de santis pablo - la traduccion

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PABLO DE SANTISLA TRADUCCINPLANETADiseo de cubierta: Mario BlancoDiseo de interior: Alejandro Ulloa 1998, Pablo De SantisDerechos exclusivos de edicin en castellanoreservados para todo el mundo: 1998, Editorial Planeta Argentina S.A.I.C.Independencia 1668, 1100 Buenos AiresGrupo Editorial PlanetaISBN 950-49-0006-2PRIMERA PARTEHOTEL DEL FAROAl recorrer con entusiasmo y credulidad la versin inglesa de cierto filsofo chino, di con este memorable pasaje: A un condenado a muerte no le importa bordear un precipicio, porque ha renunciado a la vida. En este punto el traductor coloc un asterisco y me advirti que su interpretacin era preferible a la de otro sinlogo rival que traduca de esta manera: Los sirvientes destruyen las, obras de arte para no tener que juzgar sus bellezas y sus defectos. Entonces, como Paolo y Francesca, dej de leer. Un misterioso escepticismo se haba deslizado en mi alma.

J. L. BORGES

ITengo sobre mi escritorio un faro de cermica. Me sirve como pisapapeles, pero es sobre todo una molestia. En el pie se lee Recuerdo de Puerto Esfinge. La superficie del faro est cubierta de estras, porque ayer, al acomodar los originales de una traduccin, el faro se cay del escritorio. Con paciencia, un los pedazos: quien haya intentado rearmar un jarrn roto, sabe que, por minucioso que sea su empeo, hay fragmentos que nunca aparecen.Viaj a Puerto Esfinge hace cinco aos, invitado a un congreso sobre traduccin. Cuando lleg a mi casa el sobre con el membrete de la universidad, pens que se trataba de algn papel atrasado. Continuamos recibiendo por aos informacin de asociaciones o clubes a los que ya no pertenecemos, suscripciones de revistas canceladas, saludos de veterinarios dirigidos a un gato que se perdi un siglo atrs. Aunque uno se mude, la correspondencia atrasada lo alcanza; formamos parte de inmutables listas de correo, que no aceptan cambios de inters, de vivienda o de costumbres.La carta de la universidad no era, sin embargo, correspondencia atrasada; me escriba Julio Kuhn para invitarme al congreso. Kuhn era director del Departamento de Lingstica de la Facultad. Habamos estudiado juntos, pero yo haba abandonado la carrera poco antes de recibirme. Saba que Kuhn consegua financiamiento de empresas privadas para su departamento a cambio de algunos servicios tcnicos. En la carta explicaba que haba pensado reunir en Puerto Esfinge durante cinco das a un grupo de gente variado, como para que no se convirtiera ni en una reunin de lingistas ni de traductores profesionales. Me haba elegido a m como traductor de textos cientficos.Haca mucho tiempo que no me cruzaba con ninguno de mis colegas. Estbamos dispersos, y de alguna manera ninguno de nosotros consideraba la traduccin como un oficio definitivo, sino ms bien como un desvo a partir de otras ocupaciones. Algunos haban querido ser escritores, y haban llegado a la traduccin; otros enseaban en la universidad, y haban llegado a la traduccin. Sin darme cuenta, yo tambin haba tomado ese desvo.Mi trabajo no facilitaba, tampoco, la comunicacin con mis colegas, porque pasaba por las editoriales slo para retirar los originales. Me cruzaba con secretarias, con directores de coleccin, nunca con otros traductores. Recibamos noticias unos de otros, pero eran noticias indirectas y en su mayor parte, de meses atrs. Cuatro aos antes dos traductores que trabajaban juntos en una enciclopedia haban intentado reunirnos en una especie de colegio u organizacin gremial, pero no haban juntado ms que a un puado. Cuando esos pocos se reunieron, una noche, frente a un programa de discusin demasiado amplio, todos se pelearon con todos, y los traductores volvieron a dispersarse.En la carta Julio Kuhn mencionaba a los otros invitados. A unos pocos los conoca personalmente, a otros slo de nombre. Haba varios extranjeros. En la ltima lnea estaba el nombre de Ana Despina. No haba confirmado an su participacin, pero decid confirmar la ma.Los objetos que llevan inscripciones tales como Recuerdo de... rara vez son recuerdo de algo; el faro, en cambio, todava me sigue enviando seales de advertencia.IIMi mujer, Elena, recibi con disimulada alegra la noticia de mi viaje. Durante unos das se vera libre de mis dolores de cabeza, mis monoslabos, mis paseos nocturnos por la casa. Las jaquecas, que sufra desde los quince aos, se haban acentuado en los ltimos meses. Los estudios no haban servido de nada; me haban recetado medicamentos que haban acabado con mi estmago pero no con el dolor. Estas jaquecas haban sido atribuidas sucesivamente a mi columna, a factores genticos, a problemas en la vista, a la alimentacin, a mi trabajo, al stress, a la ciudad, al mundo. Prefer volver a las aspirinas.Elena es seis aos ms joven que yo; como si necesitara borrar la diferencia, asume un aire de autoridad y me da siempre consejos que simulo estar dispuesto a cumplir. Elena necesita darme esos consejos, pero sabe que no es imprescindible que los cumpla; basta con que mantengamos, de tanto en tanto, un dilogo as, en el que ella ejerce la mayora de edad, la sensatez y el orden, cualidades en las que tampoco cree.No te encierres en el hotel. No te preocupes por la conferencia dijo Elena mientras supervisaba el equipaje. Agreg una camisa blanca con rayitas azules y un par de zapatos de de gamuza. Sac la fotocopia de una traduccin que tena que revisar: No te lleves trabajo para hacer.Siempre empiezo yo a hacer la valija o el bolso, pero ella, acusndome de olvidadizo, ocupa mi lugar y termina la tarea con energa. Al ver el bolso cerrado, se qued pensativa.Hace mucho que no viajamos a ninguna parte dijo.Era mentira. En los ltimos seis meses habamos hecho tres viajes. No la contradije, ya que la verdad era tan evidente para ella como para m. Quera decir otra cosa: que quedaba fuera de este viaje, que los otros no importaban, porque ste era ahora, y ningn viaje pasado puede compararse con uno que est a punto de ocurrir.Vas a cumplir aos lejos de m dijo.Me haba olvidado.Son solamente cuatro das. Cuando vuelvo, llamamos a los amigos y me hacs una torta con velitas.Conocs a los otros invitados? pregunt.Le habl de Julio Kuhn, el anfitrin; record las conversaciones interminables en los cafs que estaban enfrente de la facultad. Recordaba las cosas que decan los dems pero, por suerte, no haba registrado nada de lo que yo mismo deca, como si hubiera estado siempre callado frente a interlocutores ansiosos. Le habl tambin de Naum, con el que haba trabajado en una editorial, cuando tenamos veinte aos. Elena, que no lee nunca novelas, sino solamente ensayos, conoca bien a Naum y se interes de inmediato al saber que l iba. Sent un aguijonazo de envidia y celos; haca tiempo que no pensaba en Naum, y me aturdi la sensacin de no poder distanciarme, como si uno viera, al pasar por la calle, a un compaero de colegio, y quisiera golpearlo por alguna ofensa de tres dcadas atrs.Naum se llamaba Silvio Naum, y firmaba sus libros S. Naum, y yo lo haba llamado siempre Naum a secas.Conocs a algunas de las mujeres que invitaron? pregunt.Mir la lista. Seal un par de nombres. Le expliqu que apenas las conoca y que tenan muchos aos.Antes de irme a la cama prepar el dinero, el documento y los pasajes, porque no estoy acostumbrado a levantarme temprano y a la madrugada acto como un zombi. Miramos en la televisin un fragmento indeterminado de una pelcula lejos del principio, que ya habamos visto, y lejos del final, que tambin habamos visto y nos fuimos a la cama. Ninguno de los dos se durmi de inmediato; cada uno oa al otro moverse y girar en la danza silenciosa del insomnio. La cubr con mi brazo y creo que se qued dormida; yo no.IIIViaj en avin hasta la capital de la provincia. El viaje dur algo ms de dos horas. Le el diario, complet el crucigrama y trat de poner en orden las notas que haba hecho para la charla sobre Kabliz que tena que dar.Cuando aterrizamos, el viento barra con fuerza la pista. Haban servido un caf y un sndwich en el avin, pero igual segua teniendo hambre.En el hall del aeropuerto unas pocas personas esperaban a los pasajeros de nuestro vuelo. Un hombre de campera amarilla sostena un cartel que deca Congreso sobre traduccin y siete pasajeros nos reunimos a su alrededor.Antes de que pudiramos hacer un ademn de saludo, el hombre de amarillo nos llev hasta una combi gris, que tena el parabrisas protegido por una malla de hierro. Una vez que subimos, ley una lista con nuestros nombres y los fue tachando a medida que nos identificbamos. Naum? pregunt por ltimo, y nadie respondi.A mi lado viajaba una italiana de unos cincuenta aos, delgada y elegante. Sac un espejo de su cartera para ver si su peinado haba sobrevivido al viento del sur. Se acomod el pelo con la mano derecha, hasta que consider que ya estaba en condiciones de presentarse. Soy Rina Agri, me dijo, tendindome la mano. El gesto desat una ola de saludos y todos nos dimos la mano, y dijimos los nombres a la vez, y nadie record ninguno.Cuando los saludos terminaron y la conversacin volvi a fragmentarse, Rina Agri me pregunt qu traduca. Le habl de los neurlogos rusos del crculo de Kabliz a los que haba dedicado los ltimos tres aos. Como dos hablantes de distintas lenguas que buscan palabras que los dos entienden para empezar a hablar, rastreamos entre los otros invitados al congreso amigos comunes; me gust que nombrara a Ana, porque al nombrarla la traa un poco ms cerca de m. Tambin conoca bien a Naum.En los ltimos aos tuve que dedicarme a los best-sellers americanos, pero trato de no perder la curiosidad dijo. Todava me escribo con algunas personas, con las que estamos preparando una Historia de la Traduccin en Occidente. As conoc a Ana y a Naum.Haca diez aos que yo no vea a ninguno de los dos. Durante toda mi vida me he hecho amigo de gente que por uno u otro motivo se ha ido al extranjero: con quienes se quedaron, no tengo nada en comn, ni tampoco con quienes se fueron. Me siento un extranjero por omisin.Los otros pasajeros comentaban el paisaje, es decir, el no-paisaje. A los costados del camino no haba nada; ni una sola construccin en ochenta kilmetros. La vegetacin, baja y espinosa, se extenda sin lmite.La conversacin languideci en mitad del viaje, y volvi a animarse cuando el camino empez a bordear la costa. El chofer no deca nada, conduca mudo, y cuando alguno le haca alguna pregunta responda con monoslabos.Estuvo alguna vez en Puerto Esfinge? me pregunt Rina.Nunca dije. No saba que exista.Sac de la cartera un plano y lo despleg con alguna dificultad. Los mapas son una versin abstracta del paisaje; pero en aquel viaje las cosas ocurran al revs, y el paisaje era una versin abstracta del mapa. Me seal un punto junto al mar. Busqu el nombre del pueblo, pero no lo encontr.Un cartel verde anunci que habamos entrado a Puerto Esfinge. Pasamos primero junto a un cementerio con rejas de hierro, encerrado entre paredes grises, y luego junto a un faro que pareca abandonado. Lo rodeaba un alambrado que en un sector se haba derrumbado sobre el pasto.El viento sacuda la combi. El mar, gris y picado, haba levantado en la playa una franja de algas muertas, que en algunos puntos tomaba la consistencia de un largo muro de podredumbre.O la voz de un francs en el fondo que preguntaba por las palmeras, por el sol, por las playas de arena blanca que le haban prometido.La combi se detuvo frente al hotel. A un kilmetro y medio de distancia, empezaban las primeras casas, que se extendan por la baha.El hotel era totalmente desproporcionado en comparacin con Puerto Esfinge. Era el centro de un gran complejo turstico que no haba llegado a existir. Estaba construido en dos cuerpos que se abran en ngulo sobre la costa. Una mitad estaba terminada y empezaba a decaer; la otra mitad no tena puertas, ni ventanas ni mampostera. Un cartel inmenso anunciaba la continuacin de las obras, pero no se vean maquinarias ni obreros ni materiales de construccin. Sobre la entrada, le en letras plateadas Hotel Internacional del Faro; arriba colgaban unas banderitas deshilachadas y descoloridas.Bajamos de la combi y estiramos las piernas. Me desperec y bostec de cara al mar, en una especie de saludo a la naturaleza; pero el aire fro me provoc un ataque de tos.Qu mitad de hotel nos tocar? pregunt la italiana.Ms tarde, mientras llevaba mi pequea valija por los pasillos, me dara cuenta de que los accesos al otro cuerpo estaban clausurados por puertas cerradas con llave o tablones clavados en las paredes, y carteles de advertencia, para que nadie cruzara al hotel de los escombros, los cuartos helados y los nidos de gaviotas.IVJulio Kuhn nos recibi en el hall del hotel. Meda casi dos metros y vesta como un escalador. Sus borcegues resonaban en el saln con una seguridad que sus gestos desmentan: hasta que todos hubiramos llegado, no iba a estar tranquilo. Me salud con un abrazo y dijimos las cosas de siempre: que estbamos iguales, que tendramos que vernos ms a menudo. Nombr a algunos conocidos comunes, para ver si tena noticias ms recientes que las suyas; no me atrev a confesar que no saba de quines hablaba. Kuhn era un organizador nato; no muy brillante en su especialidad, pero capaz de ordenar las dispersas y confusas mentes de quienes lo rodeaban. La primera regla de un organizador es recordar a todo el mundo, y Kuhn no dejaba que ninguna cara, ningn nombre se disolviera.Me tendi el folleto del congreso. Una mano temblorosa haba dibujado a pluma el faro de Puerto Esfinge.El viento golpeaba los ventanales. Kuhn miraba satisfecho el hotel.Por qu elegiste este lugar? le pregunt.Mi primo es uno de los socios del hotel. Me hace un precio especial; de otra manera, con los fondos que tengo, no podra haber invitado ni a la mitad de la gente. Lo compraron hace dos aos, despus de que la empresa original quebrara. Ahora hay poco turismo, estamos fuera de temporada. Pero el mismo grupo que lo compr pronto va a inaugurar un casino.Quin va a viajar tantos kilmetros para jugar a la ruleta?Est todo pensado. Se arman chrters con jugadores. No se les cobra el hotel, solamente las comidas. Los jugadores no cuentan con ninguna otra distraccin, por lo tanto se van a encerrar en el casino hasta perder el ltimo centavo. Lstima que mi primo no me acepta como socio.Busqu en el hall seales del resto de los invitados.Y los dems? pregunt.En dos horas llega otro contingente. El resto, maana.Viene Ana Despina?Pronto va a estar aqu.Kuhn no me mir al responder. Siempre fue discreto. De joven, poda interrogarlo a uno durante horas con un detallismo exasperante acerca de posiciones polticas, pero jams hablaba de mujeres, a menos que uno sacara el tema. Los sentimientos humanos lo incomodaban; Kuhn se haba casado muy joven, pero nunca mencionaba a su mujer. No s qu era el amor para Kuhn, pero nunca fue un tema de conversacin.El conserje del hotel anotaba con lentitud los nombres de los pasajeros en el libro de registros. Haba repartido fichas para completar. Escrib mis datos: Miguel De Blast, casado, edad... En un da ms cumplira 40 aos. No quise adelantarme y puse 39.Me dieron la llave del cuarto 315. En la habitacin me propuse ordenar un poco lo que tendra que decir al da siguiente. Mientras el conferenciante que haba en m expona sus ideas, el auditorio que me habitaba se quedaba dormido.Despert con hambre. En el hall del hotel haba caras nuevas. Kuhn, sentado en un silln, hablaba con un hombre de unos setenta aos. Yo haba visto en alguna parte esa barba blanca, esa boina ladeada, y, sobre todo, los anillos de piedra y metal que cubran los dedos de su mano izquierda, con forma de ojo, de media luna, de avispa...Valner, le presento a mi amigo Miguel De Blast. Hace aos que traduce a los neurlogos del crculo de Kabliz.De Blast dijo Valner, como si mi nombre le sonara. Usted tradujo tambin a Nemboru.Casi haba olvidado ese trabajo. Siete aos atrs, despus de esperar durante meses el encargo de alguna traduccin decente, haba respondido al llamado de una editorial especializada en textos esotricos. Haba subido los cuatro pisos de un edificio cercano al mercado del Abasto para recibir el original de El mundo perdido de la alquimia, de Kristoff Nemboru, un ruso que viva en Pars pero que segua escribiendo en su lengua natal.Ese libro me sirvi mucho en mis investigaciones. No tanto por lo que dice, como por lo que no dice. Nemboru sabe que no todas las verdades pueden ser publicadas; para entenderlo hay que saber leer las alusiones, los vacos.Entonces record quin era Valner, no por su cara ni por sus anillos sino por su voz. La voz de quien est en posesin de una verdad que los dems ignoran, la msica de la conviccin. Tena un programa de radio donde hablaba de los ovnis, el cumplimiento de profecas, el ms all, la conexin Egipto-Marte. Durante aos Valner haba firmado traducciones llenas de erratas de las profecas de Nostradamus, los libros de Allan Kardek, manuales de teosofa y versiones resumidas de las obras que integran el corpus hermtico. En algn momento haba sido un apologista del esperanto, pero se haba convertido en su detractor por temor a que la lengua artificial triunfara en el mundo y ya no tuviera ningn valor el ser un iniciado.Le pregunt a Kuhn por el programa del da.Voy a abrir yo, para darle la bienvenida a todos. Despus empieza Naum con la primera ponencia y sigue Valner, que maana se tiene que ir. Cul es el tema de su ponencia, Valner?Voy a hablar de la lengua enoquiana que los ngeles le trasmitieron a John Dee. Estoy escribiendo su biografa.Yo haba traducido El mundo perdido de la alquimia, pero traducir es olvidar. Vagamente recordaba al mago ingls, inventor de lenguajes cifrados, de telescopios, de armas secretas. A travs de una piedra negra pulida como un espejo hablaba con los ngeles. Se entenda mejor con las criaturas de otro mundo que con sus contemporneos; acusado de brujera, una turba lo quiso linchar, y destruy su biblioteca. Alguien haba escrito que Shakespeare lo haba tomado como modelo para su Prspero.Ped por escrito un permiso al Museo Britnico para que me dejen ver la piedra negra, pero la tienen bien guardada. Si me dan el permiso, voy a viajar en invierno para verla.No est a la vista?No. Varias veces trataron de robarla, y por eso la esconden. La noticia no apareci en los diarios.Por qu no?Las autoridades del museo no quieren que se hable de la piedra. Ellos mismos, a travs de publicaciones que llaman especializadas, hicieron lo posible por difundir la fama de farsante de John Dee. Pero si realmente hubiera sido un farsante, no se preocuparan tanto por la piedra. Es el nico objeto mgico que le queda al mundo y no dejan que nadie lo vea. Yo ped varias veces permiso, y siempre me lo negaron. Esta vez tengo ms esperanzas, porque cambi la conduccin del museo. Acaban de dar a conocer un nuevo catlogo con libros hermticos cuya posesin nunca antes haban reconocido.Valner reconoci a alguien y se alej bruscamente.Por qu lo invitaste? le pregunt a Kuhn. Ni siquiera traduca los libros que firmaba. Copiaba, y mal, traducciones ajenas.Necesitaba a alguien que hablara de esas lenguas inventadas, perdidas, artificiales. Qu culpa tengo yo si la gente seria no se ocupa de esas cosas?Vamos, Kuhn. Fue para darle al congreso un poco de publicidad?En realidad no tuve otro remedio. Alguien me presion para que lo incluyera.Quin fue? La presidenta de esa misteriosa fundacin que te financia mientras evade impuestos?No imaginaras quin.Eran las cinco de la tarde. Tom en el bar un Fernet con Coca-Cola y sal del hotel.El viento me disuadi de llevar mi caminata ms all de un derruido muelle de piedra. De las algas en descomposicin llegaba un olor fuerte, dulzn; en el tejido quedaban atrapados restos de la ciudad y del mar: paquetes de cigarrillos, cangrejos, lneas de pesca, latas de cerveza. Cerca del muelle, dos chicos tocaban con la punta de una rama un bulto tendido en la arena. Al acercarme vi que era un lobo marino.Del libro de Nemboru que traduje con innecesario rigor haba aprendido que los smbolos nos acechan en, entre o detrs de las cosas, y que no hay lugar donde posar la vista ni siquiera ochenta kilmetros de desierto donde no haya Seal, Letra o Mensaje. Me acerqu al animal muerto. Los chicos, aburridos o asustados, se alejaron. Quizs tambin ellos haban descubierto en el cuerpo la forma de una Inicial.VReleo lo que acabo de escribir y descubro algunas innecesarias maysculas; es una revancha por todas las veces que escriben mi apellido De Blast con minscula. En el libro del hotel le de Vlast mientras buscaba a Ana Despina entre los nombres escritos con letra ilegible. Antes de que lo encontrara apareci el conserje y me sac el libro de las manos. Tuve que preguntarle; con aire de suficiencia demor la respuesta y al final inform: cuarto 207.Durante un instante pens en preguntar si haba venido sola, pero hubiera sido humillante. Llam desde la cabina del hall. Estbamos a dos pisos de distancia; se oa como si estuviramos del otro lado del mundo.Ana?Quin es?Miguel.Cuando pasan cinco aos hay que agregar el apellido; cuando pasan diez, algn recuerdo comn, o seas particulares. Todava no se haban cumplido los diez aos.Ven dijo, como si nos hubiramos despedido la noche anterior.Sub a los saltos la escalera y llegu jadeando. Me esperaba con la puerta abierta, un vestido amarillo y el pelo mojado.La abrac. Hay una sensacin llamada dj vu; hay otra, menos frecuente o ms escondida, que llaman jamis vu: sentir que algo cotidiano es nuevo, que nunca antes se ha conocido esa experiencia. Las dos se entremezclaron en ese instante.Me tom la mano izquierda.Ests casado.Desde hace cinco aos.Alguien que conozca?No. Se llama Elena.Dnde la conociste?En una editorial. Le haban encargado la misin de llamarme todos los das para reclamarme por una traduccin que tena que entregar. Me despertaba a las nueve con un llamado de ella. En la editorial crean en m, pero Elena, que era nueva, sospechaba que la traduccin no exista, que yo estaba mintiendo y no haba escrito una sola lnea. Eso cre una tensin entre nosotros que termin en matrimonio.Ana me cont que haba estado casada con un ingeniero canadiense, que haba cambiado seis veces de pas en los ltimos aos, que estaba buscando algn lugar para quedarse, pero no saba dnde.A veces camino por la calle de una ciudad cualquiera, y me imagino que veo una ventana, y a travs de la ventana un cuarto, y algo me dice: se es el lugar. No tiene nada de especial, pero me hace una seal a lo lejos.Haba vaciado la valija sobre la cama para ordenar la ropa en los estantes del ropero. Ni siquiera Ana poda escapar de la compulsin femenina de dar a un cuarto de hotel la apariencia de un hogar.No saba que venas dijo. Hasta estuve a punto de cancelar el viaje. A lo largo del tiempo, tuve noticias indirectas de casi todo el mundo. Menos de vos. Sos el hombre invisible.Me pregunt qu haba hecho en los ltimos aos. Enumer mudanzas, trabajos, algn pormenor de mi matrimonio. Pero no apareca entre nosotros la verdadera conversacin, la complicidad de los que se conocen bien desde hace aos, ni la otra complicidad, la tranquilidad de ser desconocidos. Juntbamos palabras con una incomodidad creciente. Tena muchas cosas para decirle y no dije ninguna. Ana entr al bao y enchuf el secador de pelo. Me dijo algo; el ruido borraba sus palabras y las mas, y nos salvaba de esa conversacin imprudente.Te espero abajo grit, y ella dijo que s con la cabeza. Apenas sal de la habitacin, apag el secador.En el bar me sent a la mesa de dos traductores uruguayos. Al ms viejo, Vzquez, lo haba cruzado en alguna editorial, al otro, joven y vestido con una formalidad innecesaria, no lo conoca. Vzquez haba traducido novelas policiales para las colecciones Rastros y Cobalto. El otro lo escuchaba con esa veneracin que despiertan quienes saben resumir el pasado, siempre desprolijo, en un puado de lmpidas ancdotas.Le estaba contando al colega que una vez se me perdi el original de una novelita de gngsters, Una lagartija en la noche. La dej olvidada en un banco del hipdromo. Me creeran si les dijera que nunca iba a jugar, sino a mirar a los caballos? El joven, Islas, sonri. Lo llamo al editor, me dice que no tiene otra copia, y que en dos das necesita la traduccin. Qu dibujo lleva la tapa?, pregunto. Un enmascarado le clava un pual a una pelirroja. La empuadura tiene forma de lagartija. Dice la contratapa dnde transcurre la accin? En Nueva York. Pas toda la noche traduciendo el original perdido. No estuvo mal la lagartija; tuvo tres ediciones.Cont varias ancdotas ms trabajos para editoriales clandestinas, estafas en la compra de derechos de escritores extranjeros, erratas del traductor consideradas luego como genialidades del autor pero yo, si bien asenta y sonrea de vez en cuando, no poda prestarle atencin. Cuando uno est pendiente de una mujer, descuida el resto del mundo.Qu pasa, De Blast, que miras preocupado? Venimos a descansar, no a sufrir.Dolor de cabeza ment.Es la neurosis del traductor. El noventa por ciento de los traductores sufrimos jaqueca se dirigi al otro. De Blast es traductor de ruso. Y de francs tambin, pero eso no es ningn mrito: hay traductores de francs a patadas.Y cmo se le ocurri aprender ruso? pregunt Islas.Vzquez simul hablarle en secreto.Cuando tena quince aos empez a soar con pginas de libros escritos en una lengua desconocida. Despus descubri que eran caracteres cirlicos y se puso a estudiar ruso. Pero no pudo saber qu decan, porque dej de soar.Islas sonri incmodo, sin saber si creer o no.De Blast es un traductor serio, vive encerrado en su casa, con la computadora encendida. No es como yo, que traduzco en bares, frente a un Gancia con ingredientes. Antes llevaba la mquina de escribir a un bar que haba cerca de mi casa, en el centro, y me instalaba en una mesa por horas. El dueo se quejaba por el ruido, pero no se animaba a echarme, porque ya era una curiosidad local, una especie de nmero vivo. Un da me di cuenta de que la gente a mi alrededor actuaba de un modo extrao, como extras tratando de robar cmara. El dueo me confes que les haba dicho a sus clientes que yo era un novelista y que escriba todo lo que pasaba a mi alrededor. Y ellos se esforzaban por darme detalles, y por hablar con riqueza de vocabulario, como hablan los personajes de los malos escritores.Kuhn se me acerc y me llam aparte.Tens que salvarme. Naum tuvo un problema con el vuelo y llega maana. No tengo a nadie que hable hoy.Y Valner?Est encerrado en una comisin. Adems no quiero abrir el congreso con l.No estoy preparado, siempre dejo todo para ltimo momento. Y los dems?Apenas los conozco. Nosotros, en cambio, somos amigos. A vos puedo pedirte el favor.La cara de Kuhn, all en las alturas, me movi a la piedad. Acept, irresponsable. Fui hasta mi habitacin a buscar el cuaderno escolar donde haba hecho algunas anotaciones que ahora me parecan incomprensibles. Haba nombres, palabras escritas por la mitad, dibujos. Saba que en el momento de hablar, aquello recuperara parte de su significado; el miedo, cuando no nos enmudece del todo, es buen apuntador.VIEn la puerta de mi habitacin me esperaba Kuhn como si tuviera miedo de que me escapara.Listo? Mir con desconfianza mis papeles borroneados. Para cunto tens?No s.No te cronometrs?Soy un aficionado.Y si queda corto?Pido una guitarra.Me escolt hasta el saln del hotel donde se iniciara el congreso.El arquitecto de aquel monumento interrumpido haba previsto tres salones para cincuenta, cien y doscientas personas. Al ms pequeo lo haba titulado Repblica, al segundo Prncipe y al tercero Imperio, en escala monarquizante. ramos pocos, pero ramos los nicos: nos toc el vaco del saln Imperio.La mesa estaba cubierta por un pao negro; en el fondo haba una pizarra de plstico para trazar diagramas, segn la difundida creencia de que los grficos hacen ms simples las cosas. A los costados del saln haba fotos del pueblo a principios de siglo: playas desoladas, un silo, un grupo de indios que parecan de piedra, una pequea estacin destinada a recibir el cargamento de sal desde Salina Negra.Me sent en primera fila mientras Kuhn ocupaba el estrado. Kuhn abri el congreso con un agradecimiento a los invitados, al hotel, a la fundacin que lo financiaba. Hablaba como si el mundo entero estuviera pendiente del congreso, y mientras uno lo oa, lo crea.Despus me toc a m. Haba elegido como introduccin a los problemas especficos de mi trabajo, uno de los primeros escritos de Kabliz, el artculo El eco de la traduccin. Como muchos de sus escritos, haba sido censurado en su poca y slo se haba dado a conocer cuando se exhumaron sus archivos.En la dcada del cincuenta Kabliz haba recibido como paciente a una especialista en traduccin simultnea. Su problema haba comenzado cuando, en medio de una conferencia, haba perdido completamente el hilo de lo que hablaba un diplomtico francs. A partir de ese momento, cada vez que oa una palabra no poda evitar traducirla. La mujer llamaba el eco a esa voz que le impeda pensar en un solo idioma. Aun en sueos, cada palabra iba acompaada de sus equivalentes. Pero a la vez el eco le daba varias posibilidades, no era uniforme, la obligaba a buscar, a decidir, en una nebulosa de sinnimos y parfrasis. Para buscar una cura, Kabliz consult a un ingeniero que preparaba en un laboratorio de la universidad de Mosc una mquina para traducir; una especie de primitiva computadora que funcionaba con vlvulas y que slo aceptaba mensajes literales, una versin modernizada de las mquinas que se haban usado durante la guerra para cifrar y descifrar mensajes secretos. El cerebro de mi paciente es una mquina de traducir descontrolada le dijo, cmo hacer para que deje de traducir? Cmo detendra usted su mquina, sin desconectarla? El ingeniero pens el problema durante una semana. Y luego lo llam. Convencera a mi mquina de que hay un solo lenguaje verdadero, respondi. Y cmo puedo hacer eso?, pregunt Kabliz. El ingeniero respondi: hay que viajar en el tiempo. Hay que volver al sujeto a la poca en que las cosas y las palabras coincidan, cuando haba un solo modo de decir todo, cuando an no haba sido demolida la torre de Babel. Kabliz crey entender el consejo del ingeniero; utiliz drogas regresivas y sesiones de hipnosis para devolver a la mujer a la infancia. La traductora recuper el momento de la palabra nica y del lenguaje verdadero. El eco desapareci.Todos los traductores sabamos, en mayor o menor medida, qu era ese eco; todos temamos que nuestra obsesin lo despertara y no poder hacerlo callar jams.Al terminar o los aplausos entusiastas. No me engaaba: agradecan mi brevedad.Una mano se levant en el fondo. En toda mesa redonda o conferencia, no importa el tema, hay un personaje fijo: aquel que con la excusa de hacer una pregunta dicta su propia conferencia. Esta vez el rol haba recado con justicia en Valner.Comenz a preguntarme si yo saba que la lengua enoquiana trasmitida a John Dee por criaturas celestes haba sido utilizada por un tal Grimes como lengua base de una mquina de traducir. Iba a responder que no saba nada, pero ni eso me dej decir.La mquina traduca el ingls a la lengua enoquiana y de ah al francs. La mquina estaba compuesta por rodillos dentados, el mismo sistema de las cajas de msica.Una mquina de traducir es siempre una caja de msica y eso es lo que produce: msica dodecafnica lo interrump, malhumorado.Pero al viejo Valner no le import mi burla y sigui hablando. Levant la voz para proponerle que ocupara mi lugar y abandon la sala. Un pequeo grupo, en muda solidaridad, me acompa. Eran los Tmidos Annimos, poco afectos a demostrar verbalmente su disconformidad, pero acostumbrados a las represalias silenciosas.Sent los primeros sntomas del dolor de cabeza: me lagrimeaban los ojos, me molestaba la luz. Sub a mi habitacin a tomar dos cafiaspirinas, que casi instantneamente me produjeron acidez. Haba traducido un libro sobre la jaqueca La cabeza de la Gorgona cuyo autor, Kabliz, despus de analizar cientos de casos, llegaba a la conclusin de que no haba una cura comn: las jaquecas no compartan un lenguaje universal. Kabliz, era fcil descubrirlo, amaba el dolor de cabeza: en el fondo lo consideraba un signo de salud, la seal del neurtico en un mundo donde los psicticos van en aumento.Por las rendijas entraba una luz insignificante pero intolerable; met la cabeza bajo la almohada y dej que el sueo negociara con el dolor.VIIDespert con nuseas y las rodillas flojas. Puse las muecas debajo del chorro de agua fra. El tatuaje del dolor de cabeza las venas de las sienes empezaba a desvanecerse. Decid volver al mundo de los vivos.En el hall me asalt una chica de cabeza casi rapada. Sostena, amenazante, una birome y un anotador con espiral.Trabajo para el diario El Da. Tengo que hacer el resumen de cada jornada. Anot todo lo que usted dijo, pero tengo algunas lagunas.Me mostr una pgina llena de frases sueltas y nombres propios mal escritos. Imagin el resultado final, y un sudor fro me corri por la espalda.No s cmo se escriben los apellidos. Puedo ir preguntndole uno por uno?Nos sentamos en una mesa del bar. En pocos minutos termin con los nombres; con un poco de vanidad, quise saber lo que haba entendido. En el fondo no estaba tan mal. Redonde dos o tres frases y le pregunt qu quera tomar. Pidi un jugo de naranja.Mir por la ventana la costanera desierta; una mujer empujaba un carrito de beb por el boulevard.Vida tranquila dije. Los momentos de silencio siempre me llevan a caer en la tentacin del lugar comn.Es lo que piensan todos los que vienen de afuera. Dan una mirada, ven el mar, las gaviotas y los elefantes marinos. Pero adentro de las casas, qu saben? Tenemos el rcord de suicidios y psicosis. Dicen que es por el sndrome de los cuadros sin colgar.Qu tienen que ver los cuadros?La gente llega y se va. Buscan oportunidades cada ao en un sitio distinto. El puerto despierta y se duerme cada dos o tres aos. Los que llegan no cuelgan nada en las paredes porque siempre estn por irse.Le pregunt cmo se llamaba: Ximena. Estuve a punto de decirle que las chicas de veintipico siempre se llaman Roxana, Yanina, Ximena. Nombres con equis y con y griega, para aprovechar el abecedario hasta el final.Las ventanas se sacudieron. Los rboles unos alerces con poco follaje crecan torcidos, las copas inclinadas hacia el nordeste.Otros le echan la culpa al viento. Zumba y zumba y uno termina oyendo palabras. El director del museo deca que las rfagas le trasmitan mensajes en morse. Las grababa y despus se encerraba en el piso de arriba del museo a descifrarlas termin su jugo de naranja de un largo trago. Cmo se llama el que lo interrumpa? Tengo que hablar con l.Se fue en busca de Valner. Me dio cierta nostalgia que se levantara de la mesa. Un da en medio de un viaje es como una vida en miniatura: encuentros, abandonos, despedidas. En la vida real, uno tarda aos en hacerse amigo de alguien; en los viajes basta una conversacin de unos pocos minutos.Cuando estaba por dejar la mesa, apareci Ana. Vesta una gigantesca campera verde. Pens con celos que la haba heredado de algn hombre.Te acords de esta campera? Espero que no la reclames.Se sent y pidi un caf.Estabas nervioso cuando hablabas frente al pblico.Se notaba?Jugabas con tu alianza.Esper algn elogio que no lleg. No importaba: ya me vengara cuando ella hablase.Vamos a caminar dijo Ana. Antes que se aparezca Kuhn con alguna actividad social o deportiva.Fui a buscar mi montgomery de corderoy, que haba pertenecido a mi padre y que tena ms de treinta aos. Haca tiempo que necesitaba una campera nueva, pero no me decida. Soy muy poco afecto a los cambios; cuando me regalan camisas nuevas permanecen durante meses en el ropero, con sus alfileres clavados.Caminamos por la costa, con el viento en contra. Ana se negaba a pisar las algas.Nunca me gustaron. Cuando me meta en el mar y me tocaban me daban asco. Parecen telaraas.Le record que una vez, cuando nadbamos juntos, la rozaron los filamentos de un agua viva.Me curaste frotndome la pierna con una planta. Cmo se llamaba?Invent un nombre cualquiera. Me pedas que hiciera algo e hice lo primero que se me ocurri, para tranquilizarte.Me engaaste y me vengo a enterar tantos aos despus.Le pregunt qu haba hecho en los ltimos aos. Me respondi con la calidez de un curriculum: universidades, becas, publicaciones...Pas el brazo sobre sus hombros. Si no hubiera llevado aquella campera tan gruesa, que la separaba del mundo, hubiera sido un gesto de intimidad.Qu cansancio le dije. Tantos viajes, casas nuevas, amigos nuevos...Qu tiene de malo?Por eso nos separamos.Por eso?Alguien se fue y alguien se qued. En el medio, el mar.Ni siquiera me gusta viajar. Tengo miedo a los aviones. Odio los lugares nuevos. Pero me despierto con la sensacin de que algo est pasando en otra parte, y tengo que ir, y despus a otra, y a otra.La explicacin me llegaba con diez aos de atraso. No importaba; tampoco en su momento me hubiera servido de consuelo.Delante de nosotros haba dos sombras. No haba luz suficiente para verles las caras. El faro pareca echar oscuridad a su alrededor. Cuando nos acercamos, reconoc a un francs y a la traductora de un diario de Buenos Aires. Estaban a dos metros de un lobo marino muerto. No era el mismo que yo haba visto: era ms grande y estaba ms lejos del hotel. Tenan caras de asco, pero no abandonaban su puesto de observacin.Me dijeron que haba una epidemia dijo el francs, Schreber. Kuhn me haba hablado de l; se ocupaba de programas de traduccin tcnica.Vi otro ms all.No parece un animal. Parece una roca. Una roca con inscripciones.Mir la piel gris, marcada por lneas, grumos, manchas que parecan formar signos irregulares.Ana se apret contra m con tanta fuerza que slo nos separ medio metro de ropa. A Ana le asustaban las cosas muertas en la oscuridad, las algas, los hospitales y los aviones. Por eso evitaba todas esas cosas, excepto a los aviones.A pesar del lobo marino que se pudra a mis pies, sent hambre, quizs a causa del aire de mar, al que siempre se le ha atribuido, sin prueba alguna, la facultad de despertar el apetito.Mir el reloj.Nueve menos cuarto. Pronto van a servir la cena.Hace fro. Volvamos al hotel pidi Ana.Schreber tir una piedra al agua. Se la trag la oscuridad antes que el mar. Nos alejamos del francs y de la mujer.El faro estaba apagado, no haba luces en el camino, no haba autos; el hotel, iluminado, pareca el nico sitio habitado.Antes de que llegramos al hotel detuve a Ana tomndola del brazo, acerqu mi cara y la bes. Acept el beso, pero despus dijo:Eso no es nada. Es una postal que uno le manda a alguien que est lejos y que va a seguir estando lejos.Ahora no es ahora, pens: ahora es diez aos atrs. Hay una mquina del tiempo hecha con arena, algas muertas, rfagas de viento. An faltan cinco aos para que conozca a Elena, entre los libros apilados de una editorial. Ahora es diez aos atrs, y me toca perder a Ana.Ella me guiaba hacia el hotel, porque yo no miraba a ninguna parte. La mquina del tiempo haba iniciado su lento regreso: pronto estara en el presente, ese sitio donde los dems no saben nada de uno.VIIICaminamos en silencio. Sin darme cuenta, haba acelerado el paso, dejando atrs a Ana.Por qu hay gente all arriba? me pregunt.Levant la cabeza, mir hacia la mitad oscura del hotel. En el ltimo piso se vean luces en movimiento.Cuando entramos en el hall los indicios de la tensin se mezclaron sin dar tiempo a hacer preguntas: el chofer de la combi sali del hotel con tanta brusquedad que casi me atropella, un grupo de traductores rode a Ximena mientras le daban algo de beber, el conserje hablaba nervioso por telfono:Club Senda? Est el comisario por ah? Dgale que es urgente, que venga al Hotel del Faro...Me cruc con Islas, que caminaba ausente, como un invitado en una reunin en la que no conoce a nadie, y le pregunt por qu haba tanta agitacin.La chica del diario se descompuso contest con timidez, como si se sintiera indigno de responder sobre un asunto por completo ajeno. Pas algo arriba.Sub en el ascensor hasta el quinto piso. Los cuartos de esa zona estaban deshabitados; algunos servan de depsito. La puerta que comunicaba con el otro cuerpo del edificio estaba abierta. Del otro lado haba un grupo de gente con linternas. Estaban todos silenciosos, alrededor de la pileta de natacin. Como las linternas alumbraban hacia abajo, no se vean bien las caras. Reconoc slo a Kuhn, una cabeza por encima de los dems.La pileta, como el piso, era de cemento sin revestir. Quedaba a la intemperie, porque sobre ella no haba ms que una estructura de hierro a la que le faltaban los vidrios. Las lluvias haban llenado de agua la parte ms profunda de la piscina. Los haces de las linternas se detenan unos instantes en el fondo y erraban, despus, por el techo sin cristales. Boca abajo, hundido en cinco centmetros de agua, haba un cuerpo vestido con una campera azul. La mano derecha estaba completamente sumergida, pero la izquierda dejaba ver los anillos: la luna, el ojo, la avispa y el corazn.SEGUNDA PARTEUNA LENGUAEXTRANJERALengua natal: no hay tal cosa.Nacemos en una lengua desconocida.El resto es una lenta traduccin.

ULISES DRAGO, BABEL.IXEn la planta baja haba varias habitaciones destinadas a la numerosa servidumbre que el hotel jams lleg a albergar. En uno de estos cuartos, el 77, ubicaron el cuerpo de Valner, sobre un colchn sin sbanas, envuelto en nylon. En una mirada fugaz alcanc a ver el cuarto estrecho, apenas iluminado por una lamparita de poco voltaje, las paredes desnudas, el cuerpo demasiado grande para la cama angosta, con un brazo cado y chorreando agua por el piso.El gerente del hotel, Rauach, a quien yo no haba visto hasta entonces, apareci vestido de saco y corbata y con un nimo en el que se mezclaban la voluntad de poner orden y la desesperacin. En medio de la noche recorra el hotel dando rdenes y proclamando su inocencia.El hotel no tiene ninguna responsabilidad. Los pasajeros haban sido advertidos sobre los peligros de pasar al otro lado.Dos policas llegaron en un jeep; uno era el comisario de Puerto Esfinge, Guimar, el otro un sargento gordo de movimientos lentos. El sargento tuvo que hacer de fotgrafo antes de que sacaran el cuerpo del agua. Lo mir trabajar; era evidente que no estaba habituado a tratar con muertos. Sacaba las fotos a la mayor distancia posible.Acrquese, hombre orden Guimar en voz baja. Quiero al muerto, no al paisaje.Todos los invitados al congreso estbamos en el bar del hotel, espectadores de un drama del cual los otros Rauach, el comisario, el mdico al que haban despertado en mitad de la noche para firmar el certificado de defuncin eran protagonistas. Conscientes de su rol, hablaban en voz demasiado alta pero a la vez del modo ms confidencial posible, con medias palabras y sobrentendidos. Seguamos sus pasos, tratando de interpretar esos restos de informacin deshilvanada.Quiero una lista con los nombres y los domicilios de los pasajeros orden el comisario al conserje. Quin encontr el cuerpo?Ximena dorma en uno de los sillones del hall. La haban reanimado con cognac para reponerla del susto, pero la dosis haba sido excesiva.Ana la despert sacudindola primero con cuidado y despus con energa. Ximena mir al comisario y lo salud con familiaridad. l le pregunt por su to, por su madre, por algn otro pariente y cuando se termin la familia, por el muerto.Estuve buscando a Valner por todos lados.Para qu lo buscabas?Me encargaron hacer notas sobre el congreso. El conserje me dijo que lo haba visto subir la escalera. Golpe la puerta de su cuarto pero no haba nadie. O pasos en las escaleras; me asom y vi, por el hueco, a un hombre que suba. Me pareci que era Valner, por la campera azul. Suba hacia el quinto piso.Ah ya no hay huspedes. Solamente hasta el tercero intervino Rauach.El comisario lo mir con fastidio.Sub hasta el ltimo piso. Busqu en los pasillos, pero no lo encontr. Me distrajo un ruido, una ventana abierta que golpeaba. Entonces o su voz y supuse que me haba descubierto y me estaba llamando. La voz vena de arriba.En qu idioma?Ni ingls, ni francs ni ningn idioma que yo pueda identificar.Se oy la voz de otra persona?No. Segu su voz y encontr abierta la puerta que da a la parte destruida del hotel.No est destruida dijo Rauach. Est sin terminar.Sub hasta la terraza. Antes de llegar o el ruido del golpe. Corr por la terraza, me asom por entre los hierros del techo y vi a Valner abajo.No lo oste gritar cuando cay?No o nada.No haba nadie ms en la terraza?La chica neg con la cabeza, nerviosa.Kuhn se acerc al grupo.Comisario, tiene que quedar en claro que nadie estaba enemistado con Valner. No quisiera que mis invitados queden como sospechosos de un crimen.Hasta el lunes no tenemos juez. Mientras l no lo autorice, nadie podr salir de Puerto Esfinge.Ni siquiera los extranjeros?Especialmente los extranjeros El comisario se acerc a Kuhn. Valner habl en un idioma que la chica no reconoci. Con quin puede haber hablado? Hay algn alemn, algn ruso...?No, una italiana, dos franceses, un norteamericano... Pero todos hablan espaol. Es probable que Valner hablara solo.En otro idioma?Kuhn le cont la obsesin de Valner con la lengua enoquiana. Empez a explicarle lo que era pero el comisario lo interrumpi.Pronunci durante su conferencia algunas palabras en esa lengua?La frmula para volverse invisible y otra para levitar.Y levit? pregunt el comisario. O se volvi invisible?Puedo darle la grabacin de la conferencia dijo Kuhn, molesto.El juez va a tener que estudiarla. Quizs la chica reconozca que se fue el idioma que pronunci Valner antes de saltar. A lo mejor, sus ngeles le dijeron que saltara al vaco. El ao pasado, a principios del invierno, el dueo de un hotelito que haba cerca del puerto mat a su mujer con un martillo que acababa de comprar. Dijo que se lo haba ordenado una voz que sala del hogar a lea. Lo que ms me extra es que l tena muchas herramientas en la casa y, sobre todo, varios martillos, pero la voz le haba ordenado que comprara el martillo ms grande y ms caro que pudiera conseguir.Guimar se puso el sobretodo.Se va, comisario?Tiene algn apuro? Quiere que me vaya, Rauach? Primero voy a recorrer el quinto piso.Yo tambin me voy, comisario dijo el mdico.Qu va a poner en el certificado?Se mat por el golpe. No hay seales de que lo hayan herido o golpeado.Si encuentro a algn familiar, qu le digo? pregunt Kuhn.Van a hacerle la autopsia en la ciudad y seguramente van a tardar unos das para entregarle el cuerpo respondi Guimar. Eso no est en mis manos.A las dos de la maana Guimar y el otro polica se fueron y nos reunimos para una cena liviana. Tratamos de simular que la muerte de Valner nos haba quitado el apetito. Comenzamos a comer el plato de fiambre con pequeos bocados distrados, pero terminamos devorando todo.Antes del postre, Kuhn se levant.A pesar de la impresin que nos ha causado a todos este accidente, propongo continuar con el congreso en el orden que estaba previsto. Como nos vamos a acostar muy tarde, podemos empezar a las diez, en lugar de a las nueve.A mi lado se haba sentado Vzquez. Haba conocido a Valner mucho tiempo atrs. Comenz a contar, en tono de melanclico homenaje, una conferencia de esperanto que Valner haba dado en los aos sesenta. Una ancdota lo llev a otra, el tono de melanclico homenaje se perdi, y a la media hora estbamos todos riendo sin control y pidiendo nuevas botellas de vino.Kuhn, incmodo, pidi un poco de respeto. Vzquez, tambaleante y un poco avergonzado, se alej rumbo a su cuarto. Ana ocup su lugar. Llen las dos copas con lo que quedaba de vino blanco.Feliz cumpleaos dijo, chocando con disimulo mi copa. Hace rato que pasaron las doce.Me haba olvidado.Cul fue el primer regalo que te hice?No me acuerdo.Una caja de leos que nunca usaste. Y el ltimo?Ese s lo record. Una lapicera con la que le escrib varias cartas que no me contest.Tampoco me acuerdo.La acompa hasta la puerta de su habitacin. Al saludarnos se colg unos segundos de mi cuello, como si se hubiera quedado dormida. Cerr los ojos unos segundos y cuando los abr, ya no estaba.XMe despert el telfono. Levant el tubo y o los primeros versos del Cumpleaos feliz en medio de interferencias. Estaba tan dormido que tard unos segundos en reconocer a Elena.Me compraste un regalo?Todava no. Aprovecho que no ests. Hoy te toca hablar?Ya habl.Y cmo sali?Creo que bien. Pero tengo algo ms para contar.Siempre me cost hablar por telfono, porque nunca s qu decir. Aunque haya un tema, me vuelvo lacnico; al hablar de la cada de Valner, mis frases de telegrama daban a los hechos un aire aun ms sombro; cuando cuento las cosas me han dicho a menudo construyo murallas alrededor de lo que describo y le doy a todo sitio una atmsfera de encierro. Elena, asustada, me pidi que volviera; prefera mis caminatas nocturnas por la casa a la angustia de recibir noticias raras desde lejos.Ahora no puedo volver expliqu. Vamos a estar encerrados hasta que las cosas se aclaren.Me pregunt por los otros invitados. En realidad quera saber si haba mujeres jvenes. Hice una lista de invitados y creo que no me olvid de nadie, excepto de Ana.Y Naum?Dicen que llega maana.Le en el diario que de regreso va a dar una conferencia en Buenos Aires, antes de volver a Pars.No dije nada.Llamme maana pidi. Me dijo que me extraaba, y que aunque haba pasado un da, pareca ms tiempo. Le dije que tambin la extraaba y que tambin para m haba pasado ms tiempo.Busc la noticia en el diario dije. Valner tena sus seguidores. Seguro que interpretan su muerte como una conspiracin para mantener en secreto una base extraterreste.Cuando baj a desayunar me cruc con dos empleados de la morgue municipal que llevaban en una camilla el cuerpo de Valner. Lo cubra una lona negra impermeable. Lament el encuentro, com una sola medialuna.El bar estaba animado; la muerte de Valner haba ocurrido mucho tiempo atrs. Los pasajeros se hablaban de una mesa a otra, algunos parecan entusiasmarse con la hiptesis de un asesinato. Frente a m se sent uno de los dos franceses, Schreber, que comenz a explicarme los ensayos que haba hecho con un grupo de antroplogos para trabajar con un idioma indgena no recuerdo cul como lengua interna de un programa de traduccin. Algunas lenguas primitivas tienen una estructura lgica similar a la de las lenguas artificiales, me dijo Schreber. La civilizacin, en cambio, siempre necesit un lenguaje irracional para expresarse. El francs no entenda nada: el tema del da era otro. Me escap de su compaa, en busca de rumores.En los altoparlantes sonaba una msica sin vida; luego se oy la voz de un locutor. En el bar se hizo silencio: aquel hombre, instalado en la capital de la provincia, se preguntaba Habr entre los traductores un asesino? Dicen que fue un accidente o un suicidio, pero, con quin hablaba el muerto la noche del crimen? Para recordar al profesor Valner, trasmitiremos un extracto de la conferencia que dict el ao pasado en nuestra ciudad, sobre la ciudad extraterrestre de Erks.Con un tono razonable, la voz de Valner comenz a explicar que haba una ciudad debajo de una montaa, y que el gobierno ocultaba el hecho. Los cambios de ministros, las internas partidarias, los enfrentamientos polticos eran cortinas de humo, noticias que tapaban los verdaderos acontecimientos, construcciones imaginarias que nos apartaban de la verdad. Aseguraba haber estudiado el suelo con un aparato de su invencin que llamaba erkoscopio y haber odo voces bajo tierra que hablaban una lengua que pareca una msica ejecutada con instrumentos de cristal.Descubr a Kuhn afuera, solo, mirando el mar. No era un hombre acostumbrado a la melancola.Estuve toda la maana haciendo llamados telefnicos para ubicar a familiares de Valner. Slo pude hablar con unos vecinos que van a intentar avisarle a una prima que vive en no s dnde.Y alguno de esos grupos a los que perteneca no te puede ayudar?Se haba peleado con todos. Apenas fundaba un grupo y consegua organizarlo, empezaba a trabajar para provocar una escisin Kuhn se sent en la escalera de la entrada. Prepar este congreso durante dos aos. No sabs la cantidad de llamadas, de fax, de cartas... Ahora nadie piensa en el congreso. Todos quieren irse.Pens serenamente qu decirle para levantarle el nimo.La gente siempre vuelve de los congresos sin nada que contar, salvo algn romance furtivo. Esta vez todos van a volver con una buena ancdota. Durante el ao, todo el mundo se va a acordar del congreso de Julio Kuhn.Sonri sin ganas y mir su reloj de bolsillo.Voy yendo para la sala. Quiero ver si anda el micrfono.A quin tenemos que soportar?A Ana.Ninguna conferencia empieza nunca a hora, as que me demor en el bar, mirando a la gente que entraba. Tambin entr el comisario. Se acerc a mi mesa.La gente est muy interesada en la charla de hoy me dijo.Encontr algo?Un pedazo de tela azul, que se enganch de uno de los hierros del techo. Me dijo el conserje que Valner tomaba bastante. A lo mejor no fue un suicidio, sino un accidente.A Valner el alcohol no lo perturbaba. Solamente le devolva un poco de sentido comn.Me contaron que se pele con usted en su conferencia.No se pele, me interrumpi nada ms.No discutieron despus?Quiere saber si yo lo empuj? A esa hora estaba en otra parte.En dnde?En la playa.Solo?Con Ana Despina. Va a hablar ahora. Si quiere orla...No, gracias. Tengo el sueo fcil. No se ofenda, pero la traduccin no es un tema que me interese. De la nica traduccin que me ocupo es de la que hago con los borrachos que encuentro dormidos en la calle. Los borrachos hablan todos el mismo idioma; nadie los entiende, pero ellos se entienden entre s. Cuando tomo de ms, yo tambin empiezo a entenderlos.XIHaba mucha ms gente que el da anterior. No quedaban sillas libres. El pblico, atrado por la noticia, nos miraba con atencin inquisidora, estudiaba nuestros rasgos para saber quin tena la cara ms apropiada para el crimen. Aunque el anlisis lombrosiano ha sido desterrado oficialmente de la criminologa, no ha perdido su arraigo popular.Ana subi al escenario con una sonrisa nerviosa. El pblico pareca imposible de acallar. Kuhn se acerc para tranquilizarla.Si veo que siguen murmurando mientras hablas, suspendemos unos minutos y nos mudamos de sala. No tenemos por qu ser el circo del pueblo.Pero Kuhn saba que ramos el circo del pueblo, y sigui adelante con la funcin. Subi al escenario, present a Ana sin equivocarse y sin echar una sola mirada al papelito donde ella haba resumido su currculum.Ana tena treinta y cinco aos, pero de lejos pareca una chica de veinte. El pblico la mir con aprobacin: esa chica tan estudiosa no tena nada que ver con el crimen.El tema de la conferencia era el libro Mi hermana y yo, la supuesta obra pstuma de Federico Nietzsche. Ana comenz con la historia de la aparicin del libro, publicado en Nueva York en 1950 por la editorial Boars Head Books. La versin de los editores para explicar que el libro hubiera estado escondido durante ms de medio siglo haba sido la siguiente: Nietzsche haba redactado el manuscrito poco antes de su muerte, durante su reclusin en el hospicio de Jena, y se lo haba dado a un compaero para salvarlo de las garras de su hermana Elizabeth. El hijo de este hombre lo haba vendido a un editor que lo dio a traducir a Oscar Baum. Cuando Baum devolvi el original y el texto en ingls, la editorial haba sido clausurada. Durante aos el libro permaneci olvidado en los depsitos de la editorial hasta que el dueo decidi volver al negocio. Haban pasado veinte aos; y slo rescat el texto en ingls.Los especialistas en Nietzsche nunca dudaron de que se trataba de una estafa; lo extrao era que el libro era mucho ms que un pastiche de las obras anteriores de Nietzsche, como hubiera obrado cualquier falsificador. El que lo haba escrito tena talento y haba estado posedo por el espritu del autor. Lo animaba tambin un absoluto deseo de venganza contra la hermana de Nietzsche, que adems de descifrar y reunir los manuscritos del filsofo, se haba ocupado de acercar su obra al pensamiento nazi. La hiptesis ms difundida era que George Plotkin, un falsificador profesional, haba sido el autor, porque poco antes de morir haba confesado a un especialista en literatura alemana su falsificacin. Confesar la autora de un libro as dijo Ana no es confesar un crimen, sino la gloria. Que la cercana de la muerte inspira a la verdad es un aforismo que Nietzsche no se hubiera permitido.Ana, inspirada en los crticos franceses, hablaba de un modo confuso; los hechos, la informacin, eran escollos en un mar de frases que siempre parecan encerrar un secreto. Ana se haba propuesto estudiar filolgicamente la edicin norteamericana del libro, tratando de descubrir si detrs haba un original alemn o si haba sido directamente escrito en ingls. Su hiptesis central era sta: la lengua de traduccin, por fluida que sea, siempre arrastra sedimentos de la lengua que est debajo. Esos restos impiden la familiaridad y provocan un efecto de lejana. Sus problemas con la vista la haban condenado a las metforas pticas: Los libros escritos en nuestra propia lengua los leemos como miopes, acercndolos demasiado a los ojos. Pero los libros traducidos los alejamos para que se vuelvan ntidos. El punto de enfoque est un poco ms lejos. La conclusin de Ana fue que detrs de la edicin de 1950 haba un original alemn, escrito por Nietzsche o por un impostor; la lengua de traduccin sostena es imposible de imitar.Ximena se acerc al escenario para sacar una foto, mientras la gente aplauda. Se supona que deban comenzar las preguntas, pero el pblico, cansado de guardar silencio, conversaba a los gritos. Hubo alguna mano levantada, pero Ana prefiri escapar del estrado. Me levant para ir a su encuentro: alguien me embisti. Era Rina Agri, que no pidi disculpas y se alej como una sonmbula.Me haba propuesto no decirle nada a Ana de su conferencia, pero no pude evitarlo y la felicit.Lstima que no estaba Naum se lament ella, y ms lament yo haberme acercado. Quise salir a darle un poco de aire a mi resentimiento, pero Ana me retuvo.Estuve a punto de perder el hilo. En la segunda fila, Rina me miraba y mova los labios; despus me di cuenta de que estaba hablando sola dijo Ana.Choc contra m y no se dio cuenta.Debe estar mal. Voy a buscarla Ana se apur hacia la salida.Sentada en la ltima fila, armada con un bloc, un grabador y una vieja y pesada cmara de fotos, Ximena oa una grabacin, pona un rollo a la mquina y tomaba notas a la vez.Pens que despus del susto te ibas a ir le dije.Ni loca. Tengo que cubrir el congreso para informacin general. Es mucho mejor. El suplemento de cultura no lo lee nadie. Lo mantienen solamente porque la esposa del director escribe poesas.Me mostr un ejemplar de El Da. Haba llegado a tiempo para incluir la noticia de la muerte de Valner. Una volanta gigantesca anunciaba: Nuestra cronista descubri el cadver.En realidad no escrib la nota, pas algunos datos por telfono. Por suerte, hoy es sbado y en el diario el fin de semana nadie quiere trabajar. Si no, hubieran mandado a alguien de la redaccin.Van a seguir hablando del congreso?Del congreso no s... De la muerte de Valner, durante meses. Las cosas siempre ocurren en otra parte; por fin algo que pasa entre nosotros. Mi nota de hoy va a ser una descripcin del ambiente el da despus de la desaparicin de Valner. Los chismes de los pasillos, la reaccin del pblico...Bostez.Ya s que es su amiga, pero qu aburrida me pareci esa mujer.Yo tambin estuve aburrido ayer?No, no se puede comparar.En realidad la doctora Despina sabe mucho ms que yo. Me pregunto si habr salido bien en las fotos.Lo dudo, no tiene buen perfil.Y no le sacaste de frente?No. Prefer sacarle de perfil. Ahora tengo que sacar unas fotos del lugar donde muri Valner. Me acompaa? Me da miedo ir sola.Subimos al quinto piso. La puerta estaba cerrada con llave y clausurada con una banda de papel engomado. Para cruzar al otro cuerpo tuvimos que subir a la terraza.Llegamos a la estructura de hierro, que me recordaba al techo de un invernadero, y me asom hacia la pileta. sa era la ltima imagen que haba visto Valner antes de morir: un hueco rectangular de cemento, lleno de agua de lluvia. El agua nos reflej durante algunos segundos. En la imagen invertida, vi a Ximena apuntando con su cmara.Siempre sacs las fotos?S, hago todo yo, como los corresponsales de guerra.Y qu notas hacs en Puerto Esfinge?En vsperas del verano, turismo. Si descubro a algn famoso, le saco una foto y le hago un par de preguntas. A veces hago accidentes, casos policiales... Pero me publican muy pocas notas. Cuando pasa algo importante mandan a un periodista del diario.Bajamos por la escalera hacia el natatorio a medio construir. Ximena se acerc a la pileta con lentitud, como si el cuerpo de Valner todava estuviera all. Me par en el borde y vi, bajo el agua, el brillo de una moneda. Salt al interior, en la zona ms baja, que estaba vaca. Camin hasta hundir las suelas de los zapatos y me estir hacia la moneda.Qu es? pregunt Ximena.Una moneda de nquel de un peso. Ao 1969. Dej de circular a principios de los setenta.A Ximena no le interes la moneda. Fotografiaba el techo, el hueco de la escalera, un gato que se paseaba por la cornisa. Yo me guard la moneda en el bolsillo. La capa de xido que la cubra era muy ligera. Llevaba pocas horas en el agua. Rasp el xido: tena marcas de dientes.De Valner hubiera esperado otra clase de amuleto piedras con poderes mgicos, un escorpin momificado, cristales, runas pero no algo tan inocente, tan desprovisto de sentido como una moneda fuera de circulacin.XIITena esperanzas de que el tiempo hubiera maltratado a Naum. Pero cuando baj de la combi gris, desafiando al viento que intentaba en vano despeinarlo, not que haba ganado un aire de autoridad que en su juventud apenas se insinuaba.Me adelant con la mano tendida. Me recibi con un abrazo y las palabras de rigor:Ests igual. Hasta llevs el mismo montgomery de corderoy.Nunca me preocupo por la ropa, y cuando lo hago, me entero enseguida a travs de mi mujer de que otra vez me equivoqu en la eleccin del talle, el modelo o el color. Naum no. No era que sus zapatos brillaran ms de lo necesario, ni que el corte de su ropa denotara el gusto por la novedad: era esa elegancia sedimentada, convertida en costumbre, la elegancia distrada que no se puede improvisar una tarde en un shopping con una tarjeta de crdito.Tuve que asistir al efusivo saludo de Ana. Intercambiaban nombres de personas que haban llevado noticias de uno a otro; eran como reyes recordando sus mensajeros perdidos. Kuhn se acerc a dar la bienvenida oficial; sonrea aliviado, como si Naum trajera la solucin a todos los problemas.Nos sentamos a la mesa para el almuerzo. Kuhn haba ubicado a Naum en la cabecera. Todos callbamos el nico tema posible, como si cumpliramos con una regla de cortesa. El men era ligeramente superior al de los das anteriores. Las botellas de vino haban dejado de pertenecer a bodegas desconocidas.El chofer de la combi me cont todo dijo Naum apenas se sent. Tambin hablaron del tema en la radio.Lo conocas a Valner? pregunt.Alguna vez me escribi. Le haba interesado mi libro sobre lingstica y alquimia. Nunca lo vi personalmente.La carrera de Naum haba tenido dos momentos que haban llegado a conformar una pequea leyenda que las contratapas de sus libros se ocupaban de recordar. Recin recibido, viaj con una beca a los Estados Unidos para trabajar en el Instituto EMET, donde luego de la publicacin de un ensayo sobre neurolingstica, se convirti en el hombre de enlace entre los lingistas y los neurlogos. Poco despus de conseguir una ctedra en el EMET, abandon todo para viajar primero a Italia y luego a Francia para estudiar los lenguajes hermticos. El director del Departamento de Lingstica del EMET conden al discpulo que lo haba traicionado: que nunca nadie dijo, que nunca nadie pronuncie su nombre en mi presencia. Durante dos aos Naum haba desaparecido por completo del mundo acadmico; resucit con la aparicin, en una editorial universitaria de Pars, de El sello de Hermes, un ensayo lingstico sobre la alquimia, dedicado a su antiguo maestro. Con las doscientas pginas del libro consigui prestigio y dinero; una fundacin puso en sus manos un Instituto de Lingstica destinado a investigar las lenguas artificiales y los sistemas simblicos de la magia y de la alquimia.En la mesa se habl del viaje de Naum, de las publicaciones de Naum, de las promesas que el futuro reservaba para Naum. Un viejo resentimiento dicta mis palabras; s que nadie ms tena esa combinacin seductora de xito de pblico y prestigio intelectual y s que ese renombre era justificado. En sus libros Naum no se entretena juntando palabras para que otros pasaran horas en un lento desciframiento; no acumulaba citas al pie de pgina que hacan referencia a otras citas; no buscaba intrpretes ni devotos, sino esa especie perdida, el lector. Haba ledo sus obras esperando el lugar comn, la falla, pero eran una mquina perfecta de ideas ensambladas que hablaban con claridad de temas oscuros.Hace tiempo que se dice que ests preparando un nuevo libro dijo Kuhn. Pero en las entrevistas no decs una palabra.Son los temas de siempre. Ninguna sorpresa, ningn secreto.Es difcil ocultar algo y que los dems no piensen que se trata de un secreto dije. Como tener un bal, no querer abrirlo, y decir: no lo abro, pero sepan que el bal est vaco.Mi bal no est del todo vaco. Pero tiene slo papeles viejos.Pens que nos ibas a adelantar algo dijo Kuhn.Vamos, Julio, no hay nada para revelar.Ni a m? pregunt Ana. Cunto hace que nos conocemos?Cmo resistir el pedido de una mujer? Quizs despus te diga algo, pero s que va a ser una decepcin. Qu importa: los hombres estamos condenados a decepcionar a las mujeres.En la sobremesa, Ana le hizo una seal a Rina para que se acercara; pero la italiana la salud de lejos con una media sonrisa y permaneci en su lugar. No hablaba con nadie.La habr afectado tanto la muerte de Valner?No creo respondi Ana. No lo conoca. Por qu Rina no quiso sentarse con nosotros? Qu le hiciste, Naum?Naum se ri.Tengo mi correspondencia un poco atrasada. Despus voy a hacer las paces con ella.Kuhn anunci una excursin. Naum se disculp; el viaje haba sido largo y prefera preparar las notas de su conferencia.Pens que ibas a improvisar, Naum. Como en los viejos tiempos le dije.La improvisacin es siempre una impostura; y la impostura que necesita mayor preparacin. Soy muy vago para eso. Prefiero tenerlo todo anotado, para poder pensar en otra cosa mientras hablo.Mostr las palmas de las manos, como si ah estuviera todo escrito.XIIIKuhn, Ana y cuatro o cinco traductores que ya no recuerdo partimos para ver primero la Salina Negra y luego las instalaciones, tambin abandonadas, de una mina de carbn.En el viaje, Kuhn y Ana hicieron conjeturas sobre el prximo libro de Naum.Estuvo recorriendo hospicios, buscando gente con trastornos en el habla dijo Ana. En un hospital ubic a un espaol, Ulises Drago, que escriba desde hace aos un largo poema sobre la cada de Babel. Drago hablaba un idioma incomprensible inventado por l, pero escriba en espaol sus visiones sobre la torre. Naum public un par de artculos sobre Drago y sobre la relacin entre su poema y el idioma que haba inventado. Creo que el libro que esconde es una mezcla de ensayo y ficcin donde Drago lo gua por las ruinas de la torre de Babel.Va a hablar de eso en la conferencia de hoy? pregunt Kuhn. Le ped que me mandara con anticipacin el tema, pero me respondi que no estaba decidido.Siempre dice que todava no est decidido dijo Ana con brusquedad. Reconoc en su voz, irritado, la intimidad, y aliviado, el rencor.La combi se detuvo al costado de la ruta, y caminamos un kilmetro por una breve pendiente. La Salina Negra era una meseta que pareca la huella de un incendio anterior al diluvio. Algunos vagones de carga haban quedado olvidados desde haca cuarenta aos, comidos por el xido y los vientos. La sal sucia se mezclaba con los huesos de los pjaros que llegaban en invierno en pequeas bandadas.Levant del suelo el crneo de un ave y lo guard en el bolsillo. En un estante de mi estudio juntaba huesos de pjaros, que a Elena le causaban repulsin. Hicimos veinte kilmetros ms y llegamos hasta una mina de carbn que haba dejado de funcionar veinte aos atrs. El gua, un hombre de sesenta aos, nos recibi vestido como un minero de principios de siglo, con un casco con luz en la frente, y nos invit a bajar por una angosta escalera de metal.Al recorrer los tneles Ana me dio la mano. Tropec y casi la arrastro en mi cada.No me gusta estar aqu abajo. Por qu no me habr quedado en el hotel.Tens que volver con alguna foto para mostrar. O vas a reservar el rollo solamente para la conferencia de Naum?Se ri.Ests celoso? No lo veo nunca a Naum.Se descolg la mquina porttil del cuello.Voy a sacarte fotos solamente a vos, para que no te sientas ignorado. No mires directo a la cmara, para que no salgan los ojos rojos.Se alej unos metros y dispar el flash. Nunca vi esa fotografa.El gua describa el trabajo en la mina: las largas jornadas, la vida en un pueblo de casas precarias, el polvo en los pulmones. Los extranjeros prestaban atencin; yo, por costumbre, nunca escucho a los guas. Me la pas hablando con Ana hasta que el hombre nos reuni en crculo, de manera que nos oblig a estar callados.Una vez vino un mdico a preguntar a los mineros qu soaban. Y todos coincidieron: soaban que se iban petrificando, que se endurecan hasta ser parte del carbn; soaban que sus rganos internos se convertan en piedra. La mina los tragaba y ya nunca ms salan de la negrura. Y el mdico escribi un librito titulado: Los hombres fsiles, y nunca ms volvi a escribir nada ni a investigar nada. Yo soy, desde hace mucho, un hombre fsil. Un gran porcentaje muere; pero un pequeo porcentaje se hace muy fuerte gracias al carbn. Puedo pasar aqu abajo das enteros, en la oscuridad; ms tiempo que cualquiera y sin volverme loco.Ana estaba apurada por abandonar la mina. El gua nos despidi abajo, la mano como visera para evitar el resplandor gris del da. Insisti en que nos llevramos cada uno un pedazo de carbn como recuerdo.El chofer estaba interesado en saber qu haba dicho el gua. Kuhn le cont, y despus le pregunt:Era en serio un minero?Minero? No. Era mdico. Vino a investigar y se qued en la zona para siempre. Hace aos que dice que est escribiendo un libro, pero nadie vio nunca una sola pgina.Cuando estbamos a pocos minutos de Puerto Esfinge nos detuvimos, porque un auto haba derrapado hasta salirse del camino. Era un viejo Rambler verde, abollado, y picado de xido. Uno de sus ocupantes, un hombre gordo y gigantesco, vestido con saco y corbata, permaneca sentado en el capot, abatido.Es la maldita tosca dijo. Este es un auto de coleccin, lo tengo desde el ao sesenta. Espero que no le haya pasado nada.Pas la mano por el capot, acaricindolo.El otro, un hombre delgado, de cabeza rapada, vestido con un saco que le quedaba tres talles ms grande, estaba parado a unos metros, rgido e inmvil, mirando hacia todas partes. No dijo una palabra.No es usted el doctor Blanes? pregunt Kuhn al bajar de la combi.Julio Kuhn? El hombre gordo le tendi la mano. Por qu no lo llevan a Miguel con ustedes. Yo me quedo con el auto hasta que manden el auxilio.Kuhn convenci al mdico de subir a la combi. El otro hombre, que se llamaba como yo, acept indiferente, como si estuviera acostumbrado a que lo llevaran de un lado para otro. Ya en la combi, Kuhn nos present.Mientras nos alejbamos, el doctor Blanes sigui con la mirada el coche abandonado, tragado por la nube de polvo y la distancia.Miguel es traductor dijo el doctor Blanes cuando su auto desapareci de la vista.Y qu traduce? pregunt.Todo. Absolutamente todo.XIVHaba conocido a Naum quince aos atrs, en una editorial que alguna vez haba sido importante, y que en ese entonces viva de los restos de su antiguo prestigio. Estaba en el centro, cerca de Tribunales; Naum y yo trabajbamos en una misma oficina de paredes descascaradas junto a una ventana que daba a un pozo de luz.Redactbamos fascculos para enciclopedias y libros por encargo sobre jardinera, la cra del ovejero alemn, consejos para decorar el hogar o para conservar el entusiasmo en la vida sexual. La lnea editorial del seor Monza, nuestro patrn, era la falta de escrpulos.Con dos o tres libros extranjeros, precursores del manual de autoayuda, construamos un nuevo libro que firmbamos con algn seudnimo autctono.A modo de premio por nuestra velocidad en el trabajo y moderacin en pedir aumentos de sueldo, el seor Monza le public a Naum un pequeo ensayo y a m un libro de cuentos titulado Los nombres de la noche. Las setenta pginas de Naum tenan como tema la teora de los acrsticos que Ferdinand de Saussure haba esbozado en los ltimos aos de su vida. Ms tarde Naum se arrepinti de este libro y lo borr de la lista de sus publicaciones.En el stano de un bar que haba elegido Naum present en sociedad el libro Las iniciales de Saussure que no entend. En otro bar, ruidoso e impersonal, Naum present Los nombres de la noche que no ley.Casi desde el principio se haba instalado entre nosotros una rivalidad invisible, una msica que sonaba lejos y que nadie ms oa, pero de la que los dos ramos conscientes. Prefiero creer que era l quien la alimentaba; yo menos ambicioso, menos capaz le responda distrado.A travs de m conoci a Ana. Y s que en el extranjero donde van los que ganan becas, los que huyen, los que se arriesgan a estar solos en una ciudad desconocida para poder echarle la culpa a la ciudad desconocida de la espesa soledad que los rodea conquist a Ana.Nuestra rivalidad necesitaba eso una mujer para ser perfecta. El romance dur apenas dos meses. No me import. Sentimos necesidad de odiar a alguien que conocemos, pero no encontramos motivo; el correr de los aos trae un pretexto cualquiera, que ascendemos a causa y origen del viejo odio, del odio que estuvo siempre, desde el principio.Pero hasta ese momento, cuntas cosas le deba a esa rivalidad. Nuestra batalla era un incentivo para abrirse camino por el mundo. Cuando vi a Ana por primera vez, pens en la cara de Naum si me apareca con ella. l, por ese entonces, estaba de novio con una estudiante de sociologa inteligente pero insoportable y fea. La envidia de Naum era un tesoro para m.A los veinticinco aos la rivalidad es un entrenamiento para el porvenir; a los cuarenta, resentimiento, obsesin e insomnio. Por eso nos tratbamos con frmulas amables, y simulbamos no haber competido nunca: casi no se oa el rumor que llegaba desde lejos. Adems, y no s si lo he dicho con claridad, yo no tena ninguna oportunidad en ningn campo frente a Naum, acostumbrado a ganar, aburrido de ganar.Cuando subi al escenario del saln Repblica no quedaban extraos entre nosotros. Los habitantes de Puerto Esfinge se haban acostumbrado a la idea de que la muerte de Valner haba sido un accidente y ya se haba agotado su inters en el congreso.Naum se qued en silencio mientras lea una hoja de papel. Pareca haber olvidado que estaba a punto de dar una conferencia. Kuhn, nervioso, crey que Naum esperaba que lo presentase, aunque Naum le haba pedido antes que no dijera nada. Subi al escenario y repas, con cierta torpeza, el currculum de Naum. A pesar de los elogios que deben ser interrumpidos, segn el ceremonial, por sonrisas de falsa modestia o abierta incomodidad Naum sigui leyendo la hoja de papel sin levantar la vista, ni siquiera cuando Kuhn termin, y se oyeron los aplausos, y transcurri otro minuto de silencio.Durante un momento pens que la conferencia de Naum consista en esa ansiedad, los carraspeos, los movimientos en las sillas, como el concierto, segn me haban contado, de algn compositor de vanguardia. Terminado el primer movimiento, Naum comenz a hablar.Despus de haber repasado tantas veces la hoja, la apart con desagrado, como si hubiera ledo, en el papel escrito por l, el mensaje insultante de un redactor annimo. El silencio comenz a decir es igual en todos los idiomas; pero sta es una verdad aparente. Quienes buscaron, a travs de los siglos, las reglas de un idioma universal, creyeron que el silencio era la piedra basal del nuevo sistema, del sistema absoluto, pero basta internarse en esa ciudad de contornos imprecisos que es toda lengua para descubrir que los silencios tienen distinto significado, y que a veces se cargan de un sentido insoportable, y a veces no son nada. Los muertos no callan de la misma manera que los vivos.Pronto fue evidente que encadenaba pensamientos sin un orden preciso; pensaba en voz alta. Si preparo demasiado lo que voy a exponer me haba dicho quince aos atrs, cuando daba sus primeras clases en la facultad las palabras salen muertas. Lo que Naum dijo esa noche en el congreso no era en realidad una conferencia sobre el silencio, sino que guardaba silencio a travs de una conferencia. Su verdadero pensamiento me dara cuenta despus estaba guardado bajo llave. Toda su charla esa serie de palabras a la deriva, sin centro, que retrocedan cuando estaban a punto de definir un concepto era un largo mensaje en clave. En nada se pareca el Naum que escriba al que hablaba. Lo que en uno era precisin, en el otro era el temor a quedar encadenado a una idea. El orador era el fantasma del escritor.Habl del silencio de Bartleby, y del preferira no hacerlo que era su rbrica. Habl de los lenguajes por seas de los sordos, que no tienen notacin grfica y que se construyen en el espacio; habl de la lengua tcnica de ciertos calgrafos chinos, a la que no corresponda ninguna forma oral. Habl de las sirenas que tentaban a Ulises con un arma ms poderosa que su canto. Habl del Liber Motus, un tratado de alquimia firmado por un tal Altus, que constaba de quince lminas sin texto; en sus complicadas imgenes estaba cifrado el conocimiento de los arcanos. Habl de tribus perdidas en las selvas de las enciclopedias, que pensaban que haba que hablar poco, porque las palabras gastaban el mundo. Habl de los que volvieron mudos de la guerra, hombres de distintas naciones, que haban decidido lo mismo, como si se tratara de una conspiracin, no decir nada, no admitir que lo que haban vivido poda ser contado. Habl del odo humano, que no soporta el silencio, y que cuando no tiene nada para alimentarse, comienza a generar su propio zumbido. Habl de ciertos chamanes que pasan aos sin hablar, hasta que encuentran un da la palabra verdadera, que nadie entiende. Habl de los que moran con un secreto.El verdadero problema para un traductor dijo al final no es la distancia entre los idiomas o los mundos, no es la jerga ni la indefinicin ni la msica; el verdadero problema es el silencio de una lengua y no me molestar en atacar a los imbciles que creen que un texto es ms valioso cuanto ms frgil y menos traducible, a los que creen que los libros son objetos de cristal, porque todo lo dems puede ser traducido, pero no el modo en que una obra calla; de eso dijo, no hay traduccin posible.Naum termin de hablar y sali de la sala bruscamente sin esperar preguntas. Sobre el escritorio haba quedado la hoja que haba seguido con tanta atencin para despus desechar. Me acerqu a leer lo que haba escrito. Estaba en blanco, excepto algunos puntos de tinta verde que formaban una constelacin indescifrable.XVDesde el pasillo o el ruido de una mquina de escribir. Me asom: sola, en el escenario de la Sala Imperio, Ximena escriba con dos dedos.Me sent en la ltima fila. Tard un minuto en darse cuenta. Habl sin mirarme, para simular que todo el tiempo haba sabido que yo estaba all.Cmo se escribe inmovilidad?Con v corta.Va a creer que soy una bestia. Pero a veces se me olvidan algunas palabras.Me pregunt si yo tambin tena errores de ortografa. Le dije que mi problema no era olvidar palabras sino recordarlas en exceso.Rauach me prest esta mquina con la condicin de que en las notas no hablara mal del hotel.Ests comentando la conferencia de Naum?No, es una nota de color.De color?El clima despus de la muerte. Las sospechas de la gente. Conversaciones odas al pasar. Quines son los dos nuevos?El hombre alto y gordo es el doctor Blanes, un neurlogo que trabaja en el hospital provincial. El otro es su paciente, Miguel. Blanes era un mdico muy respetado hasta que adquiri la costumbre de ir acompaado por pacientes a programas de televisin. Montaba shows semejantes a los de los hipnotizadores, pero con resultados impredecibles.Y qu hace en este congreso?Hace diez aos public un libro que se llamaba Neurologa y traduccin, un estudio sobre las consecuencias de las lesiones cerebrales en la capacidad de trabajar con lenguas extranjeras. Supongo que ser por eso que Kuhn lo llam.Ximena anotaba todo en su libreta; encerraba palabras en crculos y lanzaba flechas hacia los mrgenes. Le cont que el auto de Blanes se haba salido del camino, que era un Rambler verde y que habamos recogido al mdico y a su paciente. Si era buena periodista, sabra aprovechar los detalles. Despus volvi a enfrentar la mquina. Mientras me alejaba por el pasillo hacia mi habitacin, oa el lento tipeo, que segua el comps del latido en mis sienes.Me saqu los zapatos y me tir en la cama, con la intencin de relajarme. Mi cabeza entraba en conexin con fenmenos exteriores, con la tormenta que se avecinaba, con movimientos submarinos, con la epidemia feroz que dejaba animales muertos en la costa.Me puse unas viejas zapatillas de tenis para caminar por la playa. En el hall me cruc con otros traductores, que me invitaron a sentarme junto a ellos; dije que prefera caminar. Ana hablaba con la chica que traduca notas del exterior para un diario de Buenos Aires. La tom del brazo y la llev afuera, sin or sus protestas.El viento soplaba del sudeste, ms fro que antes. Eran las cuatro de la tarde, pero el cielo derramaba oscuridad sobre Puerto Esfinge.No nos alejemos mucho dijo Ana. En media hora habla Blanes.Miramos el frente de los negocios: remeras con leyendas ecolgicas, alfajores regionales, ceniceros con dibujos de pinginos. Quera comprarle algo a Elena, pero prefer esperar a estar solo.Pasamos por el frente del museo municipal. Un cartel de chapa anunciaba que estaba en refacciones por breve tiempo. El cartel, oxidado y despintado por meses de intemperie, colgaba torcido de un alambre.Viste a Rina en alguna parte?No.Algo le pasa. No habla con nadie, se esconde. Hoy tendra que dar una charla, pero Kuhn dijo que no le confirm. Qu estn haciendo esos hombres?Nos acercamos a la playa. Dos bomberos cubran con cal un lobo marino muerto. Nos acercamos. Uno era joven y llevaba con solemnidad un uniforme reluciente; el otro, veinte aos mayor, pareca ms natural en su remendado traje rojo. Se sobresaltaron al vernos, como si los hubiramos sorprendido en una maniobra indecente.Para qu lo tapan? pregunt Ana.El ms joven nos mir con fastidio.Para que no apeste. Despus lo llevamos fuera del pueblo y lo enterramos.Primero tiene que trabajar la cal, para que no nos llene de olor la camioneta dijo el mayor.Es comn que aparezcan los lobos en la playa?Cada cinco o seis aos hay una epidemia dijo el mayor. Hubo una hace veintids aos, que fue la peor. Dur tres semanas y termin con una ballena muerta. Una ballena gigante, no como las que se ven aqu. La gente vena de lejos a sacarle fotos. El maxilar cuelga del techo del museo municipal.El lobo marino pintado de blanco pareca una seal en la arena, el lmite de una zona invisible.Nos faltan otros dos dijo el ms joven.Los bomberos subieron la bolsa de cal a una camioneta destartalada y se alejaron hacia el sur.Quin es el que viene all? pregunt. Un hombre de campera verde se acercaba caminando rpido hacia nosotros.No traje los anteojos. Despus de los diez metros empieza lo desconocido dijo Ana.Pero no nos segua a nosotros. Pas de largo sin hablarnos ni mirarnos.No es uno de los del congreso?Ziga dijo Ana. Traduce novelas francesas para editoriales espaolas.A dnde va, tan apurado? De quin se escapa?Sin necesidad de palabras, decidimos seguirlo. Nos dimos cuenta de que no hua de nadie: persegua al hombre que ahora, cincuenta metros delante de nosotros, se acercaba al faro.Aceleramos el paso, el viento en la cara. Por momentos nos hundamos hasta los tobillos en la capa de algas. La humedad atravesaba la lona de mis zapatillas y reparta el fro por todo mi cuerpo. Al pie del faro, Ziga haba alcanzado a Naum.Grit para que el otro se diera vuelta. Cada uno de ellos estaba tan pendiente del otro que no nos vean. Nadie ms exista en el mundo.Ziga pronunci unas palabras en un idioma que yo nunca haba odo, pero que tena algn lejano parentesco fontico con la pronunciacin del griego tico. Naum se acerc con furia, como si el otro lo hubiera insultado y ahora correspondiera golpearlo. Le tap la boca con la mano.Quiere seguir, despus de lo que pas?El viento traa hasta nosotros sus voces encerradas en el hedor de las algas.Esperaba una respuesta! grit Ziga con ms desesperacin que ira. Su tono cambi a splica. Esperaba que usted me dijera cmo salir...Cllese!No puedo dejar de pensar. Lo que prometi no era esto.No promet nada dijo Naum, empujndolo con fuerza, como si aquel hombre le produjera no slo enojo sino repulsin. Ziga dio un paso hacia atrs. Estuvo a punto de caer sobre el suelo desparejo que formaban las piedras.No se acerque a m. No me hable. Que nadie lo vea conmigo.A pasos gigantescos Naum se alej hacia el hotel. Ziga haba quedado tan abatido que me acerqu y le pregunt si estaba bien. Al principio no me oy. Despus me mir con extraeza y respondi que s, que estaba perfectamente bien.No quiero caminar ms dijo Ana. Volvamos al hotel.Caminamos en silencio. En una poca bamos al cine dos o tres veces por semana. Al salir no decamos una sola palabra; horas despus, cuando la pelcula comenzaba a alejarse, hablbamos de ella. Slo tena sentido hablar despus de un largo silencio.Ziga haba quedado de pie en el mismo sitio donde Naum lo dej; de cara al viento, hablaba solo, murmuraba splicas, y el viento responda.TERCERA PARTEARLEVEINQuien pone el pie en el terreno de la lenguapuede decir que es abandonado por todaslas analogas del cielo y de la tierra.

FERDINAND DE SAUSSUREXVIPor qu habla a mis espaldas? Cree que mis conferencias son un espectculo de feria porque traigo a un paciente? Es fcil hablar de los ausentes, describir tratamientos exitosos aplicados a enfermos encerrados a mil kilmetros de distancia. El noventa por ciento de las historias clnicas que conozco son ciencia ficcin. Psiquiatra ficcin.Naum mir a Blanes sin responder; no como si buscara una respuesta adecuada, sino como si le costara recordar quin era el otro. Despus dijo, en voz baja:Le sus primeros trabajos, doctor. Neurologa y traduccin estaba lleno de ideas audaces; era desprolijo pero inspirado. De aquella poca conserv slo la audacia; dnde qued la inspiracin? Reemplaz la teora por el espectculo.Por qu la medicina no puede ser un espectculo, en tanto sea un espectculo digno?En ciencia, el concepto de espectculo est contra el concepto de dignidad.La medicina tuvo siempre algo de teatro. Piense en las autopsias pblicas que se practicaban en los teatros anatmicos ante un pblico que haba pagado su entrada. Piense en las histricas de Charcot. Hoy las nicas demostraciones pblicas de curacin las dejamos en manos de curanderos y santones. La medicina se ha convertido en una prctica escondida y annima. Exhibimos nuestras mquinas en lugar de nuestro saber. Pero por qu yo, un mdico, tengo que soportar las crticas de un... se detuvo a elegir la injuria ...lingista?Vamos a la sala, doctor Blanes interrumpi Kuhn. Es hora de hablar.Los traductores comenzaron a entrar al saln Prncipe, que hasta entonces no habamos pisado. Naum me detuvo.Particip de demasiados congresos en mi vida. Ya tengo cubierta mi cuota de farsantes. Vamos, tomemos un caf, hablemos de los viejos tiempos, digamos mentiras en vez de orlas.Pero yo prefer asistir a la charla de Blanes.Miguel no se decida a subir a la tarima, y el mdico lo arrastr de un brazo. En su presentacin, Kuhn us su tacto: mencion sus primeros libros, dijo, con justicia, que Blanes haba sido uno de los primeros en el pas en estudiar la relacin entre las lesiones cerebrales y la capacidad de traducir, e ignor los ltimos escndalos, que incluan una suspensin de la Sociedad de Neurologa. Miguel miraba la mesa, el vaso de agua, cada una de las caras, los listones de roble del piso, con la atencin de un erudito ante un texto difcil.He visto toda clase de mentes destrozadas empez Blanes. He visto hombres que perdieron la memoria, el olfato, la percepcin de su cuerpo, la lnea divisoria entre sueo y vigilia. En un hospital de Mar del Plata atend a un hombre que deca escuchar la voz de su esposa muerta. Mir su odo, que se comportaba como si esa voz existiera. He visto a un joven de dieciocho aos que trataba de caminar por una pared, porque crea que era el suelo. Una vieja profesora, en un asilo de las afueras de Montevideo, oa determinado sonido cada vez que vea el color rojo, tal otro sonido con el verde. Un marino italiano de noventa aos se negaba a mirar las hojas cadas de los rboles, porque en cada una de ellas descubra la cara de un camarada muerto. He visto casos extraordinarios, pero ninguno como el de Miguel.El paciente miraba cada cara, y cada rasgo en cada cara. Deletreaba, separaba en slabas los rostros, las manos, los cuerpos sentados.Miguel, explic Blanes, haba sido obrero de la construccin. Durante una manifestacin, siete aos atrs, una bala le haba pegado en la cabeza y le haba provocado lesiones en el hemisferio izquierdo. Estuvo dos meses en coma. Despert con una afasia total, que se fue revirtiendo en los meses siguientes. Halagado por el relato, Miguel asenta a las palabras de Blanes; estaba acostumbrado a que la historia clnica fuera su nica biografa posible.Al principio Miguel no poda reconocer su propio idioma; pero su recuperacin fue ms all que su capacidad inicial; comenz a traducir lenguas extranjeras que nunca haba estudiado. Desde luego, esas traducciones eran imaginarias, pero l no poda evitar hacerlas. Es incapaz de decir: no comprendo. Miguel le encuentra sentido a todo, no tolera que haya un significado en las sombras. No hay en el mundo una sola palabra que a Miguel le suene extranjera.Miguel, el traductor universal, hizo un ligero movimiento con la cabeza, confirmando las palabras de