suplemento literario def

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CLEOPATRA DUVÉN sa noche no sé como fui a parar a esa casa, mejor dicho, si lo y perfectamente, andaba buscando la luz y llegué al cuarto, me gustó ver como la muchacha tenía en la pared un mural pintado de flores de todos colores y dije: ¡Como anillo al dedo, con tantos colores voy a pasar desapercibida! Pero no, no fue así, apenas entré estaba una perra negra brillante, y los ojos también negros, gorda, hermosa porque los dueños la tenían bien cuidada y consentida, me tropecé con ella y fui a parar en su lomo, enseguida la muchacha dijo: —¡No puedo creer tanta belleza! Claro yo de color azul rey, verde turquesa, blanco y negro, todos bien delineados quién no lo iba a notar, sólo a mí se me ocurren esas cosas, que voy a pasar por desapercibida. Entonces la perrita trató de agarrarme, me persiguió por toda la cama, paraba las orejas, movía la cabeza, para un lado, para el otro y zas ¡se paraba en dos patas como una bailarina! Me veía, corría veloz, me perseguía, se veía fatigada, y ladraba, entonces yo volaba hasta el techo, me sentía acorralada. Escuché cuando la muchacha le dijo: —¡Tranquilízate Sasha! No te la vas a comer, es demasiado linda. Pero aquellos ojos negros me miraban fijamente, sin perderme de vista ni un segundo, entonces aleteé, quería buscar un lugar más seguro, busqué cerca de la lámpara y vi cómo tenía almacenados cadáveres de mariposas que llegaron buscando la luz, no quería ser como ellas, no quería caer en ese cementerio de amor. Me paré al lado de la lámpara y Sasha estaba alerta, saltó de la cama y cayó en la peinadora, tumbó un porta accesorios que estaba sobre la peinadora y ¡Plas! Cayeron zarcillos, pulseras, collares, aquel escándalo y la perra detrás de mí. La muchacha la sacó de la habitación, pero mas Mariposa, mariposa fue lo que tardó llevándola fuera que ella regresando, entró velozmente y se lanzó sobre la cama, enseguida la mirada derechito la fijó para la lámpara y pensé: Ahora si es verdad que no tengo escapatoria, me devoró este animal. Fue entonces cuando la muchacha salió y le dijo: —¡Vamos Sasha a dormir en el otro cuarto, por lo visto hoy no me vas a dejar pegar un ojo! Se fueron para la habitación de enfrente y como a la media hora aparecieron de nuevo en la puerta esos ojos negros, mirándome fijamente, era ella, pero esta vez sola y la muchacha tal vez dormida. Sasha se encogió de las patas delantera, estiró las de atrás y saltó para la cama, sentí miedo, pensé: No tengo escapatoria, volé de un lado para otro y Sasha me perseguía incesantemente, y yo pendiente de ver para dónde agarraba, tropecé con la cortina y caí sobre la cama, enseguida sentí su respiración sobre mis hermosas alas de mariposa indefensa, la cara casi rosaba mi oruga y sus ojos mirándome sin parpadear se acercaban mucho mas, pensé: Ahora si soy un cadáver. Saqué valor no sé de dónde y le dije de una vez por todas: ¡Esto era lo que querías! ¡Devorarme de una vez! ¡Ya! ¡Tú eres la fuerte! Sus ojos me miraron y me dijo: ¡Solo quería mirarte de cerca! ¡Eres radiante! Me acarició, volteo y se alejó. E VIERNES 17 DE ABRIL DE 2020

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Page 1: SUPLEMENTO LITERARIO DEF

Cleopatra Duvén

sa noche no sé como fui a parar a esa casa, mejor dicho, si lo sé y perfectamente, andaba buscando la luz y llegué al cuarto, me gustó ver como la muchacha tenía en la pared un mural pintado de flores de todos colores y dije:

¡Como anillo al dedo, con tantos colores voy a pasar desapercibida!

Pero no, no fue así, apenas entré estaba una perra negra brillante, y los ojos también negros, gorda, hermosa porque los dueños la tenían bien cuidada y consentida, me tropecé con ella y fui a parar en su lomo, enseguida la muchacha dijo:

—¡No puedo creer tanta belleza!Claro yo de color azul rey, verde turquesa, blanco

y negro, todos bien delineados quién no lo iba a notar, sólo a mí se me ocurren esas cosas, que voy a pasar por desapercibida.

Entonces la perrita trató de agarrarme, me persiguió por toda la cama, paraba las orejas, movía la cabeza, para un lado, para el otro y zas ¡se paraba en dos patas como una bailarina! Me veía, corría veloz, me perseguía, se veía fatigada, y ladraba, entonces yo volaba hasta el techo, me sentía acorralada.

Escuché cuando la muchacha le dijo:—¡Tranquilízate Sasha! No te la vas a comer, es

demasiado linda.Pero aquellos ojos negros me miraban fijamente,

sin perderme de vista ni un segundo, entonces aleteé, quería buscar un lugar más seguro, busqué cerca de la lámpara y vi cómo tenía almacenados cadáveres de mariposas que llegaron buscando la luz, no quería ser como ellas, no quería caer en ese cementerio de amor.

Me paré al lado de la lámpara y Sasha estaba alerta, saltó de la cama y cayó en la peinadora, tumbó un porta accesorios que estaba sobre la peinadora y ¡Plas! Cayeron zarcillos, pulseras, collares, aquel escándalo y la perra detrás de mí.

La muchacha la sacó de la habitación, pero mas

Mariposa, mariposa

fue lo que tardó llevándola fuera que ella regresando, entró velozmente y se lanzó sobre la cama, enseguida la mirada derechito la fijó para la lámpara y pensé: Ahora si es verdad que no tengo escapatoria, me devoró este animal.

Fue entonces cuando la muchacha salió y le dijo:—¡Vamos Sasha a dormir en el otro

cuarto, por lo visto hoy no me vas a dejar pegar un ojo!

Se fueron para la habitación de enfrente y como a la media hora aparecieron de nuevo en la puerta esos ojos negros, mirándome fijamente, era ella, pero esta vez sola y la muchacha tal vez dormida. Sasha se encogió de las patas delantera, estiró las de atrás y saltó para la cama, sentí miedo, pensé: No tengo escapatoria, volé de un lado para otro y Sasha me perseguía incesantemente, y yo pendiente de ver para dónde agarraba, tropecé con la cortina y caí sobre la cama, enseguida sentí su respiración sobre mis hermosas alas de mariposa indefensa, la cara casi rosaba mi oruga y sus ojos mirándome sin parpadear se acercaban mucho mas, pensé: Ahora si soy un cadáver.

Saqué valor no sé de dónde y le dije de una vez por todas:

¡Esto era lo que querías! ¡Devorarme de una vez! ¡Ya! ¡Tú eres la fuerte!

Sus ojos me miraron y me dijo:¡Solo quería mirarte de cerca!

¡Eres radiante!Me acarició, volteo y se alejó.

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viernes 17 De abril De 2020

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2|Cuentos para leer en la casa viernes 17 De ABriL De 2020 viernes 17 De ABriL De 2020 Cuentos para leer en la casa|3w w w . c i u d a d c c s . i n f o

armanDo Carías

e voy a contar un cuento auténticamente infantil.

Un cuento infantil de verdad-verdad.Porque me pasó a mí cuando era niño.Y me pasó donde vivo.En Venezuela.En mi cuento no hay ni reyes, ni princesas, ni

brujas, ni hadas madrinas, ni ninguno de esos personajes que aparecen en los cuentos infantiles de otros países.

Este es un cuento infantil de un niño venezolano, caraqueño, para más señas.

Cuando yo estaba chiquito dice mi mamá que yo era un muchacho muy tremendo.

Con mis amigos de la avenida Montevideo, en Los Caobos, me la pasaba jugando pelota en el medio de la calle, lanzándome en carrucha, montándome en los techos, tumbando mangos y buscando, como decía mi mamá, “lo que no se me había perdido”.

Pero de todas esas tremenduras, la que a mí más me gustaba eran las excursiones que algunas tardes, al llegar de la escuela, hacía por el callejón que quedaba detrás de mi casa.

Era un largo callejón que todavía existe, ubicado entre la Montevideo y la Colón, muy cerca de la Plaza Venezuela, que es el lugar en donde suceden las cosas que pasan en mi cuento.

Tres casas más arriba de la mía quedaba la entrada, con un pequeño portón que los señores de la electricidad cerraban con un candado cuando terminaban de reparar algún cable de los postes de luz que estaban y que, aún hoy, siguen estando allí.

Lo que ellos no sabían era que por el patio que queda al fondo de mi casa, encaramándome en un muro como de tres metros, algunas tardes, cuando ellos se iban, yo me metía a explorar ese maravilloso callejón que daba con la parte de atrás de todas las casas de la manzana.

Calladito la boca, procurando no ser descubierto, veía a la señora Carmen tendiendo la ropa, espiaba a Agustín, el bodeguero, arreglando la mercancía en el depósito y hasta me enteraba de alguna intimidad familiar que no voy a contar aquí, porque como ya sabes, este es un cuento infantil.

Era algo que, viéndolo ahora que soy grande, podía ser hasta peligroso, pero no te olvides que te estoy hablando de cuando yo era un carricito tremendo.

Lo cierto es que ese callejón, la avenida Montevideo, la Plaza Venezuela y el Parque Los Caobos fueron los patios de juego de mi infancia.

Allí pasaron todas las cosas que te quiero contar.Una de ellas tiene que ver con las tremenduras que junto a

Joseíto, mi mejor amigo de la infancia, se nos ocurrió inventar cuando estaban “embaulando” el río Guaire.

A lo mejor tú no lo sabes, pero antes ese era un río limpio y bonito.

Mi papá me contaba que cuando él era niño, los caraqueños hasta se bañaban en el Guaire.

Claro, yo nunca lo conocí

angéliCa oré

eciéndome cómodamente, esperando que padre tiem-po hiciera lo suyo conmi-go, te vi llegar por la puer-ta principal. Te detallé de los pies a la cabeza en unos

cuantos segundos. La fragilidad de tus pier-nas te obligaba a caminar pausadamente. Tenías un vestido beige que probable-mente hacía mucho era blanco. Tus ca-bellos también perdieron su color. Lo que sin duda permanecía intacto era tu mirada; los años no se atrevieron a apa-gar el lozano brillo de tus ojos azules. De no ser por esas dos ventanas, no te habría reconocido. Era noviembre, al igual que aquella vez que me dejaste a la deriva, con esa sensación amarga de que nunca te volvería a ver. Sin embar-go, el destino se empeñó en darme un último regalo antes de partir.

Cuando te diste cuenta de que un viejo te observaba, te acercaste a él y le devolviste la mirada con una sonrisa. Me sorprendió, pues supuse que el rencor del pasado abatiría nuestro encuentro. Pero decidiste darme un “buenos días” con esa voz que, a pesar de haberse vuelto un poco áspera, seguía siendo tan melodiosa como la recuerdo. Entonces te sentaste junto a mí y te presentaste. Pensé “Quiere borrar esa vieja historia tanto como yo”, y te seguí el juego. Dije “Mucho gusto, señorita. Soy Víctor”, y estrechamos las manos con afecto. Me dijiste que recordabas con ternura a un tocayo mío que fue el amor de tu vida, pero que nunca supiste nada más de él luego de separarse. Quise creer que

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ilY el corazón nos tiembla abriéndonos otra vez una herida que creíamos curadaT

de esa manera, pero si me tocó ver los trabajos que muchos obreros hacían para darle a sus márgenes la apariencia que ahora tiene, ponerle cemento en los bordes y canalizarlo con tuberías que conducen las aguas de las quebradas que desembocan en él.

Aquello cambió la vida de la ciudad, de manera parecida a cómo sucedió cuando construyeron el Metro.

Pero lo que yo quería contarte es cómo Joseíto y yo, en las noches, cuando los trabajadores se iban para su casa, nos íbamos para el río a lanzar a la corriente unos inmensos troncos que se utilizaban para apuntalar la construcción.

Los levantamos entre los dos y los lanzábamos por la pendiente, veíamos como rodaban por la ladera, se zambullían en el caudal de las aguas y se perdían.

¡Aquello era un espectáculo maravilloso!No quiero imaginar la cara de los trabajadores cuando,

al llegar al día siguiente, notaban la ausencia de los maderos que habíamos puesto a navegar durante la noche.

La diversión terminó el día que el tronco que lanzó Joseíto, se desvió y me cayó en la cabeza.

Esa fue una de las muchas veces que durante mi niñez me tocó ir a la Cruz Roja, en Quebrada Honda, en donde, debido a mis reiteradas visitas, las enfermeras se hicieron todas amigas mías.

Una Navidad, no me acuerdo cuantos años tenía, se me ocurrió meter un tumba rancho en una lata de jugo para ver como quedaba.

¡Ah!, se me olvidaba que a lo mejor tú no sabes lo que es un tumba rancho.

Te explico: un tumba rancho es un bicho que suena durísimo y que si no sales corriendo cuando le prendes la mecha te puede ir muy mal.

Lo enciendo y me escondo detrás de un murito a la espera de la explosión que, de acuerdo a mis cálculos, debía dejar la lata como un florero.

Pero el bicho no explotaba…Y yo me asomé…¡PUMMM!... un trozo de metal voló directo a mi párpado

derecho.Las enfermeras de la Cruz Roja dijeron que había corrido

con suerte, que un poquito más y quedo como el Capitán Garfio.

En otra ocasión, jugando pelota en la calle, no pelota de goma sino “arriao”, es decir con guantes, bates y bolas de “espaldin”, de las duras, se me ocurrió ponerme de “ompayer” detrás del “quecher”.

El bateador mete una línea y lanza el bate con fuerza para atrás… ¿y a que no sabes a quién se lo pegó en la frente?

¡Adivinaste!Sería ese mi primer chichón, y aunque no fue necesario que

me llevaran a la Cruz Roja, el mamonazo sí ameritó abundante Hirudoid y unas cuantas bolsas de hielo.

En las noches, como no podíamos jugar pelota, lo hacíamos con fósforos que encendíamos colocándolos verticalmente sobre la parte áspera de caja, y “bateándolos” haciendo fricción con el dedo.

El fósforo encendido volaba por al aire y teníamos que “atajarlo” con la mano y soplarlo antes que nos quemara.

Un día metí un jonrón que cayó sobre las matas de la señora Luisa Elena y casi se le incendia la casa.

De vez en cuando, los sábados en la noche, mi mamá y mi papá iban a alguna fiesta y se llevaban a Alesia, la mayor de los ocho hermanos que somos.

Esa era la noche de lucha libre.María Eugenia, la pequeña, se quedaba en la casa

pero no participaba.Eso era solamente para los varones: Fernando,

Catire, Chucho, Ricardo, Nano y yo.Bajábamos los colchones de las tres literas, los poníamos en el piso y ese era el ring.

Y a caernos a golpes, puños y patadas, sin reglas, sin referí y sin límite de tiempo.

La pelea terminaba después de la medianoche, cuando mi mamá, mi papá y

ambos sabíamos quién era el otro, y que lo menos que podíamos hacer era empezar de

nuevo.Al día siguiente, a la hora de desayunar, me

aproximé al comedor con el alma llena de júbilo, esperando que aparecieras para hacernos compañía mientras comíamos pan con jugo de guayaba, como aquellos días. Llegaste, te sentaste a mi lado y te presentaste una vez más. Yo titubeé un instante, pero decidí ignorarlo porque tu par de océanos, más deslumbrantes que el día anterior, me

hipnotizaron. Te dije que mi nombre era Víctor y que era un placer conocerte, de nuevo.

Más tarde a las cuatro, era momento de “divertirse”. En el tiempo que llevaba confinado allí, normalmente las 4pm representaban para mí lo mismo que las doce, las cinco, las siete o las diez. Pero ese viernes de noviembre, al verte junto a la ventana atisbando la nada, las horas se me hicieron un poco más significativas. Una monja colocó una música de antaño en el reproductor, y me armé de valor para invitarte a bailar. Me dijiste que no acostumbrabas bailar con extraños, pero te convencí diciéndote que mi nombre era Víctor y el tuyo Julieta, y que a partir de ese momento ya no era un extraño. Estabas pasmada de que supiera tu nombre, y vacilando un poco, aceptaste mi invitación. Había comprendido lo que estaba pasando, y mientras bailábamos, sollocé, pero bajito, para no perturbarte.

Todos los días a las cuatro, te sacaba a bailar, y todos los días se repetía la misma escena de la presentación. Aunque me sentía feliz de estar contigo, añoraba como un desquiciado que me reconocieras. Seguía llorando despacito. Con un poco de melancolía. Con otro poco de regocijo.

Pero un día te tocó a ti. Danzábamos ligeramente y te aferrabas a mi hombro, cuando de repente, comenzaste

a llorar. Me pediste disculpas, alegando que recordabas las veces que bailabas con tu amor de la

juventud, que se movía igual que yo, que te agarraba la cintura igual que yo, que te miraba durante la pieza entera igual que yo. Y del cual, por alguna pelea tonta, te distanciaste. Al escuchar esas palabras, me sentí como todos en algún punto de nuestras vidas: roto. Ese momento en el que la nostalgia nos invade, y el

corazón nos tiembla abriéndonos una herida que creíamos curada.

Han pasado años, más de los que esperaba. Creo que la muerte se olvidó de mí, pero tú le parecías

atractiva y no se apiadó para arrancarte de mi lado otra vez, también en noviembre.

Hubiera sido mejor que yo me marchara primero; sé que el dolor no sería el mismo. Pues tú seguías llorando por tu amado perdido, incluso teniéndolo frente a ti.

Alesia llegaban de la fiesta y nos encontraban dormiditos como unos santicos, con el cuarto arreglado como si no hubiera pasado nada.

La excepción fue aquella noche en la que nos disputábamos la faja por el campeonato mundial y al lanzarme sobre Catire para hacerle “la doble Nelson”, el muy tramposo se apartó y yo me fui directo contra la ventana, atravesando con las manos el vidrio que saltó en pedazos sobre los colchones.

Mis dos muñecas sangrantes me impidieron terminar el combate, por lo que tuve que acudir de nuevo a la Cruz Roja, en donde mis amigas enfermeras me aplicaron seis puntos de sutura.

Había un loco por la casa al que llamábamos “El polaco”.Se decía que era “sobreviviente de la Segunda Guerra

Mundial” y que de allí su demencia y su inentendible lenguaje.Del cuello le guindaba una ristra de limones, tenía un

mugriento traje negro y un desagradable olor a grasa.Era el clásico loco del cual los niños de todas las épocas y en

todas partes del mundo han sentido miedo, mas no por ello han dejado de burlarse de él.

Así como nosotros lo hacíamos cuando lo veíamos venir, con su saco lleno de latas viejas y su huraño acento.

¡Polaco!...¡Polaco!, le gritábamos en tono de burla y provocación, que siempre respondía con un gruñido en su incomprensible lengua.

Hasta aquel día en que obstinado de tanto chalequeo, nos persiguió con tal furia que de no habernos refugiado a tiempo en casa de la señora Graciela, quién sabe lo que nos hubiera pasado.

Y es que mi infancia, como la de la mayoría de las personas de mi generación, fue de todo menos aburrida y tranquila.

Patinando me fracturé el brazo y así descubrí la emoción de llevar un yeso para que mis amigos me lo firmaran, haciendo excursiones por las grandes tuberías que instalaban frente a mi casa conocí los pasadizos subterráneos de la calle donde viví, lanzándome por la bajada de Maripérez en carrucha hecha con rolineras aprendí a frenar con la suela de los zapatos y a rasparme las rodillas.

Por eso digo que este cuento auténticamente infantil, es también el testimonio de un niño que sobrevivió a su infancia.

Una infancia llena de riesgos maravillosos, de tremenduras y de peligros de los que siempre salí a salvo.

M

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DireCtora MERCEDES CHACÍN CoorDinaDora TERESA OVALLES MÁRQUEZ asesora eDitorial LAURA ANTILLANO asesor eDitorial LUIS ALVIS C. ilustraDora LORENA ALMARZA DiseÑo grÁFiCo TATUN GOIS

w w w . c i u d a d c c s . i n f o

Coralia lÓpeZ

Me voy a volver loca! ¡Un día más llevando esta vida y enloqueceré sin remedio!

Eso repetía mi mamá todos los días en la mañana cuando se preparaba para ir a trabajar y llevarme a la escuela.

Lo que pasa es que mi mamá es periodista y los periodistas siempre deben trabajar todos los días, incluso sábados y domingos, por si sucede algún acontecimiento inesperado. Además –aquí entre nos–, les confieso que yo creía que aparte de escribir, en el periódico donde ella trabajaba la obligaban a comer cosas horribles y a cocinar en lo que parecía ser un lugar muy sucio…

Una noche llegó llorando y mientras hablaba por teléfono escuché que dijo: –¡Eso era un fiambre!, ¡un refrito!, además ¡es injusto!–. Otro día que se sentía muy mal, le pregunté qué le pasaba y me dijo: –¡Ay, hija, es que en ese periódico me obligaron a “montar una olla”…!

Claro, yo me extrañaba mucho de que lo de la olla le causara tantas molestias porque a ella le encanta cocinar y hace unas comidas riquísimas. Recuerdo un día de mi cumpleaños cuando preparó un pasticho de espinacas que guardó en el horno para que lo comiéramos al mediodía, pero que tuve que comérmelo sola porque ella no pudo escaparse de tener que redactar una nota calichosa (otra palabra que yo no entendía).

¡Pobre mamá! Pensaba yo todo el tiempo al verla siempre apurada y con cara de angustia y habla-que-te-habla de todas sus penurias. Por eso un día le conté a Manuel, el fotógrafo que trabajaba con ella, todas esas cosas que le escuchaba decir y él quiso tranquilizarme diciéndome que esos eran términos que usaban las personas que trabajan en prensa y que no eran lo que parecían. Me dijo, por ejemplo, que montar una olla quería decir inventar una noticia, para dar la sensación de que era un hecho real. También me explicó lo de las notas calichosas, que son más o menos lo mismo que los refritos y los fiambres: resulta que son hechos que no tienen mucha importancia o que ya no son noticiosos, pero que al editor del diario le interesa que se publiquen. Antes de que continuara le pedí que no me explicara más, porque realmente, aunque no entendía muy bien, me estaba pareciendo algo

complicado…Lo bueno es que por esos días ya yo había

empezado a practicar ballet. Era algo que le complicaba un poco más el horario a mi mamá, pero ella había logrado llevarme siempre a todas mis clases sin falta –dado que es de la opinión de que uno no debe abandonar lo que empieza–. De hecho, cuando me iba a buscar, se ponía a conversar con otras madres y con la profesora de ballet, y yo

notaba que su cara era muy distinta a cuando tenía que ir al diario o cuando

hablaba de cualquier cosa referente a su trabajo. Los días del ballet eran muy especiales para mí por dos cosas:

porque me encantaba la danza y porque veía que mi mamá se sentía

completamente feliz.Meses después del inicio de mis clases nos

informaron que las alumnas más avanzadas tendríamos una función en el teatro de la ciudad. Llegó el día de la función y para la

fecha mi mamá había planificado todo lo

El Trabajo de mi Mamá

necesario para salir un poco más temprano de su oficina porque yo debía estar en el teatro dos horas antes del espectáculo y además ella era la encargada de ayudar a todas las niñas a maquillarnos. Pero todo estuvo a punto de estropearse, porque cuando llegó la hora, recogió su bolso y dijo en voz alta: –Hasta mañana– y escuchó un grito: –¡Virginia! (así se llama mi mamá) ¡no puede usted irse porque no va a venir el editor de noticias internacionales y necesitamos que se quede!–. Al momento se paralizó, luego comenzaron a pasarle miles de cosas por su cabeza: la cantidad de veces que había tenido que cambiar sus planes, y así sucesivamente hasta que su mente volvió a ponerse en blanco, pero esta vez de un blanco brillante que la iluminó y la hizo devolverse a su silla como poseída… Se sentó y comenzó a escribir su carta de renuncia con una paz que hacía tiempo no sentía, la imprimió, la firmó, se la entregó al editor, y salió por la puerta principal.

Fue al teatro esa gran noche, en la que todo el espectáculo quedó tan bien que el público nos aplaudió de pie. Y eso es muy bueno porque yo ya he decidido que mi profesión será bailarina.

Mi mamá ahora se dedica a escribir un blog sobre periodismo y literatura que se llama “El caos necesario”. También vende unos dulces y yo la ayudo a prepararlos y a ponerlos en unas cajitas. Mientras hacemos todo eso hablamos y hablamos, sobre todo mi mamá, que sigue hablando mucho… Pero de sus días de trabajo en el periódico, de eso, no hemos hablado nunca más.

¡

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