suplemento literario n°945

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  • 8/15/2019 Suplemento Literario N°945

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    suplemento cultural tres mil · diario colatino · abril 12 de 2008

    Sábado 12 de abril de 2008 l  No 3731 del año XVII segundo centenario l www.diariocolatino.com

    DIARIO CO LATINO, MÁS DE UN SIGLO DE CREDIBILIDAD

    Nº 945

    ¡Autodidactas de la gleba, guerrerosde la palabra! Sus escritos fueron

    verdaderos cañones contrael subdesarrollo. Nada tuvieronque pedirle a la inspiración, sololes bastó echarle una mirada alas ignominiosas relaciones de

    producción dadas tanto en el agro

    como en los improvisados talleresde la incipiente industria sueca.Así ayudaron a sacar a Suecia del atraso,

    a construir lo que llamaron El hogar del pueblo . Esa fue la tarea política

    que el fantasma que recorría a Europa amediados del siglo 19 le dejó a la literatura.

    Victor Rojas

    SUECIA:SUECIA:SUECIA:SUECIA:SUECIA:

    EL HOGAREL HOGAREL HOGAREL HOGAREL HOGAR

    DEL PUEBLODEL PUEBLODEL PUEBLODEL PUEBLODEL PUEBLO

    ERRATAS INVOLUNTARIAS: Solicitamos disculpas a nuestros lectores, debido a eren el montaje de la página 4, -edición del pasado 5 de abril- apareciendo esta al rsiendo casi imposible su lectura, a no ser con ayuda de espejos. De igual manera, página 2, aparecen trastocadas las columnas: la columna 2 aparece en el sitio corrediente a la columna 3 y viceversa. Rogamos tomar nota al respecto.

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    El fantasma que describía el fi-lósofo Carlos Marx, en 1848, pasóde largo, rumbo al país de los za-res, sin siquiera amedrentar a loslatifundistas suecos de la época.Era un fantasma que llevaba afán

    pues aquí, en la patria de Strind-berg, encargó a la literatura lastareas de la política. Y ese es unencargo bastante difícil de enten-der.

    Ante los ojos de muchos de losestudiosos de los cambios socia-les, las condiciones de extremapobreza en que vivían los labrie-gos de Suecia, para ser acabadasrequerían de violentas agitacionesde las masas y no de ruidosos ta-lleres de imprenta. Sin embargo,para sorpresa de muchos y comocaso único en el mundo, fueronmás efectivas las plumas de los

    escritores que los discursos incen-diarios de los agitadores.No se exagera al afirmar que la

    enloquecedora miseria era lo úni-co que poseían los jornaleros delagro sueco. Todas esas vidas pau-pérrimas eran un caldo de cultivopara cualquier sublevación arma-da. La más audaz mejoría que leshabía sido dada cuando el fantas-ma del comunismo recorría Eu-ropa, era la de haberle abreviadoel nombre a la forma cómo eranexplotados. De haber vivido como“siervos de la gleba” (creo que esla acepción que más se acerca a“livegna”), pasaron a ganar las mi-

    gajas del pan del día como simple“siervos” (llamemos así, en arasde la abreviación, a quienes enSuecia se conocen como “Stata-re”).

    El sistema de “siervos de la gle-ba” se dio, aunque en escala re-ducida, en la región de Escania.Consistía esta ignominiosa rela-ción laboral en que el jornaleroera un arbusto más sobre el lati-fundio. Un palo de arándanos. Unespantapájaros que cuidaba de lasiembra pero que a la hora de lacosecha era desmontado y olvi-dado. Los historiadores son me-

    nos complicados en la descripciónde los “livegna”. Aclaran al vueloque tales campesinos heredabanla relación de dependencia con losterratenientes y, por supuesto, conel terruño donde nacían. Se llega-ba al mundo con esa desventajo-sa condición. A los siervos de lagleba, el latifundista les asignabauna pequeña parcela, no por serbueno de corazón, sino porque deesa manera se libraba de la manu-tención de la mano de obra. Lospeones se podían dedicar al culti-

    Guerreros de la palabraGuerreros de la palabraGuerreros de la palabraGuerreros de la palabraGuerreros de la palabraVÍCTOR ROJAS

    Ilustraciones de Lars Lerin

    vo de la parcela después de la ex-tenuante jornada laboral. Además,por el usufructo de esa ínfima detierra, aquellos desventurados se-res tenían que pagar elevados im-puestos. Los “livegna”, no tenían

    en su lenguaje la palabra “dere-chos”. Su única función en la vidaera mantenerse por sí solos ymantener a otros. Al ser vendidoun feudo, de hecho se les incluíaen la venta. Y como es de supo-ner, bajo ninguna circunstanciapodían abandonar la parcela sin elconsentimiento expreso del terra-teniente. Y como una doble mal-dición, les estaba rotundamenteprohibido a los latifundistas des-ahuciarlos, expulsarlos de sus te-rruños. Eso puede dar a entenderque un esclavo espartano teníamejor suerte, pues su amo lo po-

    día vender poniéndole precio a lafortaleza de sus músculos o elbrillo de sus dientes. Los “livegna”,en cambio, no eran dueños ni si-quiera de su propia fuerza, puessu suerte estaba condicionada ala suerte del feudo. Por lo demás,en un mes cualquiera de 1847 sedeclaró que todos los esclavosque se hallaban en Suecia, queda-ban libres.

    El otro sistema de explotaciónde la mano de obra rural, el co-nocido como “statare”, tenía,como todas las cosas suecas, bienclaras las reglas de juego. Y tal vezpor eso fue el régimen laboral que

    más se arraigó en el campo. El fe-nómeno del siervo se dio sobre-todo en los grandes latifundios.

    Para empezar, se le imputa al te-rrateniente Eric Salander de ha-ber propuesto en 1750 que seimplementara dicho sistema. Elasunto, decía, era muy sencillo. Silos peones vivían en las cercanías

    de las fincas, se obtenía con elloun par de beneficios. Por una par-te, se ahorrarían las horas de des-plazamiento a sus hogares, quebien podrían ser utilizadas enotros quehaceres. Por otra parte,se tendría un mayor control desus actividades laborales. Además,construir barracas en los rinco-nes del feudo no costaba mayorfortuna.

    Cuando la clase latifundista sue-ca se convenció de estas ventajas,se dio de inmediato la tarea dereglamentarla. Un “statare” debe-ría ser un peón con mujer que

    suscribiera un contrato laboralpor un año, siempre a partir de laprimera semana de octubre. Que-daba implícito en dicho contratoque su mujer durante ese añotambién haría parte de la produc-ción. La principal tarea de ella erala de ordeñar las vacas. A las 3 y30 de la mañana, así los camposamanecieran cubiertos de nieve oempantanados por inclementeslluvias, tenía que estar bajo lasubres de las reses y cumplir tresturnos de ordeño que se prolon-gaban hasta las 6 y 30 de la tarde.Antes de irse a descansar, la or-deñadora tenía que dejar bien

    aseadas las cantinas de la leche. Aesa tarea ayudaban las hijas ma-yores, si las había en el matrimo-

    nio. En casos de embarazo, a lamujer del siervo le era permitidoabandonar sus labores sólo cuan-do le empezaban los dolores delparto. Pero al día siguiente de ha-ber dado a luz, tenía que estar de

    nuevo sentada a la cola de las va-cas. Un peón sin mujer, estabacondenado a morir de hambre,pues no tenía ni la más mínimaoportunidad de ser contratado.

    La jornada del siervo empezabaa las cuatro de la mañana y se pro-longaba 9 horas, así el día vinierapintado de rojo en el almanaque. Tenía derecho durante el año delcontrato a 7 días pagos, de loscuales 3 y medio eran de vacacio-nes. También se le daba la posibili-dad de disponer para sus asuntospersonales de entre 30 y 50 díasal año. Eso sí, que fueran sábados

    o domingos y, por supuesto, sinremuneración alguna. El salario lorecibía en especie. Ya fuera en leña,leche o cereales. El siervo teníaderecho a vivir con su familia enla barraca y a sembrar cien kilosde papas al año. De la construc-ción y las condiciones higiénicasde su vivienda, es mejor no des-cribirlas para no llamar a la repug-nancia. Y para cerrar el cuadro, alterrateniente le era permitido cas-tigar a sus peones.

    Siervos hubo sobretodo en losllanos de Södermanland y los va-lles melares. En este último lugareran conocidos como los Nóma-

    das de los Melares, pues las mise-rables viviendas en que eran ubi-cados los obligaban a mudarse

    cada año en busca de mcondiciones de vida. El año emás familias “statare” hubo 1905. Eran alrededor de familias de jornaleros duela nada.

    En la región de Småland minó otro tipo de peón ruincansables “torpare”. Estodatarios podían vivir lejos latifundios, tener rancho pser dueños de insignificantsas, como un par de gallinabuey para arar la tierra. La la donde levantaban la mocultivaban era alquilada a ufundista. El arriendo lo pa jornaleando en los terrenpatrón.

    Esos eran los tejes y manela producción agraria en hace 150 años. La gran may

    pobladores de esa época compuesta de siervos sin ordeñadoras sin derechos, lres desnutridos, jóvenes antas y niños rubios que a ldel sueño compartían con carachas los rincones de lhíos. Todos estaban condenser herederos de la miseria co preferido de las enferme

    Cien largos inviernos trarrieron en Suecia desde lación delManif iesto Comunista la abolición del sistema “Statare”. Qué difícil creerlodo hoy en día los ciudadanocos nacen en una nación b

    cuyas políticas de bienestarhan sido admiradas y soñadotros pueblos. Donde el público está tan desarrolladalgunos sectores religiosos aal Estado sueco de haber udo el rol de la familia tradDonde el derecho de los ales se respeta tanto comorecho de los humanos. Dcada niño que nace, ademtraer el pedazo de pan debbrazo, trae una computadconexión inalámbrica a lasde internet.

    En fin. Si las relaciones lab

    de los siervos con los terrattes eran injustas hasta la veza, el contacto con la natuera, sencillamente, indescrEsos encantadores bosques cibles lagos que hoy día, horas estivales, hacen del csueco un verdadero edén, eesa época, sobretodo en tiede invierno, un indiscutibleno tanto para los jornalerocolas como para los animante esas adversidades ¿qcer? Un millón y medio d

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    cos, los más osados, de los 3 ymedio que había en esa época,optaron por marcharse del país.Conmovedoras son las escenasque nos legó Wilhem Moberg ensus escritos del leñador KarlOskar, la bondadosa Kristina y laramera Ulrika, abandonando losinhóspitos boscajes esmoleños,rumbo a otros sufrimientos perobien lejos de una hambruna sinigual. Nada podía ser peor. Ni losalacranes de Sydney, ni los redu-cidores de cabeza de las zonas sel-váticas brasileras, ni los matonesde Minnesota. El hambre, comouna maldición bíblica, obligó a lossuecos a esparcirse por el mun-do. A elevar la cruz anillada el díade San Juan en pueblos perdidosde Cuba. A levantar piedras mor-tuorias en las pampas argentinas.A añorar en los valles de Austra-lia las albóndigas de carne de alce.

    Algunos de los que decidieronquedarse, procuraron ponerle or-den a las cosas a través de la anar-quía. También caso único en elmundo pues los anarquistas sue-

    cos son los seres más organiza-dos que pueda haber sobre la fazde la tierra. Y contra el abandonoy la injusticia lucharon negándosea trabajar o, en un intrépido he-cho, arrojando una piedra al ran-cho donde pernoctaban una vein-tena de esquiroles agrarios, comonos cuenta el escritor Jan Fride-gård en su relatoUna noche de julio. Tal vez el acto político más vio-lento que los anarquistas come-tieron en su lucha por transfor-mar la sociedad fue el de colocarun petardo de baja potencia enAmaltea, un viejo barco de carga.Eso sucedió en 1901, en el puer-to sureño de Malmö.

    En fin, esa gran masa de jornale-ros agrícolas no fue para la histo-ria sueca lo que fueron sus homó-logos en otras naciones. Lejos es-taban de ser como los intrépidosmujiks del Ejército Rojo de Leninen Rusia, o los incansables nutrien-tes de las bases de apoyo del Ejér-cito del Pueblo de Mao Zedongen China. Los campesinos pobresde Suecia vieron pasar de largo,como ya se dijo, el fantasma queasustaba a las clases dominantes.Estaban más interesados en apren-der a leer y a escribir que en le-vantar la hoz a la altura de la ca-beza de los terratenientes. A la luzde las velas de cebo garabatearonel alfabeto que les abriría las puer-tas a mundos maravillosos. Cam-biaron la juerga de los sábados porapacibles tardes de lectura. Enten-dieron que la suerte les cambiabasi lograban llevar a la imprenta laspenurias sufridas durante largosaños. Y así, le robaron al viento lossonidos de otros lenguajes, paraarmar palabras de solidaridad conlos humillados de la tierra. Eso fue-

    ron los escritores suecos de lageneración de los años 30. ¡Auto-didactas de la gleba, guerreros dela palabra! Sus escritos fueronverdaderos cañones contra el sub-desarrollo. Nada tuvieron quepedirle a la inspiración, solo lesbastó echarle una mirada a las ig-nominiosas relaciones de produc-ción dadas tanto en el agro comoen los improvisados talleres de laincipiente industria sueca. Así ayu-daron a sacar a Suecia del atraso,a construir lo que llamaronEl ho- gar del pueblo . Esa fue la tarea po-lítica que el fantasma que reco-rría a Europa a mediados del siglo19 le dejó a la literatura.

    Extenuada como estaba no sen-tía que el incómodo lecho lasti-maba su sensible y dolorido cuer-po. Por un instante se libera de

    los tortuosos pensamientos. Uninstante, alguna hora. No mucho.La preocupación y la duda no per-miten extravagancias, como elprofundo sueño, el reposo. La queduerme se sobresalta, se levanta.

    -Hay guerra, rezonga. Guerra.He parido. Un niño. Un guerreroquizás, no, eso no.

    Llama a Ellen, quien a la distan-cia cuchichea con los niños a quie-nes procura mantener en silencio.El mal tiempo no les permite es-tar afuera, se encuentran senta-dos en el canapé, a la espera. Devez en cuando preguntan algo envoz baja. Aguardan llenos de ex-pectativa. Están sentados al fren-te de la entrada donde la madreesta acostada. Y un nuevo herma-no, tal como ha dicho la matronaEllen.

    Hay, en el cuarto donde la ma-dre está echada en el suelo, conun pequeño guerrero al lado, to-dos los libracos de Liter-Olle yperiódicos viejos arrumados pordoquier.

    -¡Madre está llamando!Se lanzan en tropel. Tres chicos

    y la matrona Ellen abren la puer-ta. Los pequeños quedan callados.Qué extraño. Madre esta echada

    en el piso pero un nuevo herma-no no se ve por ningún lado. Lamatrona Ellen levanta un peque-ño envoltorio que está al lado dela madre y dice:

    Qué niño tan hermoso, es comosi tuviera un mes, nunca antes hevisto un recién nacido tan bello.(Estas son las palabras oídas encasi todas las camas de parto. Ylas madres, acostadas ya en impe-riales camas de colchones de plu-mas, ya en camastros, ya en unarrume de harapos con el viejoabrigo del andrajoso padre enci-ma, se las creen).

    Así es a la llegada de cadaciudadanito. Quizá es mucho de-cir o muy poco. Hay que pregun-tarle a los encargados del aseo delas grandes ciudades o a los de lassalas de abortos o a cualquiermédico o a los jueces de la na-ción.

    De cada dos madres, una se ale-

    gra de su recién nacido. (Acaso seamucho decir). Se alegra que sea

    hermoso o que la gente diga quees hermoso. Sally es de las que sealegra de sus hijos aunque hayatenido que tenerlos. Sabía que erainjusto dar a luz cuando la tierraestá superpoblada y los hombresde las finanzas tienen que hacerla guerra en aras de guardar elequilibrio. (Así estaba escrito enmuchas partes de los viejos librosy arrumes de periódicos que ha-bía leído). Guerra. Sally lo sabíatodo acerca de la guerra. ¡Diossanto, tanto sabía y aún así daba aluz en plena guerra! Un reciénnacido estaba a su lado y no había

    nada que comer en casa. ¿El cu-pón de raciones? Qué, ¿que va aser del niño? Los niños quierencomida, no cupones. Guerra. Sallyhabía ayudado a preparar la gue-rra.

    Su padre se había ahorcado enel arsenal de granadas, en la ar-mería de cañones. Era un hermo-

    so lugar, el mejor lugar quebían dado y la madre y Saldaron en todo lo que pupara que él pudiera hacerle

    mantenimiento. No estabatumbrado a trabajar de nodormir de día. Nunca se acobró a eso. Pero preferible aque andar en busca de los by tras de bueyes en la finca ddía, así que pensó en escaen hacerse a los caminos. Y como le dieron aquel helugar como celador noctula armería de cañones. Fuemás feliz en el hogar de Saesa ocasión Sally y su famiron buscados con los fuertballos ardeneses de la armlas siervas se pelearon en a la abuela y a la madre unde café y mamá le dijo a pa

    -Ahora tienes que dejandanzas de huelguista. En años nos hemos trasteadota y cuatro veces.

    Papá creyó que era suficse salió de su sindicato. Aera la condición para que ran el puesto. Pero papá tennas referencias, había permdo mucho en la fábrica. Lcargados de la fábrica lo elde celador entre diez solicitla mayoría hijos de campeslos alrededores.

    Los encargados de la fáb

    querían tener hijos de camnos en la celaduría. La mayte de las chucherias de la se vendieron, nuevos ensecompraron de a poco. Pecomo si la abuela no se srealmente bien en los peqcuartos nuevos del portónarmería de cañones. Se volenciosa y cansada, la mayodel día se la pasaba acostadmañana fue hallada muerta. zás murió de vieja, tenía oy cinco años. Sally todavía que las lágrimas le salen cse acuerda de cómo esta

    muerta en su cama, en scama amarillenta en la cocinesta tirada en el suelo en y llora por la abuela.

    La guerra, sí, los cañones nan, las minas en la costa tan y se oye de vez en chasta Mårbo y el pueblo. tienen comida, en el pue

    M oa M artinsson*

    El libro de Sally El libro de Sally El libro de Sally El libro de Sally El libro de Sally (APARTES)

     Traducción: Víctor Rojas

    *Moa Martinsson (1890-1964). Escritora autodidacta. Publicó veinte novelas sobre la dura vida cotde la mujer en la industria y en el campo en Suecia. Destaca su trilogía autobiográficaMor gifter sig  (se casa), «http://es.wikipedia.org/wiki/1936» \o «1936» 1936,Kyrkbröllop  (Boda en la iglesia ) y Kurosor   (Las rosas del rey ), «http://es.wikipedia.org/wiki/1939» \o «1939» 1939. Se caracterizó solidaridad internacional con la clase obrera.

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    dos tienen comida, las únicas queno tienen es Sally y Ellen. Sí, Ellencomienza también a achacarsedesde que Bernhard se volvió aesfumar para ir a beber y a plei-tear. Pero Ellen, ella, ella se llevababien con la gente del pueblo. Erasolamente Sally que no soporta-ba el pueblo. Ellen era tan calladay dulce y con gusto ayudaba porun ínfimo pago y siempre permi-tía que los mandamases tuvieranrazón.

    Eso Sally ahora no lo admitía,había viajado por todas partes,trasteado 34 veces antes de te-ner 10 años. Sally había estado enla artillería de cañones, en el de-pósito de granadas y dado vueltaal reloj para controlar la fundicióncuando su padre no arriscaba,cuando debía dormir alguna no-che, porque nunca se acostumbróa dormir de día… Sally nunca lesdaba la razón a los mandamases,les gritaba, pero ¿a quien le im-portaba eso? Sí, tampoco a Sally,ella sencillamente no se podíaconformar con el orden de las

    cosas, y ninguno en el pueblo ha-bía ido durante oscuras noches aun inmenso arsenal de granadas.Nadie realmente sabía cómo sealimentaba la guerra. Ninguno enel pueblo sabía cómo era la cosaen el suburbio sureño, nadie másque Ellen, pero ella no lo sabía tanbien como Sally. Ninguno en elpueblo había estado en el interiorde una fábrica. El pueblo se so-brepasaba de ingenuo.

    -Hablan de que habrá paz, diceEllen.

    Sally niega con la cabeza desdeel suelo donde esta tirada.

    -Mañana trataremos de llevartea la cama. Me llevaré los niños acasa para que puedas estar tran-quila, tengo quien me ayude encasa.

    -¡Nunca te podré pagar, Ellen!-Boberías, ¿quieres una gota de

    café?Sí, Sally quiere café.Sally se encuentra sola de nue-

    vo. La puerta está cerrada. Los ni-ños cuchichean allá afuera. Escu-cha como Ellen les promete ha-cer arepuelas mañana, siempre ycuando hoy se porten juiciosos,las eternas papas y el arenqueseco.

    -Irán conmigo a casa, dice Elleny queda en silencio y total calmaahí afuera de la cabaña. - - - Gue-rra, cañones. Arsenal de granadas:

    -Puedes estar hasta las doce dela noche, después voy yo y te re-emplazo, dice mamá y pone la cin-ta, de la cual el reloj de controlpende, en el cuello de Sally y le dael viejo reloj de bolsillo de papápara que así pueda pasar las llavesa tiempo. Una pequeña perfora-ción en la cinta por cada pasadade llave. Seis pequeñas perforacio-

    nes por hora. Seis pequeñas per-foraciones en la cinta de papel, ennueve secciones, seis por hora sig-nificaban que la artillería de caño-nes podía cobrar los seguros encaso de incendio en la noche. Papaya había recibido la queja de quehacían falta dos perforaciones enun par de veces.

    Es día festivo. La fábrica con susdiferentes secciones está desier-ta y en silencio, no un silenciosepulcral, nunca en una fábricagrande hay silencio total. En el grantaller están las fresadoras y lospequeños dinamos y duermen ydescansan. Allí huele a petróleo yestopa y sudor de hombres. Nohabía tanta desolación ni miedo.Las máquinas estaban ahí comogentes y esperaban pacientemen-te el día de trabajo. Las máquinasde las que Sally había escuchadoque maldecían. Las que le nega-ban el pan al pobre, a todos, conexcepción de unos pocos. No ha-bían visto los que maldecían quelas máquinas estaban sujetas congrandes tornillos, que estaban ata-

    das como los animales del esta-blo, para ser utilizadas como ju-mentos. Sally era testigo de eso.Siempre había creído que las má-quinas eran cosas mudas, encade-nadas, que sin quererlo sacaban dequicio a la gente. Hechas a la per-fección y dispuestas al trabajopesado, atornilladas al suelo y alechos de piedras, eran acalladascon maldiciones, a veces golpea-das, Sally había leído la palabra sa-botaje, sabía que significaba. Perouna máquina, el cerebro por fue-ra del cerebro, no era fácil hacer-la añicos. Igual de injusto comohacer añicos al buey que Sallyarreaba por los lados del lago. Quéno había leído Sally en el papelordinario de Liter-Olle. Tampocotenían culpa los que habían inven-

    tado las máquinas. ¿Pero quién,entonces? ¿De quién era la culpa?No era culpa de las máquinas quefueran utilizadas para hacer caño-nes.

    Era tan sencillo, no se podía abu-sar de las cosas, las máquinas eranalgo de las tragedias de las cosas,abuse de las cosas. Sally se levan-ta, le gustaría escribir eso. Acos-tumbraba a escribir lo que pensa-ba. Era tan divertido leer aquellodespués de que se había olvidado.Se creía que uno podía sacar hie-rro de la tierra y hacer con ello loque se antojara, porque el hierrono tiene nervios. El pequeño chi-lla y se mueve, ella lo pone en supecho e intenta dormir.

    El marcador de hora. A la sec-ción de fuerza tiene que correr.Allí acostumbra el maquinista aecharse una siesta en noches tran-quilas como esta. El brillante pisode cerámica, la dorada maquina-ria era más que todos los cuen-tos que ella había leído. Sally sabíaque pasaba al espichar algún bo-tón. Cualquier dinamo comenza-

    ba a trabajar, movía las pesas o losfuelles o las fresadoras, hacía mu-cho más que el anillo de Aladino.El maquinista despierta cuandoella cierra el pequeño llavero. ¡Así que eres tú! Sí, papá necesita dor-mir. Se acuesta y de nuevo quedadormido. Ella camina con cuidadoa través del oscuro taller de he-rrería, pedazos de carbón crujenbajo sus pies. La pequeña lámparacerrada ilumina un anillo, grandecomo una copa de café.

    A la carpintería donde se fabri-can los tamboriles del cañón. Allí todo está limpio, huele a maderarecién cortada. Se sienta algunosminutos en un tamboril a mediohacer. El fuerte olor a resina laadormece. Mira el viejo reloj debolsillo, solo dos minutos más, y

    luego el último pase: el arsenal degranadas. Ahí adentro todo es tanbello, tan vacío, tan acabado y frío.La luna alumbra a través del ven-tanal cerca del elevado techo conláminas de hierro para los vidrios.Las granadas blancas están en fi-las organizadas, empacadas, comobotellones de vino en un depósi-to.

    Un silencio sepulcral en el gransalón la invade de miedo. Las gra-nadas estaban ahí por miles comolarvas a punto de reventar (Sallysabe que a veces explotan y en-tonces hay sepelio y llanto y la-mentaciones), grandes larvas lis-tas para reventar para dar paso aenormes bichos. Así parecía en lafantasmal luz de luna. Un llaverohabía en cada gaveta y el celadornocturno debía pasar a través detodo el complejo que era tan gran-de que se necesitaban diez minu-tos para salir tanteando en la os-curidad. Aún caminando con cui-dado los pasos de ella hacían ecocomo tormenta en la noche. Que-daba enferma de pánico después

    de cada ronda. Cada hora la mis-ma ronda.

    Primero la gran fábrica, pobladade máquinas, cálida y viviente. Labella estación de fuerza con suviejo, amable maquinista. La car-pintería con sus limpias maderas,su olor a resina, y por último elterrible, sombrío almacenamien-to de granadas, allí uno de los re-sultados de la fábrica estaba or-denado en filas y allí donde papá,después del tercer llamado deatención y amenaza de despido, secolgó.

    Sally no puede dormir, las nu-bes revolotean como nubes, comohormigas, como tejidos a su alre-dedor.

    -Ahora han reventado las larvas,se dice así misma, ahora han re-

    ventado. Hay guerra, el dede granadas debe estar dpado, o deben estar trabajany noche en la fábrica.

    El pequeño se ha dormidoSally no puede dormir. Salen un atajo.

    Mucha maldad ha sufridono ha sido más que otros, sabe ella. Ahora estaba acosse angustia por haber parplena guerra. Sabe por losdicos que halagaran a la parta que da el hijo a la guerramujeres no tenían miedo, ama su patria. Esto ponía laspeor, contra esas mentirastiales nadie podía luchar. Pacolgó. Quizá no por miedo der el trabajo. Sally recuerdpapá siempre hablaba de antes de que lo emplearan bello lugar.

    Se sume más y más en ealiento. Olvida sus hijos, deto siente el duro pan de lasiente que existe, que es imble existir en este mundo, sible vivir. ¡Mañana, mañan

    ñana quedaré íngrima, conmo, el último guerrero, soldado. Nunca más parir, más! Mañana, sola, sola, agrsoledad, lejos de todo, en lnidad, lejos de la abuela, dede todos los que partieron de la abuela Sofi. Mañana vla felicidad, el descanso. ¿puede vivir y parir con el rede cañones y pobreza? Damientras las granadas estaldepósito de granadas. MaUna placidez se apodera dLa de la duda. La úinmovilizante calma y el sala duda. Saber ante la mueel momento más negro deLa miseria de la vida le ahocuerdo instinto. La muerte svirtió en ganancia.

    Mañana, sola. Ellen se llevniños, todos menos el recicido. El seguirá a Sally en suEl último viaje. La última mza. Después todo quedará ma, en calma. Ninguna voNingún mordisqueo. Nahambre, nada de sufrimienpensamientos la adormecapacible sueño también llecomo si hubiera esperadinstante para subir su veto

    sueño, el don más preciadgente, cercano a la muerte

    A la mañana siguiente Sapierta a la vida.

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    En la primavera los bueyes ara-ban la tierra para la siembra. Denada servía golpearlos. Se caían,lánguidos por el hambre, acaba-dos por jaeces, consumidos por

    el humus gris, y una vez llevados acasa se echaban sobre los desper-dicios.

    -Llévenlos a que los hagan leña,decían desde hacía más de cin-cuenta años los peones de la des-cuidada finca. Para nada sirven.Córtenles las piernas, vuélvanlosharina.

    Uno de los bueyes murió. El ani-mal permaneció echado duranteunas semanas, le daban de comermusgo y paja, pero no arriscó alevantarse a pesar de los golpesque le daban en las patas. Eso fue

    recién entrada la primavera. Elpasto empezaba a reverdecer porlas colinas. Pero el buey murió.

    -Se murió Musgoso, dijo el ca-pataz. Apúrenle, aprovechen paraarar mientras el otro está en pie.Denle palo, si nada más sirve…Apurados empezaron a arrear alanimal. Pero el animal más se de-bilitaba con el afán.

    Los verdes pastos crecían des-pacio en la descuidada finca. Ha-bía tanta sequía que los matorra-les se secaron. Era como si el pas-to no quisiera salir. Una ramillaaquí, otra allá. Y el campo queda-

    ba débilmente vestido, iluminadopor el rojo de algún matorral re-seco.

    -Hoy morirá un animal, decíanlos siervos de la descuidada finca.

    Los animales eran llevados a loscampos de cultivo en las maña-nas. Desgonzados andaban a lautilería, pero tan pronto los ibana cinchar no querían dejarse. Ycuando por fin les ponían los ape-ros, se quedaban quietos, amarra-dos y cinchados.

    Los peones intentaban hacerlosmover, primero con golpes suaves,

    luego con azotes. Algo se movíanlos animales. Jalaban lo que podían.Los rejos aun así quedaban suel-tos. Las rastrilladas chuecas comocaminar de borracho. Y así losbueyes iban y venían en los cam-pos de siembra.

    ¡Arre bestia, no se caiga!Uno de los animales había caí-

    do de rodillas sobre el musgo. Ellátigo zumbaba a diestra y sinies-tra, primero en las ancas, luego enel desapacible lomo, en la espaldi-

    lla, y hasta en la cabeza. La punta

    del látigo le alcanzó los ojos. Peroel buey no se levantó.Un insecto, el matabuey, comen-

    zó a poner el huevo en la cutículasin darse cuenta del estado delbuey. Y al buey ya nada le impor-taba.

    -¡Desamárrelo, si no se lleva alotro!, le gritó un arriero al otro.

    El jornalero intentó una vez másque el arrodillado animal se pu-siera de pie. Pero fue peor. El bo-vino se levantó a medias, tomóimpulsó pero volvió a caer pesa-damente, causando un ruido sor-do.

    -¡Desamárrenlo!, el otro buey yahabía reculado.

    Desamarraron al caído y aleja-ron al otro. El rastrillo quedó ahí,clavado en la tierra, como una sú-per poderosa herramienta quenadie podía mover.

    El buey se quedó echado dondecayó. Se hundió en el musgo. Seacomodó un poquito. Después dedesgonzó y miró apagadamente,mientras todos especulaban de ély ya nadie se preocupaba del láti-go mojado en aceite de lino.

    Mientras se sembraban las se-

    millas, moría el resto de los ani-males. Mientras el pasto crecíadespacio, murió el animal. El des-concierto cubrió el campo.

    -¿Y ahora?, se preguntaron lospresentes.

    -Golpear… Levantaron de nue-vo los látigos.

    -Yo no lo voy a azotar más, dijoel hombre que tenía al buey en su

    yunta.

    - Nosotros lo intentaremos…nosotros.-¡No lo va a golpear más!, dijo

    el peón. ¡En cambio de comida sele han dado demasiados latigazos.

    -Entonces hay que sacarlo deaquí, dijeron los otros

    -No se puede sostener de piepor sí solo.

    -No, nosotros lo llevaremos.Mientras se sembraban las se-

    millas, moría el resto de animales.Semilla y pasto no alcanzaban acrecer. Los animales no podíanpensar en mejores tiempos quevendrían alguna vez, en algunas

    semanas o algo así, o en un año.Morían, agobiados por los instan-tes, sin soñar en mejores tiempos.No tenían más perspectivas queel esfuerzo y el golpe del momen-to. Los peones estaban desconcer-tados hasta que llega el capataz.

    -¡Acá, el látigo!, gritó.El látigo zumbó por las

    ahuecadas caderas que en un bueyechado no son descarnadas, perolos ojos tenían el mismo brilloopaco y el cuerpo no se movía.

    -¡Intenten levantarlo!, ordenó elcapataz.

    Intentan levantarlo. Luego logolpean de nuevo. Luego levantar-lo. Y después sólo lo golpean. Fi-nalmente levantarlo y golpearlo altiempo. Pero ni por esas el animalponía empeño a pesar de que aúnestaba con vida. Solamente el ma-tabuey salió volando de su huecoen la cadera después de haberpuesto el huevo.

    -¡Voy a hacer que se levante! Yomismo, dijo el capataz, y arrojó ellátigo. ¡Traigan leña!

    Recogieron chamizos en el cam-po de cultivo.

    Los hombres recogieron gran-des cantidades de leña seca y conella se acercaron al animal quebufaba.

    -¡Hagan un anillo con la leña!,ordenó el capataz.

    Pusieron la leña alrededor delanimal caído, ni muy cerca ni muyretirada.

    -Retírense, gritó el capataz. Yaverán como lo hacemos mover.¡Vamos a ver un nuevo buey!

    Encendió el anillo de chamizos.La leña seca levantó fuego a granvelocidad. Un anillo rojo en el gri-

    sáceo campo de cultivo ardía es-tridente.Entonces el pobrecito animal se

    apresuró a levantarse. El bueytomó impulso y con lo último desus fuerzas se arrojó por fuera delllameante anillo.

    -¡Agárrenlo, pónganle la cincha!,gritó triunfante el capataz.

    Pero se apresuró a decir. No vie-ron un nuevo buey. El animal lo-gró salir del anillo de fuego. Algu-nos cuerpos de distancia, contraun montículo, se fue de rodillas ytrató de salvarse de esa manera.Cayó de hocico en el campo de

    cultivo, después quedo echado ahí,derrotado.

    Los hombres se acercaron ymiraron al animal. No lo golpea-ron esta vez. Una parte del pe-lambre de la cadera estaba que-mada. Ladearon un poquito la ca-beza del buey para que el hocicoquedara fuera de la tierra.

    - ¡Voy en busca del matarife! …Uno de los siervos salió corrien-do. Sus botas arrancaron musgo,una nube de tierra se levantó ensu camino. Pero el capataz le gri-tó que regresara.

    -¡Tendrá que vivir, este no va amorir, corra más bien en busca deun puñado de avena machacada!,ordenó el capataz.

    El siervo salió corriendo. Regre-só con la avena machacada.

    -Aquí tienes avena, Musgoso…Con esto le llegó al buey un

    tiempo milagroso. Recibió la ave-na machacada y seguro creyó que

    Ivar Lo- Johansson*

    La tumba del buey (CUENTO)

     Traducción:Víctor Rojas

    *Ivar Lo-Johansson  (1901-1990) Nació en el hogar de una familia de siervos. Su trabajo literario contribuyó a laabolición del sistema de los “Statare” en 1945. Se desempeñó como albañil, leñador y periodista. Se destacan sus novelasMåna está muerta  (1932), Buena noche tierra  (1933), El tractor  (1943), El analfabeta  (1951).

    se encontraba en el cielo bueyes cansados. Pero cuaiba a comer la avena machno la pudo pasar. Así echaquedó un tiempo. Afuera

    noche. Las primeras noccubrieron con una cobijadespués el viento se puso te y tuvo que quedarse dedo. Comió un poquito, y cel pasto había crecido almilímetros alrededor, echrumió de forma maquinal.sar de todo eso, no se alunos pasos de allí se veía unde cenizas que el fuego habmado con la leña quemada

    Pasó una semana, y dosigual, una mañana el buey

    -No te apuraste con el p

    de avena machucada, dijo etaz.-Hemos tenido toda la

    vera para nosotros, ahora rano, dijo el peón, y el capatlló. Muy bien sabía que habdido la partida con el terco

    Ahora todas las esperanhabían acabado. Lejos llevabuey y lo enterraron cercariachuelo. Los otros bueyelos que arrastraron al bueyto, ya se habían empezadoponer de la gran hambruna. to de nuevo reverdecía enlas colinas. Cuando iban a

    rrar al buey muerto, se abrde los muchos moretonetenía en el cuerpo y de avolando un insecto. Ematabueyes.

    Después de algún tiempreció la lluvia y el verano llecalidez y sol, con más lluvpasto creció con fuerza. Loanimales fueron sacados a en las noches y de nuevo zaron a engordar. El tiempovacas flacas había pasado. Ecreció, por doquier, con lael sol o el rocío. Pero despu

    algún tiempo creció más exuberante en cierto lugar, mancha cercana del riachu

    -Coman, aquí es como sabono de riquezas, decían lones al tiempo que mostra jugoso pasto de hoja anchlos animales no querían co

    Había una abundancia innria de pasto, justo en aqueEn la tumba del buey.

    Estudio para la vuelta de la pesca. Joquin Sorolla

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    suplemento cultural tres mil · diario colatino · abril 12 de 2008

    Al siguiente verano estalló lahuelga entre los jornaleros agrí-colas. Era como un nubarrón ame-nazante en pleno furor de siegade heno para el otoño. Las pesa-

    dos prados de tréboles olían aavanzada madurez y en el jardínavivaban como campos de batallalos grandes hileras de fresas ro- jas. El terrateniente y sus parien-tes recogían con todas sus fuer-zas, pero solo lograban salvar unapequeña parte de todo lo que cre-cía en aquellos calurosos días de julio.

    La noche anterior al estallido dela huelga habían tenido asamblealos siervos de la comarca. La di-rectiva había dado la orden de queno entrarían en huelga quienescuidaban el ganado y las ordeña-doras pero que en caso de endu-recimiento también deberían ha-cerlo.

    -Pero si ninguno le da de comery beber a los animales, dijo Froma sus compañeros cuando iban deregreso a casa, entonces sufriríanpor culpa de las desavenencias ytravesuras de la gente. ¿Cómo ha-remos cuando los escuchemosbramar sin poderlos ayudar?

    -No es tu culpa, dijo un peónllamado Bredlund y quien era elresponsable de la huelga en la fin-ca. Todo lo que exigimos es quenos paguen como debe ser paraque podamos vivir como seres hu-

    manos. Durante tres años le herogado al patrón que arregle eltecho del rancho para que no mecaiga la lluvia por las noches y quetambién encierre con tablas la co-chera para que al cerdo no se lecongelen los pulmones cada in-vierno.

    -Así es, confirmaron varias vo-ces del grupo.

    -Sí es cierto, pero no por esotienen que sufrir los animales,ripostó From.

    - Ese From será capaz de rom-per la huelga e irse a trabajar a lafinca, dijo con ira un joven siervo

    recién casado.- No, eso no lo haría, so pende- jo, dijo From enojado. Y además,si yo estuviera en tu cuero mequedaría callado. Cuando se estáen tu edad se cree que uno todolo entiende y abre la bocota así porque sí.

    - No van reñir. Aguanten quenecesitamos estar unidos para ga-nar esto, intercedió Bredlund. Sedice que los patrones en toda lacomarca han llamado a Estocolmoy contratado esquiroles.

    -¿Qué? ¿tantos de esos hay allá?-En las grandes ciudades hay

    cualquier clase de gente y no lesserá difícil traer un tren cargadocon esos chulos y repartirlos enlas fincas. Cómo van a manejar lasmáquinas de los cultivos y ama-rrar la cosecha, eso es otra cosa.

    Los caminos se bifurcaron ha-cia los diferentes poblados depeones.

    -Puedes quedarte tranquilo,From, continuo Bredlund. Nadiepondrá en riesgo la huelga de lafinca, buenas noches, muchachos.

    Al día siguiente estaban paradas

    las máquinas y resplandecían a laluz solar, los caballos pataleabanen la caballeriza y un ambientetenso ahogaba el poblado, eracomo si toda la naturaleza estu-viera asombrada. Aquellos fuerteshombres de azul que eran partede la tierra, los caballos y la ama-rilla luz solar, ¿dónde se habíanmetido?

    Al mediodía aparecieron. Salíande todos los rincones y formaronun grupo sentado en el camino,sobre un montículo.

    -A la gran puta, qué raro todo,no se sabe cómo hacer para queel tiempo pase, dijo alguien.

    -Los esquiroles llegaran en eltren de mediodía.

    -Se los va a llevar el diablo, dije-ron los peones jóvenes, pero losviejos movieron la cabeza.

    -Nos quedaremos aquí sentadosa verlos pasar, pero nadie los va aprovocar, dijo Bredlund.

    Esos pobres diablos siempre han

    estado acosados por la ley, peroahora cuando los poderosos oca-sionalmente los necesitan, enton-ces escriben, hasta nueva orden,una nueva ley que los protegecontra nosotros.

    -Pronto oscurecerá más tem-prano, dijeron algunos del grupo.

    Un hombre llegó a pie desde lacasa señorial. Era gordo y grandey a veces se limpiaba la frente conun pañuelo.

    -El patrón, dijo una voz.-viene camino aquí, dijo otro. El

    hombre gordo daba pequeños yapresurados pasos y se le veía al-

    terado. Cuando estaba a diez pa-sos del silencioso grupo, rezongócon voz ronca:

    -¿Por qué no saludan? ¡Levánten-se y saluden!

    Nadie respondió ni se movió.-Por cierto, no pueden estar acá

    en la finca si no van a trabajar.-Sí que queremos trabajar pero

    con justo salario y ¿dónde quiereque nos metamos si no podemosestar acá en la finca?, dijo Bredlundcon calma.

    -¡Esta es mi tierra y aquí mandoyo. Fuera de aquí!

    -Sí, pero tenemos que estar enla tierra de alguien, ya que noso-

    tros mismos no tenemos. No po-demos tampoco mantenernos enel aire, que al parecer también esde ustedes.

    -No les da pena estar sentadosahí sin hacer nada a pesar de lofuerte y grande como son.

    -¿Y ustedes qué? Acaso no sonigual de fuertes y grandes y nunca

    han jornaleado.- Eso no tiene nada que ver. Us-

    tedes son unos desagradecidosbellacos. ¿Acaso no les permití sembrar arándanos en cada barra-ca?

    -¿No le he pedido durante tresaños que me repare el techo paraque no me caiga lluvia en la cabe-za cuando estoy comiendo?, pre-guntó Bredlund

    -¿Acaso no es hombre para queusted mismo lo haga?

    -¿Si soy hombre? ¿No se acuer-da que aquella vez tomé un parde tablones pero usted llegó y me

    regañó y me dijo que yo era unladrón? ¿Entonces con qué yo voya arreglar el techo? ¿Conchamizos?

    - Los peones rieron con burla ydisfrutaron la ocasión de podercontestar al superior. El terrate-niente se dispuso a irse y con mi-rada amenazante dijo:

    -Tienen un mes para que des-ocupen sus viviendas. Voy a traergente que quiera obedecer y tra-bajar. Ya están acá. Y al instante llegó el camión de

    la finca atiborrado de hombres. Auna señal del terrateniente se de-tuvo al frente del grupo.

    -Bienvenidos, dijo el patrón ypermitió que su rostro lleno defuria se ocultara al sol. son muyamables en venir a ayudarme. Nosllevaremos bien. Maneje hasta laescalera grande y tomaremos café.

    Un par de los recién llegadosdieron gracias a media voz. Mira-ron de reojo a la enojada tropa

    que estaba sentada sobre to. Dos de ellos estaban peluqueados y tenían en sucolor cenizo, característicocárcel. Otro par llevaba pue

    moderno pero mugriento vy delgadas y blancas mananillos en los dedos. La mse veía como si recién husalido de los peores cafetlucían molestos por la luz saire y la limpieza campestr

    -¿Creerán que ustedes soagradable compañía, desvedos pecuecudos, no?, pegumás joven de los peones.

    Nadie respondió, el cavanzó hacia la casa señormesa donde estaba el café.

    -Mañana temprano empedijo Bredlund. Vamos a verles va.

    Los esquiroles facuartelados en una cabañestaba desocupada a unotros de la finca. Metieron pabolsas que colocaron en fbre el piso a modo de colcEl terrateniente estaba ahí, consejos y orientando.

    -Sólo falta que se encierrecuando salió de allí ya al ancer.

    -En peores cosas hemosdo, dijeron algunos de los roles. Ningunos peoncitos na asustar.

    A la vera del bosque hab

    media docena de silenciosones cuando el patrón cruzó

    -¿Qué hace aquí?, les prebruscamente.

    -En alguna parte tenemoestar. Aquí o allá, que impor

    -¿Saben la ley agraria?-Por supuesto, de memoPero a la medianoche cua

    conversación entre quienesban tirados en el piso seterminado, el silencio fue roun violento estruendo, un un golpe seco. Una piedra co kilos había traspasado ltana, llevándose el marco y

    en la pierna de uno de losbres.Afuera se oyó una risa co

    da y una sombra salió zumpor entre los matorrales. del bosque se agachó y corentre los diques hasta que zó una de las barracas donvían los peones y allí entró

    -¿Dónde has estado? predesde la cama la mujer de joven de los peones. ¿No ehaciendo males? Yo sólo he enviado un sa

    Jan Fridegård*

    Una noche de julio Una noche de julio Una noche de julio Una noche de julio Una noche de julio (APARTES)

     Traducción: Víctor Rojas

    *Jan Fridegård (1897-1968). Proviene de un hogar de siervos. Su obra y su vida están relacionadas. Trabajó comosoldado. Vivió una vida llena de necesidades. Escribió artículos en la revista literaria Brand . Su primera novela Una 

    noche en julio  (1933) tuvo gran acogida entre los lectores suecos. Su novela  Jag Lars Hård  (1935) (Yo, Lars Hård ) estátraducida en varios idiomas entre ellos el español.

    Huelga. Ricardo Campari

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    Poemas de Edith SödergranNADIE TE HABÍA ADVERTIDONADIE TE HABÍA ADVERTIDONADIE TE HABÍA ADVERTIDONADIE TE HABÍA ADVERTIDONADIE TE HABÍA ADVERTIDO

    Nadie te había advertido que este bailepodría durar tanto, tú has entrado comopara participaren un juego que se puede dejar paravolver a casa a comer o a dormir cuando llega la noche y la noche llega, pero las manos que te agarrante mantienen en el corro, no te sueltan,después de un discreto intento te rindes,continúas el juego , sigues sonriendopero con otra sonrisa,aún no acabas de creer que va en serioa pesar de que el baile prosigue por la noche y que las sombrasse mueven largas y durascomo una carne negra, y el primer horror te golpeacuando por fin comprendes que era justo eso ,tu propia vida, pero superas ese horror y decides que puedes vivir con él, y se desvanececuando llega la primera alegría, después un segundohorror más grande y una alegría más grande ylos pasos del baile prosiguen cada vez más profundos en días y noches, y tú te ríes y llores las risas de todos y los llantos de todos, y bailas cada vez mejor , inventasnuevos pasos y sonríes

    sonríes y sabeslo que sabes.Nadie te lo había advertido, al principio.

    HACIA EL ATARDECER REFRESCA EL DÍA...HACIA EL ATARDECER REFRESCA EL DÍA...HACIA EL ATARDECER REFRESCA EL DÍA...HACIA EL ATARDECER REFRESCA EL DÍA...HACIA EL ATARDECER REFRESCA EL DÍA...

    I

    Hacia el atardecer refresca el día...Bebe el calor de mi mano ,mi mano tiene la misma sangre que la primavera.Coge mi mano , coge mi blanco brazo,coge la añoranza de mis delgados hombros...Sería maravilloso sentir ,una sola noche, una noche como ésta,

    el peso de tu cabeza sobre mi pecho.II

     Arrojaste la rosa roja de tu amoren mi blanco regazo -tengo sujeta en mis manos ardientesla rosa roja de tu amor que pronto se marchitará...Oh, soberano de ojos f ríos,acepto la corona que me entregas,la corona que dobla mi cabeza hacia mi corazón.

    III

    Hoy vi a mi señor por vez primera,temblando lo reconocí inmediatamente. Ahora siento ya su pesada mano sobre mi ingrávido brazo...¿Dónde está mi cantarina risa virginal,mi libertad de mujer con la cabeza alta? Ahora siento ya su firme abrazo en mi cuerpo palpitante,ahora oigo el duro sonido de la realidadcontra mis frágiles, frágiles sueños.

    IV 

    Buscabas una flor y encontraste un f ruto.Buscabas una f uente y encotraste un mar.Buscabas una mujer y encontraste un alma —estás decepcionado.

     AMOR  AMOR  AMOR  AMOR  AMOR 

    Mi alma era un traje celeste como el cielo;lo dejé sobre una roca junto al mar y desnuda llegué hasta ti y parecía una mujer. Y como mujer me senté a tu mesa y brindé con vino y aspiré el aroma de unas rosas.Me encontraste bella y semejante a alguien que en sueños volvidé todo , olvidé mi inf ancia y mi patria,sólo sabía que tus caricias me tenían cautiva. Y tú, sonriendo , tomaste un espejo y dijiste que me mirara. Vi que mis hombros estaban hechos de polvo y se desmoronabavi que mi belleza estaba enf erma y ahora sólo quería desapareceOh, aférrame entre tus brazos, tan f uertementeque ya no necesite nada más.

    Versión de Renato Sandoval e Irma S

    EL ANSIA DE LOS COLORESEL ANSIA DE LOS COLORESEL ANSIA DE LOS COLORESEL ANSIA DE LOS COLORESEL ANSIA DE LOS COLORES

    Porque soy pálida amo el rojo, el amarillo y el azul,la gran blancura es melancólica como el crepúsculoen la nieve,como cuando la madre de Blancanieves a la ventana se sentabanhelando también para sí el rojo y el negro.El ansia de los colores es el de la sangre. Si tienes sed

    de bellezacerrar debes los ojos y mirar en tu propio corazón.Pero la belleza teme al día ya las miradas excesivas.Pero la belleza no soporta el ruido ni los movimientos excesivos -no debes llevar tu corazón hasta los labios,perturbar no debemos los nobles anillos de la soledad y del silen¿se puede hallar algo más grande que un enigma sin resolver y con extraños rasgos?Taciturna seré toda mi vida,una habladora es como el gárrulo arroyo que a sí mismo se traicun árbol solitario seré yo en la llanura,los árboles del bosque perecen de ansia después de la tormedebo estar sana de pies a cabeza y tener dorados rayos en la sadebo ser inocente y pura como una llama de húmedos labios.

    Versión de Renato Sandoval e Irma S

    EL SECRETO DE EROSEL SECRETO DE EROSEL SECRETO DE EROSEL SECRETO DE EROSEL SECRETO DE EROS

    Roja yo vivo. Con sangre vivo.No he renegado de Eros.Mis rojos labios arden sobre tu frío altar.Te conozco. Eros -no eres hombre ni mujer ,eres la fuerzaque se sienta agazapada en el templo , y que se alza más salvaje que un grito,más violenta que una piedra arrojada,lanzando al mundo las justas palabras de la anunciacióndesde las puertas del templo del Todopoderoso.

    Versión de Renato Sandoval e Irma S

    LA NOCHE ESTRELLADALA NOCHE ESTRELLADALA NOCHE ESTRELLADALA NOCHE ESTRELLADALA NOCHE ESTRELLADA

    Inútil dolor ,inútil espera,el mundo está vacío como tu risa.Caen las estrellas -noche f ría y espléndida.El amor sonríe en el sueño ,el amor sueña la eternidad...Inútil temor , inútil pena,el amor es menos que la nada,de la mano del amor al abismo se deslizael anillo de la eternidad.

    Versión de Renato Sandoval e Irma S