens, buscaespacios de libertad, y el templo esun lugar para profundizar y apren-der a ver con el corazón.

Por último, Pronzato describecómo la cadena de la vanidad no seha interrumpido aún. Jesús es el úni-co Señor, y su máximo honor fuebajar aún más. El vino a servir a loshombres y les mostró el camino pa-ra re-nacer, hacerse hombres nue-vos, locos por Cristo. Hombres másespirituales, devotos, humanos, sen-sibles y capaces de mirar al otro conternura y atención. La locura de lacruz es un amor exagerado. Esta esla característica de la caridad cristia-na: ser excesiva.

Por tanto, el autor logra que elEvangelio resulte nuevo. Con un es-tilo sencillo, moderno y fácilmenteinteligible para todos. La lectura deeste libro invita a descubrir la voca-ción del cristiano: ser sal en la tierray luz en el mundo. Concluye así:Dios necesita tu corazón enloquecido.

Marta Sánchez

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PRONZATO, A., El Evangelio reencontrado, Sal Terrae, Santander2011, 184 págs.

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La obra que aquí se presenta es unsubsidio pastoral ofrecido en el Añode la Fe por el Pontificio Consejopara la promoción de la NE. Si-guiendo las propuestas de Benedic-to XVI en la convocatoria de esteaño especial, esta obra centra supropuesta en cuatro puntos: confe-sar, celebrar, vivir y rezar. Detrás delas propuestas de este subsidio hayun buen grupo de teólogos, cate-quistas y párrocos que han acorda-do una redacción unitaria al alcancede todos.

Tras el Prólogo de Rino Fisiche-lla, la Introducción explica en quéconsiste el «Año de la Fe». La raíz dela fe no puede ser otra que el en-cuentro con Cristo, el cual interpe-la a la vida humana y nos hace ex-clamar: «Tú eres el Cristo». Esta res-puesta da origen a una fe que irámadurando y formulándose a lolargo de los siglos en la comunidadcreyente (Iglesia) y madurando enlos grandes concilios. La preguntadel creyente y de la Iglesia hoy con-siste en saber si estamos cuidandobien nuestra fe, si la conocemos, sisabemos transmitirla, si, en definiti-va, estamos haciendo lo que tene-mos que hacer o deberíamos haceralgo distinto o algo más. Este «algomás» no quiere ser respuesta prag-

mática o eficacista, sino expresiónadecuada de la belleza de una fe quese celebra y se transmite, como te-soro, a otros.

Dos extensos capítulos presen-tan una serie de catequesis sobre laprofesión de fe, el Credo. El primercapítulo, «La fe como respuesta aDios que se revela», trata el tema dela revelación, tanto en su aspectomás subjetivo –la fe como respuestay adhesión del hombre a un Diosque se revela– como en su aspectomás objetivo –las verdades en lasque creemos los cristianos–. Si en elprimer capítulo se van relacionandorevelación y fe, Escritura y Símbolo,fe y resto de las virtudes, persona eIglesia, en el segundo capítulo se vanrecorriendo, en seis catequesis dis-tintas, los distintos artículos delCredo. Todos y cada uno de estoscapítulos, sugiere el autor, deberíanproponerse «en forma de seis en-cuentros de catequesis, que habríande darse preferiblemente en lostiempos fuertes del año pastoral».Son numerosas las citas del Conci-lio Vaticano II y del Catecismo, yllama la atención, en positivo, lautilización y cita del Catecismo delos jóvenes, el YouCat que el paparegaló a los jóvenes con motivo dela Jornada Mundial de la Juventuddel año 2011.

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PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGE-LIZACIÓN, Vivir el año de la fe, San Pablo, Madrid 2012, 262 págs.

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El tercer capítulo se dedica a lossacramentos: la fe celebrada. Si-guiendo el septenario sacramental ysu división en sacramentos de ini-ciación, curación y servicio a la co-munión, se va desgranando el senti-do profundo de lo que celebramosen la liturgia sacramental. El esque-ma es muy sencillo y fácil de seguir:se parte de la Escritura (del AntiguoTestamento cuando es preciso: porejemplo, para citar los ritos de puri-ficación y su relación con el Bautis-mo), centrándose en el dato neotes-tamentario. Tras el recorrido bíbli-co, se expone con claridad la reali-dad que estamos llamados a cele-brar en cada uno de los sacramentosy cómo la Iglesia ha entendido y vi-vido esta realidad a lo largo de lahistoria (cf. pp. 130-132, somerapresentación de la historia de la ce-lebración de la eucaristía). Comono podía ser de otro modo, al tratarde la historia, la exposición debe to-car las controversias sacramentalescon los protestantes desde el puntode vista de la tradición católica.

La fe vivida es el tema del cuartocapítulo, que se puede dividir endos partes. La primera se centraríaen la exposición de lo que es y estállamada a ser la comunidad cristia-na. La fe no se puede vivir a solas.Llama la atención, no obstante, queel documento reduzca esta comuni-dad a la comunidad parroquial.Cierto es que, citando al papa, alu-

de a «todas las realidades eclesiales»;pero tanto en los subtítulos comoen el desarrollo del tema, la reduc-ción a la parroquia y, por tanto, a laeclesialidad fundada en la territoria-lidad y diocesaneidad me pareceque no hace justicia a la enorme di-versidad de realidades plenamenteeclesiales. Comunidad, en cualquiercaso, en la que destacan, como susrasgos esenciales, el gozo y la alegríade quien participa en la vida deCristo, gozo que capacita al cristia-no para vivir las situaciones más di-fíciles; la simpatía propia de quiense encuentra a gusto y en comuniónconsigo mismo y con Dios (atracti-vo real); la proclamación del miste-rio de Cristo, de su muerte y resu-rrección: la comunidad cristiana de-be dar testimonio de aquello queproclama, transparentando al Diosde Jesucristo que sale al encuentrodel hombre, de todo hombre, en suexperiencia vital.

La segunda parte de este capítuloofrece una serie de iniciativas pasto-rales para este «Año de la Fe». Estaspropuestas se mueven entre lo con-creto de una experiencia –misiónpopular, peregrinación (en general, aJerusalén, a Roma)– y el campo delfomento de las actitudes (virtudes)misioneras –acercarse, preguntar, es-cuchar, proponer, partir.

Nada de lo expuesto hasta aquíse hace personalmente posible sinel cultivo de la propia interioridad.

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A la oración se dedica el quinto ca-pítulo: la fe rezada. «El filósofo sepregunta si existe un dios y si es ra-cional creer; la religión, en cambio,crea las condiciones para tener unarelación con Él a través de la ora-ción». Tras un breve recorrido porla oración en la Escritura, este sub-sidio nos invita a considerar el Credocomo «oración cotidiana del creyen-te», oración en sintonía con los másantiguos credos de nuestros padres

(cf. Dt 26,5-9), oración de profun-didad ecuménica que estamos invi-tados a saber de memoria.

Como colofón a esta obra seproponen distintas celebracionespara la apertura, clausura y distintosmomentos en el Año de la Fe. Es-quemas que no pretenden más queser ayudas que cada comunidad de-berá adaptar según sus exigenciaspastorales.

Abel Toraño, SJ

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El credo es el resumen más solemne y autorizado de los contenidos de lafe de la Iglesia, que se recita en pie en los momentos solemnes de la litur-gia. Este año de la fe convocado por el papa Benedicto XVI nos invita demodo explícito a conocerlo mejor y a comprender y asimilar su conteni-do, para enriquecimiento personal y para poder presentarlo y explicarlo aotras personas. Este libro nace con motivo del mencionado «año de la fe».Cuatro profesores de la Facultad de Teología de la Universidad Comillastratan de clarificar en qué consiste creer, para, a continuación, desplegarel contenido fundamental de los artículos del credo.

GABINO URÍBARRI, SJ (ED.)

El corazón de la fe

Breve explicación del credo

128 págs.P.V.P.: 10,50 €

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REVISTA SAL TERRAEINSTRUCCIONES PARA LOS AUTORES

1) La revista Sal Terrae acepta trabajos originales, no publicados previamente niaceptados para su publicación en el mismo o en otro idioma. Los trabajos ori-ginales serán escritos en lengua castellana, pudiendo incluir citas textuales enotros idiomas. Deben presentarse totalmente terminados y deberán adaptarse alas instrucciones dadas por Sal Terrae.

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4) Los autores de los trabajos recibirán una remuneración, su trabajo en formatopdf y dos ejemplares del número correspondiente de la revista.

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Título del artículo.

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Fecha de finalización del trabajo.

Un resumen o sumario del artículo en castellano de entre 80 y 110 palabras yuna lista de palabras clave en número no superior a cinco, que no podrán coin-cidir con las del título del artículo.

7) La revista Sal Terrae se encargará de traducir al inglés el título del artículo, elresumen o sumario y las palabras clave.

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8) Se recomienda utilizar estas fuentes tipográficas: «TimesNewRoman» paraWindows (o «Times» para Macintosh), tamaño 12 (texto) y tamaño 10 (notasa pie de página).

9) Los criterios que deben seguirse a la hora de elaborar las notas a pie de páginason:a) AL CITAR LIBROS: 1) inicial (es) del nombre (con punto) y apellido (s) del

autor en letra VERSALITA, dejando un espacio entre la inicial y el/los apelli-do (s); 2) título y subtítulo (si lo tiene) en letra cursiva; 3) nombre de la edi-torial en letra redonda; 4) lugar y fecha de publicación en letra redonda ysin coma entre ambas (si existe número de edición de un libro, se cita, porsupuesto a partir de la segunda, en superíndice, justo a continuación delaño de edición); 5) número (s) de página (s) citada (s), sin que le (s) prece-da (n) p. / pp.Nota 1: Escríbase el nombre de la ciudad en que se publica el libro en elidioma en que éste está escrito.Nota 2: Cuando se citen dos o más libros del mismo autor, sustitúyase, apartir de la segunda cita, la inicial del nombre y el/los apellido (s) por ID.Esta nota vale también para los apartados b, c y d de estas instrucciones pa-ra autores.

Ejemplo:

D. ALEIXANDRE, Las puertas de la tarde. Envejecer con esplendor, Sal Terrae,Santander 20093, 170-175.

b) AL CITAR ARTÍCULOS DE REVISTA: 1) inicial (es) del nombre (con punto) yapellido (s) del autor en letra VERSALITA, dejando un espacio entre la inicialy el/los apellido (s); 2) título en letra redonda y entre comillas («»); 3) nom-bre de la revista en cursiva, precedido por dos puntos (:); 4) número del vo-lumen de la revista; 5) año de publicación entre paréntesis y coma (,) detrás;6) número (s) de página (s) citada (s), sin que le (s) preceda (n) p. / pp.

Ejemplo:

G. BARBIERO, «“Un cuore spezzato e affranto tu, o Dio, non lo disprezzi”.Peccato dell’uomo e giustizia di Dio nel Sal 51»: Ricerche storico-bibliche 19(2007), 157-176.

c) AL CITAR ARTÍCULO EN OBRA COLECTIVA O VOZ DE DICCIONARIO: 1) inicial(es) del nombre (con punto) y apellido (s) del autor en letra VERSALITA, de-jando un espacio entre la inicial y el/los apellido (s); 2) título del artículo ovoz en letra redonda y entre comillas («»); 3) precedidos por coma (,) y en,inicial (es) del nombre (con punto) y apellido (s) del autor/editor del libro

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o diccionario en letra VERSALITA, dejando un espacio entre la inicial y el/losapellido (s); 4) ed./eds. entre paréntesis (ed./eds.); 5) título y subtítulo (silo tiene) del libro o diccionario en letra cursiva; 6) nombre de la editorialen letra redonda; 7) lugar y fecha de publicación en letra redonda y sin co-ma entre ambas (si existe número de edición de un libro, se cita, por su-puesto a partir de la segunda, en superíndice, justo a continuación del añode edición); 8) precedido por coma (,) y espacio, número (s) de página (s)citada (s), sin que le (s) preceda (n) p. / pp.

Ejemplo:

A. WÉNIN, «David roi, de Goliath à Bethsabée. La figure de David dans leslivres de Samuel», en L. DESROUSSEAUX – J. VERMEYLEN (eds.), Figures deDavid à travers la Bible, Cerf, Paris 1999, 75-112.

d) AL CITAR REFERENCIAS ELECTRÓNICAS, se siguen los criterios de a, b y c, yse añade: 1) después de autor, título, etc., y precedida y seguida por coma:en línea; 2) dirección web; 3) día de la consulta (entre paréntesis).

Ejemplo:

J. P. FOKKELMAN, Narrative Art and Poetry in the Books of Samuel I.King David, Van Gorcum, Assen 1981, en línea,http://www.salterrae.es/catalogo/index.php(consulta el 14 de febrero de 2010).

10. Formato de abreviaturas de referencia habituales: Ibid. / op. cit. / art. cit. / cf. /cap. / ss. / n. (número) / nota / vol. /vols.

11. Otras indicaciones: Los textos sangrados van entre comillas. Se acentúan lasmayúsculas. Se usan comillas bajas y, solo dentro de éstas, las comillas altas(Ejemplo: «Juan dijo: “Lo sé”»). Las citas bíblicas, según estos ejemplos: Mt6,1-3 / Mt 6,1-3.12-14.

12. En acentos, puntos, signos de puntuación, etc., síganse las normas de la RealAcademia Española (http://www.rae.es/rae.html).

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El Evangelio de Jesucristo es promesa de fidelidad y salvación para toda lahumanidad. Aprender de nuevo a vivir este mensaje, a dar razón de él conconvicción y a transmitirlo como esperanza para el futuro constituye elgran reto para la Iglesia en el siglo XXI, sobre todo a la vista de que la cri-sis de la fe es también una crisis del Evangelio vivido. El presente libro nosolo es una óptima introducción a la fe, sino que además proporciona va-liosas ayudas para llevar a cabo la nueva evangelización en nuestros días,muestra la vitalidad del Evangelio, válida para todas las épocas, y abreperspectivas para la transmisión de la mencionada fe.

WALTER KASPER

El Evangelio de Jesucristo

336 págs.P.V.P.: 25,00 €

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