hassel%2c sven - gestapo

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    GESTAPO

    Sven Hassel

    Omos ruidos y gritos detrs de nosotros Hermanito y el legionario se habandetenido para es-perar, mientras nosotros seguamos adelante Ambos se ocultaron entre la espesurade unos arbustos

    Los cuatro soldados rusos, muy jvenes, avanzaban corriendo. Llevaban lasinsignias verdes delas tropas de la NKVD. Algunas condecoraciones colgaban de sus pechos. Eransoldados valerosos, aquienes les gustaba la caza, a quienes les gustaba matar.

    Aparecieron en el recodo del camino. El legionario volvi un pulgar haca elsuelo. Hermanitorea. Las dos armas automticas dispararon a la vez.

    Hermanito disparaba en pie, con la ametralladora apretada contra la cadera, ytodo su cuerpode gigante vibraba a causa del violento retroceso.

    El legionario canturreaba:

    Ven, muerte, ven aqu...

    Los rusos cayeron de bruces. Dos de ellos se movan an cuando ces el tiroteo.

    Hermanito les dio el golpe de gracia. Era una costumbre que duraba desde hacaun ao, porqueincluso los heridos graves seguan luchando.

    -Medida de seguridad -dijo, riendo.

    -Bien, Hermanito. Buena idea. Ahora ya no podrn dispararnos por la espalda.

    Haban sorprendido al pelotn mientras celebraban una francachela en una cabaa.Era elcumpleaos de Porta. No omos la llegada de la patrulla de asalto rusa. Derepente, los cristales vola-ron hechos aicos, y las bocas negras de cuatro pistolas ametralladorasempezaron a escupir fuego enla habitacin. Nos pegamos al suelo.

    El legionario y Porta lanzaron varias granadas por la ventana. An nocomprendamos cmo

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    habamos podido escapar con vida.

    Nos reunimos en la cantera situada al otro lado del bosque. Faltaban ochohombres.

    -Yo he visto caer a dos - dijo Porta.

    Hermanito arrastraba tras de s a un teniente ruso. El Viejo dijo que haba quellevrselo pri-sionero.

    Al llegar al borde del campo de minas, el teniente lanz un grito. Hermanito seech a rer. ElViejo blasfemaba.

    -Este estpido oficial ha intentado largarse -explic.

    Pero habamos observado que su onda asomaba a medias por uno de sus bolsillos.La onda deacero con sus dos empuaduras de madera, la muerte silenciosa.

    -Lo has estrangulado! -grit el Viejo, acusador.

    -Bueno, y qu? Quera largarse -rezong Hermanito.

    Y se frotaba el bolsillo de su pantaln.

    -Asesino -dijo Stege.

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    LA FISGONA

    Nosotros, los supervivientes de la 5. Compaa, estbamos tendidos de bruces,bajo los manza-nos, contemplando las tropas de reserva que esperbamos desde haca cuatro das.Acababan de llegaren camiones. Estaban formadas en columna doble, en medio del camino. Sus armas ysus uniformesolan a nuevo. Haban llevado hasta aqu el olor a almacn.

    Les mirbamos con ojos de experto. A decir verdad, siempre mirbamos a todo elmundo con losojos de un soldado del frente, tanto si eran soldados como si no lo eran.Tcitamente, estuvimos deacuerdo en que aquellos 175 reservistas no tenan gran cosa en comn con los

    soldados. Llevaban suequipo como aficionados. El correaje mal ajustado les haba producidodesolladuras. Sus botas brilla-ban, pero eran rgidas. No las haban sumergido en orines y frotado despusvigorosamente con lasmanos para curtirlas. Sera imposible llegar muy lejos con unas botas tanrgidas. Las de Porta s eranunas botas ejemplares. Tan suaves, que se vea moverse su dedo meique en elinterior. Es cierto que,desde lejos, apestaban a orina. Como haba dicho el Tuerto, nuestro coronel,durante una revista:

    -Apestis como cien urinarios juntos.

    Pero el Tuerto no prohiba el curtido. Saba que los pies son esenciales para unsoldado. Es elarma secreta de la Infantera. Un comandante de Infantera inteligente cuidabams los pies de sus tro-pas que cualquier otra cosa. Hermanito peg un codazo al legionario.

    -Menuda pandilla de intiles nos ha tocado! Ivn los enviar directamente alinfierno, con slo abrirun poco los ojos. Si no estuvisemos aqu nosotros dos, hara mucho quehabramos perdido la gue-rra.

    El Viejo rea en silencio. Estaba tendido bajo un arbusto que le protega algo

    de la lluvia que enaquellos momentos caa con gran violencia.

    -Es raro que no hayan dado la Cruz de Caballero a un hroe como t, Hermanito.

    -Su Cruz de Caballero me la meto donde yo s -gru Hermanito.

    Y escupi hacia una mosca ahogada por la lluvia. Los oficiales, reservistastodos, gritaban inju-

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    rias. Uno de los reclutas perdi su casco de acero, que rod por el camino conun estrpito que le trai-cion.

    -Cerdo! -aull un Oberfeldwebel-. Paso ligero!

    El recluta, un hombre mayor, empez a evolucionar bajo los gritos delsuboficial.

    -Adelante! A la carrera!

    El Oberfeldwebel no le sigui. Permaneca en el camino, dando rdenes con susilbato: Era laclase de individuo que sabe hacer sufrir a los reclutas. En un cuarto de hora,consigui destrozar com-pletamente al hombre que haba dejado caer su casco. Aniquilado. Listo.

    El Oberfeldwebel se ri, satisfecho. Haba motivos para regocijar el corazn deun viejo subofi-cial.

    Nuestro jefe de Compaa, el teniente Ohlsen estaba hablando con el teniente quehaba trado alos reservistas. Ni siquiera se daban cuenta de que el viejo estaba en lasltimas. Se haba convertidoen una costumbre. Ocurra tan a menudo... En el reglamento, a esto se le llamabamantener la discipli-na. Ocurra ya en el ejrcito del emperador. La costumbre exiga que se esperaraa que alguien come-tiera una falta; entonces, se dispona de los medios para liquidarla. Erasencillo y ms eficaz.

    Los reclutas contemplaban, plidos, a su camarada que ya sin fuerzas, bajaba lacolina a gatas.Aunque el Oberfeldwebel le hubiera amenazado con un consejo de guerra, hubiesesido incapaz de le-vantarse.

    El Oberfeldwebel escupi en su direccin.

    -Cudrese, maldita sea!

    Pero el viejo permaneca en el suelo y sollozaba de un modo que desgarraba elalma. Ya slo erauna masa inerte. El Oberfeldwebel haba buscado los montones de estircol,cuando le haba enviado a

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    campo travs. Riendo suavemente para s mismo, contemplaba al hombre tendido enel suelo. Se lamael labio inferior.

    -Bueno, becerro! Si no quieres cuadrarte, tengo otros mtodos. No creas que hasterminado. Espera aque Ivn te dispare balas trazadoras contra el trasero. Entonces, sabrs lo quese puede aguantar. Co-ge la pala -gru.

    El viejo palp en busca de la pala de Infantera y consigui levantarla demanera reglamentaria.

    -Tiro de artillera enfrente. A hacer trincheras!

    El recluta intent cavar. Resultaba un espectculo bastante cmico. A aquellavelocidad, necesi-tara mil aos para hacer una madriguera. Durante la instruccin, el tiempo eraexactamente de once

    minutos y medio, cronometrados desde que se sacaba la pala del estuche. Y aydel que empleara unsegundo ms! Nosotros, veteranos del frente, todava ramos ms rpidos. Pero esverdad que haba-mos excavado miles de agujeros. Se podan encontrar desde la frontera espaolahasta la cumbre deElbruz, en el Cucaso; y habamos cavado en toda clase de tierras. Hermanito,por ejemplo, poda en-terrarse en seis minutos catorce segundos, y su corpachn necesitaba un agujeroprofundo. Se alababade poderlo hacer an ms de prisa, pero deca que no vala la pena porque nadieigualaba nunca sumarca.

    El Oberfeldwebel toc a su vctima con la punta de una bota.

    -En qu ests soando? Es que piensas terminar tu agujero cuando todos estemosmuertos y podridosen nuestras tumbas? Ms aprisa, ms aprisa.

    El recluta se desvaneci. Se desvaneci as sin autorizacin. El Oberfeldwebelestaba muy sor-prendido. Meneando la cabeza, orden a otros dos reclutas que se llevaran elcadver.

    -Y a eso le llaman soldados -murmur-. Pobre Alemania!

    Aquel tipo aprendera a conocerle, se prometi. l, el Oberfeldwebel Huhn,terror de Bielefeldt.Se frot voluptuosamente las manos. Espera, amigo mo, espera. Sers el primeroque liquide en estaCompaa.

    Pero el castigo haba surtido efecto. Ninguno de aquellos reclutas dejara caernunca ms su cas-co.

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    -Vaya latoso! -dijo Porta, con indiferencia, mientras mordisqueaba elsalchichn de cordero que habaencontrado cinco das antes en el macuto de un artillero ruso.

    Todos tenamos de aquellos salchichones de cordero. Salchichones de cordero delKakastn. Sal-chichones duros como piedras, salados; pero eran deliciosos. Slo ramos docesupervivientes. Lasgrandes prdidas apenas nos impresionaban ya. Nos habamos acostumbrado. Pero elbosque nos habacostado caro. Regresbamos, a travs de ese bosque cuando sorprendimos unabatera de campaa ru-sa. Como de costumbre, fue el legionario el primero que les vio. Ni siquiera lospieles rojas de Cooperatacaban ms silenciosamente que nosotros. Les liquidamos con nuestras kandras1.Cuando hubimosterminado, era como si un obs del 15 hubiese estallado entre ellos. Les camosencima como un rayo.Estaban tostndose al sol, tranquilos y confiados. Su jefe de batera, ungordito jovial, sali de la villa,

    sorprendido por el estrpito.

    -Ah, malditos cerdos! Han vuelto a atiborrarse de vodka y se estn peleando! -le dijo a su segundo,un teniente.- Vaya jaleo!

    Fueron sus ltimas palabras. Su cabeza rod por el suelo y dos chorros de sangrebrotaron de sucuello tembloroso.

    Sin guerrera y vociferando, el teniente huy hacia el bosque; pero Heide lealcanz y le clav sukandra en el pecho.

    Cuando hubimos terminado, presentbamos un aspecto horrible.

    Algunos de nosotros vomitbamos.

    La sangre y las tripas apestaban espantosamente; y adems haba moscas. Enormesmoscas azu-les.

    1 Cuchillo siberiano de doble filo.

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    2 En francs en el original.

    A nadie le gustaba el kandra. Era demasiado escandaloso, aunque un armaexcelente. No habaotra que la igualara. El legionario y Barcelona Blom nos haban enseado autilizarla.

    Nos sentamos en las cajas de municiones y en los obuses.

    Aliviados y satisfechos, empezamos a comer sus salchichones de cordero,regndolos con vodkaruso.

    El nico que no tena hambre era Hugo Stege. Siempre nos burlbamos de l porquehaba cur-sado estudios secundarios. Jams profera palabrotas. Nosotros lo encontrbamosanormal. A causa desu lenguaje correcto y de sus buenos modales le tenamos por un poco chiflado.Lo peor fue cuando

    Hermanito descubri que se lavaba las manos antes de comer. Nos remos duranteuna hora entera ydespus le aconsejamos que visitara a un psiquiatra.

    El Viejo contemplaba los salchichones de cordero y el vodka.

    -Llevmonos todo esto, esa gente ya no lo necesitar ms.

    -Qu hermosa muerte! -coment con nfasis el pequeo legionario-. Ni siquierase han dado cuenta deque les matbamos, Al es grande. l cuida de sus criaturas. -Pasabacuidadosamente un dedo por elkandra afilado como una navaja-. Cuando se sabe utilizar, no hay muerte msrpida.

    -En el fondo, es lstima - murmur Stege.

    Vomit de nuevo.

    -Lstima? -exclam Porta-. Por qu? Y si hubiera ocurrido al revs yhubisemos sido nosotros losque hubiramos estado roncando mientras ellos salan del bosque?

    -De todos modos, es lstima.

    Stege era obstinado.

    -Bueno, bueno, es lstima. Pero, entonces, maldita sea!, tambin es lstima quetengamos que arras-trarnos por este condenado bosque que nos importa un comino, Acaso es culpanuestra? Cuando tepusieron la cacerola de Hitler en la cabeza, te preguntaron si te gustaba matara la gente?

    -Eso es una estupidez -protest Stege-. En nombre del cielo, ahrranos tufilosofa.

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    -Camarade2, es cierto lo que dice Porta -intervino el legionario, pasndose elcigarrillo de un lado alotro de la boca-. Estamos aqu para matar, lo mismo que un mecnico est en ungaraje para repararautomviles.

    -Es lo que yo pienso -rezong Porta.

    Y sacudi las manos para ahuyentar las moscas que se elevaron de los cadveresde los rusos.

    Aquellos bichos nos exasperaban. Eran unas moscas insolentes que se te metanpor los ojos y lanariz. No haban comprendido la diferencia entre un muerto y un vivo. Portaseal a Stege con un de-do sucio.

    -Te has encontrado un kandra; no vengas a contarnos que tenas intencin decolgarlo de la pared, por-que primero no tienes pared, y como el maz no crece aqu, tampoco puedes

    utilizarlo para la cose-cha. Te guste o no te guste, tenas las ideas claras cuando lo cogiste delcadver. Lo queras para car-garte a alguien.

    -Cerdo! -dijo Stege entre dientes.

    -Soy un soldado nazi -replic Porta, lacnico.

    -Bah! -gru Heide, mientras secaba su ancho kandra en el pantaln.

    -Vaya porquera! Est mellado. Si por lo menos tuviramos una muela, podraafilarlo. No corta bien.Somos seres humanos, no? No vale la pena hacer sufrir a la gente ms de lonecesario.

    El Viejo se levant y dio unas rdenes breves:

    -Recoged las armas. En columna de a uno.

    Hermanito y Porta no tardaron en alcanzarnos. Primero, haban querido saquearlos cadveres.Haban estado a punto de pelearse por tres dientes de oro. Porta consigui dos.Hermanito tuvo quecontentarse con uno.

    El Viejo estaba furioso.

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    3 Prisin militar tristemente celebre. (Ver Batalln de castigo.).

    -Siento verdaderos deseos de liquidaros a los dos. Me da asco veros arrancar losdientes de oro a loscadveres.

    -No seas melindroso -replic Porta, con irona -. Enterraras t un anillo deoro? Prenderas fuego aun billete de mil? Supongo que no, porque, en tal caso, estaras loco de atar.

    El Viejo rezong an otro poco. Saba bien que en cada Compaa, tanto en lanuestra como en-tre las del otro lado, haba dentistas, que llevaban sus tenazas cortantes enel bolsillo. No poda evi-tarse.

    Ahora, estbamos all, bajo los frutales, masticando los salchichones de losartilleros muertos.Las gotas de lluvia caan rtmicamente de los rboles. Tenamos fro y

    estirbamos la tela ms haciaarriba para cubrir nuestros cuerpos temblorosos. Era el objeto de mltiples usosde nuestro equipo: es-clavina, tienda, cobertura de camuflaje, saco de transporte, colchn, hamaca yatad. Era lo primeroque nos alargaban los empleados del almacn y era lo nico que nos segua hastala tumba.

    Porta contemplaba las nubes cargadas de lluvia.

    -Lluvia, siempre lluvia. Las montaas son un asco para combatir. Os acordis decuando pelebamosen la dulce Francia? Siempre haca sol, y durante los altos podamos permitirnosel lujo de tostarnos.

    -Dios mo! -suspir Julius Heide-. Aquello s que era una guerra. Pero fuesuerte no habernos pasadoal otro bando! Ahora estaramos fros. Os acordis de los desertores que vimos,arrastrados por losperros de guardia de la polica militar, en direccin a Torgau3, despus de lacapitulacin de los fran-ceses?

    -No es que se pueda asegurar que estaramos muertos -murmur Hermanito, soador.Se sent en lahierba mojada e inclin el busto hacia delante. Sus ojillos negros brillaban-.Tal vez estaramos en

    Londres, donde vive ese Churchill. Me han dicho que es un verdadero placer serprisionero de guerrade los Tommies. Os acordis del comisario capitn con quien conversamos enNikolaijev? El que sehaba disfrazado de campesino pero al que Anda o Revienta desenmascar.Aseguraba que nuestroscamaradas se paseaban por los parques de los Lores y cogan violetas para sussalones; y que, por lanoche, se divertan con las criadas en el heno. Sera el mayor mentiroso delmundo si afirmara que no

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    me gusta el olor del heno. Una vez tuve una aventura con una chica en un henil,y os aseguro que laproximidad del heno me excit mucho.

    -Es mejor que no haya demasiados mosquitos en la parte superior -dijo Heide,apuntando su salchi-chn hacia el Oberfeldwebel que haba torturado a muerte al viejo recluta-.Vamos a divertirnos conese Oberfeld. Nos causar problemas.

    -Entonces, nos lo cargaremos -decidi Hermanito, mientras se sonaba ruidosamentecon los dedos-.No tienes ms que indicrmelo; soy un experto en liquidar a tipos como l.

    -Qu ser de nosotros cuando todo eso haya terminado! -dijo Stegefilosficamente-. En realidad, slohemos aprendido a matar, Hermanito.

    -Desde luego que no -contest ste, risueo-. Siempre harn falta muchachosrpidos para matar. Es

    que no es verdad, Anda o Revienta?

    -Tienes razn, mon camarade.

    -No entiendo nada de tu idioma extranjero. Pero cuando se habla de liquidar alos otros, pienso de re-pente que siempre he temido diarla. El gran salto por la estratosfera no meseduce demasiado.

    -Temes tal vez encontrarte con el buen Dios? -pregunt Stege.

    -No -gru Hermanito-, no es por eso. Es ms bien porque, una vez tienes unagujero en el crneo, to-do est listo. Y luego, punto final. No creo en Dios. Si existe, sera el finalpara m, dado mi expe-diente.

    Hermanito se balanceaba un poco, indeciso. Arrugaba su estrecha frente, buscabalas palabras.

    -No llego a imaginar que algn da ya no habr la cerveza de las siete,escondido en las letrinas encompaa de varios camaradas, y un par de dados. Ese canguelo de estirar la patalo tena ya cuandoera chico, antes de que me metieran en el hospicio y cuando haca recados parael seor Kleinsch-

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    midt, el lechero de la Davidstrasse. Siempre corra bajo los faroles armandoruido con mis botellas,porque tena una idea estpida en la cabeza. Si me dejaba atrapar por laoscuridad, el hombre del cu-chillo vendra a clavrmelo. -Se hinc de rodillas y nos mir a todossucesivamente. Despus, prosi-gui en voz baja-: Dulce Jess, hijo de Mara, cuanto miedo tena. Recuerdosobre todo una puerta enel extremo de la calle Bernhard Nocht. Haba que atravesar un pasillo largo yestrecho antes de llegara la escalera, y en cada planta haba largos pasillos por los que se llegaba alas viviendas. En todaspartes haba vagabundos dormidos. A menudo, tropezaba con ellos. Evidentemente,tena una prisaendiablada, como todos los repartidores de leche. Algo me deca que el hombredel cuchillo estabaentre los mendigos. Y tena razn. Lo comprend cuando me metieron en elhospicio. En aquella mal-dita jaula encontr a un fulano. Su hermana haba sido despanzurrada por un

    vagabundo exactamenteen aquel nmero de la calle Bernhard Nocht donde, cada maana a las cuatro,reparta mis botellas deleche. Y si me hubiera encontrado a m? A aquellas horas, ya hubiese podidogritar cuanto quisiera.En todas las viviendas, dorman despus de haber empinado el codo. Nadie sehabra molestado porun chiquillo que peda socorro.

    -No te buscaba a ti -dijo Barcelona, convencido.

    Hermanito le mir, boquiabierto.

    -Maldita sea! Cmo lo sabes, borracho? Le conociste?

    -Est muy claro -contest Barcelona Blom-. Peg varas cuchilladas a una chicapara aprovecharse deella. No es cierto?

    Hermanito asinti con la cabeza.

    Barcelona se ech a rer.

    -Entonces, est claro como el agua del manantial. El individuo quera juerga.Los jovencitos no le inte-resaban. Por lo tanto, no tenas nada que temer.

    -Hara falta mucha hambre para fijarse en Hermanito -coment Porta, riendo.

    El legionario sonri levemente.

    -No olvidis que aqu nos falta todo eso. Tal vez Hermanito podra ganarse lavida haciendo horas ex-traordinarias.

    -Si alguien tratara de acercrseme -dijo Hermanito, sacando su cuchillo decombate, que clav con fu-

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    ria en el suelo-, no sobrevivira. Los pederastas no me interesan. No me importael fsico de las ga-chs; no me importa que tengan quince o cien aos, que sean rameras o que vayanen sillas de ruedas;me interesan todas enormemente. Pero los otros, al cuerno.

    Y Hermanito escupi con repugnancia.

    El teniente que haba trado a los reclutas los hizo formar en una sola filaantes de marcharse. Derepente, le haba entrado prisa. Quera marcharse rpidamente, avisado por suinstinto. Aquello olamal. Hizo su discursito habitual, que pona trmino a sus deberes por lo querespectaba a aquel trans-porte.

    Los reclutas le escuchaban con un silencio indiferente. El oficial graznaba comouna rana acata-rrada.

    -Fusileros blindados! Ahora, estis en el frente. Pronto tendris que combatircontra los sanguinariosenemigos del rey, los hombres de la marisma sovitica. Ser la oportunidad paraque reconquistisvuestro honor cvico y vuestro derecho a vivir de nuevo entre los hombreslibres. Si sois valientes deverdad, vuestro expediente judicial ser eliminado. Vosotros mismos debisrehabilitaros. -Carraspey aadi, con cierta timidez-: Camaradas, el Fhrer es grande.

    La risa de Porta lleg hasta l. Le pareci entender la palabra cretino.

    Los mir de reojo. Enrojeci. Pareca tener fro. Se llev una mano a la fundade su pistola.

    -Soldados! -prosigui-. Debis reaccionar. No decepcionis al Fhrer. Tenisque redimir vuestroscrmenes contra Adolph Hitler y el Reich.

    Respir profundamente y mir con fijeza hacia nosotros doce, bajo los rboles.La cara de crimi-nal de Hermanito, vuelta hacia l, brillaba junto a la ce Porta, astuta como lade un zorro.

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    -Luchis junto a los mejores hijos de nuestro pas grazn-; y desdichado delpuerco que se muestrecobarde. Sera la peor tontera que podra hacer.

    -Los mejores hijos! Esta s que es buena! -dijo el Viejo, riendo-. Por lovisto no conoce a Porta ni aHermanito.

    Hermanito grua como un lobo hambriento que olfatea su presa.

    -Soy el mejor hijo de mi madre.

    -Porque no ha tenido ningn otro? -pregunt Julius Heide.

    -Ahora, no -dijo Hermanito -. Los dems se marcharon.

    -Qu ha sido de ellos? - pregunt Porta.

    -El ms joven, en un momento de locura, se present en la Gestapo, en

    Stadthausbrcke, n. 8. Debafacilitar explicaciones relativas a un asunto de la calle de Budapest. Ya norecuerdo los detalles, perose trataba de una pared, de un bote de pintura y de un pincel. Aquel cretinotena la mana de escribiren las paredes. No volvimos a verle. A Buller le rebanaron el cuello el ao1939, en el Fuhlsbttel.Fue el mismo da que se cargaron a mi viejo. Y despus, estaba Gert. Eracompletamente idiota. Sepresent voluntario en la Marina de Guerra. Se hundi en el U-18, en 1940.Como agradecimiento,recibimos una hermosa tarjeta del almirante Doenitz. Ya sabes, con la orladorada y todo. Y las pala-bras: Der Fhrer dankt Ihnen. Aquella tarjeta tuvo un triste destino, lo quehubiera desagradado ex-traordinariamente al seor Doenitz.

    Hermanito peg un buen mordisco al salchichn.

    -Pero como no lo supo...

    -Qu le ocurri a la tarjeta del almirante? - pregunt Barcelona Blom, curioso.

    -Menudo jaleo se hubiera armado si llega a conocerse esta historia! Era undomingo por la maana!La seora Creutzfeld se haba instalado en el retrete. Cuando quiso limpiarse,se dio cuenta de que no

    le quedaba papel. Treme un papel suave, me grit. Le entregu la tarjeta delalmirante. Fue todolo que pude encontrar con las prisas. Mi madre se enfureci contra el seorDoenitz porque la tarjetaera tiesa como una tabla.

    -Te has convertido en hijo nico? -le pregunto.

    -S, los otros once han desaparecido. A algunos se los cargaron. Tres seahogaron en el mar. A los dos

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    ms pequeos los quemaron vivos durante las visitas de los bombarderos deChurchill. No quisieronbajar al refugio. Queran ver los aviones. Slo queda ya la seora Creutzfeld,esa granuja y yo.

    Hermanito mir a su auditorio, antes de proseguir.

    -No todas las familias han sacrificado tanto en el altar de Adolph! - Volvi amorder el salchichn decordero y bebi un poco de vodka-. Pero que se vayan todos al cuerno con tal deque a m no me pasenada. Y algo me dice que conseguir escapar.

    -Slo me sorprendera a medias - dijo el Viejo.

    Examinamos el brebaje de la olla del legionario. Porta aadi un poco de lea.El fuego ardaalegremente. El legionario removi la espesa sustancia. Apestaba un poco, peromenuda curda atrapa-mos. La llevamos por todas partes durante casi una semana. La habamos metido en

    cantimploras. Te-na que fermentar, haba dicho Barcelona Blom. Ahora, haba que hacerlo hervir,y en cuanto hirviera,procederamos a la destilacin. Porta haba fabricado un alambique sensacional.La olla la habamosrobado en un vagn de cocina. Era una de esas ollas cuya tapa poda atornillarsepara cocer a presin.Habamos hecho un agujerito en la tapa, para fijar en l el aparato dedestilacin de Porra. Y esper-bamos con impaciencia a que el lquido empezara a hervir.

    -Menuda juerga nos espera - exclam Heide, alegre.

    -Heil, Sieg!

    Eran los reclutas que saludaban con estas palabras el discurso de adis delteniente de transpor-tes.

    Sin ms formalidades, el teniente Ohlsen se hizo cargo de los reclutas. Elteniente desconocidodesapareci con su Volkswagen anfibio.

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    4 Heeresdienstvorschnft (Reglamento de Servicio del Ejrcito).

    Los reservistas rompieron filas y formaron pequeos grupos, bajo los rboles.Echaron su equipoal suelo y se tendieron sobre la hierba mojada. Se mantenan a distancia denosotros, los veteranos. Lesintimidbamos.

    El Oberfeldwebel Huhn avanz hacia nosotros, muy seguro de s mismo. Al pasarpor nuestrolado roz la olla del legionario, y unas gotitas cayeron al suelo. El suboficialfingi no advertirlo, yprosigui su camino. Sus botas nuevas crujan y nos enviaban su olor a almacn.

    El legionario apret los labios y mir al Oberfeldwebel con ojos malvolos;despus, hizo a Her-manito el signo convenido: el pulgar hacia el suelo.

    Hermanito lanz un resoplido y se ajust el correaje. Tena el salchichn de

    cordero, en una ma-no; en la otra, un bote hojalata lleno de brebaje. La tela mojada colgaba de sucintura cuando empez aseguir tranquilamente al Oberfeldwebel Huhn.

    -Eh, buen hombre! -grit de repente-, has derramado el jugo del caballero.

    Huhn se detuvo en seco, como alcanzado por un rayo, y se volvi vivamente.

    -Por todos los diablos! Qu mosca le ha picado? No sabe cmo hay quedirigirse a un superior?

    -Claro que lo s -contest Hermanito, impasible-. Pero ahora no se trata de eso.Has derramado el jugodel caballero. Esto no se hace.

    El Oberfeldwebel se ajust la gorra, y estall:

    -Es que se ha vuelto loco? Utilice un poco el cerebro, y observe el HDV4 parahablarme. De lo con-trario, le ensear a...

    -Anda y que te ondulen - le interrumpi Hermanito -. Ahora hablamos del jugo.Despus nos ocupa-remos de tu problema.

    Huhn inspir profundamente. Jams haba visto nada igual. Desde haca siete

    aos, instrua a losreclutas de las guarniciones y de los campos. La ltima vez, en el terriblecampamento disciplinariomilitar de Heuberg. Si alguien se hubiera atrevido a hacer lo que Hermanito,habra recibido inmedia-tamente un balazo en la cabeza. Por un momento, este agradable pensamiento paspor su mente; sacarla pistola y vaciar la recmara en el hocico de Hermanito, pero algo le hacadesconfiar de esta solu-

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    cin draconiana. Reinaba una extraa calma. Todos miraban a los dos hombres.Incluso los oficiales,el teniente Ohlsen y el teniente Spt.

    Hermanito permaneca inmvil, con el salchichn en la mano.

    -Has derramado el jugo del seor, Oberfeld. Esto no nos gusta.

    Huhn abri y cerr la boca varias veces. En realidad, no saba qu decir. Lo queocurra era to-talmente increble. Ni siquiera el Consejo de Guerra le dara crdito. Sinembargo, tena que admitirque, efectivamente, tena ante s a un corpulento y estpido Stabsgefreiter queenarbolaba un salchi-chn y le tuteaba, a l, un Oberfeldwebel.

    Hermanito apunt su salchichn hacia el pecho de Huhn.

    -Es intil Oberfeld. Tendrs que pagar una multa a Anda o Revienta. Existenciertos impuestos sobre el

    bebercio. No se le puede derramar de esta manera, y, en el 27., es ellegionario quien tiene el mono-polio para fabricar Schnapp. Adems, hace das que paseamos nuestra olla. Latenemos desde quese la robamos a los rusos. Es una olla estupenda! Si quisieran conceder la Cruzde Hierro a las ollas,sta tendra una. No se ha derramado ni una sola gota durante el transporte.Despus, llegamos aqu,nos tendemos tranquilamente bajo los manzanos, con esta maldita lluvia, paradarle un ltimo hervora nuestro jugo. Y, qu ocurre? Te presentas t y lo derramas. Y ahora an te ladas de ofendido. Pe-ro es que no comprendes la situacin. Los ofendidos somos nosotros.

    Huhn entorn los ojos y avanz un paso hacia Hermanito. Apoyaba una mano en lapistolera.

    -Bueno, ya basta. Cmo te llamas, cerdo? Ya sabr meteros en cintura. Podisestar seguros. Tengolos medios para hacerlo.

    Sac papel y lpiz.

    A Hermanito le importaba un comino.

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    5 Es decir, que no lleva en su escudo el guila alemana.

    6 Secreto de Estado.

    -T no ests bueno, Oberfeld. Tienes ms motivos para temerme que yo a ti.Ahora, ests en el frente,en una Compaa de asalto sin la gallina5; y somos varios tiradores escogidoslos que podemos ocu-parnos de ti. Apuesto diez contra uno a que no regresars del frente. Eresdemasiado estpido. Parasalir vivo de esta guerra, hay que tener una cabeza muy clara.

    Sabe Dios lo que hubiera ocurrido si el teniente Ohlsen no hubiera intervenido.Llam a Huhn y,al mismo tiempo, se volvi hacia Hermanito.

    -Cllese, Creutzfeld, si no quiere ir al calabozo. Entendido?

    -Bien, mi teniente contest Hermanito, casi cuadrndose ante el otro.

    Entrechoc los tacones y avanz hacia nosotros arrastrando los pies.

    -Le hinchar los morros a ese tipo -se prometi, al mismo tiempo que se sentaba.

    -Ya os he dicho que nos divertiramos -con l -dijo Heide, meneando la cabeza-.Es un crpula. Ya ve-ris. No ha terminado de darnos la lata.

    -Podramos atarle una granada en el trasero propuso Porta.

    -Dejaos de tonteras -dijo el Viejo-. Un da os pescarn si segus liquidando avuestros superiores.

    -Sacre nom de Dteu, esto empieza a hervir -declar el pequeo legionario,mientras atornillaba la ta-padera-. Psame el tubo de caucho. Empezar a manar.

    Contemplbamos con recogimiento el alambique, en cuyo interior los vapores setransformabanen lquido.

    Todos se haban agrupado a nuestro alrededor. Con la mirada fija, Hermanitorociaba el alambi-que improvisado con el agua obtenida mediante un sistema de irrigacin.

    -Est manando! -exclam Porta-. Maldita sea!

    Se apresur a poner una botella debajo.

    -Hijos mos, no tenis idea de la sed que tengo -murmur Heide.

    La botella de Porta se llen lentamente.

    Durante toda la noche, proseguimos llenando botellas. Nuestro cansancio habadesaparecido derepente.

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    El teniente Ohlsen mene la cabeza.

    -Estis locos. Si os bebis esto, estiraris la pata.

    -En todo caso, mi teniente, ser una hermosa muerte -replic Heide mientraspasaba un dedo por elgollete.

    -Pero, no vais a filtrarlo? -pregunt el teniente Spt, siguiendo las gotas conla mirada.

    -No vale la pena -contest el legionario.

    -Pero, y el metanol? -pregunt el teniente.

    -No nos importa -repuso con indiferencia el legionario-. Lo esencial es quepodamos emborracharnos.

    -Y lo conseguiremos -dijo Heide, con gran conviccin.

    -Si Ivn sospechara que tenemos esta olla, nos atacara en el acto.

    -Nuestra olla es gekados6 -cuchiche Porta, misteriosamente.

    El teniente Ohlsen se ri, y despus se march hacia un seto, seguido por elteniente Spt.

    Al da siguiente, tambin se nos permiti descansar bajo los manzanos. Nospasamos toda la jor-nada cocinando. Para que nuestro trabajo fuera ms eficaz, habamos creadogrupos de trabajo. Empe-zbamos a albergar la ingenua esperanza de que se olvidaran de nosotros, y nosdejaran all, bajo losmanzanos.

    Pero despus de medianoche, omos una moto que bajaba con estrpito de lamontaa. Al llegara nuestra altura, el vehculo se detuvo. Un suboficial cubierto de barro saltal suelo.

    -El jefe de la 5. Compaa? grit.

    El teniente Ohlsen se levant para recibir el mensaje.

    La estafeta desapareci inmediatamente, a toda velocidad.

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    -Merde, va a ver jaleo nos predijo el legionario-. Dmonos prisa en terminar eljugo. Ya slo faltanunos diez minutos.

    -Hay treinta y una botella -.declar Porta, triunfalmente.

    -Cundo empezaremos a beber? pregunt Hermanito.

    El legionario le mir con recelo:

    -Intenta tan slo meter la nariz y te las vers conmigo. Compris, petit ami?

    -Aguafiestas refunfu Hermanito.

    El silbato del teniente Ohlsen reson en la oscuridad.

    -5. Compaa, preparada para la marcha! En columna, en el camino. Pero aprisa,seores.

    El Oberfeldwebel Huhn se nos acerc.

    -No lo habis odo, cretinos? El jefe de Compaa ha dado la orden de marcha.

    -El nico cretino que hay aqu eres t sise el legionario.

    Huhn empez a despotricar.

    En aquel momento, ocurri algo que sorprendi a todo el mundo. El Viejo seacerc al Ober-feldwebel Huhn hasta que sus cascos casi se tocaron.

    -Oberfeldwebel Huhn empez a decir con voz tranquila, pero cargada de amenazas-, he de decirtealgo. Soy el jefe de esta seccin, y si alguna vez te diriges a uno de mishombres, te pondr en tu lu-gar. No soy ms de un feldwebel del frente, y no conozco la vida de guarnicin;pero veo que t noconoces la vida del frente. No me gusta emplear la violencia, pero si te metesen mis asuntos dejarlas manos libres a mis hombres para que hagan lo que se les antoje contigo.

    Porta se ech a rer.

    -Bien dicho! Pero, de qu sirve tener tantos miramientos con un imbcil?

    Huhn se dispona a poner el grito en el cielo, pero una mirada de el Viejo le

    detuvo. Cuando sedispona a dar media vuelta, no pudo contenerse, y exclam:

    -Os creis muy listos, eh? Pues esperad, y veris.

    Tras lo cual, se acerc al teniente Spt, a quien empez a quejarse en voz alta.El teniente Spt semarch tranquilamente, dejndole con la palabra en la boca.

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    -Vamos, vamos -orden el teniente Ohlsen desde el camino-. A las armas,muchachos, y en fila. Porta,maldita sea!, muvete...

    Porta y Hermanito levantaron la olla y se colocaron en fila, delante delteniente, que fingi nover el recipiente.

    Heide y Barcelona arrastraban sus armas. Los reclutas acudieron corriendo.Tropezaban entre sy se peleaban. Inadvertidamente, uno dio un golpecito a Porta.

    -Vulvelo a hacer otra vez, mueco de cartn, y recibirs tal bofetada que teolvidars de tu padre, detu madre y de Hitler.

    El recluta se qued boquiabierto, pero guard un prudente silencio.

    -Hatajo de desgraciados...! -gru Hermanito.

    -5. Compaa, firmes! Media vuelta a la derecha! -orden el teniente Ohlsen.

    Los jefes de seccin indicaron el rumbo a seguir.

    -Mirada al frente. Porta, maldita sea!, dnde est tu casco? No quiero vertecon esta especie de som-brero de copa -grit el teniente Ohlsen-. Me vuelve loco.

    Porta se quit el enorme sombrero amarillo.

    -No tienes casco? -insisti el teniente Ohlsen, irritado.

    -No, mi teniente. Ivn me lo birl.

    El teniente Ohlsen movi la cabeza y mir al teniente Spt. Ambos renunciaron aseguir discu-tiendo con Porta.

    -Vamos, cbrete, Porta. No puedes ir con la cabeza desnuda.

    El sombrero de copa volvi a dominar toda la Compaa. Pareca una chimenea.

    -Media vuelta a la izquierda! De frente, marchen!

    La lluvia nos azotaba el rostro y resbalaba a chorros por nuestras espaldas.

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    Una liebre atraves el camino.

    -Nos habra sido muy til -dijo Porta, suspirando.

    -La hubisemos cocido en nuestro brebaje -aadi Hermanito.

    -Es lo que hacen en las grandes tascas -explic Heide.

    -Y es bueno? -pregunt Porta.

    -Sin duda. Los ricos pagan mucho dinero para comerlo -repuso Heide.

    -Si por lo menos tuviese una gach... -medit Hermanito, levantando los ojoshacia el cielo-. Apenasme acuerdo del aspecto que tienen.

    -Te sera posible con un tiempo as? -pregunt Heide, pegando un codazo aHermanito.

    -Yo? Siempre estoy dispuesto.

    -Es completamente imposible -protest Steiner, el chofer de camin que estabacon nosotros porquehaba vendido un camin del Ejrcito a un italiano, en Miln.

    -Lo que cuenta es el calor interior -dijo Hermanito con gran finura.

    -No te creo -insisti Steiner, obstinado.

    -A callar, ladrn -vocifer Hermanito-, o te las vers conmigo.

    -Tendras que ser el ltimo en escandalizarte. Existe un solo artculo delCdigo penal que no hayasviolado?

    -Mierda! El Cdigo Penal est hecho para que alguien le saque provecho; por lodems, he de decirteque, sobre todo he sido condenado a causa del artculo que trata de la cosa ytambin puedo afir-marte que siempre he sido honrado al escogerlas. No soy como ese fulano que noscargamos hacequince das, y que las conoca de menos de diecisis aos. Las mas siempre hantenido ms de veinteaos, sin excepcin.

    -Les pides la partida de nacimiento antes de acostarte con ellas? -pregunt

    Porta, riendo.

    -Cuntas tienes en la lista? -interrog Heide con inters.

    -Oh! Nunca he llevado la cuenta, pero son muchas -decidi Hermanito.

    Se haba quedado muy pensativo.

    -No hablen tan fuerte; estamos cerca de Ivn -intervino el teniente Ohlsen.

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    Abandonamos el camino para meternos en las montaas. El terciopelo de la hierbasofocaba elruido de nuestros pasos. En algn punto de las tinieblas una vaca suspiraba desatisfaccin.

    Se dieron rdenes en voz baja:

    -En columna de uno.

    El Oberfeldwebel Huhn encendi un cigarrillo.

    El teniente Spt compareci en el acto y silb entre dientes, a una presin dedoscientas atmsfe-ras.

    -Idiota! Est completamente loco? Apague eso antes de que los tiradores noslocalicen! Mereceraque le matara aqu mismo. Lrguese a retaguardia de la Compaa, no quierovolver a verle.

    Huhn desapareci con el rabo entre piernas.

    De repente, una granja apareci ante nosotros. Descubrimos un leve resplandor.El teniente Ohl-sen levant una mano para ordenar alto. Apenas respirbamos. Qu habra enaquella granja? EstaraIvn, con las ametralladoras preparadas para rociar a toda la Compaa?

    -Heide, Sven, Barcelona y Porta -cuchiche el teniente Ohlsen-. Vayan aregistrar ese nido. Pero seanprudentes. Procuren no disparar: utilicen los kandras. Ivn debe de estar muycerca.

    Sacamos nuestros cuchillos y empezamos a deslizarnos hacia los edificios.Temblbamos de ner-viosismo. Cuntos seran?

    Ya estbamos cerca cuando nos dimos cuenta de que Hermanito nos haba seguido.Llevaba uncuchillo entre los dientes y un lazo de acero en una mano. Rea, lleno deesperanza, y cuchiche:

    -La mitad de los dientes de oro es para m.

    Porta lleg el primero. Como un gato, se deslizo por una ventana. Ningn ruido.

    Le seguimos. Una puerta chirriaba en algn lugar de la casa.

    -Hay alguien -murmuro Heide-. Voy a lanzar una granada.

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    7 Entiendes? (en ruso).

    -Idiota...! gru Barcelona.

    Hermanito hizo restallar su lazo.

    Porta escupi por encima del hombro izquierdo. Daba suerte.

    Hermanito penetr en la oscuridad. Un dbil sonido lleg a nuestros odos. Ungemido de dolor.Luego, de nuevo el silencio.

    Reapareci Hermanito. De su lazo colgaba un gato.

    -He aqu al enemigo -dijo riendo, mientras nos mostraba el gato estrangulado.

    Todos respiramos, aliviados.

    -Uf! -suspiro Barcelona-. Y yo que esperaba toda una Compaa de rojos.

    -Pandilla de miedosos...! -dijo Hermanito, despectivo, mientras se libraba, conun ademn, del gatomuerto.

    Empezamos a registrar todos los armarios, para ver si contenan cosasinteresantes.

    Hermanito encontr un bote de mermelada. Se sent en el suelo, en medio de lahabitacin, conlas piernas cruzadas y se puso a comer.

    Porta empez a beber de una botella. Hizo una mueca, mir la etiqueta, pero seconvenci deque, efectivamente, pona coac. Bebi otro sorbo y, despus, alarg la abotella Heide.

    -Un coac extrao.

    Heide lo olfate, bebi un trago, tir la botella por lo aires y escupi.

    -Vaya porquera! Es tetracloruro. Me alegro de haberte conocido.

    Hermanito se ech a rer.

    -En tierra desconocida hay que limitarse a la mermelada Eso todo el mundo sabelo que es.

    Una puerta chirri. Pegamos un brinco. En un santiamn Hermanito y Barcelona seencontrarondetrs de un aparador.

    La mermelada se esparca por el suelo.

    Porta se precipit hacia la puerta, la abri de una patada, y grit:

    -Eh! Manos arriba!

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    Yo haba quitado ya el seguro de una granada, dispuesto a lanzarla.

    Pero la calma era total.

    Haba alguien. Lo percibamos. ramos como fieras. Nos sentamos capaces dematar, por miedoy por placer. Varios aos de guerra cambian a un hombre por completo. Los queestaban all eran ad-versarios. Si no les matbamos, nos mataran. Se trataba de ser el ms rpido.

    Escuchamos.

    -Llamemos a la Compaa - murmur Barcelona.

    -Peguemos fuego a este burdel -propuso Hermanito-. Despus, podremoscargrnoslos a medida quevayan saliendo de las llamas. El fuego es estupendo cuando se busca a alguien.

    -Chitn! -gru Porta-. Si hacemos esto, la artillera rusa no tardar en

    respondernos.

    -Sabemos lo que son los obuses -protest Hermanito-. Valen ms que toda estamierda.

    La puerta chirri de nuevo. Sin reflexionar en las posibles consecuencias, Portaencendi su lin-terna y se precipit hacia otra puerta que haba en el extremo opuesto de lahabitacin. La abri de gol-pe y recorri la habitacin con el haz luminoso de su lmpara. Una joven estabapegada a la pared.Llevaba una enorme cachiporra en la mano.

    La contemplamos sorprendidos. Hermanito fue el primero en recuperar el habla.

    -Una gach! Hablas el alemn, pequea?

    La cogi brutalmente por la barbilla y le cosquille detrs de una oreja con laempuadura de sulazo de acero.

    -He estrangulado a tu gato, pero ya te regalar otro. Quieres jugar a gatitosconmigo?

    -Yo no soy partisana -declar la muchacha, en mal alemn-. Nix, nix. Yo nocomunista, nix; nix. Yogusto mucho soldados germanski. Panjemajo?7.

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    8 Seor.

    -Oh, s! Nosotros panjemajo -dijo Porta, riendo-. Pero, por qu t metertetracloruro en botella decoac?

    -Njet entender, Pan8 soldado.

    -Nadie entiende nunca lo que se dice cuando ha cometido una estupidez -dijoHeide con sarcasmo.

    Hermanito seal con un dedo la cachiporra de la joven:

    -Llevas un bastn algo pesado, no crees? Y si te ayudara a llevarlo?

    Sin una palabra ms, cogi el arma de manos de la aterrorizada joven. Ella lesegua nerviosa-mente con la mirada.

    -Yo nix pegar soldado germanski con bastn -tartamude-. Yo pegar nicamenterusski. Ellos malos.Germanski, buenos.

    -S, somos unos angelitos -dijo Heide, riendo-, con alas de cera que no resistenla proximidad del fue-go.

    -Ests sola? -pregunt Barcelona en ruso.

    La muchacha le mir.

    -T oficial?

    -S -minti Barcelona-. Yo general.

    -Los dems, en cueva, bajo trampa secreta -explic la joven.

    Porta lanz un silbido.

    -Esto empieza a ponerse interesante!

    Hermanito recogi su bote de mermelada. Se sent en una mesa, con las piernascolgando, y sepuso a comer.

    -Excelente mermelada -le dijo a la muchacha-. Tenis ms?

    -Cllate! -gru Porta-. Hay cosas ms importantes que la mermelada. Tal vezestemos sentados en-cima de un puado de rusos.

    -Tradmelos -dijo Hermanito, riendo-. Los estrangular a medida que lleguen.

    -Dnde est la trampa? -pregunt Porta.

    La muchacha seal hacia un rincn.

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    Vimos una trampa bien disimulada.

    -Soldados russkis? -pregunt Barcelona.

    -Njet, njet. -La muchacha movi la cabeza con vehemencia-. Familia, amigos; nixcomunistas. Fascis-tas, buenos fascistas.

    -Fascistas buenos? -dijo Heide, riendo-. Maldita sea! Tengo que ver eso.

    -No existen -intervino Hermanito, sin dejar de come ruidosamente-. Fascistascretinos. Comunistascretinos. Slo nosotros buenos.

    Tir el pote de mermelada, ya vaco. Se oy un ruido en la habitacin vecina.Nos volvimos vi-vamente, preparando nuestras armas.

    La muchacha gimi, asustada, y corri presurosa hacia una puerta.

    Barcelona Blom la detuvo por un brazo.

    -No nos dejes de esta manera. Nos gusta mucho tenerte aqu.

    Apareci el teniente Ohlsen, seguido por toda la seccin.

    -Qu diablos estis haciendo? -gru. Y de una ojeada, descubri el bote demermelada volcado, lamuchacha junto a la puerta y la botella de coac medio vaca-. Os habis vueltolocos? Mientras to-da la Compaa os espera, os ponis tranquilamente a tragar confitura y a bebercoac.

    -No grite tanto, mi teniente -cuchiche Porta. Y le indic la trampa que habaen el suelo-. Es probableque haya todo un batalln de rusos ah debajo, ensucindose en los calzones. Porlo que respecta alcoac, no hay motivos para envidirnoslo. Es infecto. Es tetracloruro.

    El teniente Ohlsen se qued atnito.

    El legionario se adelant, seguido por el Viejo. Ambos preparaban un cctelMolotov.

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    9 Pequeo

    10 Camaradas.

    -Estn en la cueva los Ivn? -pregunt el legionario-. Entonces, abre latrampa, Hermanito, por favor.

    -Crees que estoy loco? -pregunt Hermanito, retrocediendo-. Si quieres abrir latrampa para poderechar tus fuegos artificiales, tendrs que hacerlo t mismo. Yo estoy decidido asalir vivo de estaguerra.

    -Idiota...! -replic el legionario.

    Y se adelant hacia la trampa con paso firme.

    -Apartaos, que va a haber jaleo.

    La muchacha lanz un grito:

    -Nix, nix, nio malinkij9 en la cueva...

    El legionario la sacudi de tal manera que la joven cay al suelo.

    -Vamos, vamos! -gru Porta-. No irs a pegarle ahora a una chica-. Siemprehaba credo que losfranceses eran galantes.

    -Habis terminado de decir tonteras? -El teniente Ohlsen estaba furioso-. Noestamos aqu para di-vertirnos. Antes de que hayamos podido suspirar, tendremos a Ivn agarrado anuestros cuellos.

    Hermanito se acariciaba la pierna con su lazo.

    -Comunico que he estrangulado un gato. Ivn, mi teniente. Los miedosos de lacueva no tienen msque salir.

    -Rodead la trampa -orden el teniente Ohlsen-. Las ametralladoras ligeras y lasPM en posicin. Kalb,prepare la carga. Al primero que salga armado, lo liquidis. Si intentancualquier cosa, tendrn dere-cho al cctel.

    Abri la trampa con rpido ademn, y grit:

    -Salid uno a uno. Os doy cinco minutos. Despus, empezaremos a actuar. Deprisa, seores, de prisa!Y sin armas, tovarich10.

    La primera en salir fue una viejecita, con las manos encima de la cabeza. Lasiguieron otras cin-co mujeres. Una de ellas llevaba un beb en los brazos.

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    -Mierda si no son unas Flintenweiber! - murmur Porta.

    Despus salieron varios hombres, ya no muy jvenes. Heide y Barcelona lesregistraron conhabilidad.

    -Puedo registrar a estas buenas mujeres? -pregunt Hermanito.

    -Usted, hgase a un lado, Creutzfeld. Si toca a una mujer, le liquido -amenazel teniente Ohlsen.

    -No era ms que una idea -gru Hermanito.

    -Queda an alguien abajo? -pregunt el teniente Ohlsen a uno de los hombres.

    ste movi la cabeza, pero haba contestado con demasiada rapidez.

    -Ests seguro, guerrero? -pregunt Porta, entornando los ojos-. chale el lazoal cuello, Hermanito.

    -Con placer -contest el aludido.

    Y lanz el lazo de acero alrededor del cuello del individuo que estaba sumamenteplido.

    Despus, afloj un poco la presin.

    Porta sonri diablicamente.

    -Es un juego fastidioso, sobre todo para ti. Si hay otros tovarich en la cueva,Hermanito apretar ellazo. De prisa! Dinos si hay otros, antes de que bajemos a verlo nosotrosmismos.

    El hombre profiri una especie de gorgoteo y movi cabeza.

    -Cuidado, vais a estrangularlo! -intervino el teniente Ohlsen-. Cuntas vecestengo que deciros queno quiero que usis esos mtodos de gngster? As, pues, no queda nadie en lacueva? -pregunt, di-rigindose a los paisano que se mantenan junto a la pared.

    -Eche el paquete, Kalb.

    El pequeo legionario se encogi de hombros, desatornill la cpsula de lagranada del centro,pas un dedo por el anillo.

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    11 Thlmann - Clebre batalln internacional durante la guerra espaola.

    Una de las mujeres chill:

    -Njet, njet!

    El legionario le lanz una mirada:

    -Voil, Madame. Entonces, quedan otros?

    El teniente Ohlsen se acerc a la trampa.

    -Estaba seguro, Subid...

    Un ruido.

    Dos jvenes salieron lentamente de la cueva. El legionario les dio un empujn.

    -Menuda suerte tenis, amigos mos. Treinta segundos ms y os habramos asado.

    Heide y Barcelona les registraron con habilidad.

    -Espero que eso es todo, no? -pregunt el teniente Ohlsen.

    El legionario y yo bajamos de un salto. Permanecimos un momento detrs de unosbarriles, ace-chando. Despus, registramos la cueva, que se extenda bajo toda la casa.

    Omos un ruido sordo detrs de nosotros. Dimos media vuelta, preparados paradisparar.

    -Cretino...! -gru el legionario al descubrir a Hermanito.

    -Quedan ms gachs? -pregunt Hermanito, muy risueo-. Estoy dispuesto aayudaros para registrar-las.

    -Non, camarade, no te hagas ilusiones. No quedan ms.

    Subimos a reunimos con los otros. Porta haba encontrado unas botellas, queprobaba con pru-dencia.

    -Vodka? -pregunt a los paisanos-. Nix vodka?

    Nadie le contest.

    -Bueno, estis listos? -grit el teniente Ohlsen-. Nos marchamos.

    Heide fumaba, en un rincn, mientras observaba con recelo a los dos sujetos queacababan de sa-lir de la cueva.

    -Qu sucede? -pregunt Barcelona-. Vaya manera de mirarlos!

    -T que piensas, Porta?

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    -Lo mismo que t, Julius. Esos dos no son precisamente nios del coro. Soncolegas, estoy dispuesto aapostar una botella de vodka.

    El teniente les escuch con atencin.

    -Sin duda se trata de unos desertores. Es cosa que no nos importa

    -Con unas jetas as? -dijo Barcelona, riendo-. No, mi teniente, conozco esetipo. Eran unos sujetoscomo stos los que nos pegaban puntapis en el trasero, en el batallnThlmann11.

    -Tienes razn. A esta raza slo se la encuentra en dos sitios. En la NKVD y enlas SS. Esta raza no de-serta.

    -Dios sabr lo que hacen aqu -reflexion Porta, con los ojos semicerrados.

    Hermanito hizo crujir su lazo.

    -Queris que los estrangule?

    -Abajo las zarpas! -orden Porta.

    El teniente Ohlsen, que haba salido de la habitacin con la patrulla, regresen compaa de elViejo.

    -Vamos, salid -orden-. Aqu ya no tenemos nada que hacer. Los dos desertores nome interesan.

    -Desertores? -dijo Barcelona en voz alta-. Entendis el alemn? -pregunt alos dos jvenes.

    stos movieron la cabeza, esforzndose por sonrer:

    -Tu turno, Porta -dijo Barcelona-. Hblales en el idioma de Stalin.

    -Quin manda aqu, Feldwebeld Blom? Usted o yo? -pregunt el teniente Ohlsen,con tono seco.

    Barcelona mir al teniente Ohlsen sin contestar.

    -Si hay que interrogar a los prisioneros, ya dar yo las rdenes -prosigui elteniente.

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    -Bien, mi teniente -contest Barcelona, con los dientes apretados.

    Porta se encogi de hombros, cogi su metralleta y abandon la habitacin en posde nosotros.Ya en la puertas, volvi y mir, una vez ms, a los dos hombres.

    -Habis tenido suerte, chicos. Mis saludos a vuestros colegas cuando volvis averles. Si nuestro te-niente no hubiese estado aqu, Hermanito habra cuidado de vosotros.

    Luego, con una risotada:

    -Voy a deciros una cosa: nuestro teniente no ha comprendido lo que es estaguerra. Pero nosotros yvosotros dos s lo sabemos. Panjemajo, tovarich?

    -En columna de a uno detrs de m -orden el teniente Ohlsen.

    -Pero, dnde se han metido Hermanito y el legionario? -pregunt el Viejo,

    inspeccionando la colum-na.

    Nadie lo saba. La ltima vez que les habamos visto estaban en la granja. ElViejo dio parte alteniente Ohlsen. ste blasfem, furioso.

    -Pandilla de cretinos! Vaya a buscarles, Beier, Llvese a varios hombres. Debende estar en la cueva,bebiendo. Pero apresrense a reunirse con la Compaa. Ya hemos perdido bastantetiempo.

    El Viejo se llev al primer grupo.

    -Si esos dos bandidos han encontrado schnapps y nos lo han ocultado -dijoPorta-, oirn hablar dem. Joseph Porta, Stabsgefreiter por la gracia de Dios.

    Poco antes de alcanzar la granja, omos un peculiar silbido de aviso.

    Nos escondimos silenciosamente tras unos arbustos. Apareci el legionario.

    -Qu diablos hacis? -pregunt el Viejo-. Dnde est Hermanito?

    -De caza, mi sargento -contest el legionario, riendo-. Nuestros dos tovarichtienen la intencin degastarnos una broma. Hermanito lo est impidiendo.

    De repente, un grito femenino reson en las tinieblas.

    -De caza? -repiti el Viejo, secamente-. Si ese cerdo ha tocado a las mujeres,me lo cargo.

    Se irgui y corri hacia la granja, con la metralleta al hombro.

    -Tenga cuidado -le aconsej el pequeo legionario-. Esto es un avispero.

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    Algo zumb por el aire. Barcelona cogi el objeto al vuelo y lo devolvi haciael lugar de dondevena.

    Un estallido. Y, despus, un relmpago que desgarr la oscuridad.

    -Principiantes -afirm Barcelona-. No saben lanzar granadas.

    -Qu jaleo! -dijo, en la oscuridad, la voz de Hermanito.

    Y a continuacin estall una violenta pelea. Blasfemias en alemn y en ruso.Ruidos de ramasque se rompan. Acero contra acero. Alguien lanz un horrible estertor.

    -Nmero uno -dijo la voz satisfecha de Hermanito, en las tinieblas.

    Un ruido de pasos precipitados; despus, reson un disparo.

    -Maldita sea! Qu sucede? -pregunt Heide.

    -Id a ver - contest el Viejo -. En guerrilla.

    Entre los arbustos tropezaron con un cadver. Porta se inclin sobre l.

    -Estrangulado -dijo brevemente.

    Era uno de los dos jvenes rusos. A su lado, haba una carga triple; una de esascargas que llevanuna capa metlica llena de clavos en el centro, y que son capaces de diezmar unaCompaa entera.

    -Aparentemente, un pequeo recuerdo para nosotros -dijo Barcelona.

    El Viejo no pudo contener su sorpresa.

    -Cmo lo habis sabido?

    -La joven nos lo ha dicho, sargento. Cest tout -contest Hermanito.

    -Por qu ha delatado a sus compatriotas? -pregunt Barcelona.

    -Sin duda, porque no les quiere -replic secamente el legionario.

    -Es posible, camarada. Pueden haber muchos motivos para que alguien se conviertaen sopln.

    -Si sus colegas se enteran de esto, la ahorcarn - declar Barcelona.

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    12 Hiwis = Hilfsfreiwillige (voluntario ruso).

    Hermanito compareci. Jadeaba con fuerza.

    -Ese cretino se me ha escapado. Estos malditos abetos pueden ocultar unregimiento entero. Pero tengosu Nagan, y creo que le he metido una bala en el trasero.

    El Viejo cogi la pesada pistola Nagan y la sopes pensativo.

    -Pistola de comisario. Hemos estado a punto de ser enviados al cielo. Gracias aDios por habernos en-viado a esa pequea soplona.

    Barcelona lanz una carcajada sarcstica.

    -Estoy seguro de que el buen Dios lo olvidar cuando Ivn le ponga la manoencima.

    -Esto no nos incumbe -dijo el Viejo, con un ademn, despreocupacin.

    Stege movi la cabeza.

    -Desde luego, Schiller tena razn.

    -Schiller? -pregunt Porta-. Qu diablos tiene que ver Schiller con esto? Estmuerto, no?

    -El enemigo aprecia la traicin, pero desprecia al traidor -recit Stege.

    -Tu sabidura me la meto donde yo s - rezong Hermanito -. Lo esencial es habersalvado la piel. Queahorque a esa chica. Que ahorquen a toda la pandilla, si les apetece con tal deque no me ahorquen am.

    E hizo restallar su lazo.

    -Si hubieses visto cmo le ha asomado la lengua cuando he apretado el lazo... Noha dicho ni una pa-labra. Ha estado a punto de enfriarme, pero yo he sido el ms fuerte. Contraeste hilo no tienen nadaque hacer.

    -Ya has estrangulado a bastantes -dijo el Viejo, mirando a Hermanito.

    Heide pregunt:

    -Qu te gusta ms: violar a las mujeres o estrangular a los hombres?

    -Cada cosa tiene su encanto - replic Hermanito, riendo.

    -Quisiera saber cmo has podido llegar a este punto -dijo el Viejo.

    -Pues no lo s -contest Hermanito-. En aquel maldito colegio ya sabis, decanque eso de ir con las

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    mujeres era un pecado y que estaba prohibido. Supongo que s no lo hubiesenprohibido, no hubira-mos deseado tanto hacerlo. Y cuando se ha probado dos o tres veces echar unacana al aire sin permi-so, se convierte en una costumbre.

    Stege murmur algo entre dientes.

    -Entonces, uno inventa sus propios mtodos para liquidar -prosigui Hermanito-.Algunos prefieren elcuchillo, como Anda o Revienta. Otros, un fusil con teleobjetivo, como Porta.Julius, por ejemplo,prefiere el lanzallamas. Sven se las arregla mejor con las granadas. Y t,Viejo, eres un experto con elfusil ametrallador. Conoc a un SS a quien le encantaba sacar los ojos a lagente. Yo, personalmente,prefiero el lazo. Y no olvidis que esta idea se la debo a un sargento Tommy alque conocimos enBlgica. Me ense el truco. Como recordaris, le cost la vida al feldwebelAue. Deberais probarlo

    una vez. Es tan divertido cuando cambian de color...! Y luego, los ojos...

    -Qu porquera de guerra! -dijo Stege, suspirando apesadumbrado.

    El Viejo movi la cabeza resignadamente.

    Entramos en las viviendas de la granja. Los paisanos se peleaban alrededor de lamesa. Ni si-quiera nuestra entrada les detuvo.

    -Ramera, puerca! -vocifer un viejo, acusador, escupiendo a la cara de lajoven.

    -Consejo de guerra privado -murmur Barcelona-. Qu bien conozco esto!

    El beb lloraba.

    La muchacha se precipit hacia el Viejo.

    -Pan Feldwebel. -Y seal al anciano con un dedo acusador-. El delatar soldadosgermanski a laNKVD. El llamar Hiwis12.

    -Zorra! -gru el viejecillo-. Matar a tu bastardo.

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    13 Kriegsverdienstkreuz I Klasse (Cruz de Mritos de Guerra de I Clase).

    14 Vase Los Panzer de la muerte.

    El beb se puso a llorar con ms fuerza, como si hubiera comprendido la amenaza.Estaba aban-donado en una silla, junto a la pared. Todo el mundo se mantena apartado, comosi tuviera lepra.

    -Mi novio, el Schardfhrer SS, volver. l prometer -repuso !a muchacha llorandohistricamente.

    -Los NKVD vienen -exclam el viejo furioso-, y tendrs una cuerda alrededor delcuello. Con tus de-nuncias, has asesinado al teniente Vlego. Y tambin eres culpable de la muertedel capitn Beschow.

    -Quin es usted? -pregunt el Viejo.

    -Vete al diablo...! -vocifer el otro.

    -Locura nacional -declar Barcelona-. Conozco esto. Palabras imprudentes. Si envez de nosotroshubieran venido los hombres de la calavera bordada, le hubieran cortado ya lacabeza.

    -Lo estrangulo? -propuso Hermanito, haciendo crujir el lazo.

    -T, estte tranquilo -replic el Viejo.

    -Terminemos con toda la banda -propuso Heide-, y marchmonos.

    -En mi opinin, lo que deberamos hacer es cargamos a todos los fulanos yllevarnos a todas las gachs-dijo Hermanito.

    -Soy yo quien da aqu las rdenes -gru, enrgico, el Viejo.

    -Todos son partisanos! -grit la muchacha-. Liqudelos, Pan Feldwebel. Ellosmatar capitn germans-ki. Est enterrado en estercolero. Si t quieres, yo ensearte dnde.

    Un silencio siniestro rein en la habitacin.

    Heide enarc una ceja y sonri sin poder ocultar su alegra.

    -Un nido de asesinos? No puedes escoger, Viejo. Desenterremos al individuo. Yapuedes preparar tulazo, Hermanito.

    -Unteroffizier Heide -grit el Viejo con ojos llameantes -, soy yo quien da lasrdenes.

    Se acerc a Heide y apoy un dedo en su KVK I13 de plata brillante.

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    -Por lo visto te falla la memoria. No te acuerdas de cmo obtuviste estachatarra? Denuncia, Herr Un-teroffizier, cinco cabezas por un pedazo de chatarra recortado. No hemosolvidado al granjero ruso14.

    -T no ests bueno -rezong Heide-, pero haz lo que quieras con estos cretinos.Yo me lavo las manos.

    El legionario ri suavemente,

    -Cunto ruido para nada. Con dejar a Hermanito solo cinco minutos aqu, todoresuelto. Ordnale lim-piar, y el problema est resuelto.

    -Llvenme -implor la joven-. Van a matarnos, a mi beb y a m.

    El Viejo, cansado, se encogi de hombros.

    -No podemos llevarte. Pero recoge tus cosas y desaparece mientras estamos aqu.

    -T fusilar ellos, Pan Feldwebel. Orden del Fhrer, dice mi novio. Ellosasesinar oficial germanski. Tno liquidar, yo contar a mi novio. SD venir, t ser colgado. Yo dar orden, yomujer SS.

    De su bolsillo sac un Ausweis rosa, que coloc ante las narices de el Viejo.

    Sabamos lo que era: una pequea tarjeta de identidad cuadrada.

    -T fusilar en seguida, Pan feldwebel. O t ser colgado -amenaz.

    -Verdaderamente, esta gach est bien dotada coment Porta, riendo-. A ti qute parece, Hermani-to? Te gusta el gnero?

    Hermanito hizo chasquear su lazo.

    -S, con ste bien apretadito en el cuello.

    -Tienes ganas de estrangularla? -pregunt el legionario, haciendo ademanessignificativos.

    -Que si tengo ganas? -suspir Hermanito.

    Los rusos respiraron. Sin duda, entendan lo que decamos.

    La vieja no haba dejado de toser, mientras se rascaba el vientre con ayuda de

    un cepillo de man-go largo; escupi en el suelo y avanz un paso hacia el Viejo.

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    -Tovarich Comandante, esta mujer es una soplona. Antes de vuestra llegada, tenaun amigo, un tenien-te de la NKVD. Denunci a su propia madre por haber matado ilegalmente un cerdo.Madre llevada aSiberia. Despus, ha sido amiga de un SS Al mismo tiempo que se entenda con loscosacos de Vlas-sov.

    Escupi de nuevo en el suelo.

    -Ya sabes, tovarich, policas de la SD. Esa canalla denunci a todo el mundo aaquellos tipos. Tieneuna pistola escondida tras el artesonado de la cocina. Cgela, para que podamosdormir en paz. Dioste lo agradecer y todo el pueblo encender una vela por ti. Llvate su bastardoy devulveselo aHitler.

    -Dnde est tu pistola? -le pregunt el Viejo a la muchacha.

    -Tengo derecho a tenerla -exclam sta, fuera de s-. Estoy bajo la proteccinde la SS.

    Antes de que pudiramos rechistar, Hermanito le coloc el lazo alrededor delcuello. El rostro dela joven se volvi violceo.

    -Bravo, soldado, estranglala! -gritaron los rusos.

    El beb llor de una manera que destrozaba el alma; como si comprendiera laamenaza que seCerna sobre su madre.

    Hermanito ri, diablico.

    -Nuestro Feldwebel te ha preguntado dnde tenas el cacharro. Canta, pajarito.

    El Viejo se lanz sobre Hermanito y le golpe furiosamente las manos con elcan de su metra-lleta.

    -Deja a esta muchacha o te derribo.

    Hermanito afloj el lazo y se volvi hacia el Viejo, como alguien que noentiende nada.

    -Pero si es una soplona: Por qu no he de tener derecho a estrangularla? Si nolo hago yo lo harn losotros... Podras darme este gusto

    -Retrate! -grit el Viejo, mientras quitaba el seguro de su metralleta.

    Todos se apartaron de Hermanito. Tanto los rusos como; nosotros estbamosconvencidos de queel Viejo iba a disparar.

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    Hermanito se guard el lazo y apart a la muchacha.

    -Cuando esta guerra haya terminado, tratar de ser miembro de una sociedadparlamentaria, donde setenga derecho a discutir razonablemente. Es muy fatigosa esta mana de meterteuna metralleta antelas narices por un qutame all esas pajas.

    -Dnde est tu pistola? -le pregunt el Viejo a la muchacha.

    -Aqu -contest Porta desde la cocina. Enarbolaba una PPD/38-. No era difcilde encontrar; pero, detodos modos, es un juguete algo pesado para un gorrin como t.

    Ense dos cargadores suplementarios, o sea, tres veces setenta y una pldoras.

    -Est cargada con balas dun-dun? -pregunt el Viejo, incrdulo.

    -S -repuso Porta, riendo.

    Y sac hbilmente una bala de un cargador y la lanz contra la pared.

    El proyectil estall con ruido seco.

    -Explosivo -coment Barcelona-. Una joven de armas tomar. Con todos misrespetos.

    El Viejo frunci el ceo.

    -Llevaos la metralleta. Nos vamos. Si quieres salvar la vida, pequea,desaparece. Pero a toda prisa. Sivolvemos a encontrarte, dejar libertad de accin a Hermanito.

    -No tenis derecho a quitarme mi arma -grit la muchacha-. Me quejar a las SS.

    Dio media vuelta y se march.

    Hermanito se frot la nuez y lanz una mirada hambrienta a la chica.

    -Tal vez la prxima vez, pajarito.

    -No pueden dejarme aqu! -vocifer ella, histrica.

    Pero ya habamos desaparecido en la oscuridad.

    -Ahorradme los detalles -dijo el Viejo, para cortar la conversacin.

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    -Sin embargo, eres t quien la ha condenado - replic Barcelona.

    -Se ha condenado ella misma -contest secamente el Viejo.

    -Tienes razn. Nadie tiene derecho a colocarse al margen de la comunidad.

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    Los cuervos protestaron con indignacin cuando los ahuyentamos de los cadveres.Porta dis-par contra ellos. Los pajarracos se posaron en los rboles y empezaron ainjuriarnos. Uno de ellosse haba enredado las patas con unas tripas.

    Heide lo mat con el cuchillo.

    Habamos arrancado todos los cadveres para formar un gran montn en el interiorde la caba-a.

    Al ver esto, el teniente Ohlsen se puso a blasfemar. Exigi que los colocramosel uno al ladodel otro.

    -Hay personas especialmente sensibles - le dijo Heide a Barcelona.

    Los ordenamos, uno junto al otro, pero los oficiales que estaban en pijama en

    sus camas, con elcuello colgado, se quedaron all En el suelo, la sangre formaba grandes manchasoscuras.

    Las moscas zumbaban.

    Los rusos haban llegado como los rayos en un cielo azul.

    -Trabajo de gran precisin -admir Hermanito.

    En la radio reson tina voz acariciadora:

    -Liebhng, sollen wir traung oder glcklith sein?

    Lo regamos todo con gasolina Los oficiales muertos de la guarnicin tuvieronderecho a unadosis especial.

    Cuando hubimos terminado, Barcelona y yo lanzamos granadas al interior de lacabaa.

    Algunos cadveres se incorporaron a medias, como en el crematorio.

    En el otro lado, los rusos cantaron con roces embriagadas:

    Jesli sawta wojna

    jesli sawtra pochod,

    jesli wraschaja syla nahrina,

    jak odyn tscbolowek.

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    Cuando maana llegue la guerra..., cantaban.

    El Viejo mir en su direccin, detrs de las colinas, al otro lado del jovenbosque.

    -Ah tienen su guerra, que tanto les gusta cantar.

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    COMPAA EN MISIN ESPECIAL

    Alcanzamos a la Compaa en un bosque de abetos. El teniente Ohlsen estaba muydescontentopor nuestra larga ausencia.

    Los das siguientes participamos en varios combates desesperados con unidadesrusas aisladas.En total, nos cost una docena de hombres. Nos habamos convertido en expertosde aquella forma deguerra: la guerrilla.

    A medida que transcurra el tiempo, el teniente estaba cada vez ms nervioso. Notenamos lamenos idea del lugar donde estaba el regimiento. Hubisemos debido localizarlomucho tiempo atrs.

    Llevbamos con nosotros a seis prisioneros: un teniente y cinco soldados deInfantera. El te-niente hablaba correctamente el alemn. Andaba delante de la Compaa, con elteniente Ohlsen. Am-bos haban olvidado que eran enemigos.

    Dos de los prisioneros llevaban la olla que contena la bebida. Era de madrugaday bajbamos dela meseta. El sol nos iluminaba el rostro. Por eso no descubrimos la casitahasta llegar junto a ella. Unchalet de montaa, con una galera exterior. Dos soldados de Infantera montabanguardia ante la puer-ta.

    Salieron dos oficiales. Uno de ellos, comandante, llevaba un monculo quelanzaba destellos.Salud, condescendiente, a nuestro jefe.

    -Su Compaa parece algo desorganizada -gruo-. Menuda pandilla! Supongo quepuedo confiar enusted, teniente. Si no tengo que hacerle observar que somos especialistas delConsejo de Guerra. Mepresento: teniente coronel De Vergil, comandante de este puesto. Tome posicincon su Compaa enel lindero del bosque, hacia la cota 738, donde mi batalln tiene su flancoizquierdo, y establezcabien el contacto, teniente.

    El teniente Ohlsen salud, llevndose dos dedos a la gorra.

    -Qu mosca le ha picado? -grit el comandante, nuevamente indignado-. No sabesaludar de manerareglamentaria?

    El teniente Ohlsen se cuadr.

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    -Bueno, ahora, un saludo y descansen, segn la HDV -exigi el comandante, llenode arrogancia.

    El teniente Ohlsen uni los tacones y se llev con presteza una mano a la gorra.

    El comandante asinti con la cabeza.

    -Bueno, esto es. De modo que saba hacerlo, teniente. Aqu no queremos saludospersonales ni ningunaotra forma de negligencia. Se le ha confiado un Batalln de Infantera prusiana.Mtase eso en la ca-beza, teniente.

    Se irgui. Era evidente que estaba muy satisfecho de s mismo.

    -Quines son esos monos que lleva con la Compaa?

    -A sus rdenes, mi comandante. La 5. Compaa del 27 Regimiento Blindado traeprisioneros a unteniente enemigo y a cinco soldados de Infantera del 43 Regimiento de Montaa

    ruso.

    -Hgales ahorcar -decidi el comandante-. A los piojos hay que aplastarlos.

    -Ahorcarles? -tartamude el teniente Ohlsen, incrdulo.

    -Es sordo? -pregunt el comandante.

    Dio media vuelta y desapareci en el interior del chalet.

    El teniente Ohlsen le sigui con la mirada, moviendo la cabeza. Conoca elgnero. Los maniti-cos de la Cruz de Hierro. Hroes de guarnicin que avanzaran sobre cadverespara tener un pedazode chatarra en el pecho.

    El teniente ruso protest:

    -No dejar que nos ahorquen, no es verdad, mi teniente?

    -De ningn modo. Si hay que ahorcar a alguien, es a ese bufn.

    En el primer piso, una ventana se abri violentamente. Asom el comandante:

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    -No quiero dejar de ponerle en guardia contra cualquier negligencia en laposicin. Para su informa-cin, me permito repetirle que somos especialistas del Consejo de Guerra.

    Ri malvolo y cerr la ventana con un golpe seco.

    -Vaya carnaval! -se dijo Porta en voz baja-, San Pedro, protgenos. Lonecesitamos mucho.

    -Cllate, Porta -pidi el teniente Ohlsen-. No es momento para bromas.

    El adjunto del comandante, un joven teniente, apareci en e umbral.

    -Mi teniente, nuestro comandante ordena que se dirijan a la posicin enformacin reglamentaria.

    -Bien -contest, sonriendo, el teniente Ohlsen-. Estamos dispuestos a marchardirectamente hasta elinfierno.

    El otro se encogi de hombros y contest, indiferente:

    -Como le parezca.

    Hicimos nuestros agujeros un poco ms lejos de la colina. El terreno era pesado,pero no dema-siado duro. No tardamos mucho en terminar nuestros agujeros de tiradores.

    Hermanito y Porta cantaban mientras trabajaban. Cada vez cantaban con mayorfuerza.

    -Estn bebiendo schnaps a escondidas -dijo Heide.

    Los tenientes Ohlsen y Spt estaban sentados en uno de los agujeros ycuchicheaban con el te-niente ruso. Ante ellos tenan un mapa que consultaban sin cesar. Barcelonasolt una risita.

    -Estn dando el horario de los trenes al oficial de Ivn.

    -Qu quieres decir? -interrog Stege-. Nuestro teniente hace bien. No deseaahorcar al primero quellega, venga la orden de donde venga.

    -Crees que dejar marcharse a sus colegas? -dijo Heide, incrdulo.

    -Qu otra cosa, si no? -repuso Barcelona-. S an estn aqu cuando elcomandante venga, los harahorcar por sus propios hombres y el teniente Ohlsen comparecer ante un Consejode Guerra... Des-obediencia. Doce fusiles. Pum!

    -Creo que voy a hacer limpieza -observ Heide en voz alta -. No estoy de acuerdocon eso de dejar quese marchen esos tipos. De todos modos, nunca he comprendido por qu se hacenprisioneros. Un tiro

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    en la nuca y te quedas tranquilo. Los cadveres no crean problemas. Y adems, yalo podis ver; nun-ca he hecho prisioneros.

    -Y qu diras si un da cayeses prisionero de los Ivn y uno de ellos prepararasu Nagan, eh?

    Furioso, Heide lanz una paletada de tierra a gran distancia.

    -Ante todo, es inconcebible por lo que a m concierne; pero aparte de esto, siocurriera, esperara el tiroen la nuca. Si no lo hicieran, les despreciara. Crees que temo estirar lapata? He sido el mejor sub-oficial de toda la guarnicin. Hace nueve aos que soy soldado. Nunca he sidocapturado ni lo serjams. -Levant un pie-. Veis cmo la suela est impecablemente limpia? -Sevolvi-. La raya de mipantaln est como es debido? Si tenis un centmetro, venid a comprobar si micorbata es regla-mentaria. - Se quit el casco Llevo la raya derecha? Est o no est mi

    cartuchera a dieciocho cen-tmetros de la hebilla de mi cinturn? Y los pliegues del costado de mi capote,no tienen tres cent-metros? En m todo est en regla. Siempre he sido igual desde el da en quedecid que el Ejrcito se-ra mi padre y mi madre. No me importan los motivos por los que un ejrcitolucha. Matara a miabuela si me lo ordenaran. Soy soldado porque me gusta serlo.

    Haba que reconocerlo. Heide era siempre perfectamente reglamentario. Inclusodespus de loscuerpo a cuerpo ms feroces, siempre pareca a punto de presentarse a unarevista.

    -Pero, qu relacin tiene esto con dar el tiro de gracia a los prisioneros? -pregunt Stege.

    -Qu cabeza ms dura tienes! -se burl Heide-. Y t has estudiado? Vamos,anda! Yo slo he ido ala escuela primaria, pero conozco la vida mucho mejor que t y todos los demsasnos. Has apren-dido, por lo menos, a utilizar la bayoneta? A detener los golpes y todo eso?Te imaginas que es pa-ra coger prisioneros? Disparar completamente oculto o a medias, apuntar bien,con la boca del armaen el borde, el colimador? Lo has aprendido todo, Hugo. Eres miembro de lasociedad desde hace

    cuatro aos y no has entendido nada en absoluto. Por qu tan pocos estudiantesllegan a comandan-te? No tienes ms que mirarte... Gefreiter despus de cuatro aos. Yo necesitseis semanas. Al cabo

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    de cinco meses, era suboficial, y en cuanto esta guerra termine me convertir enoficial en un tiemporcord. El secreto consiste en entender lo que hay que entender. Coleccionadcadveres. Divertios, ybuena caza.

    -Sin duda tienes razn -capitul Stege.

    -Claro que la tengo. Y me cargar a nuestros seis amigos en cuanto se las piren.

    -Te denunciar al teniente Ohlsen dijo Stege.

    -Hazlo replic Heide, riendo-. Y qu crees que me har? Crees que me ocurriralgo?

    Se inclin sobre su pala; lo omos murmurar desde el fondo de su agujero

    -Vete al cuerno, pobre estudiante cretino!

    Habamos terminado de cavar los agujeros. Un obs cay silbando. Un reclutalanz un grito es-tridente y salt fuera de su agujero.

    -Socorro! Estoy herido!

    Dos de sus camaradas fueron en su ayuda. Empezaron a correr hacia retaguardia,lejos de la po-sicin. Barcelona hizo una mueca.

    -Camarada, querido camarada, ests herido. Te llevaremos lejos de aqu. Teacompaaremos hasta laenfermera ms remota.

    -S, vaya suerte se burlo Heide-. Precisamente antes de que esto empiece aanimarse de veras. Esoshroes de pacotilla no saben luchar, pero no pierden el tiempo en aprender lostrucos buenos.

    Habamos colocado nuestra olla en el fondo de un gran agujero. La habamoscubierto con cui-dado para que nada le ocurriera al jugo.

    La luna desapareci detrs de una alfombra de nubes. La noche pareca un muro deterciopelo.

    -Qu silencio! murmur el Viejo-. Casi se dira que se le puede palpar.

    -Es absurdo observ Stege-. Tanto silencio produce miedo.

    Oamos un perro que ladraba a lo lejos.

    -Dnde diablos se ha metido Ivn? pregunt Barcelona.

    El Viejo le seal los abetos, rgidos como centinelas.

    -Estn all, en sus agujeros. Les asusta el silencio, como a nosotros.

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    -Si por lo menos disparara alguien...! dijo Heide-. Esta calma trastorna acualquiera.

    Una risa diablica cort como un cuchillo el silencio de la noche. Se la tenaque or a varios ki-lmetros de distancia. Era Porta. Jugaba a los naipes con Hermanito, quienexpresaba en voz alta susdudas sbrela honradez de su adversario.

    Una ametralladora empez a tabletear en el lado opuesto. Una de las nuestrascontest con dossalvas melanclicas. A lo lejos, se oyeron silbidos y gruidos. Un ocano dellamas suba y bajaba endetonaciones gigantescas. Se hubiera dicho que las montaas temblaban de miedo.

    - Bateras de cohetes -observ el Viejo-. Afortunadamente no disparan contranosotros.

    Dos ametralladoras ladraron en la noche, como perros de guardia. Varios

    proyectiles luminososextendieron silenciosamente sus rastros lejos, hacia el Norte.

    Un agente de enlace que llegaba corriendo grit como un loco:

    -Mensaje para el jefe de la 5. Compaa! Mensaje para el jefe de la 5.Compaa!

    -Cllese de una vez! -exclam el teniente Ohlsen-. Ests loco de atar. Agitarstodo el frente, si voci-feras de esta manera.

    -Mi teniente! -grit el agente de enlace-. Tiene que presentarse inmediatamenteante el comandante,para recibir rdenes importantes.

    -Lrguese en seguida! -gru el teniente Ohlsen, furioso.

    -De dnde habis salido, soldados de pacotilla? -pregunt Porta, mirando almensajero, muy pulcro,muy aseado.

    -Mi Stabsgefreiter, hemos salido de Breslau, 49. Regimiento de Infantera,Compaa de Estado Ma-yor.

    -Lo sospechaba -se burl Porta-. Rompe filas, hroe, y ve a buscar tu Cruz de

    Hierro. Est en aquelestercolero.

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    15 Cohetes.

    El agente de enlace se retir bruscamente.

    Las montaas temblaron de nuevo, como si padecieran un dolor lancinante. Unfuego azul y roji-zo atraves el cielo. Todo el terreno estaba baado por aquel ocano de fuego.Entornbamos los ojosante aquel infierno fulgurante. Nos acurrucbamos en nuestros agujeros. Laangustia se apoderaba denosotros. Era el lmite de lo que un hombre puede resistir.

    La selva de cohetes cay a lo lejos, entre los rusos, enviando por el aire,tierra, piedras y cuerposmutilados.

    -En nombre del cielo -gimi Heide, secndose la frente-, estas bateras deDo15 atemorizan al mspintado.

    -Atencin -aconsej Steiner-. A los agujeros. Acurrucaos bien. Ah llegan losIvanes con sus rganos.

    -Qu malos ratos me hacen pasar con sus Do de mierda! Siempre tienen queestarlos utilizando -dijo Heide.

    Antes de que hubiera terminado la frase, al otro lado, se produjo un temblor detierra.

    Saltbamos a los agujeros como perros llenos de fro y escondamos la cabezaentre las manos.

    Como un huracn, los cohetes de doce centmetros cruzaron el cielo y levantaronun muro de lla-mas inmediatamente detrs de nosotros.

    Despus, rein el silencio.

    Algunos reclutas se incorporaron. Ignoraban las costumbres de los rusos. Elteniente Spt gritpara avisarles:

    -A los agujeros, pandilla de cretinos!

    Luego, resonaron las detonaciones. Esta vez, los cohetes haban estallado

    delante de los aguje-ros.

    -La prxima rfaga nos caer encima -nos predijo Barcelona.

    -Sus puestos de observacin estn en los abetos -dijo Steiner-. Porta -grit,asomando la cabeza-. Cr-gate a ese fisgn, para que nos dejen en paz.

    Porta se ech a rer.

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    -Con mucho gusto. Pero antes, tengo que verlo.

    Estaba tendido de bruces sobre su agujero, y registraba las cimas de los abetoscon sus gafas in-frarrojas. Una invencin diablica que convertan la noche en da.

    -Podra ir a buscarlo -propuso Hermanito, haciendo chasquear su lazo-. Seensuciar en los calzones, sile hago cosquillas en la nuca.

    -Qudese aqu -orden el teniente Spt.

    La salva siguiente cay entre los agujeros. Se oan gritos espantosos.

    -De esta manera, nos dejan tranquilos un momento -dijo Barcelona.

    -S, hasta que esos cretinos de la Do vuelvan a las andadas -replic el Viejo.

    -Abre los ojos, Porta -cuchiche el legionario-. All baja.

    -All, a la derecha del abeto grande -exclam jubiloso Hermanito.

    Porta se ech al hombro el fusil con teleobjetivo y busc desesperadamente elblanco que le in-dicaban.

    -Dnde, maldita sea?

    Hermanito le indic el individuo.

    -Tres dedos a la izquierda del rbol torcido. Lo tienes?

    -S.

    -Apresrate. Casi ha Llegado al suelo. All, un poco ms hacia atrs.

    -Vlgame Dios, ah est! -exclam Porta-. Es un pez gordo. Tiene la orden deStalin y lleva barba.Voy a darle le mayor sorpresa de su vida. Y la ltima tambin.

    -Pgale el pildorazo cuando est a punto de desaparecer y se crea a salvo.

    -Entendido -dijo Porta, al tiempo que disparaba.

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    La metralleta reson con un ruido seco y maligno.

    Porta se ech a rer.

    -Qu voltereta! Le he volado la mitad de la cabeza; sin duda no vala grancosa.

    -Bien, muchacho, psame tu libreta. Voy a anotar el golpe -dijo el legionario.

    Porta le alarg la libretita amarilla que posean todos los buenos tiradores.

    -Tienes muchos -exclam el legionario, pasando las hojas.

    -Yo he hecho otros tantos con mi lazo -intervino Hermanito-. Y es mucho msvaleroso. Con el fusilinfrarrojo permaneces a distancia. Con un lazo, tienes que ir a respirar antelas narices del individuo.Has observado si tena dientes de oro?

    Porta mene la cabeza.

    -Ese cerdo no ha sonredo ni una sola vez -se lament-. Pero dmonos una vueltapor all: nos reparti-remos las coronas, si es que las tiene. Era un pez gordo, de modo que tal veztenga chismes de oro.

    -Spt, le entrego la Compaa -grit el teniente Ohlsen-. Voy a ver alcomandante del grupo de asalto.

    Salud, sali de un salto de su agujero y corri a refugiarse entre un grupo decasas, en la laderade la colina.

    Una ametralladora empez a escupir proyectiles luminosos en direccin alteniente. Pero no lamanejaba un especialista. Las salvas eran demasiado largas y el tiro demasiadocorto.

    Conocamos al teniente Ohlsen y sabamos que, en su fuero interno, deba estarfurioso contra eltirador.

    Sin aliento, lleg al chalet donde el comandante recibi su informe conindiferencia. Los sietepresentes se sentaban alrededor de una mesa lujosamente dispuesta.

    El teniente Ohlsen no poda dar crdito a lo que sus ojos vean. Mantel blanco.Flores en jarronesde cristal. Candelabro de siete brazos. Porcelana azul, garrafas de vino yordenanzas que prestaban ser-vicio con chaquetas blancas y las insignias del regimiento en las hombreras.

    Me he vuelto loco -se dijo Ohlsen-. O bien estoy soando.

    El comandante se asegur el monculo y mir a aquel teniente del frente quetena delante. Las

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    botas llenas de barro. El uniforme negro estaba desgarrado y griseaba a causa dela suciedad de variosmeses. Faltaba la mitad de las hojas de roble. La calavera de los hsares sevea, manchada y gris.Haca mucho tiempo que no se la haba pulido reglamentariamente. El rostromarchito del teniente es-taba cubierto de suciedad. La cinta roja de su Cruz de Hierro estabadeshilachada. En el lugar de lamedalla haba un agujero. La medalla se haba fundido cuando su tanque seincendi. La manga iz-quierda de su capote se sostena slo de un hilo. Su mano derecha estaba negrade sangre coagulada. Elcierre de su pistolera haba desaparecido. Su cinturn de oficial haba sidosustituido por el de un sol-dado raso.

    El comandante hizo una muesca de asco. Lo que estaba viendo no haca ms queconfirmar suopinin. En realidad, haba tenido el propsito de ofrecer un vaso de vino aaquel teniente de las trin-

    cheras. Buen vino generoso, trado de las bodegas de Breslau, el 49. Regimientode Infantera era unregimiento rico. Hasta entonces, haba tenido dos batallones en Francia y uno enDinamarca. Se iba allugar donde desbordaba la leche y la miel. Fue una vida de opulencia para todoslos del 49.. En aquelRegimiento, nadie haba estado en el frente, exceptuada la ocupacin deDinamarca, y Francia dos dasantes del armisticio.

    Despus, lleg el da fatal para el Regimiento. Un cretino de la oficina depersonal del Ejrcito,en la calle Bendler, tropez con el nombre del comandante del Regimiento, elcoronel Von der Graz.Fue nombrado general de Brigada y puesto al mando de una Divisin de Infanteraen los Balcanes. Sehaba esperado que su sucesor como comandante sera uno de los jefes deBatalln. Se dispona inclu-so de dos tenientes coroneles que iban a ser nombrados coroneles. El ms viejo,cuyos antecesores lle-gaban hasta el 1.er Regimiento del rey de Prusia, ya empezaba a anunciar loscambios que iban a ocu-rrir cuando mandase el 49. Regimiento de Infantera. Durante dos meses, actude segundo sustituto.Fueron los dos meses ms hermosos que recuerda el Cuerpo de oficiales.

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    Un viernes por la maana, a las diez menos veinte, cuando unas nubes negras seconcentrabansobre el cuartel de color gris, un coronel desconocido se present para tomar elmando. Un coronel alque nadie conoca. Llegaba directamente de Demjamsk, donde haba dirigido ungrupo de asalto. Eraun coronel con un ojo tapado por un parche negro. Alto, huesudo y grun. Sepase todo el viernespor el cuartel, olfateando como un perro de caza, sin decir nada. Todos sesentan muy inquietos. Unobsequioso intendente de Estado Mayor tuvo la brillante idea de ensear labodega de los vinos a aquelespectro. ste carraspe, cogi una o dos botellas polvorientas, mir de pies acabeza al intendente yse march sin abrir la boca. Su nico ojo relampagueaba siniestramente. Una horams tarde, el inten-dente de Estado Mayor estaba haciendo sus maletas. Su instinto le deca que muypronto iba a abando-nar el 49. Regimiento. Menuda pinta era aquel coronel!

    Era tarde cuando por fin, el nuevo comandante se instal en el silln de supredecesor, tras elgran escritorio de caoba. El grueso de la oficialidad estaba desde haca muchorato en el casino, peropor primera vez en varios aos, no haba ambiente. El champaa tena un gustoextrao.

    Despus, ocurri la catstrofe. El espectro reuni a los oficiales. Hizo unaligera mueca al com-probar que la mitad de aquellos caballeros ya se haban marchado el jueves porla tarde para pasar elfin de semana. Desde luego, aquello era ilegal, pero, haca tanto tiempo quesola hacerse! Y, por lodems, nadie volva al cuartel antes del lunes.

    El espectro pidi la lista de efectivos. Segn el reglamento, deba ser llevadaal da por los jefesde Compaa. Pero nadie se haba preocupado de hacerlo desde haca mucho tiempo.Se crea que lohacan los Hauptfeldwebels.

    El ayudante telefone a las Compaas. Conoca anticipadamente el resultado,pero senta curio-sidad por saber lo que ocurrira despus. A l le importaba un bledo. Ya se lasarreglara. Su to erasegundo jefe del Estado Mayor de la parte de ejrcito que permaneca en

    territorio nacional. Donde-quiera que se le destinara, estara seguro. Y, adems, Breslau empezaba aresultar aburrido.

    Colg el aparato; con astuta risita, comunic al espectro el resultado de susdiversas llamadas.

    -Mi comandante, se desconocen los efectivos. Todos los Hauptfeldwebel se hanmarchado, con permi-

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    so, a p